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El Regalo1

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EL REGALO1

1959
RAY BRADBURY
(estadounidense)

M
añana sería Navidad, y aun mientras viajaban los tres ha-
cia el campo de cohetes, el padre y la madre estaban pre-
ocupados. Era el primer vuelo por el espacio del niño, su
primer viaje en cohete, y deseaban que todo estuviese bien.
Cuando en el despacho de la aduana los obligaron a dejar
el regalo, que excedía el peso límite en no más de unos pocos kilos, y el ar-
bolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban la fiesta
y el cariño.
El niño los esperaba en el cuarto terminal. Los padres fueron allá,
murmurando luego de la discusión inútil con los oficiales interplanetarios.
—¿Qué haremos?
—Nada, nada. ¿Qué podemos hacer?
—¡Qué reglamentos absurdos!
—¡Y tanto que deseaba el árbol!
La sirena aulló y la gente se precipitó al cohete de Marte. La madre y
el padre fueron los últimos en entrar, y el niño entre ellos, pálido y silencioso.
—Ya se me ocurrirá algo —dijo el padre.
—¿Qué?... —preguntó el niño.
Y el cohete despegó y se lanzaron hacia arriba en el espacio oscuro.
El cohete se movió y dejó atrás una estela de fuego, y dejó atrás la
Tierra, un 24 de diciembre de 2052, subiendo a un lugar donde no había
tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Durmieron durante el res-
to del primer «día». Cerca de medianoche, hora terráquea, según sus relojes
neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
—Quiero mirar por el ojo de buey.
Había un único ojo de buey, una «ventana» bastante amplia, de vidrio
tremendamente grueso, en la cubierta superior.

1 Tomado de Bradbury (1967).

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—Todavía no —dijo el padre—. Te llevaré más tarde.
—Quiero ver dónde estamos y adónde vamos.
—Quiero que esperes por un motivo —dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pen-
sando en el regalo abandonado, el problema de la fiesta, el árbol perdido y
las velas blancas. Al fin, sentándose, hacía apenas cinco minutos, creyó ha-
ber encontrado un plan. Si lograba llevarlo a cabo este viaje sería en verdad
feliz y maravilloso.
—Hijo —dijo—, dentro de media hora, exactamente, será Navidad.
—Oh —dijo la madre consternada. Había esperado que, de algún
modo, el niño olvidaría.
El rostro del niño se encendió. Le temblaron los labios.
—Ya lo sé, lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo
prometieron...
—Sí, sí, todo eso y mucho más —dijo el padre.
—Pero… —empezó a decir la madre.
—Sí —dijo el padre—. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Per-
dón, un momento. Vuelvo en seguida.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
—Ya es casi la hora.
—¿Puedo tener tu reloj? —preguntó el niño.
Le dieron el reloj y el niño sostuvo el metal entre los dedos: un resto
del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el movimiento insensible.
—¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
—A eso vamos —dijo el padre y tomó al niño por el hombro.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo, y subieron por una rampa.
La madre los seguía.
—No entiendo.
—Ya entenderás. Hemos llegado —dijo el padre.
Se detuvieron frente a la puerta cerrada de una cabina.
El padre llamó tres veces y luego dos, en código.
La puerta se abrió y la luz llegó desde la cabina y se oyó un murmullo
de voces.
—Entra, hijo —dijo el padre.
—Está oscuro.
—Te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró, y el cuarto estaba, en ver-
dad, muy oscuro. Y ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de
buey, una ventana de un metro y medio de alto y dos metros de ancho, por
la que podían ver el espacio.

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El niño se quedó sin aliento.
Detrás, el padre y la madre se quedaron también sin aliento, y enton-
ces en la oscuridad del cuarto varias personas se pusieron a cantar.
—Feliz Navidad, hijo —dijo el padre.
Y las voces en el cuarto cantaban los viejos, familiares villancicos; y
el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el vidrio frío del ojo de
buey. Y allí se quedó largo rato, mirando, mirando simplemente el espacio,
la noche profunda, y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de
maravillosas velas blancas…

EL REGALO
A partir de la lectura del cuento de Ray Bradbury, responde:
. qu crees que se refiere el texto con el resplandor de cien mil millones de maravi-
llosas velas blancas” en el espacio? Fundamenta tu respuesta.

2. e as ima inado si pudieras via ar por un fin de semana a arte scri e un cuento
en tu cuaderno, en el que narres este viaje. Ten en cuenta con quién irías a este paseo,
cómo te ima inas que ser a arte y qu traer as de este via e. i ue el proceso de
escritura: planificación textuali ación revisión y pu licación.
3. ¿La idea del padre, de reemplazar el árbol, te parece adecuada?, ¿cómo es que reac-
ciona el niño de la historia? ¿Alguna vez has inventado una alternativa creativa frente a
una situación inesperada? Coméntala.

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