40 Años Después Titiriteros y Dignidad - Carlos Del Frade
40 Años Después Titiriteros y Dignidad - Carlos Del Frade
40 Años Después Titiriteros y Dignidad - Carlos Del Frade
Titiriteros y dignidad
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Hecho en Rosario en el mes de febrero de 2016.
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Consecuencias y causas.
De Mitre a Macri
El niño símbolo
«…Desde dentro mismo de una casita de madera -elevada
en la misma zona del drama de la inundación- partió lo que
sería el cortejo más multitudinario que registra Rosario en su
historia. Manos rudas, pero tiernas de trabajadores de todas las
esferas del proletariado, conducían el féretro de un niño símbo-
lo… Luis Norberto Blanco…
«… sobre el féretro, dos coronas de claveles blancos, síntesis
de la pureza… Y tras la caja -que encerraba la quietud del ángel
abatido- una legión de coronas… blancas, rojas, de suave amari-
llo… Y presidiendo el cortejo -que iría a cubrir 87 cuadras- una
cruz… llevada a manos cambiantes de cinco niños entre los cua-
les estaba José Potenza, de 15 años…
«A las 11.45 ya con la nave de la iglesia colmada de con-
currencia… el rector de la parroquia del Perpetuo Socorro leyó
distintos salmos y manifestó la condolencia a los padres, parien-
tes y amigos de este joven que ha perdido la vida en uno de los
sucesos más luctuosos, en un momento crucial de Rosario y para
el país… Al llegar al portón Nº 1 del Ferrocarril Mitre la columna
fue engrosada por una caravana de obreros ferroviarios. En to-
das las calles se repetían escenas de honda emotividad.
«Córdoba -la gran vía- ofreció el espectáculo más impre-
sionante de todo su recorrido. Todo el vecindario se había volca-
do a la calle.
«Vehículos de todas las categorías, bicicletas, motos, moto-
netas, camiones enracimados de juventud obrera, colegiales, jó-
venes obreras, formaban una marcha imponente. 43
«Cada esquina, una pequeña ciudad en el último homenaje
El segundo rosariazo
Para Héctor Quagliaro, ex secretario general de la Asocia-
ción de Trabajadores del Estado y uno de los principales diri-
gentes de la resistencia peronista desde la CGT de los Argenti-
nos -«nosotros fuimos la primera delegación del interior que se
sumó al conducción de Ongaro»-, «el rosariazo fue un pedazo
grande de la historia social. El primero de los rosariazos fue pro-
tagonizado por el estudiantado. Hubo lucha popular, teníamos
mucha bronca por el asesinato de Bello. Yo vine envuelto en un
sobretodo a Rosario, en forma clandestina, junto a Héctor Les-
cano, el arquitecto Segovia Meyer para la movilización del 21 de
mayo. En Maipú y Córdoba hubo una violenta represión».
44 El segundo rosariazo, «en setiembre lo más homogéneo fue
el frente sindical. Allí se notaba por qué Rosario era la capital del
peronismo», recalcó el colorado.
El 8 de setiembre de 1969, se declaró un paro por tiempo
indeterminado de los trabajadores afiliados a la Unión Ferrovia-
ria. Los estudiantes, en tanto, se preparaban para el tercer ani-
versario del asesinato de Pampillón. Hacia el 11 de setiembre,
se produjeron actos de sabotaje y descarrilamiento de trenes en
la zona de Granadero Baigorria, a menos de quince minutos al
norte del centro rosarino, y otro en Pergamino, en la provincia
de Buenos Aires.
El viernes 12 de setiembre se declara ilegal el paro. La CGT
anuncia la huelga general desde el día 16.
«A las 9.30 del martes 16 la epidermis urbana de Rosario no
presentaba a la vista de cualquier ocasional visitante ninguna al-
teración, 30 minutos después la imagen quedaba destruida. Vein-
te focos insurrectos en los accesos periféricos, seis columnas de
obreros y estudiantes en el radio céntrico, en total 10 mil perso-
nas -según fuentes policiales- incendiaban en sentido literal y
literario la ciudad», describía un cronista de la revista Panorama.
A diferencia de los sucesos de mayo, el rosariazo tuvo en
los barrios sus principales escenarios. Cuando la policía rosari-
na fue rebasada, llegaron, desde Corrientes, dos mil efectivos al
mando del entonces coronel Leopoldo Galtieri.
Los diseñadores del cordón industrial se convertirían, en
pocos años, en los desaparecedores y los desocupadores, a partir
de la segunda mitad de los años setenta.
Un año después, Agustín Feced era nombrado -por prime-
ra vez en su vida-, jefe de la Unidad Regional ii de la Policía de
Santa Fe, con asiento en Rosario.
Ya era integrante del Batallón de Inteligencia 601 del Ejér-
cito Argentino.
Ya trabajaba para el plan estatal y empresarial que tenía
como objetivo aniquilar a las nuevas generaciones de revolucio- 45
narios. Ese plan que comenzó a implementarse en 1955 y tuvo en
Voces
Inés Cozzi
«Nuestros más antiguos nos enseñaron que la celebración
de la memoria es también una celebración del mañana. Ellos nos
dijeron que la memoria no es un voltear la cara y el corazón al
pasado, no es un recuerdo estéril que habla de risas o de lágrimas.
La memoria, nos dijeron, es una de las siete guías que el corazón
humano tiene para andar sus pasos. Las otras seis son la verdad,
la vergüenza, la consecuencia, la honestidad, el respeto a uno mis-
mo y al otro, y el amor.»
Subcomandante Marcos
Esto no se logrará:
1. Si todos nosotros, como pueblo, no asumimos un real pa-
pel de protagonistas de este proceso de reconstrucción;
2. Si como pueblo no nos mantenemos fieles a nuestros pro-
pios movimientos de base, para lograr que se realicen nuestras
legítimas aspiraciones y expectativas;
3. Si no estamos dispuestos -con una entrega generosa y sin
cuestionamientos estériles- a compartir juntos los inevitables sa-
crificios y exigencias que lleva consigo todo proceso liberador,
4. Si los que tienen la responsabilidad de servir al pueblo en 57
una tarea de conducción no están dotados de honestidad, de sen-
Lo que implica:
• un serio y real compromiso con los sectores más pobres y
marginados -campesinos, changarines, hacheros, peones, obre-
ros- exigiendo el reconocimiento de su derecho a ser incorpora-
dos al quehacer nacional y a participar organizadamente en las
decisiones a nivel local, regional y nacional;
• vivir en plenitud los valores del Evangelio -justicia, frater-
nidad, igualdad, entrega de si mismo- y a la vez abierta a todos
los valores manifestados en todo hombre de corazón recto;
• mantener un espíritu de crítica constructiva, tendiente a
evitar que el proceso de liberación se desvirtúe y se convierta en
opresor del hombre.
Que el Espíritu del Señor nos de a todos su Fuerza, para que
seamos capaces de hacer todo esto.
La guerra de Iriarte 65
A continuación seguía un informe elaborado por el servicio
67
Los hechos
72 El 10 de julio de 1974, el Ejército Revolucionario del Pueblo
produjo la toma de la Fábrica Militar de Villa María, en la pro-
vincia de Córdoba. Allí fue apresado el subdirector del estable-
cimiento, mayor Argentino del Valle Larrabure. La guerrilla lo
necesitaba como técnico para la fabricación de explosivos.
El 19 de agosto de 1975, el mayor Larrabure se suicidó es-
trangulándose con un cordel en la cárcel del pueblo donde se
encontraba, ubicada en calle Garay 3254, en Rosario.
El Ejército difundió que se lo había torturado. «Acostum-
brado a torturar y fusilar a todo combatiente que cae en sus ma-
nos, el Ejército quiere justificar su miserable actitud atribuyendo
falsamente a los revolucionarios los mismos métodos que él uti-
liza», contestó el erp.
El sábado 23 de agosto, el cadáver del oficial fue encontrado
en un zanjón ubicado en inmediaciones de calle Ovidio Lagos y
Muñoz, poco antes de la intersección con la ruta 178, en las afue-
ras de la ciudad cuna de la bandera.
Alguien había llamado a la comisaría 18ª y sostuvo que «hay
un bulto que les va a interesar».
El 4 de setiembre de 1975 el cadáver fue entregado al enton-
ces teniente coronel Casals y las alhajas que eran de Larrabure
fueron a manos del coronel Juan Pablo Saa, jefe del servicio de
inteligencia del batallón 121.
Por aquellos días el comandante del Segundo Cuerpo de
Ejército con asiento en Rosario y jurisdicción sobre las provin-
cias de Santa Fe, Chaco, Formosa, Misiones, Corrientes y Entre
Ríos era Roberto Eduardo Viola. El 9 de setiembre lo reemplaza-
ría Ramón Genaro Díaz Bessone.
El diario La Nación tituló que «oficiales del Ejército infor-
maron que el coronel Larrabure fue ahorcado por extremistas
después de entonar el himno nacional».
Comenzaba a articularse una de las mayores mentiras de la
historia contemporánea de los últimos cuarenta años.
El expediente judicial jamás habló de torturas, mala alimen- 73
tación y mucho menos de asesinato.
Aquella madrugada
Era el 11 de agosto de 1975 cuando René Alberto Vicari fue
secuestrado cuando se disponía a ingresar a su oficina en calle
San Juan 2460, en la ciudad de Rosario.
-Policía Federal. Nos tiene que acompañar. Hubo un asalto
en un banco y tenemos que averiguar -le dijo uno de los tres
hombres que lo rodearon mientras le apuntaban con un revólver.
Lo subieron en su propio automóvil Renault Break e inicia-
ron una marcha que pasó por el Parque Independencia, tomaron
por avenida Godoy hasta que le vendaron los ojos.
-¡Pará, pará! Acá está la camioneta -escuchó Vicari.
-Ahora te vamos a cambiar de coche -le indicaron.
Lo metieron en un cajón de madera y recomenzaron el viaje.
Notaba que era un terreno barroso.
-Bueno, ahora te vamos a poner una inyección porque te-
nés que hacer un viaje muy largo…
A los pocos segundos, Vicari perdió el conocimiento.
Cuando despertó, el comerciante estaba en una pequeña ha-
bitación amueblada con una cama, un banquito y un inodoro de
plástico.
Le contaron que había sido secuestrado por el Ejército Re-
volucionario del Pueblo.
-¿Cuánto quieren por mi rescate?.
-Mil millones de pesos -fue la respuesta.
Lo llevaron a un sótano.
Allí Vicari notó que había evidentemente otro detenido, que
tosía mucho y expectoraba y se quejaba para que bajaran el apa-
74 rato de radio y que no prendieran el extractor de aire.
En la noche del día 14 a la madrugada, aproximadamente
a las 3 horas, escuchó un fuerte grito, e inmediatamente que era
abierta la puerta de la otra habitación que se hallaba en el sótano.
Descendieron varias personas. Durante un largo rato escu-
chó conversaciones nerviosas.
Todos fumaban mucho.
Después vino un médico. Aquella mañana, Vicari se dio
cuenta que estaba solo. Larrabure ya no estaba. Ya nadie cantaba
el himno nacional.
A las horas, sus captores se llevaron todos los trozos de
soga, cables, hojas de afeitar y cualquier objeto punzante. No
querían más sorpresas.
Aquel grito que escuchó fue ahogado, como un quejido.
El descubrimiento del cuerpo muerto de Larrabure desató
un movimiento desacostumbrado.
Algo raro había ocurrido.
Sus secuestradores estaban preocupados, seriamente preo-
cupados.
El 4 de setiembre de 1975, Vicari, al notar que no había na-
die en el predio, saltó por arriba de una pared de madera. Subió
la escalera hacia la planta alta y al no ver a nadie, salió corriendo
por una calle de tierra.
La invención del asesinato
«Larrabure, Argentino del Valle - su muerte».
Así decía el expediente que se había tramitado en el Juzgado
Federal Número 1 de Rosario, a cargo del doctor Pedro Alegría
Cáceres. Llevaba el número 27.513 y luego se le habían acumula-
dos el 27.522 y 27.526.
No hablaba de asesinato.
En agosto de 1979, el entonces coronel José Herman Llera, a 75
cargo del denominado juzgado de instrucción militar número seis,
El rol de Laghi
La minuta para el Vaticano también muestra el conocimien-
to de la Iglesia sobre el secuestro de las religiosas francesas Ali-
ce Domon y Léonie Duquet. Sin embargo, cuando la superiora
de las monjas en la Argentina, Evelyn Lamartine, y la religio-
sa Montserrat Bertrán recurrieron a Laghi, el nuncio las miró
«como si fuéramos bichos asquerosos, y nos dijo: ‘Nosotros no
sabemos nada, por algo habrá sido’. Montse se arrodilló y le
rogó que hiciera algo. El se la sacó de encima, instintivamente,
describe Evelyn, que entonces pensó: ‘Dios no se olvida de lo
que dijiste’». Su testimonio fue recogido por María Arce, Andrea
Basconi y Florencia Bianco, cuya investigación fue publicada por
Clarín en 2007. Un obispo y una madre superiora llegaron des-
de Francia para interesarse por Alice y Léonie, pero Primatesta
ordenó desmentirlo y explicar que sólo venían a pasar Navidad. 83
En 1995, bajo la conmoción de las revelaciones del ex capitán
La Eucaristía
Recuerdos coincidentes tienen muchos sacerdotes que en
aquellos años frecuentaron a Laghi. Uno de ellos, Hugo Collo-
sa, de Rafaela, le narró al periodista Carlos del Frade que Laghi
visitó esa ciudad santafesina luego de la muerte de su obispo,
Antonio Alfredo Brasca, incendiado por un cáncer en 1976. La
enfermedad se adelantó a las Fuerzas Armadas, que lo tenían
en su lista corta de aversiones. En el Obispado se reunían las
agrupaciones laicas que militaban en los barrios más humildes y
las del peronismo revolucionario, que tenían algunos miembros
en común, entre ellos un sacerdote. Brasca se había manifestado
en apoyo del movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo
junto con los obispos Enrique Angelelli, Ponce de León y Alberto
Devoto. «Laghi vino a maltratarnos», dice Collosa, quien ya no
es sacerdote. «No tenía ninguna intención de discutir el perfil del
nuevo obispo ni mucho menos que se siguiera la línea de Brasca.
Lo llevamos a almorzar en un comedor para chicos de la ciudad
y allí, a varios sacerdotes, nos contó de los vuelos de la muerte,
de los secuestros, las desapariciones y las torturas. Es decir que
ellos ya sabían lo que estaba pasando con lujo de detalles desde
mucho antes que 1978. Y hablaba con fundamento de lo que ha-
cía cada una de las tres armas. Nosotros ya habíamos sufrido el
secuestro del padre Raúl Troncoso que militaba en barrio Fátima,
y estábamos muy preocupados. Después lo mandaron a Cassa-
retto que hizo una pastoral totalmente distinta a la de Brasca y
bien cercana a los sectores dominantes de la ciudad». La primera
entrevista de Videla con el periodista cordobés se interrumpió
cuando lo trasladaron al Hospital Militar para tratarse de una 85
incipiente bronquitis. Formaba parte de la comitiva que buscó a
Militares y civiles
Entre los 345 militares que aparecen en el dossier surgen los
nombres de Juan Daniel Amelong, como teniente primero; José
Alberto Bernhardt, también en su grado de teniente primero; Jor-
ge Fariña, como teniente coronel; Roberto Fossa como capitán;
Pascual Guerrieri, como teniente coronel; Domingo Marcellini
como teniente coronel; Edgardo Alcidez Pozzi como coronel; Víc-
tor Hugo Rodríguez como teniente primero; Eduardo Sarmien-
to como teniente coronel; Alfredo Sotera, como coronel; todos
vinculados con la represión ilegal en la zona del Gran Rosario,
aunque no están discriminados por zona.
En la segunda lista aparece la «nómica del personal civil de 87
inteligencia que prestó servicio en el batallón de inteligencia 601
De la Triple A a Acindar
Las credenciales demuestran identidades y pertenencias.
Hablan del pasado abierto como consecuencia de la impunidad
que supo tejer el poder económico como verdadero titiritero de
la masacre desatada contra los trabajadores en los años setenta,
aún desde antes del 24 de marzo de 1976.
La llamada Asociación del Personal de Dirección de la In-
dustria Siderúrgica, fundada el 20 de setiembre de 1971, le otorgó
la tarjeta al afiliado Adrián Mario Cazaubón y le otorgó el núme-
ro de afiliado terminado en 11620. Y dice con exactitud el papel 99
plastificado: «acindar s.a. Empresa a la que pertenece».
-Ay, Julián para qué le dije que estabas… -se lamenta la se-
ñora del otro lado de la línea. Son las 12.36 del sábado 14 de julio
de 2007. El cronista llama desde Rosario al (011) 47859675, el do-
micilio del «coronel» Julián Gazari Barroso, jefe del área Opera-
ciones del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército con asiento
en Rosario y jurisdicción sobre las provincias de Santa Fe, Chaco,
Formosa, Misiones, Corrientes y Entre Ríos, entre 1976 y 1977.
Hay unos segundos de silencio…
-Hola, ¿quién habla? -pregunta una voz cansada, casi cas-
cada que denota un hombre mayor. Me presento como perio-
dista de investigación y le digo que su nombre está en la Justicia
Federal rosarina vinculado con los delitos cometidos durante los
días de Ramón Genaro Díaz Bessone como comandante de Se-
gundo Cuerpo.
-Es la primera noticia que tengo -dice el «coronel».
-Sin embargo usted hizo presentaciones judiciales en el año
1987 para no venir a declarar a Rosario y estableció como domi-
cilio la sede del Comando, en Sarmiento al 1300.
-Nunca se me acusó de nada…
-Pero usted está imputado en las causas.
-Mire… una vez el presidente del Partido Comunista habló
de que había detenidos por la subversión en tal lugar y nosotros
ordenamos investigar y no había nada… Desde entonces nunca
tuve noticias de algo así.
-Sin embargo usted formaba parte del Comando del Segun-
116 do Cuerpo en tiempos de la dictadura…
-Pero ahora vivo en Buenos Aires… En fin, es la primera
noticia que tengo sobre este tipo de cosas… La verdad es que no
se si habrá todavía algún papelito dando vueltas por ahí… Nunca
tuve ninguna acusación -repite quien fuera el titular del área
Operaciones en los tiempos más duros del terrorismo de Estado.
-A usted se le imputa haber participado de la desaparición
de Sonia Beatriz González.
-¿Quién…? No me suena para nada…
-¿Usted va a venir a declarar a Rosario cuando se lo cite?
-Eso no lo decido yo… Pero si me llaman, seguramente iré…
Es la primera noticia que tengo. En algún momento estuvieron
respondiendo Luciano Jáuregui, que en paz descanse, y también
Galtieri… (Ahora se escucha la voz de la mujer que le dice: -No
hablés más, Julián. Y el «coronel» que le contesta: -No pasa nada).
-¿Usted dice que jamás participó de hechos aberrantes?
-En absoluto. Siempre me he comportado bien, durante
toda mi vida.
-Sin embargo usted es consciente de que se produjeron he-
chos aberrantes mientras trabajaba en el Comando del Segundo
Cuerpo de Ejército.
-No les diría así… Se cometieron algunos excesos de parte de
alguna gente de las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad.
Ahora el «coronel» pide el nombre del cronista, dice no te-
ner computadora y solicita el número de teléfono del entrevista-
dor. Se los doy.
Gazari Barroso no está muerto ni perdido como se decía
desde hace años en los Tribunales Federales de la ciudad de Ro-
sario. Nadie lo quiso encontrar… por lo menos hasta ahora.
De huéspedes y anfitriones
«B. A. Homestay es una organización fundada por María
Luisa Etiennot desde hace más de 15 años, brindando alojamien- 117
to en la Argentina a estudiantes, profesores y empresarios; ya sea
122
La memoria de los represores
Setiembre de 1976.
Marta Bertolino ya sabía que su compañero Oscar Mansur
había muerto en la tortura en el Servicio de Informaciones. Ella
es llevada a parir al segundo piso de la Maternidad Martin, en
Moreno y Rioja. La esposan a la camilla y la vigilan, desde afue-
ra, hombres armados.
Aurora.
El martes 12 de septiembre de 2006 murió la más luminosa
mujer de Gualeguaychú. No se trata de la piba Carrozo, sino de
Aurora Fraccarolli, Madre de Plaza de Mayo.
Su cara hecha grito atravesó las fronteras, los muros y se
convirtió en símbolo de lo mejor de un pueblo.
Aquella fotografía que la muestra a Aurora seguirá conmo-
viendo porque tiene esa imagen el raro privilegio de haber cap-
tado el alma de la mamá de Humberto, militante revolucionario
desaparecido en la ciudad de La Plata. Por eso fue tapa de suple-
mentos especiales, vídeos y otras tantas formas de expresar la
dignidad de las Madres.
Andará Máximo, su fiel compañero peronista de toda la vida
y ex trabajador del frigorífico, intentando descifrar el misterio del
146 último mate cebado bajo la parra del fondo de la casita, mientras
Tacuara, bravo perro de rulos blancos y grises, también buscará la
caricia de la mamá. Peleó contra todo pero no pudo evitar el do-
lor que le provocó la discusión con su querida y admirada Hebe.
Nunca lo pudo superar. Varias veces lo dijo en confianza.
Le faltaba línea para transmitirle a decenas de pibas y pibes
que la convirtieron en referente en una población que pocas ve-
ces la tuvo en cuenta.
El último veinticuatro de marzo, cuando se cumplieron
treinta años del golpe, Aurora subió al escenario del viejo tea-
tro municipal mientras afuera llovía con insistencia y con su voz
calma y su mirada tranquila y profunda volvió a insistir en la
justicia y en la pelea a fondo contra las impunidades.
Una vez mostró un crucifijo hecho de migas de pan, papel,
sangre y sudor que Humberto le pudo hacer llegar antes de ser
arrastrado a la última fosa a la que fue condenado. Ella, Aurora,
la más luminosa mujer de Gualeguaychú, juntaba pesito por pe-
sito para editar el periódico de las Madres, allí en ese hermoso
pedazo de mapa entrerriano.
Decir «las Madres» de Gualeguaychú es una exageración.
Ella era la única que permaneció siempre peleando y desafiando
a los poderes. Recién en los últimos años asomaron los otros
pañuelos blancos.
Su nieto le contó que cuando estaba muy mal, a orillas de un
laguito cordobés, le pidió a las fuerzas de la naturaleza que le envia-
ra un mensaje que confirmara que su padre, Humberto, el hijo de
Aurora y Máximo, estaba cerca. Fue entonces que un zorro blanco
apareció de algún lugar, lo miró y después se fue. Aurora sabía, al
igual que su nieto, que Humberto efectivamente andaba cerca.
El cáncer no la frenó y fue una de las primeras en encabezar
las marchas contra las papeleras al mismo tiempo que se rebe-
laba contra la prepotencia policial siempre ensañada contra los
pibes pobres de Gualeguaychú.
La noticia de su muerte vino de la voz de Matías, hijo de un 147
matrimonio desaparecido, ambos nacidos en aquella ciudad que
158
21. 25 por ciento terminó siendo la
participación del salario en el pbi
cuando en 1975 era del 43 por ciento.
«Señores jueces:
«Se ha probado durante este juicio la existencia de un plan
criminal que no concluyó cuando fueron reemplazados los pro-
cesados Galtieri, Anaya y Lami Dozo. La crisis interna que pro-
dujo entre las autoridades del Proceso de Reorganización Nacio-
nal la derrota militar sufrida en las Islas Malvinas, no importó
ningún cambio en las directivas dadas a raíz de la lucha contra
la subversión.
«(…)
«Este proceso ha significado, para quienes hemos tenido el
doloroso privilegio de conocerlo íntimamente, una suerte de des-
censo a zonas tenebrosas del alma humana, donde la miseria, la
abyección y el horror registran profundidades difíciles de imagi-
nar antes y de comprender después.
«Dante Alighieri -en La Divina Comedia- reservaba el sép-
timo círculo del infierno para los violentos: para todos aquellos
que hicieran un daño a los demás mediante la fuerza. Y dentro
de ese mismo recinto, sumergía en un río de sangre hirviente y
nauseabunda a cierto género de condenados, así descriptos por
el poeta: «Estos son los tiranos que vivieron de sangre y de rapi-
ña. Aquí se lloran sus despiadadas faltas».
«Yo no vengo ahora a propiciar tan tremenda condena para
los procesados, si bien no puedo descartar que otro tribunal, de
aún más elevada jerarquía que el presente, se haga oportuna-
176 mente cargo de ello.
«Me limitaré pues a fundamentar brevemente la humana con-
veniencia y necesidad del castigo. Sigo a Oliva Wondell Holmes,
cuando afirma: «La ley amenaza con ciertos males si uno hace cier-
tas cosas. Si uno persiste en hacerlas, la ley debe infligir estos ma-
les con el objeto de que sus amenazas continúen siendo creídas».
«El castigo -que según ciertas interpretaciones no es más
que venganza institucionalizada- se opone, de esta manera, a
la venganza incontrolada. Si esta posición nos vale ser tenidos
como pertinaces retribucionistas, asumiremos el riesgo de la se-
guridad de que no estamos solos en la búsqueda de la deseada
ecuanimidad. Aún los juristas que más escépticos se muestran
respecto de la justificación de la pena, pese a relativizar la finali-
dad retributiva, terminan por rendirse ante la realidad.
«Podemos afirmar entonces con Gunther Stratenwerth que
aún cuando la función retributiva de la pena resulte dudosa, tác-
ticamente no es sino una realidad: «La necesidad de retribución,
en el caso de delitos conmovedores de la opinión pública, no po-
drá eliminarse sin más. Si estas necesidades no son satisfechas,
es decir, si fracasa aunque sólo sea supuestamente la administra-
ción de la justicia penal, estaremos siempre ante la amenaza de la
recaída en el derecho de propia mano o en la justicia de Lynch».
«Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena
son importantes y necesarios para la Nación argentina, que ha
sido ofendida por crímenes atroces. Su propia atrocidad torna
monstruosa la mera hipótesis de la impunidad. Salvo que la con-
ciencia moral de los argentinos haya descendido a niveles triba-
les, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el asesina-
to constituyan «hechos políticos» o «contingencias del combate».
Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y con-
trol de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de decla-
rar en su nombre que el sadismo no es una ideología política ni
una estrategia bélica, sino una perversión moral. A partir de este
juicio y esta condena, el pueblo argentino recuperará su autoesti- 177
ma, su fe en los valores sobre la base de los cuales se constituyó
Así, con secuestrados por todo el país, en junio del ‘78 los
argentinos que podían caminar sin preocupaciones por la calle
se sentaban en un sillón para ver los partidos del Mundial, ese 183
en el que la dictadura gastó 700 millones de dólares, una cifra
Documentos Judiciales
Presentaciones por las causas por la verdad histórica en los juzgados federa-
les de Santa Fe y Rosario.
Pericia caligráfica que demuestra que Agustín Feced estaba vivo en 1988, dos
años después de su oficial muerte por la que se cerró el expediente 47.913.
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