La Liberación
La Liberación
La Liberación
1. Adaptado de: Brigitte Champetier De Ribes, Las fuerzas del amor: Las nuevas constelaciones familiares, 2017.
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La vuelta al fluir con la vida se produce por lo tanto de dos maneras. La primera, en el
contexto de una reconciliación, premisa de toda sanación, y hablaremos de la presencia de las
fuerzas del amor y del paso de la compensación arcaica a la compensación adulta.
La segunda, sin necesidad de sanación del pasado: el cliente toma en su corazón los dramas
del pasado, honra ese pasado que configura su vida actual y decide vivir su vida tal y como es,
disfrutarla y ser el único responsable de ella. Es el instante en el que se dispara la fuerza vital
en la vida de la persona: determinación, fuerza, impulso de supervivencia y alegría de vivir,
estén como estén las cosas. Es lo que he llamado “actitud cuántica y constelación cuántica”.
Esta fuerza vital esta siempre disponible, pero se hace efectiva únicamente cuando una
empieza a poner algo de su parte, a soltar el lastre. El universo se lo agradece, reconectándolo
con su fuerza de vida.
Nuestra libertad
El Destino y la libertad son uno. Se realizan el uno con la otra, se necesitan mutuamente.
Lo profundo siempre es paradójico: lo profundo siempre cumple con la misión de unir lo
dual. La esencia de lo profundo es la fusión de los opuestos. Esa esencia es amor.
Ese amor no es una emoción ni un sentimiento, sino una actitud del ser: tomar todo,
exactamente todo, tal como es.
La dualidad, o la polaridad, en nuestras vidas se manifiesta esencialmente por la oposición
entre la presencia de un destino impuesto por el pasado de nuestro sistema familiar y nuestra
facultad adulta de decisión. Todos los campos a los que pertenecemos, así como las
compensaciones que heredamos, marcan la orientación de nuestra vida. Simultáneamente,
nuestra reacción a esa predestinación alivia o empeora nuestro destino individual.
No está todo escrito. Al nacer, o mejor, en el momento de la concepción, recibimos una
pertenencia, con su precio y sus regalos. Mas adelante, conforme nos hacemos adultos y
dejamos de depender de nuestra familia de origen, adquirimos la libertad de aceptar o
rechazar lo que la vida nos presenta.
Tenemos un margen de libertad estrecho, pero suficiente para que dicha libertad sea
decisiva en nuestras vidas: la libertad de asentir o de rechazar, la libertad de dirigir nuestra
energía hacia donde decidamos.
Seguir dependiendo de la familia de origen, o del clan, significa seguir amando y seguir
rechazando lo que la familia o el clan aman o rechazan.
Nos hacemos autónomos cuando somos capaces de decidir por nosotros mismos a quien
amar y a quien rechazar. La madurez y la adultez nos llevan al soltar las lealtades familiares,
al aceptar cada vez mas la vida tal como es, renunciando a la lucha y viendo a los demás como
seres iguales que nosotros, habitados por la misma energía de otra dimensión que yo.
Experimentamos que, conforme mas agradecemos todo, mas liviano se toma nuestro destino.
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Y, desde luego, esta renuncia a la lucha y a la critica viene de nuestra libertad mas profunda.
Es una renuncia al miedo, a ser juzgado, al orgullo; renuncia a darme a mi mas importancia
que a los demás, aceptación de ser imperfecto y de poder ser criticado por los demás. La
actitud de aceptación incondicional o de rendición implica el grado mas alto de nuestra
libertad de decisión. Debido a la ley del equilibrio entre el dar y recibir, el universo responde
agradecido a esta entrega dándonos toda su abundancia.
Podemos entender, desde esta visión, que fueron necesarios muchísimos miles de años
para que el Destino se fuera aligerando. Mientras unos se someten ciegamente a él movidos
por el miedo o la seducción y otros luchan y se esfuerzan para controlarlo con poder, todo se
repite una y otra vez; los campos mórficos controlan todos los comportamientos y creencias,
las estructuras morfogéneticas determinan el rol y el lugar de cada uno. Un instinto de
imitación de los demás y de nuestra persona se apodera de nosotros; el sentimiento de culpa
de ser distintos de los que mas valoramos paraliza nuestra libertad y nuestra capacidad de
decisión. Entregamos a otros el control sobre nuestra vida, renunciamos a vivir en el Adulto,
manteniéndonos amargamente en el yo dependiente, sumiso, rebelde, crítico…
Nos oponemos a la vida tal como se presenta, por miedo, culpa o juicio; el éxito, el amor
y la felicidad se retiran. Entonces entran en acción fuerzas correctoras, “las fuerzas del amor”,
y la situación global empeora.
La libertad individual es un peligro para la supervivencia del grupo y de su estructura.
Durante los primeros millones de años, los seres humanos estaban alejados de la sintonía
con la vida y solo podían vivir con base en la compensación arcaica y la dureza de la reparación
de los ordenes del amor.
Sin embargo, muy poco a poco y mas claramente en nuestra civilización desde hace unos
pocos siglos, la resonancia de la vida de las personas que, con todo, elegían el camino de la
libertad, ha ido transmutando el Destino. Va creciendo el campo de los que deciden rendirse
al destino, lo agradecen incondicionalmente con la humildad y la fuerza de su yo autónomo,
comprometidos con la acción, y asumen que crean su realidad a través de sus elecciones.
La vida de cada uno esta al servicio del Destino colectivo. Todos tenemos un destino
individualizado dentro de la gran comunidad de destino que representa la humanidad; un
destino individualizado y humanizado cuando decidimos aceptar esta vida tal y como es y
pertenecer a lo que nos corresponde. Por el contrario, es un destino difícil de llevar si mientras
tanto nos estancamos en la queja, la rebelión, la sumisión o la venganza.
El destino individual se inicia con el legado del pasado, con lo que la multitud de
generaciones anteriores consiguieron transmitirnos. Destino este que aumenta por el vinculo
con todos los grupos y campos a los que pertenecemos, consciente o inconscientemente (país,
ideología, religión, raza, sexo, etc.). Y destino que va perdiendo su individualidad también
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por la resonancia mórfica con los campos energéticos de emociones y comportamientos que
almacenan el recuerdo de cualquiera de nuestras vivencias.
Recuperamos nuestra individualidad, dentro de la pertenencia a los campos, cuando
humildemente nos aceptamos como somos y asentimos a lo que hay como es; es decir, cuando
uno se rinde a como es, él y todo. El destino colectivo transforma y se alivia gracias a la
resonancia. La libertad entra en la vida del individuo.
La rendición
Estar en sintonía con la vida es percibir esta pertenencia de todos a todo y, en particular,
nuestra pertenencia individual a todo. Lo que ocurre en el mundo o en el universo es
igualmente respetable; no hay nada de mas valor o de menos. Todo pertenece de la misma
manera. No hay individuos de primera o de segunda. No existen tampoco elementos de
segunda y otros de primera. Todo forma parte de un gran proyecto común en devenir. Con
base en nuestra perspectiva temporal, se trata de un proyecto de evolución, resultado de la
interacción entre nuestras decisiones individuales, las fuerzas y resonancias colectivas y otras
dimensiones.
Unas fuerzas que estamos empezando a entrever lo mueven todo. El individuo, guiado por
la vida, sigue siendo dueño de sus decisiones. Nuestra conciencia nos permite tener esta
libertad, la de crear nuestro destino; la de elegir entre aceptar o rechazar; fluir o luchar.
Existe una premisa para que esta creatividad sea para bien: respetar el principio de que
todos y todo pertenecemos por igual.
Esto significa que uno acepta entregarse a todo lo que hay tal como se presente. Si miramos
la evolución de los astros y estrellas o los ciclos de la naturaleza, constatamos que todo esta
“pensando”, todo funciona solo, en un orden perfecto. El ser humano es solo una pequeña
pieza mas de ese cosmos sin limites. ¿Por que habría de funcionar de otra manera para
nosotros?
Aceptar las cosas como son, rendirnos al mundo como es, es entregarnos a un orden global
en movimiento que se individualiza en cada uno y que permite la realización de todo aquel
que se haya rendido al servicio del Destino de la Humanidad. Lo que nos ofrece ese orden
global es plenitud, felicidad y libertad mas allá de lo que nunca hayamos podido imaginar.
Las tradiciones místicas y de desarrollo personal nos hablan de ello. El paso decisivo para
la felicidad que permanece, como la llama Bert Hellinger, es la rendición, simplemente la
rendición y nada menos que la rendición.