Iv. Fidei Depositum
Iv. Fidei Depositum
Iv. Fidei Depositum
«FIDEI DEPOSITUM»
1. Introducción
Conservar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo
tiempo. El Concilio Ecuménico Vaticano II, inaugurado hace treinta años por mi predecesor Juan
XXIII, de feliz memoria, tenía como propósito y deseo hacer patente la misión apostólica y pastoral
de la Iglesia, y conducir a todos los hombres, mediante el resplandor de la verdad del Evangelio, a
la búsqueda y acogida del amor de Cristo que está sobre toda cosa.
“Y de conocer el amor de Cristo (por nosotros) que sobrepuja a todo conocimiento, para
que seáis colmados de toda la plenitud de Dios” 1.
A esta asamblea el Papa Juan XXIII le fijó como principal tarea la de custodiar y explicar mejor el
depósito precioso de la doctrina cristiana, con el fin de hacerlo más accesible a los fieles de Cristo
y a todos los hombres de buena voluntad. Para ello, el Concilio no debía comenzar por condenar
los errores de la época, sino, ante todo, debía dedicarse a mostrar serenamente la fuerza y la
belleza de la doctrina de la fe. «Confiamos que la Iglesia —decía él—, iluminada por la luz de este
Concilio, crecerá en riquezas espirituales, cobrará nuevas fuerzas y mirará sin miedo hacia el
futuro [...]; debemos dedicarnos con alegría, sin temor, al trabajo que exige nuestra época,
prosiguiendo el camino que la Iglesia ha recorrido desde hace casi veinte siglos» 2.
Con la ayuda de Dios, los padres conciliares pudieron elaborar, a lo largo de cuatro años de
trabajo, un conjunto considerable de exposiciones doctrinales y directrices pastorales ofrecidas a
1
Ef 3, 19
2
Juan XXIII, Discurso de apertura del concilio ecuménico Vaticano II, 11 de octubre de 1962: AAS 54 (1962),
pp. 788-791.
toda la Iglesia. Pastores y fieles encuentran en ellas orientaciones para la «renovación de
pensamiento, de actividad, de costumbres, de fuerza moral, de renovación de alegría y de la
esperanza, que ha sido el objetivo del Concilio» 3.
Desde su clausura, el Concilio no ha cesado de inspirar la vida eclesial. En 1985, yo pude afirmar:
«Para mí —que tuve la gracia especial de participar en él y colaborar activamente en su desarrollo
—, el Vaticano II ha sido siempre, y es de una manera particular en estos años de mi pontificado, el
punto constante de referencia de toda mi acción pastoral, en un esfuerzo consciente por traducir
sus directrices en aplicaciones concretas y fieles, en el seno de cada Iglesia particular y de toda la
Iglesia Católica. Es preciso volver sin cesar a esa fuente» 4.
En este espíritu, el 25 de enero de 1985 convoqué una asamblea extraordinaria del Sínodo de los
Obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio. El fin de esta asamblea
era dar gracias y celebrar los frutos espirituales del concilio Vaticano II, profundizando en sus
enseñanzas para una más perfecta adhesión a ellas y promoviendo el conocimiento y aplicación de
las mismas por parte de todos los fieles cristianos.
En la celebración de esta asamblea, los padres del Sínodo expresaron el deseo de que fuese
redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la
moral, que sería como el punto de referencia para los catecismos o compendios que se redacten
en los diversos países. La presentación de la doctrina debería ser bíblica y litúrgica, exponiendo
una doctrina segura y, al mismo tiempo, adaptada a la vida actual de los cristianos 5.
Desde la clausura del Sínodo, hice mío este deseo juzgando que «responde enteramente a una
verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares» 6.
De todo corazón hay que dar gracias al Señor, en este día en que podemos ofrecer a toda la
Iglesia, con el título de «Catecismo de la Iglesia católica», este «texto de referencia» para una
catequesis renovada en las fuentes vivas de la fe.
Tras la renovación de la Liturgia y el nuevo Código de Derecho Canónico de la Iglesia latina y de los
Cánones de las Iglesias Orientales Católicas, este Catecismo es una contribución importantísima a
la obra de renovación de la vida eclesial, promovida y llevada a la práctica por el Concilio Vaticano
II.
3
Pablo VI, Discurso de clausura del concilio ecuménico Vaticano II, 8 de diciembre de 1965: AAS 58 (1966),
pp. 7-8.
4
Juan Pablo II, Homilía del 25 de enero de 1985, cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de
febrero de 1985, p. 12).
5
Relación final del Sínodo extraordinario, 7 de diciembre de 1985, II, B, a, n. 4; Enchiridion Vaticanum, vol. 9,
p. 1.758, n. 1.797.
6
Juan Pablo II, Discurso de clausura de la II Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los Obispos, 7 de
diciembre de 1985; AAS 78 (1986), p. 435; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de
diciembre de 1985, p. 11.
El Catecismo de la Iglesia católica es fruto de una amplísima colaboración. Es el resultado de seis
años de trabajo intenso, llevado a cabo en un espíritu de atenta apertura y con perseverante
ánimo.
El año 1986, confié a una Comisión de doce cardenales y obispos, presidida por el cardenal Joseph
Ratzinger, la tarea de preparar un proyecto del Catecismo solicitado por los padres sinodales. Un
Comité de redacción de siete obispos de diócesis, expertos en teología y en catequesis, fue
encargado de realizar el trabajo junto a la Comisión.
La Comisión, encargada de dar directrices y de velar por el desarrollo de los trabajos, ha seguido
atentamente todas las etapas de la redacción de las nueve versiones sucesivas. El Comité de
redacción, por su parte, recibió el encargo de escribir el texto, de introducir en él las
modificaciones indicadas por la Comisión y de examinar las observaciones que numerosos
teólogos y maestros en la presentación de la doctrina cristiana, diversas instituciones y, sobre
todo, obispos del mundo entero, formularon en orden al perfeccionamiento el texto. Los
miembros del Comité redactor han llevado a cabo su tarea en un intercambio enriquecedor y
fructuoso que ha contribuido a garantizar la unidad y homogeneidad del texto.
El proyecto fue objeto de una amplia consulta a todos los obispos católicos, a sus Conferencias
Episcopales o Sínodos, a institutos de teología y de catequesis. En su conjunto, el proyecto recibió
una acogida considerablemente favorable por parte de los obispos. Puede decirse ciertamente
que este Catecismo es fruto de la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica, que ha
acogido cumplidamente mi invitación a corresponsabilizarse en una iniciativa que atañe de cerca a
toda la vida eclesial. Esa respuesta suscita en mí un profundo sentimiento de gozo, porque el
concurso de tantas voces expresa verdaderamente lo que se puede llamar sinfonía de la fe. Aún
más, la realización de este Catecismo refleja la naturaleza colegial del Episcopado: atestigua la
catolicidad de la Iglesia.
3. Distribución de la materia
El Catecismo, por tanto, contiene «lo nuevo y lo viejo», pues la fe es siempre la misma y fuente
siempre de luces nuevas.
“Entonces, les dijo: “Así todo escriba que ha llegado a ser discípulo del reino de los cielos,
es semejante al dueño de casa que saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo”.” 7
Para responder a esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia católica, por una parte, recoge el
orden antiguo, tradicional, y seguido ya por el Catecismo de san Pío V, dividiendo el contenido en
7
Mt 13, 52
cuatro partes: el Credo, la Sagrada Liturgia, con los Sacramentos en primer plano; el obrar
cristiano, expuesto a partir de los mandamientos, y, finalmente, la oración cristiana. Pero, al
mismo tiempo, es expresado con frecuencia de una forma «nueva», con el fin de responder a los
interrogantes de nuestra época.
Las cuatro partes se articulan entre sí: el misterio cristiano es el objeto de la fe (primera parte); es
celebrado y comunicado mediante acciones litúrgicas (segunda parte); está presente para iluminar
y sostener a los hijos de Dios en su obrar (tercera parte); es el fundamento de nuestra oración,
cuya expresión principal es el "Padre Nuestro", que expresa el objeto de nuestra súplica, nuestra
alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte).
La liturgia es, por sí misma, oración; la confesión de fe tiene su justo lugar en la celebración del
culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, igual que
la participación en la liturgia de la Iglesia requiere la fe. Si la fe no se concreta en obras permanece
muerta. Y no puede dar frutos de vida eterna.
“¿De qué sirve, hermanos míos, que uno diga que tiene fe, si no tiene obras? ¿Por ventura
la fe de ese tal puede salvarle? Si un hermano o hermana están desnudos y carecen del
diario sustento, y uno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos y saciaos”, mas no les dais
lo necesario para el cuerpo, ¿qué aprovecha aquello? Así también la fe, si no tiene obras,
es muerta como tal. Mas alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras”. Pues bien,
muéstrame tu (pretendida) fe sin las obras, y yo, por mis obras, te mostraré mi fe. Tú crees
que Dios es uno. Bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Quieres ahora
conocer, oh hombre insensato, que la fe sin las obras es inútil? Abrahán, nuestro padre,
¿no fue justificado acaso mediante obras, al ofrecer sobre el altar a su hijo Isaac? Ya ves
que la fe cooperaba a sus obras y que por las obras se consumó la fe; y así se cumplió la
Escritura que dice: “Abrahán creyó a Dios, y le fue imputado a justicia”, y fue llamado
“amigo de Dios”. Veis pues que con las obras se justifica el hombre, y no con (aquella) fe
sola. Así también Rahab la ramera ¿no fue justificada mediante obras cuando alojó a los
mensajeros y los hizo partir por otro camino? Porque, así como el cuerpo aparte del
espíritu es muerto, así también la fe sin obras es muerta.” 8
En la lectura del Catecismo de la Iglesia católica se puede percibir la admirable unidad del misterio
de Dios, de su designio de salvación, así como el lugar central de Jesucristo, Hijo único de Dios,
enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la Virgen María por el Espíritu Santo, para ser
nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, particularmente en los
Sacramentos; es la fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración.
El Catecismo de la Iglesia católica que aprobé el 25 de junio pasado, y cuya publicación ordeno hoy
en virtud de la autoridad apostólica, es la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica,
atestiguadas e iluminadas por la sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la
Iglesia. Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y
legítimo al servicio de la comunión eclesial. Dios quiera que sirva para la renovación a la que el
8
St 2, 14-26
Espíritu Santo llama sin cesar a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en peregrinación a la luz sin sombra del
Reino.
“Pero Yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido,
confirma a tus hermanos.”9
Pido, por tanto, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que reciban este Catecismo con espíritu
de comunión y lo utilicen constantemente cuando realicen su misión de anunciar la fe y llamar a la
vida evangélica. Este Catecismo les es dado para que les sirva de texto de referencia seguro y
auténtico en la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente, para la composición de
los catecismos locales. Se ofrece también, a todos aquellos fieles que deseen conocer mejor las
riquezas inagotables de la salvación.
Quiere proporcionar un punto de apoyo a los esfuerzos ecuménicos animados por el santo deseo
de unidad de todos los cristianos, mostrando con diligencia el contenido y la coherencia suma y
admirable de la fe católica. El Catecismo de la Iglesia Católica es finalmente ofrecido a todo
hombre que nos pide razón de la esperanza que hay en nosotros y que quiera conocer lo que cree
la Iglesia católica.
“Antes bien, santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, y estad siempre
prontos a dar respuesta a todo el que os pidiere razón de la esperanza en que vivís” 11
Este Catecismo no está destinado a sustituir los catecismos locales debidamente aprobados por las
autoridades eclesiásticas, los Obispos diocesanos o las Conferencias episcopales, sobre todo
cuando estos catecismos han sido aprobados por la Sede Apostólica. El Catecismo de la Iglesia
católica se destina a alentar y facilitar la redacción de nuevos catecismos locales que tengan en
cuenta las diversas situaciones y culturas, siempre que guarden cuidadosamente la unidad de la fe
y la fidelidad a la doctrina católica.
5. Conclusión
Al concluir este documento, que presenta el Catecismo de la Iglesia católica, pido a la Santísima
Virgen María, Madre del Verbo Encarnado y Madre de la Iglesia, que sostenga con su poderosa
intercesión el trabajo catequético de la Iglesia entera en todos sus niveles, en este tiempo en que
es llamada a un nuevo esfuerzo de evangelización. Que la luz de la fe verdadera libre a los
hombres de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirlos a la única libertad digna
de este nombre: la de la vida en Jesucristo bajo la guía del Espíritu Santo, aquí y en el Reino de los
cielos, en la plenitud de la bienaventuranza de la visión de Dios cara a cara.
9
Lc 22, 32
10
Jn 8, 32
11
1 P 3, 15
“Porque ahora miramos en un enigma, a través de un espejo; mas entonces veremos cara
a cara. Ahora conozco en parte, entonces conoceré plenamente de la manera en que
también fui conocido”12
“Por eso confiamos siempre, sabiendo que mientras habitamos en el cuerpo, vivimos
ausentes del Señor – puesto que sólo por fe andamos y no por visión– pero con esa
seguridad nos agradaría más dejar de habitar en el cuerpo, y vivir con el Señor” 13
12
1 Co 13, 12
13
2 Co 5, 6-8