La Practica Del Psicólogo en Instituciones Desde Un Posicionamiento en Derechos Humanos-1

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La práctica del psicólogo en instituciones desde un


posicionamiento en derechos humanos
Por: Dr Sebastián Grimblat
Profesor titular de la asignatura Psicología en Educación

Introducción

Tras conocerse los horrores de la segunda guerra mundial (1939-1945)


el mundo rápidamente comienza a encaminarse hacia una serie de
transformaciones que no solo reconfiguran el escenario geopolítico en lo
concerniente al conflicto en sí, como habitualmente sucediera en la historia
tras una victoria decisiva de un bando sobre otro en una contienda que
cambiara el curso de la historia. Sino que, a diferencia de lo sucedido
anteriormente los vencedores impondrán una agenda mucho más profunda
que por primera vez tendrá un alcance global. Cómo ya hemos abordado esta
cuestión en otro lugar1, dicho alcance no solo abarca una nueva legislación
con la que se enjuician y condenan los crímenes contra la humanidad, o el
hecho de que también se crean y despliegan políticas de desarrollo humano
a través de organismos internacionales. Tras la derrota del nazismo, los
vencedores pretenden crear un nuevo tipo de conciencia tanto individual
como colectiva que evite o impida repetir las recientes atrocidades. Dicha
conciencia parte de la simple premisa que consiste en que, si bien los Estados
tienen a su cargo la protección de las poblaciones, para decirlo rápidamente,
paradójicamente son estos quienes desarrollan la capacidad de ejercer
violencia, abusos, crímenes masivos u otro tipo de ultrajes en una relación
asimétrica con las personas que habitan bajo su influencia o jurisdicción. Más
allá de estos nuevos ideales de fundar un mundo mejor ante las atrocidades
del pasado reciente, rápidamente estos se disiparán frente a las tensiones de
un nuevo mundo que acelera su paso, ya bipolar en la confrontación de dos
sistemas socio-económicos, que se extenderá hasta la caída del Muro de
Berlín como emblema de la disolución de la Unión Soviética y el predominio
como sucede actualmente del capitalismo a escala global.

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Este tema ha sido abordado en profundidad en Vigilar y alimentar (Grimblat, 2019)
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La mencionada nueva conciencia, de la que ya se ha escrito


suficiente, especialmente en la segunda mitad del Siglo XX, comienza
con la simple pregunta de cómo fue posible Auschwitz. Luego ésta se
esparce tanto hacia el pasado como hacia el presente cuestionando el
accionar humano en situaciones en donde es precisamente el Estado
que por medio de sus instituciones, dispositivos y agentes es quién
lleva adelante una empresa criminal. En la simple pregunta de cómo
fue posible la creación de “las fábricas de muerte”, como se suele
caracterizar al campo de concentración, se hace necesaria la apertura
de más interrogantes: ¿cómo es posible que personas que integran una
cultura sofisticada se conviertan en artífices de actos atroces, y, que
estas personas incluso cometan actos que si los percibieran en
acciones de otros considerarían atroz o inmoral su accionar?
Finalmente, en qué consiste el hecho de que, en una sociedad, tal como
nos enseñan las experiencias donde ha habido violaciones a los
derechos humanos o crímenes masivos, algunos individuos escapan a
los consensos establecidos para perpetrar hechos atroces y de algún
modo u otro resistan. De esto último se desprende una interrogación
que este texto tratará de explorar: ¿en qué consiste semejante
fenómeno de resistencia: en un hecho ideológico, político, cultural?
O, más allá de ellos, en una capacidad singular del ser humano o de
nuestra especie, o de algún tipo de adquisición singular propia del
complejo proceso de hominización que puede advertir al individuo, o
a una comunidad, de tomar conciencia frente al fenómeno de la
crueldad.

Sobre la crueldad

Para responder a los interrogantes planteados más arriba, no es


la intención de este escrito hacer una genealogía o desarrollo histórico
del concepto de crueldad en un sentido amplio, sino remitirla a
algunos desarrollos psicoanalíticos pertinentes. A diferencia de lo que
sucede en diversas teorías psicológicas, como podrían ser las de
Piaget o Vygotsky, solo autores psicoanalíticos abordan la crueldad
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de forma indirecta en sus referentes clásicos. Por lo general, suele aparecer


vinculada a la actividad de la pulsión de muerte, a la agresividad, la
problemática del sadismo y la destructividad por nombrar las principales. Es
en los desarrollos de Fernando Ulloa donde la crueldad adquiere una
consistente conceptualización en varios planos: primero como una situación
que se da en el plano de la interacción humana. Segundo, como un fenómeno
que puede estar sostenido y avalado en una cultura. Finalmente, lo que creo
yo que es la tesis principal del mencionado autor, como una predisposición
general de la especie humana a producirla y reproducirla.
La obra de Fernando Ulloa en torno a la crueldad se reparte entre dos
libros principales La novela clínica psicoanalítica (1995) y Salud ele-mental
(2012), a lo que se suman una serie de conferencias en las que la temática ha
sido abordada en profundidad y otros artículos sobre psicoanálisis e
instituciones. A partir de aquí, abordaré en primera persona la exposición de
algunos de los desarrollos de Ulloa, a quien pude escuchar en varias
conferencias y con quien sostuve intercambios personales, de e-mails y
supervisiones clínicas. Sobre fines del año 2000, Ulloa visitó la Facultad de
Psicología invitado por la carrera de posgrado de Clínica Institucional y
Comunitaria a dar una charla a los cursantes de dicha carrera, a la vez,
también Fernando supervisaba a los equipos de la Colonia Psiquiátrica de
Oliveros. Es en ese contexto que establecí contacto e intercambios con él que
se extendería hasta su deceso. En dicho evento, Fernando menciona la
reciente conferencia pronunciada meses atrás en París, precisamente el 10 de
julio del mismo año en la Sorbona, donde Jacques Derrida aborda la
problemática de la crueldad en la crisis del psicoanálisis contemporáneo. El
texto de Derrida se conoce como Estados de ánimo del psicoanálisis: lo
imposible más allá de la soberana crueldad (2001) publicada en español
pocos meses después de haber sido dictada. En la mencionada conferencia a
los estudiantes de posgrado, Ulloa retoma algunos aspectos planteados por
Derrida como un aporte fundamental a sus ideas, especialmente la
puntualización del término crueldad que incorporará de allí en adelante en los
desarrollos sobre la encerrona trágica de su texto de 1995. En efecto, la
inquietante definición de Derrida de la crueldad como ejercicio pleno del
poder soberano, vale decir, aquel modo de ejercicio del poder en el que se
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suprime toda alteridad, y “el cruel” ejerce plena libertad de acción


sobre su víctima. El otro aspecto de la conferencia de París que resaltó
Ulloa es lo que Derrida nominó como “enfermedad autoinmune del
psicoanálisis” contemporáneo (agregaría yo hoy, crisis del
psicoanálisis francés de fines de los años 90 del Siglo XX) que
consiste en la pérdida de interlocutores de época con quién debatir. La
enfermedad autoinmune consistiría desde mi punto de vista, en una
retórica interna resistente, que termina también por suprimir la
alteridad y la interpelación. De ese modo, creo que esto impactaba a
Ulloa, el mismo psicoanálisis puede convertirse en un dispositivo
cruel, que, como toda enfermedad autoinmune, se ataca a sí mismo y
se destruye.

La encerrona trágica como espacio necesario para la


emergencia y despliegue de la crueldad

Ulloa encuentra en la encerrona trágica la escena, el modo de


espacio en el que se compone el dispositivo elemental para que emerja
y se despliegue la crueldad. Como propusimos más arriba, esta
implica tres instancias que iremos desplegando oportunamente: como
hecho espontáneo de la vida cotidiana, como dispositivo institucional,
como predisposición de la especie humana a ejercerla.
En las diversas exposiciones sobre esta cuestión, Ulloa solía
definir la encerrona trágica del siguiente modo: dos personas cruzan
sus autos en una esquina, tras discutir pasan a los golpes, uno cae, y
quién queda de píe, en lugar de dar la contienda por terminada, golpea
salvajemente al que quedó en el suelo. Quien quedó en el suelo y
padece el castigo, queda a merced de su agresor, este tiene el poder
absoluto sobre su víctima tanto para seguir ocasionando daño como
para finalizar. De ese modo tanto la vida de la víctima como la muerte
dependen de una misma instancia. Dicha escena de la vida cotidiana,
como otras que formen un escenario similar, constituyen o
potencialmente pueden generar la encerrona y el despliegue cruel.
Esta situación, que bien puede surgir en diversos escenarios sociales
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sin premeditación, termina componiendo una relación idéntica con lo que


sucede en la relación entre el torturador y el torturado. El “triunfo” del
torturador no es matar al torturado, sino implantar en él la idea de que es
dueño tanto de su vida como de su muerte. Es decir, la vida y la muerte del
torturado dependen de una misma instancia, en donde el ejercicio del poder
soberano por parte del torturador, sin ningún tercero de apelación o alteridad
medie en el vínculo. El poder soberano, mediante el ejercicio de la crueldad
permite la actuación sin restricción de “la libertad” del torturador, ya que
puede descargar sobre la víctima la crueldad sin límites. Bajo estos
argumentos, tanto Ulloa como Derrida coinciden en que el ejercicio del poder
soberano degrada a la civilización y la cultura, llevando la acción humana a
los niveles pulsionales más elementales. De ese modo, el poder soberano
logra eludir la renuncia a lo pulsional tanto necesario como constitutivo del
lazo social. A diferencia de lo que puede surgir en una situación espontánea
donde se genera una encerrona trágica, la escena entre el torturador y el
torturado, tomando como referencia lo ocurrido en la argentina,
especialmente durante la dictadura militar (1976-1983), requiere de una
estructura institucional que no solo la permita, sino que pretenda generar
impunidad hacia quienes perpetraron los hechos. Sin llegar a los extremos de
horror de la última dictadura militar, la encerrona es una instancia que puede
producirse en el ámbito institucional cuando las condiciones así lo permiten
o son creadas para su fin. Esto sucede cuando se acentúan las asimetrías entre
los sujetos y se elimina o reduce la posibilidad de interpelación de un espacio
de terceridad a la institución. Este punto lo abordaremos más adelante.
Desde mi punto de vista, el principal aporte de Ulloa a la problemática
de la crueldad, radica en el desarrollo metapsicológico de una suerte de
predisposición de la especie humana tanto a ejercerla, como de la generación
de recursos subjetivos para contenerla o evitar las instancias que la producen
y despliegan. La importancia de esta cuestión radica en que el ejercicio de la
crueldad está más allá de lo educable, de la corrección política o de la simple
voluntad de no ejercerla. Las personas pueden identificarse con discursos que
superficialmente engloban ideales humanitarios, sublimes, pacíficos y
bondadosos y de forma escindida o perversa generar encerronas trágicas en
la medida de que se establece en el escenario institucional una asimetría
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irreductible con el otro. Al respecto, últimamente se viene banalizando


en diversos círculos el concepto de ternura que el mismo autor
propone, aplicándolo a modo de un antídoto ante la emergencia de la
crueldad, o una impostura social, que más que desactivar la crueldad
termina denegando la violencia ejercida, sobre esto volveremos más
adelante. Recapitulando sobre las ideas principales, Ulloa propone
una tesis metapsicológica sobre la crueldad retomando algunos
desarrollos teóricos del psicoanalista inglés Ronald Fairbairn,
específicamente cuando este imagina a un bebé en el momento de
dependencia absoluta con el otro humano, ante el incremento de
tensión de necesidad y la postergación de la asistencia ajena. Fairbain
sostiene que si este niño hipotético pudiera pensar, si tuviese los
recursos en una etapa tan precoz de la vida, mientras se sostiene la
tensión, pensaría “que sus padres son inmensamente crueles”. Es
decir, el lapso de tiempo de privación o frustración, es sostenido desde
el pensamiento de que dicho sufrimiento es producto de la crueldad
de sus padres. Bajo este planteo, Ulloa introduce la lógica de la
encerrona trágica y el despliegue de la crueldad, en el escenario
constitutivo fantasmático del sujeto. La idea del psicoanalista
británico, tal como la expone Ulloa, bien podría ser la contracara de
la vivencia de satisfacción teorizada por Freud, donde él bebe al
encontrarse en un estado de excitación prolongado, lejos de vivenciar
la satisfacción, experimenta fantasmáticamente (en la medida de que
ya habría una representación) no solo la crueldad del otro, sino un odio
precoz hacia el objeto. Esto mismo podríamos metaforizarlo del
siguiente modo: “el objeto no es una muestra de amor del otro hacia
mí que me satisface”, pensaría dicho bebe, sino “el objeto es malo
porque yo lo odio en la medida de que la espera me hace sufrir más de
la cuenta por él”. De ese modo, el objeto (en manos del otro) en cuanto
posterga su aparición se convierte en fuente de excitación y de dolor
intolerable. A lo que se sumaría que éste objeto en poder del otro, le
da a este último el poder tortuoso de seducción. En resumidas cuentas,
cuando se expresa esta contracara de la vivencia de satisfacción, el
otro tiene la capacidad de frustrar y seducir de más, vale decir, hacer
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sufrir y generar dependencia. En el extremo de esta vivencia, siguiendo a


Ulloa, estos padres hipotéticos se asemejan a la escena anteriormente
expuesta del torturador y el torturado ya que tanto la vida como la muerte del
bebé dependen de la misma instancia, en este caso, de las pulsiones de los
padres. Cuando esto sucede, la experiencia de satisfacción deviene encerrona
trágica, en la medida de que se acentúa la dependencia de padres crueles que
simbólicamente estarían diciendo “vos tomas el pecho porque yo ye lo doy”.
Esto último, bien puede promover una identificación con el objeto por parte
del bebé e invertir la cuestión diciendo “ahora el pecho soy yo”, vale decir,
es el bebé quién pasa a ejercer la crueldad omnipotente. Posiblemente, dado
el contexto del debate, Fairbairn extendería este vínculo cruel y dependiente
de la madre y el bebé a la relación transferencial entre el paciente y el analista,
cuestión no menor que abordaremos más adelante.
Consciente de este escenario complejo de predisposición a la
crueldad, Ulloa sigue a Winnicott, quién conceptualiza la función del otro de
modo tal que pueda intervenir frente a dicha vivencia temprana donde la
psique se encuentra en un estado de precocidad y puede generar pensamiento
destructivos. Winnicott (1971) define a la “madre suficientemente buena”
como quién ni excita ni frustra de más. A esta función, Ulloa la denomina
ternura, en otras palabras, la ternura no solo no excita ni frustra en exceso,
sino que permite que la cría humana pueda crear el objeto (siguiendo a
Winnicott) sobre un objeto ya existente en el mundo real que no violente la
asimetría antropológica entre él bebe y el adulto. Para que el adulto pueda
ejercer dicha función, es necesario que, (por lo general la madre), comprenda
que ella “crea en el bebé un objeto ya existente”, que no es una mera creación
de su mundo fantasmático o de descarga de sus pulsiones, sino que en el bebé
hay otro “sujeto” con necesidades reales a asistir. De ese modo, la ternura se
convierte en un principio ético constitutivo de lo humano, es decir, el otro es
el otro, no soy yo en todo el sentido que el filósofo Emanuel Levinas otorga
al encuentro con la mirada del otro. Esta misma idea, ya está presente
tempranamente en la obra Freud, cuando sostiene en el Proyecto de
psicología para neurólogos (1993) que la asistencia ajena de la madre hacia
la cría humana es el surgimiento del escrúpulo. En ideas más actuales, Silvia
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Bleichmar (2021)plantea que una madre “sana” alimenta al bebé, no


solo porque tiene hambre sino para que éste no sufra.

La práctica del psicólogo en instituciones desde un


posicionamiento en derechos humanos

Recapitulemos las ideas anteriormente expuestas, hay una


predisposición de la especie humana al ejercicio de la crueldad, y a la
vez un principio ético que la limita como logro de la cultura. El
escenario cruel, puede darse en la medida de que se generen las
condiciones de encerrona y los sujetos no encuentren mediación que
limite el ejercicio de la crueldad, lamentablemente abundan ejemplos
en los linchamientos, asesinatos diversos, u otros hechos de violencia
y abusos tanto en los escenarios vinculares como institucionales. Estas
últimas no están exentas de constituirse en escenarios de crueldad,
especialmente cuando el uso del poder se lo ejerce como comúnmente
se denomina “ser juez y parte”. La violencia institucional se establece
cuando las personas deben reclamar ante la violencia padecida con
quienes, precisamente la ejercen negándola. Los motivos y las formas
por las que se emprende este camino pueden ser diversos, pero no por
ello menos crueles.
Una perspectiva en derechos humanos desde la psicología, es
precisamente captar los analizadores institucionales, las escenas y
montajes que dan cuenta las encerronas trágicas, y en la medida de lo
posible ponerlos a trabajar.
Como ejemplo de esto último, expondré una supervisión
atípica que tuve Ulloa mientras caminábamos varias vueltas a la
manzana. Él había finalizado una conferencia en la que asimilaba la
crueldad con la idea de ausencia de renuncia a lo pulsional, tal como
expusiera Freud en El Malestar en la cultura (1993). Recuerdo haber
intervenido en las preguntas diciéndole algo así: “la madre impone
una renuncia a lo pulsional al bebé, pero le ofrece una civilización a
cambio”. Al finalizar el evento que no había contado con una gran
concurrencia, Fernando se acerca donde me encontraba con la
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amabilidad que lo caracterizaba y su sentido del humor tan singular y


agradece mi intervención.
Yo le comento que estoy haciendo mi experiencia en un centro de
salud que asiste una demanda muy compleja, y él me invita a caminar vueltas
a la manzana hasta que se inicie el próximo panel. Era el año 2001, y los
centros de salud estallaban de dramáticas situaciones. La conversación en un
momento se orientó a que muchas veces, el horror de las situaciones que se
asisten activaba modos invasivos o crueles en los dispositivos de asistencia
tanto médicos como de salud mental. Recuerdo que le comenté de una viñeta
donde una colega, desbordada por la complejidad de las situaciones, sin
autorización de una madre, entró en una vivienda y se quedó junto a unos
niños que vivían allí, para luego cuestionar en las reuniones de equipo los
modos de cuidado de esa mamá. Esta colega, siempre bien predispuesta, con
un gesto amable y dulce cuestionaba a dicha madre, pero no se preguntaba
por su propia intervención, ni qué la había motivado y si había sido pertinente
haber ingresado en un hogar ajeno. Le dije a Fernando, a veces nuestros
dispositivos ejercen una “despiadada dulzura” sobre las poblaciones. Él se
detuvo y repitió “despiadada dulzura”, me tomó fuerte del brazo (al escribir
estas palabras puedo sentir su mano) y me dijo “la estatua de La Pietá, la
piedad de Miguel Ángel, María tiene a Jesús muerto en su regazo, por razones
de perspectiva, para que el observador vea una obra proporcionada, María
sentada, si se parase mediría cerca de tres metros de altura, pero sentada con
su hijo en brazos, es armoniosa y proporcionada. ¡La despiadada dulzura!
(Exclamó Fernando y apretó más fuerte mi brazo) es cuando María se para y
es monstruosa… es piadosa sentada y despiadada cuando se levanta.”
Despiadada dulzura, exclamó nuevamente, interesante… dijo en tono
reflexivo, y seguimos caminando.
Desde mi visión y a modo de conclusión, ese debe ser el
posicionamiento de un psicólogo en instituciones desde una perspectiva de
derechos humanos. En palabras simples, desarrollar la sensibilidad y la
conciencia que evite el ejercicio despiadado de la profesión, en la medida de
que el analista sepa implicarse en la escena transferencial. Que pueda advertir
las asimetrías que él mismo compone para evitar generar la encerrona trágica,
en otras palabras, analizar la propia implicación. Cuántas veces en nombre de
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grandes ideales, enumerando grandes principios, o bajo el sentimiento


de representar proyectos sublimes se avanza sobre el otro de forma
despiadada se somete al otro a la encerrona.

Bibliografía
Bleichmar, S. (2021). Aportes psicoanalíticos para una teoría de la inteligencia.
Buenos Aires: Noveduc.

Derrida, J. (2001). Estados de ánimo del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

Freud, S. (1993). El malestar en la cultura. Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1993). Proyecto de psicología para neurólogos. Buenos Aires:


Amorrortu.

Grimblat, S. (2019). Vigilar y alimentar. Rosario: Laborde.

Ulloa, F. (1995). La novela clínica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidos.

Ulloa, F. (2012). Salud ele-mental. Buenos Aires: Libros del zorzal.

Winnicott, D. (1971). Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona: Paidós.


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