Pareja Violenta

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¿Es pareja una pareja violenta?

La violencia está presente entre nosotros y quizás también en nosotros. Desde


hace ya mucho tiempo que venimos pensando sobre los aspectos que la
sustenta, los mitos y los prejuicios de que se vale, los mecanismos de
naturalización e invisibilización que la acompañan. La violencia está integrada a
nuestras prácticas, en nuestra historia, en nuestro contexto sociocultural... y en
la cotidianeidad de la pareja y la familia.

Esto ha generado la preocupación por poder reflexionar acerca del vínculo entre
pareja y violencia, cómo se da el interjuego de ambos aspectos. Nos
preguntamos si frente a la existencia de situaciones de violencia conyugal- un
tipo de violencia doméstica- esa relación de “dos” puede ser pensada como
configurando una pareja. Varias interrogantes surgen en relación con ello como
ser: ¿Cómo a la persona que “se quiere más” se la trata peor? ¿Cómo pueden
coexistir afectos de amor y de odio tan intensos en un mismo vínculo? ¿Cómo
aquel que se presenta con una modalidad de maltratador siente sinceramente
que quiere a aquella persona que maltrata? Pero a su vez, ¿cómo la persona
que es maltratada tiende a mantener y sostener ese vínculo, sintiendo
francamente amor hacia esa persona que la daña?

En definitiva nos preguntamos: ¿es pareja una pareja violenta? Esta interrogante
plantea la base del presente trabajo. Definiremos ambos términos: violencia
doméstica y pareja y a partir de los aspectos abordados, incluyendo las
dimensiones intra, inter y transubjetivas, intentaremos respondernos a la
pregunta formulada.

El tema es muy extenso y complejo por lo que requeriría de un análisis más


amplio y desde diferentes miradas disciplinares que excede los objetivos de este
trabajo.
Pareja y violencia doméstica:

Entendemos por pareja, de acuerdo a Berenstein y Puget (1988, p 17) a una


relación definida por los siguientes elementos constantes y presupuestos que se
denominan parámetros:

 Cotidianeidad: tiempo y espacio donde transcurren los encuentros y


desencuentros de la pareja. Ciertas rutinas, alternancias de ritmos que son
comparables con aquellas por las que transitó un bebé y le permitió en su
alternancia crecer.

 Proyecto vital compartido: el que permite unir y reunir a la pareja en un


proyecto futuro.

 Relaciones sexuales: definida en su momento como la interrelación de la


pareja a través de los órganos genitales y otras zonas que revisten el carácter
de erógenas e intervienen como preliminares en dicha relación.

 Tendencia monogámica: definido como” ligamen matrimonial con un


cónyuge” (p 22).

Más allá de los cambios sociales que hemos y estamos atravesando y afectan
significativamente a la forma de “ser pareja” en la actualidad y teniendo en
cuenta también la relatividad y flexibilidad con que podemos considerar a estos
parámetros, creemos que los mismos continúan definiendo desde el punto de
vista fenomenológico la relaciones de pareja.

Pero a su vez quizás esto no sea suficiente para denominar como pareja a un
vínculo. Muchas parejas podrían estar incluidas dentro de los parámetros
definidos, pero de acuerdo a sus modalidades de interacción, a las formas de
funcionamiento probablemente podríamos reflexionar si realmente se pueden
denominar así. Pareja también implica un conjunto de aspectos que hacen a las
maneras de transitar por el vínculo conyugal, que incluyen emociones básicas,
angustias, aspectos de la historia de esos sujetos, así como de la forma en que
se ensambla esa relación. Nos referimos también a aspectos fundantes y
constitutivos del vínculo, a los acuerdos inconscientes, a los pactos, a formas de
funcionamiento atravesadas por diversas paradojas, que se encuentran en el
núcleo de la formación de la pareja. ¿Cómo pensar algunos de estos aspectos
en un vínculo de pareja violento? Primero definiremos este segundo concepto.

La violencia doméstica es un tipo de violencia de género, que se da en el ámbito


de lo privado en ciertas relaciones afectivas. Es quizá una de las violaciones de
derechos humanos más extendidas y más antigua. La definimos de la siguiente
manera:

“Toda acción u omisión, directa o indirecta, que por cualquier medio


menoscabe, limitando ilegítimamente el libre ejercicio o goce de los derechos
humanos de una persona causada por otras con la cual tenga o haya tenido
una relación de noviazgo o con la cual tenga o haya tenido una relación
afectiva basada en la cohabitación originada por parentesco, por matrimonio
o por unión de hecho.”

Agrega la ley que esta forma de violencia es una de las formas de manejo de
poder y se ejerce generalmente sobre todo grupo de menor poder relativo: niños,
mujeres, ancianos.

Se entiende, entonces, por Violencia Doméstica un tipo particular de ejercicio


abusivo de la fuerza o el poder que daña a las personas con las que se tiene un
vínculo de cuidado y a las que se debe proteger. En este sentido Aguiar (2003,
p 17) plantea que la violencia conyugal es “una forma de ejercicio del poder…
mediante el empleo de la fuerza (física, psicológica, política, económica) e
implica una asimetría, un "arriba" y un "abajo" reales o simbólicos que adoptan
habitualmente la forma de polos complementarios”.
Remitirnos a la violencia doméstica es referir a una forma de violencia de género
y generacional, sostenida, legitimada y perpetuada por una cultura patriarcal y
adulto céntrica, que se expresa en el ámbito familiar a través de relaciones de
dominación. Los estereotipos de género imperantes habilitan la violencia hacia
las mujeres tanto en el ámbito público como en el privado, mientras ubican a las
mujeres como un colectivo social con menor poder y valor social y consolidan la
supremacía de los varones. La discriminación, la inequidad y la violencia se
producen y reproducen legitimadas por las normas sociales y culturales de esta
ideología patriarcal.

Pensando la violencia doméstica en las relaciones de pareja:

Leonor Walker en 1979 (p 55), describió el carácter cíclico del fenómeno de la


violencia e identificó tres fases o momentos que viven las parejas violentas, que
varían en tiempo e intensidad, para la misma pareja y entre las diferentes
parejas:

 Acumulación de tensión, cuando el “maltratador” se encuentra irritado,


celoso, posesivo, autoritario y controlador, amenaza con golpes humilla e insulta,
en esta etapa la violencia se presenta más con agresiones verbales y
psicológicas que físicas.

 Etapa aguda, donde surge muchas veces la violencia física incluso puede
concluir con violación o la muerte. Una vez que el ataque comenzó, sólo el
agresor lo puede detener, es incapaz de ver o escuchar a la persona agredida,
su furia no tiene que ver con lo que haya hecho la persona agredida sino con un
proceso interno.

 Luna de miel o arrepentimiento: el maltratador se arrepiente y promete que


nunca más se repetirá, pide perdón. En general la persona agredida piensa que
esto durará mucho tiempo. El agresor niega la gravedad de la acción. La persona
agredida piensa que ella es culpable de la situación que está transitando.

Reflexionando sobre esto, vemos que los diversos momentos del ciclo remiten
a una forma de elección de objeto amoroso regida por el mecanismo de
idealización, donde la idealización negativa que aparece en las fases de
acumulación de tensión y de la etapa aguda del ciclo de la violencia pasa a ser
positiva en la fase luna de miel, pero persiste como mecanismo.
Y éste es un mecanismo, frecuente al comienzo de las conformaciones de las
parejas, pero que en la medida que se perpetúa también conlleva un potencial
de violencia. Violencia dada al no reconocer al otro como otro. Pero a su vez
porque sabemos que todo lo idealizado corre el riesgo inevitable de des-
idealizarse, de des-ilusionar.

Esta forma de relacionamiento de las parejas descrita a través del círculo de la


violencia muestra también un tipo de funcionamiento vincular fusional.

Berenstein y Puget (1988, p 54) han conceptualizado este tipo de estructura de


funcionamiento como de tipo 1, vinculo dual, en este caso asimétrico de
complementariedad, cuyo afecto de base es la violencia. Tiene como una de sus
características la inmovilidad temporal, se evitan los cambios ya que estos se
identifican con una posible sensación de inestabilidad en la pareja. Si un
miembro de la pareja decide la separación probablemente el otro recurra a
diversas formas de mantener el vínculo o el contacto y no acepte esta posibilidad
de cambio.

Además de la disfunción temporal reseñada, también coexiste una disfunción


semántica “reducir a alguien a ser transparente a fin de imponer una
semantización única” (Puget, 1988, p 62). Es lo que sucede con las
argumentaciones del agresor acerca de las razones por las que es violento con
su cónyuge. De alguna forma prevalece un pacto de sumisión.

Ante tal exigencia la cotidianeidad se convierte poco a poco en cercenante. La


complementariedad fracasa y surge el temor a la autonomía del otro y a la
posibilidad de abandono a partir de ello. El que controla y daña, lo hace como
manera de anular la autonomía a la otra persona.

Difícil es para la persona que sufre estas situaciones poder comprender la


falsedad de los argumentos que se imponen. Debemos recordar que en estos
casos además la pertenencia social de los miembros de esta relación se va
debilitando, se produce muchas veces el aislamiento como forma de ocultar, de
no mostrar las situaciones que se están transitando. Esto fortalece más aún los
argumentos que se imponen en el vínculo.

A esto se agrega que en multiplicidad de oportunidades estas modalidades de


relacionamiento son repeticiones de los distintos tipos de violencias padecidas
por sus antepasados que vienen a re-presentarse en el vínculo de la pareja con
distintos matices, según las peculiaridades de esa transmisión psíquica.

Los efectos de la violencia en los vínculos de pareja son múltiples y de intensa


magnitud para aquellos que sufren esta situación. Dichos efectos también
estarán directamente relacionados a la gravedad y el riesgo de cada situación
de violencia en particular.

En las situaciones de violencia conyugal que revisten mayor gravedad y riesgo


se observan las características que se describen a continuación.

Puget y Berenstein (Aguiar, 2003, p17) definen la violencia como

"un acto vincular cuyo objetivo es el deseo de matar, eliminar psíquicamente


o físicamente a otro sujeto, o matar el deseo en el otro… transformándolo en
un “no sujeto” al privarlo de todo posible instrumento de placer y por lo tanto
de sentido de existencia”.

Señala la autora antes mencionada (Puget, 1993, p17) que la posibilidad de


decidir es anulada, se manipula al otro para anular su capacidad de pensar con
autonomía. La persona violentada tiende a alienarse y si la violencia es
permanente vive en estado de amenaza, deja de desear. Aguiar (2003, p18) en
el mismo sentido, agrega que… "Violencia remite a violación, con todo su sentido
metafórico: provocar un agujero en un espacio que no lo tiene o utilizar los
preexistentes para doblegar y quitarle a la otra persona su opción de dejar entrar
o prohibir entrar” El violentado de alguna manera pierde la posibilidad de
decisión.
Pensando en la configuración pareja y teniendo en cuenta lo referido por estos
autores, surge una idea muy clara: la violencia progresivamente anula a uno de
las partes o polos del vínculo. Lo que supone un intercambio entre dos polos a
dos direcciones parece estar paralizado en una sola dirección, sin el juego de
mutuas afecciones.

Pero entonces, si la violencia produce un desconocimiento del otro como sujeto,


si en el acto violento se anula el deseo de uno de los miembros del vínculo, en
una pareja que transita una relación violenta ¿podemos llamarla pareja?

Si pareja es definida a través de los parámetros antes mencionado-


cotidianeidad, tendencia monogámica, relaciones sexuales y proyecto vital
compartido- parece ser posible denominarla así.

Pero por otro lado, el concepto de pareja remite al interjuego de dos


subjetividades y en el funcionamiento antes mencionado no parece ser posible
reconocer dos.

Creemos que en una relación de pareja violenta se pierde el carácter dual del
vínculo. Uno de los miembros del vínculo al no tener voz, deseo, posibilidades
de existencia en el mismo, de alguna manera “desaparece”, dejando de
funcionar como una relación de “dos”.

En el mismo sentido, en otro artículo, Puget (2001, p4) afirma que una de las
consecuencias de la violencia es la “desubjetivación de otro”. En forma brusca o
progresiva el atacado va ocupando “un lugar de no lugar”. Esto se agrava cuando
aparecen ciertas justificaciones o argumentaciones que acompañan al acto
violento, produciendo en la persona atacada mayor confusión, sentimientos de
culpa y vergüenza e incluso alienación. La misma justificación de quien violenta
produce impotencia en quien es violentado, al punto de sentir que le es imposible
dejar de pertenecer a esa relación.

¿Encontramos entonces dos subjetividades en estas relaciones? ¿Podemos


pensar en una pareja de esta manera? Quizás sí, en algún momento existió una
pareja y progresiva o bruscamente dejó de tener muchas de las características
de esta configuración.

Lo que parece claro además son las importantes dificultades para dejar de
pertenecer a estos vínculos que en general aparecen en las personas que sufren
estas situaciones. La progresiva desubjetivación a la que están expuestos
impide además poder contestar la pregunta que da origen a este trabajo,
remitiéndonos a los propios sentimientos y creencias de los involucrados.

Creemos que es necesario seguir profundizando y reflexionando sobre estos


aspectos.

Fuente: Durán, M. Seminario de Pareja I.

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