Actividad Texto Narrativo Identificacion Narrador
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Texto 1. "Traspona el sol las chatas montaas, blancas y negras colinas de Saimor, Cerro de los Palomos y Santa Catalina, volcn. Por la llanura de jables y caliches corran las sombras de los montes como tres dedos negros. Atrs, lejos an, vena la sombra grande. la sombra de Timanfaya, que ya no es ni sombra de cordillera. Por all est la Montaa del Fuego, que es el corazn y permanece caliente como si la isla recin acabase de morir. Sobre las cenizas del Llano de los Ajaches estn las ruinas de San Cristobaln, que fue iglesia o ermita, y de la cual slo quedan cuatro muros bien desvencijados. De la figura de don Abel, pocos trazos tena yo en mi cabeza. [...] En medio del llano, y tal como me haban dicho, se alzaba un gran cono de cenizas volcnicas, un crter fsil rodeado de tierras negras y rojas con manchas claras de feldespatos y calizas. [...] Una figura con amplio sombrero de paja trenzado se entretena en vaciar cubos de agua en una especie de poceta formada con lajas y cal. Estaba de espaldas a m y se encorvaba para derramar el lquido lentamente. Tena sobre los hombres a modo de chaqueta, una vieja guerrera de soldado con parches de otra tela en los codos, sin botones, hombreras ni bolsillos. A juzgar por lo que se vea, el vestido pareca an ms viejo y descuidado. Cuando negro pudo ser nuevo, pero ahora, aquella especie de faldn tena un color entre verdoso, pardo. gris o ceniza que yo nunca he sabido distinguir, porque es el color de los gatos ms vulgares. Una tierra rojiza, propia de los contornos, se adhera al ya encartonado tejido. [...] Le di las buenas tardes pero no me contest. Ni siquiera se volvi para verme. Continu un rato echando lentamente el agua en la poceta. Yo me sent a descansar, esperando que me brindase un poco del apreciado lquido [...]". Rafael Arozarena, Marara. Interinsular Canaria, S/C de Tenerife. 1983, pp. 189-190. Texto 2. Nico, Nardi y el Mutana se quedaron en su escondite, en tanto que Pipo se acercaba sigilosamente hasta la furgoneta. Tras rodearla, mir por la ventana que daba al muro y comprob lo que ya supona. El coche no tena alarma y, si dispona de ella, la extraa pareja no la haba conectado. No se vea, en la oscuridad de la cabina interior, ninguna luz roja ni fija ni intermitente. Pipo Luque sac de su bolsillo una navajita suiza multiusos que llevaba siempre consigo, la abri por la parte de la tijerilla e introdujo una de las puntas en la cerradura. Al mismo tiempo. con el codo, dio un golpe seco unos centmetros por debajo de la manija situada justo encima de la ranura en la que estaba hurgando. Estaba chupado: sa era su especialidad. Zas. Apenas un chasquido seco. El fechillo del seguro salt inmediatamente hacia arriba. Con muchsima cautela y muy despacio, Pipo Luque abri lo suficiente la puerta como para introducirse. con una leve contorsin, en el interior del vehculo... El Mutana, el Bombillo y el Candiles se esforzaban por ver qu haca Pipo, pero no lo conseguan. La furgona quedaba debajo de un laurel de enorme copa que tapaba la iluminacin de las farolas. [...] Al veteransimo fotingo del inspector le cost Dios y ayuda trepar por los empinados caminos de La Matanza hasta llegar, entre resoplidos agnicos del motor, lo ms cerca posible de donde tena lugar el fenmeno. La historia del Bicho de Los Realejos se repeta, segn pudo observar Chinea, con total exactitud. El paraje, cerca de la ermita de Las Cruces, al lado justo del endiablado barrancode vertiginosas paredes y profusa vegetacin, estaba lleno de coches no haba modo de aparcar y aparte de los
guachinches cercanos, abarrotados de una clientela inusual, se haban instalado todo tipo de negocios ambulantes por los alrededores: hasta una mquina de azcar algodonoso, adems de quioscos de helados, freiduras y los tpicos chiringuitos que expandan en el ambiente el fuerte olor de la carne de fiesta. El caso es que, entre el vocero de los excursionistas, alguna que otra guitarra parrandera, las discusiones y el calor de los envites de cartas, si del fondo del barranco provena algn ruido inquietante o misterioso, ahora no se poda or... Chinea encendi uno de sus puros. Se senta a gusto metido de lleno aunque slo fuese como observador, en estos tenderetes ajenos al calendario laboral y a los festejos que se montaban, de vez en cuando, las buenas gentes noveleras. Jos H. Chela, Pipo Luque y el inspector Chinea. Editorial Santillana (Alfaguara). Madrid, 1996, pp. 89-96-97. Texto 3. "Paulina la miraba de reojo. Ahora Carmen se haba puesto la blusa por encima del traje de bao, recogindola con un nudo a la cintura; estaba tendiendo la falda a secar. Oy a Daniel que la llamaba. Tena una pinta divertida, el otro, rascndose la nuca y con la cara toda roja de sueo y las marcas de la tierra que se le haban grabado, como una viruela, en la mejilla. Sac una voz como asustada: Dnde se han ido todos? Carmen se sonrea de verlo as. All estn, hombre le dijo, all estn, no los ves? R. Snchez Ferlosio, El Jarama.