Oficio de San Roque CNC
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SAN ROQUE GONZALEZ DE SANTA CRUZ, ALONSO RODRIGUEZ Y JUAN DEL CASTILLO
Breve biografía
Nuestro primer santo paraguayo nació en 1576 en la ciudad de Asunció n. Fue uno
de los diez hijos del escribano real Bartolomé Gonzá lez y de María de Santa Cruz. Desde
niñ o, atraído por las cosas de Dios, no só lo participaba con alegría de la doctrina, en la que
enseñ aban el catecismo para la primera comunió n, sino ademá s fue monaguillo de la
catedral. Hablaba un perfecto guaraní y era há bil para las faenas del campo. De familia
acomodada, su hermano llegó a ser Teniente General y Gobernador de Asunció n. Fue
ordenado sacerdote a los 22 añ os por Monseñ or Hernando Trejo y Sanabria, obispo de
Có rdoba, siendo así uno de los primeros sacerdotes diocesanos ordenados en la regió n del
Río de la Plata. Fray Martín Ignacio de Loyola, obispo de Asunció n y sobrino - nieto de San
Ignacio de Loyola, lo nombró pá rroco de la catedral de Asunció n.
Ya desde el inicio de su labor pastoral, tenía una gran pasió n por la atenció n a los
indígenas, a quienes amaba entrañ ablemente. Fue uno de los primeros sacerdotes en
incursionar en el Chaco. Su abnegada dedicació n a los demá s, junto con su espíritu
prá ctico, le mereció el cargo de provisor y vicario general de todo el obispado, el cual
rechazó para ingresar al noviciado de la Compañ ía de Jesú s el 9 de mayo de 1609. Acabado
su noviciado, fue enviado a la recién fundada reducció n de San Ignacio Guasu, donde se
dedicó con admirable entrega y creatividad a la organizació n de la primera reducció n
jesuítica del Paraguay.
Algunos bió grafos y cronistas señ alan que el entonces P. Roque era el alma de la
vida litúrgica y religiosa de la reducción, a la vez que un solícito promotor de su vida
econó mica y social, sin descuidar la cura de almas. Su anhelo de llevar el evangelio a sus
“nuevos hijos”, como él solía llamarlos, le llevó a emprender la fundació n de 10
reducciones má s: San Ignacio Miní (1613), Encarnació n (1615), Concepció n de la Sierra
(1619), Candelaria (1627), San Javier y otros centros ubicados sobre la costa del río
Uruguay. Sobre ese río se extendió hacia el sur, fundando la Reducció n de Yapeyú , en la
actual provincia de Corrientes . De Yapeyú , partió hacia tierra adentro en el sur del
actual Brasil, fundando las reducciones de San Nicolá s, Asunció n del Iyuí y Ca’aró .
En la regió n de Iyuí, el P. Roque tuvo grandes diferencias con el cacique Ñ ezú . Fue
así que el día 15 de noviembre de 1628, esta reducció n es destruida y Roque es asesinado
junto al padre españ ol Alonso Rodríguez y el cacique Arasunu en el Ca’aró . Este cacique
había llegado momentos después del martirio de San Roque, reprendiendo a los indígenas
por su ensañ amiento y crueldad, y fue también asesinado por éstos. La misma suerte
corrió dos días después, el 17 de noviembre de 1628, el P. Juan del Castillo, muerto de
manera atroz.
NOTAS:
d) ORNAMENTOS ROJOS.
15 DE NOVIEMBRE
LAUDES
Salmo 94
Durante cuarenta añ os
aquella generació n me repugnó , y dije:
Es un pueblo de corazó n extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi có lera
que no entrará n en mi descanso»
Príncipes de la Iglesia,
guerreros vencedores,
soldados de la corte del cielo
y esplendidos luceros del mundo.
SALMODIA
Ant. 1. Bendito sea el Señor que así mueve los corazones y sabe hacer de publicanos
y pecadores amigos suyos
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con jú bilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Ant. 1. Bendito sea el Señor que así mueve los corazones y sabe hacer de publicanos
y pecadores amigos suyos
Ant. 2. El Señor sea alabado infinitamente, pues así es admirable en sus criaturas
No se dice Gloria al Padre.
Ant. 2. El Señor sea alabado infinitamente, pues así es admirable en sus criaturas
Ant. 3. El Señor sea alabado por todo, que es digno de toda alabanza y gloria, que
nosotros estamos contentos con nuestros desprecios por ser voluntad suya
Salmo 149
Ant. 3. El Señor sea alabado por todo, que es digno de toda alabanza y gloria, que
nosotros estamos contentos con nuestros desprecios por ser voluntad suya
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señ or Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo
consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que
está n en toda tribulació n, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por
Dios. Porque si es cierto que los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también
por Cristo rebosa nuestro consuelo.
Responsorio Breve
V: Gloria al Padre…
R: Con su sangre honraron, santificaron y fertilizaron nuestra tierra
PRIMERA LECTURA
Hermanos:
Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos
descubrirá . Porque la creació n, expectante, está aguardando la plena manifestació n de los
hijos de Dios; ella fue sometida a la frustració n, no por su voluntad, sino por uno que la
sometió : pero fue con la esperanza de que la creació n misma se vería liberada de la
esclavitud de la corrupció n, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que hasta hoy la creació n entera está gimiendo toda ella con dolores de
parto. Y no só lo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos
en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redenció n de nuestro
cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es
esperanza. ¿Có mo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no
vemos, aguardamos con perseverancia.
Pero ademá s el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos
pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
inefables. Y el que escudriñ a los corazones sabe cuá l es el deseo del Espíritu, y que su
intercesió n por los santos es segú n Dios.
Sabemos también que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha
llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen
de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó , los
llamó ; a los que llamó , los justificó ; a los que justificó , los glorificó .
¿Cabe decir má s? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿có mo no nos dará todo
con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará ?
¿Será acaso Cristo, que murió , má s aú n, resucitó y está a la derecha de Dios, y, que
intercede por nosotros?
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicció n?, ¿la angustia?, ¿la persecució n?,
¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa
nos degü ellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza».
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy
convencido de que ni muerte, ni vida, ni á ngeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni
potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesú s, Señ or nuestro
Responsorio
R: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os
persiguen. *Así seréis hijos de vuestro Padre celestial
V: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. *Así seréis hijos de vuestro Padre
celestial
SEGUNDA LECTURA
En lo que toca a lo espiritual de nuestros hijos, hemos ejercitado con ellos todas las obras de
caridad que podemos
En lo que toca a lo espiritual, por má s ocupaciones que hemos tenido nunca hemos
faltado a nuestros ejercicios espirituales y modo de proceder, y en lo que toca a lo
espiritual de nuestros hijos, hemos ejercitado con ellos todas las obras de caridad que
podemos; porque sin falta entre estos pobres indios se ejercitan todas, y los que
estuvieren entre ellos han de ser padres no só lo del alma sino también del cuerpo, no
esperando por ello retorno humano sino celestial y de gloria, que es lo que dura y venimos
a buscar.
Predícoles todos los domingos y fiestas que ellos guardan, haciéndoles la doctrina
primero antes de oír misa, enterramos y decimos misa por sus difuntos, visitamos y
curamos los enfermos, partimos con las necesidades de nuestra pobreza, enseñ amos los
niñ os y niñ as; y son los niñ os de escuela ciento cincuenta y otras niñ as, si no son má s
todos los cuales está n todas las tardes en la iglesia, apartados los unos de los otros, dos
horas rezando; y así saben muy bien las oraciones y catecismo, y muchos ayudan misa, y
ahora, con la venida de Vuestra Reverencia, comenzaremos a enseñ arles a leer, escribir y
contar.
Mientras los niñ os está n rezando estas dos horas, está n juntamente los
catecú menos rezando con ellos; y después de idos los niñ os quedan los catecú menos otra
hora má s a ser instruidos y catequizados para el bautismo. Hay todavía muchos infieles en
esta reducció n, por no poder ser bautizados todos juntos, por ser necesario que anden a
hacer sus rozas y comidas aunque cada mes bautizamos a todos los que está n capaces,
siempre hay que catequizar y bautizar en estos tres añ os. De estos se han bautizado en
este añ o ciento veintidó s, y ya algunos muy viejos. Las dos primeras fueron dos dichosas
viejas de má s de ochenta añ os, de una patria casa y edad, y parecía que tenían unos
mismos conocimientos; porque aunque murieron en diferentes tiempos, y tuvieron un
deseo muy eficaz del bautismo; y aunque eran tan viejas tenían muy buen entendimiento y
capacidad, y así en breve se hicieron capaces de las cosas de Nuestro Señ or, y
preguntá ndoles si querían ser cristianas, respondió cada una de por sí. Pues ¿por qué no?
¿habría yo dejado mi tierra y parientes en mi vejez, sí no fuera por venir entre vosotros a
que me hicierais hija de Dios?
Con estas ansias- y deseos llegó su hora y su bien, y con el santo bautismo dieron
fin, a su cansada vejez por ir a descansar eternamente. Este añ o se han venido algunos
indios del Paraná a ser cristianos, llamados verdaderamente de Nuestro Señ or, en los
cuales se echa de ver enteramente la eficacia de la gracia particular de Nuestro Señ or a los
que quiere para sí, como ahora diré. Un muchacho de hasta trece añ os se vino a esta
reducció n con deseo de ser cristiano, el cual dejó su tierra su padre y madre y otros tres o
cuatro hermanos; yo, visto este deseo y acto heroico, le quisiera bautizar luego, y no lo
hice, por probar má s su constancia. Su perseverancia, lejos de los suyos, fue mucha y la
diligencia en aprender las oraciones y catecismo no fue menos, así cumplí sus deseos
bautizá ndole.
R/. Yo entrego mi vida por mis ovejas. *Nadie me la quita, sino que yo la entrego
libremente.
V/. He desamparado mi casa, he abandonado mi heredad; he entregado mi vida en manos
de sus enemigos. *
R/. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente.
O bien la siguiente:
Cartas annuas del P. Roque Gonzá lez 1615 (sd) al provincial Pedro de Oñ ate. Edic en
Documentos para la Historia Argentina, vol 20. Bs Aires, 1929, pp 24-25
Espero que esta cruz ha de ser principio de que se levanten otras muchas.
Yo procuré volver con mucha brevedad. Acomó deme en una chozuela junto al río,
hasta que algo después me dieron otra choza pajiza algo mayor. Y poco má s de dos meses
después envió el P. Rector al P. Diego de Boroa. Llegó a aquel puesto segundo día de
Pascua del Espíritu Santo, y ambos nos consolamos harto de vemos, por amor de Dios
nuestro Señ or, en partes tan remotas y apartadas. Acomó damonos en la choza ambos con
unos apartadijos de cana, y con lo mismo estaba atajada una capilla poco má s ancha que el
altar, donde decíamos Misa. Y con la virtud de este soberano y divino sacrificio de la Santa
Cruz en que se ofreció y estaba allí triunfando, los demonios que antes se les aparecían a
los Indios no se atrevieron a aparecer má s, y así lo dijo un indio. En aquella casita
estuvimos con no pequeñ a necesidad en todo, porque el frió , como no tenía defensa, era
tanto, que nos quitaba el sueñ o. La comida, unas veces un poco de maíz cocido, otras
harina de mandioca que comen los Indios; y aun porque solíamos enviar al campo a buscar
unas hierbas de que comen bien los papagayos, los Indios por gracia dijeron que lo
éramos.
Y como el demonio vio que la cosa iba tan adelante, o por sí mismo hablá ndoles o por
medio de sus ministros temiendo perder lo que había ganado en tantos añ os si la
Compañ ía de Jesú s entraba en estas tan extendidas provincias; y así sembraron por todo el
Paraná que éramos espías y sacerdotes falsos, y que en los libros traíamos la muerte, y
esto en tanto grado, que, estando por medio unas estampas declará ndoles el P- Boroa a
unos infieles los misterios de nuestra santa fe, se recelaban de llegar cerca de las imá genes
no se les pegase la muerte. Pero poco a poco se van desengañ ando y viendo con sus ojos
los Indios có mo los nuestros les son verdaderos padres, dá ndoles con amor de tales cuanto
piden como lo haya en casa, y siéndoles médicos no só lo de sus almas que es lo principal-
sino de sus cuerpos ayudá ndoles en todas sus enfermedades y trabajos de noche y de día.
En viendo có mo los Indios nos cobraron amor tratamos de hacer una pequeñ a iglesia, y
con serlo baja y cubierta, de paja, estos pobrecitos lo son tanto, que les parecían palacios
reales, y mirando hacia el techo, hacían milagros, y ambos embarrá bamos a ratos para
enseñ ar a los Indios, que aun eso no sabían. Acabó se para el día de nuestro Santo Padre
Ignacio del añ o pasado de seiscientos y quince. En el cual dijimos la primera misa,
procurando celebrar aquella santa fiesta con la renovació n de nuestros votos y con otros
regocijos exteriores segú n el poco posible de la tierra; procuramos imponer una danza,
pero los muchachos está n todavía tan montaraces, que no salieron en ello. Pú sose una
campana en un campanario de madera, que no causó poca admiració n, como cosa no vista
ni oída en aquella tierra. Y lo que fue de mucha admiració n es que los Indios levantaron
una cruz delante de la iglesia; y habiéndoles dicho la razó n por que los cristianos la
adoramos, nosotros y ellos la adoramos todos de rodillas: y aunque es la ú ltima que hay en
estas partes espero en nuestro Señ or ha de ser principio de que se levanten otras muchas.
R/. Yo entrego mi vida por mis ovejas. *Nadie me la quita, sino que yo la entrego
libremente.
V/. He desamparado mi casa, he abandonado mi heredad; he entregado mi vida en manos
de sus enemigos.
R/. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente.
EVANGELIO
Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo
también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo
Pastor.
CANTICO EVANGELICO
Benedictus
Ant. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas y yo os he
trasmito el reino, dice el Señor. Comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino.
Ant. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas y yo os he
trasmito el reino, dice el Señor. Comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino.
PRECES
Celebremos, amados hermanos, a Jesús, el testigo fiel, y al recordar hoy a los santos
mártires sacrificados a causa de la palabra de Dios, aclamémosle, diciendo:
Por la intercesió n de los santos má rtires que entregaron libremente su vida como
testimonio de la fe,
concédenos, Señ or, la verdadera libertad de espíritu.
Por la intercesió n de los santos má rtires que proclamaron la fe hasta derramar su sangre,
concédenos, Señ or, la integridad y la constancia de la fe.
Por la intercesió n de los santos má rtires que soportando la cruz siguieron tus pasos,
concédenos, Señ or, soportar con generosidad las contrariedades de la vida.
Por la intercesió n de los santos má rtires que blanquearon su manto en la sangre del
Cordero,
concédenos, Señ or, vencer las obras del mundo y de la carne.
Por la intercesió n de los santos má rtires, que anunciaron la Buena Nueva en nuestros
pueblos, concédenos permanecer fieles en la tribulació n y constantes en la lucha por la
justicia y la paz.
Dirijamos ahora nuestra oració n al Padre que está en los cielos, diciendo: Padre nuestro.
Oración
Haz Señor, que tu palabra crezca donde S. Roque González de Santa Cruz y
compañeros, mártires, la sembraron; y produzca el ciento por uno en frutos de
justicia y paz. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que vive y reina contigo, en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por lo siglos de los siglos.
R: Amén
CONCLUSION
Si preside un sacerdote o un diácono, da la bendición común:
V. El Señ or nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
II VISPERAS
HIMNO
¡ Amén.
SALMODIA
Salmo 114
Gloria al Padre…
Ant.2. Con todo digo estar resuelto a quedarme aquí, aunque muera mil muertes,
que no será para mí pérdida sino ganancia
Salmo 115
Gloria al Padre…
Ant.2. Con todo digo estar resuelto a quedarme aquí, aunque muera mil muertes,
que no será para mí pérdida sino ganancia
Gloria al Padre…
V: Gloria al Padre.
R: Todo es nada para lo que se debe al Señ or por quien se hace
Magníficat,
Ant. Yo entrego mi vida libremente por mis ovejas. Nadie me la quita sino que yo la
entrego libremente
Antífona: Yo entrego mi vida libremente por mis ovejas. Nadie me la quita sino que
yo la entrego libremente
PRECES
En esta hora en la que el Señor, cenando con sus discípulos, presentó al Padre su
propia vida que luego entregó en la cruz, aclamemos al Rey de los mártires,
diciendo:
Te damos gracias, Señ or, principio, ejemplo y rey de los má rtires, porque nos amaste hasta
el extremo.
Te damos gracias, Señ or, porque no cesas de llamar a los pecadores arrepentidos y les das
parte en los premios de tu reino.
Te damos gracias, Señ or, porque hoy hemos ofrecido, como sacrificio para el perdó n de los
pecados, la sangre de la alianza nueva y eterna.
Te damos gracias, Señ or, porque con tu gracia nos has dado perseverar en la fe durante el
día que ahora termina.
Porque no ha quedado infecunda la fe que sembraron con su sangre San Roque Gonzá lez y
compañ eros
Te glorificamos, Señ or.
Te damos gracias, Señ or, porque has asociado a nuestros hermanos difuntos a tu muerte.
Dirijamos ahora nuestra oració n al Padre que está en los cielos diciendo: Padre nuestro
Oración
Haz Señor, que tu palabra crezca donde S. Roque González de Santa Cruz y
compañeros, mártires, la sembraron; y produzca el ciento por uno en frutos de
justicia y paz. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que vive y reina contigo, en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por lo siglos de los siglos.
R: Amén
CONCLUSION
V. El Señ or nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.