Conociendo A Sofía
Conociendo A Sofía
Conociendo A Sofía
Conociendo a Sofía
Claudia Carrillo González
Tercer lugar del Séptimo Concurso de Cuento Infantil
Crispimienta
Ilustración
ISBN: 978-607-633-192-7
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Un día, como era costumbre, Toño jugaba con sus compañeros en
la escuela. Su equipo iba perdiendo: 3-2 indicaba el marcador.
Y justo cuando él se acercaba a la portería decidido a meter un
gol, la chicharra, que anunciaba el fin del recreo, sonó. Toño
quería seguir jugando, pero la orientadora —una señora regordeta
con cabellos ondulados y lentes redondos— lo mandó a su
salón. Enojado, caminó hacia el aula. Julián, su archienemigo,
quien había estado en el equipo ganador, se acercó a él y le
restregó su triunfo. Toño sintió que la sangre le hervía y en un
impulso de ira golpeó a Julián sin pensarlo. Toño fue expulsado
dos semanas como castigo por golpear a su compañero.
—¡En qué estabas pensando, José Antonio Velázquez
Fuentes! —le gritó su madre cuando por fin estaban en casa.
El director la había llamado a su trabajo para narrarle el
incidente. Ella pidió permiso para salir temprano y recoger a
Toño, quien la esperaba afuera de la oficina del director.
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—¿Acaso nosotros te hemos educado así? —dijo su
madre. Su padre estaba menos preocupado que ella,
incluso podría decirse que se sentía orgulloso por el
acto de “hombría” realizado por su primogénito.
—Mi hijo no es de los que se dejan —afirmó el padre de
Toño, mientras recordaba sus propias peleas colegiales.
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—¿Y ahora qué vamos a hacer? Tu padre y yo tenemos que trabajar
y tú no puedes ir conmigo al trabajo —le dijo su madre a Toño,
mientras subían las escaleras del edificio donde vivían. En ese
momento, doña Amparo iba saliendo de su casa. La anciana vivía
en el departamento del primer piso. Era una mujer con largos
cabellos blancos, peinados en una gran trenza que le caía por la
espalda; tenía los ojos en forma de media luna y se le achicaban
cuando sonreía. Doña Amparo saludó a la madre de Toño y, al
escuchar preocupación en su voz, le preguntó si todo estaba bien.
Ella, sin pensarlo, le contó lo sucedido. Doña Amparo se ofreció a
cuidar de Toño mientras ella y su esposo trabajaban. La madre
de Toño sintió un gran alivio al escuchar la propuesta
de la anciana. Aceptó su oferta y le agradeció.
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Al día siguiente, antes de irse a trabajar, la madre de Toño dejó
a su hijo en la casa de doña Amparo. Ella estaba desayunando
cuando Toño llegó. Le ofreció galletas y leche; el niño comió con
desinterés. Después, él sacó su celular y comenzó a jugar. Doña
Amparo le preguntó si no le gustaba jugar con juguetes “reales”.
Él dijo que no con la cabeza y continúo jugando. Toño pensaba
que doña Amparo era igual que su abuela: una anciana aburrida
que poco sabía de la vida. No podía estar más equivocado. Y
siguió con su rutina habitual: ver partidos y jugar videojuegos.
Doña Amparo lo miraba desde lejos. Toño estuvo sentado por
horas; mientras la anciana hizo su cama, regó sus plantas, barrió
su terraza, preparó la comida, tejió y leyó un libro. Finalmente,
la madre de Toño llegó a recogerlo. Así pasaron los días. Toño le
ponía la menor atención posible a doña Amparo, quien intentaba
entablar una conversación con el desagradable muchacho.
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Doña Amparo no se enojaba cuando Toño no contestaba sus
preguntas, pues sabía que la gente, cuando está triste y sola, suele
actuar así: endurecen su corazón para no sentir tanto dolor. Pasó
la primera semana de castigo. El sábado por la mañana, Toño le
pidió a su padre que jugaran juntos fútbol. El fútbol era la única
actividad que compartían. No obstante, su padre dijo que estaba
cansado de trabajar toda la semana y se quedó acostado viendo
la televisión en su cuarto. Por la noche salió con sus amigos.
Toño se quedó todo el día con su madre, quien estaba realmente
apurada limpiando la casa y no tenía tiempo para jugar con él.
“Mi madre es tan aburrida como doña Amparo”, pensó.
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—Es una máquina de escribir —dijo doña
También había un enorme librero repleto Amparo—. Se usa para escribir.
de libros de todos los tamaños y colores. —¿Qué escribes? —preguntó Toño con incredulidad.
Toño se impresionó al ver tantos libros. —Novelas, cuentos y, a veces, poemas
Pensó que doña Amparo era todavía más —dijo la anciana calmadamente.
aburrida de lo que pensaba: ¿quién en su —¿Por qué no usas una computadora? —preguntó Toño.
sano juicio leería tantos libros? Cerca de la —Tengo una, pero no me acostumbro a usarla
ventana había un pupitre lleno de hojas y lo —respondió doña Amparo.
que parecía un teclado de computadora… —Se le acabó la pila a mi celular y no tengo su cargador —dijo Toño.
—Ya veo. Ven, acércate. Un poco más. Siéntate. Ponte
cómodo. Te contaré una historia. ¿No te gustan las historias?
Esta historia quizá te guste —expresó doña Amparo.
—¿Me contarás una historia de las que escribes?
—cuestionó Toño. Doña Amparo asintió. Le sirvió una
taza de chocolate caliente y puso galletitas con chispas de
chocolate en un plato. Toño tomó una galleta y se sentó.
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—Érase una vez en una tierra muy, muy lejana, vivía una niña
con su padre y su madre. Su padre era un famoso abogado
del pueblo. Ella era hija única, lo que a veces la hacía sentirse
sola porque no tenía con quien jugar. Su madre era una mujer
dedicada al hogar, cuyo único propósito en la vida era atender
a su familia. A pesar de que estaba todo el día en casa, la
niña se sentía sola, pues su madre no jugaba con ella...
—¿Cómo se llama la niña? —interrumpió Toño.
—¿Cómo quieres llamarla? —contestó doña Amparo.
—¿Sofía? —murmuró Toño.
—Bien, a Sofía le gustaba inventarse aventuras sobre piratas
y apaches —continuó la anciana—. Se imaginaba que
escalaba montañas y luchaba contra feroces monstruos que
enfrentaba con su espada de oro. Se amarraba un trapo en
la cabeza y tomaba la rama de un árbol para pelear contra
el famoso capitán Barbanegra, a punto de vencerlo…
—¿Y lo vencía? —preguntó
Toño intrigado.
—A veces lo vencía, otras
veces su madre la llamaba e
interrumpía su juego…
—¡Ay, sí! —gritó Toño,
llevándose las manos a
la cabeza—. Odio que
mi mamá interrumpa
mi juego.
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—Mi papá dice que los libros no sirven para nada —dijo Toño.
—¿Y tú piensas lo mismo? —cuestionó doña Amparo.
—No lo sé. ¿Para qué podría servir un libro? ¿Para qué
quería saber tantas cosas Sofía? —contestó Toño.
—Pues, al principio le gustaba leer porque podía imaginar
—A Sofía no le molestaba ayudar a su madre, pues mundos nuevos donde ella era capaz de todo: vencer al
era un pretexto para estar con ella —comentó doña capitán Barbanegra, ser un agente superespía y, a veces,
Amparo—. Con el tiempo Sofía creció y comenzó ser una heroína —comentó doña Amparo—. Al crecer se
a ir al colegio. Le encantaba la escuela, porque dio cuenta de que los libros, además de ser un refugio, le
siempre aprendía cosas nuevas: desde cómo una brindarían el conocimiento y la fortaleza para cambiar.
pequeña larva se transforma en una gran mariposa Cuando estaba en primero de secundaria nació su hermanito. El
hasta cómo los dinosaurios se extinguieron. Sofía padre de Sofía siempre había querido tener un varón que heredara
era una niña muy curiosa que devoraba libros… su fortuna y su despacho. Sofía sintió emoción de tener un
hermano con quien compartir y jugar, pero sus padres lo
consintieron tanto que se convirtió en un niño envidioso,
grosero y egocéntrico. No
se preocupaba por nadie
más que por sí mismo.
Y a pesar de tener
una familia, Sofía
se sentía más sola
que nunca. Ella se
sentía fuera de
lugar.
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Doña Amparo le sirvió una taza de chocolate y galletas,
luego se sentó a la mesa. Se aclaró la garganta y narró:
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Toño se quedó pensando en que su madre trabajaba al igual
que su padre y le resultó absurda la idea de que las mujeres no
pudieran trabajar. Doña Amparo prosiguió con la historia:
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—¡Esta es una historia tonta! —gritó Toño enojado—. ¿Por
qué dejaría de ser ella sólo por algo que le dijo su padre?
—Las palabras son muy poderosas —explicó doña
Amparo—. Pueden ser usadas como filosas espadas que
dejan heridas profundas y graves, destruyendo todo a su
paso; pero también pueden ser utilizadas para crear y
sanar: emanan belleza y posibilidad… Ella no sabía eso en
ese momento, sino que lo entendió mucho más tarde.
—¿Entonces sólo se dio por vencida? ¿No
siguió su sueño? —inquirió Toño.
—Por miedo a dejar de ser amada y rechazada por sus padres,
Sofía cumplió sus deseos como si fueran órdenes —externó doña
Amparo—. Se volvió toda una “señorita”: no hablaba a menos
que se lo indicaran, no expresaba sus opiniones, no levantaba la
voz, no se enojaba… Dejó de imaginar historias fantásticas... Al
principio le era difícil hacer que su mente se detuviera, pero con
la práctica los engranes se endurecieron… Incluso dejó de reír…
—Suena a que se volvió como una máquina… —manifestó Toño.
—Justamente, eso le pasó… —afirmó la anciana—. Perdió
su humanidad para volverse una máquina, una especie de
robot que sólo efectuaba comandos… Perdió su libertad
y se resguardó en un amo que le decía cómo actuar.
—¿Y qué le pasó después? —preguntó Toño.
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—Un día su madre enfermó gravemente
—expresó doña Amparo—. A pesar de que recibió los cuidados
necesarios, a los pocos meses murió. Tras la muerte de su
madre, Sofía se hizo cargo de la casa: tenía que preparar la
comida, limpiar toda la casa, lavar y planchar la ropa de su
padre y hermano. Terminaba agotada de tanto trabajo. Sus
manos estaban inflamadas y adoloridas de tanto tallar y lavar.
El dolor de espalda no la dejaba dormir por las noches.
Unos meses después de la muerte de su madre, su padre anunció
su compromiso matrimonial con una joven. La boda tuvo lugar
ese mismo año… Sofía estaba sentada en la iglesia con su vestido
azul. Cuando escuchó los votos que su padre intercambiaba con su
nueva esposa, sintió cómo algo se estrujó en su interior. “Prometo
obedecerte y amarte en la salud y en la enfermedad por el resto
de nuestros días” —dijo la nueva esposa de su padre—. En ese
momento supo que no seguiría los pasos de su madre, quien había
sido reemplazada en cuestión de días como un objeto. Ese día
tomó sus cosas y salió de la casa de su padre para seguir su sueño.
—¿Se convirtió en escritora? —cuestionó Toño.
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—Sí, se convirtió en escritora —contestó doña Amparo—. Una
vez que rescató su imaginación y su vitalidad se dedicó en
cuerpo y alma a la escritura. No fue fácil, tuvo que trabajar y
estudiar mucho para lograrlo. Sus cuentos fueron rechazados
muchas veces, pero no se dio por vencida. Después de muchos
intentos, alguien se interesó en su escritura y le ayudó a publicar
su primera novela sobre Barbanegra. En total creo que publicó
más de treinta libros. A muchas personas les gustaron sus
novelas fantásticas y se convirtió en una escritora reconocida.
A los pocos años, conoció a un buen hombre que creía en
su talento y que la veía como igual. Ella fue muy feliz.
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La madre de Toño tocó a la puerta, él se despidió de doña Amparo.
Esa tarde, cuando su madre estaba lavando los platos después de
la comida y su padre veía el televisor, Toño se acercó a ella y le
preguntó si necesitaba ayuda. El niño no se había percatado de
lo fatigada que lucía su madre. A ella le sorprendió que su hijo se
ofreciera a ayudarla, pero contenta aceptó su oferta. Su padre lo
llamó diciendo: “vente, hijo, deja que tu madre haga su trabajo”.
Entonces el niño entendió el dolor que Sofía había sentido al
escuchar los votos de su padre. Por eso, Toño decidió quedarse
con su madre a pesar de las protestas de su padre. Cuando terminó
de ayudarla, lo vio maldiciendo frente al televisor y pensó que
Sofía y él no eran tan diferentes después de todo. Esto lo llevó
a recordar que al principio el fútbol le parecía un
juego sin sentido que su padre le obligaba a ver…
Con el tiempo se acostumbró a ver
los partidos, pero sólo porque
disfrutaba pasar tiempo
con su padre. Toño también
había notado que cada vez
que maldecía, su padre le
lanzaba una mirada de
aprobación que lo hacía
sentirse querido…
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