BIENESTAR
BIENESTAR
BIENESTAR
En crisis: diez cosas que podés hacer para salir del estado y
estar bien pese a las circunstancias
Encontrarnos con este caos e incluir todo lo que significa ser humano de
una forma flexible es bienestar.
Por lo tanto, el bienestar no es sentirse bien todo el tiempo, sino más
bien se trata de poder estar “bien” con la experiencia o con lo que
nos está pasando, animándonos a sentir todo lo que nos ofrece la misma de
una forma flexible. Esto requiere de un cambio de perspectiva, una nueva forma
de relacionarnos con la experiencia interna que implique mayor posibilidad de
maniobra, o mayores recursos o opciones; en definitiva mayor libertad para
responder a lo que nos sucede para no amplificar nuestro sufrimiento y el de
aquellos que nos rodean.
La ciencia del bienestar nos dice que podemos entrenar esta capacidad de
relacionarnos con la experiencia para afrontar lo que la vida nos ponga adelante.
1. El cambio es posible
De hecho, el
cerebro está cambiando todo el tiempo, este proceso se
llama neuroplasticidad, y si bien hay periodos del desarrollo en donde este
proceso es más potente, sigue ocurriendo a lo largo de toda la vida.
Independientemente de que lo sepamos o no, nuestros cerebros están
destinados a cambiar, en respuesta a las experiencias y al entrenamiento. Es
decir, podemos incidir en la dirección que le queremos dar a ese
cambio.
Podemos decir, pues, que nuestro sistema nervioso es plástico y posible de ser
ejercitado, con intención, compromiso y dedicación.
2. Entrenar la atención
La atención es la fuerza que promueve el cambio. Sin atención no hay
aprendizaje. A todo aquello que le prestamos atención, con el tiempo genera
cambios en la función y estructura de nuestro cerebro. Se trata de entrenar la
atención para que vaya a donde nosotros queremos que vaya, es decir
con nuestra intención, para generar los cambios que deseamos.
3. Habitar el presente
Pasar más tiempo en el momento presente habitando con toda nuestra atención,
el cuerpo y los sentidos (con lo que vemos, olemos, degustamos, escuchamos,
tocamos), nos permiten vivenciarnos desde un lugar “experiencial”
que permite acallar a ese comentarista interno que tenemos todos, a
los juicios y opiniones que muchas veces emitimos sin parar, quedando
atrapados y enredados en el mundo de los pensamientos confundiendo lo que
sucede con lo que pensamos que sucede y viviendo de la “cabeza para arriba”.
4. Ser conscientes del proceso de pensar
Los pensamientos están constantemente guionando nuestra experiencia.
Relacionan, categorizan, comparan y juzgan y le dan sentido a todo lo que
vivimos. Pero no son la realidad, aunque solemos creernos todo lo que
nos dicen, tomándolos como verdades absolutas afectando nuestro
sentir y nuestra forma de actuar.
Se puede aprender a ser conscientes del proceso de pensar, a relacionarnos con
ellos, sin querer cambiarlos o controlarlos. Podemos aprender a observarlos,
notarlos como lo que son: pensamientos -imágenes y conversaciones-. Así con la
atención entrenada podemos elegir a cuáles le damos fuerza y a cuáles
dejamos pasar.
5. Cultivar la compasión: acercarnos al dolor con sabiduría
Somos una especie social, vivimos en grupos. Cuidamos unos de los otros. La
capacidad de reciprocidad está presente desde el nacimiento. A lo largo de la
vida dependemos de los vínculos y del cuidado de otros para darle
sentido a nuestra vida. Nuestra capacidad de cooperación ha sido una gran
ventaja adaptativa
Theodosius Dobzhansky decía “El más apto también puede ser el más amable,
porque la supervivencia a menudo requiere de ayuda y cooperación”.
La compasión promueve la activación de esta motivación de
“cuidado” innata con la intención de aliviar y prevenir el sufrimiento propio
y el de los demás.
El cultivar una mente compasiva implica, por un lado, empatizar y ser
sensibles al sufrimiento propio y el de los demás, por el otro cultivar el
coraje necesario para abrirse al dolor entendiendo que coraje no
implica “no tener miedo“ sino poder sostener la intención de cuidado a
pesar del miedo y finalmente conectar con la motivación de aliviarlo y
prevenirlo con asertividad y sabiduría.
6. Promover vínculos de cuidado
Fomentar vínculos amorosos, de cuidado y respeto con nosotros mismos, los
otros y el medio ambiente, generando pequeños gestos de amabilidad,
generosidad, gratitud y apreciación.
7. Reflexionar y clarificar nuestros valores en la vida
Llamamos valores no al aspecto moral de la palabra sino a aquello que
consideramos que es valioso para nosotros o importante. Eso que refleja la
persona que quiero ser, aquello que es significativo para
nosotros. Los valores actúan como guías que nos van motivando a hacer los
cambios que necesitamos hacer. Lejos de los mandatos, del piloto automático de
lo que “debería”.
8. Generar acciones asertivas y comprometidas
Una vida significativa se crea a través de las acciones, pero no cualquier acción.
Estamos hablando de aquellas que estén guiadas o motivadas por los
valores o aquello que es importante para nosotros. No se trata de ser
perfectos ni cumplir lo que se espera de nosotros, sino de movernos,
animándonos a fracasar, a desilusionarnos, a desilusionar a otros, a salir de
zonas de confort. Se trata de animarse, a pesar de que muchas veces eso
que tengamos que hacer pueda generarnos dolor. A veces para ganar
hay que perder apostando a un bienestar trascedente.
9. Reconocer la interdependencia
El bienestar es interdependiente. Como dijo Martin Luther King Jr. “todos
estamos atrapados en una red ineludible de reciprocidad, atados a una sola
prenda del destino. Lo que afecta a uno directamente afecta a todos
indirectamente. Estamos hechos para vivir juntos, debido a la
estructura interrelacionada de la realidad”. El ser conscientes de esta
interdependencia, de este “nosotros” con los otros y con el planeta, nos da una
perspectiva más amplia de quienes somos y nos invita a preguntarnos
cómo queremos contribuir a generar un mundo más confiable, seguro y
sustentable.
10. Dedicación: tiempo de entrenar la mente
Como ejercitamos nuestro cuerpo o tenemos el hábito de cepillarnos los dientes,
incluir está “revisación” interna es una gran inversión para nuestro bienestar
que vale la pena ponerlo en agenda, ya que como todo hábito requiere de
dedicarle tiempo y regularidad.
Todos estos procesos interactúan entre sí para generar bienestar, para
desarrollar nuestra humanidad en forma íntegra, no fragmentada, aceptando
todas nuestras partes, incluyendo lo que nos gusta y lo que no nos gusta.
Abrazando nuestra imperfecta humanidad.