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Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capítulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Otros libros de Myranda Wolf
Cam Boy: Mi sexy vecino
Myranda Wolf
Han pasado cinco días desde aquel episodio frente a la cámara web que
no quiero recordar. Cinco días y cinco noches en los cuales he utilizado
toda mi fuerza de voluntad para no pensar en Riley. Tampoco quiero
responder las miles de preguntas en mi cabeza. Simplemente las he
silenciado con el trabajo. Mi jefe está extasiado de verme hacer tantas horas
extras en una sola semana. Y mi cheque ser más generoso el próximo mes,
tal vez hasta pueda arreglar la humedad en el baño. Pero aun así no logro
alegrarme. No logro eliminar ese punzón extraño en el centro de mi pecho.
Por supuesto ni siquiera le he mencionado el tema a Nora. Me da
demasiada vergüenza. Además ¿qué coños ha sido aquello? ¿Cuenta cómo
infidelidad un sueño erótico? por supuesto que no ¿Y una puñeta?
Tampoco.
Aunque Riley participó de ella en forma indirecta.
Más que directa, si somos sinceros.
Si quieres sacarte de encima a Nora, cuéntale que te has corrido
pensando tocándote con otro hombre en la pantalla.
Se volverá loca, gritara y te insultara. Tal vez hasta intentará golpearte,
pero luego te dejara en paz.
No, ella no se merece esto.
Mejor me olvido de todo este asunto ¿qué otra mujer se fijara en ti?
Quédate con Nora, arreglen todos sus problemas de pareja y deja toda
esta locura atrás.
Llego a mi edificio y subo al elevador con un nudo en la garganta. Me
da pánico la idea de cruzarme con Riley de nuevo. Pero la fortuna me
sonríe, y comparto mi camino hacia el cuarto piso con una parejita de
ancianos que me ignora abiertamente. Una vez en el cuarto piso, busco mis
llaves en mi bolsillo y mi móvil está vibrando. Un mensaje de texto de
Nora. Nada nuevo. Teníamos planeado quedar esta noche pero ella va al
cine con sus amigas. Una parte de mi siente alivio. Odio admitirlo, pero no
sentía deseos de verla.
¿Y ahora qué vas a hacer solo el fin de semana?
¿Acaso aguantaras la tentación de volver a meterte en internet y buscar
a Riley Hard?
Qué seudónimo más estúpido…
Ni siquiera necesitas entrar en internet solo tienes que tomar el
ascensor al sexto piso y….
En un intento por acallar mi mente, me pongo a ordenar mi
apartamento. Junto la ropa sucia esparcida por mi dormitorio y me doy
cuenta que no he hecho la colada sucias en una cesta de plástico y vuelvo a
salir de mi apartamento. Tomo el elevador una vez más, pero ahora rumbo
abajo, hacia el subsuelo donde se encuentra la lavandería del edificio. Estoy
ensimismado en mis propios pensamientos cuando oigo el rugir de una de
las lavadoras. Una sola Que bueno,las demás estarán desocupadas;esto sera
rapido.
per cuando pongoun pie dentro de la lavanderia, mi corazon da un
vuelco cuando veo a Riley.
Está apoyado contra una de las lavadoras, hojeando una revista. Yo dejo
escapar un suspiro quedo y él levanta su vista hacia mí. Una enorme sonrisa
se dibuja en sus labios y sus ojos celestes brillan con picardía. Siento un
escalofrío en todo el cuerpo.
Es tan extraño verlo cara a cara después de haberlo visto en la pantalla.
—Vaya,vaya...Buenas noches,vecino— me dice cuando paso a su lado.
Arroja la revista a un lado y se acerca a mi.
Yo meto mis prendas en la lavadora vacía con desgano y trato de
controlar los temblores en mis rodillas. Cuando Riley suspira en mi nuca,
casi pierdo el control.
—Eres un chico muy sucio ¿vienes a lavar tu ropa?— su aliento
caliente acaricia mi cuello. En respuesta yo giro con violencia para
enfrentarlo.
—¡Basta!— le grito —¡Mejor déjame en paz…!Lo de anoche ha sido
un accidente y jamás puede repetirse.
Cierro la tapa de la lavadora de un golpe y presiono el botón con furia.
—¡Cuanta testosterona! —ronronea Riley.
—Estoy hablando en serio— le digo —No puede volver a ocurrir.
—¿Por qué no? Ambos lo hemos disfrutado. No puedes negarlo, te he
visto correrte….— Riley pone sus ojos en blanco durante un segundo —
¿Acaso vas a volver a decirme que eres hetero?
—Tengo novia— respondo con un nudo en la garganta.
Riley se desvanece en un instante, su piel pálida se torna fantasmal y la
curva de sus labios desciende en una expresión de desilusión. Hasta me
siento culpable. Durante unos largos segundos, ninguno de los dos dice
nada, y el único sonido entre nosotros es el traqueteo constante de las
lavadoras.
—No sé por qué me sorprendo. Siempre me pasa lo mismo— murmura
Riley.
Yo no sé cómo responderle; siento un nudo tenso en mi estómago. Sus
enormes ojos celestes vuelven a mirarme y yo siento un escalofrío. Me alejo
de él y camino hacia la lavadora. Toco algunos botones y fino estar
chequeando la presión del agua y la cantidad de suavizante solo para no
hablar con Riley.
Ninguno de los dos se dirige la palabra o la mirada, durante la sesión de
lavado que parece ser eterna. Veo con el rabillo de mi ojo que la ropa de
Riley ya está seca. La dobla cuidadosamente y la guarda en su cesta de
color violeta. La coloca debajo de su brazo y está a punto de retirarse. La
adrenalina me invade: por un lado quiero que se vaya y no volver a
cruzármelo jamás. Por el otro, siento la estúpida urgencia de decir algo, No
sé qué. Pero deseo detenerlo.
—Oye...no puedes hacer esto— finalmente me dice Riley con tono
suplicante.
—¿A qué te refieres?—pregunto sin apartar mis ojos de mis prendas.
—A vivir fingiendo ser algo que no eres. Confia en mi; ya he estado en
ese lugar.Y no es bueno.— insiste Riley.
Da un paso hacia mí y me toma del brazo, obligándome a mirarlo. Tiene
la expresión más serie que le he visto en el poco tiempo de conocernos.
Nuestras miradas se encuentran y mi rodillas tiemblan una vez más. Riley
deja su cesta en el piso, busca la revista y arranca un trozo de una de sus
páginas. Toma un bolígrafo de su bolsillo, escribe algo en el pedacito de
papel y me lo entrega.
—¿Qué es esto?— pregunto.
—La contraseña para shows privados. Puedes usarla todas las veces que
desees— me dice Riley con una sonrisa orgullosa. Su rostro se enrojece y se
ve adorable —La casa invita.
Ahora es mi rostro el que arde con calor. Sonrió como un idiota e
intento devolverle el papel a Riley.
—No puedo aceptar esto— murmuro con un temblor en la voz.
—Es un regalo. No la uses nunca si no quieres— Riley recoge su cesta
violeta del piso —Pero prométeme que explorarás ese aspecto de tu vida,
aunque sea con otro que no sea yo. Créeme, no hay nada peor que vivir
negando quien eres.
—¿Sabes? Yo soy mayor que tú, yo debería dar consejos sabios— le
sonrío.
Riley me devuelve la sonrisa y me guiña el ojo.
—La casa invita— me repite, y abandona la lavandería con su cesta
bajo el brazo.
Capítulo cinco