Universidad de Buenos Aires Facultad de Psicología Tesis de Grado

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Universidad de Buenos Aires

Facultad de Psicología
Tesis de grado

La “Responsabilidad Subjetiva” y su
articulación con el síntoma

Autoría: Cassettari, Cecilia M. L.U.: 38.837.800.0


Tutoría: Belaustegui Goitia, Victoria C. D.N.I: 26634659

0
Índice

Introducción ………………………………………………………………………… 2

Desarrollo …..…………………………………………………………………….. 8

 Responsabilidad subjetiva ...………………………………………… 8


Culpa ..………………………………………… 9
Aquiescencia yoica ………………………………………….. 11
 Síntoma .…………………………………………. 17
 Estatutos del síntoma .…………………………………………. 20
 Síntoma e implicación ………………………………………….. 21

Conclusiones ………………………………………………………………………. 26

Referencias bibliográficas ……………………………………………………….. 28

1
Introducción

En la actualidad el concepto de “Responsabilidad subjetiva” resuena


constantemente en el ámbito académico dado la relevancia que posee en el
ejercicio de la práctica psicoanalítica. En virtud de ello cabe preguntarse a que
refiere tal concepto y sus implicancias.

En este sentido es preciso señalar que si bien la autoría de tal concepto suele
atribuírsele a Lacan, J., el mismo no aparece explicitado en estos términos a lo
largo de su obra. En efecto el autor no habla de “responsabilidad subjetiva”, sin
embargo en su escrito “La ciencia y la verdad” (1966) señala que: “De nuestra
posición de sujeto somos siempre responsables” (p.837). De esta forma puede
pensarse que es a partir de la lectura de la presente frase por parte de los
poslacanianos que este “ser responsable de nuestra posición de sujeto” derivó en
la idea de “Responsabilidad subjetiva”.

Como señala Muñoz, P. D. (2017) una de las modalizaciones de la


“Responsabilidad subjetiva” mas popularizadas en la actualidad supone “hacer
cargo al paciente de su parte en aquello de lo que se queja”. Sin embargo es
necesario proceder cautelosamente, ya que una lectura simplista de tal
modalización, conlleva la degradación del concepto y redunda en un uso
moralizante y normativizante del mismo, donde se confunde la responsabilización
con la culpabilización

Para evitar tal equivoco se intentará producir un acercamiento al concepto de


“Responsabilidad subjetiva” en base a la propuesta de Domínguez, M. E (2006) y
D’ Amore, O. (2006). Asimismo se tomará la conceptualización de Freud S. (1925)
sobre la responsabilidad y los aportes de Lacan J. (1962-63) sobre el síntoma. De
esta forma la pregunta que guiará el desarrollo de la tesis refiere ¿cómo pensar la
responsabilidad subjetiva a partir del síntoma?

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Hipótesis

La responsabilidad subjetiva puede pensarse como un modo de respuesta ante


aquello que interpela al individuo. Respuesta que se encuentra ligada a la
implicación en el síntoma.

Objetivos

Objetivo general

Producir un acercamiento al concepto de responsabilidad subjetiva a partir de su


relación con las transformaciones que sufre el síntoma a lo largo del análisis.

Objetivos específicos

 Delimitar la noción de responsabilidad subjetiva distinguiéndola de la culpa,


así como de una responsabilización que provenga de la dimensión yoica.
 Dar cuenta de los estatutos del síntoma a lo largo del análisis.
 Articular el concepto de síntoma y el de responsabilidad subjetiva.

Metodología

La metodología a implementar será de exploración e indagación bibliográfica.

Marco teórico

El presente escrito toma como referencia conceptualizaciones de índole


psicoanalítica dentro de las cuales se destacan los siguientes aportes de Freud,
S.:

El concepto de “yo” entendido en “Introducción del narcisismo” (1914) como una


construcción que permite la síntesis de las pulsiones sexuales de actividad
autoerótica. Así como su formulación del yo en “El yo y el ello” (1923) como una
parte diferenciada del ello que se caracteriza por estar ligada a la conciencia,

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gobernar la percepción y el acceso a la motilidad, y tener el poder de ejercer la
represión.

El concepto de síntoma entendido como producto de un conflicto entre una


representación inconciliable y la conciencia en el escrito de “Las neuropsicosis de
defensa” (1894). Así como su concepción del síntoma en “Inhibición, síntoma y
angustia” (1926) donde lo ubica, también como resultado de un conflicto pero en
esta ocasión entre instancias psíquicas. Haciendo hincapié en su carácter de
sustituto de aquella satisfacción pulsional del ello interceptada por la defensa que
parte del yo. Asimismo se toma la conceptualización de “Nuevos caminos de la
terapia psicoanalítica” (1919) del síntoma como un compuesto constituido por
elementos heterogéneos: las mociones pulsionales y los sentidos. También se
hará mención de los aportes de la “Conferencia 17°” (1916) sobre los sentidos del
síntoma.

La concepción de responsabilidad que delimita en “Algunas notas adicionales a la


interpretación de los sueños en su conjunto: La responsabilidad moral por el
contenido de los sueños” (1925). Donde por un lado responsabiliza al soñante por
aquello que se pone en juego en el contenido latente de sus sueños y por el otro
se opone rotundamente a circunscribir la responsabilidad al terreno del yo
metapsicológico.

Sus conceptualizaciones sobre la culpa en “Los que delinquen por conciencia de


culpa” (1916), donde ubica el sentimiento de culpa como producto de una
reacción frente a los propósitos delictivos del complejo de Edipo: el parricidio y el
incesto. Asimismo los aportes de “El yo y el ello” (1923) donde liga la culpa al
superyó, haciendo una distinción entre “conciencia de culpa” y “sentimiento
inconsciente de culpa”.

Sus planteos sobre la introducción del tratamiento en “Recordar, repetir,


reelaborar” (1914) donde expresa que la misma conlleva un cambio de actitud por
parte del paciente, el abandono de lo que denomina la “política del avestruz”.

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Asimismo se tendrá en consideración la orientación que brinda en “Nuevos
caminos de la terapia psicoanalítica” (1919) sobre la forma de proceder del
analista en relación al paciente a lo largo de la cura.

En adición a esto se hará mención a sus aportes sobre la transferencia en la


“Conferencia 27°” (1916).

Por otro lado se tomarán las conceptualizaciones de Lacan, J. en relación a:

El yo en “Acerca de la causalidad psíquica” (1946) y en el Seminario II (1954-55),


comprendido como una construcción imaginaria, que se constituye a partir de la
identificación a la imagen del otro semejante y que permite velar la división
subjetiva.

La idea de sujeto entendido desde la “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo
en el inconsciente freudiano” (1960) como un sujeto que no es total sino que está
atravesado por la marca del lenguaje la cual sella su indeterminación. Asimismo la
idea de sujeto como aquello que se encuentra entre un significante y el otro, sin
hallarse representado completamente por ninguno de ellos.

La culpa entendida desde el Seminario VII (1959-1960) como un indicio de haber


cedido en relación al propio deseo.

Los aportes del Seminario X (1962-63) en relación al síntoma donde Lacan, J.,
deja de centrarse en su vertiente descifrable para hacer hincapié en el síntoma
como goce revestido, que en un principio no es pasible de ser interpretado por el
analista. Donde se vuelve necesario para poder operar sobre el mismo romper con
la implicación del sujeto en su conducta. Lo que permite que el síntoma transmute
de un enigma informulado a una interrogación que se dirige al analista.

Los aportes de Lacan, J. en “Intervención sobre la transferencia” (1951) y el


Seminario X (1962-63) acerca de la implicación en el síntoma como un cambio de
posición que supone que el paciente consienta en algún punto su participación
inconsciente en la causación del síntoma.

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Asimismo se realizará una mención de los aportes de Lacan, J. en “La dirección
de la cura y los principios de su poder” (1958) acerca de la forma de actuar del
analista y, por otro lado, su referencia al sujeto como responsable en “La ciencia y
la verdad” (1966).

En igual medida resultan centrales dentro del marco teórico las


conceptualizaciones de:

Domínguez, M. E. en “Los carriles de la responsabilidad: el circuito de un análisis”


(2006) sobre la responsabilidad subjetiva entendida como una respuesta que
puede plantearse a través de tres tiempos lógicos.

Así como los diferentes tipos de respuesta frente a la interpelación que plantea D’
Amore, O. en “Responsabilidad y culpa” (2006): por un lado aquellas tienden
buscar la recomposición yoica y por el otro la respuesta que consiente el
advenimiento del sujeto

Estado del arte

Por otro lado en lo que respecta al estado del arte se destacan los siguientes
aportes:

La lectura de Muñoz, P.D. (2017) en relación a la degradación del sintagma


“Responsabilidad subjetiva” que se produjo en la actualidad a través de un uso
moralizante y normativizante del mismo.

Los planteos de Eidelsztein, A. en “La “responsabilidad subjetiva” en psicoanálisis”


(2015) acerca de la responsabilidad subjetiva comprendida dentro del campo del
derecho y su distinción de la responsabilidad objetiva.

La lectura de Salomone, G. Z. en “El sujeto autónomo y la responsabilidad” (2006)


acerca de la concepción que Freud propone sobre la responsabilidad, que la
autora liga a la forma de dirigir la cura del analista.

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La lectura de Boxaca J.L. y Luterau L. en “Los usos del síntoma: sus
transformaciones en la cura analítica” (2012) acerca de los diversos estatutos
del síntoma a lo largo del análisis.

La lectura de Lombardi, G. en “Rectificación y destitución del sujeto” (2011) donde


distingue la responsabilidad de la aquiescencia yoica y señala la posición del
analista en tanto sujeto destituido. Asimismo su lectura en “La función primaria de
la interpretación” (1992) acerca de lo que Lacan, J. delimita como “Sujeto
Supuesto Saber”.

La referencia de Rabinovich, D. S. en “Una clínica de la pulsión: las impulsiones”


(1989) sobre aquello que caracteriza la posición del analizante, el síntoma que
hace pregunta.

Los aportes de Silvestre, D. en “Problemas y particularidades de la demanda de


análisis en institución” (1987), acerca del momento de subjetivación de la queja el
cual liga a la constitución de una pregunta por parte del paciente que es dirigida al
analista en tanto aquel lo considera capaz de brindarle las respuestas.

El momento del “trabajo de la transferencia” que define Soler, C. en “Standars no


standars” (1984) como un momento de transformación en donde la transferencia
que previamente poseía un carácter totalmente demandante, ya que se
depositaba el saber directamente en el analista y se esperaba de él todas las
respuestas, se transforma en transferencia productora lo que supone el trabajo
por parte del analizante.

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Desarrollo

Responsabilidad subjetiva

Como se enunció en la introducción el concepto de “Responsabilidad Subjetiva” no


es propio de Lacan, J. ni proviene de las conceptualizaciones de Freud, S. sino
que es utilizado por los poslacanianos. En este sentido Eidelsztein, A. (2015) se
interroga acerca de sus orígenes y señala que el mismo proviene de: “la teoría del
derecho, esto es, del ámbito de la justicia, en especial la civil; en ella funciona en
la actualidad como fundamento de la responsabilidad penal practicada en los
estados democráticos del mundo” (p.3). La responsabilidad subjetiva se distingue
de la responsabilidad objetiva: Si bien ambas parten de un acto antijurídico que
causa un daño y debe ser reparado, en la primera la causa del daño radica en un
individuo mientras que en esta última la misma no se encuentra en ningún
individuo. Tomando el ejemplo del autor, si un empleado sufre daños en su trabajo
se hablará de responsabilidad subjetiva si es culpa de un descuido por parte del
empleador acerca de las medidas de seguridad. Mientras que se hablará de
responsabilidad objetiva si el daño deriva de la naturaleza del trabajo.

En este sentido dentro del ámbito jurídico la responsabilidad subjetiva es producto


de la culpabilidad del autor por lo cual existe una fuerte ligazón entre
responsabilidad y culpa. Asimismo el uso que se le da a tal concepto dentro del
ámbito jurídico remite a una cuestión de índole moralizante en donde lo que se
busca es legislar sobre los actos del ser humano. Por otro lado si bien el
psicoanálisis importa el concepto de responsabilidad subjetiva de este ámbito, se
sirve de él de forma diversa.

Como sitúa Domínguez, M. E. (2006) “responsabilidad deriva del vocablo latino


respondere y responsable es aquel del que se espera una respuesta” (p.142). En
este sentido la autora plantea la responsabilidad subjetiva a través de un circuito
de tres tiempos lógicos. En el primer tiempo la persona lleva a cabo una acción
determinada, que en un segundo momento se presenta como un elemento
disonante e interpela al sujeto resquebrajando las certidumbres yoicas. Tal

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interpelación obliga a volver sobre la acción retroactivamente, lo que hace que el
tiempo dos se sobreimprima sobre el primero, resignificándolo y obligando al
sujeto a dar una respuesta. Surge así la posibilidad de un tercer tiempo pensado
como una respuesta diferenciada, que puede ser leído como responsabilidad
subjetiva.

En consonancia con esto D’ Amore, O. (2006) expresa que ante la interpelación


que provocan las formaciones del inconsciente -en tanto son percibidas por el
sujeto como ajenas o son señaladas por el oyente- sigue del lado del paciente una
respuesta. La interpelación obliga a volver sobre la acción y para el autor es
imposible no responder ya que toda interpelación exige respuesta. Sin embargo
frente a ella pueden surgir respuestas de índole diversa, muchas de las cuales
vuelven retroactivamente sobre la acción disonante sin que eso implique una
apertura sino justamente el cierre del circuito. Para explicar esto da el ejemplo de
los lapsus situando que si bien estos responden a una motivación, el paciente
siempre puede excusarse justificando el desliz. Siempre puede decir “perdón, me
equivoque. Quise decir otra cosa” lo cual también es una respuesta, pero una
respuesta que desliga al paciente en tanto busca lograr una recomposición yoica
frente a la formación inconsciente, es decir, busca sellar esa hiancia que se
originó.

Culpa

Siguiendo esta línea el autor sitúa diferentes tipos de respuestas posibles frente a
la interpelación, entre ellas la negación y la proyección así como la
intelectualización y la respuesta moral o culpógena. En relación a esta última lo
que ubica es una pura culpa anclada en el yo que se mantiene como un tapón
obturando el advenimiento del sujeto. Como expresa el autor, en el culpógeno: “no
hay implicación sino que se transforma en el sujeto-joya que cuadra perfectamente
en las coordenadas de la responsabilidad moral u objetiva” (2006, p.158). En este
sentido la mera culpabilización moral por la acción no supone ningún tipo de
responsabilización por parte del paciente, sino por el contrario, se constituye como
un refugio ante esta posibilidad en tanto conduce al cierre del circuito.

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Entonces dentro del campo psicoanalítico es preciso no equivocar la
responsabilidad con la culpa. En cuanto a esta última se destacan por un lado los
aportes de Freud, S. en “Los que delinquen por conciencia de culpa” (1916)
donde centra su análisis en aquellas personas que llevaban a cabo diversas
acciones que van en contra de la ley. Expresa que en algunos casos, la ejecución
de tales acciones por parte de sus pacientes traía aparejado cierto alivio de la
conciencia de culpa –de origen desconocido -que los martirizaba. Señala entonces
que en tales casos la conciencia de culpa no se producía como consecuencia del
hecho sino que justamente preexistía a la falta. Asimismo ubica que a partir del
análisis es posible afirmar que este sentimiento de culpa era efecto de una
reacción frente a los dos propósitos delictivos del complejo de Edipo: el parricidio
y el incesto.

Asimismo en “El yo y el ello” (1923) el autor liga la culpa al superyó. Manifiesta


entonces que como resultado del complejo de Edipo se produce una
sedimentación en el yo a partir del establecimiento de dos identificaciones – la
materna y la paterna- unificadas entre sí. Denomina superyó a esta alteración del
yo y expresa que cuanto: “más intenso fue el complejo de Edipo y más rápido se
produjo su represión, tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó
como conciencia moral quizá también como sentimiento inconciente de culpa,
sobre el yo.” (p.36). En este caso diferencia el “sentimiento inconsciente de culpa”
que adquiere características de subrogado de la instancia paterna, de la
“conciencia de culpa” que es entendida como el resultado de la “tensión entre las
exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo” (p. 38).

Por otro lado Lacan J. en el seminario VII (1959-1960) articula la culpa al deseo:
“En último término, aquello de lo cual el sujeto se siente efectivamente culpable
cuando tiene culpa, de modo aceptable o no para el director de conciencia, es
siempre, en su raíz, de haber cedido en su deseo”. (p.390) Es decir ubica que el
sentimiento de culpa se presenta cuando hemos renunciado a algo de nuestro
propio deseo, es un indicio indirecto de haber renunciado a la posición deseante.
En este sentido a los fines del análisis no sirve convalidar esta posición o reforzar

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la culpa, tampoco sirve desculpabilizar. Por lo tanto el analista intentará localizar
en los dichos del paciente, las coordenadas subjetivas que propiciaron la
emergencia de la culpa.

De esta manera dentro del ámbito psicoanalítico la culpa y la responsabilidad son


conceptos diferenciados que no deben entremezclarse. El sentimiento de culpa
puede pensarse de diversas formas en función del autor: En términos generales
Freud, S. lo entiende como heredero del complejo de Edipo, efecto de la
existencia de la instancia superyoica. Mientras que Lacan, J. lo ubica como un
indicio de haber cedido en relación al deseo. Por otro lado la responsabilidad
puede pensarse en base a lo planteado por Domínguez, M. E. y D’ Amore, O.,
como un modo de respuesta frente a la interpelación. Empero, no cualquier modo
de respuesta puede leerse en términos de responsabilidad subjetiva sino que la
misma constituye una respuesta diferenciada.

Aquiescencia yoica

En “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto: La


responsabilidad moral por el contenido de los sueños” Freud, S. (1925) pone bajo
análisis aquellos sueños que se presentan y hieren la sensibilidad del soñante en
tanto lo interpelan respecto de su posición moral, es decir, respecto de aquello que
considera correcto e incorrecto. Señala entonces que el problema de la
responsabilidad por el contenido manifiesto del sueño desapareció, ya que gracias
a los esclarecimientos aportados por la “Interpretación de los sueños” se sabe que
el mismo es solo una “apariencia falsa”, una “fachada” que solo refleja de forma
desfigurada el contenido latente que le dio origen, y por lo tanto no vale la pena
someterlo a un examen ético.

De esta forma ubica que la mayoría de los sueños, sea cual sea la forma en que
se presenten - inocentes, exentos de afecto o sueños de angustia-, se revelan tras
el análisis como el cumplimiento de mociones de deseo inmorales de las que el
soñante debe responsabilizarse:

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Desde luego, uno debe considerarse responsable por sus mociones oníricas malas.
¿Qué se querría hacer, si no, con ellas? Si el contenido del sueño –rectamente
entendido- no es el envío de un espíritu extraño, es una parte de mi ser (…) y si para
defenderme digo que lo desconocido, inconciente, reprimido que hay en mí no es mi
<<yo>>, no me situó en el terreno del psicoanálisis (…). (Freud, S., 1925, p.135)

Al ubicar que somos responsables de tales “mociones oníricas malas”, es decir


del contenido latente de nuestros sueños, Freud, S. se encuentra
responsabilizando al soñante de aquello que desconoce de sí mismo. Sin embargo
si bien responsabiliza al soñante de aquello que se juega en lo inconsciente, se
opone de forma expresa a circunscribir esta responsabilidad al terreno del yo: “El
médico dejará al jurista la tarea de instituir una responsabilidad artificialmente
limitada al yo metapsicológico. Son notorias las dificultades con que tropieza para
derivar de esa construcción consecuencias prácticas que no repugnen a los
sentimientos de los seres humanos”. (p 136).

En este sentido, como señala Salomone, G. Z. en “El sujeto autónomo y la


responsabilidad” (2006) Freud, S. a lo largo de su obra va forjando una noción de
sujeto totalmente diferente al sujeto autónomo del derecho positivista. Para el
padre del psicoanálisis el sujeto no es aquel dueño de lo que dice y hace sino
aquel habitado por algo que desconoce y que se expresa más allá de él a través
de las formaciones del inconsciente. Sin embargo como se señaló previamente
Freud, S. no toma tal ajenidad como un argumento para excusarse sino que es
justamente allí hacia donde dirige la responsabilidad. Como expresa la autora:
“Lejos de plantear un cierto determinismo como fundamento de la
desresponsabilización, el Psicoanálisis plantea un determinismo inconsciente que
hace al sujeto responsable por definición.” (P.105)

De aquella cita en la que Freud, S. se opone a delimitar la responsabilidad en el


ámbito yoico se proponen dos lecturas. Sin embargo, antes de proseguir en su
desarrollo se torna necesario esclarecer a que se hace referencia al hablar del yo
en el ámbito psicoanalítico.

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En “Introducción del narcisismo” Freud, S. (1914) plantea que el yo no viene dado
desde el inicio sino que es algo que se construye:

Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una


unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones
autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al
autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya”. (Freud,
S., 1914, p.74)

Es decir lo inicial es el autoerotismo, pulsiones parciales que se satisfacen a sí


mismas de forma independientemente y que están ligadas a las diversas zonas
erógenas. No hay una instancia que unifique o regule la relación entre estas
pulsiones parciales sino que la misma se constituye en un segundo momento a
través de una “nueva acción psíquica” -que más tarde Lacan, J. señala como una
identificación-. Con el narcisismo entonces se produce la síntesis de las pulsiones
sexuales de actividad autoerótica y se conforma una unidad entre el cuerpo y el
yo, lo que le permite distinguir aquello que es propio de lo ajeno, es decir, un
adentro y un afuera.

En “El yo y el ello” (1923) Freud, S. propone la segunda tópica compuesta por el


yo, el ello y el superyó la cual constituye una nueva ordenación metapsicológica
que no supera ni invalida la primera (consciente, preconsciente, inconsciente). En
este escrito plantea al yo como una parte diferenciada del ello: “parte del ello
alterada por la influencia directa del mundo exterior” (p.27). El yo entonces hunde
sus raíces en el ello e intenta dominarlo pretendiendo reemplazar el principio de
placer que rige en él por el principio de realidad. Asimismo, sitúa que el yo está
ligado a la conciencia, gobierna la percepción y el acceso a la motilidad, y es la
instancia de la que parten las represiones y la censura. Asimismo lo define como
un ser corpóreo ya que se trata de la “proyección de una superficie” (p.27).

Por otro lado en el Seminario II (1954-55) Lacan, J. retoma los aportes de Freud,
S. y plantea que el yo es una “construcción imaginaria” en tanto todo ser humano
para constituirse como tal tiene que atravesar un momento estructural de
alienación con el otro semejante, momento fundante del yo. Siguiendo esta línea,

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en “Acerca de la causalidad psíquica” (1946) plantea que entre los 6 y los 18
meses el infans tiene que poder constituir la imagen de sí mismo lo cual logra a
partir de la identificación a la imagen que el otro semejante le facilita. Tal
identificación no solo se produce en la dimensión imaginaria sino que además es
necesaria la intervención del registro simbólico. Como expresa el autor en el
Seminario II (1954-55) no basta con tener imaginario para ser hombres sino que
es necesario además el sostén simbólico, que otorga un estatuto y organiza
permitiendo mantener relación, función y distancia. Es decir lo simbólico sostiene
lo imaginario siendo que el comportamiento humano a diferencia del animal nunca
se reduce pura y simplemente a la relación imaginaria.

De esta forma la causalidad psíquica es la identificación y el resultado es la


construcción del yo como imagen total durante el estadio del espejo. Asimismo
Lacan, J. (1954-55) le adjudica al yo la función de “desconocimiento” en tanto
permite cubrir o velar la división subjetiva brindándonos una ilusión de identidad.
Es decir, suple de alguna forma la pérdida de identidad que padece el ser humano
al ser atravesado por el lenguaje, permitiendo afirman un ser ilusorio, un “yo soy
esto”.

En este sentido en su primera enseñanza, Lacan J. propone un retorno a Freud S.


en tanto considera que los posfreudianos se extraviaron en el terreno de lo
imaginario al no tener en consideración los aspectos formales o simbólicos. En
virtud de ello hace hincapié en barrer todo tipo de imaginarización referida al
inconsciente. Es así como, en “La instancia de la letra en el inconsciente o la
razón desde Freud” (1957) señala que:

(…) es toda la estructura del lenguaje lo que la experiencia psicoanalítica descubre en el


inconsciente. Poniendo alerta desde el principio al espíritu advertido sobre el hecho de
que puede verse obligado a revisar, la idea de que el inconsciente no es sino la sede de
los instintos. (p184)

En efecto lo que el autor pretende remarcar es que el inconsciente no es la sede


de instintos ni es algo que se encuentra localizado en alguna parte del cerebro y
que contiene representaciones reprimidas, tampoco es una esencia que se pueda

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aprehender. El inconsciente para Lacan J. está en la superficie, se produce en el
hablar mismo. Por lo tanto no hay que hacer confesar al paciente para llegar en
algún momento a lo verdadero, sino que la verdad está en la palabra misma. Sin
embargo esta no se halla presente todo el tiempo, sino en esos momentos de
“palabra plena”, momentos fugaces en los que el sujeto se haya plenamente
comprometido. En este sentido el sujeto del inconsciente se caracteriza por ser
pulsátil, intermitente, siempre difícil de atrapar, siempre efecto nunca causa.

De esto se desprende que el hecho de que una persona vaya a análisis no


significa que el sujeto este allí todo el tiempo, dado que para Lacan J. (1960) el
sujeto no es equiparable al yo. Mientras este último se articula con el registro
imaginario, aquel está ligado al registro de lo simbólico en tanto es producto del
encuentro entre el lenguaje y el cuerpo. No hay sujeto sin lenguaje, nos
constituimos como seres humanos a partir de que somos hablados por otros. El
otro en tanto ser hablante arma un mundo y nos constituye dentro de él. El sujeto
es entonces una instancia previa al nacimiento del individuo y subsiste luego de su
muerte. Tal marca del lenguaje sobre el cuerpo es lo que produce la perdida de la
necesidad y consolida la indeterminación del ser.

Finalmente en la “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente


freudiano” Lacan J. (1960) sitúa que: “un significante es lo que representa un
sujeto para otro significante” (p. 799). Lo que quiere decir que el sujeto tiene lugar
en esa hiancia que se produce entre un significante y otro. No existe un
significante que lo defina o represente completamente sino que el mismo es una
indeterminación, es falta en ser.

Entonces el yo vela esa división subjetiva, nos permite creer que somos nuestros
amos, que “movemos los hilos” en tanto no está advertido de los puntos en los que
es hablado por el Otro. Empero en determinados momentos la aparición del sujeto
a través de alguna formación del inconsciente –lapsus, sueños, fallidos, etc…- tira
abajo algo de la completitud del yo.

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Habiendo delimitado al yo distinguiéndolo del sujeto, se retoma la cita de Freud S.:
“El médico dejará al jurista la tarea de instituir una responsabilidad artificialmente
limitada al yo metapsicológico (…)” para pensarla a partir de dos ejes:

Por un lado siguiendo a Salomone, G. Z. (2006), se puede pensar que la presente


frase implica la necesidad de que el analista sustraiga de su trabajo el juicio moral.
Lo que quiere decir que no procederá de la misma forma que el jurista quien
realiza un juicio moral sobre determinada acción, ya que de esto no advendrían
consecuencias prácticas. En efecto, no conducirá el análisis juzgando e
imputando al paciente desde el campo moral por aquello que se juega en lo
inconsciente, clasificando las mociones inconscientes como “buenas” o “malas” en
función de sus propios valores o los valores socialmente compartidos. Su posición
debe ser de neutralidad. Como señala Freud, S en “Nuevos caminos de la terapia
psicoanalítica” (1919):

Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras
manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por el su destino, a
imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra
obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza. (p.160)

En este sentido el psicoanalista no trata de educar al enfermo para que se


asemeje a él como si fuera una deidad, un ejemplo a seguir. Tampoco intentará
adaptar al paciente en función de los valores imperantes en la sociedad,
transformándolo en un buen ciudadano. Sino que su objetivo está ligado a intentar
que a partir de los dichos del paciente a través de la asociación libre, pueda
advenir algo de ese sentido singular para cada quien.

Por otro lado que la responsabilidad no deba recaer dentro del terreno yoico
puede entenderse en términos de que el analista debe estar advertido de no
equivocar la aquiescencia yoica, el asentimiento consciente del paciente, con una
forma de responsabilización. En este sentido, como sitúa Lombardi, G. (2011)
cuando lo que se produce en el paciente ante la intervención del analista es un

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efecto de responsabilización rápida lo más probable es que lo que esté
sucediendo sea un refuerzo moral del yo. En este sentido que el paciente se
responsabilice a si mismo acerca de la causa de su padecer, no es algo que vaya
a conformar al analista, dado que el efecto de responsabilización no debe leerse a
partir de la respuesta manifiesta. En efecto la responsabilidad no tiene que ver con
que alguien diga “Yo tengo la culpa de esto. Me hago cargo”, la vía de
corroboración es más bien indirecta. Como sitúa el autor, el analista: “no· espera
coherencia yoica sino todo lo contrario, asociaciones incoherentes, contradictoras,
sorprendentes, indicadoras de una apertura del inconsciente” (p. 33).

Retomando lo desarrollado hasta aquí la responsabilidad subjetiva dentro del


campo psicoanalítico puede pensarse como un modo de respuesta que no debe
confundirse tanto con el sentimiento de culpa como con la aquiescencia yoica. En
este sentido, puede entenderse como una respuesta diferencial que en los
próximos apartados se ligará a la idea de implicación en el síntoma que se
desprende de los aportes de Lacan, J.

Síntoma

Para Freud, S. el síntoma es una de las diversas formaciones del inconsciente y a


lo largo de toda su obra lo ubica como producto de un conflicto. En sus primeros
escritos el autor lo describe como efecto del advenimiento de una representación
inconciliable a la conciencia, de la cual la persona se defiende de forma voluntaria.
Sin embargo, como sitúa Freud, S. en “Las neuropsicosis de defensa” (1894) al no
poder tratar esa representación como no acontecida, la defensa se propone
debilitarla arrancándole su monto de energía -es decir su afecto- y desplazándolo.
Mientras que el desplazamiento del afecto se consuma en el cuerpo en la histeria,
en la neurosis obsesiva permanece en el ámbito psíquico, volcándose a una
representación inocua que de esta forma adquiere su carácter obsesivo. De esta
manera se constituyen los síntomas característicos de cada una de ellas.

17
Varios años más tarde a la altura de “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) Freud,
S. sigue ubicando al síntoma como producto de un conflicto pero ya no entre una
representación y la conciencia sino entre instancias psíquicas: “El síntoma es
indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del
proceso represivo. La represión parte del yo, quien, eventualmente por encargo
del superyó, no quiere acatar una investidura pulsional incitada en el ello” (p.87).
Lo que Freud, S. sitúa es que la presencia del síntoma indica que no fue posible
sortear la represión sino todo lo contrario, se produjo un conflicto entre el yo y el
ello,y a partir de la señal de angustia el yo puso en marcha tal mecanismo
defensivo, dando por resultado la formación de síntoma como solución de
compromiso entre ambas instancias. Para Freud, S. entonces el síntoma siempre
es el resultado de un conflicto al que se responde acatando ambas partes; lo que
quiere decir que tiene una pata en el ello en tanto es el sustituto de aquella
satisfacción pulsional interceptada y, una en el yo en tanto representante de la
defensa.

En la cita mencionada Freud S. ubica al síntoma como sustituto de una


satisfacción pulsional haciendo hincapié en una de las caras del síntoma. Esto
tiene que ver con que ya en 1917 en “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica”
Freud, S. venia pensando el síntoma como de carácter compuesto: “Los síntomas
y las exteriorizaciones patológicas del paciente son, como todas sus actividades
anímicas, de naturaleza en extremo compuesta; en su fundamento último, los
elementos de esa composición están constituidos por motivos, mociones
pulsionales” (1917, p.156). Por lo tanto Freud S. piensa que el síntoma está
constituido por dos elementos heterogéneos. Por un lado los elementos
pulsionales que son los “ingredientes elementales” y por el otro, el sentido. Este
sentido no es un sentido único sino que por el contrario Freud, S. en la
Conferencia 17° (1916) señala la existencia de sentidos diversos enlazados a un
mismo síntoma ya que en él “no se precipita una única fantasía sino una serie de
ellas”. Los sentidos entonces recubren este núcleo duro pulsional.

18
Retomando lo anteriormente mencionado se pueden distinguir dos dimensiones o
vertientes del síntoma, por un lado una vertiente descifrable ligada al sentido – que
se puede relacionar con el registro de lo Simbólico en Lacan - y por el otro lado
una vertiente pulsional ligada a la satisfacción que se juega en él – que se puede
relacionar con el registro de lo Real-.

Asimismo como señala Freud S. (1926) el síntoma no produce ninguna sensación


de placer en la persona sino que esta lo vivencia como un cuerpo extraño. Es
decir, en un principio el síntoma tiene la cualidad de ser extraterritorial. Sin
embargo el yo que tiende a la ligazón y a la síntesis intenta incorporar a aquel a
su organización, cancelando de esta forma la ajenidad que lo caracteriza y
logrando así no saber nada de él. Freud, S. denomina “lucha defensiva
secundaria” a este trabajo y expresa que: “Al primer acto de la represión sigue un
epilogo escénico prolongado, o que no se termina nunca, la lucha contra la moción
pulsional encuentra su continuación en la lucha contra el síntoma.” (p. 94). Es
gracias a este epilogo escénico constituido por la lucha defensiva secundaria, que
es posible que sobrevenga la adaptación del yo al síntoma, es decir, que el
síntoma adquiera carácter de egosintónico.

Por otro lado en un primer momento, Lacan J. ubica al síntoma como aquello que
es analizable, es decir, descifrable. Mientras que a la altura del seminario X (1962-
63) sigue sosteniendo esta idea pero dándole una giro más ya que en este
seminario introduce la noción de “objeto a” como una forma de lo real. De esta
manera lo que empieza a localizar con más precisión no es la dimensión
descifrable, sino la dimensión de goce que todo síntoma posee. Sitúa entonces
que en su carácter original el síntoma no es abordable por el psicoanalista dado
que se satisface a sí mismo, es autoerótico:

En su naturaleza, el síntoma no es como el acting out, que llama a la interpretación,


puesto que lo que el análisis descubre en el síntoma es que el síntoma no es llamada
al Otro, no es lo que muestra al Otro. El síntoma en su naturaleza es goce, no lo
olviden, goce revestido (..) (Lacan,J,, 1962-63 p.139)

19
Estatutos del síntoma

De esta forma el síntoma en principio no llama al Otro, no habla para alguien, por
lo que es necesario lograr que su estructura original se modifique, y para que esto
suceda es necesario realizar una operación que, como señala Lacan,J. : “rompe
la implicación del sujeto en su conducta” (1962-63, p.303). Tal “desimplicación” es
necesaria ya que como expresan Boxaca J.L. y Luterau L. (2012) en los primeros
encuentros los pacientes no suelen presentarle al analista un síntoma de forma
directa sino que por el contrario este se encuentra velado por el trabajo de
adaptación del yo, que anteriormente fue señalado como “lucha defensiva
secundaria”. Esto puede verse claramente en los casos de neurosis obsesiva
donde los sujetos no son divididos por sus síntomas, no los advierten como tales
sino que suelen entenderlos como rasgos de carácter “soy muy ordenado, soy
muy pulcro…”. Sin embargo, como señalan los autores esto no significa que no
haya padecimiento sino que se trata de un padecimiento “no advertido” que
demanda un gasto psíquico: “en este momento, el síntoma puede llegar a producir
un malestar, pero no posee el empuje necesario como para que el ser hablante
quiera desembarazarse de él” (p.68)

En este sentido, es condición necesaria romper esa egosintonía del síntoma para
que este se constituya como tal y comience el análisis propiamente dicho: “En este
caso, el primer paso del análisis es que el síntoma se constituya en su forma
clásica, sin lo cual no hay modo de salir de él, porque no hay modo de hablar de
él, porque no hay modo de atrapar al síntoma por las ojeras.” (Lacan, 1962-63,
p.302). Tal viraje requiere de una operación analítica la cual consiste en promover
la producción de la división subjetiva, interpelar ese “soy así” para abrir una
hiancia entre la conducta y el ser.

Por otro lado si bien en este momento el síntoma recupera su forma clásica, es
decir su carácter egodistónico original, aún no es interpretable. Lacan (1962-63)
señala que: “Para que el síntoma salga del estado de enigma todavía informulado,
el paso a dar no es que se formule, es que en el sujeto se perfile algo tal que le

20
sugiera que hay una causa para eso” (p. 139). Es decir a esta altura el enigma
deja de ser enigma para convertirse en una pregunta en la que el sujeto se
encuentra concernido.

En base a lo expresado se puede afirmar que es necesaria una operación previa


de “desimplicación” de la conducta, que transforme ese síntoma egosintónico-
velado por el trabajo del yo- en un síntoma propiamente dicho, para que en un
segundo momento, sea posible un movimiento de implicación que se encuentra
ligado a la constitución del síntoma analítico y da lugar a la entrada en análisis.

Síntoma e implicación

Como refiere Rabinovich, D. S. en “Una clínica de la pulsión: las impulsiones”


(1989) aquello que caracteriza la posición del analizante es que el síntoma hace
pregunta. El paciente entonces en este punto, le supone una causa al síntoma y
se interroga por ella. En efecto, aquel posee una motivación inconsciente y si el
paciente no lo “cree” no es posible que el analista interprete. Sin embargo tal
creencia no es una creencia teórica o de índole yoica sino que tiene que ver con la
experiencia misma. Por lo tanto tal suposición de una causa para el síntoma, no
implica llenarlo con un sentido que cierre, sino reconocerlo como portador de un
sentido desconocido por uno mismo y en virtud de ello la posibilidad de abrir
camino a la interrogación.

Lo que permite que el síntoma se configure en forma de interrogante es la


instalación de la transferencia. En efecto tanto Freud, S. como Lacan, J. señalan
que para poder operar sobre el síntoma es necesario el lazo transferencial. Es
decir que el síntoma se dirija al analista incluyéndolo dentro de su estructura, en
tanto, como sitúa Freud en la Conferencia 27° (1916) cuando el paciente dirige las
investiduras de objeto hacia el analista, toda la producción de la enfermedad se
concentra en la relación con el médico: “Todos los síntomas del enfermo han
abandonado su significado originario y se han incorporado a un sentido nuevo,

21
que consiste en un vínculo con la trasferencia. O de esos síntomas subsistieron
sólo algunos, que admitieron esa remodelación” (p.404). El conflicto se actualiza
por lo que el analista ya no trata con la enfermedad original sino con una neurosis
artificial, recién creada, sobre la cual puede intervenir.

Siguiendo la línea de lo desarrollado hasta aquí, Silvestre, D. (1987) asevera que


la subjetivación de la queja por parte del paciente es un momento necesario en
tanto permite el pasaje de las entrevistas preliminares al análisis propiamente
dicho. Asimismo asevera que tal subjetivación tiene que ver con: “en qué medida
el síntoma del sujeto implica una pregunta de su parte, una suposición de sentido
y en qué medida está el analista incluido en la demanda en tanto puede encarnar
para el sujeto la respuesta a tal pregunta” (p.91). De esta forma existiría una
suposición inicial de saber inconsciente, es decir, que el paciente considera que
aquello que lo hace padecer quiere decir algo. Por medio de la transferencia tal
suposición se desplaza al analista y permite que se arme lo que Lacan, J. delimita
como “Sujeto Supuesto Saber”. El “SSS” implica una doble suposición, la
existencia de un saber inconsciente y un sujeto portador del mismo. Suposición de
la cual deben participar tanto el analizante como el analista para lograr poner en
marcha el trabajo analítico. En lo que respecta al analizante esta suposición
conlleva la creencia de que el analista es poseedor del saber sobre el significado
del síntoma, aquel capaz de responder a su pregunta. En virtud de ello el analista
queda en una posición de descifrador o intérprete.

Como señala Lombardi (1992) en “La función primaria de la interpretación” el


“SSS” es una ficción que está destinada a desmoronarse. Como se mencionó, tal
ficción contiene dos suposiciones de las cuales participan tanto el analizado como
el analista. En cuanto a este último cabe destacar que debe estar advertido de no
identificarse a ese lugar ficcional al que el paciente lo convoca. Lo cierto es que el
analista no posee las respuestas, no sabe nada sobre quien consulta. En efecto, el
saber se encuentra en los significantes singulares que van surgiendo en los dichos
de cada quien, a través de la asociación libre. Como señala Lacan, J. (1958) el

22
analista dirige la cura pero no al paciente, en este sentido el único saber que
posee el psicoanalista es estar al tanto del lugar en el que debe posicionarse para
lograr que ese saber del analizante se despliegue. En este punto, lo que el
analista le devuelve al analizante que le demanda una respuesta puede pensarse
con una “propuesta de trabajo”. Trabajo a partir del cual se irá constituyendo ese
saber no sabido para cada quien.

El analista entonces debe desplazar esa suposición de saber nuevamente del lado
del paciente. Es decir, debe lograr que sea este quien se ponga a trabajar para
producir cierto saber. Como expresa Soler, C. en “Standars no standars” (1984):
“Entre la queja que pide alivio y la entrada en análisis, que supone el trabajo
analizante, no hay continuidad”. (p.107). En efecto para la autora la entrada en
análisis supone atravesar un umbral que implica el “Trabajo de la transferencia”.
Lo cual significa que aquella transferencia que en un momento previo se
caracterizaba por ser totalmente demandante -en tanto el paciente le exigía al Otro
encarnado por el analista que diera todas las respuestas- debe transformarse en
transferencia productora. Tal transformación supone un esfuerzo por parte del
analizante quien tiene que estar dispuesto a poner algo de su parte, a ceder algo
de su goce. Como señala la autora: “El analizante está en el análisis en el lugar de
aquel que trabaja –esfuerzo, dice Lacan- para que se elabore el saber que
responda a la pregunta del sujeto: mientras que la operación del analista consiste
en causar ese trabajo” (p. 108). En efecto, el analista se ubica en el lugar de causa
pero quien trabaja es el analizante en el punto en que deja de demandarle al Otro
que responda y comienza a asociar libremente.

En este punto siguiendo a Lombardi, G. en “Rectificación y destitución del sujeto”


(2011), la posición que el analista debe soportar mientras dirige la cura es la de
estar destituido como sujeto: “En tanto partenaire que promueve el desarrollo de la
transferencia, acepta ser tomado como significante, como objeto, como causa,
resignando la posición de sujeto” (p.35). Es decir preparado por su propio análisis,
el analista debera poder soportar el hecho de que en el análisis no está en juego

23
su propio discurso, sino justamente el discurso del analizante sobre el cual
intervendrá dando lugar al despliegue de de su verdad.

Por otro lado en “Intervención sobre la transferencia” (1951) Lacan J. retoma el


caso Dora, ubicando en él una serie de “desarrollos de verdad” que se producen
como efecto de las intervenciones de Freud S. Ubica entonces en un primer
momento, como la paciente llega en posición de queja y denuncia respecto de la
situación en la que se ve inmersa, donde su padre la otorga como una suerte de
objeto de entretenimiento al Señor K para poder seguir con su affaire. Frente a
esto, la intervención de Freud, S. constituye una primera “inversión dialéctica” que
produce un segundo “desarrollo de verdad”: “A saber que no es solo por el
silencio, sino gracias a la complicidad de Dora misma, más aún: bajo su protección
vigilante, como pudo durar la ficción que permitió prolongarse a la relación de los
dos amantes” (p.206)

Es a partir de la intervención de Freud, S. que se produce un giro en el material


discursivo de Dora. En “La dirección de la cura y los principios de su poder” Lacan,
J. (1958) retoma lo dicho y sitúa que Freud, S.: “empieza por introducir al paciente
a una primera ubicación de su posición en lo real” (p.576). Es decir Freud, S.
localiza la posición de “alma bella” de Dora confrontándola con lo no reconocido
de su participación en el asunto.

Como se mencionó en la introducción, una de las modalizaciones más difundidas


de la “Responsabilidad subjetiva” supone “hacer cargo al paciente de su parte en
aquello de lo que se queja”, cuyo origen puede pensarse a partir de los aportes de
Lacan J. mencionados en el párrafo anterior. Sin embargo, se considera que de
esta frase no debe realizarse una lectura simplista que conduzca a la idea de que
el analista procede inculpando al paciente o que busca que este se responsabilice
a sí mismo de forma moralista o yoica.

En cuanto a esto se retoman los aportes de Freud, S. en “Recordar, repetir,


reelaborar (1914) donde expresa que la introducción del tratamiento supone un
cambio por parte del paciente, un abandono de lo que denomina la “política del

24
avestruz”. Aquella política de “no querer saber” que caracteriza al enfermo, quien
hasta este momento se conformó con esconder la cabeza como el avestruz ante
su enfermedad, quejarse de ella y despreciar su síntoma como algo sin sentido. Lo
cual no sirve a los fines de un análisis, sino que:

Es preciso que el paciente cobre el coraje de ocupar su atención en los fenómenos de su


enfermedad. Ya no tiene permitido considerarla algo despreciable; más bien será un
digno oponente, un fragmento de su ser que se nutre de buenos motivos y del que
deberá espigar algo valioso para su vida posterior. (Freud,S., 1914, p.154)

El paciente tiene que sacar la cabeza del pozo y enfrentar la neurosis -lo cual no
es de una vez y para siempre- y para esto es preciso que la “considere” como un
digno oponente “entendiendo” que se nutre de buenos motivos. En este punto el
autor habla de un “cambio de actitud consciente” frente a la enfermedad. Sin
embargo se considera que este cambio que se produce en la entrada en análisis,
no debe reducirse a un cambio de actitud, ya que como Freud, S. ubica años mas
tarde (1925) la responsabilidad no debe circunscribirse al terreno del yo, por lo
tanto no es algo que se refleje en la consciencia o en la quiescencia yoica sino
que tiene que ver con un cambio de posición de otra índole. En este sentido que el
sujeto diga “Yo tengo la culpa de que me pase esto” no significa nada para un
analista. La vía de corroboración es más indirecta, es simplemente el punto en el
cual, vía un fallido, un sueño, un recuerdo, se conecta algo del orden del sentido
del síntoma que abre pregunta, se equivoca eso que era un modo de ser y
comienzan a aparecer las líneas asociativas de trabajo.

25
Palabras finales

Al momento de concluir es ineludible retomar la hipótesis que se propuso trabajar


en un principio. La misma versa: “La responsabilidad subjetiva puede pensarse
como un modo de respuesta ante aquello que interpela al individuo. Respuesta
que se encuentra ligada a la implicación en el síntoma”. En virtud de lo trabajado a
lo largo del desarrollo se puede afirmar que la hipótesis ha sido corroborada. En
efecto frente a la interrogante inicial ¿Cómo pensar la responsabilidad subjetiva a
partir del síntoma? Se puede afirmar que dentro del campo psicoanalítico, este
concepto poslacaniano puede pensarse como un modo de respuesta frente a
aquello que se le presenta como ajeno al yo. En este sentido esa ajenidad
agujerea algo de la completitud del yo y por lo tanto lo interpela. Frente a esta
interpelación sigue siempre por parte del individuo una respuesta, que puede ser
de índole diversa. Por un lado se sitúan ciertas respuestas que es posible
aglomerar como aquellas que tienden a buscar la recomposición yoica, a cerrar
esa hiancia que se originó. Mientras que del otro lado se puede pensar en la
responsabilidad subjetiva entendiéndola como una respuesta diferenciada ligada a
la implicación. En efecto, esta última supone la constitución de una pregunta por la
causa del padecer en la cual el sujeto se encuentra concernido. En este sentido la
pregunta por la causa conlleva admitir en algún punto la existencia de un saber no
sabido, de que existe algo que se desconoce de sí. Es decir, reconocer de alguna
forma que no hablamos sino que somos hablados por el Otro. Asimismo se puede
pensar la responsabilidad subjetiva como un cambio de posición que da cuenta del
pasaje en el que el paciente se convierte en analizante. En este punto se hace
hincapié en no considerarlo un mero cambio de actitud por parte del paciente,
quien se alía al terapeuta desde el lado de la voluntad para combatir su síntoma.
Sino que este cambio supone algo que no se juega en el terreno yoico y que se
puede pensar como del orden de una marca, una huella que se inscribe en el
cuerpo y que admite de algún modo el hecho de que no somos seres completos.
En definitiva supone reconocer la existencia del inconsciente, no de forma teórica
sino a través de la propia experiencia. Es decir admitir en algún punto la división

26
subjetiva para poder así hacer algo con ella. De esta forma la responsabilidad
subjetiva leída en estos términos, supone un esfuerzo de trabajo por parte del
analizante quien deja de demandar respuestas y empieza a producirlas.

27
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