Universidad de Buenos Aires Facultad de Psicología Tesis de Grado
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Facultad de Psicología
Tesis de grado
La “Responsabilidad Subjetiva” y su
articulación con el síntoma
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Índice
Introducción ………………………………………………………………………… 2
Desarrollo …..…………………………………………………………………….. 8
Conclusiones ………………………………………………………………………. 26
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Introducción
En este sentido es preciso señalar que si bien la autoría de tal concepto suele
atribuírsele a Lacan, J., el mismo no aparece explicitado en estos términos a lo
largo de su obra. En efecto el autor no habla de “responsabilidad subjetiva”, sin
embargo en su escrito “La ciencia y la verdad” (1966) señala que: “De nuestra
posición de sujeto somos siempre responsables” (p.837). De esta forma puede
pensarse que es a partir de la lectura de la presente frase por parte de los
poslacanianos que este “ser responsable de nuestra posición de sujeto” derivó en
la idea de “Responsabilidad subjetiva”.
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Hipótesis
Objetivos
Objetivo general
Objetivos específicos
Metodología
Marco teórico
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gobernar la percepción y el acceso a la motilidad, y tener el poder de ejercer la
represión.
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Asimismo se tendrá en consideración la orientación que brinda en “Nuevos
caminos de la terapia psicoanalítica” (1919) sobre la forma de proceder del
analista en relación al paciente a lo largo de la cura.
La idea de sujeto entendido desde la “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo
en el inconsciente freudiano” (1960) como un sujeto que no es total sino que está
atravesado por la marca del lenguaje la cual sella su indeterminación. Asimismo la
idea de sujeto como aquello que se encuentra entre un significante y el otro, sin
hallarse representado completamente por ninguno de ellos.
Los aportes del Seminario X (1962-63) en relación al síntoma donde Lacan, J.,
deja de centrarse en su vertiente descifrable para hacer hincapié en el síntoma
como goce revestido, que en un principio no es pasible de ser interpretado por el
analista. Donde se vuelve necesario para poder operar sobre el mismo romper con
la implicación del sujeto en su conducta. Lo que permite que el síntoma transmute
de un enigma informulado a una interrogación que se dirige al analista.
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Asimismo se realizará una mención de los aportes de Lacan, J. en “La dirección
de la cura y los principios de su poder” (1958) acerca de la forma de actuar del
analista y, por otro lado, su referencia al sujeto como responsable en “La ciencia y
la verdad” (1966).
Así como los diferentes tipos de respuesta frente a la interpelación que plantea D’
Amore, O. en “Responsabilidad y culpa” (2006): por un lado aquellas tienden
buscar la recomposición yoica y por el otro la respuesta que consiente el
advenimiento del sujeto
Por otro lado en lo que respecta al estado del arte se destacan los siguientes
aportes:
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La lectura de Boxaca J.L. y Luterau L. en “Los usos del síntoma: sus
transformaciones en la cura analítica” (2012) acerca de los diversos estatutos
del síntoma a lo largo del análisis.
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Desarrollo
Responsabilidad subjetiva
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interpelación obliga a volver sobre la acción retroactivamente, lo que hace que el
tiempo dos se sobreimprima sobre el primero, resignificándolo y obligando al
sujeto a dar una respuesta. Surge así la posibilidad de un tercer tiempo pensado
como una respuesta diferenciada, que puede ser leído como responsabilidad
subjetiva.
Culpa
Siguiendo esta línea el autor sitúa diferentes tipos de respuestas posibles frente a
la interpelación, entre ellas la negación y la proyección así como la
intelectualización y la respuesta moral o culpógena. En relación a esta última lo
que ubica es una pura culpa anclada en el yo que se mantiene como un tapón
obturando el advenimiento del sujeto. Como expresa el autor, en el culpógeno: “no
hay implicación sino que se transforma en el sujeto-joya que cuadra perfectamente
en las coordenadas de la responsabilidad moral u objetiva” (2006, p.158). En este
sentido la mera culpabilización moral por la acción no supone ningún tipo de
responsabilización por parte del paciente, sino por el contrario, se constituye como
un refugio ante esta posibilidad en tanto conduce al cierre del circuito.
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Entonces dentro del campo psicoanalítico es preciso no equivocar la
responsabilidad con la culpa. En cuanto a esta última se destacan por un lado los
aportes de Freud, S. en “Los que delinquen por conciencia de culpa” (1916)
donde centra su análisis en aquellas personas que llevaban a cabo diversas
acciones que van en contra de la ley. Expresa que en algunos casos, la ejecución
de tales acciones por parte de sus pacientes traía aparejado cierto alivio de la
conciencia de culpa –de origen desconocido -que los martirizaba. Señala entonces
que en tales casos la conciencia de culpa no se producía como consecuencia del
hecho sino que justamente preexistía a la falta. Asimismo ubica que a partir del
análisis es posible afirmar que este sentimiento de culpa era efecto de una
reacción frente a los dos propósitos delictivos del complejo de Edipo: el parricidio
y el incesto.
Por otro lado Lacan J. en el seminario VII (1959-1960) articula la culpa al deseo:
“En último término, aquello de lo cual el sujeto se siente efectivamente culpable
cuando tiene culpa, de modo aceptable o no para el director de conciencia, es
siempre, en su raíz, de haber cedido en su deseo”. (p.390) Es decir ubica que el
sentimiento de culpa se presenta cuando hemos renunciado a algo de nuestro
propio deseo, es un indicio indirecto de haber renunciado a la posición deseante.
En este sentido a los fines del análisis no sirve convalidar esta posición o reforzar
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la culpa, tampoco sirve desculpabilizar. Por lo tanto el analista intentará localizar
en los dichos del paciente, las coordenadas subjetivas que propiciaron la
emergencia de la culpa.
Aquiescencia yoica
De esta forma ubica que la mayoría de los sueños, sea cual sea la forma en que
se presenten - inocentes, exentos de afecto o sueños de angustia-, se revelan tras
el análisis como el cumplimiento de mociones de deseo inmorales de las que el
soñante debe responsabilizarse:
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Desde luego, uno debe considerarse responsable por sus mociones oníricas malas.
¿Qué se querría hacer, si no, con ellas? Si el contenido del sueño –rectamente
entendido- no es el envío de un espíritu extraño, es una parte de mi ser (…) y si para
defenderme digo que lo desconocido, inconciente, reprimido que hay en mí no es mi
<<yo>>, no me situó en el terreno del psicoanálisis (…). (Freud, S., 1925, p.135)
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En “Introducción del narcisismo” Freud, S. (1914) plantea que el yo no viene dado
desde el inicio sino que es algo que se construye:
Por otro lado en el Seminario II (1954-55) Lacan, J. retoma los aportes de Freud,
S. y plantea que el yo es una “construcción imaginaria” en tanto todo ser humano
para constituirse como tal tiene que atravesar un momento estructural de
alienación con el otro semejante, momento fundante del yo. Siguiendo esta línea,
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en “Acerca de la causalidad psíquica” (1946) plantea que entre los 6 y los 18
meses el infans tiene que poder constituir la imagen de sí mismo lo cual logra a
partir de la identificación a la imagen que el otro semejante le facilita. Tal
identificación no solo se produce en la dimensión imaginaria sino que además es
necesaria la intervención del registro simbólico. Como expresa el autor en el
Seminario II (1954-55) no basta con tener imaginario para ser hombres sino que
es necesario además el sostén simbólico, que otorga un estatuto y organiza
permitiendo mantener relación, función y distancia. Es decir lo simbólico sostiene
lo imaginario siendo que el comportamiento humano a diferencia del animal nunca
se reduce pura y simplemente a la relación imaginaria.
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aprehender. El inconsciente para Lacan J. está en la superficie, se produce en el
hablar mismo. Por lo tanto no hay que hacer confesar al paciente para llegar en
algún momento a lo verdadero, sino que la verdad está en la palabra misma. Sin
embargo esta no se halla presente todo el tiempo, sino en esos momentos de
“palabra plena”, momentos fugaces en los que el sujeto se haya plenamente
comprometido. En este sentido el sujeto del inconsciente se caracteriza por ser
pulsátil, intermitente, siempre difícil de atrapar, siempre efecto nunca causa.
Entonces el yo vela esa división subjetiva, nos permite creer que somos nuestros
amos, que “movemos los hilos” en tanto no está advertido de los puntos en los que
es hablado por el Otro. Empero en determinados momentos la aparición del sujeto
a través de alguna formación del inconsciente –lapsus, sueños, fallidos, etc…- tira
abajo algo de la completitud del yo.
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Habiendo delimitado al yo distinguiéndolo del sujeto, se retoma la cita de Freud S.:
“El médico dejará al jurista la tarea de instituir una responsabilidad artificialmente
limitada al yo metapsicológico (…)” para pensarla a partir de dos ejes:
Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras
manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por el su destino, a
imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra
obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza. (p.160)
Por otro lado que la responsabilidad no deba recaer dentro del terreno yoico
puede entenderse en términos de que el analista debe estar advertido de no
equivocar la aquiescencia yoica, el asentimiento consciente del paciente, con una
forma de responsabilización. En este sentido, como sitúa Lombardi, G. (2011)
cuando lo que se produce en el paciente ante la intervención del analista es un
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efecto de responsabilización rápida lo más probable es que lo que esté
sucediendo sea un refuerzo moral del yo. En este sentido que el paciente se
responsabilice a si mismo acerca de la causa de su padecer, no es algo que vaya
a conformar al analista, dado que el efecto de responsabilización no debe leerse a
partir de la respuesta manifiesta. En efecto la responsabilidad no tiene que ver con
que alguien diga “Yo tengo la culpa de esto. Me hago cargo”, la vía de
corroboración es más bien indirecta. Como sitúa el autor, el analista: “no· espera
coherencia yoica sino todo lo contrario, asociaciones incoherentes, contradictoras,
sorprendentes, indicadoras de una apertura del inconsciente” (p. 33).
Síntoma
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Varios años más tarde a la altura de “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) Freud,
S. sigue ubicando al síntoma como producto de un conflicto pero ya no entre una
representación y la conciencia sino entre instancias psíquicas: “El síntoma es
indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, es un resultado del
proceso represivo. La represión parte del yo, quien, eventualmente por encargo
del superyó, no quiere acatar una investidura pulsional incitada en el ello” (p.87).
Lo que Freud, S. sitúa es que la presencia del síntoma indica que no fue posible
sortear la represión sino todo lo contrario, se produjo un conflicto entre el yo y el
ello,y a partir de la señal de angustia el yo puso en marcha tal mecanismo
defensivo, dando por resultado la formación de síntoma como solución de
compromiso entre ambas instancias. Para Freud, S. entonces el síntoma siempre
es el resultado de un conflicto al que se responde acatando ambas partes; lo que
quiere decir que tiene una pata en el ello en tanto es el sustituto de aquella
satisfacción pulsional interceptada y, una en el yo en tanto representante de la
defensa.
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Retomando lo anteriormente mencionado se pueden distinguir dos dimensiones o
vertientes del síntoma, por un lado una vertiente descifrable ligada al sentido – que
se puede relacionar con el registro de lo Simbólico en Lacan - y por el otro lado
una vertiente pulsional ligada a la satisfacción que se juega en él – que se puede
relacionar con el registro de lo Real-.
Por otro lado en un primer momento, Lacan J. ubica al síntoma como aquello que
es analizable, es decir, descifrable. Mientras que a la altura del seminario X (1962-
63) sigue sosteniendo esta idea pero dándole una giro más ya que en este
seminario introduce la noción de “objeto a” como una forma de lo real. De esta
manera lo que empieza a localizar con más precisión no es la dimensión
descifrable, sino la dimensión de goce que todo síntoma posee. Sitúa entonces
que en su carácter original el síntoma no es abordable por el psicoanalista dado
que se satisface a sí mismo, es autoerótico:
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Estatutos del síntoma
De esta forma el síntoma en principio no llama al Otro, no habla para alguien, por
lo que es necesario lograr que su estructura original se modifique, y para que esto
suceda es necesario realizar una operación que, como señala Lacan,J. : “rompe
la implicación del sujeto en su conducta” (1962-63, p.303). Tal “desimplicación” es
necesaria ya que como expresan Boxaca J.L. y Luterau L. (2012) en los primeros
encuentros los pacientes no suelen presentarle al analista un síntoma de forma
directa sino que por el contrario este se encuentra velado por el trabajo de
adaptación del yo, que anteriormente fue señalado como “lucha defensiva
secundaria”. Esto puede verse claramente en los casos de neurosis obsesiva
donde los sujetos no son divididos por sus síntomas, no los advierten como tales
sino que suelen entenderlos como rasgos de carácter “soy muy ordenado, soy
muy pulcro…”. Sin embargo, como señalan los autores esto no significa que no
haya padecimiento sino que se trata de un padecimiento “no advertido” que
demanda un gasto psíquico: “en este momento, el síntoma puede llegar a producir
un malestar, pero no posee el empuje necesario como para que el ser hablante
quiera desembarazarse de él” (p.68)
En este sentido, es condición necesaria romper esa egosintonía del síntoma para
que este se constituya como tal y comience el análisis propiamente dicho: “En este
caso, el primer paso del análisis es que el síntoma se constituya en su forma
clásica, sin lo cual no hay modo de salir de él, porque no hay modo de hablar de
él, porque no hay modo de atrapar al síntoma por las ojeras.” (Lacan, 1962-63,
p.302). Tal viraje requiere de una operación analítica la cual consiste en promover
la producción de la división subjetiva, interpelar ese “soy así” para abrir una
hiancia entre la conducta y el ser.
Por otro lado si bien en este momento el síntoma recupera su forma clásica, es
decir su carácter egodistónico original, aún no es interpretable. Lacan (1962-63)
señala que: “Para que el síntoma salga del estado de enigma todavía informulado,
el paso a dar no es que se formule, es que en el sujeto se perfile algo tal que le
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sugiera que hay una causa para eso” (p. 139). Es decir a esta altura el enigma
deja de ser enigma para convertirse en una pregunta en la que el sujeto se
encuentra concernido.
Síntoma e implicación
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que consiste en un vínculo con la trasferencia. O de esos síntomas subsistieron
sólo algunos, que admitieron esa remodelación” (p.404). El conflicto se actualiza
por lo que el analista ya no trata con la enfermedad original sino con una neurosis
artificial, recién creada, sobre la cual puede intervenir.
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analista dirige la cura pero no al paciente, en este sentido el único saber que
posee el psicoanalista es estar al tanto del lugar en el que debe posicionarse para
lograr que ese saber del analizante se despliegue. En este punto, lo que el
analista le devuelve al analizante que le demanda una respuesta puede pensarse
con una “propuesta de trabajo”. Trabajo a partir del cual se irá constituyendo ese
saber no sabido para cada quien.
El analista entonces debe desplazar esa suposición de saber nuevamente del lado
del paciente. Es decir, debe lograr que sea este quien se ponga a trabajar para
producir cierto saber. Como expresa Soler, C. en “Standars no standars” (1984):
“Entre la queja que pide alivio y la entrada en análisis, que supone el trabajo
analizante, no hay continuidad”. (p.107). En efecto para la autora la entrada en
análisis supone atravesar un umbral que implica el “Trabajo de la transferencia”.
Lo cual significa que aquella transferencia que en un momento previo se
caracterizaba por ser totalmente demandante -en tanto el paciente le exigía al Otro
encarnado por el analista que diera todas las respuestas- debe transformarse en
transferencia productora. Tal transformación supone un esfuerzo por parte del
analizante quien tiene que estar dispuesto a poner algo de su parte, a ceder algo
de su goce. Como señala la autora: “El analizante está en el análisis en el lugar de
aquel que trabaja –esfuerzo, dice Lacan- para que se elabore el saber que
responda a la pregunta del sujeto: mientras que la operación del analista consiste
en causar ese trabajo” (p. 108). En efecto, el analista se ubica en el lugar de causa
pero quien trabaja es el analizante en el punto en que deja de demandarle al Otro
que responda y comienza a asociar libremente.
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su propio discurso, sino justamente el discurso del analizante sobre el cual
intervendrá dando lugar al despliegue de de su verdad.
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avestruz”. Aquella política de “no querer saber” que caracteriza al enfermo, quien
hasta este momento se conformó con esconder la cabeza como el avestruz ante
su enfermedad, quejarse de ella y despreciar su síntoma como algo sin sentido. Lo
cual no sirve a los fines de un análisis, sino que:
El paciente tiene que sacar la cabeza del pozo y enfrentar la neurosis -lo cual no
es de una vez y para siempre- y para esto es preciso que la “considere” como un
digno oponente “entendiendo” que se nutre de buenos motivos. En este punto el
autor habla de un “cambio de actitud consciente” frente a la enfermedad. Sin
embargo se considera que este cambio que se produce en la entrada en análisis,
no debe reducirse a un cambio de actitud, ya que como Freud, S. ubica años mas
tarde (1925) la responsabilidad no debe circunscribirse al terreno del yo, por lo
tanto no es algo que se refleje en la consciencia o en la quiescencia yoica sino
que tiene que ver con un cambio de posición de otra índole. En este sentido que el
sujeto diga “Yo tengo la culpa de que me pase esto” no significa nada para un
analista. La vía de corroboración es más indirecta, es simplemente el punto en el
cual, vía un fallido, un sueño, un recuerdo, se conecta algo del orden del sentido
del síntoma que abre pregunta, se equivoca eso que era un modo de ser y
comienzan a aparecer las líneas asociativas de trabajo.
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Palabras finales
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subjetiva para poder así hacer algo con ella. De esta forma la responsabilidad
subjetiva leída en estos términos, supone un esfuerzo de trabajo por parte del
analizante quien deja de demandar respuestas y empieza a producirlas.
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Referencias bibliográficas.
Boxaca J.L., Lutereau L. (2012). “Los usos del síntoma: sus transformaciones en
la cura analítica” Desde el Jardín de Freud n.° 12 Bogotá
28
Freud, S. (1914). Introducción del narcisismo. En Obras completas. Tomo XIV.
Buenos Aires: Amorrortu.
29
Lombardi, G. (1992). La función primaria de la interpretación. En Hojas Clínicas
2008. Buenos Aires: JVE
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