Literatura 5to Vanina PDF
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CLASE 1
CLASE 2
CLASE 3
CLASE 4
El Abanico
ilustrase. No había asistido ella nunca a una corrida de toros. ¡Su tía la
en seguida. ¡Ejem!...
pelo castaño y fosco, que el sol rafagueaba de oro viejo, un manojo entero
descubriesen algún rincón del alma de una mujer destinada a ser toda la
¡Qué precioso! Ahí vienen Sombrerito Chico y El Pajel, con unos andares...
Los trajes me encantan. Un ascua de oro el de Pajel y una pura filigrana
—De cerca, picado de viruelas, con cada agujero así —advertí, porque a
bicho negro, poderoso, que parecía modelado por Benlliure. Sus astas,
hincaba en la carne, rasgó él con la aguda cuerna el arca del vientre del
salía acentuado, como adelgazado por una contracción nerviosa. Las alas
y afable.
a todos los casos posibles. Tapar, tapar, que ojos que no ven, corazón que
de los ojos!
abanico inmenso.
a) Buscar en el diccionario las palabras que desconozcas y copiar el significado de cada una
de ellas.
Justificá tu opinión.
g) ¿Qué tipo de mujer es Bertina? Justificar con citas textuales o ejemplos del texto.
h) ¿Qué tipo de hombre es Sandalio? Justificar con citas textuales o ejemplos del texto
1)
2)
CLASE 5
CLASE 6
La Ajorca de Oro
Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo,
que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus
instrumentos en la tierra.
Orellana. Los dos eran toledanos, y los dos vivían en la misma ciudad que
años, no dice nada más acerca de los personajes que fueron sus héroes.
Ella se enjugó los ojos, lo miró fijamente, arrojó un suspiro y volvió a llorar.
en el pretil árabe desde donde la hermosa miraba pasar la corriente del río
y tornó a decirle:
El Tajo se retorcía gimiendo al pie del mirador, entre las rocas sobre las
María exclamó:
alma de mujer, sin que los revele más que un suspiro; ideas locas que
vista se dirigió al altar. No sé por qué mis ojos se fijaron, desde luego, en
de oro que tiene la Madre de Dios en uno de los brazos en que descansa
como una vertiginosa ronda de esos espíritus de las llamas que fascinan
con su brillo y su increíble inquietud... Salí del templo; vine a casa, pero
perderse y tornar de nuevo una mujer, una mujer morena y hermosa, que
llevaba la joya de oro y pedrería; una mujer, sí, porque ya no era la Virgen
que yo adoro y ante quien me humillo; era una mujer, otra mujer como yo,
arrancadas del cielo de una noche de verano. ¿La ves? Pues no es tuya,
posible; pero ésta, ésta, que resplandece de un modo tan fantástico, tan
fascinador..., nunca, nunca. Desperté; pero con la misma idea fija aquí,
levantó la cabeza, que, en efecto, había inclinado, y dijo con voz sorda:
—¡La del Sagrario! —repitió el joven con acento de terror—. ¡La del
de una idea.
—¡Ah! ¿Por qué no la posee otra Virgen? —prosiguió con acento enérgico
Y siguió llorando.
Pedro fijó una mirada estúpida en la corriente del río; en la corriente, que
pasaba y pasaba sin cesar ante sus extraviados ojos, quebrándose al pie
del mirador, entre las rocas sobre las que se asienta la ciudad imperial.
confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas
lámparas.
artes.
produce una impresión tan profunda como en los días en que despliega
de plata; cuando flota en el aire una nube de incienso, y las voces del coro
edificio desde sus cimientos más profundos hasta las más altas agujas que
lo coronan, entonces es cuando se comprende, al sentirla, la tremenda
majestad de Dios, que vive en él, y lo anima con su soplo, y lo llena con el
reflejo de su omnipotencia.
Virgen.
La fiesta religiosa había traído a ella una multitud inmensa de fieles; pero
las luces de las capillas y del altar mayor, y las colosales puertas del
templo habían rechinado sobre sus goznes para cerrarse detrás del último
Era Pedro.
¿Qué había pasado entre los dos amantes para que se aprestara, al fin, a
poner por obra una idea que sólo al concebirla había erizado sus cabellos
de horror? Nunca pudo saberse. Pero él estaba allí, y estaba allí para
sus rodillas, en el sudor que corría en anchas gotas por su frente, llevaba
escrito su pensamiento.
exaltación lo que no existe; pero la verdad era que ya cerca, ya lejos, ora a
voz baja, y quiso andar y no pudo. Parecía que sus pies se habían clavado
aquel punto con una fuerza invencible. Las moribundas lámparas, que
las imágenes del altar, y osciló el templo todo, con sus arcadas de granito
dudosa, más imponente aún que la oscuridad. Sólo la Reina de los cielos,
Tornó empero a dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano,
fuerza sobrenatural; sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era
preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver
los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas, los endriagos de
los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a
blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las
Al fin abrió los ojos, tendió una mirada, y un grito agudo se escapó de sus
arzobispos de mármol que él había visto otras veces inmóviles sobre sus
lechos mortuorios, mientras que, arrastrándose por las losas, trepando por
ara.
altar, tenía aún la ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse
—¡Suya, suya!
Salsa Carina
(Claudia Piñeiro)
Carina prepara el almuerzo familiar con sus hijos, como todos los primeros sábados de cada
mes.
Se detiene frente a la góndola de conservas. Quiere hacer una rica salsa, la mejor que haya
hecho. Aunque sea la misma de siempre. No cocina bien, pero sabe que preparando buenos
acompañamientos cualquier plato mejora. Tres recetas alternó hasta el hartazgo en estos
veinticuatro años de matrimonio. Veinticuatro años. Salsa de champiñones para las carnes,
crema de puerros para los pescados y salsa de tomate Carina para las pastas. Se apropió de
una receta de un viejo libro de cocina y la bautizó con su propio nombre, Carina. Una mentira
piadosa. Se agrega al tomate vegetales picados en trozos muy pequeños: zanahorias, puerro,
alcaparras. Ya los había cortado esa mañana, lo estaba haciendo cuando apareció Arturo en la
cocina. Como todos los primeros sábados de cada mes, vendrían sus hijos, Marcela y Tomás,
que ya vivían solos. Luego de varios desencuentros habían llegado a ese arreglo: el almuerzo
del primer sábado del mes era sagrado. Por eso su asombro cuando Arturo le dijo que se iba.
Por muy importante que fuera lo que tenía que hacer, nada cambiaba que lo hubiera dejado
para después de comer. Carina elige dos latas de tomate y las pone dentro del carro donde ya
están el frasco de alcaparras, dos botellas del vino tinto que le gusta a Arturo y las cajas de
ravioles. Mira las latas dentro del chango, levanta una y después de inspeccionar+9la la
descarta porque tiene una pequeña abolladura. La cambia por otra. Por qué escoger una lata
abollada si la cobran igual que las sanas. Recuerda una frase que solía usar Arturo: no pagar
gato por liebre. Pobre Arturo. Va hacia la línea de cajas, se para en aquella donde hay menos
hombres. Los hombres hacen mal las compras, piensa, cargan de más y cuando pasan por la
caja dudan, se dan cuenta de que no pesaron algunos alimentos, van a buscar algo que se
olvidaron. Arturo nunca hizo las compras. Ni ella le reclamó. Ella no le reclamó nada en
veinticuatro años de matrimonio. Él tampoco hasta esa mañana. Aunque lo de Arturo tampoco
fue un reclamo. Reclama quien pide un cambio, una modificación. Él apenas informó, dijo pero
no pidió nada. Ojalá hubiera pedido. La última mujer delante de ella avanza y empieza a
descargar sus compras. Carina mira la hora. A pesar de que le llevó tiempo limpiar la cocina, va
a llegar bien. Los chicos no vendrán antes de las dos. Le dijo a Arturo: “¿Y qué les digo a los
chicos?”. “Yo les voy a explicar”, le contestó él, “después”. Sí, claro, Arturo siempre después.
Pero antes ella tendría que enfrentarlos y decirles por qué su padre había faltado al almuerzo
de todos los primeros sábados. Trató de convencerlo de que se fuera después de comer. Pero
él dijo que no, que ya tenía la valija lista. Ese no fue el punto, ni la valija lista, ni el almuerzo al
que no asistiría. Hasta ahí ella estaba aturdida, pero entera. Él agregó que lo estaban
esperando. Otra mujer. Y ese tampoco fue el punto porque siempre hay otra mujer. Pero
entonces ella quiso saber qué. No le importaba ni quién ni por qué ni cómo. Qué. “¿Cómo
qué?”, preguntó él. Carina le explicó: “¿Qué cosa de mí te hizo buscar otra mujer, alejarte?”. Él
habló de generalidades, el tiempo que pasa, el amor que se desvanece, la cotidianeidad que
arrasa con lo que se ponga delante. Sin embargo ella insistió, qué. No lo dejaría ir sin que él
diera un motivo concreto. Y por fin él dijo, para que lo dejara ir. “Tu olor, olés mal”. Ella sintió
un hachazo en el cuerpo. “Huele mal tu aliento, tu piel, tu pelo”. Esa confesión fue la que cortó
el hilo que sostiene a las personas para que no pasen del deseo al acto. Así como ella sintió un
hachazo en el cuerpo, tuvo el deseo de que un hachazo lo atravesara a él. Y aún empuñaba la
cuchilla con la que acababa de cortar los vegetales.
Actividades:
1) Responde:
El abuelo Martín
(Claudia Piñeiro)
Pasa a buscar a su hijo a las nueve en punto, como cada sábado. Así lo acordó con Marina
cuando se separaron. El niño se le abraza a las piernas en cuanto su madre abre la puerta.
Casi sin más palabras que un saludo, ella le da su mochila. Hernán le pide una campera. “No
No le aclara que llevará a Nicolás fuera de la ciudad, a la casa del abuelo Martín, donde la
temperatura siempre es menor en unos grados. Para qué, ella empezaría con sus
recomendaciones: que los caballos pueden patear al chico, que el estanque es peligroso,
que no vaya a treparse a ningún árbol. Las mismas recomendaciones que daba cuando
estaban casados y que hicieron que Hernán dejara de ir. Ahora que es tarde, se
arrepiente. La muerte del abuelo Martín, tres meses atrás, canceló cualquier
posibilidad de reparación.
Es un día de sol y la ruta está vacía. Hernán pone uno de los cedés preferidos de Nicolás, pero
antes de salir de la ciudad su hijo ya está dormido. Siendo así, él prefiere el silencio y dedicarse
a pensar en lo que tiene que hacer, su madre le encargó ocuparse de la venta de la casa. A él
no le cayó bien el encargo; bastante tiene con sus cosas, pero era el candidato natural para la
su abuelo, sino que además es arquitecto. Qué mejor que un arquitecto para poner a punto
una casa que se quiere vender. En la familia se dice que Hernán es arquitecto por el abuelo
acompañaba en las múltiples tareas que le demandaba la casa. El abuelo tenía una empresa
constructora y aunque no estudió arquitectura era como si lo hubiera hecho. Incluso mejor,
muchas tareas las realizaba con sus propias manos: levantar una pared, pintar un ambiente,
reparar los techos. Por el cariño que le tiene y si no fuera tan desastroso el estado de
sus finanzas después del divorcio, lejos de venderla, Hernán se quedaría con esa casa. Pasa la
animales. Para él queda, además de las reparaciones, contactar una inmobiliaria, fijar un
Sin embargo, Hernán tiene muy claro qué será lo primero: tirar la pared que su abuelo
levantó en medio del living, una pared sin sentido arquitectónico que divide el ambiente en
dos e interrumpe el paso. Levantada para tapar un dolor o fijarlo para siempre. Porque en
medio de esa pared, frente al sillón preferido de su abuelo, cuelga el retrato de Carmiña
Núñez, su abuela, a quien Hernán apenas conoció. Muchas tardes, cuando bajaba el sol, vio a
su abuelo sentarse con un vaso de whisky frente a esa pared y admirar el retrato. Una mujer
morena, bonita, luciendo un vestido de encaje blanco que tal vez haya sido el que llevó puesto
el día de su casamiento. Pasaban los años y el abuelo Martín parecía seguir enamorado de
ella, aferrado al recuerdo de su mujer muerta. O eso creía Hernán, hasta que un día se lo
comentó a su madre. Ella puso mala cara: “De esa mujer yo no hablo”. Entonces se dio cuenta
de que casi nadie en la familia mencionaba a su abuela, sólo el abuelo Martín que, cuando
insinuaban algún enojo, decía: “Todos hablan, pero nadie sabe”. Muchos años después se
enteró por una prima de que su abuela no estaba muerta sino que se había ido con otro
hombre. Nadie supo más de ella, si formó otra familia en alguna parte del mundo, ni siquiera
si seguía viva o no. Nadie volvió a mencionarla, excepto el abuelo. Para él ella seguía
inmaculada, en su vestido de encaje con el que la contempló tantas tardes, frente a la pared
que Hernán se dispone a tirar. A poco de llegar, Nicolás ya se mueve en el lugar como si
viviera allí. “¿Me querés ayudar?”, le dice Hernán cuando pasa junto a él con las herramientas.
se sube a la hamaca que cuelga de un árbol. Él se ríe, le gusta que Nicolás haga lo que tenga
ganas. Entra a la casa, deja las herramientas junto a la pared y descuelga el retrato. Lo deja a
un costado, ya verá cómo deshacerse de él más tarde. Toma cincel y martillo y empieza a
golpear.
Se pregunta si Marina, a pesar de haberlo negado, lo habrá dejado por otro, como hizo su
abuela. El cincel se clava con facilidad, la pared es hueca. No le sorprende, no debía sostener
nada, apenas un cuadro. Apoya el cincel y golpea otra vez, los ladrillos casi se le desarman en
la mano. Y una vez más. Hasta que el cincel se engancha y queda atrapado. Hernán tira y la
herramienta sale con un pedazo de encaje blanco, sucio, envejecido. Siente un mareo, como si
el aire se hubiera enviciado con algo más que el polvillo, le cuesta respirar. Se detiene un
instante a la espera de no sabe qué. Sus ojos clavados en ese muro a medio demoler. Y de
repente, como si ahora sí lo supiera, rompe la pared con los puños, la desarma, va haciendo a
un lado los pedazos, hasta que aparece el vestido de su abuela y su esqueleto sostenido por la
tela que impidió que se convirtiera en un manojo de huesos. Se le nubla la vista. Busca luz
mirando a través de la ventana. Nicolás acaba de saltar de la hamaca y viene hacia la casa.
Actividades:
1) Responde:
G) Menciona el marco del cuento. (Recordá que el marco del cuento es lugar y
Clase 29
Variaciones lingüísticas
Nuestra lengua varía según el lugar en el que se la usa, pero además varía por la condición
socio-cultural y la edad de cada hablante en particular. Es decir, distintos factores influyen en
la conformación de nuestra identidad como hablantes. Estas variedades lingüísticas se
clasifican de la siguiente manera:
LOS LECTOS: Se producen cuando el uso de una variedad determinada del español depende de
algunas características del emisor. Existen tres lectos:
-Español del Río de la Plata (Che chabón, ¿se están divirtiendo?) -Español de Salta y
alrededores (Eh, chango, ¿se están divirtiendo?) -Español de Centroamérica (Oiga, chamaco,
¿está buena la vaina?) -Español de España (Oye, tío, ¿la estáis pasando bien?)
CRONOLECTOS: es la variedad del lenguaje determinada por la edad del hablante. Se divide en
cronolecto infantil, adolescente, adulto y anciano. Por ejemplo:
-Infantil (¿Vo viste a babau?) -Adolescente (Eh amigo, ¿viste al dogo?) -Adulto (¿Viste a mi
perro?)
SOCIOLECTOS: es la variedad del lenguaje determinada por factores sociales, tales como el
género al que pertenece el hablante, el nivel de escolarización alcanzado y los ámbitos sociales
en los que participa. Se divide en masculino/femenino, profesional/no profesional, popular/no
popular. Por ejemplo:
-Escolarizado (De repente volvimos entre los muertos) -No escolarizado (Redepente volvimo'
dentre lo' muerto')
Viaje
Lingüístico
Un español, que ha pasado muchos años en los Estados Unidos lidiando infructuosamente con
el inglés, decide irse a Méjico, porque allá se habla español, que es, como todo el mundo sabe,
lo cómodo y lo natural. Sorpresa: en el desayuno le sirven bolillos. ¿Qué exquisitez será? Pues
simples panecillos que en Guadalajara los llaman virotes y en Veracruz cojinillos. Si desea
limpiarse los zapatos tendrá que recurrir a un bolero que se los boleará en un santiamén.
Asombro frente a un cartel: “Prohibido a los materialistas estacionar en lo absoluto” y luego se
entera que son los trasportistas de materiales para la construcción. Le pide al chofer que lo
lleve al hotel, y le sorprende la respuesta:
—Luego, señor.
Está a punto de estallar, pero le han recomendado prudencia. Después comprenderá que
luego significa “al instante”.
Y mientras hace las valijas para irse a Venezuela recordaba la advertencia en cuanto pisó
Méjico: “Abusado, joven, no deje los velices en la banqueta, porque se los vuelan” (abusado:
ojo, cuidado; velices: maletas; banqueta: acera; se los vuelan: … bien se adivina).
AhorallegaaCaracas;primerasorpresa:enelaeropuertodeMaiquetíaledicealchofer:“Musiú,porsei
scachetesle piso la chancleta y lo pongo en Caracas”. (Musiú: extranjero; cachetes: monedas
de plata de cinco bolívares; chancleta: acelerador). En Caracas lo invitan a comer y se presenta
a la una de la tarde, con gran sorpresa de sus anfitriones que lo esperaban a las ocho de la
noche (comida es cena).Lediceaunainvita:“Esustedmuymona”yestaselotoma a mal. Mona es
presumida, afectada, melindrosa. Pero lo que lo sacó de quicio fue que alguien que ni siquiera
era muy amigo suyo, se le acercara y le dijera:
—Si me lo exige usted –exclamo colérico- no le presto ni una perra chica. Si me lo ruega, lo
pensaré. El exigir venezolano equivale a rogar encarecidamente.
Nuestro amigo turista llega a Bogotá: nuevas sorpresas: los autos se parquean, el tinto es un
café negro, un perico es un café cortado.
Debe hacer un trámite y al llegar a la oficina, golpea discretamente. Le contestan con energía:
¡Siga!
Se marcha amoscado, pero un empleado se asoma diligente. Siga significa “pase adelante”. Le
sorprenden tantos “ala”: ¡Ala, pero que chisga!(ganga); ¡ala, esa chica es bestial!;
¡Ala,queviejatanchusca!(la“vieja” tienequince años y es graciosa).
Su recorrido lo acerca a Buenos Aires, donde es fama que se habla el peor castellano del
mundo. Lo admiraron los che, los chau, los tarado, macana. Pero después de unos días no le
pareció ni peor ni mejor castellano que el de otras partes. Se llevó eso sí, de recuerdo un
diálogo entre jóvenes estudiantes:
— ¿En qué?
—En Casteyano.
En vista de que la Tota le ha pedido que baje a comprar una caja de fósforos, Lucas sale en
piyama porque la canícula impera en la metrópoli, y se constituye en el café del gordo Muzzio
donde antes de comprar los fósforos decide mandarse un aperital con soda. Va por la mitad de
este noble digestivo cuando su amigo Juárez entra también en piyama y al verlo prorrumpe
que tiene a su hermana con la otitis aguda y el boticario no quiere venderla las gotas
calmantes porque la receta no aparece y las gotas son una especie de alucinógeno que ya ha
electrocutado a más de cuatro hippies del barrio. A vos te conoce bien y te las venderá, vení en
seguida, la Rosita se retuerce que no la puedo ni mirar.
Lucas paga, se olvida de comprar los fósforos y va con Juárez a la farmacia donde el viejo
Olivetti dice que no es cosa, que nada, que se vayan a otro lado, y en ese momento su señora
sale de la trastienda con una kodak en la mano y usted, señor Lucas, seguro que sabe cómo se
la carga, estamos de cumpleaños de la nena y dése cuenta justo se nos acaba el rollo, se nos
acaba. Es que tengo que llevarle los fósforos a la Tota, dice Lucas antes que Juárez le pise un
pie y Lucas se comida a cargar la kodak al comprender que el viejo Olivetti le va a retribuir con
las gotas ominosas, Juárez se deshace en gratitud y sale echando putas mientras la señora
agarra a Lucas y lo mete toda contenta en el cumpleaños, no se va a ir sin probar la torta de
manteca que hizo doña Luisa, que los cumplas muy felices dice Lucas a la nena que le contesta
con un borborigmo a través de la quinta tajada de torta. Todos cantan el apio verde tuyú y
otro brindis con naranjada, pero la señora tiene una cervecita bien helada para el señor Lucas
que además va a sacar las fotos porque ahí no tienen mucha cancha, y Lucas atenti el pajarito,
ésta con flash y ésta en el patio porque la nena quiere que también salga el jilguero, quiere.
-Bueno -dice Lucas- to voy a tener que irme porque resulta que la Tota.
Frase eternamente inconclusa puesto que en la farmacia cunden alaridos y toda clase de
instrucciones y contraórdenes, Lucas corre a ver que paso y de paso rajar, y se encuentra con
el sector masculino de la familia Salinsky y en medio el viejo Salinsky que se ha caído de la silla
y lo traen porque vive al lado y no es cosa de molestar al doctor si no tiene fractura de coxis o
algo peor. El petiso Salinsky que es como fierro con Lucas se le agarra del piyama y le dice que
el viejo es duro pero que el porlan del patio es peor, razón por la cual no sería de excluir una
fractura fatal máxime cuando el viejo se ha puesto verde y no siquiera atina a frotarse el culo
como es su costumbre habitual. Este detalle contradictorio no se le ha escapado al viejo
Olivetti que pone a su señora al teléfono y en menos de cuarto de minuto hay una ambulancia
y dos camilleros, Lucas ayuda a subir al viejo que vaya a saber por qué le ha pasado los brazos
por el pescuezo ignorando por completo a sus hijos, y cuando Lucas va a bajarse de la
ambulancia los camilleros se la cierran en la cara porque están discutiendo lo de Boca versus
River el domingo y no es cosa de distraerse con parentescos, total que Lucas va a parar al suelo
con el arranque supersónico y el viejo Salinsky desde la camilla jodéte, pibe, ahora vas a saber
cómo duele. En el hospital que queda en la otra punta del ovillo Lucas tiene que explicar el
fato, pero eso es algo que lleva su tiempo en un nosocomio y usted es de la familia, no, en
realidad yo, pero entonces qué, espere que le voy a explicar lo que pasó, está bien pero
muestre sus documentos, es que estoy en piyama, doctor, su piyama tiene dos bolsillos, de
acuerdo pero resulta que la Tota, no me a decir que el viejo se llama Tota, quiero decir que yo
tenía que comprarle una caja de fósforos a la Tota y en eso viene Juárez y. Está bien, suspira el
médico, bajále los calzoncillos al viejo, Morgada, usted se puede ir. Me quedo hasta que llegue
la familia y me de plata para un taxi, dice Lucas, así no voy a tomar el colectivo. Depende dice,
el médico, ahora se san indumentos de alta fantasía, la moda es tan versátil, hacéle una radio
de cúbito,Morgada. Cuando los Salinsky desembocan de un taxi Lucas les da las noticias y el
petiso le larga la guita justa pero eso si le agradece cinco minutos la solidaridad y el
compañerismo, de golpe no hay taxis por ninguna parte y Lucas ya no puede más se larga calle
abajo pero es raro andar en piyama fuera del barrio, nunca se le había ocurrido que es propio
como estar en pelotas, para peor ni siquiera un colectivo rasposo hasta que al final el 128 y
Lucas parado entre dos chicas que lo miran estupefactas, después una vieja que desde su
asiento le va subiendo los ojos por las rayas del piyama como para apreciar el grado de
decencia de esa vestimenta que poco disimula las protuberancias. Santa Fe y Canning no llegan
nunca y con razón porque Lucas ha tomado el colectivo que va a Saavedra, entonces bajarse y
esperar en una especie de potrero con dos arbolitos y un peine roto, la Tota debe estar como
una pantera en un lavarropas, una hora y media madre querida y cuándo carajo va a venir el
colectivo. A lo mejor ya no viene nunca se dice Lucas con una especie de siniestra iluminación
a lo mejor esto es algo así como el alejamiento de Almotásim, piensa Lucas culto. Casi no ve
llegar a la viejita desdentada que se le arrima de a poco para preguntarle si por casualidad no
tiene un fósforo.