Cuentos Robados
Cuentos Robados
Cuentos Robados
Jean de la Fontaine.
Un día, no se sabe por qué razón, el amo decidió poner dos sacos
sobre el lomo de asno y ninguno sobre el lomo del caballo. Lo
siguiente que hizo fue dar la orden de partir.
– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que estoy soñando y pronto
despertaré!’
¡Blooom!
El dueño, hasta ese momento ajeno a todo lo que ocurría tras de sí,
escuchó el ruido sordo que hizo el animal al caer. Asustado se giró
y vio al burro inmóvil, tirado con la panza hacia arriba y la lengua
fuera.
A lo largo del día jugaba mucho, pero por la noche… ¡por la noche
su actividad era todavía más desenfrenada! Y es que mientras la
mayoría de los animales roncaban plácidamente dentro de sus
madrigueras, el incansable zorrito aprovechaba para encaramarse a
los árboles y saltar de rama en rama como si fuera un equilibrista de
circo. Tanto practicó que llegó a ser capaz de subirse a un pino y
lanzarse a otro situado a varios metros de distancia con la precisión
de un mono. Increíble, ¿verdad?
Logró su objetivo en apenas tres horas, por lo que llegó con tiempo
de sobra para ver despuntar el día. Las cabras, hasta ese momento
únicos seres capaces de realizar semejante hazaña, se quedaron
patitiesas cuando advirtieron que un pequeño zorro naranja
alcanzaba la cumbre en tiempo record y sin apenas despeinarse el
flequillo.
– Creo que estoy siendo muy sincero contigo: yo soy como ves y no
voy a cambiar, así que lo mejor que puedes hacer es alejarte de mí
para siempre. ¡Ah!, y un consejito te voy a dar: la próxima vez que
necesites que alguien te eche una mano, recuerda elegir mejor al
amigo que te pueda ayudar.
– ¡Oh no, no me den las gracias! Siento que es mi deber, pero les
aseguro que lo hago con gusto.
Llivan se puso al frente y los dirigió hacia un cálido y hermoso
valle rodeado de montañas. Tardaron varias horas, pero mereció la
pena.
– Queridos amigos, saben que soy muy dichoso aquí, pero la verdad
es que también me gustaría casarme y tener hijos. El problema es
que en este poblado no hay ninguna mujer. Como ustedes son como
mis padres quiero pedirles permiso para ir al pueblo de los jóvenes.
¡Quién sabe, quizás allí pueda conocer alguna chica especial!
– ¡Oh, cuántos años sin ver el lugar donde nací! Pero… ¿por qué
está todo tan sucio y destartalado? ¡Me temo que aquí pasa algo
raro!
– ¡Uy, sí, creerás que soy tan tonto!… Ahora mandamos nosotros, y
mira por donde, eres nuestro prisionero. En cuanto amanezca,
tendrás tu merecido.
La mujer clavó sus ojos en los de Llivan y sintió que estaba siendo
sincero. Sin dudarlo, desató la cuerda que ataba sus manos.
– De acuerdo, no tardaré.
– Amigos, este era un pueblo próspero hasta que un día los jóvenes
se hicieron con el gobierno. Han pasado los años y mirad el
resultado: sois más infelices y vivís mucho peor que antes.
– Echar a los ancianos fue un error, pero creo que todavía hay
solución. ¡Vamos a hacer que los gobernantes se arrepientan! Para
ello necesito que cada uno de vosotros coja una ortiga del campo.
– En cuanto salga el sol iré a por ellos. Espero que cuando vuelvan
les traten con el amor y respeto que merecen.
¡Al fin todo volvía a ser como antes!… Bueno, todo no, porque para
Llivan las cosas fueron aún mejor. Por unanimidad fue elegido
gobernador del pueblo y, al llegar la primavera, se casó con la
hermosa muchacha que le había ayudado a acabar con la injusticia.
Dice la historia que formaron una familia numerosa y fueron felices
para siempre.
Cuento El mono y la tortuga: adaptación del cuento
popular de Filipinas.
Pasó una hora hasta que por fin vio bajar al mono… ¡con las manos
vacías!
– ¡Grrr! ¡De eso nada, monada! Te reto a una carrera por la orilla
hasta el final del río. Quien obtenga la victoria se quedará con los
dos plataneros, y quien pierda se irá a vivir a otro bosque.
Iba a ser un ratito nada más, pero su plan falló porque había
comido tantos plátanos que cayó en un profundo sopor. En cuanto
se sentó empezó a bostezar, y segundos después estaba roncando
como un oso.
Kuta era una tortuga macho que tenía su hogar en una pradera de
África.
Una mañana que caminaba cabizbajo y con el ánimo por los suelos
se cruzó con Wolo, un pájaro que solía anidar por los alrededores.
El ave levantó la cabeza y saludó muy amablemente.
– ¿Semillas?
– No, no, no, ahí no quiero ir. Ese hombre se pasa horas vigilando
con una escopeta y si me descubre estoy perdido. Tenga en cuenta
que yo camino, como es obvio, a paso de tortuga, y que no tengo
alas para salir volando en caso de peligro.
– ¡Por favor, señor Kuta, no se preocupe por eso! ¿Para qué estamos
los amigos?… Yo seré como un guardaespaldas para usted. En
caso de que aparezca el granjero le asiré por el caparazón y le
trasladaré por los aires a un sitio seguro.
Kuta no acababa de fiarse y temía que la cosa acabara mal para él.
– No sé, no sé… El tipo del que hablamos no se anda con tonterías
y a la mínima nos mete un cartucho a cada uno en el trasero.
– ¡Ajajá! ¡¿Con que tú eres el bribón que me roba las semillas cada
día?!… ¡Pues al saco vas! Esta noche mi mujer y yo cenaremos
una riquísima sopa de tortuga macho.
Sin decir nada más, agarró a Kuta por el cogote y lo metió en una
bolsa de tela que llevaba colgada en el cinturón. El pobre animal,
absolutamente horrorizado, empezó a patalear mientras gritaba:
Un pajarraco me engañó
en un campo de centeno
y tirado me dejó
¡Acabar en la barriga
– ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, qué gracioso eres! No se puede negar que tienes
ingenio y cantas estupendamente.
– ¡Oh, qué suerte, una tortuga! En cuanto termine nos iremos a casa
y prepararemos un caldo especial.
Él le respondió.
– Señora, será un placer actuar para usted, pero aquí dentro hace
tanto calor que estoy a puntito de desmayarme. Déjenme en el
suelo junto a la orilla para que se me pase el sofoco y me pondré a
cantar. Después yo mismo regresaré al saco sin rechistar.
A ambos les pareció que no había inconveniente porque sabían que
un animal tan lento jamás podría escapar. Confiado, el granjero
colocó a Kuta en la orilla del río.
Un pajarraco me engañó
en un campo de centeno,
y tirado me dejó
¡Acabar en la barriga
Un pajarraco me engañó
en un campo de centeno,
y tirado me dejó
Acabar en la barriga,
Cuando los perdió de vista, la inteligente Kuta salió del agua y, sin
dejar de tararear la cancioncilla gracias a la cual se había salvado de
una muerte segura, buscó un lugar confortable donde pasar la
noche.
Un pajarraco me engañó
en un campo de centeno,
y tirado me dejó
Acabar en la barriga,
Este rey tenía una rareza que todo el mundo conocía y a la que
nadie encontraba explicación: siempre llevaba una capucha que le
tapaba la cabeza y sólo se dejaba cortar el pelo una vez al año. Para
decidir quién tendría el honor de ser su peluquero por un día,
realizaba un sorteo público entre todos sus súbditos.
Pero ¿por qué el rey hacía esto? … La razón, que nadie sabía, era
que tenía unas orejas horribles, grandes y puntiagudas como las de
un elfo del bosque, y no soportaba que nadie lo supiera ¡Era su
secreto mejor guardado! Por eso, para asegurarse de que no se
corriera la voz y se enterara todo el mundo, cada año le cortaba el
pelo una persona de su reino y luego la encerraba de por vida en
una mazmorra.
– ¡Está bien, está bien, deja de lloriquear! Esta vez voy a hacer una
excepción y permitiré que te marches, pero más te vale que jamás le
cuentes a nadie lo de mis orejas o no habrá lugar en el mundo donde
puedas esconderte. Te aviso: iré a por ti y el castigo que recibirás
será terrible ¿Entendido?
La pobre mujer se quedó sin habla ¡Jamás habría imaginado que su
querido hijo estuviera tan malito por culpa de un secreto!
– Créame señora, es la única solución y debe darse prisa.
Un día, por fin, se disiparon todas sus dudas y mandó llamar a los
mensajeros reales.
Pero el zapatero no podía dormir. No hacía más que pensar que
ahora era rico y tenía que estar alerta por si alguien entraba en su
hogar para robarle las monedas. Esa noche y a partir de esa, todas
las noches, daba vueltas y vueltas en la cama, con un ojo medio
abierto vigilando la puerta y poniéndose nervioso en cuanto oía un
ruidito ¡La tensión le resultaba insoportable! Como no dormía casi
nada, se levantaba tan cansado que no le apetecía ni cantar. Dejó de
ser el hombre alegre que trabajaba cada día con ilusión.
Moraleja: no por ser más rico serás más feliz, ya que la dicha y
el sentirse bien con uno mismo se encuentran en muchas pequeñas
cosas de la vida.
Cuento Los dos conejos: adaptación de la fábula de
Tomás de Iriarte.
– ¡Vaya, pues sí que es mala suerte! Tienes razón, por allí los veo
venir, pero he de decirte que no son galgos.
– No, amigo mío… Son perros de otra raza ¡Son podencos! ¡Lo sé
bien porque ya soy mayor y he conocido muchos a lo largo de mi
vida!
– ¡Pero qué dices! ¡Son galgos! ¡Tienen las patas largas y esa
manera de correr les delata!
– ¡Cómo te atreves!…
Por si esto fuera poco tenía muy mal carácter y se pasaba el día
mangoneando a todo el mundo. Si no conseguía lo que quería
perdía los nervios y se comportaba como una joven malcriada y
déspota que pasaba por encima de todo aquel que le llevara la
contraria. Así eran las cosas el día en que su padre el rey falleció y
no tuvo más remedio que ocupar su lugar en el trono.
– ¡A todos los que estáis aquí os digo que sois unos insolentes!
¡¿Cómo osáis cuestionar mi decisión?! ¡Yo soy la reina y hago lo
que me da la gana!
Todos los presentes se miraron unos a otros sin saber qué hacer,
pero su sorpresa fue aún mayor cuando, sobre sus cabezas, apareció
una majestuosa diosa cubierta con un manto de oro.
Érase una vez una preciosa muchacha llamada Untombina, hija del
rey de una tribu africana.
Por el más grande, fueron saliendo uno a uno todos los hombres que
habían sido engullidos por la fiera. La última en aparecer ante sus
ojos, sana y salva, fue su preciosa hija.