El Futuro de La Filosofia

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EL ROL Y FUTURO DE LA FILOSOFÍA

Dr. Richard Antonio Orozco C.

RESUMEN

En este artículo el autor propone una doble función a la filosofía. La


primera sería le preocupación de la filosofía hacia los conceptos; una
función que lo lleva hacia un fin práctico para con la sociedad. La
segunda, una función terapéutica, que también queda determinada como
un fin práctico. Considerando ambas y con la particularidad de ser la
filosofía un modo de vida, el autor reflexiona sobre el futuro de la
filosofía en una sociedad que apunta más bien hacia el espectáculo y no
hacia la consciencia.

PALABRAS CLAVES

Función de la filosofía, Sistema de conceptos, Autocrítica, Cultura.

¿Cuáles son las preguntas de la filosofía? Es un ejercicio muy aleccionador hacer esta
clase de preguntas a personas de diferentes especialidades. La respuesta es siempre
decepcionante: “¿quién soy?, ¿cuál es el origen de la vida?, ¿qué es el hombre?, etc.”
Por supuesto, muchas otras preguntas más que comparten el mismo carácter de
amplitud, vaguedad e inutilidad que las primeras. Evidentemente, estas respuestas solo
reflejan los estereotipos con que la sociedad define a la filosofía y al trabajo de los
filósofos. Estereotipos que, sin embargo, no son gratuitos. Tales definiciones son
corolario de una historia o de la manera en que nos hemos contado la historia y del rol
que los filósofos han cumplido y cumplen en ella. Después de esta lección, no es
extraña la situación que padecen los cursos de filosofía en las universidades, en el Perú
y en muchos lugares del mundo. Las autoridades en diferentes facultades discuten sobre
la pertinencia de los cursos de filosofía para la formación de los profesionales a su
cargo. En muchas facultades, el resultado de tal discusión es la eliminación de un curso
o la nueva definición de un carácter electivo para el mismo.

No puedo negar lo decepcionante que me resulta una situación como esta. Al contrario
de ello, cuando yo pienso en la filosofía, no solo pienso en una disciplina académica, en
un conjunto de respuestas o en el trabajo de un grupo de personas. Yo veo más bien una
institución de carácter espiritual, en el sentido hegeliano del término, es decir, una
expresión del espíritu creador del ser humano que se concreta en escritos – libros y
revistas – discursos, investigaciones; pero que también lo integran las personas, los
centros de investigación, los departamentos académicos, y los recursos con los que estos
cuentan. Todo eso forma parte de lo que es la filosofía. Cuando un departamento
académico organiza un simposio, cuando un centro de investigación financia un estudio,
cuando un escritor publica un libro; en todos estos casos se hace filosofía. Cuando

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pienso así en la filosofía, pienso en una institución que ha aportado algo para la
sociedad, pero que guarda todavía muchas deudas; y que sin embargo cumple un rol
imprescindible. Pienso en una institución cuyo futuro debe aclararse por el bien de ella
y de la sociedad misma. En este escrito quiero hacer un aporte en esta última tarea. No
pretendo que mi aporte sea definitivo, pues sé que la filosofía es una construcción
comunitaria, pero sí me parece urgente aclarar más el futuro de la filosofía.

Se me objetará, sin embargo, que ante la forma en que yo identifico a la filosofía queda
esta confundida con muchas otras disciplinas, pues no he definido lo particular de esta
expresión del espíritu creativo humano. Lo primero que queda por hacer es, pues,
determinar los límites de lo que se puede llamar filosofía identificando sus
particularidades, relaciones y diferencias con otras expresiones creativas del espíritu; es
decir, primero debemos preguntarnos qué hace que algunos libros, simposios, revistas o
investigaciones sean definidos como filosofía y no como cualquier otra disciplina (I).
En un segundo momento, habiendo ya determinado lo que se entiende por filosofía, me
interesa plantear la pregunta por las funciones de la filosofía en la actualidad. Esta
última interrogante nos permite también determinar las particularidades de la filosofía,
pero además nos permite comenzar a reflexionar sobre la importancia de una disciplina
como esta con veinticinco siglos de antigüedad (II). Finalmente, con todas estas
reflexiones previas, recién podremos intentar responder a la pregunta sobre el futuro de
la filosofía, si tiene o no un futuro; y sobre cuál puede ser el futuro para una sociedad
sin filosofía. Podría parecer que esta sección es demasiado especulativa, sin embargo
creo yo que es posible describir esos mundos posibles pensando en las funciones
definidas para la filosofía y pensando al mismo tiempo en la importancia que dichas
tareas cumplen para la misma sociedad (III).

I. LA PARTICULARIDAD DE LA FILOSOFÍA

En 1982, en su libro Consecuencias del pragmatismo, Richard Rorty argumentaba a


favor de un mundo post-filosófico. Podría parecer extraña la tesis de Rorty, quien ya era
para ese entonces un filósofo que había acaparado la atención mundial a raíz de la
publicación de su libro La filosofía y el espejo de la naturaleza en 1979. Pero si
entendemos bien el argumento, Rorty no defendía el fin de toda filosofía, sino el fin de
una forma específica de filosofía.

“En esta cultura, ni sacerdotes, ni físicos, ni poetas serían considerados seres


más racionales más científicos o más serios que los demás. Ninguna parcela de
la cultura podría escogerse como ejemplo (o como notable contraejemplo) de las
aspiraciones de las demás… En tal cultura aún existiría el culto a los héroes…
hombres y mujeres excepcionalmente aptos para las innumerables tareas a
realizar. Personas así no estarían en posesión de un Secreto arrancado en el
camino de la Verdad, sino que serían sencillamente personas valiosas por su
humanidad” (Rorty, 1996, p.52).

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Esta cita es elocuente en cuento al tipo de filosofía que Rorty discute. La filosofía que
debía desaparecer era aquella que pretendía un acceso privilegiado hacia la verdad,
aquella que pretendía poseer un método privilegiado que la ubicara en un lugar especial
frente a las otras disciplinas o aquella filosofía que pretendiera ser más seria que
cualquier otra comprensión del mundo. Si estamos atentos a la historia que el
pensamiento de Rorty ha sufrido (Rorty), a sus conversiones y vaivenes, se nos hará
patente que Rorty, al elaborar un argumento de este tipo, se enfrentaba más bien al
espíritu positivista, es decir, a esa pretensión de filosofía con estándares científicos.
Pero también se enfrentaba al espíritu metafísico que había reinado en los filósofos
modernos, aquellos que pretendían un discurso certero, totalizante y transcultural. E
incluso, no podemos ignorar tampoco que, tras la presentación de esta nueva forma de
sociedad post-filosófica, Rorty desarrollaba una crítica hacia algunas presentaciones y
pretensiones de la filosofía analítica, bastante en boga en la academia estadounidense y
en la cual él mismo había sido un representante eximio.

Si bien el argumento de Rorty es tan interesante como polémico, deja abierta una
pregunta que no puede rehuirse si lo que pretendemos es reflexionar sobre el futuro de
la filosofía. Me refiero específicamente a la pregunta sobre qué es lo particular de la
filosofía luego de considerar los cambios culturales y epistemológicos que se han
sucedido desde la época en que se originó la filosofía en el mundo griego hasta nuestros
días. Por cambios culturales debemos de considerar todo el proceso que conocemos
como modernidad con sus diferentes aspectos revolucionarios, así como su posible final
y la irrupción de una nueva época denominada postmoderna con sus consecuentes
nuevos estándares y criterios. Bastaría con toda esa revolución cultural para considerar
necesario reflexionar sobre lo particular de la filosofía en la sociedad actual, pues el
mundo en el que vivimos hoy está lejos de parecerse al mundo heleno y bastante más
lejos de sus valoraciones y clases. Mas también nos queda la exigencia de considerar los
cambios epistemológicos que se han producido en la historia de occidente. No podemos
olvidar que hace veinticinco siglos, ciencia y filosofía eran sinónimos, que ambas
significaban una actitud hacia el conocimiento, pero que luego, aproximadamente en el
siglo XVII, con la incursión del dualismo cartesiano, ocurrió un acuerdo tácito que
diferenció al quehacer de la ciencia y al de la filosofía. La ciencia respondería entonces
a la comprensión y trato del mundo material, mientras que a la filosofía le
correspondería la reflexión y trato del mundo espiritual. Este fue un cambio importante
que terminó definiendo también las metodologías para cada una e incluso las
preocupaciones de filósofos como Inmanuel Kant quien estaba interesado en lograr
reubicar a la filosofía en el seguro camino de la ciencia (Kant). No fue fácil aceptar
dicho acuerdo tácito y hasta el siglo XX se sucedieron varios intentos por volver a
reunirlas a la luz del mismo proyecto kantiano. Con la distinción entre ellas creció el
desconcierto y el desacuerdo sobre el elemento particular que define a la filosofía. Esto
no sucedía con la ciencia para quien parecía bastante más claro su método y su objeto de
estudio, así como sus posibles problemas y las diversas formas de buscar sus respuestas.
Pero el panorama se complejizó aún más cuando aparecieron en escena las llamadas
ciencias del espíritu. Dichas disciplinas, metodológicamente unidas a las ciencias, pero

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compartiendo el objeto de estudio de la filosofía, comenzaron a cubrir casi todo el
espectro de la cultura minimizando casi hasta la insignificancia tanto a las ciencias
puras como a la propia filosofía. Entonces, la psicología, la economía, la sociología, la
antropología, la historia, así como las diferentes ingenierías, la gestión empresarial y las
carreras de comunicación cubrieron casi toda la cultura que ahora lo abarcaba casi todo,
desde un lapicero hasta el rascacielos. La situación se volvió patética para la filosofía,
quien había sido considerada la madre de todas las ciencias y ahora quedaba
arrinconada en su propio hogar casi expuesta a un matricidio

El lugar de la filosofía en la cultura posmoderna

La pregunta de Rorty entonces adquiere un mayor sentido. Luego de todas esas


transformaciones en el mundo moderno, ¿qué lugar le corresponde ahora a la filosofía?
La respuesta de Rorty sería más o menos así: si la filosofía quiere seguir manteniendo
sus privilegios y sus honores, entonces no le queda ningún lugar, salvo alguna mínima
esquina inútil e intrascendente. En cambio, sí habría un lugar para ese otro tipo de
filosofía que sea capaz de confundirse con las demás disciplinas en la construcción de
un mundo mejor. Según Rorty, ahora la pregunta filosófica más importante será “¿qué
clase de mundo le queremos dejar a nuestros biznietos?”. Esta nueva forma de filosofía,
menos pretensiosa y sin mayores distinciones, escrita con minúsculas, mantendría aun el
mismo objetivo con el que se originó, es decir, la comprensión del mundo, pero esta vez
no movida por fines estéticos sino más bien movida por fines prácticos. Este tipo de
filosofía que sí se salva de las exigencias de una cultura inmanente y posmoderna, según
Rorty, dejaría por tanto de ser un puro amor a la sabiduría y pasaría a asumir un nuevo
valor de utilidad que la igualaría en dignidad con las otras disciplinas con las que
comparte la misma labor. Así pues, siguiendo el argumento de Rorty, la filosofía solo se
salva si ella deja de ser filo-sofía (amor a la sabiduría).

La situación nos lleva a plantearnos dos interrogantes. La primera, ¿debemos considerar


como de carácter necesario el planteamiento de Rorty? Admito que el argumento es
bastante convincente y que negar la situación desesperante que la filosofía enfrenta en la
cultura actual es más bien otro signo de que el final de la filosofía está más cerca. Pero
me resisto a creer que la filosofía deje de ser quien es y quien ha sido; y que se entregue
complacientemente a las exigencias de una cultura que por más espectacular, es también
más frívola (Vargas Llosa, 2012). No es meramente una cuestión de sentimientos o
esperanzas, es más bien una resistencia a asumir salidas fáciles; y creo que las
posiciones que desarrollan las propuestas del “todo o nada”, en un sentido, son salidas
fáciles. Mucho más difícil es plantearse una nueva situación en la que la filosofía sí
responda a expectativas actuales, pero sin dejar de ser quien ha sido. Por supuesto, no
defiendo un conservadurismo que enceguezca a la filosofía o que recorte su espíritu
autocrítico impidiéndole reconocer la importancia del aggiornamento. La salida que
busco a la peligrosa situación que padece la filosofía en la cultura actual es más bien
una de tipo prudente que se encuentre en un justo medio entre el conservador duro y el
progresista blando, entre quien piensa que la filosofía es el tesoro más serio de
occidente y por tanto debe mantenerse incólume ante los signos de los tiempos, y el otro

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quien piensa que la única forma de sobrevivir es dejando de ser quien se es. Ni criterios
esenciales, ni la nebulosa cultura en la que se deshacen todos los criterios y diferencias.
Si bien se hace difícil encontrar una respuesta de tal naturaleza, creo que se puede
comenzar por plantearnos la segunda pregunta a la que hice alusión al comenzar este
párrafo: ¿qué es aquello que tiene de particular la filosofía?

En los inicios, la filosofía como actitud de vida.

Si nos remontamos a los orígenes de la filosofía, nos encontramos con una preocupación
inicial que no es otra sino aquella que siempre ha existido en el espíritu humano: la
necesidad de comprender su mundo. Lo que caracteriza, sin embargo, a la respuesta que
la filosofía proporciona ante esta eterna preocupación humana es lo que los
historiadores han denominado el paso del mito al logos. El inicio de la filosofía está
marcado por la consideración de una respuesta puramente racional o, lo que es lo
mismo, la superación de las respuestas mágico-religiosas. Podríamos agregar, además,
dos características determinantes de la filosofía en tal situación originaria: la filosofía
era una actitud y no un conjunto de conocimientos, y también que dicha actitud estaba
guiada por una estimación estética (placentera) y no por una motivación práctica. Sobre
lo primero solo me queda recordar que la filosofía es, etimológicamente hablando, un
“amor” y por ello mismo una actitud hacia la sabiduría. La filosofía es una búsqueda
constante, empeñosa y sacrificada que se vuelve vital en aquél que se apasiona por esta
forma de vida. Sócrates comentaba en su defensa frente a las acusaciones en su contra
que por dedicarse a la filosofía “no me ha quedado tiempo para dedicarme a mis
asuntos, antes bien vivo en extrema pobreza” (Platón, 2006). La filosofía pues
compromete la vida entera de aquél quien asume esta forma de vida. Para Sócrates la
filosofía era una misión que un dios se la había encomendado y por ello mismo la
vivencia de la filosofía la asumió como un requerimiento vital, tan necesario como el
aire o el alimento del cuerpo. Yo no quiero resaltar esta idea de la filosofía como misión
divina, sino más bien la idea de que la filosofía como forma de vida, como actitud frente
a la sabiduría, es un tipo de pasión que compromete la vida entera del individuo. Como
decía un profesor mío de filosofía, la diferencia entre el dentista y el filósofo es que el
primero deja de serlo cuando cierra el consultorio, mientras que el último nunca lo deja
de ser. Quiero resaltar además que esta caracterización de la filosofía como una forma
de vida que compromete a la persona en su integridad es todavía pertinente para
entender la situación de la filosofía en la actualidad. Se me puede objetar, sin embargo,
que al reconocer a la filosofía solo como una actitud o una forma de vida he negado que
existan contenidos propiamente filosóficos, ya que de alguna forma habría defendido
una determinación de la filosofía bajo una forma pura sin contenidos. Son varios los
autores – entre los que habría que contar al propio Rorty – quienes estarían de acuerdo
en esta forma de caracterizar a la filosofía y estarían de acuerdo también en la
consecuencia que la objeción presenta. Voy a aclarar aún más mi argumento para que
no se confunda con aquello que se objeta. Si bien pienso que la filosofía es una forma de
vida y no un conjunto de conocimientos, es decir, que no habría problemas o temas
propiamente filosóficos – y por consiguiente otros que no lo son - no obstante, eso no
me llevaría a negar tajantemente que algunos temas y algunos problemas sí son
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filosóficos – y algunos temas no lo son. Podría parecer una contradicción lo que acabo
de decir, mas agregando un calificativo a ambas afirmaciones se arregla la
contradicción. Si bien no creo que haya problemas y temas esencialmente filosóficos, si
en cambio creo que hay problemas y temas que en la práctica son filosóficos. ¿Qué
significa esta diferencia entre lo esencialmente filosófico y lo que es filosófico en la
práctica? Básicamente significa que no existe un criterio exacto y definitivo para marcar
la diferencia entre lo que es filosófico y lo que no lo es, pero sí podemos afirmar que lo
propiamente filosófico es aquello que la tradición de la filosofía nos ha dejado como
legado: el conjunto de problemas y temas que los filósofos han discutido. Por supuesto,
esto último no significa un criterio definitivo; los problemas tratados por los filósofos
han sido tan variados como ellos mismos, incluso no habría consenso sobre quiénes
pueden ser considerados “los filósofos”. ¿Tiene alguna validez metodológica emplear
un criterio que no es definitivo? Consideremos para ello que la exactitud metodológica
es un valor dentro de una concepción de ciencia y de teoría no necesariamente es la
única forma de teorizar. Por otro lado, es una falsedad afirmar que todos los criterios en
el mundo del conocimiento sean definitivos y categóricos; los ejemplos de la
indeterminación abundan, y no solo en ciencias – mal llamadas – blandas, sino también
en las disciplinas más reputadas como las matemáticas donde los fundamentos que dan
razón a los conjuntos numéricos son de tipo pragmáticos. Así pues, afirmar que la
filosofía es una forma de vida y no un conjunto de conocimientos no me compromete
necesariamente con un tipo de relativismo de los contenidos ni con un esencialismo del
mismo, solo afirma estrictamente una cualidad importante de la filosofía que está
presente desde sus orígenes y hasta la actualidad.

El siglo XVII, sin embargo, trajo consigo un cambio importante para la situación de la
filosofía en el mundo. En los orígenes, la filosofía y la ciencia eran lo mismo, ambas
significaban un camino de búsqueda hacia la comprensión del mundo; y ese mundo era
entendido de forma íntegra, sin divisiones. En el siglo XVII, con la llegada de la ciencia
moderna – experimental, cuantitativa e inductiva – la filosofía y la ciencia se
distanciaron y cada una asumió para sí un ámbito de un mundo que se nos presentó
dual. La ciencia entendió que su comprensión del mundo estaba dirigida hacia el mundo
material, mientras que la filosofía asumió la comprensión del mundo espiritual. Según
John Dewey (1948), este fue un acuerdo tácito entre la ciencia y la filosofía que sin
embargo significó una pérdida para esta última pues la privó de los grandes logros del
método experimental y más bien la confinó a una metodología débil e ineficiente. Pero
si dicha situación ya era problemática para la filosofía – la preocupación de Kant en la
Crítica de la razón pura es justamente cómo lograr que la filosofía (metafísica) alcance
el seguro camino de la ciencia – mayor será el problema y más preocupante su
desubicación cuando comiencen a desprenderse de ella diversas disciplinas que seguirán
buscando la comprensión del lado espiritual pero ellas sí guiadas por la metodología de
la ciencia. Entonces sí el panorama se le torna angustiante para la filosofía: su
metodología – si es que existe algo así – ha perdido prestigio y su campo de
investigación es trabajado de manera mucho más eficiente por todas esas hijas
independizadas conocidas como las ciencias del espíritu. La psicología, la sociología, la

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antropología, la economía y demás disciplinas “espirituales” ahora abarcan toda la
comprensión de la cultura y lo hacen además amparadas en el renombre del método
científico. Siendo la situación así, ¿qué le queda a la filosofía?, ¿cuál es la función que
la filosofía cumple en la sociedad – si es que tiene alguna – y entonces por qué
tendríamos que pensar en la necesidad de hacer filosofía?

LAS FUNCIONES DE LA FILOSOFÍA

En la sección anterior he considerado como particularidad de la filosofía su búsqueda


por la comprensión del mundo, restringida sin embargo al ámbito espiritual.
Reconocimos también que dicha búsqueda prescinde de respuestas de tipo religiosas y
que más bien se propone como respuestas que provienen de la pura razón. Pero lo más
interesante que hemos encontrado es que la filosofía es principalmente la búsqueda; es
decir, no es el contenido o el objetivo, no es un tema específico, sino que la filosofía es
una actitud o una forma de vida. Así pues hemos comenzado a configurar la forma
específica que adquiere la filosofía en la cultura contemporánea. Frente a las ciencias
que se determinan por el contenido de sus respuestas y por la metodología científica que
determina su accionar, la filosofía es principalmente búsqueda e interrogación. Mas para
poder determinar con mayor cuidado la particularidad de la filosofía, voy a reflexionar
en torno a la función que esta cumple en la sociedad actual. Mi propuesta es que la
filosofía cumple una doble función con la cual no solo queda determinada su
especificidad, sino que además nos permite comprender su significatividad y la
necesidad que la sociedad tiene de ella.

Las dos funciones que la filosofía cumple en la sociedad las voy a denominar la función
sistematizadora de la filosofía, a la primera, y la función terapéutica de la filosofía, a la
segunda. Tomo estos nombres de un artículo de Pablo Quintanilla (2007) en el que
identifica a un grupo de filósofos preocupados por una filosofía sistemática – Hegel,
Kant, Habermas, etc. – y otro grupo de filósofos preocupados por una filosofía de tipo
terapéutica – Sócrates, Wittgenstein, Rorty, etc. – En mi opinión, cada uno de estos
filósofos han privilegiado una función de la filosofía, pero no afirmaría que cualquiera
de ellos haya dejado de lado la otra función que no priorizaba en su trabajo. Es solo una
cuestión de prioridad, pero la filosofía, en cualquiera de sus escuelas o estilos, siempre
ha cumplido y cumple estas dos funciones que he mencionado.

La función sistematizadora de la filosofía hace referencia a la preocupación inaugural


que movió a los filósofos hace veinticinco siglos, es decir, la urgencia por comprender
su mundo. Como hemos propuesto, la situación del mundo ha variado mucho desde
entonces, las ciencias del espíritu han ocupado gran parte de toda la cultura y los
positivistas han dejado en la sociedad la reputación del método científico como el único
camino para acceder al conocimiento; aun así, la filosofía ha mantenido como suya la
tarea que comprometió a los filósofos jónicos pero que ahora comparte con todas las
otras disciplinas de la ciencia. No es errado afirmar que la filosofía y todas las demás
disciplinas científicas comparten la búsqueda por una mayor comprensión del mundo,
aunque hoy se entienda dicha comprensión a como las physiologoi lo entendían. Para

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Tales, Anaxímenes, Anaximandro y otros, la comprensión del mundo pasaba por la
determinación del arché del mundo que era el concepto que definía al elemento que
gobierna y ordena el mundo. Hoy en día no nos preocupa el arché del mundo;
comprender nuestro mundo significa saber cómo vivían los dinosaurios, qué son los
agujeros negros o cómo se compone el átomo. Nuestra necesidad de comprender el
mundo se ha extendido en el tiempo y en el espacio. Mas, si preguntas como estas
corresponden a la comprensión del mundo, ¿qué papel le queda a la filosofía?
Propiamente hablando, la filosofía no está dirigida a la comprensión de la naturaleza,
sino a la comprensión del mundo espiritual, es decir, a la comprensión de la cultura, de
la moral, y de todo lo que significa en términos amplios la palabra espíritu. Sin
embargo, se nos hace necesario reconocer que gran parte de ese mundo recibe un
tratamiento a partir de disciplinas metodológicamente bien constituidas como son la
sociología, la psicología, la antropología, los estudios culturales o la crítica literaria.
Entonces, ¿qué es lo propio de la filosofía? Para responder a esta pregunta habrá que
simplificar las metodologías usadas por la ciencia y afirmar que todas ellas pueden
dividirse en solo dos grupos: metodologías cuantitativas y metodologías cualitativas. Mi
argumento es que la filosofía comparte con las ciencias del espíritu el mismo objeto de
estudio y algún aspecto de la metodología cualitativa de ellas, aunque no todo.

La distinción de metodologías que he mencionado hace alusión a un uso de estructuras


distintas para explicar el mundo. Las metodologías cuantitativas hacen uso de
estructuras numéricas en su comprensión del mundo, como por ejemplo, explicamos el
tiempo en horas, minutos y segundos, y explicamos la temperatura corporal en grados
centígrados. Nótese sin embargo que son estructuras auxiliares que muestran un enorme
nivel de utilidad, pero siguen siendo estructuras auxiliares. Cuando uno comienza a
diferenciar la manera en la que el tiempo transcurre durante el largo rato que supone
esperar a una señorita en el paradero y la manera en la que el tiempo transcurre durante
aquella fiesta que tanto placer nos causa, entonces somos capaces de reconocer que el
tiempo no se mide en horas, minutos y segundos, sino que le tiempo es más bien una
experiencia interna del sujeto que se objetiviza cuantitativamente con la estructura de
horas, minutos y segundos. Tampoco podríamos decir, con el mismo argumento, que la
temperatura corporal sea esencialmente determinada en grados centígrado o en la escala
numérica que el termómetro nos brinda, más bien este instrumento mide el movimiento
de mercurio a partir del calor. No obstante, hemos logrado determinar una escala
numérica a dicho movimiento del mercurio que, con un altísimo grado de utilidad, nos
ha permitido diagnosticar y eventualmente curar y resolver problemas en la salud de los
seres humanos y los animales. Estos son solo dos ejemplos de la manera en que las
estructuras numéricas se vuelven útiles a nuestra necesidad de comprender el mundo, y
con estos se nos hace claro el rol que cumplen las ciencias en esta tendencia general del
espíritu humano. Mas el mundo no se agota con la información a la que accedemos a
partir de estructuras numéricas, ni de hecho pueden satisfacer esta necesidad del espíritu
humano; y cuando hemos pretendido que dichas estructuras matemáticas satisfagan toda
nuestra necesidad de comprensión del mundo, el resultado ha sido la crisis (Husserl,
1937). Entonces se nos hace evidente la urgencia de otras estructuras que apunten hacia

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aquella dirección que las estructuras numéricas son incapaces de comprender: el mundo
espiritual. Las estructuras conceptuales (metodologías cualitativas) son estos nuevos
auxiliares que usamos cual herramientas y nos aclaran cómo es nuestro mundo y qué
debemos esperar en él. Democracia, religión, paz, amistad, autonomía, capitalismo,
pecado, virtud o cultura son ejemplos de conceptos que, en alguna época, y dentro de
alguna estructura más compleja, nos han ido mostrando con mayor claridad estos
aspectos cualitativos del mundo. Si bien, las estructuras conceptuales no tienen la
rigurosidad y exactitud de las estructuras numéricas, eso no quiere decir que estas
tengan menos valor, sino que simplemente la reputación de las estructuras numéricas se
deben a una escala de valores que la sociedad asume en la que la rigurosidad y exactitud
son altamente estimadas. En Grecia antigua, por ejemplo, la exactitud no era tan
estimable y por ello Platón sostiene que la más alta forma de conocimiento es el
conocimiento discursivo de la dialéctica, ya que esta se aproxima mejor a lo que es la
vida que es siempre inexacta e imprecisa. En mi opinión, los conceptos son valiosos en
la medida en que van mostrando su grado de utilidad; y eso también significa que
algunos conceptos van dejando de existir para la cultura y algunos conceptos se vuelven
más valiosos que otros de acuerdo a su utilidad (fecundidad metodológica). Así pues,
las ciencias del espíritu y la filosofía aportan a nuestra necesidad por comprender el
mundo proporcionando nuevos conceptos cada vez más iluminadores que se engarzan
mejor en los sistemas de conceptos que ya poseemos. Ningún concepto es absoluto y
ninguno tampoco posee una vida aislada. Todos los conceptos se engarzan en un
sistema mayor que a su vez no son traducibles de manera literal unos a otros (Kuhn).
Los psicólogos se refieren a creencias, anhelos, miedos, traumas, etc. Los sociólogos
configuran el mundo con sociedad civil, poder, Estado, democracia, etc. Los
economistas nos hablan de mercado, intereses, plusvalía y monopolio. Creo yo que la
vida no sería posible si no contáramos con las herramientas conceptuales que todas estas
disciplinas nos proveen o por lo menos nos degradaríamos hasta el salvajismo y la
guerra de todos contra todos. Esto último aclara el rol y la importancia que cumplen las
ciencias del espíritu, pero nos deja abierta la pregunta sobre la situación de la filosofía
en este panorama actual. ¿Es que la filosofía, la psicología, la sociología y la economía
cumplen la misma función? Si no fuese así, ¿cuál es la diferencia entre sus diferentes
funciones?

Retomo el hilo de mi argumento; lo que estoy mostrando es la función sistematizadora


de la filosofía y creo que poco a poco se está aclarando. La filosofía colabora con la
comprensión del mundo ofreciendo conceptos que permiten sistematizar, es decir,
ordenar y teorizar el mundo. Propiamente hablando, las ciencias del espíritu no
producen conceptos, sino que usan aquellos que los filósofos les proveen o aquellos
conceptos producidos por científicos en calidad de filósofos. Recordemos que los
estudios doctorales en cualquier disciplina en Estados Unidos (y en muchos otros
lugares) lo hacen a uno merecedor del título de Philosophiae Doctor (PhD) y eso
significa que su trabajo en dicha disciplina ya no es de carácter aplicativo, sino reflexivo
y filosófico. Pues son estos Philosophiae Doctores los que serán encargados de
proporcionar, discutir y aclarar los conceptos con los que los profesionales de dicho

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campo trabajan. Por otro lado, será una rama de la filosofía – la epistemología – la
encargada de discutir y reflexionar sobre el valor científico que tendrán los conceptos
que estos Philosophiae Doctores produzcan. Así pues, la conceptualización sistemática
del mundo es una tarea propiamente de la filosofía y aunque parezca que es compartida
con miembros eminentes de distintas otras disciplinas aun sobresalen diferencias
específicas que pueden aclarar más el panorama.

Dos diferencias puedo resaltar entre las formas de trabajo de las ciencias del espíritu y
la que corresponde a la filosofía. La primera de ellas tiene que ver con el uso de los
datos empíricos. En tanto la psicología, la sociología, la economía y la antropología son
ciencias, entonces estas están obligadas a hacer uso de los datos de la experiencia. Así
pues, su labor no puede realizarse exitosamente si no es con un experimento, una salida
al campo, una observación o un recojo de datos. En el caso de la filosofía esto no es así
necesariamente. El plano de la filosofía propiamente dicho ha sido el de la razón pura,
es decir, la reflexión sin el requerimiento de los datos empíricos. ¿Cómo se piensa que
puede lograrse un tipo de reflexión como ésta o no será que la filosofía se conforma con
la inutilidad de su labor y con la pura especulación? Si bien es cierto que la filosofía no
necesariamente hace uso de los datos empíricos, esto no la condena a la pura
especulación. Hay campos de la filosofía en los que los datos empíricos están nutriendo
las reflexiones de los filósofos – la política, la bioética, las reflexiones naturalistas de la
moral, etc. – pero aún más, hace falta considerar lo que yo considero es la segunda
diferencia entre la forma de trabajar de todos los científicos de la cultura y la de los
filósofos. Pues bien, aquí habría que decir que la filosofía trabaja desde el concepto
puro. Platón llamaba a esto el mundo de las ideas y se refería a los arquetipos puros
desde los cuales configuramos la realidad. El concepto puro nos remite al campo de lo
normativo, de jure, nos remite al campo de la idealidad. Hay que aclarar que dicho
campo no es el del moralista, pues estos se preguntan cómo debemos actuar las
personas. El filósofo se refiere a cómo debemos de creer o cómo debemos de concebir
nuestras creencias considerando la idealidad de nuestros conceptos. Esta es la razón por
la que muchos escritos filosóficos sean tan densos o tan alejados del lenguaje común,
porque la filosofía mantiene un compromiso con los conceptos puros y la manera en la
que estos deben ser configurados la interior del sistema de creencias de una cultura. La
literatura se mueve entre de imágenes y metáforas, la filosofía en cambio lo hace entre
conceptos puros, y cuando trabaja un concepto el filósofo se ve obligado a encontrar la
idealidad del mismo, es decir, la justificación normativa que sostiene no solo su
presencia, sino también sus relaciones con los otros conceptos dentro del sistema
general de creencias que configuran la realidad. Podría pensarse que ingresar al campo
de la idealidad puede ser inútil o pretensioso, sin embargo yo invitaría a considerar la
importancia práctica de los horizontes, de la idealidad. El horizonte siempre está para
marcarnos el rumbo, para reconocer cuán cerca estamos o cuánto nos falta para llegar a
él. Pues bien, ese también es el fin práctico del trabajo del filósofo quien está allí para
irnos marcando conceptualmente el sentido de la cultura y lo mucho que le falta por
recorrer.

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En resumen, la función de la filosofía es configurar un mundo sistemático de conceptos
con el cual comprender el mundo, y dicha configuración se hace sin comprometerse
necesariamente con el uso de los datos empíricos y sí más bien asumiendo el lado ideal
y normativo de dicho sistema. Sin embargo, esta no es la única función que la filosofía
cumple en la sociedad y no pienso tampoco que alguna de ellas pueda ser considerada
como prioritaria. Además de sistematizar conceptos, al filósofo le queda lo que yo he
denominado la función terapéutica de la filosofía. Una función que de hecho le viene de
herencia desde Sócrates.

La función terapéutica de la filosofía se puede entender mejor desde la


autodenominación de Sócrates como el tábano de la sociedad. El filósofo pues cumple
esa función de ser el tábano de la sociedad, es decir, es el filósofo el encargado de no
permitir que la sociedad se duerma, de no permitir que la sociedad se autosatisfaga en el
dogmatismo o en las ingenuidades a las que la rutina suele conducir. Frente a esa
posibilidad, el filósofo está allí para, con su constante preguntar, no permitir que la
sociedad se aletargue en una complaciente creencia de lo evidente. Isaiah Berlin
(Magee, 1982) afirmaba, en diálogo con Bryan Magee, que los filósofos en su constante
preguntar pueden caer en un infantilismo que significaría también que pueden terminar
siendo tan espesos como un niño que pregunta donde todo parece evidente. Mas al
filósofo le queda justamente cuidarse y cuidar a la sociedad de no creerse demasiado en
aquello evidente. Lo evidente puede ser solo resultado de la costumbre, pero puede
esconder prejuicios, ingenuidades, dogmatismos, fundamentalismos o miedos. La
filosofía es un constante preguntar para no permitir que estas patologías de la creencia
se asienten en la cultura. Frente a esto solo nos queda lo que Sócrates llamaba “una vida
con examen” que sin embargo es la única que merece ser vivida, según nos lo recalcaba
él mismo.

La filosofía es básicamente una autocrítica de la sociedad. La única pregunta válida para


la filosofía, en este sentido terapéutico, es la misma pregunta que Sócrates hacía a los
jóvenes atenienses en las plazas públicas: logon didonai. Da razón de tus creencias, ¿por
qué crees en lo que crees? No se trata de una invitación a no creer, como tampoco se
trata de una invitación a la rebeldía. De hecho, el sano ejercicio de la autocrítica puede
más bien llevarnos a una creencia madura, a una consciente y bien forjada creencia que
permita una vida honesta y responsable. Cuando a Sócrates lo juzgan por corromper a
los jóvenes, en verdad solo reflejaban sus acusadores la incomprensión por este modelo
de vida y el miedo a enfrentar los fundamentos mismos de nuestras creencias. Dicho
temor es todavía muy actual, pero en verdad es un miedo a lo desconocido, pues el
campo del por qué crees en lo que crees no es un encuentro con algo dañino; si se
conociera realmente el don de la autocrítica, se revelarían dichos miedos como
infundados o como simple expresión de nuestra comodidad que no permite su
competencia. En este sentido, el principal, y quizá el único, instrumento de apoyo para
los filósofos es la pregunta. Los filósofos solo preguntan y de hecho en su preguntar se
juega la calidad de la filosofía. Las respuestas no son tan importantes en la filosofía
como lo son en la ciencia. Las preguntas en cambio ocupan prioritariamente la principal
función, desmenuzan y fortalecen al mismo sistema de creencias.
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A nuestra civilización del espectáculo puede parecerle una inutilidad o una pérdida de
tiempo el preguntarse por lo ya conocido, el interrogarse por aquello que parece
evidente o el cuestionarse por los fundamentos de nuestras creencias. No obstante, en
mi opinión esta puede ser la labor más necesaria para la sociedad. Sócrates denominaba
salud del alma a esta forma de vida, pues no hay nada más insano que la inconsciencia.
Esta se parece más bien a las telarañas mentales que crecen cuando la mente no se
limpia o cuando la mente es dejada a su rutinaria creencia sin preocupaciones por el
trasfondo de las creencias. A nuestra civilización del espectáculo le parece patético
perder el tiempo angustiándose por conseguir un mayor grado de consciencia, a mí en
cambio me parece patético asumir la postura conformista de quien no busca interrogarse
y más bien prefiere la comodidad de lo superficial.

Así pues, la filosofía cumple para con la sociedad el mismo rol que el terapeuta lo
cumple para con el individuo. No se trata de proponer salidas a las formas de vida que la
sociedad asume, aunque estas puedan ser dañinas para la sociedad misma. El
compromiso ético del terapeuta indica que la respuesta la debe lograr el mismo
individuo que acude a la terapia. Al terapeuta solo le queda acompañar en ese proceso
de reconciliación personal. Así también, la filosofía solo acompaña a la sociedad en su
camino hacia el autoconocimiento, guía su reflexión tras un constante preguntar, pero
jamás libera del compromiso de dar la respuesta. Yo reconozco en esto un claro fin
práctico en la filosofía, y quizá más bien uno de los fines más importantes para la
sociedad. Mi reflexión sobre el futuro de la filosofía está dirigida por estas
particularidades que he mostrado para la filosofía. Creo firmemente que una sociedad
sin filosofía corre serios peligros que a la larga pueden ser trágicos. Mi esperanza es que
la filosofía pueda realmente ocupar su función en nuestra sociedad y, más temprano que
tarde comprendamos que el serio problema moral de nuestra sociedad es el principal
problema y que allí la filosofía es urgentemente requerida.

REFERENCIAS

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