El Futuro de La Filosofia
El Futuro de La Filosofia
El Futuro de La Filosofia
RESUMEN
PALABRAS CLAVES
¿Cuáles son las preguntas de la filosofía? Es un ejercicio muy aleccionador hacer esta
clase de preguntas a personas de diferentes especialidades. La respuesta es siempre
decepcionante: “¿quién soy?, ¿cuál es el origen de la vida?, ¿qué es el hombre?, etc.”
Por supuesto, muchas otras preguntas más que comparten el mismo carácter de
amplitud, vaguedad e inutilidad que las primeras. Evidentemente, estas respuestas solo
reflejan los estereotipos con que la sociedad define a la filosofía y al trabajo de los
filósofos. Estereotipos que, sin embargo, no son gratuitos. Tales definiciones son
corolario de una historia o de la manera en que nos hemos contado la historia y del rol
que los filósofos han cumplido y cumplen en ella. Después de esta lección, no es
extraña la situación que padecen los cursos de filosofía en las universidades, en el Perú
y en muchos lugares del mundo. Las autoridades en diferentes facultades discuten sobre
la pertinencia de los cursos de filosofía para la formación de los profesionales a su
cargo. En muchas facultades, el resultado de tal discusión es la eliminación de un curso
o la nueva definición de un carácter electivo para el mismo.
No puedo negar lo decepcionante que me resulta una situación como esta. Al contrario
de ello, cuando yo pienso en la filosofía, no solo pienso en una disciplina académica, en
un conjunto de respuestas o en el trabajo de un grupo de personas. Yo veo más bien una
institución de carácter espiritual, en el sentido hegeliano del término, es decir, una
expresión del espíritu creador del ser humano que se concreta en escritos – libros y
revistas – discursos, investigaciones; pero que también lo integran las personas, los
centros de investigación, los departamentos académicos, y los recursos con los que estos
cuentan. Todo eso forma parte de lo que es la filosofía. Cuando un departamento
académico organiza un simposio, cuando un centro de investigación financia un estudio,
cuando un escritor publica un libro; en todos estos casos se hace filosofía. Cuando
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pienso así en la filosofía, pienso en una institución que ha aportado algo para la
sociedad, pero que guarda todavía muchas deudas; y que sin embargo cumple un rol
imprescindible. Pienso en una institución cuyo futuro debe aclararse por el bien de ella
y de la sociedad misma. En este escrito quiero hacer un aporte en esta última tarea. No
pretendo que mi aporte sea definitivo, pues sé que la filosofía es una construcción
comunitaria, pero sí me parece urgente aclarar más el futuro de la filosofía.
Se me objetará, sin embargo, que ante la forma en que yo identifico a la filosofía queda
esta confundida con muchas otras disciplinas, pues no he definido lo particular de esta
expresión del espíritu creativo humano. Lo primero que queda por hacer es, pues,
determinar los límites de lo que se puede llamar filosofía identificando sus
particularidades, relaciones y diferencias con otras expresiones creativas del espíritu; es
decir, primero debemos preguntarnos qué hace que algunos libros, simposios, revistas o
investigaciones sean definidos como filosofía y no como cualquier otra disciplina (I).
En un segundo momento, habiendo ya determinado lo que se entiende por filosofía, me
interesa plantear la pregunta por las funciones de la filosofía en la actualidad. Esta
última interrogante nos permite también determinar las particularidades de la filosofía,
pero además nos permite comenzar a reflexionar sobre la importancia de una disciplina
como esta con veinticinco siglos de antigüedad (II). Finalmente, con todas estas
reflexiones previas, recién podremos intentar responder a la pregunta sobre el futuro de
la filosofía, si tiene o no un futuro; y sobre cuál puede ser el futuro para una sociedad
sin filosofía. Podría parecer que esta sección es demasiado especulativa, sin embargo
creo yo que es posible describir esos mundos posibles pensando en las funciones
definidas para la filosofía y pensando al mismo tiempo en la importancia que dichas
tareas cumplen para la misma sociedad (III).
I. LA PARTICULARIDAD DE LA FILOSOFÍA
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Esta cita es elocuente en cuento al tipo de filosofía que Rorty discute. La filosofía que
debía desaparecer era aquella que pretendía un acceso privilegiado hacia la verdad,
aquella que pretendía poseer un método privilegiado que la ubicara en un lugar especial
frente a las otras disciplinas o aquella filosofía que pretendiera ser más seria que
cualquier otra comprensión del mundo. Si estamos atentos a la historia que el
pensamiento de Rorty ha sufrido (Rorty), a sus conversiones y vaivenes, se nos hará
patente que Rorty, al elaborar un argumento de este tipo, se enfrentaba más bien al
espíritu positivista, es decir, a esa pretensión de filosofía con estándares científicos.
Pero también se enfrentaba al espíritu metafísico que había reinado en los filósofos
modernos, aquellos que pretendían un discurso certero, totalizante y transcultural. E
incluso, no podemos ignorar tampoco que, tras la presentación de esta nueva forma de
sociedad post-filosófica, Rorty desarrollaba una crítica hacia algunas presentaciones y
pretensiones de la filosofía analítica, bastante en boga en la academia estadounidense y
en la cual él mismo había sido un representante eximio.
Si bien el argumento de Rorty es tan interesante como polémico, deja abierta una
pregunta que no puede rehuirse si lo que pretendemos es reflexionar sobre el futuro de
la filosofía. Me refiero específicamente a la pregunta sobre qué es lo particular de la
filosofía luego de considerar los cambios culturales y epistemológicos que se han
sucedido desde la época en que se originó la filosofía en el mundo griego hasta nuestros
días. Por cambios culturales debemos de considerar todo el proceso que conocemos
como modernidad con sus diferentes aspectos revolucionarios, así como su posible final
y la irrupción de una nueva época denominada postmoderna con sus consecuentes
nuevos estándares y criterios. Bastaría con toda esa revolución cultural para considerar
necesario reflexionar sobre lo particular de la filosofía en la sociedad actual, pues el
mundo en el que vivimos hoy está lejos de parecerse al mundo heleno y bastante más
lejos de sus valoraciones y clases. Mas también nos queda la exigencia de considerar los
cambios epistemológicos que se han producido en la historia de occidente. No podemos
olvidar que hace veinticinco siglos, ciencia y filosofía eran sinónimos, que ambas
significaban una actitud hacia el conocimiento, pero que luego, aproximadamente en el
siglo XVII, con la incursión del dualismo cartesiano, ocurrió un acuerdo tácito que
diferenció al quehacer de la ciencia y al de la filosofía. La ciencia respondería entonces
a la comprensión y trato del mundo material, mientras que a la filosofía le
correspondería la reflexión y trato del mundo espiritual. Este fue un cambio importante
que terminó definiendo también las metodologías para cada una e incluso las
preocupaciones de filósofos como Inmanuel Kant quien estaba interesado en lograr
reubicar a la filosofía en el seguro camino de la ciencia (Kant). No fue fácil aceptar
dicho acuerdo tácito y hasta el siglo XX se sucedieron varios intentos por volver a
reunirlas a la luz del mismo proyecto kantiano. Con la distinción entre ellas creció el
desconcierto y el desacuerdo sobre el elemento particular que define a la filosofía. Esto
no sucedía con la ciencia para quien parecía bastante más claro su método y su objeto de
estudio, así como sus posibles problemas y las diversas formas de buscar sus respuestas.
Pero el panorama se complejizó aún más cuando aparecieron en escena las llamadas
ciencias del espíritu. Dichas disciplinas, metodológicamente unidas a las ciencias, pero
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compartiendo el objeto de estudio de la filosofía, comenzaron a cubrir casi todo el
espectro de la cultura minimizando casi hasta la insignificancia tanto a las ciencias
puras como a la propia filosofía. Entonces, la psicología, la economía, la sociología, la
antropología, la historia, así como las diferentes ingenierías, la gestión empresarial y las
carreras de comunicación cubrieron casi toda la cultura que ahora lo abarcaba casi todo,
desde un lapicero hasta el rascacielos. La situación se volvió patética para la filosofía,
quien había sido considerada la madre de todas las ciencias y ahora quedaba
arrinconada en su propio hogar casi expuesta a un matricidio
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quien piensa que la única forma de sobrevivir es dejando de ser quien se es. Ni criterios
esenciales, ni la nebulosa cultura en la que se deshacen todos los criterios y diferencias.
Si bien se hace difícil encontrar una respuesta de tal naturaleza, creo que se puede
comenzar por plantearnos la segunda pregunta a la que hice alusión al comenzar este
párrafo: ¿qué es aquello que tiene de particular la filosofía?
Si nos remontamos a los orígenes de la filosofía, nos encontramos con una preocupación
inicial que no es otra sino aquella que siempre ha existido en el espíritu humano: la
necesidad de comprender su mundo. Lo que caracteriza, sin embargo, a la respuesta que
la filosofía proporciona ante esta eterna preocupación humana es lo que los
historiadores han denominado el paso del mito al logos. El inicio de la filosofía está
marcado por la consideración de una respuesta puramente racional o, lo que es lo
mismo, la superación de las respuestas mágico-religiosas. Podríamos agregar, además,
dos características determinantes de la filosofía en tal situación originaria: la filosofía
era una actitud y no un conjunto de conocimientos, y también que dicha actitud estaba
guiada por una estimación estética (placentera) y no por una motivación práctica. Sobre
lo primero solo me queda recordar que la filosofía es, etimológicamente hablando, un
“amor” y por ello mismo una actitud hacia la sabiduría. La filosofía es una búsqueda
constante, empeñosa y sacrificada que se vuelve vital en aquél que se apasiona por esta
forma de vida. Sócrates comentaba en su defensa frente a las acusaciones en su contra
que por dedicarse a la filosofía “no me ha quedado tiempo para dedicarme a mis
asuntos, antes bien vivo en extrema pobreza” (Platón, 2006). La filosofía pues
compromete la vida entera de aquél quien asume esta forma de vida. Para Sócrates la
filosofía era una misión que un dios se la había encomendado y por ello mismo la
vivencia de la filosofía la asumió como un requerimiento vital, tan necesario como el
aire o el alimento del cuerpo. Yo no quiero resaltar esta idea de la filosofía como misión
divina, sino más bien la idea de que la filosofía como forma de vida, como actitud frente
a la sabiduría, es un tipo de pasión que compromete la vida entera del individuo. Como
decía un profesor mío de filosofía, la diferencia entre el dentista y el filósofo es que el
primero deja de serlo cuando cierra el consultorio, mientras que el último nunca lo deja
de ser. Quiero resaltar además que esta caracterización de la filosofía como una forma
de vida que compromete a la persona en su integridad es todavía pertinente para
entender la situación de la filosofía en la actualidad. Se me puede objetar, sin embargo,
que al reconocer a la filosofía solo como una actitud o una forma de vida he negado que
existan contenidos propiamente filosóficos, ya que de alguna forma habría defendido
una determinación de la filosofía bajo una forma pura sin contenidos. Son varios los
autores – entre los que habría que contar al propio Rorty – quienes estarían de acuerdo
en esta forma de caracterizar a la filosofía y estarían de acuerdo también en la
consecuencia que la objeción presenta. Voy a aclarar aún más mi argumento para que
no se confunda con aquello que se objeta. Si bien pienso que la filosofía es una forma de
vida y no un conjunto de conocimientos, es decir, que no habría problemas o temas
propiamente filosóficos – y por consiguiente otros que no lo son - no obstante, eso no
me llevaría a negar tajantemente que algunos temas y algunos problemas sí son
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filosóficos – y algunos temas no lo son. Podría parecer una contradicción lo que acabo
de decir, mas agregando un calificativo a ambas afirmaciones se arregla la
contradicción. Si bien no creo que haya problemas y temas esencialmente filosóficos, si
en cambio creo que hay problemas y temas que en la práctica son filosóficos. ¿Qué
significa esta diferencia entre lo esencialmente filosófico y lo que es filosófico en la
práctica? Básicamente significa que no existe un criterio exacto y definitivo para marcar
la diferencia entre lo que es filosófico y lo que no lo es, pero sí podemos afirmar que lo
propiamente filosófico es aquello que la tradición de la filosofía nos ha dejado como
legado: el conjunto de problemas y temas que los filósofos han discutido. Por supuesto,
esto último no significa un criterio definitivo; los problemas tratados por los filósofos
han sido tan variados como ellos mismos, incluso no habría consenso sobre quiénes
pueden ser considerados “los filósofos”. ¿Tiene alguna validez metodológica emplear
un criterio que no es definitivo? Consideremos para ello que la exactitud metodológica
es un valor dentro de una concepción de ciencia y de teoría no necesariamente es la
única forma de teorizar. Por otro lado, es una falsedad afirmar que todos los criterios en
el mundo del conocimiento sean definitivos y categóricos; los ejemplos de la
indeterminación abundan, y no solo en ciencias – mal llamadas – blandas, sino también
en las disciplinas más reputadas como las matemáticas donde los fundamentos que dan
razón a los conjuntos numéricos son de tipo pragmáticos. Así pues, afirmar que la
filosofía es una forma de vida y no un conjunto de conocimientos no me compromete
necesariamente con un tipo de relativismo de los contenidos ni con un esencialismo del
mismo, solo afirma estrictamente una cualidad importante de la filosofía que está
presente desde sus orígenes y hasta la actualidad.
El siglo XVII, sin embargo, trajo consigo un cambio importante para la situación de la
filosofía en el mundo. En los orígenes, la filosofía y la ciencia eran lo mismo, ambas
significaban un camino de búsqueda hacia la comprensión del mundo; y ese mundo era
entendido de forma íntegra, sin divisiones. En el siglo XVII, con la llegada de la ciencia
moderna – experimental, cuantitativa e inductiva – la filosofía y la ciencia se
distanciaron y cada una asumió para sí un ámbito de un mundo que se nos presentó
dual. La ciencia entendió que su comprensión del mundo estaba dirigida hacia el mundo
material, mientras que la filosofía asumió la comprensión del mundo espiritual. Según
John Dewey (1948), este fue un acuerdo tácito entre la ciencia y la filosofía que sin
embargo significó una pérdida para esta última pues la privó de los grandes logros del
método experimental y más bien la confinó a una metodología débil e ineficiente. Pero
si dicha situación ya era problemática para la filosofía – la preocupación de Kant en la
Crítica de la razón pura es justamente cómo lograr que la filosofía (metafísica) alcance
el seguro camino de la ciencia – mayor será el problema y más preocupante su
desubicación cuando comiencen a desprenderse de ella diversas disciplinas que seguirán
buscando la comprensión del lado espiritual pero ellas sí guiadas por la metodología de
la ciencia. Entonces sí el panorama se le torna angustiante para la filosofía: su
metodología – si es que existe algo así – ha perdido prestigio y su campo de
investigación es trabajado de manera mucho más eficiente por todas esas hijas
independizadas conocidas como las ciencias del espíritu. La psicología, la sociología, la
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antropología, la economía y demás disciplinas “espirituales” ahora abarcan toda la
comprensión de la cultura y lo hacen además amparadas en el renombre del método
científico. Siendo la situación así, ¿qué le queda a la filosofía?, ¿cuál es la función que
la filosofía cumple en la sociedad – si es que tiene alguna – y entonces por qué
tendríamos que pensar en la necesidad de hacer filosofía?
Las dos funciones que la filosofía cumple en la sociedad las voy a denominar la función
sistematizadora de la filosofía, a la primera, y la función terapéutica de la filosofía, a la
segunda. Tomo estos nombres de un artículo de Pablo Quintanilla (2007) en el que
identifica a un grupo de filósofos preocupados por una filosofía sistemática – Hegel,
Kant, Habermas, etc. – y otro grupo de filósofos preocupados por una filosofía de tipo
terapéutica – Sócrates, Wittgenstein, Rorty, etc. – En mi opinión, cada uno de estos
filósofos han privilegiado una función de la filosofía, pero no afirmaría que cualquiera
de ellos haya dejado de lado la otra función que no priorizaba en su trabajo. Es solo una
cuestión de prioridad, pero la filosofía, en cualquiera de sus escuelas o estilos, siempre
ha cumplido y cumple estas dos funciones que he mencionado.
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Tales, Anaxímenes, Anaximandro y otros, la comprensión del mundo pasaba por la
determinación del arché del mundo que era el concepto que definía al elemento que
gobierna y ordena el mundo. Hoy en día no nos preocupa el arché del mundo;
comprender nuestro mundo significa saber cómo vivían los dinosaurios, qué son los
agujeros negros o cómo se compone el átomo. Nuestra necesidad de comprender el
mundo se ha extendido en el tiempo y en el espacio. Mas, si preguntas como estas
corresponden a la comprensión del mundo, ¿qué papel le queda a la filosofía?
Propiamente hablando, la filosofía no está dirigida a la comprensión de la naturaleza,
sino a la comprensión del mundo espiritual, es decir, a la comprensión de la cultura, de
la moral, y de todo lo que significa en términos amplios la palabra espíritu. Sin
embargo, se nos hace necesario reconocer que gran parte de ese mundo recibe un
tratamiento a partir de disciplinas metodológicamente bien constituidas como son la
sociología, la psicología, la antropología, los estudios culturales o la crítica literaria.
Entonces, ¿qué es lo propio de la filosofía? Para responder a esta pregunta habrá que
simplificar las metodologías usadas por la ciencia y afirmar que todas ellas pueden
dividirse en solo dos grupos: metodologías cuantitativas y metodologías cualitativas. Mi
argumento es que la filosofía comparte con las ciencias del espíritu el mismo objeto de
estudio y algún aspecto de la metodología cualitativa de ellas, aunque no todo.
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aquella dirección que las estructuras numéricas son incapaces de comprender: el mundo
espiritual. Las estructuras conceptuales (metodologías cualitativas) son estos nuevos
auxiliares que usamos cual herramientas y nos aclaran cómo es nuestro mundo y qué
debemos esperar en él. Democracia, religión, paz, amistad, autonomía, capitalismo,
pecado, virtud o cultura son ejemplos de conceptos que, en alguna época, y dentro de
alguna estructura más compleja, nos han ido mostrando con mayor claridad estos
aspectos cualitativos del mundo. Si bien, las estructuras conceptuales no tienen la
rigurosidad y exactitud de las estructuras numéricas, eso no quiere decir que estas
tengan menos valor, sino que simplemente la reputación de las estructuras numéricas se
deben a una escala de valores que la sociedad asume en la que la rigurosidad y exactitud
son altamente estimadas. En Grecia antigua, por ejemplo, la exactitud no era tan
estimable y por ello Platón sostiene que la más alta forma de conocimiento es el
conocimiento discursivo de la dialéctica, ya que esta se aproxima mejor a lo que es la
vida que es siempre inexacta e imprecisa. En mi opinión, los conceptos son valiosos en
la medida en que van mostrando su grado de utilidad; y eso también significa que
algunos conceptos van dejando de existir para la cultura y algunos conceptos se vuelven
más valiosos que otros de acuerdo a su utilidad (fecundidad metodológica). Así pues,
las ciencias del espíritu y la filosofía aportan a nuestra necesidad por comprender el
mundo proporcionando nuevos conceptos cada vez más iluminadores que se engarzan
mejor en los sistemas de conceptos que ya poseemos. Ningún concepto es absoluto y
ninguno tampoco posee una vida aislada. Todos los conceptos se engarzan en un
sistema mayor que a su vez no son traducibles de manera literal unos a otros (Kuhn).
Los psicólogos se refieren a creencias, anhelos, miedos, traumas, etc. Los sociólogos
configuran el mundo con sociedad civil, poder, Estado, democracia, etc. Los
economistas nos hablan de mercado, intereses, plusvalía y monopolio. Creo yo que la
vida no sería posible si no contáramos con las herramientas conceptuales que todas estas
disciplinas nos proveen o por lo menos nos degradaríamos hasta el salvajismo y la
guerra de todos contra todos. Esto último aclara el rol y la importancia que cumplen las
ciencias del espíritu, pero nos deja abierta la pregunta sobre la situación de la filosofía
en este panorama actual. ¿Es que la filosofía, la psicología, la sociología y la economía
cumplen la misma función? Si no fuese así, ¿cuál es la diferencia entre sus diferentes
funciones?
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campo trabajan. Por otro lado, será una rama de la filosofía – la epistemología – la
encargada de discutir y reflexionar sobre el valor científico que tendrán los conceptos
que estos Philosophiae Doctores produzcan. Así pues, la conceptualización sistemática
del mundo es una tarea propiamente de la filosofía y aunque parezca que es compartida
con miembros eminentes de distintas otras disciplinas aun sobresalen diferencias
específicas que pueden aclarar más el panorama.
Dos diferencias puedo resaltar entre las formas de trabajo de las ciencias del espíritu y
la que corresponde a la filosofía. La primera de ellas tiene que ver con el uso de los
datos empíricos. En tanto la psicología, la sociología, la economía y la antropología son
ciencias, entonces estas están obligadas a hacer uso de los datos de la experiencia. Así
pues, su labor no puede realizarse exitosamente si no es con un experimento, una salida
al campo, una observación o un recojo de datos. En el caso de la filosofía esto no es así
necesariamente. El plano de la filosofía propiamente dicho ha sido el de la razón pura,
es decir, la reflexión sin el requerimiento de los datos empíricos. ¿Cómo se piensa que
puede lograrse un tipo de reflexión como ésta o no será que la filosofía se conforma con
la inutilidad de su labor y con la pura especulación? Si bien es cierto que la filosofía no
necesariamente hace uso de los datos empíricos, esto no la condena a la pura
especulación. Hay campos de la filosofía en los que los datos empíricos están nutriendo
las reflexiones de los filósofos – la política, la bioética, las reflexiones naturalistas de la
moral, etc. – pero aún más, hace falta considerar lo que yo considero es la segunda
diferencia entre la forma de trabajar de todos los científicos de la cultura y la de los
filósofos. Pues bien, aquí habría que decir que la filosofía trabaja desde el concepto
puro. Platón llamaba a esto el mundo de las ideas y se refería a los arquetipos puros
desde los cuales configuramos la realidad. El concepto puro nos remite al campo de lo
normativo, de jure, nos remite al campo de la idealidad. Hay que aclarar que dicho
campo no es el del moralista, pues estos se preguntan cómo debemos actuar las
personas. El filósofo se refiere a cómo debemos de creer o cómo debemos de concebir
nuestras creencias considerando la idealidad de nuestros conceptos. Esta es la razón por
la que muchos escritos filosóficos sean tan densos o tan alejados del lenguaje común,
porque la filosofía mantiene un compromiso con los conceptos puros y la manera en la
que estos deben ser configurados la interior del sistema de creencias de una cultura. La
literatura se mueve entre de imágenes y metáforas, la filosofía en cambio lo hace entre
conceptos puros, y cuando trabaja un concepto el filósofo se ve obligado a encontrar la
idealidad del mismo, es decir, la justificación normativa que sostiene no solo su
presencia, sino también sus relaciones con los otros conceptos dentro del sistema
general de creencias que configuran la realidad. Podría pensarse que ingresar al campo
de la idealidad puede ser inútil o pretensioso, sin embargo yo invitaría a considerar la
importancia práctica de los horizontes, de la idealidad. El horizonte siempre está para
marcarnos el rumbo, para reconocer cuán cerca estamos o cuánto nos falta para llegar a
él. Pues bien, ese también es el fin práctico del trabajo del filósofo quien está allí para
irnos marcando conceptualmente el sentido de la cultura y lo mucho que le falta por
recorrer.
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En resumen, la función de la filosofía es configurar un mundo sistemático de conceptos
con el cual comprender el mundo, y dicha configuración se hace sin comprometerse
necesariamente con el uso de los datos empíricos y sí más bien asumiendo el lado ideal
y normativo de dicho sistema. Sin embargo, esta no es la única función que la filosofía
cumple en la sociedad y no pienso tampoco que alguna de ellas pueda ser considerada
como prioritaria. Además de sistematizar conceptos, al filósofo le queda lo que yo he
denominado la función terapéutica de la filosofía. Una función que de hecho le viene de
herencia desde Sócrates.
Así pues, la filosofía cumple para con la sociedad el mismo rol que el terapeuta lo
cumple para con el individuo. No se trata de proponer salidas a las formas de vida que la
sociedad asume, aunque estas puedan ser dañinas para la sociedad misma. El
compromiso ético del terapeuta indica que la respuesta la debe lograr el mismo
individuo que acude a la terapia. Al terapeuta solo le queda acompañar en ese proceso
de reconciliación personal. Así también, la filosofía solo acompaña a la sociedad en su
camino hacia el autoconocimiento, guía su reflexión tras un constante preguntar, pero
jamás libera del compromiso de dar la respuesta. Yo reconozco en esto un claro fin
práctico en la filosofía, y quizá más bien uno de los fines más importantes para la
sociedad. Mi reflexión sobre el futuro de la filosofía está dirigida por estas
particularidades que he mostrado para la filosofía. Creo firmemente que una sociedad
sin filosofía corre serios peligros que a la larga pueden ser trágicos. Mi esperanza es que
la filosofía pueda realmente ocupar su función en nuestra sociedad y, más temprano que
tarde comprendamos que el serio problema moral de nuestra sociedad es el principal
problema y que allí la filosofía es urgentemente requerida.
REFERENCIAS
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