Hechos
Programa No. 0364
Capítulo 8:29 - 9:16
Continuando nuestro recorrido por el libro de los Hechos, y en particular por el capítulo 8,
seguimos considerando hoy la conversión del eunuco etíope que comenzamos en nuestro programa
anterior. Y como usted recordará, decíamos que en los capítulos 8, 9 y 10 de los Hechos, tenemos tres
casos de conversión muy interesantes, Y que estos tres casos, han sido seleccionados y nos han sido
dado para nuestra instrucción. Dijimos que el capítulo 8 narraba la conversión del eunuco etíope, hijo
de Cam, que estamos considerando ahora. El capítulo 9, narra la conversión de Saulo de Tarso, hijo
de Sem. Y el capítulo 10, narra la conversión de Cornelio, un centurión romano, hijo de Jafet.
Mencionamos también el hecho de que toda la familia humana está dividida en estas tres categorías
diferentes. Esta fue una división etnológica y geográfica, que se hizo después del diluvio. Ahora, Cam,
Set y Jafet, fueron los hijos de Noé. Y hallamos aquí que el evangelio llega hasta los representantes
de estas tres divisiones de la familia humana. Dijimos también que notaríamos por estos ejemplos,
que hay tres factores que tienen que entrar en juego, antes de que pueda haber una conversión
verdadera. Y que los tres son evidentes en estas tres conversiones representativas que ya hemos
mencionado. Y el primer factor de que hablamos, fue la obra del Espíritu Santo. Continuaremos hoy
mencionado el segundo factor, o sea la Palabra de Dios. Dice el apóstol Pablo en su carta a los
Romanos, capítulo 10, versículo 17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios.”
El Espíritu Santo tomará las cosas de Cristo y se las revelará al individuo. Es el Espíritu de Dios
usando la Palabra de Dios. Ahora, pero espere un momento. Debe haber también el instrumento
humano. Y este es el tercer factor en la conversión.
Como tercer factor tenemos El hombre de Dios. El Espíritu de Dios usa al hombre de Dios, al que
habla la Palabra de Dios, para producir un hijo de Dios, alguien que sea renacido. Y hallamos que esto
es cierto en este relato de la conversión del etíope.
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Leemos aquí que este hombre de Etiopía estaba encargado de todos los tesoros del reinado. En
realidad, era el Secretario de Finanzas, el Secretario de la Tesorería. Era oficial, es decir, un alto oficial
de aquel entonces. Este hombre no viajaba solo. Llevaba consigo un gran séquito de siervos y oficiales
menores. No se sentaba en un carro con las riendas en una mano y un libro en la otra. Este hombre
estaba sentado cómodamente en su carro, protegido del sol por un gran parasol. Tenía su chofer
privado. Y era un hombre importante de Etiopía, pero había llegado a Jerusalén para adorar. Y esto
indica que era prosélito.
Este hombre acababa de estar en Jerusalén. Había visitado el centro de la religión judía, la
capital de toda la religión, la religión que había sido dada por Dios. Ahora, salía de esa ciudad, pero
todavía permanecía en sus tinieblas espirituales. Leía las palabras del profeta Isaías, pero no entendía
lo que leía. Y el versículo 29 de este capítulo 8 de los Hechos, nos dice:
Hechos 8:29 “. . . acércate y júntate a ese carro.”
El Espíritu Santo está guiando aquí, como guiará en cualquier conversión. Felipe es el hombre
de Dios, el que el Espíritu de Dios está usando. Y la Palabra de Dios ya está en el carro, porque el etíope
está leyendo un ejemplar de las Escrituras que llevaba consigo. Ahora, el versículo 30 nos dice:
Hechos 8:30 “. . . pero ¿entiendes lo que lees?”
Podemos imaginarnos esta escena. Aquí va Felipe por este camino, como aquellos viajeros que
van a pie por las carreteras con sus pertenencias en la espalda y levantan la mano a los carros para
que los lleven gratis. De modo que, quizá Felipe levantó la mano y el eunuco se detuvo con todo su
séquito en su carro y entonces Felipe se acerca al carro y le oye que está leyendo el profeta Isaías. Y
entonces le pregunta, ¿Y entiendes lo que lees? Y esta fue una buena pregunta, porque el etíope
estaba precisamente necesitando una explicación porque no entendía lo que leía. Y veamos lo que
ocurre aquí en los versículos 31 al 33 de este capítulo 8 de los Hechos:
Hechos 8:31-33 “. . . porque fue quitada de la tierra su vida.”
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Usted quizá reconocerá que este es el capítulo 53 de Isaías. Está leyendo los versículos 7 y 8. Es
obvio que ha estado leyendo por algún rato y también debe haber leído los versículos anteriores que
dicen: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y
como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios
y abatido. Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra
paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” Es obvio pues,
que el eunuco debió haber leído también estos versículos. Y dicen aquí los versículos 34 y 35 de este
capítulo 8 de los Hechos:
Hechos 8:34-35 “. . . esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.”
¡Qué maravilloso lugar para comenzar! Es que, cuando el Espíritu de Dios guía, las cosas se
revelan maravillosamente, ¿ve usted? El tomará las cosas de Cristo y las pondrá en claro. Usará la
Palabra de Dios. No creemos que sea posible que las personas se conviertan solamente oyendo cantar
un himno. El himno puede afectar emocionalmente a una persona y guiar la voluntad de esa persona
para que haga una decisión por Cristo. Pero, si la Palabra de Dios no está en ello, no puede haber una
verdadera conversión. ¡Se requiere la Palabra de Dios! ¡Cuán importante es eso!
Hemos visto ya cuán maravillosamente Dios usó a Simón Pedro en la conversión de multitudes
de personas. Y Pedro lo expresa con claridad, que la Palabra de Dios es necesaria para una conversión.
Él dice que una persona no puede ser renacida sin ella. Escuche usted lo que él dice allá en su primera
epístola, capítulo 1, versículos 23 al 25. Dice el apóstol Pedro: “. . . siendo renacidos, no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque:
Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba seca, y la flor
se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os
ha sido anunciada.”
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Ahora, cuando el Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios, ¿qué pasa? Estos hombres estaban en
el carro hablando acerca de la Palabra de Dios. Felipe le estaba contando al eunuco acerca de Jesús.
Y veamos lo que ocurre aquí en los versículos 36 y 37 de este capítulo 8 de los Hechos:
Hechos 8:36-37 “. . . creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.”
Recuerde usted que Felipe había tenido una experiencia con Simón el mago allá en Samaria, y
no quiere que el caso se repita. Por eso, cuando este hombre pide ser bautizado en agua, Felipe quiere
estar seguro de que él cree de todo corazón. Y leemos aquí en los versículos 38 y 39:
Hechos 8:38-39 “. . . Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.”
Dice aquí que Felipe fue arrebatado. Bueno, ya no era necesario que estuviera allí. Y el eunuco
etíope siguió entonces su camino y salió así de las páginas de la Escritura en su carro. Siguió gozoso
su camino. Ahora, ¿qué le parece a usted amigo oyente, este hombre etíope? ¿Sabe usted que la
primera gran Iglesia no se fundó en los Estados Unidos ni en Europa? Hubo una gran Iglesia en África
del Norte, mucho antes que hubiera Iglesias en otras partes. El eunuco etíope evidentemente volvió,
y por su testimonio y su influencia, una gran Iglesia fue fundada allí. Se puede hablar mucho en cuanto
a la historia de la Iglesia en Etiopía, pero el tiempo no nos permite hacerlo aquí. Ahora, ¿qué le parece
a usted Felipe? Leamos el versículo 40:
Hechos 8:40 “. . . en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.”
Azoto está situada en las cercanías de Gaza. Para llegar a Cesarea, tendría que pasar por Jope,
donde está Tel Aviv hoy en día. Por tanto, él salió predicando el evangelio mientras subía junto a la
costa hasta Cesarea. El evangelio pues, había ido hasta Judea y a Samaria, y ahora está saliendo hasta
lo último de la tierra. El eunuco ha llevado el evangelio a Etiopía. Felipe lo está llevando por la costa
hasta Cesarea.
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Y así concluye amigo oyente, el capítulo 8 de este libro de los Hechos de los Apóstoles. Llegamos
ahora al capítulo 9. Este capítulo cuenta otra conversión sumamente interesante. La conversión del
eunuco etíope que estudiamos en el capítulo anterior tuvo lugar en un carro. La conversión de Saulo
de Tarso que veremos ahora tuvo lugar en el polvo. El relato bíblico no aclara si Saulo iba a caballo, o
si iba montado en burro cuando subía a Damasco, o si posiblemente iba a pie; pero sí sabemos que la
luz fue tan brillante que Saulo tuvo que caer a la tierra.
Al llegar a nuestro estudio de la epístola a los Filipenses, consideraremos los aspectos
teológicos, psicológicos, y filosóficos de la conversión de Saulo de Tarso. Aquí solamente trataremos
los hechos de lo que realmente tuvo lugar en el camino a Damasco. Leamos, pues, los primeros dos
versículos de este capítulo 9 de los Hechos:
Hechos 9:1-2 “. . . camino, los trajese presos a Jerusalén.”
Cuando la persecución comenzó en Jerusalén, la Iglesia comenzó a dispersarse. La Iglesia de
Jerusalén a su vez tuvo que comenzar a reunirse en secreto. Los apóstoles se quedaron en Jerusalén,
pero muchos de los otros salieron de esta ciudad. Hallamos por ejemplo a Felipe en Samaria y junto
a la costa mediterránea, como ya lo hemos visto. Lo que causó esta dispersión, por supuesto, fue el
apedreamiento de Esteban, seguido por la persecución. Como resultado, los líderes religiosos en
Jerusalén se sintieron satisfechos ahora, por haber ahuyentado de Jerusalén a los cristianos. Y al
parecer, estaban dispuestos a quedarse satisfechos con esto. Es decir, ¡todos, excepto Saulo de Tarso!
Él era quien respiraba amenazas y muerte contra los discípulos del Señor. Aborrecía a Jesucristo. No
creemos que el Señor Jesucristo haya tenido jamás un enemigo mayor, que este hombre Saulo de
Tarso. Pues bien, él vino al sumo sacerdote y le dijo: “Mire, me he enterado de que un grupo de estos
cristianos se ha ido para Damasco, y yo los voy a buscar.” El hecho es que Saulo hizo lo posible por
atrapar a los cristianos dondequiera que fueran. Su mayor deseo era exterminar a los cristianos.
Continuemos leyendo los versículos 3 hasta el 5 de este capítulo 9 de los Hechos:
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Hechos 9:3-5 “. . . dura cosa te es dar coces contra el aguijón.”
Al proseguir nuestro estudio bíblico veremos que Pablo contará este incidente dos veces más,
en el libro de los Hechos. El hecho es que Pablo nunca se cansó de contar acerca de su conversión. Le
encontramos repitiéndola nuevamente en su epístola a los Filipenses. Y es allí donde llega al corazón
del asunto. Aquí sólo comparte detalles sobre los hechos. Y nosotros los repasaremos de nuevo,
especialmente cuando estudiemos el discurso que Pablo pronunció ante el rey Agripa. Y veremos que
ese discurso es una obra maestra.
Ahora, ¿Ha notado usted aquí la ignorancia de Saulo? Probablemente era el hombre más
inteligente de sus tiempos. Probablemente se graduó de la Universidad de Tarso, la mejor universidad
griega de aquel entonces. Fue estudiante en la escuela de Gamaliel, el erudito hebreo. Había sido
instruido en los detalles de la religión judía. Pero Saulo no conocía al Señor Jesucristo. “¿Quién eres,
Señor?,” pregunta. Amigo oyente, conocer al Señor Jesucristo es ¡recibir vida! ¡Y Saulo no le conocía!
Leamos ahora el versículo 6:
Hechos 9:6 “. . . levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.”
Saulo se encuentra aquí tendido, boca abajo sobre el polvo, en aquel camino a Damasco. Este
es un incidente muy notable, un caso de conversión sumamente dramático. Notemos además que
Pablo en seguida revela su conversión. Este hombre que aborrecía al Señor Jesús, el que había hecho
todo lo posible en contra de Él, ahora le llama “Señor,” y pregunta al Señor lo que Él quiere que haga.
Está completamente dispuesto a hacer lo que sea la voluntad del Señor. Ha sido completamente
cambiado. Esto nos recuerda las palabras del Señor Jesús allá en Mateo 7:20 que dice: “Así que, por
sus frutos los conoceréis.” Sin duda amigo oyente, podemos saber lo que ha pasado en la vida de este
hombre. El versículo 7 de este capítulo 9 de los Hechos, dice:
Hechos 9:7 “. . . oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie.”
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Más adelante, Pablo en su relato dice que sus acompañantes no oyeron. Ahora, ¿Es que hubo
quizá un conflicto entre este relato del doctor y el de Pablo? ¡No! Lo que pasó fue que oyeron, pero
no comprendieron nada. No les fue posible comprender lo que fue hablado. Los ruidos que
escucharon no tuvieron ningún sentido para ellos, y tampoco vieron a nadie.
Ahora, volvamos un poco atrás y recordemos que cuando Pablo y Esteban se encontraron, eran
enemigos. ¿Recuerda usted que en esa ocasión Esteban había dicho: “Veo los cielos abiertos y a Jesús
parado allí? Pues, creemos que Saulo de Tarso también miró hacia el cielo, pero, dijo: “Yo no veo
nada.” Empero, bastó sólo una mirada al rostro de Esteban para saber que él sí veía algo. Saulo
seguramente se dijo entonces: “Él tiene algo que yo no tengo; espero que yo también pueda algún día
ver los cielos abiertos y pueda ver a alguien.” Y eso es precisamente lo que ocurrió aquí. Pero, ahora
mientras Pablo atraviesa por esta experiencia, son sus compañeros quienes no pueden ver nada, ni
comprender nada. También hay otra cosa aquí que deseamos aclarar, y es que no creemos que nadie
se pueda salvar sin la intervención de algún individuo. Y aquí en el caso de Saulo, creemos que el
agente humano fue nada menos que Esteban. Estamos seguros de que Pablo escuchó el evangelio de
sus labios y se quedó profundamente impresionado por su visión y su fidelidad hasta la muerte. Es
por esto amigo oyente, que usted y yo, debemos usar siempre nuestra influencia a favor de la causa
de Cristo. Leamos ahora los versículos 8 y 9 de este capítulo 9 de los Hechos:
Hechos 9:8-9 “. . . sin ver, y no comió ni bebió.”
Saulo se había quedado ciego debido al resplandor de luz del cielo que le había rodeado.
Notemos además que aun después de su conversión, Saulo parecía estar un poco perplejo y confuso.
Algunos dan saltos cuando se convierten. Otros, gritan con alegría. Saulo de Tarso, no hizo ninguna
de estas cosas. Si nosotros le hubiéramos conocido durante uno de esos tres días en Damasco, y le
hubiéramos preguntado lo que le había pasado, creemos que su contestación habría sido: “No sé.”
Pero veremos que ya pronto Saulo se enterará de lo que le ha pasado. Leamos los versículos 10 al 12
de este capítulo 9 de los Hechos:
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Hechos 9:10-12 “. . . y le pone las manos encima para que recobre la vista.”
Saulo de Tarso, un joven de mucho talento se halla en Damasco ciego y confundido. Mientras
tanto, el Espíritu de Dios viene a un hombre llamado Ananías y le dice que vaya donde está Saulo de
Tarso. Continuemos leyendo los versículos 13 al 16:
Hechos 9:13-16 “. . . cuánto le es necesario padecer por mi nombre.”
Dios explica dos motivos por los cuales llamó a este hombre. Saulo fue el instrumento escogido
por Dios para cumplir dos propósitos. En primer lugar, debía llevar el nombre de Jesús. Fíjese que no
es llamado un testigo, como lo fueron los otros discípulos. Es posible que Pablo hubiera conocido a
Jesús en Su crucifixión, pero no había caminado con Jesucristo en los días de Su carne. En realidad,
no sabía nada acerca de Él, hasta aquel día en el camino a Damasco. Ahora, llevaría ese Nombre. Y es
el mismo nombre que nosotros debemos llevar hoy en día. Es el nombre de Jesús.
Ahora, Pablo llevaría este Nombre en presencia de tres grupos diferentes: los gentiles, reyes, y
los hijos de Israel. Los gentiles fueron nombrados primero. Pablo fue el gran apóstol a los gentiles.
Luego, tenemos los reyes. Y veremos que Pablo aparecerá delante de reyes, y probablemente aun
ante el mismo Nerón. Y luego, llevaría el nombre de Jesús a la nación de Israel. Cuando Pablo entraba
en una ciudad, siempre visitaba primero la sinagoga. La sinagoga casi siempre servía como su lugar
de arranque para introducirse a una comunidad, para meterse en la vida de la ciudad. Desde allí
alcanzó a los gentiles. Pero siempre iba primero a los judíos.
En segundo lugar, el Señor dijo que mostraría a Saulo cuán grandes cosas tendría que sufrir por
el Señor. O sea que fue escogido para sufrir por Jesucristo. Creemos que nunca ha habido otro que
haya sufrido tanto por el Señor como lo que sufrió el apóstol Pablo. Nadie se atreve a decir: “Yo he
sufrido más que cualquier otro. ¿Por qué permite Dios que esto me pase?” Podemos sufrir o podemos
pensar que sufrimos más de lo que realmente sufrimos. Sea como fuere, ninguno de nosotros sufre
como sufrió Saulo de Tarso por el Señor, después que llegó a ser el apóstol Pablo.
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Ahora, al reflexionar sobre esta conversión extraordinaria, sabemos que hay quienes recordarán
que dijimos que la conversión requiere que el Espíritu Santo obre por la Palabra de Dios y por medio
de un hombre de Dios. Y en cuanto a la conversión de Saulo de Tarso, dijimos que el agente humano
había sido Esteban.
Mas tarde, el Señor Jesús se apareció personalmente a Saulo. Ahora, recordemos que antes que
el Señor Jesús dejara a sus discípulos, les dijo que iba a enviar a su Espíritu Santo, y les explicó lo que
el Espíritu haría: Dijo el Señor Jesús allá en el evangelio según San Juan, capítulo 16, versículos 14 y
15: “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por
eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.”
Ahora, creemos que cuando el Señor Jesucristo apareció personalmente a Saulo, el Espíritu de
Dios abrió sus ojos espiritualmente y los cerró físicamente a fin de que pudiera ver al Señor Jesús. De
modo que podemos decir que ciertamente el Espíritu Santo estaba obrando.
Y aquí, amigo oyente, vamos a quedarnos hoy, porque nuestro tiempo ya ha tocado a su fin.
Continuaremos Dios mediante, en nuestro próximo programa. Hasta entonces y que Dios le bendiga
abundantemente.
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