Los Sofistas 1
Los Sofistas 1
Los Sofistas 1
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con la cultura por él creada en la forma de lenguaje, religión,
arte, poesía, ética y política. Plantea las siguientes cuestiones:
¿Todas estas instituciones y ceremonias, desde el culto de los dio-
ses hasta la diferencia entre hombres libres y esclavos, helenos
.y bárbaros, residen en la naturaleza y son por tanto sagradas e
inviolables o han sido el resultado de convenciones, y en conse-
cuencia, son pasibles de cambio y desarrollo?
La sofística difiere de la filosofía natural por su método como
también por su material. Por supuesto aun en este último aspecto
la observación empírica de la naturaleza, en particular de los
cielos, como también de los animales, plantas y minerales, no fue
excluida en modo alguno, pero puesto que el objetivo final era
la formulación de un principio uniforme para lá explicación del
mundo, no quedaba otro camino abierto que el del razonamiento.
El método de los viejos fisiólogos fue deductivo eh cuanto ellos
deducían lo particular de su principio general. Los sofistas no
intentaron investigar las primeras causas de las cosas. Ellos se"
^declararon en favor de la experiencia y trataron de acumular la _
mayor cantidad de conocimiento en todos los dominios de la vida,
de los cuales extraían luego determinadas conclusiones, en parte, de
carácter teórico, como aquellas sobre la posibilidad "ó imposibilidad
del conocimiento, sobre el comienzo y progreso de la civilización
humana, sobre el origen y estructura del lenguaje; y en parte, de
naturaleza práctica, tal como el adecuado y eficiente ordenamiento
de la vida del individuo y la sociedad. Su método fue,^pues, empí-
rico-inductivo.
La tercera diferencia principal entre la filosofía anterior y la
sofística yace en los respectivos fines por ellas perseguidos. Para
el filósofo, la búsqueda de la verdad y el conocimiento resultaba
un fin en sí mismo y si él tenía discípulos, lo que no se conside-
raba, sin embargo, una necesidad absoluta, trataba de convertirlos
también en pensadores. Su designio era, en consecuencia, pura-
mente teorético. N o sucedía lo mismo con el sofista: para él el
conocimiento sólo valía en tanto éste constituía un medio para el
.control de la existencia. £ s imposible imaginarse al sofista sin
discípulos. Su propósito no fue, en el origen, convertir a los hom-
bres en sofistas, sino dar al individuo común una instrucción gene-
ral que podía usar en la existencia. Su finalidad era predominan—
temen te práctica : el arte y control de la vida.
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Los sofistas intentaron realizar sus fines de dos modos: en pri-
mer lugar mediante el dominio de la educación de los jóvenei
y por la divulgación de conferencias sobre ciencia popular, las
que ayudaban a extender el conocimiento filosófico. Ellos anuncia-
ban cursos formales de capacitación, disertaciones aisladas y se-
ries de conferencias sobre temas particulares/ L a educación de los
jóvenes había consistido hasta entonces en la gimnasia y los rudi-
mentos de la lectura, la numeración y la escritura a cargo de los
gramáticos, que se completaba con un ligero conocimiento de los
poetas y nociones sobre música. Estos magros resultados fueron
considerados gradualmente inadecuados para enfrentar las siempre
crecientes complicaciones de la vida dentro de las democracias
griegas. Quien deseaba desempeñar su papel en los negocios pú-
blicos necesitaba no sólo una versación más ^amplia que la que
había sido usual hasta entonces sino, sobre todo, una disciplina
formal y completa en el pensar y en la elocuencia, el aplomo
y la seguridad en la actitud y en el comportamiento, así como una
conducta metódica frente a las más variadas circunstancias. Los
sofistas se comprometieron a brindar esta enseñanza y cuando ex-
presaron que darían a conocer la virtud ellos entendieron con
este término la aptitud práctica para alcanzar el éxito en el plano
de las relaciones sociales, la eficiencia para conducirse con acierto
en la vida política y privada (Proi., 318E). Esta pretensión de
enseñar la virtud en lo que respecta a la ciudadanía encerraba
un fermento revolucionario si se la juzga desde el punto de vista
de las ideas éticas de la vieja aristocracia. Según ésta, la excelencia
era el derecho de nacimiento de los nobles y de nadie más. Aquí
los sofistas se enfrentaron con el problema fundamental de la
pedagogía: si las condiciones naturales o la enseñanza era lo deci-
sivo en la formación de la mente y el carácter. Los sofistas, que
viajaban de ciudad en ciudad como maestros errantes y recibían
altos honorarios por sus cursos (en particular los médicos, los artis-
tas plásticos y los poetas que escribían odas triunfales por encargo
y, también, en una fecha anterior, los eleáticos (Zenón), eran abso-
lutamente conscientes del riesgo a que se exponían cuando sus
escuelas atraían a los jóvenes de los cerrados círculos familiares
para iniciarlos en doctrinas que en la mayor parte de los casos se
hallaban en la más aguda contradicción con las viejas y respeta-
das tradiciones. Pero la generación más joven, que es siempre impa-
. cíente por adoptar lo nuevo, aceptaba con entusiasmo esas teorías,
• y de acuerdo con el testimonio de sus más acérrimos oponentes no
distaban mucho de llevar en andas a sus maestros cada vez que
la ocasión se presentaba. Los sofistas fueron indiscutiblemente los
fundadores de la educación sistemática de la juventud. La ense-
• fianza de Ja sofística consistía en la introducción a las ciencias
• particulares tales como la matemática, la astronomía, y en especial
a la gramática, de la cual los solistas establecieron sus fundamentos.
Una de las partes principales de este adiestramiento se basaba en
la interpretación de los poetas (Proí., 338E) desde el punto de
vista lógico, estético y ético. El logos, que era para los filósofos ora
el órgano ora la expresión del conocimiento, fue usado aquí como
un arma. Pues —y en ello residía el gran peligro moral de este
sistema de educación— para el sofista el problema no apuntaba a
determinar la verdad sino sólo a convencer a los oyentes de lo
que parecía ventajoso en algún caso particular (por ejemplo, para
el demandante o el acusado), y cuanto más difícil resultaba refu-
tar los argumentos concretos del oponente mayor era el triunfo
para el orador y su arte cuando éste tenía éxito. Estos debates
alcanzaban una doble forma: o bien largos discursos y contra-
rréplicas que trataban el tema exhaustivamente, o un diálogo en
el que se intercambiaban breves aserciones y críticas.
Para los adultos los sofistas daban disertaciones sobre ciencia
popular, las que a veces se dedicaban a un círculo exclusivo en
casa de algún amigo opulento del maestro, y en otras ocasiones
se pronunciaban en lugares públicos. El acceso no era gratuito. Los
cursos ge basaban parcialmente en alocuciones bien preparadas,
ataviadas con todos los artificios de la elocuencia y también en
improvisaciones sobre el tema que el auditorio sugería a pedido
del sofista. Por supuesto, resultaba natural que aquí la estilística
y la retórica tuvieran más importancia que el contenido cientí-
fico y que un diletantismo de tan exuberantes dimensiones no
.estuviese exento de sospecha. Sin embargo, el valor de la discu-
sión pública sobre problemas religiosos, científicos, éticos y polí-
ticos no debe ser subestimado y el eco centuplicado que llega
hasta nosotros de las páginas y la literatura contemporánea, en
particular de la tragedia y de la comedia, muestra el aplauso que
encontraran. Además de esto los sofistas aprovecharon las grandes
congregaciones de los festivales griegos en Olimpia y otros lugares
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para llamar la atención de los representantes de cada grupo helé-
nico, y dado que la existencia trashumante que llevaban los había
habituado a observar más allá de los estrechos confines de la polis,
predicaban la doctrina de la unidad nacional y fueron los porta-
dores y propagadores del espíritu panhelénico. iSi la sofística se
nos presenta hoy como un movimiento aislado, al que se le separa
tajantemente de la filosofía, esto se debe a la línea divisoria que
tanto Platón como Aristóteles trazaron entre ellas. Sus contem-
poráneos no sintieron esa diferencia con tanta fuerza y hasta care
cían de palabras para distinguirlas. Para ellos Anaxágoras Pro-
tágoras, Sócrates y aun Platón eran todos sofistas, pues el término
filósofo, en su sentido técnico no tenía todavía aceptación. Ade-
más, el vocablo sofista tampoco había adquirido el matiz despec-
tivo que tomó luego como consecuencia de la actitud de quienes
triviaímente forzaron la separación entre la palabra v su signifi-
cado. Ésta fue la tarea cumplida por los desprestigiados sucesores
de los grandes sofistas, individuos como Eutidemo v Dionisodoro,
con sus triquiñuelas lógicas. Los viejos sofistas eran hombres hono-
rables y muy respetados, a quienes a menudo sus ciudades les con-
fiaban misiones diplomáticas. Aparte de sus disertaciones orales
desplegaban amplia actividad literaria. Encontramos en ellos los
comienzos del diálogo filosófico y fueron los fundadores de la
prosa artística ática. Cualquiera sea su origen y por lejos que sus
viajes los llevaran regresaban siempre a Atenas a la que uno de
éstos IJfamó 1a. metrópoli intelectual de Grecia. N o es nada fácil
formarse un concepto del sofista que se adecúe ajustadamente a
todos estos hombres. Pródico, por ejemplo, se definía a sí mismo
como un intelectual que fluctuaba entre el filósofo y el político.
Sin excepción tenían ellos en común el carácter de maestros erra-
bundos que instruían a los jóvenes por dinero. Contra este rasgo
se dirige la mordacidad de Platón cuando les llama "comerciantes
de mercadería espiritual” (Prot. 313C). Otra característica compar-
tida era su interés por la cultura humana desde el punto de vista
teórico y práctico. Consideraban la "retórica filosófica” como el
medio más efectivo para sus fines (Filóst., Vit soph. I, 480). Por
eso pueden ser llamados antropólogos y maestros en el arte de la
vida. Pero el subjetivismo y el individualismo que se atribuye al
movimiento sofístico como tal no resultan de igual modo marcados
en todos ellos, ya en sentido epistemológico q ético, En realidad
algunas de sus doctrinas contienen un fuerte elemento dogmá-
tico, mientras que sus concepciones morales muestran acentuadas
diferencias. El interés por determinadas ramas del conocimiento,
tales como la matemática, la astronomía o la gramática, difiere
ampliamente entre sus cultores individuales, y sus teorías políticas
dejan entrever también agudas discrepancias, las que correspon-
dían a sus opuestas ideas sobre la ley natural. Por último, la retó-
rica no ocupa un lugar de idéntica importancia en todos ellos.
Debemos, en consecuencia, distinguir en la sofística, así como en
la filosofía, diversas tendencias que se originan en los represen-
tantes individuales del movimiento.
Protágoras
La mentalidad más original y mejor dotada entre los sofistas fue
Protágoras de Abdera (481-411). Debe haber ido a Atenas por
vez primera alrededor de la mitad del siglo v, donde alternó en el
círculo de Pericles, quien le confirió el honor de elegirlo para
redactar la constitución de la colonia panhelénica de Turio, fun-
dada en el año 444. Hay que mencionar aquí el hecho de que,
aparte de él, participaron en la instalación de esta colonia Hero-
doto e Hipodamo de Mileto. En los primeros años de la guerra
del Peloponeso encontramos al sofista de nuevo en Atenas donde
sobrevivió a la mortal plaga y testimonió con admiración la con-
ducta de Pericles frente a la muerte de sus dos hijos (frag. 9 ).
Durante la época de la expedición a Sicilia su obra Sobre los
dioses lo envolvió en un proceso por blasfemia y se supone que
encontró la muerte en un naufragio cuando se dirigía a la citada
isla. Entre sus numerosos escritos, el más importante de los cua-
les llevaba el agresivo título L a verdad o El rechazo (de la cien-
cia y la filosofía) empezaba con la célebre frase: "El hombre es
la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son, de
las que no son en cuanto no son” (frag. 1). Esto transfiere el
problema del conocer desde el objeto al sujeto y hace así posible
una verdadera teoría del conocimiento. Por cosas debemos no .
sólo pensar en objetos concretos sino también en cualidades
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abstractas, y lo que es más, no ya simplemente en cualidades
sensibles, tales como caliente y frío, dulce y amargo, sino asi-
mismo en conceptos como bueno y malo, bello y feo, justo e
injusto. Menos seguro resulta saber de qué modo debemos con-
siderar la expresión hombre: si en un sentido individual, según
propone Platón en el T eeteto (160C y ss.) —donde se relaciona
la teoría del conocimiento de Protágoras con la doctrina del fluir—
o, en general, como han conjeturado escritores posteriores, de
manera que hombre debe entenderse como especie; finalmente en
sentido colectivo, y entonces el término se refiere a los hombres
como un grupo (pación, tribu). Sea como fuere Protágoras no
es un representante del individualismo en el aspecto ético o polí-
tico. Esto se muestra por la defensa de su doctrina que Platón
pone en boca de Sócrates ( Teeteto, 165E y ss.), en la que la ac-
tividad del sofista es comparada con la del jardinero'y del mé-
dico, y se afirma que la educación puede cambiar un estado
defectuoso del alma en otro mejor y suscitar sentimientos bené-
ficos y verdaderos en lugar de sus opuestos; pero también es ello
posible mediante el mito de la historia de la civilización, relatado
por Protágoras en el diálogo que lleva su nombre (52 2C D ), según
el cual ninguna sociedad humana se ha formado jamás sin el sen-
tido de la moralidad y la justicia. Casi no hay duda de que Pro-
tágoras consideró que la moral y las leyes sólo tienen úna validez
relativa, 'esto es, rigen únicamente sobre las comunidades que
las han formulado y por el tiempo que conservan su bondad. No
existe ninguna religión absoluta ni tampoco la moral y la justicia
absolutas. En su obra Sobre el estado original de las cosas —que
Platón (Proí., 320 y ss.) y Herodoto (III, 108; véase Prot. 321B)
utilizaron— anticipó la ingeniosa teoría de un propósito finalista
en la naturaleza, que en la creación de los seres vivientes pare-
ce prever medidas protectoras para la preservación de las especies.
El hombre es superior a los animales no tanto por su fuerza física
pero sí por sus facultades mentales. Gradualmente se ha elevado
desde la etapa animal y ha inventado los medios necesarios para
la conservación de la existencia (vestido, vivienda, etc.), mas sobre
todo ha alcanzado ese nivel gracias a la divina chispa de razón
que en él ha creado el lenguaje, la religión y el Estado. Así, se-
gún Protágoras, el hombre es por naturaleza un animal social
(pertenece a una 'polis), aunque la constitución y las leyes de
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los diferentes pueblos, igual que sus lenguas, ideas religiosas y
sistemas morales, resultan sólo convencionales por el uso. En com-
pleto acuerdo con estas reflexiones se halla el agnosticismo ex-
presado en su obra Sobre los dioses (frag. 4 ). Hasta donde pode-
mos colegir el pensador intentó mostrar en este escrito que las
formas tradicionales de la religión y la cultura son nada más que
hábitos o convenciones'y quizá demostró la insuficiencia de las
pruebas vulgares sobre la existencia de los dioses (véase Jenofonte,
Mettt., I, 4, IV, 3). L a s contradicciones de los argumentos opuestos
(en dos libros) empezaba, posiblemente, con la frase según la
cual pueden formularse dos ideas opuestas de cada cosa. (D . Laer-
do, IX, 51). Quizá tengamos una débil imitación del arreglo de
este libro en el llamado D ialexis, escrito en dialecto dóricb. Sin
duda la obra fue compuesta de acuerdo con el principio erístico
de afirmaciones y negaciones. D e esta manera podrían ser trata-
dos los temas más variados. Que las ideas sobre lo justo y lo injusto
se hallaban entre ellas sé infiere de la parodia de Aristófanes (L as
nubes, 1036 ¡y ss.) y del peculiar aunque exagerado juido de Aris-
tójeno (D . Laercio, III, 37) de que este libro “contenía casi la tota-
lidad de L a República de Platón”. La discusión dé las ventajas y
desventajas de las diferentes constituciones en Herodoto (III,
80) es quizá un.eco de este trabajo. Se cree que Protágoras expuso
sus prindpios sobre educadón en la obra Sobre las cualidades
personales. Conocemos sólo unas pocas proposiciones de ésta: "La
educadón necesita dotes naturales y práctica”; "El hombre debe
comenzar a estudiar en su juventud”; “La educación no surge
en el. alma a menos que se alcance una gran profundidad”. El
sofista consideró necesario el castigo, pero sólo lo admitía como
medio de mejoramiento y disuación, y rechazaba toda idea de
venganza (Prot., 324AB). En un trabajo Sobre la -matemática
afirmó que las proposiciones de la geometría sólo valen para las
figuras ideales, no para la realidad, “puesto que las tangentes no
tocan simplemente el círculo en un punto” (frag 7 ). Finalmente,
Protágoras se interesó en problemas lingüísticos y fue el fundador
de la ciencia de la gramática entre los griegos. Los términos que
designan los tres géneros, los tiempos y la clasificadón de las más
importantes clases de oraciones le son atribuidos. E s un rasgo de
su racionalismo que intentara someter el lenguaje a una norma
al rehusarse a atribuir el género femenino a la palabra yelmo y
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creó una forma femenina no existente, gallina, frente al mascu-
lino gallo.
Durante su vida Protágoras reunió a su alrededor a un gran
séquito de jóvenes. Demócrito, conciudadano suyo, menor que él,
sufrió su influencia en la teoría del conocimiento y en la filoso-
fía de la civilización. Su gravitación sobre la cultura en general
resultó mayor aún: alcanzó a gobernantes, poetas, bistoriadores y
retóricos. Platón atestigua ( M enón, 9 1E ) que su fama lo sobrevivió
largo tiempo.
Pródico
Bastante más joven que Protágoras fue Pródico de Juli, isla de
Queos, cuyos habitantes eran bien conocidos por su concepto pesi-
mista de la vida. Pródico compartió también, según parece, las
opiniones y temperamento de sus conciudadanos. Platón lo repre-
senta como un inválido, y el diálogo seudo platónico Amo c o (366C
y ssO describe sus juicios pesimistas sobre las distintas edades del
hombre, las profesiones más importantes y la existencia misma,
como consecuencias de sus achaques corporales. E s probable, asi-
mismo, que la teodicea de Las supMeantes de Eurípides (196 y
ss.) esté dirigida contra él. De cualquier modo reflexiones de esta
índole deben haber formado parte de su importante obra L as horas,
que contiene también, por cierto, el antídoto contra el pesimismo
en el hermoso mito de ia elección de Heracles (Jenofonte, Mem.,
II, 1, 23 y ss.). En virtud de ello el libro encontró la aprobación
de Platón ( Prot., 340D; Simp., 177B). Advertía en él contra
la vida de placer fácil y exhortaba a los jóvenes a seguir el ejem-
plo del héroe al enfrentar audazmente Jas dificultades de la exis-
tencia. Por otra parte, subrayaba el peligro de las pasiones y la
inutilidad de los bienes más altamente codiciados por el hombre
vulgar y de las riquezas que, de acuerdo con el uso que de ellas
se hace, pueden convertirse en daño o en beneficio (seudo pla-
tónico Erixias, 397C). N o habría contradicción alguna con estos
principios si se le adjudicara la paternidad de la obra Los elogios
de la pobreza.'N o conocemos el contenido de su trabajo Sobre la
naturaleza, pero sí tenemos una interesante teoría suya sobre el
origen de la religión. E n la etapa primigenia de ésta supone una
especie de fetichismo, en la que el Irombre adoraba como dioses
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a las cosas que lo alimentaban y le eran útiles, tales como el sol,
la luna, los ríos, los lagos, los prados y los frutos. Citaba como
ejemplo el culto del N ilo en Egipto. Este período fue seguido por
un segundo en que los creadores de Nuevas formas de vida y de
las artes, agricultura, cultivo de la vid, metalurgia, etc., fueron
convertidos en las divinidades Deméter, Dionisos, Hefaisto y otras
Cfrag. 5). Estas peligrosas opiniones sobre la religión, que lleva-
ron al sofista a considerar la plegaria como superflua, le provocaron
conflictos con las autoridades de Atenas, y se cree que fue expul-
sado de la Escuela licqa por haber planteado en sus disertaciones
temas impropios para la juventud (E rixias, 399E). Pródico se ocupó
también de estudios lingüísticos. Fundó la ciencia de la sinonimia
\que fue, por lo menos, un excelente ejercicio en la formulación
y distinción de ideas lógicas claras. Aunque Platón lo trata con
ironía, habla, sin embargo en su favor el hecho de que Sócrates,
ocasionalmente, le recomendara alumnos (Teeteto 15 IB ) y que
su ciudad natal, repetidas veces, le confió misiones diplomáticas
(H ipfias mayor, 282C ).
H iffias
Hippias de Elis visitó a Esparta como embajador oficial con ma-
yor frecuencia que a Atenas y, aparte de ello, viajó extensamente
por el resto de Grecia, en particular a Sicilia, y encontró motivos
de placer en los discursos que pronunciaba en Olimpia. Poseía un
extenso conocimiento sobre matemática, astronomía, gramática,
retórica, métrica, armonía, mitología, literatura e historia, al punto
que vemos en él al tipo de erudito que en la época helenística se
dedicaba a la folihistoria. Fue a la vez un verdadero sofista, puesto
que experimentó la necesidad urgente de comunicar a otros su
saber. Como Sócrates gustaba entablar conversación “aun junto
a las mesas del mercado” para ocuparse de la historia de las cien-
cias, de filosofía (D . Laercio, I, 2 4) y de matemática. Parece
que hizo cierta contribución a esta última disciplina mediante el
descubrimiento de* una curva que podía ser usada para resolver
el problema de la trisección del ángulo y la cuadratura del círculo,
lo que permitía dar el primer paso para el tratamiento de figuras
geométricas superiores. Perfeccionó el sistema de la mnemotecnia
creado por Simónides de Queos (Dialexís, 9, 1 y ss.) y parece
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que tuvo inventiva para las tareas prácticas. Se cree que él formuló
la idea de la autosuficiencia como fin ético, no por supuesto en .
el sentido cínico de “la liberación de las necesidades”, sino como
un esfuerzo en el deseo de independizarse de los demás hombres
al hacer por sí mismo todo lo que le era indispensable. Hfppias,
asimismo, interpretó a Homero desde puntos de vista éticos y
psicológicos, y vio en los más prominentes héroes tipos definidos
de carácter. En Aquiles observó el arrojo; en Ulises, la astucia
inescrupulosa; en Néstor, la madura sabiduría. Su Diálogo tro-
yano representa a Néstor instruyendo a Neoptolemo sobre una
vida dedicada a la actividad honorable. Sus estudios dedicados a
la historia de la civilización deben haber sido también muy amplios.
Éstos incluían, entre otras cosas una obra Sobre el nombre de los
pueblos, una lista de los vencedores olímpicos y una colección
de toda clase de maravillas. Su principal interés en estos escritos
fue la idea de convención. Mientras ésta aparece en el misti-
cismo órfico (frags. 105, 160 K ), en Heráclito (frag. 118), Pín-
daro (frag. 169), y en Platón (G orgias 484B) como la ley ética
universal que como tal es divina y el origen de todas las leyes
y morales humanas, Hippias sigue las huellas de Protágoras y
va aún más allá de él. Entiende por convención la ley y el
uso en un sentido tradicional que opone a las leyes no escritas
de la naturaleza. Está persuadido de que la convención a menudo
violenta las exigencias de la naturaleza, y la considera más bien
un déspota que, según Píndaro, un gobernante legal. L a ley con-
vencional es graduada y corregida por la natural. En consecuen-
cia, él extiende su mirada más allá de los estrechos confines de la
polis hacia una comunidad de hombres con elevadas aspiracio-
nes. Éste, es el comienzo de la idea de una ciudadanía universal
que en esta época ya empezaba a hacerse sentir. Parece que intentó
realizar una aproximación más íntima al estado natural mediante
la nivelación de los contrastes sociales en favor de los débiles. Sin
embargo, su doctrina de la ley natural estaba fundada sobre la
base de la observación etnológica, como puede verse en la obra
D ialexis ya citada.
Gorgias y su escuela
Gorgias de Leontini (48 3/375) durante su larga vida compar
tió las vicisitudes de Grecia, desde las guerras médicas hasta la
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época que siguió a la paz de los reyes, y su desarrollo intelectual,
que se inicia con el floruiu de Esquilo y Píndaro, llega hasta la
ínadurez de Platón, quien dedicó al sofista su diálogo más signi-
ficativo. En el año 427 llegó a Atenas como embajador de su ciu-
dad natal para pedir ayuda contra Siracusa. Se detuvo algún tiem-
po también en Beoda y Tesalia, en la corte de Aleuades, y donde
quiera que fue reunió discípulos a su alrededor. Sus visitas a
Olimpia, P elfos y especialmente a Atenas, le sirvieron para expan-
dir el espíritu del helenismo, misión que transmitió a su discípulo
Isócrates. Fue en su juventud discípulo de Empédodes y se ocupó
de problemas de ciencia natural. T al vez publicó un libro sobre
óptica. En la tumba de Isócrates se le representa absorto en el
estudio de un globo de los délos. L a dialéctica de Zenón, empero,
lo condujo al escepticismo y dio a éste su más clara expresión en
la obra Sobre el no ser o la naturaleza. Formuló tres proposicio-
nes: 1 ) Que nada existe; 2 ) Si algo existiera no podría ser
conocido, y 3 ) Si pudiera ser conoddo no podría ser comunicado
a los demás. Aunque Gorgias en la segunda y tercera partes
de su libro, del que posemos dos extractos, trata serios problemas de
gnoseología y muestra considerable sagacidad al señalar que hay
innegables dificultades para distinguir las ideas a las que corres-
ponde alguna realidad y aquellas a las que ninguna pertenece,
y que los vocablos de la lengua aplicados a las cosas de ningún
modo coinciden con ellas, el trabajo íntegro, en particular la
primera parte, da la impresión de que el autor deseaba reducir
la filosofía eleática al absurdo por medio de su propia dialéctica.
A pesar de ello bien puede ser que este libro constituya la renun-
cia final de Gorgias a la filosofía. Desde entonces en adelante se •
dedicó por entero a la retórica y no pretendió,^ como los otros
sofistas, enseñar la virtud, sobre la cual adoptó la opinión popular
y distinguió entre la virtud del hombre y de la mujer, la del
adulto y la del niño, la del esclavo y la del ciudadano. Pero como
orador epidéitico y creador de la prosa ática artística no pudo anu-
lar enteramente en él al filósofo. Abandonó toda pretensión de
alcanzar el conocimiento de la verdad y se contentó con la posi-
bilidad; mas fue por cierto su retórica, que él definió como el
dominio del arte de la persuasión, la que lo llevó a la psicología
práctica y a una rama del saber aún no descubierta por la filoso-
fía. Resultó el fundador de la estética y en particular de la poéti-
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ca. Sus dos escritos modelos, que han sido preservados y que. for-
maban parte de su manual de retórica, E l elogio de Helena y
L a defensa de Ptdamedes, nos permiten vislumbrar la naturaleza
de su pensamiento. Gorgias es el descubridor de la sugerencia que
él manejaba con arte consciente y deliberado. Reconoció en ella
un instrumento poderoso para influir en el ánimo de los hombres
y advirtió que podía inducir al bien o al mal, lo que dio motivo
a que se la comparase con la medicina y el veneno (H eL 8-10, 13,
14). Pero, además de servir para fines prácticos era posible utili-
zar la sugerencia con designios artísticos y aquí Gorgias acertó a
dar en el blanco de una segunda e importante idea: la ilusión.
Hesíodo (Teogonia, 2 7) y Solón (frag. 26 ) no habían logrado
distinguir entre engaño y artificio artístico: ambos eran catalo-
gados como falsedad. Gorgias formuló la idea del engaño justifica-
ble y no sólo en el sentido ético (como por ejemplo en Dialexis,
3,2) sino también estético. Llamó a la tragedia “fingimiento cuya
producción tiene un alto mérito; sucumbir a su encanto demuestra
un gran poder de apreciación artística”. L a tragedia, asimismo,
está presente en él cuando habla de los efectos psicológicos de
la poesía (H el. 9 ), entre los cuales aparece la piedad y el temor.
Su comparación con los efectos de los purgantes en el cuerpo
(Hel., 14) se halla muy próxima a la doctrina aristotélica de la
catarsis de las pasiones por medio de la tragedia. Además es posi-
ble que Aristófanes en su célebre contraste entre la tragedia de
Esquilo y la de Eurípides, en L as ranas, haya tomado algunas
ideas de Gorgias. El arte representativo fue tratado también por
el sofista, y según él, en ciertas circunstancias aquél se asemeja
a la tragedia al provocar una peculiar mezcla de sentimientos.
Gorgias y su escuela, como los demás sofistas, se interesaron en la
historia de la cultura humana. El progreso se debió a las inven-
ciones alcanzadas en el curso del tiempo. N o atribuyó tales con-
quistas a Prometeo, según había hecho Esquilo, sino a Palamedes
en su mayor parte. Con este motivo dio expresión al fino pensa-
miento de que la actividad intelectual tiene un excelente efecto
moral (Palam ., 30 y ss.). La teoría de que el progreso de la civi-
lización se debe al descubrimiento de toda clase de artefactos fue
sostenida también por su discípulo Polo (Platón, Gorgias, 448C,
462B) y por Critias (frag. 2 ).
Gorgias había necesitado dar contestación a las cuestiones sobre
la verdad y la moral. Ésta es; sin duda, la causa por la cual halla-
mos en su escuela dos teorías totalmente opuestas de la ley natu-
ral. Una, que Platón en el G orgias (482E y ss.) pone en boca de
Calides, es la doctrina del derecho del más fuerte. D e acuerdo con
esta concepción la moral y la ley es el resultado de la mayoría
más débil, la que mediante tales medios domestica a las naturale-
zas superiores igual que a las bestias de presa y presenta a los
jóvenes la imagen de una justicia como si fuera la justicia ver-
dadera y manifiesta. Mas, tanto la naturaleza como la historia
contradicen esta idea. El hombre fuerte romperá estos lazos cuan-
do advierta el engaño y se convertirá en amo de los débiles. “Así
la ley de la naturaleza brilla en todo su esplendor”. Esta concepción
de la inescrupulosa voluntad de poderío fue defendida por el dis-
cípulo de Gorgias, Menón (Jenofonte, II, 6 , 21}, mientras otro,
Proxerio ( 6 , 16 ,y ss.), aspiró a ganar honores y poder por medios
legales. Esta teoría que deliberadamente ignora la distinción de
Hesíodo entre las leyes de los mundos humano y animal podía
encontrar apoyo en los escritos de Gorgias. E l elogio de Helena
contiene el siguiente pasaje: “Es una ley de la naturaleza que el
fuerte no debe ser obstaculizado por el débil sino que éste debe
ser gobernado y dirigido por aquél; que el fuerte tiene que ir
delante y el débil ha de seguirle”. Critias también se adhirió a esta
doctrina en la teoría y en la práctica. Durante su exilio en Tesa-
lia cayó bajo la influencia de Gorgias y creyó que las leyes eran
nada más que un instrumento para domesticar la bestia agresiva
en el hombre y un instrumento inadecuado por cierto. Para este
fin alguna mente astuta había “descubierto la religión y sometió
a los hombres por el temor insinuado frente a seres poderosos e
invisibles que ven y castigan hasta las faltas cometidas en secreto”
(frag. 25). Aquellos que advierten el engaño no son afectados
por él.
Un uso exactamente opuesto de las teorías sofistas sobre la ley
natural fue hecho por otros dos discípulos de Gorgias. Así Licofróri,
quien fue tan dejojs en su escepticismo que eludió emplear la pala-
bra “es” en una proposición, declaró que la nobleza era una com-
pleta impostura y que todos los hombres habían nacido iguales
aunque algunos no tuvieran abolengo. En él hallamos por primera
vez la doctrina del contrato social. “L a ley es un contrato por el
cual el derecho es mutuamente garantizado; pero éste no puede
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educar a sus ciudadanos para ser morales y justos”. L a relación
de la filosofía con el estado fue formulada aún con más claridad
por Alddamas de Elea Con Eólida); la consideró como “una má-
quina de sitio contra la ley y el hábito, los reyes hereditarios de
los estados”. Cuán radicales eran sus opiniones podemos deducirlo
del hecho que exigía la liberación de los esclavos en nombre de
la ley natural: “Dios dejó libres a todos los hombres; la naturaleza
no hizo esclavo a ningún hombre”. N o hay duda de que el movi-
miento para la emancipación de las mujeres en el último tercio
del siglo v, del cual sólo tenemos el testimonio indirecto de Aristó-
fanes y Eurípides, estuvo también vinculado con este desarrollo
de la teoría de la ley natural.
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según parece, la existencia de los pueblos míticos para que sirviese
de modelo a su teoría de los derechos naturales. Declaró que la
educación era la tarea suprema de la vida y la anarquía el mayor
mal. Su Arte de combatir la tristeza inauguró un nuevo género lite-
rario: el estilo de la consolación. Prometió liberar de su tribula-
ción por medios orales a quien tuviera necesidad de consuelo. El
racionalismo apenas podía ser llevado más lejos que su sistema-
tización de los recursos para eliminar el dolor espiritual. Aparte
de ello, Antifón racionalizó también la mántíca. Desde el punto
de vista ético mostró una notable mezcla de principios hedonistas
y sociales. Dentro de la sofística ocupa una posición peculiar el
autor anónimo citado por Jámlico, es decir, los extractos de un
trabajo de esa tendencia del siglo v, que se preservan en el Pro-
tréftico, del filósofo neoplatónico mencionado (cap. 2 0 ). Menta-
lidad políticamente conservadora, este escritor no conoce distinción
alguna entre nomos y fh ysis, pero considera que la moral y la ley
son el resultado necesario de la naturaleza humana. En este sentido
él se opuso a la doctrina del derecho del más fuerte y consideró
que el esquema del superhombre era solamente una ficción. Aun
si surgiera tal individuo pronto se vería neutralizado por la siste-
mática oposición representada por los ciudadanos amantes de la ley.
Rozamientos similares se observan en el discurso contra Aristo-
gitón, conservado con el nombre de Demóstenes (X X V , 15-35,
85-91), los que quizá provienen de un escrito sofístico. Encontra-
mos aquí, así como también en Antifón y Licofrón, la teoría del^
contrato social. Pero este autor considera a la fh ysis como la natu-
raleza individual que debe adaptarse a las disposiciones generales
del nomos, porque en éste se encama la soberana autoridad del
espíritu.
Un compendio de las doctrinas de Protágoras e Hippias está
contenido en el llamado D ialew , escrito en dialecto dórico. Su
forma descuidada indica que es un cuaderno de notas más que
un libro destinado a la publicación. Al mismo tiempo da idea de
los talentos menores que se introducían entre los grandes maestros
de la sofística. Geñte de esta clase, como los sofistas Eutidemo y
Dionisodoro, ridiculizados por Platón, degradaron la sofística, la
convirtieron en insulsas sutilezas, argucias lógicas y falacias hasta
cubrir este importante movimiento con la pésima reputación que
quedó luego reflejada en la palabra sofista.
23. L a influencia de los sofistas