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página postrera
al punto de partida
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II. Lee el siguiente texto y responde las preguntas 2 y 3.
Yo voy soñando caminos 2. ¿Es posible vivir con una espina en el corazón?, ¿por qué?
(3 pts)
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
“En el corazón tenía 3. ¿Qué sentido tiene la palabra corazón en el poema?, ¿cómo
la espina de una pasión; lo sabes? (3 pts)
logré arrancármela un día,
ya no siento el corazón”.
En el mar de
las palabras
naufragaba
cada día.
En laberintos
de letras
se perdía a
cada
instante.
Sus
mensajes
IV. Lee el siguiente texto y
tropezaban
responde la pregunta 9.
con todas las
Sol de invierno consonantes
Es mediodía. Un parque. .
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
Le dijo que
y ramas esqueléticas.
la quería
Bajo el invernadero,
con todo el
naranjos en maceta,
abecedario.
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
“¡El sol, esta hermosura 9. ¿A cuál de los cinco sentidos aluden las expresiones del
del sol...!”. Los niños juegan. poema? Une. (2 pts)
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña (...) Blancas sendas;
lamiendo, casi muda, simétricos montículos
la verdinosa piedra.
Antonio Machado. lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
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V. Lee el siguiente texto y luego responde las preguntas 10 a 14.
El alfarero y el lavandero
Había una vez, en un lejano pueblo de la India, un alfarero que tenía como vecino a un
lavandero. Este último era muy trabajador, siempre estaba alegre y tenía una clientela
numerosa. Estas personas pagaban generosamente su tarea de blanquear las telas con que
confeccionaban sus vestidos.
El alfarero, menos favorecido por la fortuna, envidiaba a su vecino, como si su prosperidad,
adquirida tras largos años de trabajo, pudiera perjudicarlo.
Llegó un día en que el envidioso no pudo más y decidió jugarle una mala pasada. Se presentó
ante el rey de la ciudad, que era un buen hombre, aunque poco inteligente, y le dijo:
—El elefante de Su Majestad es negro, pero yo sé que el lavandero, mi vecino, conoce un
procedimiento exclusivo para blanquearlo. Si le ordena que lo haga, se convertirá en el glorioso
dueño de un elefante blanco.
Cuando el rey escuchó las palabras del alfarero, primero se sorprendió, pero como hace tiempo
deseaba ardientemente tener un elefante blanco, se dijo que tal vez el alfarero tenía razón. Y,
sin pensarlo más, mandó llamar al lavandero y le dio la orden de blanquear su elefante. Él
adivinó de dónde venía el golpe y se limitó a responder:
—Señor, haré todo lo posible por ejecutar la orden de Su Majestad. Pero en nuestra profesión,
antes de lavar ponemos las prendas en remojo en un recipiente con agua y jabón, y después de
unos días procedemos al lavado. Eso es lo que debo hacer con su elefante. Pero lo malo es
que no tengo ningún recipiente del tamaño de su elefante.
Entonces el rey ordenó al alfarero construir un recipiente del tamaño del elefante. El alfarero
empleó mucho tiempo en construirlo y descuidó otras tareas, por lo que estaba prácticamente
arruinado. Cada vez que tenía el recipiente listo, al introducir el elefante se quebraba y debía
elaborar otro. Así continuó hasta que el lavandero lo ayudó y le tendió una mano en señal de
reconciliación.
Cuento popular hindú.
11. ¿Cuál era la intención del alfarero al presentarse ante el rey? (2 pts)
A. Culpar al lavandero.
B. Impresionar al monarca.
C. Desacreditar al lavandero.
D. Destacar su labor frente a la del lavandero.
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14. La forma de actuar del alfarero lo llevó finalmente a: (2 pts)
A. su propia trampa.
B. vengarse del lavandero.
C. conseguir la amistad del lavandero.
D. obtener una buena reputación ante el rey.
La compuerta número 12
Pablo se aferró instintivamente a las piernas de su padre. Zumbábanle los oídos y el piso que
huía debajo de sus pies le producía una extraña sensación de angustia. Creíase precipitado en
aquel agujero, cuya negra abertura había entrevisto al penetrar en la jaula, y sus grandes ojos
miraban con espanto las lóbregas paredes del pozo en el que se hundían con vertiginosa
rapidez. En aquel silencioso descenso sin trepidación ni más ruido que el del agua goteando
sobre la techumbre de hierro, las luces de las lámparas parecían prontas a extinguirse y a sus
débiles destellos se delineaban vagamente en la penumbra las hendiduras y partes salientes de
la roca: una serie interminable de negras sombras que volaban como saetas hacia lo alto.
Pasado un minuto, la velocidad disminuyó bruscamente, los pies asentáronse con más solidez
en el piso fugitivo y el pesado armazón de hierro, con un áspero rechinar de goznes y de
cadenas, quedó inmóvil a la entrada de la galería. El viejo tomó de la mano al pequeño y juntos
se internaron en el negro túnel. Eran de los primeros en llegar y el movimiento de la mina no
empezaba aún. De la galería, bastante alta para permitir al minero erguir su elevada talla, solo
se distinguía parte de la techumbre cruzada por gruesos maderos. Las paredes laterales
permanecían invisibles en la oscuridad profunda que llenaba la vasta y lóbrega excavación. A
cuarenta metros del pique, se detuvieron ante una especie de gruta excavada en la roca. Del
techo agrietado, de color de hollín, colgaba un candil de hoja de lata, cuyo macilento resplandor
daba a la estancia la 3 apariencia de una cripta enlutada y llena de sombras. En el fondo,
sentado delante de una mesa, un hombre pequeño, ya entrado en años, hacía anotaciones en
un enorme registro. Su negro traje hacía resaltar la palidez del rostro surcado por profundas
arrugas. Al ruido de pasos, levantó la cabeza y fijó una mirada interrogadora en el viejo minero,
quien avanzó con timidez, diciendo con voz llena de sumisión y de respeto: –Señor, aquí traigo
al chico. Los ojos penetrantes del capataz abarcaron de una ojeada el cuerpecillo endeble del
muchacho. Sus delgados miembros y la infantil inconsciencia del moreno rostro en el que
brillaban dos ojos muy abiertos como de medrosa bestezuela, lo impresionaron
desfavorablemente y su corazón, endurecido por el espectáculo diario de tantas miserias,
experimentó una piadosa sacudida a la vista de aquel pequeñuelo arrancado de sus juegos
infantiles y condenado, como tantas infelices criaturas, a languidecer miserablemente en las
humildes galerías, junto a las puertas de ventilación. Las duras líneas de su rostro se
suavizaron y con fingida aspereza le dijo al viejo que, muy inquieto por aquel examen, fijaba en
él una ansiosa mirada: –¡Hombre! Este muchacho es todavía muy débil para el 4 trabajo. ¿Es
hijo tuyo? –Sí, señor. –Pues debías tener lástima de sus pocos años y antes de enterrarlo aquí,
enviarlo a la escuela por algún tiempo. –Señor –balbuceó la voz ruda del minero en la que
vibraba un acento de dolorosa súplica–. Somos seis en casa y uno solo el que trabaja, Pablo
cumplió ya los ocho años y debe ganar el pan que come y, como hijo de mineros, su oficio será
el de sus mayores, que no tuvieron nunca otra escuela que la mina. Su voz opaca y temblorosa
se extinguió repentinamente en un acceso de tos, pero sus ojos húmedos imploraban con tal
insistencia que el capataz, vencido por aquel mudo ruego, llevó a sus labios un silbato y arrancó
de él un sonido agudo que repercutió a lo lejos en la desierta galería. Oyóse un rumor de pasos
precipitados y una oscura silueta se dibujó en el hueco de la puerta. –Juan –exclamó el
hombrecillo, dirigiéndose al recién llegado–, lleva este chico a la compuerta número doce,
reemplazará al hijo de José, el carretillero, aplastado ayer por la corrida. Y volviéndose
bruscamente hacia el viejo, que empezaba a murmurar una frase de agradecimiento, díjole con
tono duro y severo: –He visto que en la última semana no has alcanzado a los cinco cajones,
que es el mínimo diario que se exige a cada barretero. No olvides que, si esto sucede otra vez,
será preciso darte de baja para que ocupe tu sitio otro más activo. Y haciendo con la diestra un
ademán enérgico, lo despidió. Los tres se marcharon silenciosos y el rumor de sus pisadas fue
alejándose poco a poco en la oscura galería. Caminaban entre dos hileras de rieles cuyas
traviesas hundidas en el suelo fangoso trataban de evitar alargando o acortando el paso,
guiándose por los gruesos clavos que sujetaban las barras de acero. El guía, un hombre joven
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aún, iba delante y más atrás, con el pequeño Pablo de la mano, seguía el viejo con la barba
sumida en el pecho, hondamente preocupado. Las palabras del capataz y la amenaza en ellas
contenida habían llenado de angustia su corazón. Desde algún tiempo su decadencia era visible
para todos; cada día se acercaba más el fatal lindero que, una vez traspasado, convierte al
obrero viejo en un trasto inútil dentro de la mina. El balde desde el amanecer hasta la noche
durante catorce horas mortales, revolviéndose como un reptil en la estrecha labor, atacaba la
hulla furiosamente, encarnizándose contra el filón inagotable, que tantas generaciones de
forzados como él arañaban sin cesar en las entrañas de la tierra.
Baldomero Lillo
16. ¿Cuál alternativa corresponde a una acción que realiza el padre de Pablo? (2 pts)
A. Ordena llevar a Pablo a la compuerta número 12.
B. Piensa que el muchacho es débil para el trabajo.
C. Lleva a Pablo a trabajar en la mina como le corresponde.
D. Amenaza al minero con despedirlo si no cumple.
17. ¿Cuál alternativa corresponde a una acción que realiza el capataz? (2 pts)
A. Ordena llevar a Pablo a la compuerta número 12.
B. Justifica su decisión de llevar a Pablo a la mina.
C. Llega a primera hora de la mañana al pique.
D. Desciende al lóbrego agujero de la mina.