El Trabajo Con Los Padres en La Psicoterapia Infantil, Desde El Punto de Vista de La Teoría de La Mentalización

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El trabajo con los padres en la psicoterapia infantil, desde el punto de vista de


la teoría de la mentalización

Conference Paper · July 2014

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Gustavo Lanza Castelli Angelina Graell


Asociación Internacional para el estudio y desarrollo de la mentalización ACAP Asociación Catalana de Atención Temprana
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El trabajo con los padres en la psicoterapia infantil, desde el punto de
vista de la teoría de la mentalización

Gustavo Lanza Castelli - Angelina Graell Amat

Los terapeutas que trabajan con niños saben que la construcción de una alianza de
trabajo con los padres de sus pacientes es un requisito fundamental para el éxito del
tratamiento. El modo de construirla, así como el tipo de relación que establecen con
ellos, e inclusive el lugar que les dan en el proceso terapéutico, es variable.
Respecto a este último punto, podríamos decir -de un modo tal vez un poco
esquemático- que hay cinco maneras habituales de configurar dicho lugar (1), (2):
1) Excluyendo a los padres del tratamiento: esta posición suele basarse en una cierta
manera de leer a Freud, según la cual los síntomas (tanto del adulto como del niño)
son desenlaces de un conflicto intrapsíquico, que tiene lugar entre el empuje pulsional,
las representaciones acerca de la realidad (incluyendo en ellas la amenaza de
castración y la pérdida de objeto) y la presión del superyó. Al decir de Green (3)
podemos considerar a esta postura como relativamente solipsista, ya que para ella el
objeto (el otro) es visualizado sólo como aquél en lo cual la pulsión alcanza su
satisfacción.
De este modo, si lo central es lo intrapsíquico, los padres no tienen mucho que aportar
al analista del niño, ya que aquél puede tener acceso al mundo interno de éste a
través del juego, sus verbalizaciones, etc.
En otros casos, la información que los padres pueden proporcionar sí es considerada
relevante y se les pide que la brinden, siendo esto todo lo que se espera de ellos.
Lo que el terapeuta espera primordialmente de los padres en esta alternativa, es que
no dificulten la continuidad del tratamiento y que realicen aquellas acciones necesarias
para la prosecución del mismo (llevar el niño a la consulta, pagar los honorarios, etc.).
2) Incluyéndolos para brindarles información: esta alternativa no se diferencia mucho
de la primera, ya que no se trabaja propiamente con los padres, sólo se les brinda
información respecto de la marcha del tratamiento. Esta información suele ser de
utilidad para que éstos puedan tener cierto control sobre la situación y morigeren sus
ansiedades respecto a lo que ocurre en las sesiones con su hijo.
También les permite comprender y tolerar mejor eventuales agravamientos
temporarios en el comportamiento del hijo, y sostener y acompañar de un modo más
comprometido el trabajo de la psicoterapia.
3) Inclusión de los padres en el interior de las sesiones: en este caso sí hay un trabajo
con los padres o, mejor dicho, con ellos en tanto forman parte de un sistema junto con
el hijo. Lo que se focaliza en esos casos es la relación que se da entre los padres y
entre ellos y el hijo. La posibilidad de ver la interacción en vivo brinda valiosa
información sobre la dinámica vincular y sobre la relación de ésta con la problemática
por la que el niño consultó.
El terapeuta trabaja sobre las situaciones problemáticas que se despliegan en la
sesión, haciendo explícita la dinámica subyacente a las interacciones disfuncionales.
4) Se trabaja con los padres y no con el hijo: esta posibilidad se pone en juego cuando
se considera que los problemas del hijo no tienen tanto que ver con conflictos internos
sino con una relación perturbada con sus padres. El trabajo con ellos, sin necesidad
de tratar al niño, posibilita que éstos modifiquen conflictos y comportamientos que
afectan a su hijo.
5) Los padres son derivados a psicoterapia: en esta modalidad, y en la medida en que
se advierte la necesidad de que los padres resuelvan ciertos conflictos que inciden en
las perturbaciones que presenta su hijo, se los deriva para que hagan un tratamiento
en el que puedan trabajar sobre dichos conflictos. Habitualmente se aconseja que el
terapeuta que los trata sea distinto que el que atiende a su hijo.
Las tres últimas maneras de plantear el lugar de los padres en el proceso, derivan de
un modo de pensar la relación padres-hijo y los conflictos de este último, desde una
perspectiva más cercana al pensamiento relacional, según la cual las perturbaciones
de los niños son expresión de las fallas en la función parental (4).
El enfoque que planteamos en este trabajo combina algunos aspectos de las
modalidades 3, 4 y 5, aunque con algunas diferencias, ya que alternamos las sesiones
con los padres, las sesiones con el hijo y aquéllas en que se encuentran presentes los
tres (o la madre y el hijo).
Por otra parte, el terapeuta que se reúne con ellos es el mismo que atiende al niño y el
foco en el trabajo con los padres es sumamente específico, ya que se trata de
ayudarlos para que optimicen su capacidad de mentalizar, tanto en relación a ellos
mismos como en relación a su hijo.
En lo que sigue caracterizamos brevemente el constructo mentalización (o Función
Reflexiva), a renglón seguido vemos cómo se aplica a la relación madre (padres) hijo y
cómo determina ciertos objetivos de la psicoterapia. Posteriormente presentamos un
material clínico trabajado por uno de nosotros (Angelina Graell) desde este punto de
vista, y por último, llevamos a cabo algunas reflexiones finales sobre el mismo.

La mentalización:

El concepto mentalización se refiere a una actividad mental, predominantemente


preconsciente, muchas veces intuitiva y emocional, que permite la comprensión del
comportamiento propio y ajeno en términos de estados y procesos mentales.
En un sentido más amplio, alude a una capacidad esencial para la organización del
self, la regulación emocional y el establecimiento de relaciones interpersonales
satisfactorias, que se desarrolla en el interior de las relaciones de apego tempranas,
(5), (6).
La caracterización de la mentalización no es sencilla, ya que la misma ha de
entenderse como un constructo multidimensional que implica una serie de habilidades
cognitivas, un conjunto de conocimientos, un sistema representacional para los
estados mentales y cuatro polaridades (procesos automáticos y controlados;
cognitivos y afectivos; basados en lo interno o en lo externo; focalizados en sí mismo o
en los demás). A su vez, la articulación de este conjunto de variables da lugar a las
distintas funciones de la mentalización (7).
Por lo demás, para una cabal comprensión de la misma es necesario puntualizar los
hitos fundamentales de su desarrollo, que tiene lugar en el interior del intercambio
intersubjetivo con las figuras de apego, establecer su participación esencial en la
constitución y desarrollo del self, mostrar su relación con la regulación emocional y el
control atencional y categorizar los modos prementalizados de experimentar el mundo
interno. No obstante, intentaremos hacer una síntesis de algunas de sus principales
procesos y áreas, a los efectos de sentar las bases para las consideraciones que se
consignarán en el resto del trabajo.
Los procesos que forman parte de la mentalización engloban una serie de operaciones
mentales de complejidad variable incluidas en el término mentalizar, tales como la
dirección deliberada de la atención, el recordar, el interpretar, el dar sentido, el
empatizar, el imaginar, el identificar y comprender los estados emocionales, el inferir
los estados mentales que subyacen a los comportamientos de los demás, etc.
En cuanto a las áreas del mentalizar, resulta útil diferenciar -sintéticamente- las
siguientes cuatro (8):

a) Aprehensión de la naturaleza de los estados mentales: comprende la capacidad


para diferenciar los propios pensamientos de la realidad efectiva, de modo tal que el
sujeto aprehende (aunque sea de modo implícito) el carácter meramente
representacional de aquéllos y puede considerar la propia opinión como sólo un punto
de vista, una perspectiva que es relativa, limitada y eventualmente equivocada.
b) Comprensión de la mente ajena: el buen desempeño de esta capacidad permite la
comprensión del comportamiento ajeno en términos de estados mentales, e implica la
aptitud para aprehender los estados mentales que subyacen al comportamiento del
otro de un modo diferenciado, plausible, descentrado y no egocéntrico.
c) Comprensión de la mente propia: supone la capacidad para adoptar una postura
reflexiva que implique una focalización de la atención en los contenidos y procesos de
la propia mente, a la vez que una toma de distancia que favorezca una reflexión sobre
la misma.
Su adecuado funcionamiento permite el registro, identificación y diferenciación de los
propios sentimientos, así como el discernimiento de aquello que les dio origen. De
igual forma, habilita para la detección de los propios pensamientos y motivaciones y
para la reflexión sobre los mismos.
d) Regulación atencional, emocional y conductual: incluye regular las propias
emociones y ser capaz de llevar a cabo una acción mentalizada (8).

El desarrollo de la mentalización:

La capacidad de entender la conducta propia y ajena en términos de estados mentales


no es una capacidad presente desde el comienzo de la vida, sino que consiste en un
logro que requiere varios años de desarrollo, maduración cerebral y experiencia
interpersonal.
Para que sea posible desarrollar capacidades mentalizadoras que sean eficaces, es
un requisito fundamental que el niño pueda desarrollar un apego seguro con una figura
parental que tenga, a su vez, un buen desempeño mentalizador.
Los mojones fundamentales en el desarrollo de dicha capacidad se enmarcan en los
intercambios temprano del niño con su/s figura/s de apego, en los que el fenómeno del
reflejo de la experiencia emocional es cardinal, ya que en los primeros tiempos de la
vida el niño no posee una captación introspectiva de dicha experiencia, sino que ésta
consiste en una activación fisiológica y visceral que no puede controlar ni significar.
Para ello hace falta la respuesta de la figura de apego a la exteriorización de dichos
afectos. Esta respuesta, cuando es adecuada, consiste en un reflejo del afecto en
cuestión: la madre manifiesta su captación y empatía con expresiones faciales y
verbales acordes al afecto experimentado por el niño, de forma exagerada o parcial y
con el agregado de algún otro afecto combinado simultánea o secuencialmente (por ej.
el reflejo de la frustración del niño, combinada con preocupación por él) y con claves
conductuales, como las cejas levantadas que encuadran la expresión ofrecida a la
atención del infans. La observación de este reflejo parental ayuda al niño a diferenciar
los patrones de estimulación fisiológica y visceral que acompañan los distintos afectos
y a desarrollar un sistema representacional de segundo orden para sus estados
mentales, mediante la internalización de dicho reflejo.
De este modo, a partir de los tres meses de edad, el niño aprende acerca de los
estados mentales en la medida en que los observa en su cuidadora, en tanto
representaciones del estado de su self (del niño). Es sólo a partir de esta observación
que puede reconocerlos en sí mismo, comenzando a identificar y a organizar su
experiencia interior.
El establecimiento de estas representaciones de segundo orden crea las bases para la
regulación del afecto y el control de impulsos y provee una pieza esencial para el
posterior desarrollo de la mentalización.
“El cuidador que es capaz de dar forma y significado a los estados afectivos e
intencionales del niño pequeño a través del reflejo facial y vocal y de interacciones
lúdicas, provee al niño con representaciones que han de formar el núcleo de su
sentido del self en desarrollo. Para su desarrollo normal el niño necesita
experimentar una mente que tenga a su mente en mente y que sea capaz de
reflejar sus sentimientos e intenciones adecuadamente y de un modo no
abrumador (por ejemplo cuando se reconocen los estados afectivos negativos)”
[negritas agregadas] (9).
Sintetizando, podríamos decir que el desarrollo de la capacidad para simbolizar la
experiencia emocional, para aprehender los lazos entre afectos, cuerpo,
comportamiento propio y ajeno, y experiencia de sí durante el primer año de vida, se
encuentra en el núcleo del desarrollo de la capacidad para mentalizar.
No obstante, antes de que el niño pueda adquirir una verdadera posición
mentalizadora es necesario que integre los modos prementalizados de experimentar el
mundo interno a los efectos de que llegue a diferenciar los pensamientos de la
realidad efectiva, y pueda considerar a aquéllos como construcciones subjetivas que
son sólo un punto de vista -entre otros- sobre la realidad. Este logro se alcanza
alrededor de los cuatro años de edad y para que tenga lugar adecuadamente requiere
también de la capacidad de los padres para entrar en el mundo imaginario del niño -en
el espacio del juego- a la vez que mantienen un nexo con la realidad (10).
Si los padres no cumplen estas funciones de un modo pertinente, el niño
experimentará diversas perturbaciones; una de ellas será que sus sentimientos no
estarán etiquetados ni simbolizados, serán confusos y difíciles de regular. Por otra
parte, si el niño ha sufrido descuido psicológico y no ha podido establecer las
representaciones de segundo orden mencionadas, tendrá dificultades más tarde para
construir un self agentivo coherente, diferenciar la fantasía de la realidad y la realidad
psíquica de la física, y será proclive a operar mediante los modos primitivos de
representar la subjetividad.
En lo que hace a la imagen de sí que el niño construya, la forma en que los padres se
lo representen posee la mayor importancia. De este modo, si los niños ven odio y
denigración en la mente de los padres, se experimentarán como no queribles y
odiables; si, por el contrario, ven amor y valoración, podrán amarse a sí mismos y
verse como seres valiosos, etc. Éste es uno de los caminos a través de los cuales la
subjetividad parental moldea y configura la subjetividad del niño (2), (11), (12), (13),
(14), (15).

La mentalización parental:

Las consideraciones precedentes muestran con elocuencia la importancia de que los


padres (o los cuidadores, expresiones que tomamos en este trabajo como
equivalentes) puedan formar una representación adecuada del niño como poseyendo
estados mentales, a los efectos de que éste sea capaz de encontrarse a sí mismo en
dicha representación. La internalización de la misma dará lugar a la construcción,
tanto de las representaciones secundarias para simbolizar los afectos como -
posteriormente- del núcleo del self (16).
El niño, al discernir que los padres se lo representan como un ser intencional, esto es,
con estados mentales (como alguien que siente, imagina, piensa, etc.) internaliza esta
representación y se identifica con ella para formar el núcleo del self psicológico.
Esta modalidad de la capacidad mentalizadora, que tiene lugar en los padres en la
relación con su hijo, ha sido estudiada por Arietta Slade y denominada
Funcionamiento Reflexivo Parental (14). Esta autora creó un instrumento sumamente
útil para evaluarla, la Parent Development Interview (17), que consiste en una
entrevista semiestructurada, que investiga los siguientes ítems: el modo en que los
padres se representan al niño; el modo en que se representan la relación con éste; la
experiencia afectiva de su parentalidad; su propia historia familiar como hijos; la
dependencia/independencia del niño según es vista por ellos; las experiencias de
separación con su hijo; su capacidad para reconsiderar la historia de la relación con el
niño, y de imaginar el tipo de relación que tendrá lugar cuando éste sea un adulto.
Las entrevistas son evaluadas con una variante de la escala para la evaluación de la
Función Reflexiva (18) y diferencia tres niveles (2):
1) El nivel más bajo expresa aquellos comentarios sobre el niño o sobre el propio self
desprovistos de términos que aludan a estados mentales y que, en cambio, enfatizan
el comportamiento, los rasgos físicos o la personalidad. Es indicativo de un modo de
funcionamiento mental que da sentido al comportamiento propio y ajeno en términos
físicos, conductuales o basados en hechos externos, con prescindencia de
consideraciones acerca de la vida anímica de los actores en juego.
2) El nivel siguiente de la escala se caracteriza por descripciones que evidencian
cierto reconocimiento de los estados mentales del niño y de sí mismos, si bien tales
descripciones suelen ser banales, superficiales o implicar sólo descripciones de
estados mentales, sin dar lugar a los nexos dinámicos que los vinculan entre sí y con
el comportamiento.
3) Un nivel más alto en la escala tiene lugar cuando en las verbalizaciones parentales
encontramos la capacidad para comprender la conducta (propia y del niño) como
debida a estados mentales subyacentes y para ligar los estados mentales entre sí.
Como vemos, la entrevista y la escala focalizan en aspectos fundamentales de la
capacidad mentalizadora de los padres, consistentes en su capacidad para tener a su
hijo en mente como a un ser mentalizante, a aprehender los estados mentales que
subyacen a su comportamiento, a identificar y regular su propia (de los padres)
experiencia emocional en la relación con él. Cabe agregar que la representación del
niño que construyen en su mente, como poseedor de sentimientos, deseos,
pensamientos, etc., tiene lugar de formas diferentes en los distintos momentos del
desarrollo de aquél y de su interacción con el mismo.
Por lo demás, las representaciones parentales acerca del niño, comienzan sin duda
mucho antes del nacimiento de éste. Suelen formarse a partir de la calidad del vínculo
de la pareja en el momento del embarazo y a lo largo del mismo, de las experiencias
de los padres con sus propios padres, de las vivencias y fantasías infantiles de los
progenitores, como así también de lo que algunos autores han llamado “el mito
familiar” (19).
Estas representaciones constituyen un complejo entramado, articulado con fantasías,
deseos y emociones de distinto tenor, que forman el lugar psicológico que esperará al
niño cuando éste finalmente nazca. Incluyen también la representación de los
progenitores como padres y los afectos que esto les suscita (13), (20), (21), (22).
A partir del nacimiento del niño, las fantasías que lo han precedido entrarán en una
compleja dialéctica con la experiencia parental de lo real de ese niño, sea que
pretendan configurarlo a imagen y semejanza de las mismas, sea que se vayan
reacomodando y reconfigurando en función de las experiencias efectivas con el hijo.
De un modo un tanto esquemático podríamos decir que hay cierta contraposición entre
las proyecciones que se realizan sobre el niño (provenientes de las fuentes ya
mencionadas) y la capacidad para aprehender sus estados mentales efectivos, esto
es, la capacidad para mentalizarlo (tal como se verá en el ejemplo clínico).
El buen desempeño parental en la puesta en práctica de la capacidad de mentalizar,
está en la base de su conexión con el verdadero self (23) del niño (a diferencia de las
proyecciones que recaigan sobre él, que contribuirán más bien a la formación del self
falso), de su actitud sensible para con el niño, de la posibilidad de constituirse en una
base segura (24) para el mismo y de su capacidad para contenerlo y favorecer su
regulación emocional (14).
En lo que hace al niño, la capacidad mentalizadora de los padres (que expresarán en
gestos, acciones y palabras) le permitirá construir un apego seguro, aprender acerca
de los estados mentales en sí mismo y en los demás, construir representaciones
secundarias para simbolizar los afectos, internalizar la representación que los padres
tienen de él como un ser mentalizante para constituir el núcleo de su self psicológico y
descubrir y regular paulatinamente su propia experiencia interna.
Como fue dicho más arriba, las perturbaciones de este proceso se encuentra en la
base de una serie de desenlaces patógenos que encontramos en los niños, por lo cual
en el trabajo con los padres en la terapia basada en la mentalización, buscamos
ayudarlos a incrementar su capacidad para mentalizar, tanto en relación a sí mismos,
como en relación a su hijo.

El trabajo con los padres y la teoría de la mentalización:

En términos generales podríamos decir que el trabajo con los padres, en el enfoque
basado en la mentalización, comienza con la creación de un espacio que favorezca la
mentalización por parte de éstos. Los padres deben sentirse entendidos e incluidos en
una atmósfera que los haga sentir seguros para pensar en los estados mentales y
reflexionar acerca de su hijo y de su propia experiencia como padres.
Es importante hacerles saber que su participación y compromiso son factores
esenciales para el éxito del tratamiento del hijo por el que consultan, y que el trabajo
con ellos forma parte intrínseca de la psicoterapia del niño. Junto con el terapeuta,
colaborarán para descubrir cuáles son las motivaciones, sentimientos, fantasías y
pensamientos de su hijo, responsables de su conducta problemática y/o de sus
síntomas (2).
En el trabajo con los padres, intentamos ayudarlos a corregir las distorsiones en la
percepción que tienen de su hijo, debidas a proyecciones de diversa índole o a
distintas emociones problemáticas relacionadas con el mismo. De igual forma,
buscamos ayudarlos a pasar de un pensamiento concreto, centrado en lo fáctico y en
lo externo (cuando es éste el caso), a un modo de comprender a su hijo como a un ser
con estados mentales que permiten entender su comportamiento a partir de los
mismos.
Para ello les suministramos las representaciones que podemos por nuestra parte
construir, de los estados mentales del niño y de su modo de funcionamiento mental.
Cuando los padres piden consejos respecto de qué actitud tomar en tal o cual
situación específica, les respondemos que la mejor ayuda que podemos darles es
colaborar con ellos para que puedan representarse, lo más plausiblemente posible, la
significación que dicha situación tiene para su hijo y los sentimientos y pensamientos
que le despierta. Si es posible llegar a tal comprensión, la decisión respecto a la
conducta a adoptar surgirá con facilidad de la misma.
La creación de un ambiente en el que los padres puedan comenzar a tener a su hijo
en mente, comienza con nuestra actitud de tenerlos a ellos en mente (2) y de
ayudarlos a explorar sus propios estados mentales en relación con su hijo, o con su
cónyuge, o con sus propios padres. El incremento del mentalizar en relación a sus
hijos debe ser precedido de un incremento en la capacidad de mentalizar su propia
experiencia, presente y pasada.
A partir de crear una sólida alianza de trabajo, los ayudaremos a modelar una posición
mentalizadora, mediante nuestro propio intento por penetrar en las opacidades de la
mente de su hijo y el esfuerzo por comprender y simbolizar su experiencia. Intentamos
que la experiencia interior del niño adquiera la mayor visibilidad posible para los
padres, a los efectos de que puedan aprehenderla y cuestionar y rectificar los
esquemas distorsionados y los estereotipos con los que interpretaban anteriormente
su conducta.
Para ello ligaremos una y otra vez el comportamiento a los estados mentales
subyacentes, hablaremos sobre los sentimientos, mencionaremos su naturaleza
dinámica y la interrelación que existe entre sus propios estados emocionales y los de
su hijo.
Intentaremos ser claros al describir los estados mentales de un modo detallado y
vívido, recurriendo, de ser posible, al uso de metáforas e imágenes que permitan a los
padres una mejor comprensión de los mismos.
En este trabajo es importante respetar la capacidad mentalizadora de los padres y no
exigirles un desempeño que no están en condiciones de llevar a cabo. Procederemos
paso a paso y utilizaremos una serie gradual de intervenciones que busque sintonizar
en primer término con la capacidad de los padres, para ir complejizando en forma
paulatina las consideraciones que les manifestemos.
En lo que sigue, ilustramos estas ideas con el caso de una niña (a la que llamaremos
Marta) que fue abordada con este enfoque.
Tras el relato del mismo, y como cierre de estas consideraciones, llevamos a cabo
algunas reflexiones sobre distintos tramos de esta viñeta clínica.

Caso Marta

Motivo de consulta
El pediatra de Marta (2 años y medio) les aconseja a los padres acudir a nuestro
servicio público de atención temprana preocupado por los problemas que presenta:
duerme muy pocas horas, toma tres biberones durante la noche y se muestra muy
oposicionista con los padres. Los padres refieren también rabietas recurrentes y de
muy larga duración, un alto nivel de actividad y el hecho de que a menudo les pega.
Hablan de episodios de terrores nocturnos y de bruxismo.

Datos relevantes de la anamnesis


Los datos de la anamnesis son anodinos, propios de una niña con un desarrollo
adecuado para la edad.

Genograma familiar
La composición de la familia: la madre de 36 años, a la que llamaremos Júlia; el padre
de 35, al que llamaremos Pablo; Marta (niña por la que consultan de, 2 años y medio)
y dos hermanos a los que llamaremos Jorge, de 4 años y medio y Ángel, de 4
semanas. Entre Marta y Ángel hubo un aborto espontáneo a las pocas semanas de
gestación.

Exploración diagnóstica
El tono afectivo de Marta en las sesiones de exploración diagnóstica es positivo; es
una niña colaboradora que acepta las propuestas de juego. La madre se muestra muy
sorprendida al ver la actitud de ésta durante las sesiones de exploración, que dista
mucho de lo que ella observa en el seno familiar. Júlia no reconoce a su hija en
semejante actitud.
Marta es una niña con unas buenas capacidades cognitivas. Su lenguaje comprensivo
y expresivo es muy adecuado para la edad, sin embargo cabe destacar un habla
inmadura con muchas dislalias, que dificultan el entenderla. La atención -tanto
sostenida como compartida- es adecuada, si el adulto le ayuda a focalizar su atención.
Los padres refieren que Marta empezó el jardín de infantes a los 5 meses y medio y
que nunca lloró cuando la dejaban. Siempre se quedó muy tranquila, por lo que
parecía no ser afectada por la separación inherente a su ingreso en ese nuevo ámbito.
La describen como una niña que siempre ha sido “muy sociable”, que se va con todo
el mundo, es decir, que posee un fácil contacto con los extraños, a la vez que es una
niña arisca, que se deja “querer poco” y no deja que sus padres la toquen ni le hagan
mimos.
La madre ha sido diagnosticada de un Trastorno Ansioso Depresivo poco después que
se incorporara al trabajo tras la baja maternal de Marta. Por mi parte, advierto una
pareja de padres muy desajustada. Padre y madre tienen historias personales muy
complicadas, en lo que hace a las relaciones con sus figuras de apego. La madre
comenta en una ocasión: “No sé, los embarazos de los niños los llevo bien… “. Refiere
que no quería tener hijos.
Empiezo a intuir el foco del conflicto a través del sufrimiento de la madre cuando ésta
expresa: “Con los niños todo ha sido diferente. Quizás por mi madre… con mi madre,
fatal, tenemos muy mala relación”. Percibo a una adulta demasiado desbordada por el
sufrimiento emocional y con poco espacio mental para prestar atención a las
emociones de Marta. En otro momento de la entrevista, la madre me comenta que su
madre no se habla con su madre ni su hermana (abuela y tía de Júlia,
respectivamente), la abuela está enferma y su madre nunca va a visitarla.
Observo dos generaciones de mujeres con una mala relación y presiento el riesgo de
que esto se pueda repetir en esta tercera generación (Júlia-Marta). Ya en las
entrevistas diagnósticas le devuelvo a la madre que Marta, con su grito al nacer, quiso
advertirle del riesgo que corría -al ser una niña- de repetir el desempeño fracasado de
la relación entre mujeres. La madre puede escuchar mi señalamiento.
Júlia tuvo dificultades importantes para contener el primer llanto de su hija, que le
despertó un fuerte malestar. Entreveo en el discurso de la madre la dificultad de
encontrar dentro de sí una buena madre. La experiencia relacional que implica la
lactancia, es vivida por Júlia como un sacrificio, en la medida en que no está investida
emocionalmente, por lo que el pecho es vivido como “instrumento” cuya función es
exclusivamente alimenticia.
La madre de Marta se presenta muy angustiada por los recuerdos y sentimientos de
su experiencia infantil con su madre. Muestra una necesidad de ser consolada ante su
llanto manifiesto, que en ciertos momentos adquiere gran intensidad emocional. El
recuerdo le es doloroso; el vínculo con su propia madre le provoca un dolor que
expone abiertamente. Por esta razón, el apego de Marta deja entrever una falla en la
función parental, que me alerta inmediatamente.

Todo hace suponer que tampoco Marta ha logrado interiorizar una experiencia
relacional suficientemente satisfactoria, ni introyectar a una buena madre dentro de sí,
por consiguiente sólo puede consolarse si tiene algo que succionar dentro de su boca
(biberón o chupete).
La madre expresa su deseo de “desbloquear a Marta” a partir de la ayuda del
terapeuta. Es importante destacar la atribución mecanicista que le podemos dar al
hecho de desbloquear, muy lejos de la comprensión, desde una dimensión relacional,
de la problemática madre-hija.
Tanto el padre como la madre hablan de “la chica”, “la tía” para referirse a su hija.
Observo que ambos la sienten como mayor de lo que realmente es. Debajo de la niña
exigente (casi una “chica”) que ellos ven, yo veo la niña pequeña que es Marta, muy
necesitada, que hace rabietas, ávida de leche para dormir y no pudiéndose quedar
sola en la oscuridad durante la noche.
La imagen que recibe Marta y que le ayudará a erigir su propio self, se va formando en
el contexto familiar en el que crece día a día. Marta construye y construirá su self -
entre muchos otros procesos- a través de la imagen que sus padres le devuelven de
ella, tal como hemos comentado con anterioridad. Por esta razón, el objetivo, ya en las
primeras entrevistas diagnósticas, es empezar a brindar a los padres una mirada
diferente sobre la misma, que contenga una representación de sus pensamientos y
sentimientos más ajustada a la experiencia efectiva de la pequeña.

Impresión diagnóstica
Desde un punto de vista fenomenológico y descriptivo, y atendiendo a los criterios
diagnósticos del CIE-10, Marta presenta un Trastorno no orgánico del sueño. F51.3
Insomnio y F51.4 Terrores nocturnos. No cumple los criterios para ninguno de los
trastornos del comportamiento de inicio en la infancia descriptos habitualmente,
aunque observamos una sintomatología que se pone de manifiesto en el ámbito
familiar, de híper vigilia, hipersensibilidad, oposicionismo y rabietas recurrentes de
larga duración.
Desde el punto de vista de la realidad interna, de la estructura, del funcionamiento
interpersonal-relacional y yendo más allá del síntoma, podríamos considerar que
Marta es la “heredera” de un fracaso tri-generacional de relaciones madre-hija, lo que
ha puesto en riesgo la construcción de un modelo seguro de apego. El “holding” o
sostén adecuado ha fallado, y por consiguiente, no se ha podido organizar un apego
seguro.
Desde la perspectiva de la teoría del apego, podríamos decir que Marta ha
desarrollado un apego evitativo. La baja capacidad para mentalizar de los padres,
hace pensar que ellos arrastran también un fallo importante en su sistema de apego
con sus propios padres, ya que hay una correlación -empíricamente demostrada- entre
apego seguro y buena capacidad mentalizadora (y viceversa) (18).
Marta exhibe su vulnerabilidad emocional y su falta de regulación a través de una
importante alteración conductual y una alteración del sueño, habiéndose agravado
ambos síntomas tras el nacimiento de su hermanito.
Observo un fracaso en la mentalización de los padres, quienes muestran evidentes
dificultades en las habilidades necesarias para comprender a Marta y empatizar con
ella, en términos de la atribución de estados mentales (qué ha de pensar y sentir
Marta) con la consiguiente dificultad para poder interpretarla.

Objetivos e intervenciones:
Marta actúa como la portavoz, a través de sus manifestaciones conductuales, de un
conflicto cuyo abordaje sería simplificado y reduccionista si sólo trabajáramos con ella
o si lo hiciéramos exclusivamente con los padres. Por lo tanto, los objetivos a trabajar
son:

•Ayudar a los padres a desarrollar y fortalecer su capacidad para mentalizar las


conductas de Marta.
•Ayudar a Marta a desarrollar y fortalecer sus capacidades para mentalizar y
autorregularse.

La importancia de contactar emocionalmente con los padres, de forma que sea posible
compartir una experiencia emocional con ellos, es fundamental si esperamos que
puedan, en algún momento, reconstruir la falla relacional con su hija y logren
restablecer una adecuada sintonía vincular con ella. Para ello, es muy importante la
actitud empática de la terapeuta y una atención focalizada en la mente de los padres,
en lo que piensan y sienten.
Este trabajo se está realizando en la actualidad con una frecuencia quincenal, donde
se intercalan 1) las sesiones madre-hija, 2) las sesiones con Marta, 3) las entrevistas
con los padres. Los siguientes fragmentos están extraídos de los primeros ocho
meses de tratamiento.

Escenas en el marco de la psicoterapia donde se ejemplifica el trabajo


psicoterapéutico basado en la mentalización (MBT)

a) A los 2 meses de tratamiento (entrevista con los padres)


La madre relata una escena en la que va a buscar, caminando, a Marta al jardín de
infantes. Tienen un largo recorrido hasta llegar a casa. Marta le pide que la coja en
brazos, pero Júlia le dice que le duele la espalda y que no va a poder ser. Marta
arranca en llanto. Su madre refiere que le explicó con tono imperativo que estaba fatal
de la espalda y que la cogería más adelante. Agrega: “Y ella empezó a llorar, pero
con aquellos llantos que no soporto. ¡Le dije que se callara, que no llorara más!”.
Un aspecto a mentalizar podría ser el llanto, que parece despertar rabia y malestar en
la madre, esto es, ayudarla a diferenciar este llanto de algún otro llanto que le
provoque un sentimiento diferente, y poder entender por qué no soporta el llanto de
reclamo de su hija. Probablemente la madre no soporta la demanda de necesidad y de
dependencia. En el intento de propiciar dicha mentalización, le dije:
T: Háblame de estos llantos, ¿Con qué los asocias?, ¿Qué te hicieron sentir?
Después de dar una respuesta poco mentalizada, Júlia describe otra escena que
sucedió en la piscina. Llegaron tarde a su casa tras pasar la tarde en casa de unos
amigos, pero igualmente pensó en dejarles bañarse un corto rato en la piscina. Les
dejó exactamente un cuarto de hora. Cuando pasaron los quince minutos, Marta pidió
un ratito más y su madre le concedió cinco minutos más. Transcurridos los cinco
minutos, Marta se negó a salir y se desencadenó la rabieta. Júlia, después de insistir,
se metió vestida para “arrancar” a Marta de la piscina. Marta lloró durante largo rato.
Los padres explican su enfado delante de esta situación de reclamo de Marta.
T: ¿Por qué pensáis que lo hizo?
M: ¿Porque quiere que la miremos?
T: ¿Por qué crees que quiere que la miréis? ¿Se siente quizás poco mirada o mal
mirada?
Se trata de ayudar a los padres a poder reconstruir la secuencia relacional de la
interacción y el significado de ésta. Por ejemplo, ¿qué significan quince minutos de
piscina para un niño pequeño, cuando aún no hay noción del tiempo con el nivel de
objetivación que pide la madre?
Todo hace suponer que la función especular no ha funcionado bien y que no han
podido, por tanto, devolverle a Marta una imagen de ella bien construida, cosa que la
conduce a atraer la mirada de sus padres, aunque sea a través del conflicto
permanente. De este modo, exhibirá un amplio repertorio de conductas para ser
contemplada y buscará -de forma insaciable- la relación a través del conflicto
constante con los mismos. Esa actitud genera en los padres una angustia tremenda,
que retornan a Marta con mucha rabia y malestar.
Otra intervención en la línea de conectar su mente con la de su hija sería:
T: ¿Por qué pensáis que esto os irrita tanto?
Conviene invitar a los padres a expresar su experiencia emocional en términos de
pensamientos y sentimientos.
El padre comenta otro suceso. El fin de semana fueron a una fiesta de aniversario y
Marta estaba muy excitada. Aquella noche tuvo un sueño irregular y muy inquieto, con
muchos despertares nocturnos. Justo el fin de semana anterior a éste, habían ido a
disfrutarlo en familia en un albergue, donde durmieron todos juntos. Allí Marta pudo
dormir toda la noche sin despertarse.
El padre muestra su preocupación ante esta noche tan inquieta. Ayudarlos a
mentalizar de una forma más adecuada lo que podría haberle sucedido a Marta,
requeriría una intervención del tipo:
T: ¿Qué creéis que sucedió? ¿Por qué Marta pasó tan mala noche?
Mediante esta intervención se los invita pensar en los contenidos mentales de Marta,
focalizando su atención en ellos. En este caso, la madre respondió:
M: Quizás porque la hemos cambiado de cama. Como en el fin de semana fuera de
casa durmió en una cama grande, pues le cambié la cama pequeña por una grande
en casa.
Como vemos, la madre se refugia en argumentaciones en el plano de lo concreto: si
Marta duerme bien fuera de su casa en una cama grande, en la casa le cambia de
cama para que duerma bien. Usa un silogismo sencillo, de una concreción máxima,
muy alejado de todo lo referente a lo relacional y lo mental. No puede ver aún ni
analizar la situación en el plano de lo relacional, sino que concretiza la situación y la
explica a través del objeto (cama), que le permitió a Marta, supuestamente, conciliar
el sueño en el fin de semana familiar.
Intento entonces introducir un punto de vista diferente, que tenga en cuenta la
dimensión relacional de la situación, y les digo: “Quizás lo que la hizo dormir aquel fin
de semana no fue la cama grande, sino vuestra compañía…”.
En este caso la terapeuta funciona como matriz mentalizadora. Les devuelvo también
la sensibilidad que observo en Marta: pasa una feliz tarde pero con mucha o quizás
demasiada excitación, y esto le altera mucho el sueño.
Es importante que los padres puedan leer las dificultades de regularse de Marta, para
que ellos empiecen a ser el continente adecuado en el que Marta pueda encontrar a
un referente regulador; sólo así le ofrecerán la posibilidad de autorregularse más
adelante.

b) A los 5 meses de tratamiento (sesión madre-hija)


Marta tiene varios juguetes preparados para ella. La invito a que juegue con lo que le
apetezca. Sin embargo, me dirijo a la niña y le digo que recuerdo que le gustó mucho
el puzzle de las familias de los animales, y que hoy también se lo he preparado.
Tanto madre como hija han de tener la experiencia emocional de que la terapeuta ha
pensado en ellas. El comentario que realizo les muestra que la niña está en la mente
de la terapeuta, que es lo que se pretende, en último término, que pase entre madre e
hija: que la madre tenga a Marta en su mente y pueda pensar en ella, en lo que
piensa, siente y desea.
Marta se dispone a hacer el puzzle. Una vez construido, hablamos de lo que vemos.
Identifica claramente a los padres de los cachorros, y al tigre pequeñito que está
durmiendo al lado de la madre tigre, con el pequeño Ángel. Le gusta hablar de esto, el
tono afectivo que la acompaña es muy positivo. Ella se identifica, en ésta y en otras
familias, con la madre, mientras que el cachorro que está más cerca del padre o de la
madre, es siempre Ángel. Mientras vamos haciendo estas identificaciones, la madre
refiere: “Ella es como yo, aquí sólo ve animales”.
La madre nuevamente analiza la situación de Marta desde el plano de lo concreto. No
hay espacio para el simbolismo. Así, la madre sólo puede ver “animales” en la escena
del puzzle. Pero, sin embargo, constato que Marta está pudiendo ir más allá y puede
identificar los cachorritos con Ángel y a ella con la mamá de los cachorros. Marta está
sintiendo y, en definitiva, simbolizando. Le explico a la madre lo observado. Ella
sonríe, parece que puede escucharme.
Le digo a Marta que quizás a ella también le gustaría ser un cachorrito, como Ángel, y
poder dormir acunada por los brazos de la mama. Me dice que sí. Le digo que pienso
que le es más fácil ser la madre, ya que ser pequeña se le hace difícil, aunque lo
desea.
T: ¿Eh, mama, que Marta también necesita mimitos porqué aún es un poco pequeña?
J: Sí, le encantan los mimitos. Hacemos muchos mimitos, ¿verdad, Marta?
Esto es nuevo. Aquí vemos a una madre que ha podido acercarse a Marta en la casa,
desde lo afectivo-relacional. De una niña arisca, poco dulce, que me describían al
principio, surge otra que tolera y acepta bien los mimos ante una madre más
predispuesta a dárselos.
En otro momento de la sesión -en la que Marta juega entretenida con la muñeca,
representando nuevamente el rol de madre- Júlia dice:
J: Ha hecho una cosa muy rara esta noche. Ha venido a mi habitación, me ha mirado
y ha vuelto a su cama y se ha dormido.
T: Aquí, ahora tranquilamente podríamos pensar en ello, ¿por qué te parece raro?
¿qué has sentido tú?
La madre pone en evidencia su dificultad para poder representar (o imaginar) los
estados mentales que subyacen a las conductas y actitudes de su hija. Hay que
ayudar a la madre a mentalizar esto “tan raro”. Es importante que la madre piense
detalladamente en la escena que ella califica de “tan rara”, para traducirla en el ámbito
relacional y poder favorecer su capacidad mentalizadora.
La madre no responde y añado:
T: Quizás Marta necesitaba comprobar que estabas allí; reasegurarse de tu presencia
que parece tranquilizarla, para así poder entonces volver a conciliar el sueño.
Como la madre tiene tantas dificultades para aprehender los estados mentales de su
hija y, por otro lado, no ha logrado aún sentirse una “madre suficientemente buena”
(Winnicott), se le hace inimaginable que ella puede ser fuente de tranquilidad y
contención para Marta. En este caso, nuevamente, la terapeuta ha funcionado como
matriz mentalizadora.

c) A los 7 meses de tratamiento (entrevista con los padres)


En un momento de la entrevista, pregunto por el inicio del colegio. La madre me
explica que Marta ha llorado los primeros días de clase, aunque después se quedaba
tranquila el resto del día. Valoro positivamente el llanto en el momento de la
separación, así como la posibilidad de Marta de calmarse y poder gozar de las
experiencias que le brinda el entorno escolar. Marta está reconstruyendo su sistema
de apego y ahora puede llorar cuando la mamá la deja en un lugar nuevo y
desconocido.
Júlia me relata una escena muy bonita en la que uno de los primeros días, Marta le
pide que la acompañe hasta la clase. La madre le dice que lo hará, pero que tendrá
que ser rápido porque el pequeño Ángel está en el coche. La acompaña hasta la clase
y se dan un beso. Ese día Marta no lloró.
En esta pequeña escena, observo a una madre que se encuentra más próxima a las
necesidades de su hija y que puede leer mejor su mente (25); en este caso, los
deseos de Marta de ser acompañada por su madre. La madre la escucha, la
comprende y la acompaña, mostrándose como una buena cuidadora que puede tener
a sus dos hijos en la mente; así, acompaña a Marta, pero lo hace rápidamente porque
el pequeño está el coche. La madre ayuda a Marta, desde la tranquilidad, a crear un
estado mental desde una perspectiva interaccional.

d) A los 7 meses de tratamiento (sesión con Marta)


Marta tiene su material de juego preparado: la granja con los animales, puzzles, la
muñeca, papel y colores.
Quiere jugar con la granja. Coge dos caballos grandes y dos vacas pequeñas. Le
pregunto quiénes son. Dice que los caballos son los padres y las vacas ella y Jorge.
Los coloca a todos arriba de la granja. Ángel no aparece. Coge a una vaquita y la
pone en la granja en el piso de abajo, sola. Le indico que ella está con papá, mamá y
Jorge y que Ángel está solo.
Marta quiere alimentar a los animales. Coge la plastilina y prepara comida para todos.
Alimenta a los animales y le pregunto por la vaca Marta. Es importante empezar a
darle un espacio donde poder expresar y pensar conjuntamente lo que siente y desea.
T: ¿Cómo está la vaca Marta?
M: ¡Mala Marta! (con tono muy imperativo riñe a la vaca Marta)
Una intervención posible sería invitarla a describir mejor lo sucedido: “¿y por qué debe
ser mala la vaca Marta?”. Otra manera, que es la que hice, sería mentalizar nosotros
su estado mental: “quizás porque aún no le gusta que Ángel forme parte de todos.
Deja a Ángel solito y esto la hace sentir mala”. Marta respondió:
M: ¡No!
No insistí. Dejé espacio para su “no” exclamativo.
Me pide dibujar. En la silla, Marta está realmente inquieta e impulsiva. Hace garabatos
descontrolados. Mientras garabatea algo similar a lo que podría ser un caracol, le
empiezo a cantar dulcemente una canción. Marta se relaja en el acto y empieza a
dibujar lo que intuyo que es una persona. Ahora puede hablar de lo que dibuja: está
dibujándose a ella y a Jorge.
Vemos a una Marta poco regulada a nivel afectivo, pero que rápidamente puede
aceptar el “holding” que le ofrezco con una dulce melodía y regularse. Esto le permite
poder empezar a simbolizar en el gráfico pasando de un estado sensoriomotriz a uno
simbólico.
e) A los 8 meses de tratamiento (entrevista con la madre)
Júlia me relata una escena en la que tenía que ir con Marta a buscar a Jorge a la casa
de un amigo. Su hija le pide agua y ella le dice que tendrá que esperar, ya que no
dispone de agua en ese preciso momento. Marta se pone a llorar con vehemencia. La
madre intenta calmarla explicándole que cuando lleguen a la casa del amigo, le dará
agua. Suben al coche y Marta continua con su llanto desesperado. Júlia arranca el
coche, pero viendo la desesperación de su hija decide parar debajo una sombra para
ver si puede tranquilizarse. Finalmente, se sienta al lado de Marta, y poco a poco ésta
se va calmando.

Le digo a la madre que observo que ha podido encontrar la manera de calmar a su


hija; a través de un contacto más cercano, Marta se ha podido tranquilizar. Y le
pregunto:
T: ¿Por qué piensas que Marta se enfadó tanto?
J: ¿Que no sea por tema de celos, no? ¿Por qué no, verdad?
T: ¿Celos de quién?
J: De Jorge. Como que vamos a buscar a Jorge y ya no estaré sólo con ella, esto la
hace rabiar.

Le comento que es difícil conocer la causa exacta del llanto de Marta, pero que lo
importante es darle una explicación más allá de: “se porta mal”, “no puedo con ella”, o
“no soporto sus lloros”. Le retorno a la madre lo positivo que es que haya podido
observar a Marta, escucharla, interpretarla y acompañarla tal y como lo ha hecho.

Evolución del caso:


Afortunadamente, -a través de una buena conexión emocional con la terapeuta que
permitió trabajar la necesidad de ser ayudada- la madre pudo aceptar una derivación a
psicoterapia para ella, que ha resultado ser muy fructífera.
Los síntomas por los cuáles habían consultado van remitiendo. Marta duerme sola en
su cama, se levanta algunas noches, pero vuelve a conciliar el sueño fácilmente, las
rabietas han disminuido notablemente y se deja masajear y hacer mimitos por los
padres.
La madre de Marta ha podido conectar -poco a poco- las dificultades con su hija con
sus propias dificultades con su madre. Rehaciendo la historia familiar, le pude
verbalizar lo que para mí era el foco de mi intervención: una falla tri-gerenacional del
vínculo de apego entre madres e hijas. Una falla que parecía irremediablemente caer
en el abismo de la reedición en esta última generación de madre e hija, pero el abismo
nunca llegó.
Si consideramos brevemente esta historia, podemos ver en ella los siguientes hitos:
- Hubo un trauma originario en la generación de los abuelos de Marta: el trauma de la
crisis matrimonial afectó el apego, los vínculos y la capacidad mentalizadora de la
familia.
- Julia perdió la imagen interna de una madre buena.
- Cuando nace Marta (una niña) le cuesta encontrar la "buena madre interna"
disponible para una niña. Júlia se ubica -en relación a Marta- en el lugar de su propia
madre, repitiendo el modelo de madre poco contenedora y con poca capacidad de
mentalizar y, a su vez, ubica a Marta (por vía de proyección) en el lugar que ella ocupó
en su infancia: una niña con mucha rabia y malestar hacia una madre que no la
entiende suficientemente bien.
- Marta "hereda" este trauma no resuelto y revive el sentimiento de desamparo que
vivió Julia en su adolescencia.
- El buen pronóstico está en el hecho que Julia recordaba una "buena madre" en su
primera infancia.

Comentarios del material clínico:


Desearíamos ahora llevar a cabo algunas puntuaciones sobre lo ocurrido en los
meses transcurridos, poniendo el acento en el trabajo con los padres desde el punto
de vista de la teoría de la mentalización.
Si ponemos el foco en los cambios que han tenido lugar en Júlia, vemos que ha
podido pasar de las proyecciones iniciales (proyectaba en Marta una imagen de sí en
la relación con su propia madre) a la mentalización de las necesidades emocionales
genuinas de su hija.
Asimismo, pudo dejar de entender su conducta en base a un pensamiento concreto,
hasta llegar a comprenderle en términos de estados mentales.
Logró igualmente modificar la relación con sus objetos internos, lo que le permitió
identificarse, progresivamente, con una “madre suficientemente buena” (Winnicott).
Como resultado de estos cambios se volvió más sensible a las necesidades de Marta
y pudo actuar en sintonía con dichas necesidades, lo cual fue de vital importancia en
relación a las modificaciones que fueron teniendo lugar en los síntomas de su hija. Por
esta razón, hemos dicho más arriba que en el enfoque basado en la mentalización el
trabajo con los padres es un componente esencial del tratamiento.
En lo que hace al trabajo de la terapeuta con Júlia, podemos decir que se centró en
dos focos principales:
1) Ayudar a Júlia a pasar de un pensamiento concreto a la capacidad de mentalizar,
por la vía de ofrecerle (en un contexto empático, de apego seguro) un punto de vista
diferente sobre Marta, consistente en una representación de sus estados mentales
considerados como determinantes de su conducta.
En el material clínico puede observarse como la madre va pudiendo, poco a poco,
internalizar esta representación ofrecida por la terapeuta, a los efectos de utilizarla
para entender a su hija. A medida que tal cosa ocurría, la terapeuta iba validando este
incremento en la capacidad mentalizadora de Júlia.
2) Favorecer que Júlia pudiera conectarse más profundamente con sus propios
conflictos en la relación con su madre y que pudiera conectarlos con las dificultades
que tenía en el vínculo con su hija.
Este trabajo estuvo en la base de la disminución de las proyecciones sobre Marta (que
dejaban entonces lugar a la posibilidad de mentalizar) y en el cambio en la relación
con sus objetos internos, para poder sentirse, cada vez más, una “madre
suficientemente buena” (Winnicott).
Tras estas consideraciones sintéticas y generales, pensamos que puede resultar de
utilidad realizar algunos comentarios más detallados, en relación a tres momentos
diferentes de la terapia, a partir de la siguiente secuencia mentalizadora:
1) Intervención mentalizadora de la terapeuta;
2) Recepción y procesamiento de esta intervención por parte de la madre;
3) Cambios en las representaciones de la madre referidas a su hija y a sí misma, que
inciden en su comportamiento para con su pequeña;
4) Cambios en Marta correlacionables con los cambios que tuvieron lugar en Júlia.

I) En la viñeta b) (a los 5 meses de tratamiento) podemos observar:

1) El tipo de intervenciones mentalizadoras que realiza la terapeuta.


2) El cambio de la relación de la madre con la hija a nivel vincular. Probablemente esta
modificación tiene lugar porque a se están llevando a cabo cambios a nivel de la
representación mental de la madre, esto es, de la forma en que se representa a su
hija. Júlia parece haber podido identificar mejor la necesidad de acercamiento
emocional de Marta, en la medida en que la terapeuta la ha ayudado para ello. Este
cambio representacional favorece un cambio en sus actitudes y en su sentir, así como
una modificación en el vínculo, en el sentido de una mayor aproximación física entre
ambas. Pero será en las siguientes sesiones en las que observaremos cambios
importantes

II) En el apartado c) viñeta de los 7 meses de tratamiento (entrevista con los padres),
observamos la siguiente secuencia mentalizadora:

1. Intervención mentalizadora de la terapeuta.


2. Recepción y procesamiento por parte de la madre (cambio en su relación con sus
objetos internos, como el objeto madre, por ejemplo). Podemos ver a una madre que
escucha las necesidades de su hija, con lo que pensamos que ya no responde tanto al
objeto interno de una madre poco contenedora, sino que parece comenzar a tener
vigencia en ella la identificación con el objeto madre bueno que cuida, escucha y da
respuesta a las necesidades de su hija.
3. Cambio en su relación con Marta y en la forma de verla: cambios en el ámbito
representacional pero también en el vincular.
4. Efectos que esto tiene en Marta: vemos cambios de Marta correlacionados con los
cambios de Júlia. Es el primer momento en el que vemos a Marta haciendo una buena
evolución. La madre refiere que llora cuando la deja en el colegio, pero un día Marta
puede verbalizarle a su madre su necesidad de ser acompañada. Éste es un gran
avance, ya que vemos a Marta más conectada con sus estados mentales y pudiendo
ponerlos en palabras.

III) En el apartado d) (7 meses de tratamiento, sesión con Marta) observamos lo


siguiente:
1. Intervención mentalizadora: Marta puede expresar libremente su malestar y
simbolizalo en el juego. Vemos que simboliza adecuadamente, pero el retorno de lo
que la terapeuta observa se le hace doloroso y se desorganiza un poco. En este caso,
es positivo que Marta reaccione adecuadamente a la contención, a través de la música
por parte de la terapeuta.
4. Efectos que esto tiene en Marta: la representación simbólica en la escena de juego
con una adecuada matriz mentalizadora y contenedora, le brindará la posibilidad de
entender y comprender el por qué de sus actitudes disruptivas y de su malestar. Con
esto se espera un apaciguamiento de su conducta alterada en casa.

IV) En el apartado e) (a los 8 meses de tratamiento; entrevista con la madre)


observamos:
1. Intervención mentalizadora acompañada de un señalamiento al ver que la madre
está empezando a mentalizar, aunque todavía de forma rudimentaria.
2. Recepción y procesamiento por parte de la madre (cambio en su relación con sus
objetos internos, con el objeto madre, por ejemplo). Observamos que la madre se
encuentra más próxima a las necesidades de Marta. Algo ha cambiado en ella que le
permite parar el coche, ponerse al lado de su hija y ayudarla a calmarse. Un tiempo
atrás le hubiera gritado, por ejemplo.
3. Cambio en su relación con Marta y en la forma de verla: cambios en el ámbito
representacional, pero también en el vincular. Es evidente que el vínculo es más
adecuado: la mamá se acerca a Marta y ésta se calma casi en el acto. La madre
muestra mejores capacidades de entender lo que le sucede a su hija y actuar en
consecuencia.
Es fundamental el cambio en la representación mental que Júlia tiene de su hija. Antes
sólo podía ver a la niña hostil, enfadosa,etc. Ahora puede pensar en lo que ha de
sentir Marta, en este caso, celos.
En el presente escrito no hemos hecho hincapié en el trabajo llevado a cabo con la
pequeña paciente, ya que deseábamos poner el acento en aquel aspecto del
tratamiento consignado en el título: el trabajo con los padres en la terapia basada en la
mentalización.
Por último, deseamos decir que consideramos que este modo de abordar la clínica
con niños resulta de mucha utilidad, a la vez que contribuye a la perduración de los
cambios, en tanto favorece la optimización y desarrollo de la capacidad de mentalizar
de los padres y, por tanto, incide fuertemente en la forma que éstos tienen de
relacionarse con sus hijos.

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