García Toma. La Constitucion y La Dignidad de La Persona
García Toma. La Constitucion y La Dignidad de La Persona
García Toma. La Constitucion y La Dignidad de La Persona
1Ex - Presidente del Tribunal Constitucional (diciembre del 2005 - diciembre del 2006), ha sido
Ministro de Estado en la Cartera de Justicia. Catedrático de Derecho Constitucional.
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El hombre es un ser que existe en sí y no en otro; constituye “un fin en sí mismo”; por
eso es que jamás puede ser utilizado como medio. En tal virtud, tiene como atributos
esenciales la libertad, la racionalidad y la sociabilidad que son la raíz y el fundamento de
su dignidad.
Como bien afirma Antonio Truyoli Serra [Los derechos humanos. Madrid: Tecnos, 1977]
“existen derechos (…), que el hombre posee por el hecho de ser hombre, por su propia
naturaleza y dignidad; derechos que le son inherentes, y, que lejos de nacer de una
concesión de la sociedad política han de ser por este consagrados y garantizados”.
Por emanar de la calidad misma de ser miembros de la especie humana, son exigibles
ante la sociedad y el Estado, a efectos que cada uno de sus integrantes pueda alcanzar
su plena y cabal realización. De aquí que se dirijan a la persona como tal o en su calidad
de ciudadanos.
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La singularidad de estos derechos radica en que excluyen cualesquiera otro atributo
adjetivo como la idiosincrasia, el sexo u otro hecho extraño y ajeno al de pertenecer
categorialmente a esa peculiar especie de seres capaces de manifestar razón, deseo,
esperanza, frustración, convicción o conciencia. Aún cuando sea aparentemente
contradictorio, dicha condición humana es inalienable, pues, como dijera, Ernesto
Sábato, “alberga tanto a un torturador como a un santo”.
En efecto, tal como expresan Marcial Rubio Correa, Francisco Eguiguren Praeli y
Enrique Bernales Ballesteros [Los derechos fundamentales en la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú,
2010] el catálogo de dichos derechos “ha ido variando y, normalmente, se ha ido
ampliando a lo largo de la evolución de la historia en función de los valores y principios
políticos, ideológicos, morales y religiosos imperantes o predominantes en una realidad
social histórica determinada”.
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En ese contexto, Pedro Nikken [“El concepto de derechos humanos”. En: Manual de las
Fuerzas Armadas. San José: Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 1994]
señala que las actividades de los cuerpos sociales y políticos no pueden ser empleados
para su menoscabamiento arbitrario.
Como bien sabemos ni las plantas ni los animales ostentan titularidad sobre las
prerrogativas jurídicas.
Los derechos fundamentales son definidos como aquella parte de los derechos
humanos que se encuentran garantizados y tutelados expresa o implícitamente por el
ordenamiento constitucional de un Estado en particular. Su denominación responde al
carácter básico o esencial que estos tienen dentro del sistema jurídico instituido por el
cuerpo político.
En ese sentido, Rubén Hernández Valle [op.cit.] expone que “son aquellos reconocidos
y organizados por el Estado, por medio de los cuales el hombre, en los diversos
dominios de la vida social, escoge y realiza (…) su comportamiento, dentro de los
límites establecidos por el ordenamiento jurídico”.
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Esta expresión recogida originariamente por la Constitución alemana de 1949, expone
binariamente una moralidad y juridicidad básica, las cuales fundamentan la razón de ser
del cuerpo social y político en un espacio tiempo determinado.
Luigi Ferrojoli [Los fundamentos de los derechos humanos. Madrid: Trotta, 2005] señala que la
precisión de su incorporación en la Constitución franquea la garantía de observancia de
ciertas “prerrogativas no contingentes e inalterables”. Por ende, son irreversibles ya que
no puede desconocerse el deber de defensa y promoción.
Pedro Nikken [El derecho internacional de los derechos humanos. Caracas: Universidad
Católica Andrés Bello, 1989] expone que tras dicho reconocimiento estatal a la persona
no se le puede despojar de su goce y ejercicio. Más aún, en caso que dicha situación se
produjese, el derecho “desterrado” adquiere la calidad de implícito; por ende, debe
seguir siendo objeto de custodia por la jurisdicción constitucional.
a) Que sean observados como derechos subjetivos que garantizan para sus titulares
un status de humanidad.
b) Que se conviertan en una responsabilidad teleológica para el Estado.
c) Que se constituyan en componentes básicos del orden jurídico; de allí que
ninguna relación jurídica pueda inobservarlos.
Las distintas fuentes del derecho permiten explicar la disparidad conceptual entre las
expresiones derechos humanos, derechos fundamentales y derechos constitucionales.
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Ahora bien, Luis Castillo Córdova [Los derechos constitucionales. Elementos para una teoría
general. Lima: Palestra, 2005] señala también que no existe coincidencia plena entre las
nociones derechos fundamentales y derechos constitucionales.
Lo planteado ocurre cuando por una decisión del poder constituyente no todos los
derechos constitucionales son derechos fundamentales. Es decir, cuando al interior de
la Constitución se reconocen a la persona una serie de derechos y solo algunos de ellos
son clasificados de “fundamentales”.
En efecto, en el caso del texto constitucional español de 1978 –de tanta influencia en
nuestro caso– se ha creado una clasificación entre derechos constitucionales
fundamentales y derechos constitucionales no fundamentales.
Luis Castillo Córdova [op. cit.] expone que dicha disección al interior de dicho texto
base genera el establecimiento de mecanismos de protección disímiles. Así, el recurso
de amparo es ejecutable en pro de la defensa de los derechos fundamentales ante el
Tribunal Constitucional; en tanto que los recursos ordinarios basados en los principios
de preferencia y sumariedad son ejecutables en pro de los derechos denominados no
fundamentales ante el Poder Judicial. En este último caso son citables el derecho a
contraer matrimonio, el derecho a la propiedad, el derecho a la herencia, el derecho a la
salud, etc.
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a) El deber de hacer.
b) El deber de abstenerse de hacer.
c) El deber de otorgar o reconocer.
d) La garantía que ofrece el Estado de reponer, hacer reparar y sancionar
judicialmente la amenaza o violación de un derecho fundamental.
A manera de colofón, es dable advertir que las fuentes jurídicas de donde emanan
dichos deberes pueden ser los tratados internacionales de los que un Estado parte, la
Constitución, la costumbre y la jurisprudencia constitucional. Por dende, los derechos
derivados de la dignidad –cualesquiera que sea su denominación formal– son aquellos
que se encuentran expresa o implícitamente reconocidos en las fuentes formales
previstas en el ordenamiento jurídico de un Estado.
Estas deben ser entendidas como los textos o enunciados lingüísticos que
formalizan un determinado precepto constitucional; vale decir, hacen referencia a la
expresión escrita.
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facultades, y posibilidades de actuación –en conexión con el ámbito material que da
nombre al derecho– que la Constitución reconoce inmediatamente a sus titulares”.
Carlos Bernal Pulido [op. cit.] señala que se trata de aquella relación jurídica
compuesta por un sujeto activo, un sujeto pasivo y un objeto.
En ese contexto, tras la exigencia de goce de un derecho por parte del sujeto activo,
aparece conectivamente la responsabilidad de satisfacción de dicha petición con
resguardo jurídico.
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Ahora bien, el objeto de la posición implica en strictu sensu una prestación; vale decir
conlleva la realización de “algo” preestablecido en la norma. Ello pues, tiende a
satisfacer mediante una conducta de acción u omisión de una persona obligada el
interés legitimado de una persona facultada para exigir su verificación práctica.
Carlos Bernal Pulido [op. cit.] ha clasificado las posiciones de la manera siguiente:
- Posiciones de defensa. Estas tienen como sujeto activo o facultado a una persona
natural o jurídica y como sujeto pasivo u obligado al Estado. Plantean una
conducta de abstención estatal. En estas el sujeto activo le exige a un órgano
u organismo estatal en su calidad de sujeto pasivo, el omitir o no realizar algo.
Tal el caso de lo previsto en el apartado d) del numeral 24 del artículo 2 de la
Constitución, que señala que “Nadie será procesado ni condenado por acto u
omisión que al tiempo de cometerse no esté previamente calificado en la ley,
de manera expresa e inequívoca, como infracción punible; ni sancionado con
pena no prevista en la ley”.
- Posiciones de prestación. Estas tienen como sujeto activo a una persona natural o
jurídica y como sujeto pasivo al Estado u otra persona natural o jurídica.
Plantean una conducta de acción. En estas el sujeto activo exige la realización
de un determinado comportamiento. Tal el caso de lo previsto en el artículo
17 de la Constitución que señala a favor de los escolares matriculados en
centros de enseñanza pública que la educación sea ofrecida de manera
gratuita; o el previsto en el artículo 28 en donde se dispone que el Estado
fomente la negociación colectiva y promueva las formas de solución pacífica
de los conflictos laborales.
De allí que se les acredite como normas con mandato de actuación y deber especial de
protección.
Asimismo, debe tenerse en cuenta tal como señala César Landa Arroyo [Los derechos
fundamentales en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Lima: Palestra, 2010], que los
derechos fundamentales se insertan en la Constitución con distintas formulaciones
deónticas; esto es, bajo una serie de premisas lógicas que permiten identificar su
contenido normativo.
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Por último, en la línea de develar la estructura normativa de los derechos
fundamentales, se hace importante distinguir entre principios y reglas constitucionales.
Las reglas constitucionales aluden a normas con mandato preceptivo, las cuales pueden
y deben ser efectivizadas de manera inmediata. Se trata de cláusulas imperativas
concretas delimitadas y detalladas, en donde basta realizar una reflexión lógico-
subsuntiva (supuesto normativo, subsunción del hecho y consecuencia jurídica). Tal el
caso de los derechos civiles y políticos. En suma, su efectivización tiene homólogo
grado de intensividad.
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Edmund Burke [Reflexiones sobre la Revolución Francesa. Madrid: Alianza Editorial,
2000] plantea la idea de ciertas libertades regularmente perpetuadas como derecho
hereditario.
En efecto, entre el siglo XI y el segundo tercio del siglo XVIII los derechos
tendrán una connotación estamental; es decir, emergerán como concesiones o
privilegios a determinados grupos sociales. Ergo, carecerán de generalidad.
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Los documentos medievales en donde fueron consignados se manifiestan como
actas de compromiso para la proscripción del abuso del poder sobre grupos,
ciudades, etc.
En ese contexto, Francisco J. Bastida Freijedo [op. cit.] expone que “el movimiento
historicista (…) combina pretensiones y elementos propios del nuevo pensamiento
liberal ilustrado emergente con el respeto a los elementos de los ordenamientos
jurídicos preestatales”.
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En el caso de la Petición de Derechos se pacta reconociéndose de que nadie puede
ser procesado ni condenado por acto de omisión que al tiempo de cometerse no
esté previamente calificado en la ley, el derecho de propiedad, etc.
Este derecho natural es universal, o sea es válido para la especie humana en todos
los lugares y en todos los tiempos, ya que comprende un conjunto de preceptos
que no se basan en circunstancias accidentales sino en la naturaleza del hombre.
Este se presenta como ineludible imperativo de la razón, que percibe la relación
ontológica entre el ser y su finalidad, entre el hombre y el bien. Cabe agregar que
este derecho surge de la naturaleza del hombre para su autorrealización.
En ese sentido, la razón es aquella facultad que proporciona los principios del
conocimiento a priori. Emmanuel Kant funda el derecho natural sobre principio de
describir el razonamiento que va de la causa al efecto en expresiones que implican
acuerdo con la probabilidad general; y que es una exigencia absoluta de la razón
práctica; o sea aquella que precede a la acción. Este expone que
independientemente de un acto jurídico son transmitidos a cada individuo por la
naturaleza.
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Desde una perspectiva histórica se aprecia que a través de la institucionalización del
Estado Liberal de Derecho, el cuerpo político se convierte en el protector de los
derechos naturales; los cuales de absolutos en el estado de naturaleza (situación
anterior al pacto social) devienen en tutelables y regulables a través de la ley.
El iusracionalismo acoge la idea del pacto social para englobar el derecho natural
dentro de la esfera de los bienes individuales de los miembros de la comunidad
política.
Dicha fundamentación plantea que solo existe el derecho estatal; por tanto, rechaza
la idea del derecho natural y se desatiende de cualquier “subordinación” o
“encadenamiento” que pudiese provenir de la historia.
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5. La bidimensionalidad de los derechos fundamentales
Los derechos pueden ser observados desde una doble dimensión: subjetiva y objetiva.
La dimensión subjetiva es aquella que hace referencia a las facultades de acción que
estos reconocen a la persona titular de los mismos en el ámbito de la vida existencial y
coexistencial. Por consiguiente, permiten exigir al titular de un derecho fundamental el
cumplimiento cabal, exacto y preciso de lo dispuesto normativamente. Por ende,
protegen de las intervenciones injustificadas y arbitrarias.
Ello implica el atributo de exigir una acción tuitiva hacia dichos derechos; lo que puede
verificarse ya sea mediante la ejecución de una determinada conducta, en la ejecución de
una determinada conducta o en el otorgamiento de una concreta prestación. Es decir,
expone el derecho de hacer efectivo el goce efectivo de lo determinado a favor de la
persona.
Dicha dimensión exige que el Estado realice una atención determinada a través de
políticas legislativas, jurisdiccionales o administrativas que permitan la optimización de
atribuciones comprendidas en el conjunto de preceptos de carácter general; y, que, por
ende, se manifiesten significativamente en el plano de la realidad. Esta actuación
también involucra residualmente a los particulares.
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b) Exigen la actuación propositiva hacia la conformación de políticas económico-
sociales-culturales.
c) Exigen la actuación propositiva hacia la conformación de políticas
jurisdiccionales.
d) Exigen la actuación propositiva de facilitar la acción ciudadana tendente a
permitir la reclamación de su realización.
Esta nota sustancial de la norma hace que esta tenga en relación a las restantes una
peculiaridad privativa y específica. En ese orden de ideas, el contenido esencial se
convierte en la parte indispensable e indisponible que permite al titular del derecho a
gozar de los atributos, facultades o beneficios que esta declara. Su afectación conlleva a
la transformación del derecho contenido en un precepto en otra categoría jurídica
distinta; amén de generar la imposibilidad o dificultad extrema para hacer efectivo el
goce de un derecho.
Claudia Villaseñor Goyzueta [op. cit.] plantea que el establecimiento del contenido
esencial de un derecho debe ser observado en un doble plano, a saber:
a) Plano negativo
Señala un límite a la regulación legislativa de los derechos fundamentales.
b) Plano positivo
Señala el valor asignado al contenido de los derechos fundamentales, por ende,
este deviene en imprescindible e insustituible.
En efecto, en todo derecho fundamental existen dos zonas: una medular que constituye
su contenido esencial –y en cuyo ámbito toda intervención del legislador se encuentra
vedada– y una adjetiva o no esencial en la cual es admisible la actuación regulatoria del
legislador. Cabe señalar que esto último opera a condición que se lleve a cabo conforme
a los principios de razonabilidad, racionalidad y proporcionalidad.
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En aras de establecer el contenido esencial de un derecho fundamental, la
jurisprudencia constitucional española ha establecido los criterios siguientes:
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En consecuencia, la determinación del contenido esencial debe realizarse conforme a
los alcances de los principios de unidad y concordancia práctica; vale decir, de un lado,
resguardando la relación e interdependencia de los distintos elementos normativos con
el conjunto de las decisiones básicas de la Constitución (ello obliga a no aceptar, en
modo alguno, la visión “insular” de una norma, sino ha hacer imperativa la perspectiva
del conjunto del texto); y del otro, garantizando que todos los derechos, valores y
bienes constitucionales conserven en un grado razonable su identidad e indemnidad.
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7. La dignidad de la persona humana
Dicha expresión proviene del latín dignitas, que alude a decoro, cualidad, superioridad,
nobleza y excelencia.
En efecto, en el Génesis (1, 26) aparece la idea del hombre creado a la imagen y
semejanza de Dios. De allí que se le perciba como portador de dignidad. Más aún, en el
Libro de los Salmos (VIII, 6-9) se consigna aquello de “Hiciste al hombre un poco
inferior a los ángeles, y lo coronaste de gloria y honor dándole el mando sobre las
obras hechas con tus manos. Todas ellas las pusiste a sus pies, todas las ovejas y bueyes,
y aún las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar que hienden sus
ondas”.
De lo expuesto se desprende que sea distinguido del resto de las especies vivas y
merecedor de ciertos derechos indiscutibles. Por ende, debe ser sujeto de respeto por lo
que es y por la capacidad de lo que puede hacer para sí mismo y los demás.
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En este sentido, el apóstol San Pablo llegó a sentenciar que: “Todos son hijos de Dios
por la fe en Cristo Jesús (…) no hay judío o griego, ni hay siervo o libre, no hay varón o
hembra, porque todos son uno en Cristo Jesús”.
Posteriormente el Papa León XIII planteará en su Encíclica “Rerum novarum” (1891) que:
“La verdadera dignidad y excelencia del hombre radica en la moral, es decir, en la virtud
que es patrimonio común de todos los mortales, asequible por igual a altos y bajos, a
ricos y pobres”.
De allí que el derecho asuma la tesis expuesta por Enmanuel Kent en su libro
Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Allí se expone que “En el reino de los fines
todo tiene un precio o una dignidad. Lo que tiene precio puede ser reemplazado por
alguna otra cosa equivalente; por el contrario lo que se eleva sobre todo precio y no
admite ningún equivalente tiene una dignidad”. El ser humano es portador de ella,
habida cuenta su condición de ser autónomo capaz de comprender el mundo que lo
rodea, apto para conocerse a sí mismo y pletórico de voluntad para autolegislarse por
dicho marco normativo. Por ende, por ser un fin en si mismo tiene un valor intrínseco
no librable al intercambio mercantil.
También pueden encontrarse referencias específicas en las encíclicas Sobre la Paz en los
Pueblos (Pacen in Terris) del Papa Juan XXIII (1963), en Sobre el Progreso de los
Pueblos (Populorum progressio) o en Sobre la Iglesia en el Mundo Actual (Gaudium et spes),
del Papa VI (1965).
Más aún, tras los abominables sucesos perpetrados por el fascismo y el nazismo, dicho
concepto empezará a ser asumido bajo articulaciones laicas, consiguiéndose con ello
su consolidación universal. Al respecto, en el preámbulo de la Carta de Naciones
Unidas (1945) se consignará la voluntad de las naciones de “reafirmar la fe (…) en la
dignidad y el valor de la persona humana” (…).
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La dignidad deviene en el patrimonio común de toda la especie humana; la cual se
configura a partir del acto de la concepción. Su respeto y promoción se infieren con
prescindencia de las circunstancias particulares que tenga o cree cada persona. Ergo,
más allá de su imperfección, insuficiencia o degradación, nunca se pierde la condición
humana; y, por tanto, jamás se carece de dignidad.
La dignidad alude a una calidad inherente a todos y cada uno de los miembros de la
especie humana que no admite sustituto ni equivalente; y que por tal es el sustento de
los derechos fundamentales que la Constitución y tratados internaciones protegen y
auspician.
Van Wintrich, [Citado por Ernesto Bander. Manual de derecho constitucional. Madrid:
Ediciones Jurídicas y Sociales, 1996], señala que la dignidad consiste en que la persona
“como ente ético-espiritual puede por su propia naturaleza, consciente y libremente
autodeterminarse, formarse y actuar sobre el mundo que lo rodea”.
Asimismo, Jesús Gonzáles Pérez [La dignidad de la persona. Madrid: Civitas, 1986],
declara que es el rango o la categoría que comprende al hombre como un ser dotado de
inteligencia y libertad, distinto y superior a todo lo creado. Por ende, exige que sus
congéneres o el Estado actúen frente a él conforme a su peculiar naturaleza.
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Para Juan José Mosca y Luis Pérez Aguirre [Derechos humanos: pautas para una educación
liberatoria. Montevideo, 1985], dicha noción “concentra toda la experiencia ética de la
humanidad, ya que ese núcleo emana y hacia él convergen todas las posibles variaciones
de ethos humano”.
Tal como expone Pico Della Mirandola [De la dignidad del hombre. Madrid: Editora
Nacional, 1984] la persona humana en función a los elementos de los que se encuentra
dotado decide sobre la forma de su vida. De allí que puede tratar de enaltecerse y
colocarse a la altura de una deidad o envilecerse y degradarse al nivel de una bestia. En
suma, solo ella tiene vida biográfica como consecuencia del desarrollo de su
personalidad.
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7.1. Dimensión teológica
La dignidad humana insita a todo el ser humano y exclusiva del mismo, se traduce en lo
siguiente:
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- Exigencia de organización y funcionamiento de la sociedad y el Estado en pro de la
plena realización de sus miembros.
En esa perspectiva, la dignidad debe ser observada desde dos planos, a saber: los
valores y los principios.
La dignidad como expone el citado autor indica “la seguridad de no ser sometido,
manipulado o atropellado por abuso de poder de quien es realmente su igual”.
Para tal efecto, valores como la justicia, la paz, la solidaridad, etc. devienen en
referentes preferibles para la vida en relación. Y es que estos plantean el reto de una
vivencia ciudadana que no se reduce a una simple mención intelectual sino que requiere
una actividad y un resguardo jurídico-político.
De allí que por mandato constitucional la dignidad aparezca como fuente legitimadora
del derecho estatal y como sustento de los derechos implícitos para el reconocimiento.
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Recogiendo en parte las consideraciones de Ernesto Garzón Valdés [“¿Cuál es la
relevancia moral del concepto de dignidad humana?”. En: Tolerancia, dignidad y democracia.
Lima: Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2007] podemos señalar lo siguiente:
Como principio rector de la actividad del Estado y la Sociedad, esta guía y encauza
todos los procesos coexistenciales. En ese sentido, dichas funciones se materializan en
aspectos tales como:
8.1. La legitimación
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La dignidad al ordenar la organización, funcionamiento y metas de los referidos entes,
conlleva a que el poder político y las relaciones convivenciales solo tengan sentido y
validez en tanto se sustenten en el resguardo y promoción de esta.
8.2. La realización
La dignidad impone que el Estado y la sociedad traten a cada ser humano como tal; y,
que en ese contexto puedan cumplir a cabalidad sus propias propuestas y
planeamientos autodeterminados; vale decir, que puedan diseñar, construir y alcanzar su
propio proyecto de vida.
Dichas reglas, a su vez, comprenden los conceptos de totalidad e invariabilidad; esto es,
perciben al ser humano en sus elementos de corporabilidad, intelectualidad y
espiritualidad y así mismo trazan sus cartabones de manera permanente y perdurable.
Las referidas reglas no solo limitan y controlan al Estado y a la Sociedad, sino que
además los obligan a promover y crear las condiciones políticas, económicas, sociales y
culturales que coadyuven el desarrollo de la persona humana.
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9. La dignidad humana, la sociedad y el Estado
Tal como lo establece Werner Goldschmidt [Introducción filosófica al derecho. Buenos Aires:
Depalma, 1983], cada persona individual es una realidad en sí misma, a diferencia del
Estado que es una realidad accidental ordenada como fin para el bien de aquellas.
En consecuencia, el ser humano debe encontrar en dichos ámbitos los “espacios” para
el desarrollo y despliegue de los elementos constitutivos de su singular naturaleza:
autonomía, racionalidad y sociabilidad.
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La dignidad no es solo un presupuesto ontológico de la comunidad y del orden político,
sino que también es un prius lógico jurídico, respecto de los mismos. En ese sentido,
Enmanuel Mounier [Citado por Víctor Quintanilla Young y Vilma Cuba de Quintanilla.
Pensamientos y refranes seleccionados y clasificados. Lima: Priceliness, 1989] llegó a afirmar: “El
Estado es para el hombre y no el hombre para el Estado”.
Como expone Carlos Ruiz Miguel [“El significado jurídico del principio de dignidad de
la persona en el ordenamiento español. En: Scribas, Nº 2. Arequipa: Instituto de
Investigación Jurídica Notarial, s.f.] Cuando se socava el fundamento de la sociedad y el
Estado –la promoción del hombre para el cumplimiento de sus fines existenciales y
coexistente– se roe a la propia sociedad y al Estado.
Ingo Von Munch [“La dignidad del hombre en el derecho constitucional”. En: Revista
Española de Derecho Constitucional, Nº 5, 1982], entiende que la dignidad entraña la
prohibición de hacer del hombre un objeto de la acción estatal.
A la manera de Juan Pablo II [Citado por Marcial Rubio Correa, Francisco Eguiguren
Praeli y Enrique Bernales Ballesteros. Los derechos fundamentales en la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional. Lima: Universidad Católica del Perú, 2010] debe recordársele al
Estado que el ser humano vale per se y no por lo que “tiene, hace o produce”.
La cosificación y desprecio a las calidades insitas del hombre se asumen como una
acción contraria a la dignidad: ergo es la negación de la condición humana y una
perversión de la razón justificatoria de la organización social y política.
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