Julia de Asensi - El Pozo Magico

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El Pozo Mágico

Julia de Asensi

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Texto núm. 6375

Título: El Pozo Mágico


Autor: Julia de Asensi
Etiquetas: Cuento infantil

Editor: Edu Robsy


Fecha de creación: 7 de enero de 2021
Fecha de modificación: 7 de enero de 2021

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Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España

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El Pozo Mágico
Una tarde, que los padres aún no habían vuelto de trabajar en el campo,
se hallaba Juanito en su bonita casa compuesta de dos pisos, al cuidado
de una anciana encargada de atender a las faenas de la cocina, mientras
sus amos procuraban sacar de una ingrata tierra lo preciso para el
sustento de todo el año.

La casa era el sólo bien que los dos labradores habían logrado salvar
después de varias malas cosechas; era herencia de los padres de ella y
por nada en el mundo la hubieran vendido o alquilado.

Juanito se hallaba en la sala, una habitación grande, alta de techo, con


dos ventanas que daban al campo, amueblada con sillas de Vitoria, un
rústico sofá, una cómoda, con una infinidad de baratijas encima, y dos
mesas.

A una de las ventanas, que estaba abierta, se acercó por la parte de fuera
un hombre mal encarado, vestido pobremente y con un fuerte garrote en la
mano. Hizo seña a Juanito de que se acercara y le preguntó, cuando el
muchacho estuvo próximo, donde se encontraba su padre.

—En el campo grande —contestó el niño.

—¿Y dónde es eso? —prosiguió el hombre.

—Por lo visto es V. forastero cuando no lo sabe. Mire por donde yo señalo


con la mano. Ese sendero de ahí enfrente tuerce a la izquierda, sale a una
explanada, luego…

—No hay quien lo entienda —interrumpió el hombre—; y el caso es que


urge verlo para el ajuste de los garbanzos y de la cebada. ¿No podrías
acompañarme?

—Mis padres me han prohibido salir de casa, y si falto a su orden me


castigarán.

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—Más podrán castigarte si pierden la renta por ti.

—¿Y qué he de hacer entonces?

—Acompañarme si quieres y si no dejarlo que haré el trato con otro


labrador.

—Es que —prosiguió el niño—, dicen que hay dos secuestradores en el


país y por eso mis padres temen que salga.

—Yo te respondo de que yendo conmigo no los encontrarás; además llevo


un buen palo para defenderte.

—¿Los ha visto V.?

—Sí, iban a caballo, camino del molino viejo.

—Entonces no hay temor porque tenemos que ir al lado opuesto. Vamos.

Juanito salió guiando al hombre por la senda que antes indicara.

La tarde era clara y serena, brillaba el sol en un cielo sin nubes y el calor
se dejaba sentir con fuerza porque ni un árbol daba sombra a aquel campo
sembrado de trigo a derecha e izquierda. Un estrecho sendero conducía al
lugar, aún muy distante, donde los padres del niño se hallaban trabajando.
Pero antes de llegar a la explanada de que hablara Juanito, el hombre
lanzó un silbido extraño y un joven se presentó casi enseguida llevando un
caballo de la brida. A una seña del que había obligado al pequeño Juan a
salir de su casa, el joven montó y el niño se vio cogido por unos robustos
brazos y colocado sobre el caballo también. Gritó pidiendo auxilio, pero al
instante un pañuelo fue puesto sobre su boca para ahogar su voz y ya no
hubo defensa posible para la infeliz criatura.

El caballo iba a galope y Juanito veía al pasar con vertiginosa rapidez, los
carros cargados de paja que volvían al pueblo, las yuntas que, terminados
los trabajos, iban a encerrar, algunos labradores que se retiraban a sus
hogares; pero todo de lejos y sin que ningún hombre fijase su atención en
él.

A pesar de aquella carrera, el camino le pareció muy largo; al fin el joven


hizo parar al caballo, bajó al niño y, sin soltarle, abrió una puerta que

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conducía a un vasto terreno que debió ser jardín en otro tiempo, le
introdujo allí, volvió a cerrar con llave; y le dejó solo sin ocuparse al
parecer más de él.

Juanito no pudo contener sus lágrimas al ver las altas tapias que hacían
de aquel paraje una prisión imposible de dejar. Anduvo después largo rato,
hasta que rendido se paró en un ángulo del terreno donde había un pozo
rodeado de jaramagos y florecillas silvestres. Aquel sitio inculto tenía un
misterioso encanto para él.

Llegó la noche, y cansado, sintiendo hambre y sed, se echó no lejos del


pozo y al fin se durmió.

A la mañana siguiente uno de los bandidos, el primero que vio, fue a


despertarle y le obligó a firmar un papel para sus padres en el que les
decía que los secuestradores le matarían si no les entregaba quinientos
duros por su rescate.

—Y es la verdad —añadió el hombre—, si no pagan te tiraremos a ese


pozo.

Los labradores en balde buscaron aquel dinero; en tan breve plazo nadie
quería comprarles su casa ni dar nada a préstamo.

Juanito, que no había comido desde el día, anterior, sentía indefinible


malestar y a veces le parecía que una nube velaba sus ojos.

Llegó la noche y los bandidos no parecieron. E niño se acercó al pozo y


¡cosa rara! creyó ver que en el fondo brillaba una luz.

—¿Estaré soñando? —se preguntó Juan.

Y siguió mirando, pero el pozo era muy hondo y no se veía si tenía agua o
estaba seco.

Poco después una voz, de mujer o de niño, cantó dentro del pozo el
siguiente romance con una música dulce y un tanto monótona:

Había en una ciudad


un bello y juicioso niño
a quien unos malhechores
lograron tener cautivo.

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Le llevaron engañado
a una casa con sigilo
donde había un gran terreno
que antes jardín hubo sido,
rodeado de altas tapias,
con arbustos ya marchitos,
árboles mustios o secos
y un pozo medio escondido
en un bosque de rastrojo,
de gran abandono indicio.
Pidieron por el muchacho
un rescate los bandidos,
mas siendo los padres pobres
y careciendo de amigos,
en balde fueron buscando
aquel oro apetecido
precio de la libertad
del idolatrado hijo.
Por vengarse, los ladrones
presto hubieron decidido
arrojar en aquel pozo
al pobre muchacho vivo,
y sin escuchar sus ruegos,
aquellos hombres indignos,
levantándole en sus brazos
le lanzaron al abismo.
Antes de llegar al fondo
los ángeles, también niños,
quizá hermanos por el alma
del prisionero afligido,
trocaron las duras piedras
por un césped duro y fino
y bellas flores silvestres
de nombres desconocidos
que en algún jardín del cielo
acaso hubieron cogido,
y entonces el secuestrado,
sin esperar tal prodigio,
halló al caer aquel lecho
donde se quedó dormido…

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La voz se fue extinguiendo poco a poco, y Juanito no oyó las últimas
palabras del romance. Pero aquel canto le había llenado de esperanza;
sabía que si le arrojaban al pozo no tendría nada que temer. Miró hacia el
fondo y observó que la luz, que poco antes viera brillar, había
desaparecido.

Se echó sobre la hierba y esperó con relativa tranquilidad la vuelta de los


malvados secuestradores. Estos llegaron a las doce de la noche: muy
disgustados por que los padres de Juanito no habían depositado el dinero
en el sitio indicado, pues los infelices no habían encontrado ni la vigésima
parte de lo pedido.

—Le arrojaremos al pozo mágico —dijo el más joven señalando al niño—.


Esos rústicos no habrán dejado de dar aviso de lo que ocurre a la guardia
civil y, para probar que no somos nosotros los secuestradores, tenemos
que desembarazarnos del chico. ¿Cómo creerían que no éramos
culpables si hallaban al muchacho con nosotros?

—Y ¿no le buscarán en el pozo? Y a propósito de este, ¿por qué le llamas


mágico? —preguntó el otro bandido.

—Porque algunas veces se oyen en él gritos y en el pueblo aseguran que


está encantado.

—¿Y tú lo crees?

—Yo no, pero lo llamo así por costumbre que tengo de oírlo.

Siguieron hablando y por último se acercaron a Juanito y, sin atender a


sus ruegos, le arrojaron al pozo.

El pobre niño perdió el conocimiento antes de llegar al fondo, así es que


no supo si había allí el lecho de flores hecho por los ángeles sus hermanos.

Cuando volvió en sí se halló en un pequeño cuarto acostado en una


humilde cama. Un hombre y una muchacha velaban junto a él. El primero,
sin hacerle pregunta alguna, le dio algún alimento que reanimó sus
fuerzas, mientras la segunda le miraba con cariñosa curiosidad.

Cuando el hombre salió, Juanito se atrevió a preguntar a la niña dónde se

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encontraba.

—Mi padre me había prohibido hablarte para que no te fatigaras —dijo


ella—, pero ya que te muestras curioso… ¿Has oído cantar en el pozo
mágico?

—Sí; ¿quién cantaba?

—¿Eso qué importa? Todo lo que decía el romance se ha realizado. En el


fondo del pozo no había agua ni duras piedras, has caído sobre paja y
heno. Luego mi padre te ha cogido en sus brazos y te ha traído aquí para
avisar a tu familia a la que conoce y quiere porque tu padre le salvó la vida
cuando los dos eran soldados. Desde el fondo del pozo se oye todo lo que
traman los secuestradores y mi padre ha evitado por eso algunos
crímenes. La casa que ellos ocupan está en la parte alta del camino y la
nuestra en la más baja; el pozo tiene una abertura que pone en
comunicación esta vivienda con la otra, obra que hicieron unos
contrabandistas en otro tiempo, pero que los secuestradores ignoran. Hay
un camino subterráneo que llega a nuestro pequeño jardín. Para que tu
ilusión fuese más completa, puse margaritas y amapolas en el fondo del
pozo, pero como te desmayaste no lo has visto. Ya iremos allí otro día.

La llegada del padre de la muchacha puso término a la conversación; pero


como a la mañana siguiente Juanito estuviese ya bueno, tuvo deseos de
ver el fondo del pozo con su nueva amiga. Esta abrió una puerta que había
en un cobertizo que daba al jardín y ambos penetraron en un subterráneo
estrecho y húmedo, llegando al fin al pozo donde Juanito había caído. El
niño cogió unas margaritas y prometió que las guardaría siempre.

Sobre sus cabezas se oía un fuerte altercado; era que iban a prender a los
secuestradores. Estos querían probar su inocencia negando haber robado
a Juan y, casi habían convencido a sus perseguidores, cuando una voz
infantil dijo desde el fondo del pozo:

—Sí, son ellos los que me robaron, lo declaro para que no hagan lo mismo
con otros niños.

—¡El pozo mágico! —exclamó el más joven de los secuestradores.

Aprovechando su estupor, los que iban en su busca se apoderaron de él.


El otro se defendió a tiros; una de las balas hirió mortalmente a su

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compañero y él cayó al suelo también muerto por uno de sus contrarios.

Aquella misma tarde, Juanito fue devuelto sus padres que no podían creer
fuese cierta la ventura de volver a verle, pues ya imaginaban que hubiese
sido asesinado.

¡Con cuánta efusión se abrazaron luego los dos antiguos soldados! El


padre de Juanito al saber que su amigo y su hija eran muy pobres, se los
llevó a su casa donde compartieron con la familia los trabajos del campo,
abandonando aquellos su humilde vivienda. La comunicación con el pozo
fue tapiada y el terreno donde se ocultaban los secuestradores convertido
en hermosa huerta.

Juanito sintió siempre el más vivo afecto por la muchacha a la que hacía
cantar muy a menudo aquel romance que le oyó por primera vez en el
fondo del pozo mágico.

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Julia de Asensi

Julia de Asensi y Laiglesia (Madrid, 4 de mayo de 1859 - 7 de noviembre


de 1921), escritora, periodista y traductora española.

Hija del diplomático Tomás de Asensi, en su casa de Barcelona montó una


tertulia literaria a la que acudieron numerosas damas. La crítica la ha
clasificado como perteneciente a un cierto Romanticismo rezagado y
ciertamente se consagró a escribir tanto literatura didáctica infantil y juvenil
como leyendas y tradiciones populares reelaboradas literariamente a la

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manera de Bécquer, pero usando la prosa o el verso, como hizo José
Zorrilla, localizadas preferiblemente en la Edad Media o en la época de los
Reyes Católicos y Pachon con una temática amorosa o centrada en los
celos y con elementos sobrenaturales como apariciones de la Virgen,
estatuas animadas, fantasmas etcétera. Muchas de ellas las imprimió
primero en publicaciones periódicas, como Revista Contemporánea o en
El Álbum Ibero-Americano (1890-1891) dirigido por Concepción Gimeno de
Flaquer.

Las fuentes de Asensi suelen ser Bécquer, Zorrilla, Fernán Caballero o


Lope de Vega, pero sus creaciones de mayor fuerza provienen de la
historia o del folklore tradicional español; en sus narraciones los
personajes femeninos tienen iniciativa, son activos y frecuentemente
protagonistas. Como escritora costumbrista participó en la antología de
Faustina Sáez de Melgar Las españolas, Americanas y Lusitanas pintadas
por sí mismas (1886).

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