EL REY DE MADURA Al Comienzo de La Edad Del Kali
EL REY DE MADURA Al Comienzo de La Edad Del Kali
EL REY DE MADURA Al Comienzo de La Edad Del Kali
era (según la cronología de los brahmanes), la sed del oro y del poder invadió el mundo.
Durante varios siglos, dicen los antiguos sabios, Agni, el fuego celeste que forma el cuerpo
glorioso de los Devas y que purifica el alma de los hombres, había esparcido sobre la tierra sus
efluvios etéreos. Pero el soplo ardiente de Kali, la diosa del Deseo y de la Muerte, que sale de
los abismos de la tierra como ígneo aliento, pasaba entonces sobre todos los corazones. La
justicia había reinado con los nobles hijos de Pándu, los reyes solares que obedecen a la voz de
los sabios, y vencedores, perdonaban a los vencidos y les trataban como iguales. Pero después
que los hijos del sol fueron exterminados o arrojados de sus tronos y que sus pocos
descendientes se ocultaban entre los anacoretas, la injusticia, la ambición y el odio habían
dominado. Variables y falsos como el astro nocturno, cuyo símbolo adoptaron, los reyes
lunares se hacían una guerra sin piedad. Uno de ellos, sin embargo, había logrado dominar a
todos los otros por medio del terror y de prestigios singulares. En el norte de la India, a la orilla
de un ancho río, brillaba una ciudad poderosa. Tenía ella doce pagodas, diez palacios y cien
puertas flanqueadas por torres. Multicolores estandartes, semejantes a serpientes aladas,
flotaban sobre sus altos muros. Era la altiva Madura, inexpugnable como la fortaleza de Indra.
Allí reinaba Kansa, de corazón tortuoso y alma insaciable. El rey no sufría a su lado más que a
los esclavos, no creía poseer más que lo que había sometido, y lo que poseía no le parecía nada
al lado de lo que le quedaba por conquistar. Todos los reyes que reconocían los cultos lunares
le habían rendido vasallaje. Pero Kansa pensaba someter toda la India, desde Lanka hasta el
Himavat. Para llevar a cabo este proyecto, se alió con Kalayeni, señor de los montes Vyndhia, el
poderoso rey de los Yavanas, los hombres de cara amarilla. Como sectario de la diosa Kali,
Kalayeni se había dedicado a las tenebrosas artes de la magia negra. Se le llamaba “amigo de
los Rakshasas” o demonios noctivagos, y rey de las serpientes, porque se servía de esos
animales para aterrorizar a su pueblo y a sus enemigos. En el fondo de una espesa selva, se
encontraba el templo de la diosa Kali excavado en una montaña: inmensa caverna negra cuyo
fondo se ignoraba y cuya entrada estaba guardada por colosos con cabezas de animales
Edouard Schure – Los Grandes Iniciados 60 tallados en la roca. Allí se llevaba a los que querían
rendir homenaje a Kalayeni, para obtener de él algún poder secreto. Aparecía él en la entrada
del templo en medio de una multitud de serpientes monstruosas, que se enroscaban alrededor
de su cuerpo y se enderezaban al mando de su cetro, y obligaba a sus tributarios a
prosternarse ante aquellos animales, cuyas cabezas entretejidas aparecían por encima de la
suya. Al mismo tiempo, murmuraba una fórmula misteriosa. Los que habían ejecutado ese rito
y adorado a las serpientes obtenían, a lo que se decía, inmensos favores y todo lo que
deseaban. Pero caían irrevocablemente bajo el poder de Kalayeni y, de lejos o de cerca, eran ya
sus esclavos. En cuanto trataban de desobedecerle, creían ver ante ellos al terrible mago
rodeado por sus reptiles, y se veían cercados por sus cabezas silbantes, paralizados por sus ojos
fascinadores. Kansa pidió a Kalayeni su alianza. El rey de los Yavanas le prometió el imperio de
la tierra con la condición de casarse con su hija. Altiva como un antílope y flexible como una
serpiente era la hija del rey mago, la hermosa Nysumba, con sus arracadas de oro y sus senos
de ébano. Su casa parecía una nube sombría matizada por la luna con reflejos azulados, sus
ojos dos relámpagos, su boca ávida la pulpa de un fruto rojo con piñones blancos en su interior.
Se hubiese dicho que era Kali misma, la diosa del Deseo. Bien pronto ella reinó como señora en
el corazón de Kansa, y soplando sobre todas sus pasiones las convirtió en hoguera ardiente.
Kansa tenía un palacio lleno de mujeres de todos los colores, pero no escuchaba más que a
Nysumba. “— Tenga yo un hijo de ti, le dijo él, y será mi heredero. Entonces seré el dueño de la
tierra y no temeré a nadie”. Más Nysumba no tenía hijos, y su corazón se irritaba. Envidiaba ella
a las otras mujeres de Kansa, cuyos amores habían sido fecundos; hacía multiplicar a su padre
los sacrificios a Kali; pero su seno continuaba estéril como la arena de un suelo tórrido.
Entonces, el rey de Madura ordenó que se hiciera ante toda la ciudad el gran sacrificio del
fuego, invocando a todos los Devas. Las mujeres de Kansa y el pueblo asistieron con gran
pompa. Prosternados ante el fuego, los sacerdotes invocaron con sus cantos al gran Varuna, a
Indra, los Acwins y los Maruts. La reina Nysumba se aproximó y arrojó al fuego un puñado de
perfumes con gesto de desafío, pronunciando una fórmula mágica en idioma desconocido. El
humo se espesó, las llamas subieron en torbellino, y los sacerdotes espantados, exclamaron:
“— ¡Oh reina!. No son los Devas, sino los Rakshasas quienes han Edouard Schure – Los Grandes
Iniciados 61 pasado por el fuego. Tu seno permanecerá estéril”. Kansa se aproximó al fuego a
su vez, y dijo al sacerdote: “— Entonces, dime: ¿De cuál de mis mujeres nacerá el dueño del
mundo?”. En este momento, Devaki, la hermana del rey, se aproximó al fuego. Era una virgen
de corazón sencillo y puro, que había pasado su infancia hilando y tejiendo, y que vivía como
en un sueño. Su cuerpo estaba en la tierra, su alma parecía estar siempre en el cielo. Devaki se
arrodilló humildemente, rogando a los Devas que diesen un hijo a su hermano y a la hermosa
Nysumba. El sacerdote miró alternativamente al fuego y a la virgen. De repente, exclamó lleno
de admiración: “— ¡Oh, rey de Madura!. Ninguno de tus hijos será el dueño del mundo. Éste
nacerá en el seno de tu hermana, que aquí tienes”. Grande fue la consternación de Kansa y la
cólera de Nysumba al oír estas palabras. Cuando la reina se encontró a solas con el rey, le dijo:
“— Es necesario que Devaki perezca inmediatamente”. “— ¡Cómo! — respondió Kansa —. ¿Voy
a hacer morir a mi hermana?. Si los Devas la protegen, su venganza recaerá sobre mí”. “—
Entonces — dijo Nysumba llena de furor —, que ella reine en mi lugar, y que tu hermana de al
mundo quien te haga perecer vergonzosamente. Yo no quiero reinar ya con un cobarde que
tiene miedo a los Devas, y vuelvo a casa de mi padre Kalayeni”. Los ojos de Nysumba lanzaban
fuegos oblicuos sus collares de oro se agitaban sobre su cuello negro y reluciente. Se arrojó a
tierra, y su hermoso cuerpo se retorció como una serpiente furiosa. Kansa, ante la amenaza de
perderla, y fascinado por una voluptuosidad terrible, quedó sobrecogido de miedo y de deseo.
“— Bueno — dijo —: Devaki morirá; pero no me dejes”. Un relámpago de triunfo brilló en los
ojos de Nysumba, una oleada de sangre enrojeció su carne negra. Se levantó de un salto, y
abrazó al tirano domado, con sus brazos flexibles. Después, rozándole con su pecho de ébano,
del que se exhalaban embriagadores perfumes, y tocándole con sus labios ardientes, murmuró
en voz baja: “— Ofreceremos un sacrificio a Kali, la Diosa del Deseo y de la Muerte, y ella nos
dará un hijo que será el dueño del mundo”. Aquella misma noche, el purohita, jefe del
sacrificio, vio en sueños al rey Kansa que sacaba la espada contra su hermana. En seguida fue a
casa de la virgen Devaki, le anunció que un peligro de muerte la amenazaba, y la ordenó que
huyese sin tardanza al refugio de los Edouard Schure – Los Grandes Iniciados 62 anacoretas.
Devaki, instruida por el sacerdote del fuego, disfrazada de penitente, salió del palacio de Kansa
y huyó de la ciudad de Madura sin que nadie se apercibiera. Por la mañana los soldados
buscaron a la hermana del rey para matarla, pero encontraron su habitación vacía. El rey
interrogó a las guardias de la ciudad, quienes respondieron que las puertas habían estado
cerradas, toda la noche. Pero en su sueño, habían visto quebrarse bajo un rayo de luz sombríos
muros de la fortaleza, y en aquel rayo, una mujer que salía de la ciudad. Kansa comprendió que
una potencia invencible protegía a Devaki. Desde entonces el miedo entró en su alma y odió a
su hermana con un odio mortal.