De Quimeras Rebeliones y Utopias
De Quimeras Rebeliones y Utopias
De Quimeras Rebeliones y Utopias
profesora en la Universiaad .
de Buenos- Aires e in:Ves-
tigqdora cid Consejo Nacio-
naí de Investigaciones Cientí-
ficas y· Técnicas de Argenti-
na. Tras una larga' experiencia _
en arqueologú.l y etnohistória
ha escrito este libro fascinan-
. te sobre la .vida del falso -·nca
Pedro Bohorques, cuyas %
ventura · se -desarrollawn en
los Andes peruanos y en los
valles Calchaquíes en el.norte
argentino .durante la primera ·
mitad del siglo XVII. ta
historia del tabulador y
carismático persoñaje le ha
permitido interrogarse' sobre.
la construcd.ón del imagina~
t.io acerca del dorado Paytiti,
rastrear 1a persistencia de la
memoria sobre lo~ 'incas y J as
estrategias de s.us~ dese; ndien-
tes durante la Colonia y
analizar la coriducta de l~
calchaquíes que conservaron
su independen~ia durante 20
años. El lárgo derrotero de
Pedro Bohorques, que trajo al
Nuevo"Mundo tardías apeten-
cias de conqu istadbr, de· "ca-
ballero imaginado 111 como los
identifica la autora y que a la
vez quiso ser rey I_nca,
permite reflexionar sobre la
fuerte incidencia de la menta-
lidad y la conducta barroca n
la notable aventura de la
América hispana.
DE QUIMERAS, REBELIONES Y UTOPIAS
Ana María Lorandi
DE QUiMERAS,
REBELIONES YUTOPIAS
la gesta del inca Pedro Bohorques
Primera edición, junio de 1997
Derechos reservados
ISBN 9972-42-071-9
CAPITULO 1
COMPLEJIDAD ETNICA Y CONFLICTOS SOCIALES
CAPITULO 11
LOS INKAS EN LA COLONIA
LA CONSTRUCCION DE LA MEMORIA
El mito de Inkarri 59
La memoria histórica .frente al trauma de la Conquista 61
Los nobles inkas frente al mundo colonial 66
El combate de los curacas andinos 88
La memoria utópica y "los medios de comunicación" 97
1. La iconografía 98
2. Las fiestas y ceremonias 104
3. La literatura 109
~a utopía como construcción de ideología 112
9
CAPITULO ID
LAS RUTAS DE LA UTOPIA
EL MARAVILLOSO PAYTITI
CAPITULO IV
PEDRO BOHORQUES EN EL PERU
CAPITIJLO V
CALCHAQUI
LA RESTAURACION DEL TAWANTINSUYU
CAPITIJLO VI
LA MUERTE EN LIMA
299
CAPITIJLO VII
EPILOGO
LA SAGA DE BOHORQUES
313
Bibliografía 331
. 10
PRóLOGO
11
teoría y de la praxis antropológica de Clifford Geertz." Creo que
De quimeras, si se tienen en cuenta su examen de las expectativas
sociales en periodos críticos, su indagación sobre el papel de los
milenios y de las utopías, su propia "descripción densa" de la vida,
de las fuentes y de los contextos de Pedro Bohorques, se ubica sin
duda en aquellas últimas vertientes de una historiografía antro-
pológica.
12
rigurosa a la par que apasionada, poética, incluso irónica en varios
pasajes. Pero el relato ha sido elaborado de tal suerte que vemos la
singularidad psíquica y existencial de un individuo - Bohorques-
desprenderse del cuadro de una totalidad social transida de cho-
ques y conflictos, recorrida por las grandes fuerzas económicas, po-
líticas e ideológicas, no sólo de la América española sino de la en-
tera civilización euroamericana del siglo XVII; y contemplamos más
tarde el proceso por el cual aquella misma individualidad se con-
vierte en el catalizador de los proyectos, las expectativas y las ener-
gías escatológicas latentes en las multitudes indígenas de los valles
calchaquíes. El trabajo de Lorandi ha insertado y articulado en la
trama mayor · de la vida colectiva la excepcionalidad histórica de
Pedro Bohorques, un hombre tan apartado de las generalidades de
su época, tan cercano a la locura y al extravío como para justificar
en pienitud la cita del Elogio erasmiano que pícside el epílogo de
este libro. La empresa historiográfica posee ecos de aquella otra
con la que Ginzburg recuperó para nuestra memoria la experiencia
simple, pero cíclicamente única y genérica, de Menocchio, el moli-
nero friulano del siglo XVI cuyas ideas y cuyo destino han queda-
do desde ahora estrechamente unidos a la fortuna intelectual de
Giordano Bnino, quizás el más grande filósofo del Renacimiento. 4
Claro que la ' lrrupción de Bohorques en el main stream del devenir
y su huella en la macrohistoria de la sociedad americana del Barro-
co fueron bastante más profundas que las dejadas por el encuentro
de Menocchio y sus jueces inquisitoriales en la dialéctica socio-cul-
tural del Renacimiento tardío, pero ambas biografías plantean ten-
siones semejantes entre lo excepcional y lo regular, entre lo excén-
trico y lo medular de un tiempo histórico .
·Í Cario Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo
XVI, 13arcelona, Muchnik, 1981.
13
dola ora "gesta", ora "saga". Digamos que, en cualquier instancia,
el resultado de estas investigaciones y de esta exposición se sitúa
con claridad dentro del campo de las descripciones verificables y
científicas. Pero no deja de ser uno de los mejores aportes del libro
de Ana María Lorandi el hecho de que buena parte de su materia
pertenezca al orden de los sueños y de los anhelos más atrevidos,
con lo cual se probaría que el hombre descripto por el inspirado
Próspero 5 puede llegar a ser un actor importante de la historia.
14
AGRADECIMIENTOS
15
He encontrado muchos interlocutores para discutir un -tema
tan apasionante como la vida de Pedro Bohorques. Quien sin duda
lo compartió con más intensidad y lo siguió paso a paso fue Ro-
xana Boixadós, con quien ya habíamos escrito un largo trabajo so-
bre los valles Calchaquíes. A ella mi mayor agradecimiento, además
de mi enorme afecto. Todos los restantes miembros de mi equipo
del Programa de Etnohistoria de la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires han tenido la gentileza de leer el
manuscrito y hacerme observaciones que agradezco especialmente,
entre ellas por su detalle y cuidado las de Ana María Presta . No
puedo de dejar de mencionar la ayuda cotidiana de Emilio Dalvit,
el secretario de la Sección Etnohistoria de la Facultad que me ha
alentado y apoyado con gran fidelidad y honestidad desde que se
incorporó al equipo en 1985. De la misma manera debo reconocer
la profesionalidad de la cartógrafa Blanca Daus que ha preparado
los mapas de esta -edición. Entre los colegas de la Facultad tengo
una deuda especial con José Emilio Burucúa que me brindó muy
interesante bibliografía, y muy particularmente con Celina Manzoni
por sus minuciosas y precisas correcciones estilísticas. No puedo
olvidar la erudita contribución de Gastón Doucet, de la Pontificia
Universidad Católica de Buenos Aires, que me ha salvado muchas
veces de cometer errores y que siempre ha estado muy cerca de
nuestro equipo. Debo reconocer también el apoyo que Enrique
Tándeter ha brindado siempre a mis trabajos.
16
mergirme sin obstáculos (como a otros cientos de iñvestigadores)
en el rico mundo del Archivo Nacional, así como a su amable se-
cretaria María Eugenia y también en Sucre a Gabriel Martínez y a
Verónica Cereceda. En La Paz, a los amigos de siempre, Roxana
Barragán y Ramiro Molina Rivera, Silvia Arze, Ximena Medinacelli,
Clara López, Laura Escobari de Querejazu, Fernando Cajías, Ricardo
Callas, Xavier Albó, Teresa Gisbert, Silvia Rivera, Mary Money,
Gilles Riviére y Luz Pacheco, Angelina Muñoz, Cristina Buba. En
Potosí a Juan Jáuregui y su esposa.
17
colaboración que he mencionado, si bien las personas menciona-
das no son responsables de los errores y omisiones que pude ha-
ber cometido.
18
INTRODUCCIÓN
19
cado, tras varias expediciones, localizar el fabuloso Paytiti, uno de
los tantos asientos de El Dorado que indios y españoles imaginaron
oculto en el corazón verde de la América del Sur. Como lo hizo
entre los indígenas que habitaban los ríos tributarios del Amazonas,
también en Calchaquí Bohorques se autoidentificó como descen-
diente de los inkas, y traspasando las fronteras de su origen penin-
sular, tratará de integrarse al mundo de los nativos como un des-
cendiente, aunque mestizo, de las panacas reales del Cuzco. Du-
rante toda su historia Bohorques se mantuvo a horcajadas de esos
dos mundos, aquel al que pertenecía por origen y nacimiento y
aquel al que aspiraba a integrarse, el de los indígenas, pero ocu-
pando un lugar de preeminencia gracias a su falsa identificación
con la nobleza derrotada en Cajamarca. Zigzagueando entre estos
dos espacios sociales y culturales, Bohorques puso en jaque el po-
der de la Corona de España y desconcertó a sus interlocutores con
su habilidad para manipular las lógicas, ocultas o manifiestas, de la
ambición de los funcionarios y de muchos miembros peninsulares
o criollos de la sociedad colonial. Sin embargo ha quedado como
un personaje marginal, al que la historiografía ha reservado en ge-
neral unas pocas líneas cargadas de menosprecio 1 . Bohorques fue
un hombre que oscilaba entre dos utopías, la de hallar el Paytiti y
la de recuperar el estado inka abatido por Francisco Pizarro y su
hueste en 1533. Dos utopías, irrealizadas, cuyas profundas raíces y
concreta vigencia en los siglos coloniales fueron interpretadas más
tarde, con la mentalidad liberal de fines del XVIII y sobre todo en
el XIX, como un~a especie de desvío vergonzante que era mejor si-
lenciar y olvidar. Sólo si comprendemos primero los síntomas de
rebelión que genera la multietnicidad del escenario y sus conflictos
políticos y sociales, así como la profunda vitalidad de esas quime-
ras y utopías en los siglos XVI y XVII, podremos enmarcar correc-
tamente al personaje que las sintetiza en su persona a través de su
gesta singular. Personaje que haremos casi desaparecer durante tres
capítulos para retomarlo después que el marco social e ideológico
en el que se desenvuelve haya sido construido .
Con excepción del libro ele Teresa Piossek Prebish, 1976. Es tamhién extenso el
tratamiento que hace del tema el jesuita Pedro Lozano (1784-85) en el libro V
ele su Historia de la Conquista del Paraguay, el Río de la Plata y el Tucunián.
Pero en esté caso , todo el texto ele Lozano se orienta a malquistar al lector con
el personaj~ .
20
Después de esta brevísima síntesis sobre el tema de este libro,
podríamos preguntarnos, ¿es posible escribir una historia en cierto
modo abarcativa de algunos aspectos de la realidad social siguien-
do el hilo de una vida, en nuestro caso la de Pedro Bohorques?, o
bien, ¿es posible que un solo personaje, que para colmo no ocupa
el centro de la escena política, resulte un recurso eficiente para re-
construir al menos algunos aspectos de la situación social del siglo
XVII en la América meridional? Las respuestas, al menos las que
considero medianamente válidas, pueden desprenderse de algunas
reflexiones que operen como introducción a la problemática que
trataremos de abordar.
21
lación de la conducta y los conflictos individuales o grupales con
la estructura de la sociedad. Como lo expresa Balandier (1990) si- ·
guiendo a Gurvitch, "lo social es a la vez lo creado y lo creador";
los actores sociales son protagonistas activos o pasivos de los gran-
des procesos políticos, y al mismo tiempo, pueden actuar tanto
como generadores cuanto como obstáculos del cambio. Desde este
punto de vista, la teoría del caos concibe al hecho social como un
drama, que se manifiesta tanto en sentido horizontal - eri el interior
de los grupos sociales- cuanto verticalmente - entre grupos jerár-
quicamente diferenciados. Y estas dos coordenadas del drama pue-
den expresarse tanto en conflictos como en alianzas, rompiendo
con la teoría marxista que sólo aceptaba el conflicto para las rela-
ciones verticales. Este punto parece sustancial para comprender el
entramado de relaciones y lealtades, que más bien parece determi-
nado por la comunidad de intereses en cada coyuntura, que con la
posición social relativa en cada segmento de la sociedad. Las rivali-
dades entre miembros de un mismo nivel jerárquico pueden ser
. tanto o más importantes que los conflictos de clase. En la historia
que trataremos de reconstruir (¿o construir?) la esperanza de hallar
un espacio en el nuevo mapa social americano, termina por colo-
car al protagonista en abierto conflicto con el segmento social al
cual pretende integrarse, el de los conquistadores y fundadores.
Por qué sucede esto y en qué entramado de intereses se inserta, es
lo que intentaremos narrar y discutir.
22
en esas fisuras. Entonces, no estamos frente a la lucha de un hom-
bre contra el mundo, sino dentro del mundo manipulando las op-
ciones aceptadas, semiaceptadas y también las prohibidas. En defi-
nitiva, es la historia de un honibre que circula en ese espacio am-
biguo donde se entrechocan los proyectos de dos sociedades dis-
tintas, la nativa y la española.
23
de que hayan transcurrido los siglos de colonización, sino porque
necesita ser manipulado conio sí estos cambios no hubiesen sobre-
venido .
24
vés de los hechos de su gesta, de los vericuetos de su compleja
personalidad y de la conducta individual y concreta ele los otros
actores que intervienen en la historia, se pueden ir observando y
discutiendo algunos elementos claves de las prácticas colectivas en
los siglos XVI y XVII en estos territorios conquistados y por con-
quistar de la América colonial. Por eso hemos escrito tres capítulos
que permiten enmarcar Ia historia de un individuo particular en el
contexto global de la época.
25
los rasgos más significativos del imaginario y de las prácticas de los
hombres en el singular escenario americano. Pero allí también se
describe la situación de las poblaciones indígenas, en especial la
dura resistencia calchaquí y sus efectos en la política del Tucumán
colonial. El último capítulo hace un repaso de esta historia, e in-
tenta descubrir las múltiples facetas de la personalidad de Pedro
Bohorques, que es a la vez uno y muchos hombres . Bohorques no
puede ser encasillado en ningún arquetipo, tiene algo de muchos
de ellos, pero no se ajusta plenamente a ninguno. Salvo, tal vez, al
extremo individualismo de los peninsulares, que los impulsó a tra-
tar de transformarse en héroes derribando molinos de viento . Y
Bohorques tampoco es totalmente un Quijote, aunque a veces lo
parezca. Porque es un Quijote que se escapa del molde concebido
por un autor; por el contrario es un hombre concreto y real; des-
pierta menos simpatía que el Quijote y cuando interviene en
Calchaquí pone en juego y en peligro la política regional y la com-
pleta conquista de un vasto territorio.
26
esta historia que afectó y movilizó en su momento a todo el vi-
rreinato. Y en cuanto a la selva peruana, el paso de Bohorques se
disolvió como una de las tantas tentativas frustradas para encontrar
el Paytiti. Bohorques no hizo en este episodio nada diferente a lo
que hicieron centenares de otros alucinados, pero cometió una im-
prudencia imperdonable: quiso fundar un imperio propio, tal como
un siglo antes lo había intentado Gonzalo Pizarra. Pretendió esca-
par de los moldes del estado de conquista y sojuzgamiento que
prevalecía y prevalece en nuestro continente.
27
CAPÍTIJLO 1
29
senso implícito, y no pocas veces explícito, de que la Corona no
disponía de suficiente información sobre las coyunturas locales
(algo que puede ponerse en duda), y que no comprendía ni respe-
taba los intereses de sus vasallos coloniales, ni el esfuerzo que rea-
lizaban para sostener esos reinos que aportaban tantas riquezas a la
metrópolis .
30
que tendía a otorgar una protección general a la población
nativa, fue objeto de constantes cuestionamientos y desobe-
diencias, provocando abusos flagrantes, o generando alianzas
entre los jefes étnicos y diversos actores públicos y privados
(corregidores y curas en particular; encomenderos, mineros y
hacendados) contrarias a los intereses globales de ambas co-
munidades y en especial a los de la Corona, creando un cli-
ma general de tensiones y desasosiego.
31
uniones, del status social de los padres, de los espacios socio-
culturales en los que se desenvolvían y de la época en los que se
producen.
32
nos" o los coetáneos regionales de los ya instalados y que llegaban
con una base firme para iniciar sus nuevas vidas en la colonia, de
aquellos, tal vez los menos, que carecían de apoyos locales y que
debieron ocupar un lugar netamente niarginal dentro de la estruc-
tura social y económica. Lockhart establece una clara sucesión en
las jerarquías que se fueron construyendo, con gradaciones por
momentos muy sutiles, que provocaron una particular dinámica de
incorporaciones y exclusiones, con movimientos alternativos de
tipo centrípeto y centrífugo entre los distintos miembros de la so-
ciedad peninsular, los criollos y los mestizos . Importaba la proximi-
dad del parentesco, las condiciones familiares, para el caso de los
migrantes las oportunidades existentes al momento del arribo, las
coyunturas políticas y sin duda, la capacidad de los individuos para
introducirse en las redes económico-sodales; o para iniciar nuevas
aventuras de conquista, si los espacios que se les ofrecían no se
correspondían con sus aspiraciones y expectativas.
33
medio de estrategias que estaban fuera de las reglas establecidas, e
incluso de las toleradas.
34
dro La Gasea, que pacificó el Perú y luego con la del Virrey Fran-
cisco de Toledo en la década de 1570, que lo organizó política y
fiscalmente, los problemas más acuciantes parecieron disiparse,
pero de hecho quedaron larvados y latentes, y los primeros brotes
comenzaron a asomar de nuevo en la segunda década del siglo si-
guiente. Conviene no obstante que, antes de avanzar sobre estos
levantamientos y rivalidades, echemos una mirada a la ideología
que se comenzó a construir en ese primer siglo de colonización,
porque allí encontraremos las claves que me interesa discutir.
35
Rodríguez y de Fray Domingo de Santo Tomás (Ugarte y Ugarte
1966). En ellas los curacas ofrecieron pagar las encomiendas en oro
y plata, según lo que se conviniese con su Majestad, cuando
vacaran las vigentes, pidiendo además restitución de tierras y otros
bienes tomados por los españoles. Querían estar "en cabeza de Su
Majestad". Un dato sumamente importante es que rechazaban las
pretensiones de los encomenderos de obtener jurisdicción civil y
criminal y las reclaman para sí:
36
bierno destos estados dependa y se gobierne de allá por
los reyes de Castilla y personas en su nombre, nacidas en
ellos y tengan también necesidad de las cosas de allá,
porque como arriba está dicho y apuntado, si la perpe-
tuidad se hubiese de encomendar generalmente, de aquí
a treinta o cuarenta años los descendientes destos naci-
dos acá se ha de creer, o a lo menos para proveer en ello
sospecharlo, serán extraiios de nuestra nación y enemi-
gos de ella, y, estando todos perpetuados, estarán unidos
y hechos un cuerpo, y es claro que serán el nervio y fuer-
za de estos reinos y fácilmente podrán levantarse y no
obedecer a los reyes de Castilla, aborreciendo, como es
cosa natural, ser gobernados por reino extraño, que por
tal tendrán ellos ese de España3
3 Carta de los Comisarios a S.M. sobre la perpetuidad y otras cosas. En: Nueua
Colección de Documentos Inéditos para la Historia de füpa11a y de sus Indias,
publicada por Francisco ele Sab{tlburu y José Sancho Rayón. Tomo VI: 47-268 .
Madrid 1896 . Imprenta de los Hijos ele M.G. Hernández. Esta Carta no tiene .
fecha , como lo confirma una nota ele los editores, pero debió ser escrita en
1562, debido a una referencia a 1561 hecha al comienzo.
37
cido en Espmia y conocerle". Los argumentos continúan en relación
con la prosecución de los intereses comerciales de la metrópolis,
que podrían verse afectados con una ruptura política. Otorgando
encomiendas por una vida, esa renovación aunque parcial, estaría
asegurada, además de permitir que el Rey ejerciese su generosidad
patriarcal, en beneficio de los beneméritos de las nuevas conquistas
o por señalados servicios a los intereses de estos reinos.
38
La frase del documento citado más arriba, y que subrayamos expre-
samente, así lo confirma, salvo que se anticipaban en dos siglos a
lo que podría suceder. La idea de España como Nación, que recién
se estaba construyendo en la Península, necesita ser prematura-
mente enarbolada en el Perú, dado que las distancias y las dificul-
tades ele comunicación hacían más difícil renovar y mantener vivos
los lazos ele filiación y los sentimientos ele fidelidad que lo acom-
pañaban.
39
de este tema, la palabra alianza no se utiliza en el documento cita-
do, pero está sobrevolándolo, como una sombra fantasmal.
40
estos temas . .Los asumieron como realidades quemantes sobre las
que había que prevenirse. Las mercedes de encomiendas y las mer-
cedes de tierras eran cesiones graciosas del Monarca, con lo cual
se aseguraba la lealtad de los beneficiarios, "otorgándoles respon-
sabilidades en la defensa y conservación del orden" como lo admi-
te Maravall con respecto a la propia España (1975: 72). Esto es do-
blemente cierto en el Nuevo Mundo, donde el choque entre la
multitud de intereses privados podría paradójicamente hacer invia-
ble esos mismos proyectos individuales. La amenaza del facciona-
lismo, no sólo asustaba a los funcionarios, sino a los propios colo-
nizadores que veían en ello un riesgo a su propia disolución y, en
definitiva, prefirieron aceptar la autoridad superior que ponía lími-
tes y que contenía las pretensiones desmesuradas de unos pocos
grandes en perjuicio de los demás . El perfil predominante de la so-
ciedad colonial estará dado por ia tensión permanente entre ias
reivindicaciones criollas y el peligro de la anarquía y la disolución.
De allí que la independencia, que se gesta tan temprano en la his-
toria colonial tarde tres siglos en ver la luz.
4 A pesar ele su importancia, dejaremos ele lacio los intentos ele Gonzalo Pizarro
para coronarse Inca .
41
nas facetas de su personalidad, que en cie1ta medida nos recuerdan
las de Pedro Bohorques, aunque sus vicisitudes hayan transcurrido
un siglo antes. Francisco de la Cruz fue doctrinero entre los uros
de Pomata, Chucuito y prior en el convento dominico de Charcas.
Llevando una vida plena de desviaciones teológicas, morales y po-
líticas fue procesado por el Santo Oficio en 1572 y quemado en
solemne Auto de Fe en Lima el 1 de abril de 1578 (Abril Castelló
1988). Al igual que Pedro Bohorques, fue educado por los jesuitas
y como él también tuvo una juventud disoluta y donjuanesca,
enmarcada más bien en los patrones del pícaro que en la del futu -
ro religioso. En su vida en el Perú parece haber manipulado mala-
mente una especie de "sincretismo" entre vida mundana y herejía
teológica. Tuvo un hijo con una mujer casada y cayó en manos de
una "bruja" mestiza, también llamada Francisca Pizarro 5, que crió al
niño como a un futuro mesías.
5 No debe confundirse esta Francisca Pizarra con la hija mestiza , del mismo nom-
bre, del conquistador del Perú , don Francisco Pizarro.
42
su De Procuranda Indorum Salute lo califica de "heresiarca de as-
tucia diabólica" y de ser el responsable de una conjuración "teoló-
gico-política luterana, mentada y montada por él para arrancar
definitivamente al Perú de la Corona Espmiola y de la Iglesia Cató-
hca .. ." (citado por Abril Castelló 1988: 16). Tan grave fue la historia
que se tejió en torno a sus actividades políticas consideradas como
"gran conjuración comunera", que ameritó la participación del pro-
pio Virrey Francisco de Toledo. La característica predominante de
la posible conjuración es que combinaba la rebeldía criolla con la
restauración del "hnperio del Sof' (ibídem: 22), ... "reivindicando a
sus soberanos y señores multiseculares" . A todo esto se mezclan
elementos mágicos , místicos-iluministas y los luteranos. Toledo te-
mía la reproducción de las guerras civiles y se llegó a suponer que
la conspiración se extendía hasta Quito, donde De la Cruz tendría
como "agente " al sacerdote Antonio Gaseo, en el Cuzco a Fray Pe-
dro de Toro y al jesuita Luis López que había dejado Lima sin que
se conociera su paradero.
43
la Independencia en el siglo XVII" 7 . Con este franciscano había via-
jado a Roma y a España el curaca de Jauja Lorenzo Limaylla que
17 años después volvería a la península para solicitar se concediera
a los caciques nobles una Orden de Caballería bajo la advocación
de Santa Rosa de Lima8 . Sin duda, Salinas y Córdoba debió tener
una fuerte influencia sobre el curaca de Jauja y un inspirador indi-
recto de sus luchas andinas. Una carra · del Obispo del Cuzco a S.M.
manifiesta que en 1635 le dio cuenta
44
En otra carta de 1-10-1637 el mismo Arzobispo del Cuzco, Fr.
]. de Vera dice que trató de cumplir la orden de S.M. de que se
procure "con disimulo" que Fr. B. Salinas sea enviado a España ,
pero que el fraile "había hecho convocar capítulo provincial para ir
con voto al capítulo general de su orden" con el apoyo del comisa-
rio y provincial de los franciscanos. Y que pasó a España de esta
forma y que da aviso a S.M. Sin embargo, según Santisteban Ochoa,
en el mismo documento, con fecha 27-4-1638, se consigna que Sa-
linas y Córdoba fue examinado en España y que "no le hallaron
cosa contra él de sustancia".
45
la conversión de los chunchos, para relatarle que habiendo ido a
Larecaja 11 en busca de un mulato que le pertenecía y había escapa-
do, tuvo noticias de que en la selva se habían refugiado muchos
descendientes de Inkas. Según le refirió, éstos lo acogieron con
mucho "regalo" y habiéndoles invitado a recibir la palabra del
evangdio, se mostraron dispuestos a aceptarla y a obedecer al rey
de España . Ante este éxito, Ramírez Carlos se dirigió a Lima y se
presentó ante el virrey quien le dio provisión dirigida al Obispo de
La Paz para que dispusiera lo necesario para una entrada de sacer-
dotes en su compañía. Ramírez Carlos pidió a Bolívar su apoyo,
quien lo presentó al Obispo, organizó y lo acompañó en la entra-
da . El primer aparente desacuerdo entre ambos nace cuando no
pueden encontrar a los supuestos inkas y Ramírez Carlos se mues-
tra incapaz de señalar un rumbo certero para localizarlos. El segun-
do inconveniente es cuando el sacerdote descubre que su compa-
ñero decía ser hijo de Melchor Carlos Inka, nieto a su vez de
Paullo Inka y bisnieto de Wayna Cápac, último Inka reinante antes
de llegada de los españoles. Ramírez Carlos hacía anunciar su lle-
gada a los pueblos por el mulato (recuperado) que tocaba un cla-
rín y se hacía venerar como Inka, para lo cual estaba provisto de
las vestimentas que así lo representaban 12 . Bolívar trató a veces de
desenmascararlo, pero Ramírez reaccionaba diciendo que el sacer-
dote quería que entrasen españoles para esclavizarlos y que sólo él
decía la verdad. Que traía la conversión pero que no serían someti-
dos ni obligados a trabajar para los españoles. De algún modo, por
su condición de mestizo, evidentemente bien cristianizado, su pro-
yecto se asemeja en parte al de Pedro Bohorques, aunque su histo-
ria no adquiere las dimensiones rebeldes de este último. Nunca
aclara sus verdaderas intenciones, pero en las entrelíneas del relato
de fray Bolívar se puede leer que propiciaba la existencia de un
Estado cristiano pero independiente del gobierno de los españoles.
11 Larecaja es un valle al oriente ele La Paz que da paso a las tierras bajas de b
cuenca amazónica.
12 En una ocasión, Ramírez Carlos le regaló a un cacique un traje inca ele cumhi
(telas muy finas , usados solo por determinados personajes y en ceremonias) .
46
cieran los supuestos inkas refugiados. Al final, convencieron a unos
indios para que saliesen a la ciudad de La Paz, con el propósito de
que conociesen los modos de vida españoles, quedando fray Bolí-
var como rehén hasta que regresaran. Ramírez Carlos, que acompa-
ñó la misión que subió a la sierra, los presentó como caciques y
principales de grandes señoríos, que venían a dar la paz y obe-
diencia al Rey, por lo cual las autoridades civiles y eclesiásticas de
La Paz los recibieron con toda pompa y deferencia. El franciscano
negará después que se tratase de caciques, admitiendo tan sólo
que eran indios del común que exploraban las posibilidades de ini-
ciar "rescates", o sea intercambios, con los pueblos de españoles.
Todos regresaron después y Ramírez Carlos volvió a reunirse con
fray Bolívar que mientras tanto había entablado sus propias relacio-
nes, no siempre del todo cordiales, con los indios.
47
de Esquilache, que estaba regresando a España y llevaría su carta,
había ·"ido padrino de bautismo del hijo del cacique que lo había
acompaflado. Por todo ello, pide mercedes y ayuda porque hasta
el momtrnto todo lo había hecho a costa de su propia hacienda. Es
evident1t que Ramírez Carlos no logró lo que esperaba y no hizo
nuevas entradas, o al menos no he encontrado constancias de ello.
48
los indios se comenzó a sumar el de otros componentes étnico-so-
ciales que buscaban un lugar en la sociedad.
49
Virgen y del Niño Jesús (Calancha y Torres [1639] 1972; Wachtel
1990: 378). Afirmaban que ellos no eran cristianos y que no obede-
cerían al rey. En un primer intento de represión fueron ejecutados
varios de ellos, incluso su jefe. Pero esto no los amilanó. Nombra-
ron en seguida su reemplazante, recapturaron las cabezas de los
ejecutados y reiniciaron los ataques. Los mismos Aymaras intenta-
ron reducirlos, en otros casos fueron tropas españolas, aunque
siempre sin éxito. En un momento los Ochosumas buscaron una
alianza con otros grupos Urus del Titicaca y del Desaguadero e in-
cluso los del lago Poopó . Los ataques a poblados indígenas y el
bandolerismo rural se prolongaron hasta finales del siglo XVII.
50
tizos y criollos ". Los expulsados de Puno se habían dirigido a La
Paz para reclamar justicia ante el corregidor, quien en vez de in-
vestigar sus denuncias pusieron en prisión a uno de sus líderes .
Ante este hecho , dice Alberto Crespo (1989) "los mestizos " envia-
ron emisarios al Cuzco y a Larecaja para reclutar gente. Corrió lue-
go el rumor que el cabecilla Antonio Gallardo sería ejecutado y los
amotinados tomaron la casa del corregidor y le dieron mue11e, jun-
to a otros miembros de su guardia, a la voz de "Viva el rey, muera
el mal gobierno" (Crespo 1989: 51). De La Paz se dirigieron a Puno,
donde en un breve combate fueron derrotados por las fuerzas
combinadas de los mineros y las autoridades, quedando acalladas
las denuncias sobre corrupción.
51
pos de respuestas. Por ejemplo, uno y otro bando incluían perso-
nas acaudaladas, pero en los escritos del bando de los Salcedo y
de las autoridades, se hablaba de los otros en términos de "delin-
cuentes y forajidos". El problema es complejo, y es peligroso hacer
generalizaciones apresuradas, Lo que se observa es una intrincada
red de factores que podían determinar el lugar que cada individuo
ocupaba en esa sociedad que se caracterizaba por una gran movili-
dad, tanto hacia arriba como hacia abajo. Es más, para Bernard
Lavallé (1978), el criollismo se vincula en particular con "el espíritu
de posesión" por los derechos adquiridos y es esencialmente
reivindicador y exclusivista. O como lo expresa Jacques Lafaye (1974;
citado por Lavallé), un espíritu de adhesión a "una ética colonial
de la sociedad". En el siglo XVII el panorama se complicó con la
constante llegada de nuevos contingentes de peninsulares, que
como esperaban los del siglo anterior, renovaban la sangre españo-
la, pero en realidad multiplicaban los frentes de fricción.
52
transformaron en rivales. En estos años, los vascos expulsaron a los
andaluces y entre éstos a los Salcedo, que debieron abandonar sus
asientos mineros y refugiarse en el pueblo de Juliaca. Allí se aso-
ciaron con los descontentos del otro bando durante el episodio an-
terior. El Corregidor Ángel de Peredo (que luego fue gobernador
del Tucumán), vasco de origen, se alió con sus coterráneos y volcó
el apoyo de las autoridades, incluido al virrey Conde de Lemos, en
favor de esta facción. José Salcedo fue ejecutado, pero su hermano
Gaspar, preso en el Cuzco, contó con ayuda y la simpatía de los crio-
llos locales.
14 Informe ele la Audiencia ele Lima, que gobernó entre el 17-III-166 y el 21-XI-
1667, por muerte del Virrey Conde ele Santisteban. (Biblioteca ele Autores
Españoles, Tomo CCLXXXIII, Los Virreyes Españoles en América Durante el
Gobierno de la Casa de Austria. Perú IV. Madrid, 1979.
15 Op. cit., BAA.
53
Obispo de La Cruz había fundado, algunos años antes, la misión de
Tarma en el oriente peruano, desde la cual accedió a las yungas
amazónicas y abrió el camino que luego seguiría Pedro Bohorques
en busca del Paytiti.
54
para colmo, de conspirador político y de sostener un proyecto utó-
pico de restauración del Imperio del Sol. El imperio del sol, re-
construido, ya sea en el corazón del Perú, ya sea en sus márgenes.
y en el centro de los conflictos los problemas de la mita minera,
sobre todo la de Potosí, que absorbía indios de una zona muy am-
plia del Alto Perú, todo ello acompañado por un altísimo nivel de
corrupción que el virrey Conde de Lemos trató de corregir sin de-
masiado éxito. Es el momento de mayor debilidad del Estado y del
más amplio despliegue de estrategias sectoriales e individuales de
todos los actores involucrados.
55
de encontrar su propio paraíso en el Nuevo Mundo . Siglos de fac-
ciones y bullicio, tal como lo habían previsto los Comisarios de la
Perpetuidad a mediados del XVI.
56
CAPÍTULO 11
57
A pesar de las campañas de extirpación de idolatrías y en ge-
neral de la labor evangelizadora, la transmisión oral de los mitos
andinos y sus reformulaciones conservaron toda su vitalidad duran-
te la Colonia, como se pone de manifiesto gracias a la "traducción"
escrita realizada por los cronistas. Y el trabajo de la memoria no
sólo se ejercita para dar coherencia y nuevos significados al
cosmos en el cual está inserto el hombre andino, sino en el hecho
más concreto de salvaguardar la memoria histórica, aunque en base
a un modelo europeizado, tal como se revela en la lucha empren-
dida por los descendientes de los reyes cuzqueños y otros señores
provinciales para obtener mercedes y privilegios reivindicando su
antigua nobleza . De todas maneras ambas formas de manipular la
memoria (el mito y las prácticas colectivas o individuales) son
diferentes, aunque sean interdependientes y se realimenten una a
la otra, porque cada una tiene su propia lógica y sus objetivos
particulares. Cuando el mito deriva en utopía tiende a la configu-
ración de una ideología de restauración, mientras que las luchas in-
dividuales o familiares se inscriben en la búsqueda de un
posicionamiento dentro del sistema colonial. Veremos en primer lu-
gar el mito para ofrecer un encuadre ideológico global. Sin embar-
go mis mayores esfuerzos se focalizarán en las otras prácticas de la
conservación de la memoria porque, a mi juicio, es la porción más
importante - aunque no toda- del fundamento empírico de la ideo-
logía ele restauración . Y además, porque la idealización del pasado
imperial necesitó primero descargarse de los contenidos negativos
acerca de la coacción ejercida por los cuzqueños en sus conquistas,
presentes todavía en la memoria de muchas de las poblaciones
andinas en los primeros años de la invasión española. Lo que nos
interesa rastrear es la conducta de esas élites, los cursos de acción
que tomaron esas "adaptaciones en resistencia" como las define
Steve Stern (1990). Esto sin embargo no le quita importancia al he-
cho de que la difusión y perduración del mito haya permitido que
forme parte, actualmente, de la cultura popular. Síntoma sin duda
ele la fuerza con que penetró en la conciencia de los hombres
andinos. Hay también otra razón: es probable que para un español
como Pedro Bohorques, que tratará de asumir la autoridad del
Inka , estas prácticas y reconstrucciones de la élite hayan influido
con más fuerza que los mitos para guiar su extraña conducta.
58
El mito de Inkarri
59
aquí una especie de síntesis, sobre el tema que nos interesa 2 , con-
sistente en afirmar que la cabeza del inka decapitado ha sido ente-
rrada y está creciendo hacia los pies.
Una vez restituidos cuerpo y cabeza Inkarri (el inka rey) resu-
citará y volverá para recuperar su reino. En opinión de Henrique
Urbano 0977), la idea de resurrección es de origen cristiano y
muestra desde temprano la ambivalencia y la amalgama de nocio-
nes que el mito refleja (citado por Flores Galindo, 1988: 48).
60
tra. Aunque por lo que el mismo autor expresa en su análisis, el
mito de Inkarri no puede ser entendido sin vincularlo con los mi-
tos de origen (elementos que, por cierto, están presente en la ma-
yoría de las versiones) y sin incorporar la noción andina ele la his-
toria cíclica, ni la sacraliclacl-diviniclacl de la figura del Inka, al mis-
mo tiempo que arquetipo o modelo y el único capaz de restablecer
el orden destruido por la invasión europea. En definitiva, el mito
colonial y sus versiones modernas conectan la imagen cosmogónica
del mundo, vigente en los tiempos prehispánicos, con la coyuntura
de dominación colonial. Es por ello que, así como el Dios cristiano
venció al Dios andino, sea éste Viracocha en sus múltiples advoca-
ciones, o sea el Sol, el Inka de los españoles (el Rey de España)
venció al Inka andino (el Inkarri o Inka rey). "Ahora no hay inkarri",
se dice en una de las versiones del mito. Desde la perspectiva que
el mito adquiere en los siglos coloniales, el Inkarri es un mesías
que retornará victorioso para vencer a los invasores extranjeros.
Primero debió ser vencido, para garantizar ese retorno y dar lugar
a la esperanza escatológica de recuperar el orden perclido 4.
4 El mito ele Inkarri ha siclo interpretado por muchos autores desde la óptica del
mesianismo, basados especialmente en el movimiento del Taky Onkoy, en la
actualidad fuertemente cuestionado (Gabriela H.amos 1992) . De tocios modos no
es ésta la oportunidad ele desarrollar mis opiniones al respecto en tanto mi
exposición tendrá un sesgo diferente. Para estas interpretaciones mesi{micas ver:
Curatola 1977; López-Baralt 1989; Millones 1973; Ossio 1975; Pease 1982; entre
otros.
61
para mostrar que eran descendientes de los Emperadores y la ele-
varon al Consejo de Indias.s En 1585 los pecheros o tributarios del
Cuzco presentaron otra Memoria para especificar los nombres de
las personas que ellos reconocían como legítimos descendientes de
los inkas.<' Estas movilizaciones legales se entrecruzaron con la de-
fensa ele los indios emprendida por algunos integrantes del clero y
otros funcionarios que respondían de manera directa a la influencia
lascasiana en el Perú. El paladín de estos reclamos fue Fray Domin-
go de Santo Tomás 7 , quien junto con el Padre Ba1tolomé de las Ca-
sas presentó en la corte española en 1560 la oferta de los caciques
(reunidos en San Pedro de Mama, Huarochirí), de pagar por las en-
comiendas lo mismo que los encomenderos que las pretendían en
perpetuidad; se proponía además que los indios tributaran directa-
mente a la Corona de Castilla. Estas dos vertientes de reivindica-
ciones tienen muchos puntos de contacto y entrecruzamientos,
pero al mismo tiempo podríamos describirlas como historias parale-
las . En razón del eje temático de este libro, la segunda vertiente de
reivindicaciones no podrán ser encaradas por el momento, pero no
he querido dejar de mencionarlas por su impo1tancia evidente .
62
Desde ya es oportuno señalar que no todos los curacas que
ejercieron sus derechos de reclamar ante la Justicia española po-
dían aducir ser descendientes de los reyes Inkas, pero muchos de
estos últimos trataron de demostrar, generalmente manipulando la
información que les proveía la historia oral, que pertenecían a al-
gunas de las panacas o linajes cuzqueños. En estos casos, las inten-
ciones de los Memoriales o Probanzas estaban destinadas a obtener
mercedes (o beneficios económicos) y cargos honoríficos en la es-
tructura jerárquica europea, conductas que muestran, a su vez, per-
files contradictorios que iré discutiendo en cada caso.
63
eminencia de cualquiera de las dos ramas de ancestros de un de-
terminado individuo.
e por esta rrar;on sería bien que su magestad les diese al-
guna cossa o les hir;iese merr;ed por ser tales
desr;endientes de yngas y conquistadores de todo este
rreyno .. . (Rowe 1985: 231).
65
donde reina el inconformismo. Cuando los valores tradicionales se
ven amenazados, se apela a las viejas situaciones de gloria y he-
roísmo para hacer frente a nuevas condiciones más coercitivas y
discriminatorias. Es entonces cuando se hace necesario "construir"
o "inventar" una tradición que resulte inteligible para los interlo-
cutores y/o dominadores del momento (Hobsbawm 1984) y que
consiste esencialmente en un proceso de "formalización y · rituali-
zación, caracterizado por referencias al pasado "if only by imposing
repetition". Inventar la tradición resulta así una de las formas de -
adaptación en resistencia, utilizando las viejas tradiciones para ser-
vir a nuevos objetivos.
66
en las luchas iniciales de la conquista y en las alternativas de las
auerras civiles fue tal vez el único que jugó un cierto rol propia-
ºmente político. Es así que podemos señalar los casos social y
económicamente exitosos de los hijos de Paullu y de algunas des-
cendientes mestizas -nacidas de las uniones de la élite cuzqueña y
de los conquistadores más ilustres y que adquirieron un alto status
social y económico- junto a otros cuyos privilegios sólo les alcan-
zaron para mantenerse fuera del esquema tributario y a veces tras
larguísimos pleitos.
67
Entre los descendientes de los últimos emperadores inkas exi-
tió un notorio antagonismo, producto combinado de las consecuen-
cias de las luchas por la sucesión de Huayna Cápac (que se esta-
ban produciendo al momento de la llegada de Pizarra al Perú) por
un lado, y por el otro como resultado de diferencias de criterio y
oportunismos para enfrentar la nueva situación colonial. Así suce-
dió con Manco Inka, que optó por rebelarse, y con Paullu Inka
que prefirió la vía de la adaptación y la negociación, siendo ambos
hijos de Wayna Cápac y medio hermanos de Atahuallpa y de
Huáscar. Manco Inka fue entronizado por Pizarra a la muerte de
Atahuallpa, pero Paullu fue también aspirante a lucir la borla inkai-
ca durante el periodo hispano-indígena de gobierno y para ello se
coloca ostensiblemente del lado de los intereses de los nuevos
conquistadores, aunque esta actitud respondía más a una estrategia
diferente -la de participar en el nuevo gobierno del Perú- que la
de traicionar limpiamente a su linaje y a su pueblo (Lamana 1994)8 .
68
co Cápac [I] "el padre mítico de la dinastía" , por el lado paterno, y
de la panaca del noveno inka, Pachacuti, por línea materna. Algu-
nos de los testigos de Callapiña fueron también los quipucamayos
que informaron a Toledo y a Sarmiento de Gamboa para su Histo-
ria Indica. Con esto se muestra el enlace entre la historia personal
o de un linaje con la historia de una nación, en este caso con la
construcción de la historia mítica del origen.
69
asilo en Vilcabamba. Su hijo Sayri Túpac era un niño de cinco años
en ese momento (ca. 1540) y el Estado neoinka fue gobernado du-
rante varios años por un regente y un consejo de notables. Durante
ese periodo los inkas desistieron de sus ataques a los asientos es-
pañoles y como reacción ante la traición de los refugiados que ha-
bían acogido, se dedicaron a reforzar las tradiciones nativas y a
mostrar un vivo rechazo a la utilización de técnicas europeas o a la
aceptación del cristianismo. Empero en 1557 Sayri Túpac se dirigió
a Lima y luego al Cuzco. Con este gesto abandonó la lucha de su
padre y decidió acogerse al amparo de los españoles que lo pre-
miaron con esplendidez. Al frente del gobierno del Estado neoinka
quedaba su hermano mayor Titu Cusí Yupanqui . Sayri Túpac fue
agasajado en Lima por el Virrey en una fastuosa recepción que lo
reconocía como "señor y rey del Pirú" según lo destaca Guarnan
Poma de Ayala ([1613) 1981: 409), con lo cual el autor establece
entre ellos una relación de igualdad 1º. Pero yo la llamaría de falsa
igualdad pues se limitó a los gestos rituales y en la práctica no se
le reservó ninguna cuota de poder efectivo, aunque los indios lo
reconocieran y honrasen como a su Inka, como dice el mismo
Guarnan Poma 11 . En retribución por haber dejado Vilcabamba y
convencidos de ·que con esto desaparecería el Estado neoinka, a
Sayri Túpac se le entregaron amplias mercedes de tierras en el va-
lle de Yucay, del cual fue nombrado Adelantado. Su principal re-
partimiento de indios estaba en Oropesa, donde los Inkas habían
tenido sus "casas de placer" . Las encomiendas concedidas a perpe-
tuidad a Sayri, repartidas en varios sitios se encontraban entre las
más ricas del Perú, con una renta estimada en 150.000 pesos. De
Lima, Sayri se dirigió al Cuzco, donde otra vez fue recibido con
10 Para la relación entre los discursos de los cronistas y las prácticas puede verse
Cynthia Pizarra 1992: Discursos y prácticas sobre el poder. Hacia, una
racionalidad latinoamericana. Tesis ele Licenciatura, Facultad ele Filosofía y
Letras. Universidad ele Buenos Aires .
11 Calancha relata una anécdota que revela que Sayri Túpac tenía perfecta noción
ele este cercenamiento de su poder. El Arzobispo de Lima lo invitó a comer y
ele sobremesa depositaron una fuente dorada con las cédulas donde se le
concedían las mercedes de tierras e indios. Ante este hecho, Sayri, ".. . tomó la
sobremesa que tenía delante, que era ele terciopelo y estaba guarnecida con un
fleco ele seda , i arrancando una hebra de fleco con ella dijo al Arzobispo: todo
este paño y su guarnición era mío, y ahora me clan este pelito para mi sustento
y de tocia mi casa .. ." ([1638] libro II, cap. XXIX: 1976: 1033) .
70
gran pompa. Las fiestas de su entrada al Cuzco, luciendo la mas-
capaicha que había pertenecido a Atahuallpa, reflejaron la perdura-
ción de los rituales indígenas en las grandes entradas y la corona-
ción de los emperadores, renovando así un conjunto de acciones
plenas de significados. Tanto a los indios del común en cuanto es-
pectadores, como a los miembros de los linajes reales cuanto co-
partícipes de la recepción, esa entrada solemne les permitía conser-
var la ilusión de no haber perdido el poder, ya que toda autoridad
(aún en los tiempos presentes) no se puede ejercer sin ser legiti-
mada con un ritual o sea que no existiría sin él. La cara inversa de
estos gestos fue que, dadas las circunstancias históricas, el ritual no
insufló un verdadero poder, más allá de los contenidos simbólicos
que los indígenas le otorgaban. Sayri vivió relegado en su palacio
en el valle del Yucay y murió, probablemente envenenado, en 1561
a los veinte años. Los españoles se quedaron sin un inka que estu-
viera dispuesto a acatar libremente el sometimiento de su antiguo
imperio. Su única hija fue llamada Beatriz Clara y sería una de las
más ricas herederas del Cuzco.
71
Titu Cusí la mascapaicha fue entregada a Túpac Amaru (1) 12 , firme
defensor de las tradiciones andinas con su paralelo rechazo a todo
lo español. Francisco de Toledo, a la sazón virrey del Perú, decidió
enviar una expedición para combatir a Túpac Amaru que fue final-
mente apresado y conducido al Cuzco. Tras i.m juicio sumarísimo,
Toledo condenó a Túpac Amaru bajo los cargos de haber goberna-
do un Estado que agredía el dominio del rey de España en el Perú
y de favorecer y practicar la idolatría, además de responsabilizarlo
de las muertes de los españoles acusados del asesinato de su her-
mano Titu Cusí.
12 No debe confundirse este Inca con José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru
(II) que lideró la rebelión ele 1780 en el sur del Perú.
13 Vega Loaiza [1590] 1948, citado por Hemming 1982: 552.
14 En una biografía anónima del gobierno del Virrey Toledo se relata lo siguiente:
"Pusieron la cabeza en el rollo , donde solo otro día estuvo hasta que anoche-
ció , que la mandó el Virrey quitar, porque los indios, digo multitud copiosa, se
estaban en la plaza mochánclola, ni querer apartarse del , allí. Tal era la venera-
ción en que los indios eran tenidos , que aún después de muertos hacían esto
con ellos " ( Colecciún de Docwnentos inéditos relatiuos al Descubri1niento, Con-
quista y.. Luis Torres ele Mencloza , ecl. Madrid, Imprenta Frías y Cía., 1865.
Tomo VIII: 281.
72
beza fue luego enterrada junto al cuerpo. Al mismo tiempo, Toledo
hizo incinerar varias momias de Manco U y Titu Cusi que habían
sido trasladadas al Cuzco desde Vilcabamba, tratando con ello de
borrar todas las huellas que favorecieran el recrudecimiento del
culto a los inkas y de su simbolismo de reivindicaciones imperiales.
73
voluntad de incorporarse al nuevo medio político y social de la Co-
lonia. Incluso llegaron a utilizar en beneficio personal documentos
oficiales, hechos en principio con otros propósitos, como la "De-
claración de los Quipucamayos a Vaca de Castro" también titulado
"Discurso de la descendencia y gobierno de los Ingas", recogidos
por orden del Gobernador Vaca de Castro entre 1541 y 1544
(Duviols 1979 15 ) . El texto final que ha llegado a nuestras manos
pudo haber sido redactado entre 1603 y 1608 por la pluma del frai-
le agustino Antonio Martínez 16 que obraba como procurador de los
intereses de los descendientes de Paullo Inka. En el Discurso se
hace alusión a que sólo se considerará a Huáscar como legítimo
sucesor de Wayna Cápac 17 , puesto que sus hermanos Atahuallpa y
Manco Inka eran bastardos en razón de que sus respectivas madres
no pertenecieron a la nobleza real.
15 La primera edición ele este documento en 1892 se debe a Marcos Jiménez ele la
Espacia. (Transcripción del manuscrito ] 133 ele la Biblioteca Nacional ele
Madrid). Los quipucamayos interrogados pertenecían al pueblo ele Pacaritambo,
lugar reputado como el origen ele la dinastía incaica que luego abandonó el
lugar para migrar hacia el Cuzco.
16 "En 1603 las panacas del Cuzco redactaron un poder y "probanza ele su
clesceclencia" para que los mestizos Melchor Carlos Inca, Alonso ele Mesa,
Alonso Márquez y el 'capitón gacilaso ele la vega ynga uezino ele la ciudad ele
Uaclajoz' solicitaran mercedes en su nombre a la Corona" (Iwasaki Cauti 1986 y
1993).
17 Huayna Cápac fue el último inca reinante y falleció en Quito antes del arribo
ele los españoles al Perú. Sus hijos , Atahuallpa, que se encontraba en Quito, y
Huáscar, en el Cuzco, competían por la sucesión ele su padre en el momento
en que Pizarro encuentra al primero ele ellos en Cajarriarca.
74
de la época, eran pasados a simples tributarios (Del Río 1990). Lo
mismo intentó hacer el Virrey Toledo en 1572 con la mayor parte
de los hijos de Paullu Inka, empeñado en reconocer sólo a los na-
cidos de la unión consagrada por el matrimonio cristiano (Temple
1949: 47 y ss.). La preocupación del último redactor del Discurso
de los Quipucamayos consiste en demostrar que en tanto Huáscar
no dejó hijos legítimos, el último descendiente reconocido era
Paullo Inka, hijo también de Wayna Cápac y de Añas Collque hija
del señor de Huaylas. "Le noyau du Discurso n'est qu'une apoligie
de Paullu [que] 'fue persona de mucho valor y de buen entendi-
miento, e muy brioso'" (Duviols 1979: 586). En el texto se destaca
que Paullu fue aceptado como señor natural por los indios y no-
bles del Callao, de Charcas 18 y del conjunto del país, así como sus
méritos al reconocer rápidamente el poder español, acompañar a
Diego de Almagro en su expedición a Chile y salvar a las tropas de
Gonzalo Pizarra extraviadas en Vilcabamba. Fue además el primer
mierúbro de la Casa Real cuzqueña en aceptar el bautismo, con el
nombre de Cristóbal Paulo Tupa Inka o Cristóval Vaco Tupa Inga
(Temple 1937: 289). Aunque esto lo hizo casi al final de su vida,
había sido antes un público practicante de sus ritos "paganos" y en
su casa se festejaba el Inti Raymi con ostentación del ídolo de pie-
dra que antes coronaba el cerro sagrado de Huanacauri. Su conver-
sión redundó en beneficio de sus hijos y de sus reclamos. Con to-
dos estos argumentos el autor del Discurso trató de legitimar la
descendencia de Paullo Inka, en pa1ticular la de su hijo mayor Car-
los Inquill Tupac Inka, casado con "señora muy principal" [doña
María Esquivel, española], y al hijo de éste Don Melchor Carlos In-
ka. De resultas de estas gestiones Fray Antonio Martínez consiguió
que le pagaran a Don Melchor el traslado de su familia a España y
que se le otorgaran una cuantiosa renta, el hábito de Santiago y
una plaza en la Casa real1 9 .
18 Paullu Inca parece haber tenido una vinculación especial con el Collasuyu,
provincia meridional del Tawantinsuyu , aparte ele sus relaciones familiares
establecidos en Copacabana. En la bibliografía existen elatos dispersos sobre
este rema, que podría ser muy importante para entender varios aspectos
confusos del gobierno inca, y sus particulares derechos sobre algunas regiones.
Esto se vincula tal vez con el ejercicio simultáneo ele gobierno por varios
miembros ele la familia real (ver Parssinen 1992).
19 Duviols cita también varias Probanzas presentada por Melchor Carlos Inca. El
75
Como lo veremos en el capítulo respectivo, Pedro Bohorques
tratará de convencer a algunos españoles y a los indios del Tucu-
mán de que era descendiente de esta rama de reyes inkas, dicien-
do que era nieto de Cristóbal o sea de Paullu . Lo más probable es
que no haya tenido ninguna relación con este linaje, pero cono-
ciendo la historia del paso de estos nobles a la península, pudo
hacer uso de esta información para obtener crédito e impulsar su
proyecto-personal. Si hubiese tenido, al menos, una lejana relación
con los inkas, habría intentado presentar un Memorial con su ge-
nealogía pero, por lo que sabemos hasta ahora, nunca lo hizo.
76
ellos un largo proceso por la herencia y los derechos de
preeminencia de su padre. En las exequias de Paullu, aunque reali-
zadas por el rito cristiano, no faltaron las manifestaciones ceremo-
niales inkaicas . Abierta o secretamente estas últimas convocaron a
todos los indios del Cuzco, poniendo en alerta a las autoridades
que observaban con preocupación la persistencia de las antiguas
creencias gentiles y el vigor que manifestaban. Estos ritos fueron
relatados con más o menos detalles por cronistas como Cieza de
León, Cristóbal de Molina el Almagrista y Bernabé Cobo.
77
quedaron prisioneros entre dos mundos, obligados a legitimarse a
través de tradiciones que no podían olvidar y a consolidar posicio.:.
nes en el medio colonial gracias a los servicios en favor de Su Ma-
gestad. En mérito a su habilidad para colocarse del lado más favo-
rable a los acontecimientos, conducta que también seguían los es-
pañoles sin demasiados cargos de conciencia, Paullu conservó su
preeminencia hasta su muerte, aunque en realidad fue Ún fácil ins-
trumento de los intereses encontrados de los españoles. Paullu tras-
mitió a sus hijos su ansiedad por la integración al mundo colonial,
aunque contradictoriamente, no pudieron sostener sus pretensiones
sin apelar en cada caso a su antigua nobleza imperial. Los llamados
hijos bastardos de Paullu formaron luego el linaje de los Sahua-
raura. Algunos fueron informantes del cronista Bernabé Cobo, con
lo cual, una vez más, tenemos pruebas de la constante reconstruc-
ción de la memoria histórica y de las alteraciones que pudo sufrir
según la posición que los relatores ocuparan dentro de la antigua
jerarquía cuzqueña. El rastro de este linaje de los Sahuaraura puede
seguirse hasta el siglo XIX y lo notable es que a pesar de la inte-
gración al mundo colonial se renuevan constantemente los matri-
monios con otros descendientes de diversas panacas reales, o con
curacas provinciales. Los Sahuaraura participaron del lado español
en las rebeliones de Túpac Amaru II en 1780 y fueron militares de
los ejércitos del Rey, o algunos también abogados y ricos hacenda-
dos. (Temple 1949).
78
La asimilación de Don Carlos a la cultura europea fue muy
intensa. Fue educado para ello con especial esmero, al punto que
pudo casarse con una mujer española, María Esquive!, que si bien
no pertenecía a una de las grandes familias del Cuzco, tenía un
rango suficientemente importante como para ser aceptada por un
descendiente de los emperadores inkas. De más está decir que los
matrimonios de hombres indígenas -aún de nobles- con mujeres
europeas fueron escasísimos en la Colonia y una muestra evidente
del prestigio que conservaban los miembros de la familia legítima
-y cristianamente constituida- de Paullu. Don Carlos fue condiscí-
pulo del Inka Garcilaso de la Vega, y juntos participaron de las gran-
des fiestas de Corpus Christi y las que tuvieron lugar para saludar
la entrada de Sayri Túpac al Cuzco y su sumisión al Rey de Espa-
ña, aunque respecto de las fiestas, y en particular del lugar destaca-
do reservado al inka y los nobles, Garcilaso dice que era para "ha-
cer alguna demostración de que aquel Imperio era de ellos" 2º.
79 .
Todas estas circunstancias provocaron no pocos recelos en el
desconfiado Virrey Toledo. Sin embargo, no eludió representarlos
en los famosos paños con las figuras de los inkas ordenados para
acompañar la Historia Indica de Sarmiento de Gamboa y que lue-
. go se perdieron en España. Las investigaciones llevadas a cabo
convencieron al Virrey de la vitalidad que mostraba la antigua tra-
dición, y temiendo una alianza de los que vivían en el Cuzco con
los rebeldes de Vilcabamba, inició un juicio contra ellos en 1572 .
Toledo acusó a Carlos Inga, a Felipe Sayre, a Alonso Tito Atauche 22 ,
a Agustín Conde Mayta y a Diego Cayo de haber estado en comu-
nicación con Tito Cusi 23 para alentarlo a no salir de Vilcabamba y
reservar allí un foco sedicioso hasta que hubiese oportunidad de
levantar a toda la tierra (Levillier 1935: 363-396). En 1572, los su-
puestos amotinados fueron sorpresivamente arrestados y proce-
sados quitándoles sus propiedades y beneficios, incluso el palacio
Colcampata que Toledo convirtió en un fuerte.
22 Alonso Tito Atauchi, era nieto de Huayna Cápac, habiendo siclo su padre un
partidario de Huáscar junto a quien murió, después ele haber participado tam-
bién de algunos ataques a los españoles . Aparentemente don Alonso era el úni-
co sobreviviente ele la panaca de Huáscar, según el cronista Sarmiento de
Gamboa, y desde muy joven había colaborado con las autoridades españolas
para sofocar la rebelión ele Francisco Hernández Girón. En premio se le otorgó
en 1555 el título hereditario dé Alcalde de los Cuatro Suyus, se le autorizó a
usar la mascapaicha y escudo de armas. Este no fue el único alcalde indio
nombrado por las autoridades del Perú. Cañete había nombrado en Quito a
Mateo Yupanqui, con autoridad para arrestar españoles. Lo mismo sucedió con
don Diego de Figueroa y Cajamarca, nieto de Apo Guacal, uno ele los capitanes
de Huayna Cápac. Se opuso a Gonzalo Pizarra que lo exilió a Chile de donde
escapó a México, regresando en compañía ele La Gasea. Llegó a ser Alcalde Ma-
yor de toda la provincia ele Quito, obedecido por los curacas en tocios los asun-
tos judiciales . En · 1a misma jurisdicción, pero esta vez en la ciudad ele Gua-
yaquil, el curaca Pedro Zambiza colaboró en la defensa de la plaza ante un ata-
que ele Francis Drake y en recompensa fue nombrado capitán y alcalde mayor
ele los naturales ele Guayaquil y luego sucedió a Diego de Figueroa y Cajamarca
como Alcalde Mayor ele Quito. Zambiza se hizo pintar un retrato donde se ob-
servan los ornamentos faciales ele oro, gorguera española y dos lanzas en las
manos. Todo lo cual demuestra el sincretismo cultural que se conforma en tor-
no a estos personajes que están a caballo entre dos mundos (Hemming 1982:
464 y notas 14 y 15; Espinoza Soriano 1960: 24-25; 34-37).
23 Estos acontecimientos se produjeron antes ele la captura ele Túpac Amaru y
cuando Toledo todavía ignoraba que Titu Cusi había muerto . De todas maneras,
el juicio continuó después ele la ejecución ele Túpac Amaru.
80
Toledo parecía obsesionado con "ese semillero de inkas" y
los peligros que significaban para los negocios del reino. A pesar
de la notoria fidelidad de Don Carlos hacia los españoles, fue im-
putado de participar en un complot, por lo que Toledo lo senten-
ció, junto a los otros acusados, a perder sus bienes, a ser expulsa-
dos del Perú y llevados a Nueva España. La fuerte oposición de las
autoridades de la Audiencia de Lima puso freno al proceso, con el
consiguiente disgusto del Virrey. El resultado fue que las acusacio-
nes debieron ser desactivadas, logrando que en 1574 el rey revoca-
ra las sentencias 24 . Don Carlos pudo finalménte recuperar parte de
sus bienes, con excepción de su palacio de Colcampata.
24 Este proceso culminó con el juicio ele residencia del Dr. Loarte que lo había
sustanciado. Se lo acusó ele parcialiclac.l y ele haber alterado los testimonios e.le
los testigos bajo amenazas y tormentos. El juicio al Dr. Loarte contiene 3000
folios (Levillier 1935).
81
rrollo de la presente argumentación. Los vínculos de parentesco en-
tablados originariamente entre los Inkas y los señores provinciales
se renovaron con las nuevas alianzas matrimoniales en el periodo
hispano. Por lo tanto, las reivindicaciones y la reconstrucción de la
memoria histórica, por cristalizada que haya estado, tuvo una nue-
va fuente de alimentación en la propia dinámica colonial. Don Juan
Bustamante Carlos Inka dedicó 30 años de su vida a escribir para
defender su prosapia nativa. Ya en España, ya en el Cuzco, se ocu-
pó de reunir las Probanzas de su nobleza, trabajos que inició en
1734 (Temple 1947 : 188) . Consideraba que la suya era la única
rama legítima de los descendientes inkaicos que sobrevivía en el si-
glo XVIII, y desbarató los intentos de un falso inka, llamado Juan
Vélez de Córdoba que intentaba una rebelión en Oruro (Temple
1947: 291; Villanueva Urteaga 1958). Incluso reclamaba para su fa-
milia los derechos sobre el vacante Marquesado de Oropesa que
había caído en la línea de Sayri Túpac. Aunque estas pretensiones
no fueron atendidas, contaba con la benevolencia de Rey frente a
sus pedidos de recompensa, para lo cual se le ordenaba informase
sobre los descendientes de los inkas que residían en el Perú.
Pero lejos está que fueran los únicos que reclamaban excep-
ciones y privilegios recurriendo a los mismos procedimientos. Si
bien las informaciones sobre los hijos de Huayna Cápac son por
momentos muy confusas, sobre todo en lo referente a las madres
de cada uno de sus hijos, a raíz de los cambios de nombres y los
grados de parentesco que unían al soberano con sus respectivas
esposas cuzqueñas, muchos otros hijos fueron habidos en las unio-
nes con mujeres de los linajes de los caciques sometidos. Como vi-
mos, algunos autores afirman que Huayna Cápac tuvo 200 hijos.
Las prácticas de reciprocidad que el Inka debía mantener con los
señores étnicos, lo obligaban a afirmar sus alianzas políticas me-
diante uniones parentales. De allí que dejaron hijos sembrados a
todo lo largo del Tawantinsuyu.
82
que lo fue de Francisco Pizarra y luego casó legítimamente con
Francisco de Ampuero (ambas hermanas podrían haberlo sido tam-
bién de Paullu). Ampuero reclamaba por los bienes y derechos
antiguos del linaje materno de su esposa (Pease 1990a).
25 Este autor cita un documento titulado "Filiación y Demás Autos " (Padrón
General. de los Indios ele la Provincia ele Cajamarca confeccionado en el año
1771 , registrado como "Yncas lexitimos que se hallan libres ele Tributos y de
otros Servicios Personales " a los descendientes ele Don Cristóbal Tito y Don
Gonzalo Tito Uscamayta (Archivo Horacio Urteaga). que transcribimos a
continuación, donde se legitiman los descendientes ele Túpac Inca .
"FILIACIÓN ... fechos por parte del Alferes D. Francisco Bautista Yopangue
natural ele la villa ele Caxamarca la Grande del Perú ele la parroquia del señor
San Pedro sobre ser descendiente legítimo ele Topa Inga Yupangue Señor
natural que fue en la gentiliclacl deste Reyno del Perú del origen de la Ciudad
del Cuzco. D. Xristóbal Tito Gualpa Yupangue es legítimo del sobredicho y ele
éste es D. Gonzalo Picho Uscamayta Gualpa, padre ele Don _Toan ele Clüvez
Tito Uscamayta hermano legítimo ele Doña Francisca Mama Ocllo mujer ele Don
Pedro Coyotopa; hija clesta Doña Inés Ana ñusta mujer ele Don Pedro
Yupangue; su legítimo subsesor Don Francisco Tito Yupangue. A quien el real
Gobierno Superior e.leste Reyno declaró por hijodalgo y descendiente y noble, a
tres ele abril de mil seiscientos noventicinco años con permiso ele poner su s
83
la especial característica de renovarse constantemente y también la
virtud de facilitar el acceso a los reconocimientos y beneficios
solicitados 26 .
Armas en la puerta de su casa y licencia para ceñirse espada y daga, como tal
subsesor legítimo de los Ingas sobre dichos. A Don Gonzalo Picho Uscamayta
Gualpa le hizo merced, Su Magestad (q. Dios g .e.) de gloriosa memoria: el
Señor Emperador Don Carlos Quinto, por una real Cédula su data en Valladolid,
a nueve de mayo de 1545 años. Consta de fs . 5 destos Autos que está
obedecida y mandada guardar por la Real Justicia desde Caxamarca en tres ele
agosto ele 1697. As. ".
26 Se pueden ver ejemplos en diversos documentos del A.G .I citados por
Santisteban Ochoa 1963 . 30-VII-1602 Provisión ciada por el Virrey del Perú don
Luis ele Velasco a favor de los Ingas Jatun Coseos para que no sirvan en
servicios personales y otros privilegios ; Encomiendas, mercedes y privilegios
concedidos a las familias de descendientes ele los Incas y a los herederos de D.
Pedro Pizarra , Marqués ele Valvei·cle y Caracena , Inclif. 1612, Años 1606-1829;
entre otros muchos, además ele los citados en texto.
84
latente, que podía llegar a tener éxito en sus larvados o explícitos
cuestionamientos de la legitimidad del dominio de la Corona de
España en sus nuevos reinos . De allí que hicieran renovados es-
fuerzos para limitar las prebendas concedidas a estas élites, mien-
tras que por su parte la Corona, celosa de los derechos nobiliarios
aunque fuesen los de los nativos, los convalidaba en general.
... la memoria del Inga está más viva y, aunque de los in-
dios en lo venidero, no aya tanto que temer, se debe rece-
lar justamente de muchos descendientes de los Inkas que
oy dia viven y por no tributar ni tener servicios persona-
les a que acudir están ricos y poderosos y estos podrían
inquietar, induciendo gran número de mestizos y gente
española y perdida que habita todo el Callao y los unos,
por el parentesco y dependencia que con ellos tienen y los
otros por dádivas o natural inquietud, podrían causar
alguna sedición en este Reyno, hallando acogida y to -
mando por cabeza a algún hijo o nieto del Marqués, que
siendo criollo, inconstante y fácil, sería posible que
atropellase las obligaciones con que nació (énfasis mío) .27
85
Este párrafo podría ser aplicado perfectamente a los manejos
que Pedro Bohorques hace de la memoria histórica de los inkas, ya
que, en la mentalidad de las autoridades coloniales, responde al
perfil de esa "gente española y perdida". Pero por el momento vea-
mos algunos puntos que interesan al tema presente . Para comen-
zar, el Virrey se muestra preocupado por la reiteración de solicitu-
des sobre las mercedes que se otorgaron en el siglo XVI a los
miembros de las panacas reales. En sus palabras asoma velada-
mente el estigma que siente por ellos, pues a pesar de que osten-
tan títulos de nobleza española podrían inquietar a la población
" ... por no tributar ni tener servicios personales a que acudir ... ".
Algo así como decir que, en realidad, por su condición de venci-
dos y sometidos deberían tributar y que bien agradecidos podían
estar por las concesiones obtenidas. Se lamenta de que sean ricos y
poderosos y que con esto mantengan viva la memoria del Inka y
pone la alerta sobre el hecho ele que sean ·criollos, es decir nacidos
en el Perú y que tengan muchos parientes que se les podrían unir
en intentos sediciosos. Este es el punto: la reproducción de estos
privilegios coloniales otorgados a la casa real destituida les había
permitido obtener una preeminente ubicación en la nueva sociedad
peruana, bajo cuyo amparo podrían subvertir el orden colonial. A
pesar ele estas protestas y recelos, el virrey le concedió a Ana Ma-
ría Loyola y a su esposo una pensión ele diez mil ducados, la crea-
ción ele un feudo semiautónomo, con plena jurisdicción sobre sus
fincas de Yucay. Estos eran privilegios desusados, aún para los es-
pañoles a .quienes se les había negado ia jurisdicción sobre sus en-
comendados, por considerarlo una práctica feudal que no quisieron
reproducir en los nuevos reinos conquistados por España.
86
nacido en la tierra. En el derecho de Castilla, estaba vigente el jus
salís que podía llegar a otorgar sustento jurídico a las reivindi-
caciones separatistas, una amenaza que siempre estuvo pendiente,
como espada de Damocles, sobre la suerte de los reinos de ultra-
mar. A los ojos de las autoridades virreinales, el mestizaje y el crio-
llismo encerraban una mezcla explosiva, que debía ser celosamente
vigilada. Por eso el rechazo manifiesto a reconocer los antiguos
fueros de las élites inkaicas, aunque hubiesen sido considerable-
mente limitados.
28 La bibliografía sobre Juan Santos Atahuallpa es muy extensa. Aparte de las cró-
nicas, entre las obras modernas se pueden citar: Francisco A. Loayza, Juan San-
tos el Invencible. Lima, 1942, Los pequeños grandes libros de Historia America-
na. Serie I, vol. II. ; Stefano Varese, La sal de los cerros, 2a. ed., Lima, Retablo
de Papel, 1973; Alonso Zarzar, ·Apo Capachuayna, Jesús Sacramentado ... Mito,
87
El combate de los curacas andinos
88
dependiente o simultánea en estas Probanzas o Memoriales. La pri-
mera como ya vimos y que obviamente siempre está presente, se
refiere a la pureza del propio linaje, absorbiendo el modelo
patrilineal español. La segunda y tercera pudieron o no ser utiliza-
das simultáneamente, según las circunstancias y la amplitud de los
reclamos. Una de ellas se refiere a los se1vicios que pudieron pres-
tar a los españoles, ya sea militares (como "indios amigos" contra
los de Vilcabamba o en las guerras civiles), fiscales (en el cobro de
los tributos), o religiosos (en las campañas de extirpación de idola-
trías), según lo que en cada caso se considerase pe1tinente. La otra
se refiere a sus vínculos y se1vicios con respecto a los Inkas, que
les hicieron merecedores de privilegios dentro ele la estructura polí-
tica del Tawantinsuyu. Estos últimos alegatos fueron adaptados a la
mentalidad europea, la "nobleza" adquirida o de privilegio ("inkas
de privilegio"); haber participado de una organización fuertemente
jerarquizada y rodeada de los respectivos símbolos de poder que la
avalaban, como se expresa en el conocido caso del "Memorial de
Charcas" (Espinoza Soriano 1969); matrimonios políticos con miem-
bros de la casa real y aún con el mismo inka reinante; el hecho de
que el Inka hubiera tomado hijos de los señores para servirse de
ellos como yanas (que lejos de ser considerado un deshonor era
enarbolado como una distinción) u otras pruebas de valor semejan-
te. Un caso bien estudiado es el de los caciques Apoalaya de Canta
que, además de disfrutar de antiguos derechos preinkaicos, decían
que uno de sus antecesores fue hermano de Huayna Cápac y otros
miembros del linaje, vinculados a los inkas por mujeres otorgadas
por los emperadores. Hacían mérito de los distintos servicios reali-
zados en las conquistas y ceremonias inkaicas (Temple 1942). ó la
de los caciques de Lurín que se consideraban de la rama de Rahua
Ocllo la madre de Huáscar. Las autoridades españolas reconocían
estas situaciones de privilegio mediante diversas mercedes, como
por ejemplo entregarles yanas que habían sido del Inka (ibídem:
151). Ahora bien, estos litigios pudieron asumir reivindicaciones co-
lectivas, y cuando los reclamos por vía judicial parecieron insu-
ficientes, en especial desde la sexta década del XVII, los pleitos se
mezclaron con conspiraciones e intentos masivos de rebelión. Es
en estos casos donde la utopía jugará un papel aglutinador y de
legitinEtdón ideológica.
89
Más arriba dijimos que estos reclamos tenían dos caras, con-
tradictorias en sí mismas, porque por un lado las intenciones
inmediatas eran las de obtener mercedes, reconocimiento de exen-
ciones tributarias o recuperación de tierras, pero por el otro, para
lograrlo, necesitaban. afirmar sus vínculos ancestrales y enaltecer la
memoria de las glorias pasadas. Ahora bien, la conducta de las au-
toridades españolas no era menos contradictoria. Al mismo tiempo
que reconocían los privilegios y mercedes solicitadas (recordemos
la conducta del virrey Toledo con la familia de Paullu Inka), muy
rápidamente se dieron cuenta de que estos reclamos y deter-
minados símbolos que se utilizaban para avalarlos podían ser peli-
grosos para la integridad de la "república de españoles" . Y tanto,
que fueron considerados subversivos ya sea para conservar el or-
den político como el religioso, aunque hay que admitir que no lo-
graron eliminarlos. Por un lado los alegatos de las Probanzas o
Memoriales y por el otro, las fiestas y los símbolos (sobre los que
regresaremos más adelante) revelan que la memoria de lo sucedi-
do en el Tawantinsuyu no se esfumaba con el paso de los años,
sino que por el contrario permitía reformular esa historia en térmi-
nos ideales. Era el orden perfecto, del cual se eliminaban los con-
flictos que se hubieran producido en su momento. Aún en los ca-
sos en que los curacas no pretendiesen especiales mercedes o
exenciones fiscales, la reconstrucción del modelo del Tawantinsuyu
fue adquiriendo forma paulatinamente, hasta quedar en cierto mo-
do cristalizado en un patrón caracterizado por la perfección y el or-
den. Y esta manipulación del pasado fue el cimiento sobre el que
se fundaron los liderazgos. El asunto, como lo afirma Franklin
Pease (1984), consistía en conservar una posición de preeminencia
que consolidara la posición de los antiguos linajes con descubiertas
o encubiertas expectativas de recuperación de poder, apoyados en
los derechos adquiridos por descendencia o por prestigio desde los
"tiempos del inka".
90
ducciones de los escribanos (que podían alterar tanto la letra como
el espíritu de sus declaraciones), y sobre todo cuando el solicitante
provenía de un señorío importante, el recurso de apoyarse en las
glorias del pasado, la expresión "en tiempo de los inkas" tenía un
sentido muy preciso. En estos casos se mencionaban los nombres
de los Inkas que los habían conquistado o a los que habían ofreci-
do su vasallaje, las batallas que pudieron haber sostenido para
oponerse a ellos o en favor de ellos 29 . En el siglo XVII se elabora-
ron muchísimos documentos de este tipo que luego fueron incor-
porados como "traslados" a expedientes del siglo XVIII. Recorde-
mos el litigio de ]osé Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, y su
largo juicio (previo a la rebelión de 1780) con la familia Betancourt
por el Marquesado de Oropesa (del que ya hicimos mención), am-
bos reclamándose legítimos descendientes de Felipe Túpa Amaru,
el último inka de Vilcabamba. 3° Condorcanqui era al mismo tiempo
curaca de Tinta, con lo cual se demuestra que las reivindicaciones
de los linajes nobles y los de los curacas convergían en el mismo
punto . Recuperar la memoria del inka, para transformar la utopía
de restauración en proyecto de rebelión.
91
Buenaventura de Salinas y Córdoba, cura franciscano, firme defen-
sor de los indios, acusado de predicar contra el rey en una supues-
ta conspiración criollista (Santisteban Ochoa 1963: 21-23). Su in-
fluencia sobre Limaylla debió ser fundamental para la lucha que
emprendiera posteriormente. Pudo concretar este segundo viaje en-
tre 1671 y 1678, donde presentó varios Memoriales, algunos de
ellos impresos. Los objetivos de Limaylla eran los de peticionar en
reconocimiento de sus derechos y sobre todo solicitar la creación
de una Orden Nobiliaria bajo la advocación de Santa Rosa de Lima
(Pease 1988; 1990). La Orden Nobiliaria estaría destinada a premiar
a los descendientes de "Ingas y Montezumas (el rey azteca)", aun-
que Limaylla no se ocupaba sólo de los reyes sino que incluyó a
todos los curacas nobles, indios principales del Perú y Nueva Espa-
ña. Entre sus argumentos encontraremos los elementos recurrentes
que dan basamento a sus reclamos. En .general, insistió en la sumi-
sión de . los indios, el exceso de mitas y tributos. Recurrió como se
hacía con frecuencia al tema de los tesoros, que nunca serían reve-
lados si continuaban los malos tratos y las vejaciones. Tal argumen-
to tenía varias facetas: una de tipo político, conociendo la insacia-
ble codicia de los peninsulares (y como lo veremos después, será
la principal "zanahoria" con la que Pedro Bohorques frenará la
conquista de los valles Calchaquíes); la otra expresaba conno-
taciones míticas; en tanto que los cuerpos enterrados de Atahuallpa
y Túpac Amaru I se transmutaron en divinidades ctónicas y se lle-
varon consigo el oro y la plata, según algunas versiones del mito
de Inkarri (Flores Ochoa 1973: 317). El argumento esgrimido por
Limaylla fue que si los Nobles eran premiados con esa Orden, se
sentirían recompensados de sus trabajos y pagarían con gusto un
impuesto que beneficiaría a la Corona y dejarían de ser remisos en
revelar los escondites de los tesoros.
92
Inka, y se presenta en nombre de los demás caciques y gobernado-
res. Le recuerda al rey que han sido "vasallos que tanto han en-
grandecido e illustrado esta Monarquía, con su sangre y sudor'.
Sostiene que mientras defiende sus derechos al cacicazgo de Jauja,
solicita a Su Magestad que
93
v1a1e a España?; ¿en qué fundaba sus pretensiones? En realidad,
pertenecía a una de las dos grandes familias de la antigua provin-
cia de Hatunjauja, en el valle del Mantaro. Ligado por lazos
matrimoniales con el linaje de los Apoalaya (Temple 1942), entre
ambos habían logrado reunir miles de cabezas de ganado y gran-
des extensiones de tierras gracias a la manipulación de los bienes
de las cofradías religiosas a las que pertenecían. Estos grandes se-
ñores provinciales hacían ricas donaciones a las Iglesias 32 , que re-
flejaban además su inserción en la cultura de la época. En 1609, un
curaca del linaje de Limaylla hizo aportes económicos a la Iglesia
de San Jerónimo de Tunan, en virtud de lo cual se reunió un gru-
po de escultores y pintores que erigieron un magnífico altar barro-
co. Como contrapartida, los curacas reclamaban ocupar lugares de
honor en la procesión de Corpus Christi o en otras ceremonias reli-
giosas (Celestino 1992). Así, las familias nobles ocupaban los pues-
tos más altos en la jerarquía de sus Cofradías 33 . Vivían además en
las ciudades más importantes de la región, codo a codo con el
Corregidor y las Ordenes Religiosas. Las tierras de los Apoalaya y
Limaylla formaban aún en el siglo XX una de las propiedades más
grandes del Perú. Celestino marca la ambivalencia de la élite, por-
que de alguna manera estos curacas ricos podían representar no
sólo sus propios intereses, sino también las aspiraciones de la so-
32 Según Olincla Celestino (1992), los bienes ele las cofradías se formaban a partir
de donaciones de fainilias nobles, consistenks en legados en di..'l.ero, cabezas de
ganado, tierras, u objetos muebles generalmente con valor artístico, destinados a
las iglesias . Pero al mismo tiempo se aseguraban las rentas de las familias
donantes, porque éstas quedaban como administradoras de esos bienes, que se
acrecentaban gracias al aporte de la mano ele obra que los curacas solicitaban a
sus sujetos, también miembros de las mismas cofradías. (Espinoza Soriano, 1973,
citado por Celestino) . Con las rentas producidas por las donaciones , se debían
pagar las misas y ceremonias, pero la falta ele control por el cura o los
visitadores eclesiásticos, permitía que la mayor parte ele esas rentas pasaran a
manos ele sus administradores. Cuando los curas intentaban pleitear, los sujetos
ele los curacas llamados por testigos preferían apoyar a su señor, a pesar del
aumento de coacción que se ejercía sobre los mismos. Ellos preferían que esas
propiedades y bienes quedaran en manos ele sus principales que podían
representarlos y defender en caso necesario los derechos ele la comunidad. La
alianza en este caso era vertical, por la mayor solidaridad entablada con sus
propios señores, rechazando en cambio la ele los curas que pretendían
liberarlos ele los trabajos excesivos a los que se los sometía.
33 Uclo Oberem 1976, citado por Celestino 1992.
94
ciedad andina. "Para los curacas, las cofradías fueron ante todo un
arma económica interna que les permitía acrecentar los privilegios
de su situación. Dicho de otro modo, los indígenas supieron utili-
zar una institución que provenía del mundo de los conquistadores.
En este caso preciso la indianidad no adopta una tradición prehis-
pánica, pero se manifiesta por la manipulación de los cuadros so-
ciales (cofradías) y de los valores que le están asociados (caridad,
culto a los Santos) y que proceden de la sociedad colonial"
(Celestino 1992: 110-111). No fue por cierto el único curaca que
trató de interesar directamente a las autoridades trasladándose a la
península. Vargas Ugarte publica documentos relativos a otros
curacas de Lambayeque, don Carlos Chimo y de Cajamarca, don
Antonio Collatopa 34 .
95
clavizados. Las proclamas de la rebelión denunciaban estas supues-
tas intenciones de las autoridades virreinales. Por esa época, data la
Representación hecha al Sr. Rey Don Carlos JI por D. jerónimo Si-
maylla, [Limaylla} Indio cacique del Repartimiento de Suringuauca
(Luringuaca) de la Provincia de jauja ... , hecha en nombre de to-
dos los curacas de la región reclamando por el temor de la amena-
za de esclavitud. Esta amenaza sobrevolaba la conciencia de los
hombres andinos que progresivamente veían lo irreversible de su
situación condenada cada vez a mayor deterioro. Fueron tantos y
tan extendidos los temores, que el virrey Conde de Lemos promul-
gó el 22 de septiembre de 1667 una Cédula Real donde se confir-
maba la libertad de los indios y condenaba cualquier intento de
esclavizarlos.
97
puesto al servicio del poder, sea cual fuere" (1995). La utilización
profusa de estos medios visuales y el hecho de que se hayan con-
servado en buena medida, junto con las expresiones escritas, han
tenido una enorme hnportancia en la construcción del· nacionalismo
peruano, en especial entre los grupos con fuerte ideología
centrocuzqueña. Pero lo que nos importa en este libro es evaluar
su significado en pleno siglo XVII, cuando comienza a tomar forma
más definida este proceso de elaboración de la memoria con sus
valores concomitantes de restaurar el pasado para rechazar o criti-
car el presente colonial.
1. La Iconografía
98
(Iwasaki Ca u ti 1986; 1993). Ese lienzo le fue remitido al inka
Garcilaso para hacerlo llegar al rey, aunque éste se desentendió del
asunto por conflictos con la familia de Paullu . En ellos fueron retra-
tadas 567 personas. (Temple 1947: 295) . 35 Es probable que
Bustamante Carlos Inka haya tenido otra copia de estos lienzos,
que se habían conservado en las familias reales durante un siglo y
medio, o bien existía en el Cuzco una pintura matriz de la cual se
hicieron ambas copias (Gisbert 1980: 119; Rowe 1951).
35 " ... Y respecto ele haberse tenido presente al tiempo ele las referidas instancias
que en el año ele 1603 escribieron once Ingas (que hazían cabeza ele igual
número ele descendencias) embianclo poder a D. Melchor Carlos Inga, a D.
Manso de Mesa y al Inca Garcilaso, para que se les mandase exempar ele los
tributos que pagaban y o t ras ve jaciones que como los demás indios
comúnmente padecían remitiendo asimesmo probanzas ele sus clescenclencias,
con la especificación ele quienes y cuántos (nombrados por sus nombres
descendientes ele tal Rey y cuántos ele tal) hasta el último ele los Reyes y para
mayor verificación y demostración pintado en vara y media ele tafetán blanco
de la China, el árbol Real descendiendo desde Manco Cápac hasta Guayna
Cápac y su hijo Paullu en que venían los Ingas pintados en su traje antiguo ele
los pechos arriba, en las cabezas la borla colorada en las orejeras y en las
manos sendas partesanas, tocio lo cual dirigió el referido Garcilaso a los dichos
D. Melchor y D. Alonso que se hallaban en Vallaclolicl explicando los que se
contenían en cada generación y sacando por suma el número ele 567 personas,
descendientes tocias por línea masculina; os ordeno y os mando juntamente me
informéis ele tocios los descendientes ele los Ingas que existen en esas
provincias, haciendo para ello secretamente las posibles diligencias para inquirir
cuantos son, en donde residen y ele que privilegios gozan, a fin ele verificar si
en virtud ele la instancia que hicieron en el citado año ele 1603, como refiere el
expresado Garcilaso, se les dieron algunas exempciones, si se les guardan,
como viven al presente; lo qua! executaréis en la primera ocasión que se
ofrezca por lo mucho que conviene esta información a mi Real Servicio. Dacia
en e l Buen Retiro a 18 ele febrero ele 1748- Yo el Rey . Por mandato e.le! Rey
N.S.D. Joaquín Joseph Vázquez y Morales" (Manuscrito 0010. Antigua Biblioteca
Nacional ele Lima. citado por Temple 1947: 295) .
99
les en la captura de Atahuallpa y la temprana conquista que tam-
bién desaparecieron con el incendio del Palacio (Dorta 1975; Gisbert
1980: 120).
100
incorporada a las pautas españolas de la retratística, de hacer pintar
los acontecimientos más importantes de sus vidas. El más conocido
de esos cuadros es el de la boda de Martín García de Loyola con
la ñusta Beatriz, hija de Sayri Túpac. Este cuadro pudo haber sido
pintado a fines del siglo XVII y . debió ser encargado por sus des-
cendientes. Lo notable es que esta familia, plenamente incorporada
a los modos de vida españoles de la Colonia y emparentada con
los jesuitas a través de los Loyola, no haya rechazado la idea de re-
tratar a su ascendiente vestida de ñusta. Bien sabemos la importan-
cia política y sobre todo simbólica de esa boda. García de Loyola
era sobrino del fundador de la Compañía de Jesús y miembro en-
cumbrado de una sociedad colonial que le debía servicios notables,
como el de haber capturado a Túpac Amaru en Vilcabamba. Vence
al rey inka, pero desposa a su sobrina. Había mucho poder detrás
de esa pareja. Y todo el simbolismo político está descrito en el fa-
moso cuadro que se encuentra en la Iglesia de la Compañía en el
Cusco. "Allí están -dice Teresa Gisbert- todos los componentes de
un gran tablero político: los contrayentes, los antecesores de la no-
via: Sairi Tupac, la Ñusta Cusí Huarcay y Tupac Amaru, sentados
en el trono y con las insignias reales . Al centro está San Ignacio de
Loyola. Hay un segundo matrimonio representado en el mismo cua-
dro, es el de Lorenza Ñusta [Ana María] -hija de García de Loyola y
Beatriz- con Juan, hijo de San Francisco de Borja, quien está repre-
sentado junto a San Ignacio [. .. la leyenda del cuadro dice: 'Con
este matrimonio emparentaron entre sí y con la real casa de los re-
yes ingas del Perú las dos casas de Loyola y Borja cuya sucesión
está hoy en los excelentísimos Marqueses de Alcañices']. (Gisbert
1980: 155). Según esta autora, debieron hacerse muchas copias de
esta pintura que los jesuitas exponían en sus templos y conventos
como medio de educación popular, símbolo sin duda de la ideolo-
gía de asimilación del indio americano que ellos propugnaban. El
cuadro tiene mucho de solemne y mucho de trágico. Reyes inkas y
santos cristianos en total comunión.
101
justicia que la inclusión de Carlos Inga de cuerpo entero, revela la
incorporación de ese linaje dentro de la plena jerarquía colonial.
102
guos que se conservan provienen del XVIII, cuando se intensifica
la moda de la pintura costumbrista, "el reflejo de mucho de lo pro-
pio y la búsqueda de sus raíces, como el caso de los temas referi-
dos a los inkas" (Flores Ochoa et al. 1991: 171). Esta moda conti-
nuará vigente hasta el siglo XX, como expresión neta del naciona-
lismo peruano centrocuzqueño. Entre ellos podemos citar los mu-
rales de los Molinos de Acomayo fechados en la primera década
del siglo XIX (op. cit.: 187). Uno de los grandes hacendados perua-
nos del XVIII, el marqués de Valleumbroso hizo pintar retratos de
inkas en la capilla de su hacienda, además de haber encargado
otros lienzos para el virrey (Cornejo Bouroncle 1960; Gisbert 1980:
125; Lavallé 1988).
103
"tocapus" 36 , u otros diseños realizados en tapiz o bordados, fueron
de alguna manera adaptados a ciertas pautas europeas (Iriarte
1993), o al menos se cristalizaron como tantos otros elementos de
la memoria histórica, pero perduran tanto como las pinturas y las
fiestas y emiten, tal vez, uno de los lenguajes más codificados y
originales entre los pueblos andinos (si es que alguien todavía po-
día decodificarlos después de dos siglos de dominación y
deculturación) . O al menos, conservan la memoria sobre esta espe-
cie de "escritura" simbólica que creaba vínculos de identidad entre
quienes, aunque fuera medianamente, compartían sus significados.
l04
así, teatro de las instituciones" y un intercambio de mensajes en el
cual un "acontecimiento 'se capitaliza' en el orden de lo simbólico"
(Rodríguez de la Flor y Galindo Blasco 1994: 14). Como también lo
expresan estos autores, las fiestas tienen la "virtualidad de poner en
suspenso el tiempo de la cotidianeidad" (op. cit.: 24). Los roles
asumidos por los "actores" del drama que va a representarse
trastocan los espacios sociales en los cuales circulan normalmente
los individuos y se produce un desorden en el esquema de los sta-
tus vigentes. Así, como veremos, los indios que participaban en es-
tas paradas coloniales, podían sentirse inkas por un día, gracias a
la apropiación de los símbolos del poder reinante en tiempos pre-
hispánicos. Y es más, podían compartir el espejismo de que aún
tenían un lugar de privilegio en la pirámide social de la Colonia.
105
los cerros y tierras y casas y calles de toda la ciudad [. . .}
y es verdad que yo vi hacer esta fiesta en la ciudad del
Cuzco donde a un año que Paulo murió por él ...
(Betanzos, Cap. 31. 1987: 146).
37 Existen diversas versiones ele la Tragedia ele la Muerte ele Atahuallpa. Lara [1957]
1989; Arzans ele Orsúa y Vela [1735] 1965. Existen varias recopilaciones de
dramas quechuas, producidos en épocas distintas pero siempre ele factura
colonial; ver Cosio 1916 a y b.; también hay literatura sobre poesía colonial, ver
Chang Rodríguez 1985.
38 Joseph Mugaburo 1936, II: 34 . Las fiestas duraron un mes . Esta parada tuvo
lugar el 2 de diciembre. El 28 del mismo mes, hubo una fiesta ele Indios
"donde hubo un castillo en la plaza y salió el rey Inga y peleó con otros dos
reyes [el de España y el Papa'] hasta que los venció y cogió el castillo, y
106
ocasión de aclamación del rey Carlos II, se construyeron retablos
"donde había muchas figuras de bulto, el Inga y la Coya que le ofre-
cían a nuestro Rey el uno una corona imperial y la Coya otra de lau-
rel con grande acatamiento" (Mugaburo, op. cit., p. 82). En estas
fiestas la lectura indígena también se invertía. En el caso de la cita
anterior se observa que a pesar de haber salido victorioso, el inka le
ofrece su reino al rey de España y al Papa; en la última se repite la
situación: le entrega la corona con "todo acatamiento". Unos y otros,
indios y españoles construyen y reconstruyen su ideología a partir
de estos medios visuales que tienen la capacidad de penetrar pro-
fundamente en las mentalidades. Unos y otros convivían con las dos
verdades, en una especie de esquizofrénica dualidad de lealtades.
puestos todos tres reyes ofrecieron las llaves al Príncipe que iba en un carro
retratado y salieron a la plaza todos los indios que hay en este reino, cada uno
con sus trajes y fueron más ele dos mil los que salieron, que parecía la plaza
tocia plateada de diferentes flores según salieron los indios bien vestidos y con
muchas galas. Hubo toros aquella tarde ... " II: 35.
107
autores. Burga (1988), entre otros, ha trabajado especialmente las
danzas actuales y su enorme simbolismo en la conservación de la
memoria. Tanto las ceremonias, aún las que se realizaban para las
fiestas cristianas -en particular la del Corpus Christi- como estos ri-
tuales que enfrentaban a indios y españoles, todos eran el teatro
donde cada individuo se veía reflejado y el mejor libro para apren-
der la historia del Tawantinsuyu y de su ignominiosa caída.
108
Cusca, Guánuco y demás puertos de la tierra de fuera.
Prosiguió con otros cánticos del Inga (Córdoba y Salinas,
Libro I, cap. XXVII: 221-222).
3. La literatura
109
indígena mucho menos aculturado como Guarnan Poma, como lo
ha demostrado Rolena Adorno (1986) con notable erudición. Me-
diante un fino análisis del discurso, muchos investigadores han ras-
treado estos modelos historiográficos europeos sobre todo en Gar-
cilaso, en un esfuerzo que culmina por demostrar que toda la his-
toria inka ha sido deformada para acomodarla y hacerla compa-
rable a la historia del Viejo Continente, sobre todo a la del imperio
romano (Pailler 1992). Y al adoptar ese modelo, se supone que
Garcilaso, y según Rolena Adorno lo mismo sucede con Guarnan
Poma, tiene por objetivo instruir y moralizar, que eran también los
objetivos de los escritores antiguos como Tácito, Tucídides, Julio
César para el caso de Garcilaso y de diversos autores medievales y
renacentistas para el de Guarnan Poma.
110
difícil de segmentar. Además, en este libro, no nos estamos ocu-
pando del Tawantinsuyu, sino de las formas de conservar su me-
moria. Y la construcción de la Historia, encubriéndola con objetivos
e ideología de la época en que se escribe no es patrimonio ni de
esos siglos ni de los europeos. La antropología moderna lo ha cons-
tatado en muy diversas sociedades y épocas. La problemática de la
"Historia Objetiva", propia del positivismo del siglo XIX y XX - y
ahora en decadencia- no interesa a los fines que aquí se buscan.
111
justificar sus méritos, a los de su padre como aliado de los españo-
les, pero remarca su condición de inka de privilegio. De todas ma-
neras ni Santa Cruz Pachacuti ni Guarnan Poma se leen en esa
época y no tienen influencia sobre la re-construcción del pasado
para legitimar el presente, aunque reflejan esas prácticas, que pa-
. san de los taquis a las probanzas y de éstas a los libros. De la pin-
tura a los trajes y las fiestas, de los gestos y los cantos a la palabra
escrita.
112
rente a Catequil, la divinidad local. En el mito se relata que
Catequil desobedeció a Atahuallpa y en castigo éste rompió su es-
tatua y la arrojó a un barranco donde su cabeza se reprodujo en
cada uno de los fragmentos (Agustinos [1550] 1952: 69-71, citado
por Pease 1982: 61). Por lo tanto, el mito tiene muy viejas raíces
andinas en sus componentes estructurales y no es imposible que
haya estado presente en el XVI y desde comienzos del XVII . Prue-
ba de esto, como veremos, es que Pedro Bohorques, en las pri-
meras décadas del 1600, se empapa de estos mitos mezclados con
los otros referentes a los inkas refugiados en la selva en distintos
momentos de la expansión del imperio y luego de los combates de
Vilcabamba. Las conspiraciones y reclamos de curacas entre 1660 y
1670 muestran que más allá de las reivindicaciones individuales y
colectivas que los movilizaban, tenían cada vez más un transfondo
utópico (Rowe 1958; Lohmann 1946; 89-92 y 240; Vargas Ugarte
1947: 74-75; 1949: 199), como por fin sale claramente a la luz en el
siglo siguiente con las grandes rebeliones de Túpac Amam 11 y los
Catari.
La idea del Inka debería ser abordada desde dos facetas dife-
rentes. Una, que probablemente estaba vigente durante el Tawan-
113
tinsuyusu, le otorga valor como símbolo que se extiende más allá
de la esfera de lo político porque su poder proviene del Sol. Las
crónicas lo presentan como "hijo del Sol". Esa sacralización de sus
atributos lo transforma también en héroe civilizador, condición que
fue explotada por algunos cronistas como Garcilaso de la Vega
para construir una imagen "a la europea" del rol "socializador" de
salvajes que atribuye al desarrollo del Imperio. El inka es un me-
diador, dice Pease, "entre los diferentes planos del mundo y, en
buena cuenta, el 'sol de la tierra', de modo que su poder sobrepa-
saba el solo ámbito del poder político. Ello conlleva que Inka sea
un término que no se reduzca a la significación de 'rey', sino que
tenga un sentido mucho más amplio y variado" (1990: 5). O sea, el
Inka es ante todo un arquetipo. Para ser Inka Rey, era necesario
haber sido llamado o elegido por el Sol y pasar complejos rituales
de unción. Nada de esto era extraño a la mentalidad ni a la
sensibilidad europea sobre el origen del poder de los reyes. Los re-
yes europeos llegaban al trono "por la gracia de Dios" y las cere-
monias medievales para ungirlos tenían todos los componentes ne-
cesarios para garantizar su sacralización (Lafages 1993). De allí que
- contradicciones y temores mediante- la Corona de España haya
intentado respetar los derechos de los nobles y aceptado en parte
sus reivindicaciones. No es totalmente correcto que la mentalidad
europea de los siglos XVI y XVII, no pudiese comprender .la
consustanciación entre lo sagrado y lo profano de las sociedades
del Nuevo Continente, y menos en lo que se refiere al origen del
poder.
114
"pachacuti, que emerge desde el subsuelo como divinidad ctónica,
haría una nueva reversión del mundo e inauguraría una edad de
oro" (Pease 1977: 126).
40 Sobre el rransfonclo ideológico ele Ja rebelión ele 1781 hay diversas posiciones,
que a veces han sido consideradas anragónicas, pero que en realidad podrían
conci liarse. Para la inrerpreración urópica ver J an Szemióski 1984; para
considerarlo un movimienro pre-independentista ver noleslao Lewin 1967.
115
CAPÍTIJLO 111
117
el país de la Cucaña, ese mundo al revés, trastocado, donde el po-
bre campesino podría transformarse en señor; como la búsqueda
del Graal, o las ciudades utópicas concebidas por Tomás Moro o
por Francis Bacon, para citar sólo algunos de los más conocidos.
No hay lugar en este libro para volver sobre ellos, salvo en impres-
cindibles referencias. Empero, sí es necesario ubicar a Pedro Bo-
horques en el contexto del imaginario propio de su tiempo y de su
espacio. Tiempo y espacio que tienen otras dimensiones cuando se
trata del Nuevo Mundo, donde todo puede ser resignificado; donde
se deben afrontar otros desafíos y lo que está vigente en Europa,
se reformula aquí en nuevos términos, realimentado por lo desco-
nocido y por la esperanza de que con el valor, y por qué no, con
la astucia, se pueda dar cauce a la desmesura que la racionalidad
del Renacimiento intentaba aplacar. El objetivo, entonces, es el de
ir discutiendo en qué forma se conciliaron la fantasía medieval con
la racionalidad renacentista para justificar el eterno retorno de la
búsqueda de lo imposible.
El "caballero" imaginado
118
la rigidez de una formación regular, prefirió lanzarse a la aventura
americana. En sus años juveniles pudo, como tantos peninsulares,
haber conocido por lecturas o relatos todas las maravillas que se
contaban sobre el Perú. Pudo también haber leído y escuchado las
historias fantásticas de los caballeros medievales que, ya re-
formuladas en nuevas ediciones y reinterpretaciones, se fueron
adecuando a la mentalidad del nuevo siglo. Según Maravall, "el si-
glo XVI fue una de las épocas de mayor carga utópica en la histo-
ria moderna de Europa" (1982: 112). Si el Aniadís de Gaula origi-
nal, por ejemplo, mostraba un cristianismo difuso y no conocía otra
ética que la del valor y el heroísmo, en la edición de 1508 impresa
y modificada por Garcí Rodríguez Montalvo, que también publica
La Serga de Esplandíán, sus aventuras estaban dirigidas a luchar
contra los infieles de la fe católica. Esplandián será emperador de
Constantinopla y rey de Gran Bretafia y de qaula, reproduciendo
de alguna forma el gran imperio de Carlos V (Leonard 1979;
Avalle-Arce 1990). De todas maneras, las gestas medievales de los
españoles tuvieron su propio color, puesto que la lucha contra los
moros infieles los convirtieron en cruzados interiores y los prepara-
ron para enfrentar a los "otros" social y culturalmente diferentes y
justificar así la gloria personal y el derecho a enriquecerse con el
botín capturado al vencido. Y esta actitud es muy visible en la
gesta del Cid Campeador. Como lo afirma Leonard, la apoteosis del
guerrero español fue una fuente de orgullo y lo llevó a despreciar
al resto de los europeos que se enriquecían mediante el comercio
y la industria. Soberbio e individualista, convencido de que dispo-
nía de un pacto privilegiado con Dios para llevar el evangelio más
allá de sus fronteras, el es_pañol reprodujo en las -Indias el mismo
esquema mental de la reconquista. En tanto que portador de la
buena nueva, tenía derechos sobre los bienes y tierras de aquellos
a los que evangelizaba a la fuerza. Se pudieron así construir nue-
vos reinos y el valor del caballero comenzó a ser recompensado de
manera diferente.
119
mente ordenado, puesto en "pulida" como se decía en el castella-
no ele la época. Se reconocía también el poder efectivo y no sólo
el simbólico, de la figura del Rey. Y con este tema ingresamos en
un aspecto esencial de la psicología del héroe utópico renacentista,
ya que como afirma Laplantine, "la esperanza utópica es necesaria-
niente la esperanza de la toma del poder" que se organiza como
"religión del Poder, del Estado, ele la Policía y de la Administra-
ción" (1977: 38). Estos rasgos estarán presentes en las gestas utópi-
cas de Bohorques en la Amazonía peniana y en Calchaquí concebi-
das, sin confesarlo abiertamente, como proyecto puramente indivi-
dual, tendientes a organizar su propio espacio de poder.
120
del siglo XVI y en el XVII, la imagen que los peninsulares fueron
construyendo sobre las Indias. El europeo procedió a inventar
América (O'Gormann 1951), a apropiarse de ella diseñándola por
medio de la palabra (Jitrik 1992). No hay que considerar sólo el
asombro de Cristóbal Colón y sus hombres, el de Hernán Cortés y
los suyos. Alejo Carpentier afirma que no hay novela de caballería
más fidedigna que la crónica del descubrimiento y conquista de
México de Bernal Díaz del Castillo: "... libro de caballería donde los
hacedores de maleficios fueron teules visibles y palpables, auténti-
cos los animales desconocidos, contempladas las ciudades ignotas,
vistos los dragones en sus ríos y las montañas insólitas en sus nie-
ves y humos. Bernal Díaz sin sospecharlo, había superado las haza-
ñas de Amadís de Gaula, Belianis de Grecia y Florisante de
Hircania" (Carpentier 1976: 112). Y tan es así que todos quieren
imitarlos; sir Walter Raleigh, que buscaba la ciudad de Manoa en el
centro del amazonas lo expresa así sin ningún pudor:
121
fríos. Antonello Gerbi lo señala con gran propiedad: " [l'oro] l'ima-
gine piú vivace e piú calda de la richezza e del fasto mondano,
l'oro, che quasi non si puo nominare senza un accento di ardore,
d' es tasi o di sdegno, como quando si parla della giustizia,
dell'amore o della libertá" (Gerbi 1988: 70). Ese oro del Perú que la
caliente imaginación de los europeos aumentaba más allá de cual-
quier realidad . Antonello Gerbi hace notar que si la carta al rey del
licenciado Gaspar de Espinoza, socio financiero de Almagro y
Pizarra en la Conquista, describe con gran entusiasmo los atuendos
y el esplendor que rodeaban al inka Atahuallpa, en la versión ita-
liana de la carta, la cantidad de oro y riquezas fue notablemente
aumentada (op. cit.: 30). Y seguramente este no fue un hecho ais-
lado por lo que se puede conjeturar, que los relatos, sobre todo
los que corrían de boca en boca, tuviesen ribetes de pura fantasía.
122
por las que pasa un caballero entrañan toda clase de maravillas, de
maravillas que lo ayudan (como ciertos objetos mágicos) o de ma-
ravillas que debe combatir (como los monstruos) llevó a Erik
Kóhler a escribir que la aventura misma, que consiste en esa proe-
za, en esa busca de la identidad del caballero en el mundo co1tesa-
no es, en definitiva, ella misma una maravilla". Parafraseando las
últimas líneas de esta cita, es probable que la mejor descripción
que pueda hacerse de estos migrantes al Nuevo Mundo sea la de
hombres comunes en busca de una identidad de caballeros.
123
que les permitía sobrellevar todos los sacrificios tras la esperanza
de riquezas infinitas. De hecho nada de esto estaba ausente en el
espeso nudo de pulsiones que los arrojaban a enfrentarse con sal-
vajes, tal vez con seres monstruosos, con animales feroces, con in-
finitas alimañas, con ríos· caudalosos y llenos de trampas ocultas
para el incauto navegante. Pero acaso el secreto que explica tanta
osadía pueda encontrarse en el juego que estos hombres hacían
entre la búsqueda de la utopía por gracia y obra de la gesta heroi-
ca y la racionalidad renacentista, impregnada de curiosidad por el
Nuevo Mundo, que procuraba seguir las rutas verificadas por diver-
sos informantes, discutir los signos y pruebas de evidencias,
contraverificar con nuevos informantes, creer y desconfiar, ver, re-
conocer, reintentar. Y cuando se trataba de un intelectual, buscar
las pruebas en los libros: en la Biblia, en la patrística, en los clási-
cos, en las propias crónicas de las Indias, como lo hizo León Pi-
nelo tratando de demostrar que el Paraíso había estado debajo de
la línea equinoccial, entre el Orinoco, el Amazonas, el Magdalena y
el Paraná (Pinelo [1656) 1943).
El maravilloso Paytiti
124
universos cerrados, replegados en sí mismos); el oro, las cercanas
amazonas y la existencia de un enclave inkaico desprendido de su
tronco, conforman los rasgos primordiales de la leyenda del Dora-
do, en varias de sus hipotéticas ubicaciones. Porque, como se verá,
no sólo caracterizan o identifican al Paytiti, sino en forma casi
idéntica, a la ciudad de Manoa ubicada también al borde de una
laguna, llamada de Parime, que se suponía se encontraba entre el
Orinoco y el Amazonas. Tenemos así que Manoa al norte y Paytiti
más al sur entre el Madre de Dios y sus afluentes en Moxas, fue-
ron descritos a partir de los mismos rasgos fabulosos, provistos por
un imaginario que tributa y en mucho, a las antiguas leyendas y
mitos greco-orientales (ver Gil 1989; Maravall 1982; Belaunde 1911;
Kappler 1986; entre otros). Estos lugares fantásticos recibieron va-
rios nombres, además de los mencionados: Enin, Omaguas, Yscai-
singas (o Escaysingas), Ruparupa, Huanucomarca, Ambaya, el Gran
Candire entre los más conocidos (Belaunde 1911).
125
la noticia que adelante teníanios la vía del norte era
muy grande y muy pública y entre los naturales de la
tierra e indios guaraní de la sierra conforme diciendo
haber grandes riquezas de oro gran Seiior y poblaciones,
esta noticia se platicó en Quito y en el Perú, Santa Ma11a
y Cartagena ... el fin de la cual no ha hallado por no ha-
ber dado con el camino verdadero que tengo por cierto
ser éste ... 4 .
126
glliente, como la de Pedro Leagui Urquiza en 1614, o la del mesti-
zo Diego Ramírez Carlos y fray Gregario Bolívar en 1620 que ya
mencionamos en un capítulo anterior. Los más diversos personajes
se entrelazan en estas historias, así como los más diversos propósi-
tos. Y van a continuar los sucesivos intentos, a pesar de los propó-
sitos de frenarlos, a finales del XVI, por la desconfianza y la pru-
dencia del virrey Francisco de Toledo. Con distinta suerte, las rutas
fueron jalonadas por fundaciones de las cuales, en definitiva, la
única importante que sobrevivió, fue la ciudad de Santa Cruz de la
Sierra 7 .
7 Una detallada descripción ele estas entradas puede encontrarse en las obras ele
Roberto Levillier 1976 ; Hernanclo Sanabria 1984; José Chávez Suúez 1986;
Enrique Finot 1978; Juan Gil 1989; entre otros . En general son obras eruditas y
bien documentadas.
8 Este río Paucartambo (cuyo recorrido S-NO bordeando los flancos orientales ele
las sierras andinas) no debe ser confundido con otro del mismo nombre que
desciende ele la sierra ele Tarma y junto con el Chanchamayo forman el Perené.
127
ces se designa con el nombre de río Paytiti. Para otros autores
puede haber sido el· río Beni o el río Mamaré a la altura de sus
confluencias con el Madre de Dios y el Guaporé (ver mapas). El
Paucartambo es un extenso curso que permite acceder a los nume-
rosos afluentes del Madre de Dios (pero que no desemboca en él)
y es un río clave para el desplazamiento de la mayor parte de las
expediciones que buscan el mítico país del Paytiti. Frente a una
geografía tan difícil de mapear, no siempre es posible identificar las
rutas de los expedicionarios, pero la mayor parte de los relatos
ubican el reino del Paytiti en el territorio de los Moxas, próximo a
la sierra de Parecis (que pudo ser la sierra mencionada por Ñuflo
de Chávez). Para que la confusión resulte aún mayor, en algunos
autores el Madre de Dios parece haber sido llamado Paucarmayo.
Por ejemplo Bernardo de Torres, ([1567, libro II, cap. IX] 1971: II:
308) enumera la feracidad de la región y dice que esto es verdad
especialmente
En la confluencia ele estos ríos se encuentra el Cerro ele la Sal y no mucho más
lejos la antigua misión ele Quimiri. Tocio este será el escenario ele las aventuras
ele Pedro Bohorques en la amazonía peruana. (Ver mapas).
128
cronistas , Roberto Levillier llega a la conclusión de que el Paytiti,
que coincidía con las tierras ocupadas por los inkas, correspondía a
la vertiente oriental de . la sierra de Parecis que "se extendía desde
los 10º de latitud en las proximidades del [río] Madeira y al SE has-
ta el norte del río Paraguay en 14º grados, entre los meridianos 64
y 57. Como podrá juzgar el lector, la superficie del feudo era
aproximadamente de 70 leguas de norte a sur y 125 de oeste a
este" (1976: 282). No sólo es incierta la localización, a pesar de los
esfuerzos de Levillier por precisarla. También lo eran las rutas de
acceso. Como ya vimos una de éstas partía desde Asunción. León
Pinelo ([1656] 1943), citando a Ruiz de Montoya, insiste en que el
Paranayba y otros tributarios del Paraná, nacen en la laguna del
Paytiti, que Montoya llama Pay Tomé (padre Tomás) en referencia
al apóstol de ese nombre que habría recorrido la región y dejado
las hueíias de su ruta desde seiva hasta el altiplano').
9 Sobre este tema hay muchos elatos en las crónicas , en especial en Santa Cruz
Pachacuti Yampqui. También numerosos estudios. Santo Tomás fue vinculado al
dios Tunupa , una de las advocaciones ele Viracocha y los relatos sobre su obrn
evangelizadora se concentran especialmente en la zona del lago Titicaca.
10 No queda claro en el texto de qué río exactamente es t ~t hablando .
129
ta donde se cree averíguadamente va a salir a la Mar del
Norte, corre más de mil leguas .. . (op. cit.: 62).
11 I3ayle 1930, El Dorado Fantasma. Citado por Chávez Suárez 1986: 64. En el
Archivo General ele Indias existe un mapa, cuya autoría se atribuye a Pedro
I3ohorques, que tiene las mismas características. Sabemos que el mapa está en
posesión ele I3ohorques que lo mostró en Charcas al oidor Juan ele Lizarazu y
en el norte argentino a los hispano-criollos de la región. Nunca sabremos si el
130
Toda esta amplia región, que va entonces desde el oriente de
Tarma hasta la red de ríos que forman el Madre de Dios, poblada
por innumerables pueblos de diferentes grupos étnicos, recibió asi-
mismo una categorización global: era tierra. de Chunchos o Antis, o
sea tierra de "salvajes'', categoría utilizada por las poblaciones se-
rranas para identificar la otredad cultural y ecológica. France-Marie
Renard Casevitz y Thierry Saignes creen que en tomo a la zona del
oriente de Tarma no existieron ni fortalezas ni contingentes inkas,
pero que en cambio, mantuvieron con uno de estos grupos, los
Amueshas, una relación especialmente privilegiada. En mitos reco-
gidos hace pocos años, se conserva aún una tradición que da testi-
monio de estas antiguas relaciones. En el juego de dones y
contradones, el Inka se casa con una mujer amuesha y éstos le
ofrecen lujosos vestidos de algodón "que rende publique sa toilette
exotique de Chuncho" (Renard Casevitz y Saignes 1986: 78). Gra-
cias a la presencia de estos grupos articuladores, se crean en toda
la zona esos espacios llamados no man 's land de poblaciones agre-
sivas. De esa forma, los inkas dejan expedita la ruta hacia el Cerro
de la Sal, para aprovisionarse de ese recurso cuando hay dificulta-
des para obtenerlo en la sierra. Esto explicaría la elección de
Bohorques para establecerse en esta zona con dos objetivos simul-
táneos, apoderarse del Cerro de la Sal en torno al cual hay un
abundante imaginario de riquezas y desde esa base emprender la
marcha en busca del Paytiti.
mapa es ck autoría ele Bohorques o si había tenido acceso al ele Gómez ele
Caravantes.
131
dena de informaciones verídicas, verosímiles y/o totalmente imagi-
narias pero que explican la reiteración de las entradas y la diversi-
dad de rutas elegidas.
No hay que olvidar que fue necesario vencer dos grandes obs-
táculos para alcanzar estos lugares míticos: la diversidad y movili-
dad de las poblaciones aborígenes y los escollos geográficos. Hay
una enorme variedad de etnónimos en las fuentes, al punto de que
sería casi imposible consensuar un mapa étnico coherente en base
a estas informaciones, salvo aquellas que son repetidas y donde se
fundaron poblaciones españolas o misiones que perduraron al me-
nos un tiempo 12 .
132
poblaban eran vistos bajo el espectro de lo negativo. También la
naturaleza entregaba dones maravillosos. Frutas, peces, agricultura,
tierra feraz, además, claro . está, del oro, la plata y las perlas, de lo
que ya hablaremos más adelante. Fue bastante habitual otorgarle
propiedades edénicas a esta tierra tan ubérrima (De Melo e Souza
1993: 31-46), que por otra parte contrastaba con los peligros de las
serpientes, las molestias de los insectos, las lluvias interminables y
la humedad agobiante en todo tiempo. O sea, el "Paraíso en el
Nuevo Mundo" de León Pinelo, amenazado no obstante por la ex-
traña y a la vez fascinante alteridad del ambiente y de los hombres,
descritos con una especie de embriaguez por lo maravilloso y exó-
tico. Enrique Finot 0978) ha transcrito interesantes relatos sobre
esta visión edénica de la selva, que incluye aguas cristalinas,
pajarillos que acompañan al viajero con su música; las abejas que
proveen de dulcísima miel, las flores que perfuman el ambiente 13 .
Por el momento, sólo nos interesa marcar el contraste entre la fera-
cidad y la peligrosidad; entre aquello que hace apetecible a la sel-
va y que envuelve a sus descubridores en una especial lujuria por
sus dones y les brinda los argumentos para hacer gala de una ex-
traordinaria valentía para penetrarla.
133
habla de los indios chiquitos, entendidos como enanos, pero que
en realidad se los llamó así porque habitaban en viviendas muy
pequeñas. A propósito de esto Juan Gil trae otra cita de Juan Cas-
tellanos, relatando la entrada de Juan Alvarez Maldonado:
tienen "la fuerza ele ocho leones y ele cien águilas. Pueden llevarse por los aires
un caballo con su jinete, o dos bueyes y la carreta correspondiente"
16 Elegías 111, Elegía a Benalcázar (BAE 4, p. 544. citado por Gil 1989: 297).
17 AGI, Lima 34 , documentos sueltos , nº 15. citado por Juan Gil 1989: 321.
134
· de "la tierra sin mal". Algunos autores sostienen que el mito del
Paytiti se origina entre ellos como parte de sus propios ciclos
mitológicos . Estas opiniones podrían aceptarse en lo que refiere a
una nueva localización del Dorado, pero dados los múltiples em-
plazamientos en América del sur, desde Venezuela hasta el país de
César o Trapalanda buscado hasta los confines de la Patagonia, creo
que es una construcción europea a partir de informaciones ambi-
guas resignificadas. Paytiti parece haber sido una palabra guaraní y
eran ellos los que informaban a los españoles sobre la existencia
de este reino del cual tenían "noticias". Por otro lado, tenemos
también las noticias acerca de la entrada de viracochas (europeos)
bermejos que no podían ser sino ingleses (u holandeses), que en-
trarán en la historia a través de la supuestas o posibles alianzas en-
tre ellos y los indígenas. Este discurso sobre el apoyo de los ingle-
ses aparece muy temprano en el siglo XVI, cuando se producen los
primeros asaltos de sir Francis Drake, pero se repiten a lo. largo de
la historia colonial, hasta el momento de la independencia. Será
uno de los argumentos de sir Walter Raleigh para convencer a su
rey de que le financie una nueva entrada. Dice haber recogido no-
ticias sobre esto en las Guayanas, provenientes de un hombre que
había estado en Manoa ([1595] 1993: 168).
135
Una casa el Señor tenía labrada
De piedra blanca toda hasta el techo,
Con dos torres muy altas a la entrada,
Había del una al otra poco trecho,
Y estaba en medio dellas una grada
Y un poste en la mitad della derecho
Y dos vivos leones a sus lados
Con sus cadenas de oro aherrojados.
136
Con fue11es edificios guarnecida,
Seguro que del pelo y de la greña
Del viejo panero, que es crecida,
Pudiéramos hacer un gran cabestro.
Oíd, pues, del viejazo el mal siniestro.
137
Que habían emprendido este viaje,
Se vuelven para atrás de este paraje. 18
18 Martín del Barco Centenera, Argentina o Conquista del Río de la Plata, Canto V.
19 "Relación General que se tomó en pública forma y se envió autorizada al Virrey
en la provincia de Xareyes que es en 17º sobre el río Paraguay, 250 leguas de
la Asumpción, donde había llegado el general Ñuflo de Chávez con 150
hombres con orden e intento de poblar en ella .... " En: Relaciones geográficas de
Indias, ed: Jiménez de la Espada. Tomo II: LXXXIII . Madrid 1885.
138
nos identifican y representan a Dios Padre, que en este caso, como
sacerdote supremo, les enseña con gesto severo y sin dar lugar a
dudas u objeciones, que solo habría de adorarse ese solo dios y
"fuera de él otro ninguno". Sólo la tradición judeocristinana es tan
exclusivista y no admite en su seno otras formas de religiosidad. Al
menos en lo teológico sino en la práctica. ¿Qué importancia tenía
entonces que estos pueblos fueran monoteístas, si de todas mane-
ras adoraban al Sol y no al Dios de los cristianos? Pues porque ha-
bían podido superar la etapa del politeísmo y estarían entonces en
condiciones de comprender el mensaje evangélico que estos cmza-
dos españoles distribuían por la faz de la nueva tierra como el más
preciado de los dones. Garcilaso de la Vega hace una interpreta-
ción evolutiva de la historia de los pueblos andinos que, según él,
pasaron por diversos estadios de complejidad religiosa, colocando
en el más elevado a los inkas, ya muy cerca de un monoteísmo
conceptual. La localización de espacios más civilizados en medio
de los infieles de la selva, les ofrecía la oportunidad de disponer
de intermediarios, que podrían ser convertidos con mayor facilidad
y luego colaborar en la evangelización de esos salvajes que debían
saltar varias etapas para llegar al nivel de abstracción que propone
la teología cristiana. En una Carta Annua de 1569, el Provincial
transcribe otra carta remitida por el padre Hierónimo de Andion en
la que expresa que
139
dato esencial en la construcción de este espacio imaginario. Entre
pueblos que vivían en aldeas, la mayoría de tamaño reducido o te-
nían una localización dispersa, la existencia de una ciudad, el lugar
utópico por excelencia ideado por Moro o por Bacon, era un signo
que emitía un mensaje particular. La ciudad: allí donde había que
llegar después de atravesar el bosque y luchar contra los monstruos
que la naturaleza había desarrollado para protegerla. "La ciudad" =
el orden; "dios" = uno solo; escalones necesarios para cumplir la
misión que el dios cristiano había encomendado a los españoles,
que no por azar se consideraron un pueblo elegido. Y en premio
de tantos sufrimientos y desventuras soportados en pos de la sagra-
da misión, por qué no el oro y la felicidad del ocio bajo la sombra
del árbol regado por la fuente de agua pura; aislado además de la
lujuria del bosque.
Empero, ¿no hay acaso algo más detrás de la imagen del pala-
cio, el patio, el árbol, el templo, el señor, el sacerdote? Hay una
fuente de agua cristalina, hay sombra agradable, limpieza. Todo re-
cuerda un palacio moro, "las mezquitas", que así llamaron en Méxi-
co a los primeros grandes templos que vieron los españoles. En-
contramos así una empatía entre dos imágenes, la otredad ordena-
da de los moros fue el parámetro para describir el Palacio del Se-
ñor de los Moxos. Paz, silencio, riquezas, agua cristalina, sombra y
frescura. La esperanza de encontrar el lugar perfecto y de lograr ·así
la perfección. Mundo utópico si los hay. Sin embargo, aunque ese
tesoro nunca era alcanzado, siempre volvían una y otra vez a bus-
carlo. La fuerza de la esperanza era más movilizadora que la de los
obstáculos, porque usando una lógica más pragmática, esos obstá-
culos debieron haber invitado a un rápido desaliento. En el interro-
gatorio formulado por Ñuflo de Chávez para que se hiciese su Pro:-
banza de Méritos y Servicios en 1561, se pregunta:
21 AGI, Est. l. Caja 4. Leg. 16-21. (nomenclatura antigua, citado por Finot 1978: 91).
140
Según las "noticias" iban acercándose a la tierra prometida .
Tierra prometida en cuanto a la esperanza de riquezas y bienestar
y almácigo para la cosecha evangélica. En su historia de la Orden
dominica, el padre Juan Meléndez (1682) relata la fantástica aventu-
ra vivida por fray Tomás de Chávez en una entrada que hizo en
1654 desde Larecaja (y que años antes había estado junto con los
franciscanos Jiménez y Lario en el piedemonte de Tarma). Llegó
hasta los Moxos adonde encontró a un cacique que estaba por rea-
lizar una sacrificio colectivo de niños para curarse de una gran lla-
ga que tenía en su pecho. El padre lo curó con agua bendita, por
lo que fray Tomás adquirió gran fama que se expandió hasta otro
reino muy extendido "nombrado Mor;os" (con lo cual fray Meléndez
duplica la existencia de dos lugares con el mismo nombre) cuyo
señor era
141
llega a la Corte de aquel grande Rey, (y no escribo su
grandeza, por quitar ocasión a los incrédulos de servirse,
sin más razón, que tener por fabuloso, quanto no han
llegado ver, que es el argumento fuerte de los ing-
norantes. No lo he visto .. En llegando al palacio del Rey
que era muy grande, aunque sin la policía, como todo lo
restante a la ciudad, que se usa en los palacios y fábri-
cas de Europa, les salió el mismo Rey al encuentro a reci-
birlos, les hizo gran cortesía, y agasajo y les mandó po-
ner la mesa a su usanza, en el suelo, y darles de comer
en su presencia. El Rey era de buen talle, corpulento,
blanco y de gravísimo aspecto. Estaba vestido de plumas
de diferentes colores, que le parecían bien ... (ibídem, su-
brayado en el original)
23 Obra que no hemos podido consultar. Jiménez ele la Espacia creyó que este
142
Don Fernando de Montesinos refiere lo que leyó en la re-
lación de un espaiiol que entró a lo no descubierto del
Perú y en un Pueblo grande de gente vestida estuvo ca-
torce meses, cuyo cacique le mostró su Tbesoro que tenía
en muchas Salas llenas de grandísimas Tinajas, Vultos
humanos, maizales con sus hojas y mazorcas, mucha
yerba y Frutas, Paxaros, Animales, Peces, Armas, y otras
cosas, y de cada suerte número infinito. Todo hecho de
Oro y le parecería su valor de Quatro Millones y al res-
pecto y con su exemplo hacían lo mismo los caciques y
demás indios24 .
Bernardo de Torres ([1657, libro II, cap. X] 1971, II: 315) co-
menta que el licenciado Miguel Cabello de Balboa estuvo predican-
do entre los Chunchos y que estando entre ellos, fue llamado por
"el gran Marani, rey poderoso del Paytite ", pero los indios que lo
alojaban le negaron el permiso para partir.
libro o primeros capítulos del libro Memorias antiguas historiales y políticas del
Perú nunca fueron publicados debido a su exceso de fantasía · y confusa
redacción (Jiménez ele la Espacia en el prólogo de su edición de la obra de
Fernando ele Montesinos ele 1882). Sin embargo León Pinelo lo cita como una
obra apa1te.
24 León Pinelo, tomo II, libro IV, cap. XXV, p . 364. León Pinelo cita el Libro I del
Ophir de fapaña, cap. S. de Fernando de Montesinos.
143
. ~- · ------ ---
amazónica, concentrándonos en el sector meridional que es el que
nos interesa.
25 En la versión ele Garcilaso ((1609) 1991; libro IV , cap. 16) los incas que le
precedieron fueron preparando el camino, avanzando hacia el oriente. Inca
Roca habría enviado a su hijo Yaguar Huacac a conquistar hasta el río Madre ele
Dios. En otras versiones es el mismo Inca Roca el que realiza esta conquista, tal
vez con su hijo Otorongo Achachi. Estos nombres aparecen en otros relatos
como capitanes del décimo inca , Túpac Inca.
144
bían sobrevivido a la expedición de los 10.000 que bajaron en bal-
sas, poblaran en sus tierras y además les dieron sus hijas como es-
posas y después de establecida esta alianza, "holgaron mucho con
su parentesco (y hoy día lo tienen con mucha veneración y se go-
biernan por ellos en paz y guerra)" . Una embajada de Moxas fue al
Cuzco a confirmar esta "amistad". Incluso hay datos que prueban
que hubo una colonia de Moxas en la sierra. Pero lo más impor-
tante de la versión de Garcilaso es el siguiente párrafo:
145
del Pirú tan gran conquistador, aunque envió al Paitite
por muchas veces a muchos capitanes, no se pudo valer
con ellos, antes los desbarataron muchas veces, y visto
por el Inga quan poderoso era para contra ellos, determi-
nó de comunicarse con el Gran Señor del Paitite, y por
vía de presentes, y mandó el Inga que le hiciesen junto al
río Paitite dos fortalezas de su nombre por memoria de
que había llegado allí su gente (op. cit.: 64).
146
momento oportuno para llamar la atención sobre las grandes
conquistas de los Inkas (pág. 195). En el relato que proviene del
quipu que leyeron los nietos reclamantes se dice que
147
esta provincia se llama Dorado". Sin embargo estos grupos estaban
ubicados más hacia el oeste y norte de los Mojos, con lo cual se
prueban las confusiones y ambigüedades en los emplazamientos de
estos espacios míticos. Todos estos indios eran muy bravos fleche-
ros y caníbales. Después de tres batallas el Inka los vence. Pero
debido a noticias de alzamientos en la sierra, deben abandonar la
jornada, dejando una guarnición al mando de Otorongo Achachi.
Este no pudo dominar una rebelión de los "Escayuyas y Opataris y
Manares" y debieron regresar al Cuzco, habiéndose perdido la con-
quista. Tiempo después se realiza otra entrada a las Guarmiaucas
"donde deja una compañía de gente para que sirvieran de ga -
rañones26, y de allí trae gran cantidad de oro finísimo para el
Cuzco". Por cierto que lo que trata de demostrar Santa Cruz es que
los inkas fecundarían a las amazonas, para lograr por ese medio
instalarse en una tierra famosa por sus ríos auríferos. Con ese oro
se mandó a hacer planchas que se usaron como "tapicería" en el
Coricancha, el templo del Sol en el Cuzco.
148
parte sustancial del mito del Paytiti, pues habrían formado el nú-
cleo del reino "neoinka" recreado en el corazón de la selva.
149
con halagos y dádivas, que fueron las provincias de los
Chunchos y Mojos y Andes, hasta tener sus fortalezas
junto al río Patite [sic} y gente de guarnición en ellas. Po-
bló pueblos en Ayavíre, Gane y el valle de Apolo, provin-
cia de los Chunchos. (op. cit.: 18).
150
tal del mito y justifican que los guaraníes las hayan transmitido a
los españoles de Asunción que emprendieron sus propias expedi-
ciones para localizar "la noticia" del gran reino anhelado.
28 "Relación cierta que el padre Diego Felipe de Alcaya, cura de Mataca, envió a
su Excelencia el Señor Marqués ele Montes Claros, Visorrey de estos Reynos, sa-
cada ele la que el Capitán Martín Sánchez ele Alcaya, su padre, dejó hecha,
como primer descubridor y conquistador ele la gobernación ele Santa Cruz de la
Sierra. " Prólogo, estudio y notas de Hernando Sanabria Fernánclez. En: Gabriel
René Moreno Cronistas cruceños del Alto Perú virreinal, Santa Cruz ele la Sierra ,
Publicaciones ele la Universidad, 1961, pp. 47-86. Hay otra edición de esta crónica
en V. Maúrtua, Juicio de Límites entre Bolivia y Perú. Prueba Peruana, t. IX.
·29 Todos estos elatos y localizaciones -excepto Samaypata cuyas ruinas se
conservan y han siclo y están siendo excavadas por los arqueólogos- son por
demás ambiguas. El autor se contradice con frecuencia .
151
lumna hacia los Chunchos al mando de su sobrino Manco Inga (se-
gundo rey de este nombre dice Alcaya) con 8000 hombres. Llegó a
las sierras de Santa Cruz. Manco Inka, igual que Guancané
152
ba preso por la muerte del rey de Quito y "al [del] otro inka retira-
do en Vilcabamba":» 1 • Frente a estas circunstancias, unos 20 .000
hombres siguieron a Guaynaapoc, llevando "ganados de la tierra y
oficiales de platería" 32 . Y llegando al río Manatí los "plantó'', supon-
go que significa que los instaló, para ampliar el poblamiento serra-
no en la zona. A partir de ese momento, Manco Cápac consolida
su reino, enseñando a labrar y "poseer plata y oro a los de la tie-
rra".
153
El ídolo representa una visión que Manco Inka había tenido,
en la cual el personaje, que tenía una escoba en la mano, le había
dicho que abandonara el culto del sol y que le construyese un
templo, porque él era el señor de estas tierras. La descripción del
ídolo se asemeja en algunos rasgos a los felinos de la cultura
Chavín, o de Tiahuanaco, de gran expansión en los Andes en tiem-
pos pre-inkaicos. Alcaya describe el templo y su altar, así como los
sacrificios humanos que realizaban en honor a la divinidad.
154
aunque pudo tener aún raíces más antiguas (Gil 1989: 66). La ve-
mos repetida en Manoa, e incluso el Paytiti. Los jardines con esta-
tuas de oro que según Montesinos había en el Paytiti y según
Raleigh en Manoa son, como dijimos, un traslapamiento del jardín
del Cuzco, a lo que hay que sumar todo el botín obtenido en los
primeros años de la Conquista. Las expediciones inkas perdidas o
expresamente refugiadas en la selva, ya sea para romper vínculos
con un rey déspota o para huir de los españoles, de alguna mane-
ra reflejan, por un lado, las rivalidades por el poder entre los lina-
jes inkas que estaban eclosionando en la guerra entre Huáscar y
Atahuallpa, ya sea el deseo de los capitanes de los ejércitos impe-
riales de apropiarse de los territorios que ganaban. Por otro, tene-
mos la huida de Manco Inka .a Vilcabamba y el establecimiento del
Estado neo-inka que persiste exitoso hasta 1572. Puestos todos es-
tos ingredientes en clave fantástica, el resultado es que se puede
ver casi fílmicamente como emergen estas nuevas ciudades en el
verde corazón de la selva.
155
consulta también las crónicas americanas, algunas inéditas o casi
desconocidas y cuanto documento o evidencia llega a sus manos.
Por ejemplo cita una crónica casi desconocida, dice Porras Barre-
nechea, escrita por Felipe de Pamanes, un clérigo que estuvo en
Perú a fines del siglo XVI, que trae datos sobre tesoros, sobre el
ídolo Punchao (una de las representaciones del Sol que se encon-
traba en el Coricancha) y uno que nos interesa directamente: ase-
gura que el río Desaguadero (el vertedero del lago Titicaca) desem-
bocaba en la laguna del Paytiti 34 . (Pinelo, op. cit.: Libro IV, cap. X:
133.). Amigo de otros personajes imaginativos como Fernando de
Montesinos, que también buscaba el Ophir y el Paytiti, vivió en un
clima intelectual donde la imaginación y la racionalidad competían
duramente, siendo la racionalidad la que perdía en este combate
las más de las veces. Pinelo sostenía que el Paraíso se debía en-
contrar en el centro de la América Meridional "en un círculo de
nueve grados de diámetro que son 160 leguas y 460 de circunferen-
cia". Los cuatro ríos bíblicos eran el Río de La Plata, el Amazonas,
el Orinoco y el Magdalena para lo cual llena decenas y decenas de
páginas con su interpretación de lo que considera las pruebas eru-
ditas de su afirmación. Cada uno de los rasgos atribuidos al paraíso
fue identificado en la región y corroborado con infinidad de citas .
El mismo autor se expresa en términos de indicios probables y de
buena apariencia y fundamento para demostrar que el nuevo
mundo estuvo poblado antes del diluvio. Necesitaba probar la exis-
tencia de gigantes, como relata la Biblia. Su verificación mezcla los
relatos de cronistas sobre hallazgos de huesos muy grandes, atri-
buidos a gigantes o el caso de los Patagones, con ángeles que des-
cienden del cielo con espadas flamígeras para castigar la sodomía
de esos gigantes, basándose para ello en la angeleología. O tam-
bién, para ofrecer otro de los innumerables ejemplos que llenan
esta extensísima obra, discute el valor indicial de la aparición de
un clavo de hierro en forma de cruz incrustado en una roca en el
fondo de una mina . El hecho de que se encontrara enterrado pro-
156
baría su enorme antigüedad, posiblemente antediluviana. Como ve-
mos, no lo inhibe el hecho de que la cruz o el mítico Santo To-
más, que habría predicado en algún momento preinkaico en torno ·
al lago Titicaca, sean símbolos que corrresponden a la era cristiana;
por el contrario, sería un profeta o apóstol de los primeros tiempos
cristianos que cumplía la misión que Jesús les había encomendado.
Lo que pretende demostrar es que no sólo el Paraíso pudo estar en
América equinoccial, sino que quedaron huellas del paso de los su-
cesores de Cristo y de que era posible recomenzar la tarea de
evangelización. Supuestas huellas de pies en las rocas, son conside-
rados uno de los tantos indicios que prueban la presencia del
apóstol.
157
que no habían logrado la amistad de ninguno de los pueblos de la
región. Había 4 días de viaje hasta
158
tural si consideramos los detalles que le brindó el viejo cacique. Le
sefí,ala la ruta, los obstáculos y las alianzas que deberá entablar;
enumera las tribus y sus características culturales; demuestra cono-
cer las técnicas metalúrgicas que utilizan los inkas y los objetos que
¡ abrican; le aconseja sobre la cantidad de gente y vituallas que ne-
cesita. Sin duda una interesante suma de indicios. Raleigh no pue-
de hacer frente a tamaña aventura con la gente y medios de que
dispone, pero su proyecto es regresar, tras obtener la autorización
y los medios de Su Majestad Británica a quien elevará la siguiente
propuesta, que revela los intereses políticos con los que reviste su
ambición personal:
159
Raleigh creía en la existencia de Manoa. Escribe un plan completo
para justificar su conquista, incluyendo los mutuos beneficios que
se obtendrían de la misma.
Ahora bien, no creo que los indios hayan hablado del reino
de Nueva Granada, sino que se trata de una asociación libre de los
españoles, al menos del que escribe. En segundo lugar, estos inte-
35 "Breve . relación de la descripción y calidad ele los ríos ele la provincia ele
Tipuani, Chunchos y .... " (ver cita 22).
160
rrogatorios son de resultados, cuando menos, dudosos. Tenemos
que considerar ante todo el problema de las traducciones y esto
vale para este caso como para todos los que hemos comentado
hasta ahora. Conocemos la diversidad de lenguas de estas pobla-
ciones, y seguramente debían recurrir a una cadena traductiva
cuando no podían utilizar alguna lengua general, a veces muy im-
perfectamente aprendida. Agreguemos a esto, qué tipo de identifi-
caciones hacían entre una perla y cualquier otro objeto redondo y
blanco y si es cierto que las había en la "cocha" [laguna] del Paytiti
y que "las echaban por ay".
36 AGI, Lima 41, vol. IV, nº 58. Fecha: 27 de febrero ele 1628.
37 Bolívar viajó a España y a Roma para presentar este memorial y limpiar su
nombre de la comprometedora asociación con Diego Ramírez Carlos y buscar
apoyo para su misión evangélica . Antes ele eso, se dirigió al virrey para que
solicitara otros testimonios sobre su entrada y los verdaderos fines de la misma.
Uno de ellos es el e.le Francisco e.le Alfaro que comentaremos a continuación.
161
con particularidad capitanes, y soldados que han entra-
do y estado de la otra parte de la cordillera en diferentes
provincias y parcialidades, por la gobernación de Santa
Cruz, yungas de Pocona, Cochabamba, yungas de Sica
Sica, Larecaja y otras, y nunca se ha sabido ni entendi-
do haya perlas en aquellos ríos. Y en Santa Cruz supe
habían unos indios de las provincias de el río abajo
dado noticia de perlas, y después se averiguó no haberlas
y se trujeron algunas cuentecillas blancas que yo vide, y
eran como gueso y es muy fácil equivocarse por no saber
examinar bien los indios, ni entender las lenguas de
aquellas provincias. También en lo que dice oro siento lo
contrarío por lo que he referido, y si alguna cual, o cual
puntillas hubiere visto ser cosa de muy poca considera-
ción y no tal que se pueda seguir ni movernos .. .38
La misma fría razón con que Alfaro desmonta estos falsos in-
dicios, le sirven también en relación con el imaginario sobre enor-
mes poblaciones y jefes poderosos:
38 AGI, Lima 41, vol. IV. f. 140. Informe del 15 de diciembre ele 1628.
162
quien lo oye tendrá aquello quizás por provincias y muy
grandes ... " (ibídem).
163
cía de El Dorado, sabiendo que todos ellos eran eficaces recursos
discursivos. Y todo esto apelando o más bien manipulando según
conviniese, los criterios de verdad o de verosimilitud. Se trataba de
convencer a los otros, pero sobre todo de convencerse a sí mismos
y recomponer fuerzas para reintentar tanto el desafío del medio
geográfico hostil cuanto el de la sociedad generalmente agresiva. Y
detrás de todo eso, un fuerte pensamiento mítico con raíces en la
antigüedad y en la alquimia de la Edad Media: como dice Gilbert
Durand (1981), hay un isomorfismo entre la luz, el sol y lo dorado.
El oro se cría allí donde hay más sol, en los aledaños equi -
nocciales. Asimismo, el mito de los inkas en la selva, producto sin
duda colonial, tiene vigencia porque lo inka se transforma en signo
no sólo de civilización frente a la barbarie, sino que moviliza la
imaginación en busca de un arquetipo que todavía se cree vigente:
volver a ver un segmento del Imperio funcionando. Por eso los
proyectos, al menos a nivel del discurso, no intentan "conquistarlo
para destruirlo", sino para hacer lo que no se hizo a partir de 1533,
incorporarse al antiguo poder y aliarse con él para construir un
mundo distinto. ¿Hubiese sido posible, o simplemente, y como
siempre, las pasiones de los hombres lo hubiesen destruido? Por-
que no podemos ignorar que todas estas aventuras se motorizan en
parte por el anhelo de heroísmo, que debe concluir necesariamente
con una conquista. Recordemos que Raleigh admitía expresamente
que quería imitar a los Cortés y a los Pizarra. Gilbert Duranc:I dice
que la memoria y el imaginario son "antidestinos" (op. cit.:'. 384),
porque encubren una insubordinación contra las amarguras o de-
cepciones de la existencia. ¿Contradicciones? Sí, tantas que pueden
pasar delante de nuestros ojos como un caleidoscopio; en cada
vuelta veremos una y un nuevo diseño.
164
CAPÍTIJLO IV
165
ron repicar campanillas de alarma en los oídos de las autoridades,
a pesar de que este fermento nunca logró cuajar en verdaderas re-
beliones. Pedro Bohorques era un agudo observador que aprendió
a circular entre sociedades aborígenes apropiándose de sus discur-
sos y de sus tradiciones, así como fue capaz de percibir las ambi-
ciones de sus contemporáneos y utilizarlas en beneficio de sus pro-
pios proyectos utópicos. La biografía de este hombre de su siglo
será nuestro hilo de Ariadna para circular en los vericuetos, a veces
ocultos, de pasiones y contradicciones de la sociedad colonial.
3 AGI, Indiferentes del Perú 631. El Memorial es presentado por el Capitán Don
Andrés Salgado ele Arauja al Rey en 1663 , en el que solicita licencia para
realizar una nueva entrada al valle ele Chanchamayo. El documento consta ele
diversas piezas. El primero es el Memorial de Don Pedro Bohurques, del cual
Salgado era el lugarteniente, donde Bohorques narra sus conc~cimientos previos
sobre la región y solicita una nueva entrada. Este primer informe es probable
que date ele 1649 o principios ele 1650. El segundo es un Diario, en el cual
constan "las cosas que se van obrando" y relata los sucesos ele la entrada ele
Bohorques y el sometimiento ele los pueblos Campas y Amueshas que
habitaban Chanchamayo y el Cerro ele la Sal, hechos que transcurren entre
agosto y octubre ele 1650. El tercero son las Actas del Cabildo ele la ciudad ele
San Miguel Arcángel ele Salvatierra fundada en el valle ele Quimiri. De estos
documentos se consultaron el original del AGI y la edición de Fernando Santos
en sus artículos "Bohorques y la conquista espúrea del Cerro ele la Sal " y
"Memorial" en Aniazonía Pentana, 1986, 13: 119-159 y 1987, 14: 131-150. Lima,
Centro Amazónico ele Antrop o logía y Aplicación Práctica. (Se constataron
algunos errores ele edición). Este Memorial y el estudio ele Fernando Santos
constituyen una fuente fundamental para el estudio de los sucesos ele la vida de
Bohorques en el Perú. En lo sucesivo será citado como Memorial cuando nos
refiramos al documento y por el autor cuando se trate del estudio de Fernando
Santos.
4 Ver en el capítulo siguiente, Autos del Proceso a Pedro Bohorques .' Hay
numerosos documentos que traen el relato ele este suceso. AGI, Charcas 58, 121
y 122, entre otros.
166
~__:__·'°~
. o 100 k1t1
--·' t•c••• ~
"'"~'b
POT OSI.
5 Era bastante común en la época que la gente cambiase sus apellidos . A título
de ilustración podemos mencionar el caso del clérigo Fernando ele Avenclaño, el
conocido extirpador ele idolatrías hizo tres probanzas en busca de ascender en
la jerarquía eclesiástica: en la primera de 1612 afirmó que sus padres eran
Gaspar de Avendaño y María González Enríquez su mujer, nacido en Lima. En
la segunda ele 1637, dice que era hijo legítimo ele Gaspar ele Avenclaño y de
doña María González Trujillo naturales que fueron ele la ciudad ele Trujillo
reinos ele España. En la tercera en 1642 confirma el anterior nombre del padre,
pero que su madre se llamaba María ele Orozco naturales ele Buitrago (Pea.se
1980: 93-94) .
Con respecto a Bohorques debemos hacer algunas aclaraciones . En primer lugar
que en los documentos originales nunca se escribió Bohórquez , incluso
tampoco se utilizaba el acento sobre la segunda o, como se ha hecho en obras
más modernas , siguiendo la grafía reciente ele este apellido, que todavía se
conserva en algunas familias de Bolivia.
En cuanto al apelativo Chamijo, existe una indicación aislada ele su uso, escrito
en el margen de un documento reunido en los Autos del Proceso a Pedro
Bohorques, procedente del Archivo ele Indias, sin otra aclaración. (Charcas 121 ,
ff. 408-410. 6-IX-1662 [1659). Carta del Oidor Retuerta a S.M.). Entre los
pasajeros ele Indias figuran algunas personas de apellido Chamizo, por ejemplo
un Alonso Chamizo ele Cáceres , natural ele Garrovillas (Catálogo ele Pasajeros ele
Indias, Vol. V [1567-1577) tomo II , 1575-1577, AGI, ecl. por Ma. del Carmen
Díez, 1986), entre otros.
6 En realidad se trata de los Tellez-Girón, duques ele Osuna (Piossek Prebisch
1976: 24, nota 22) . De allí que don Pablo Bohorques Girón (padre ele don
Pedro , según sus manifest:t c ion es) pudiera estar emparentado con ellos, si
ciamos fe a su palabra, o que hubiese tomado ese nombre por ser vasallo del
duque.
167
matrimonio; parece fue aborrecido 7 este monstruo por los años de
1602 o poco después" (1784-85, V: 14). En el Perú se lo conoció
con el nombre de Francisco y de Pedro Bohorques y algunos auto-
res han creído que se trataba de dos personas distintas 8 . Por su
parte Constantino Bayle (s/D menciona que hacia 1636 vivía en
Potosí un escribano llamado Gerónimo Bohorques y Guzmán a
quien Pedro pudo haber conocido durante sus correrías por esa
zona y esto sería una variable a la propuesta por Lozano. Porque
además, dicho escribano, atestigua sobre una de las entradas al Do-
rado de Antonio Sotelo Pernía; sin duda estos son hechos que pu-
dieron haber vinculado a ambos hombres. Pero aquí no terminan
las variaciones sobre el tema: en una carta del Obispo de Tucumán
dirigida al Virrey del Perú, se dice que Pedro Bohorques Girón era
natural de Granada y "su casa de Bohorques en Utrera", para acla-
rar en otra carta dirigida al propio Bohorques, que su raíz es "de
los nobles de España (conózcolos señor don Pedro, y que la casa,
no el nacimiento, está en Utrera, cinco leguas de mi patria que es
Sevilla) 9 . De todas maneras, nada nos garantiza que haya
pertenecido realmente a esa familia, con lo cual quedaremos por el
168
momento en la duda sobre su verdadera filiación, si bien las locali-
zacioaes de su lugar de nacimiento se encuentran todas en la mis-
ma región. Si liberamos la imaginación, podríamos pensar que se
trata de un bastardo, fruto de una relación irregular, forzada o vo-
luntaria, que no fue reconocida por la familia (probablemente la de
su madre), pero tampoco ignorada por don Pedro, aunque si así
fuera debía tener un serio motivo para no vanagloriarse de ella ni
ofrecer pruebas de su origen, más allá de sús declaraciones.
10 AGI, Charcas 122, ff. l. 17-9-1657 El gobernador del Tucumán, Don Alonso de
Mercado y Villacorta informa a la Attdiencia de Charcas que Pedro Bohorques
es " ... natural de Granada, y que reside, de 30 años a esta parte, en estos
reynos, de edad de cincuenta, blanco y rubio .. .".
11 Hernando de Torreblanca fue testigo de los sucesos de Calchaquí y muchos
años después ele finalizados, ya en España, escribió una Relación tratando de
limpiar la reputación de los jesuitas en lo que respecta a sus relaciones con
Bohorques. Esta Relación fue editada por Teresa Piossek Prebisch (1984) con
algunos cambios ele vocabulario que a veces alteran en sentido y sobre todo las
categorías sociales utilizadas por Torreblanca que son más correctas en términos
del sistema imperante en la región . Por ejemplo se cambió la palabra "pueblo"
por tribu, y otros similares. De todas formas, la editora no ha modificado el
sentido general ele la obra. La biografía escrita por Pedro Lozano para los
sucesos ele Calchaquí se basa fundamentalmente en este relato de Torreblanca,
aunque para el periodo previo dispone de información independiente cuyo
origen no consigna. 13ayle a su vez utiliza a Lozano y los documentos del
Archivo General ele Indias , en especial Charcas 58 que contiene lo sustancial del
proceso incoatado a I3ohorques a raíz de los sucesos de Calchaquí.
169
fundamento sólido para sustentarlo. Se trata de una breve refe-
rencia del viajero francés Accarette du Biscay [1670?] 1992: 67) afir-
mando que Bohorques era de nación morisca, nativo de Extrema-
dura. Por cierto que por el hecho de ser andaluz, con lugar de na-
cimiento es la villa de El Arahal, bien podría considerarse su origen
morisco, al menos como una hipótesis no totalmente desdeñable.
Según Pedro Lozano (op. cit.: 14), fue embustero desde muy
pequeño, por lo que recibió frecuentes castigos de su padre. Por
ello huyó de la casa paterna, se radicó en Cádiz e ingresó a un Co-
legio de la Compañía de Jesús donde aprendió a leer y escribir. En
realidad, no sabemos en qué condición entró a este Colegio. Aún
así es difícil que haya sido un verdadero estudiante, más bien uno
puede inclinarse a sospechar que fue puesto como criado bajo la
tutela de algún jesuita, quien en pago de sus servicios le enseñara
las primeras letras. No obstante, cualquiera haya sido su condición,
su firma es de letra regular, muy bien dibujada, hecho que revela
un buen hábito de escritura, mejor que la de la muchos de sus
contemporáneos de cunas más encumbradas. Esta relación con los
jesuitas debió haber influido en su vida posterior y en la facilidad
con que entabló relaciones con los misioneros de esa orden en los
valles Calchaquíes. Su convivencia con los padres de la Compañía
pudo también modelar no poco de su personalidad, fundamen-
talmente versátil. Pedro Bohorques como Juan Santos Atahuallpa
un siglo más tarde, le deben su primera formación a los jesuitas. Y
éste no sería un dato despreciabie, si consideramos que existió un
cierto paralelismo en sus vidas y objetivos, aunque difieran en sus
preocupaciones religiosas, ya que al primero no se le atribuyen ve-
leidades heréticas, como sucede con Juan Santos.
12 Para este tema ver nota 8. El único documento que pude consultar (AGI- Con- .
tratación 5396, nQ 52) se refiere a un tal Francisco Bohórquez y Carranca que
en 1626 pide pasar a Nueva España como "criado" de Don Cristóbal Ortega y
Bonilla que viaja con su madre viuda y su hermana. A todos les piden pruebas
170
blado llamado Quinga Tambo. Lozano, que no ahorra improperios
a cada renglón, dice que llevaba vida libre y picaresca, viviendo
miserablemente. Al tiempo se casó con Ana de Bonilla, hija de un
mulato o zambo cuya esposa era una india de Cochamarca. El sue-
gro trasladó a su hija y yerno a una "estancia" 13 en la jurisdicción
de Castrovirreyna, en la que se dedicó al pastoreo de los rebaños
de la familia de su mujer. De la descripción de Lozano, se despren-
de que vivía de acuerdo con las costumbres de la comunidad indí-
gena con la qlle convivía, por lo que adquirió mala reputación,
como la tenían todos los españoles que residían entre indios. No
sabemos si tuvo hijos en este matrimonio, pero al menos hay regis-
tros de dos hijos suyos como veremos más adelante.
ele limpieza ele sangre, y este Bohórquez d ice además que su fam ilia ha siclo
gente principal ele la villa de Gauclalcanal, que han tenido oficios públicos ele
alcaldes ordinarios y regidores y que él mismo ha sido alcalde ordinario en
1625, aunque tiene 18 años en ese momento . Este es el único Bohórquez men-
cionado entre los pasajeros de Indias entre 1600 y 1630 y ninguno ele apellido
Chamijo. En cambio, hay muchas personas llamadas Martín García que vienen a
Perú entre las últimas décadas del siglo XVI y comienzos del XVII, pero ningu-
no en compañia ele un Bohorques.
13 En el Perú reciben el nombre de estancias los terrenos destinados al pastoreo.
En general los pastores viven dispersos, próximos a los pastos donde tienen sus
animales . Este patrón habitacional no les impide sin embargo, mantener relacio-
nes con el resto ele las comunidades . El suegro de Bohorques, siendo mulato
aunque casado con india podía permitirse algunos lujos, como el ele criar gana-
do caballar.
171
tar a este español pobre que v1v1a entre y como los indios 1·1 . De
esta época deben proceder las informaciones que recoge
Bohorques acerca de los mitos de Inkarri y del Paytiti y pudo tener
conocimiento, tal vez, de los combates que los curacas nobles en-
tablaban en los tribunales virreinales para obtener beneficios, ba-
sando sus reclamos en la memoria histórica del Tawantinsuyu; todo
ello escuchado en los cantos o recitados en los taquis, que tenían
en las chicherías los espacios privilegiados para su representación.
De allí que Lozano diga que era afecto a traer y llevar chismes,
con lo cual retrata al típico pícaro español del siglo XVII . Utiliza la
figura del "corre veidile", fabulador y mentiroso de clase baja, den-
tro de la cual incluye a Bohorques. Pero podemos hacer otra lectu-
ra menos tendenciosa de esta compleja personalidad: la de un
hombre entre dos mundos, que reciclaba la información que reci-
bía para alimentar sus propios sueños de español pobre que había
llegado al Perú en pos de las quimeras del oro y del honor. Pocas
opciones había en el Nuevo Mundo para estos personajes doble-
mente marginales, si a la vez estaban envueltos en sueños de he-
roicidad. Por eso exploraba nuevos caminos en la esquiva búsque-
da del ascenso social y uno de ellos consistía en atravesar la puerta
de los nuevos descubrimientos ~ Y esto fue en definitiva lo que
hizo: al poco tiempo se lanzó a explorar el oriente peruano tras las
huellas del Paytiti.
14 Dice Lozano: "... fue reputado ele hombre bullici9so , embustero , mentiroso , ha-
blador, inconstante y sin firmeza, sagaz en que trataba, sin temor ni vergüenza
ele ser cogido en mentira, ele eficaz persuasiva, amigo ele traer y llevar chismes
con que enreciaba a muchos. Y para mejorar las costumbres , tenía muy pocos
ausilios en el género ele vicia que pasaba; porque la indecencia ele su tra je le
retraía ele la comunicación ele gentes cultivadas, pues ordinariamente anclaba
descalzo ele pie y pierna , sin alcanzar mas que un mal juboncillo, y un capotillo
ele corclillate , por lo cual pocas veces acudía aun a misa, los días festivos " (op.
cit.: 15-16).
172
que se le imputaron se dirigió ·finalmente hacia los Antis. En el
tiempo de su permanencia en Guancavelica, mantuvo contactos
con indígenas que conocían el oriente y que pudieron informarlo
sobre el Paytiti y sobre las tribus y costumbres de la gente de la
selva y dos de ellos lo guiaron en su primera entrada a los Antis
(Torreblanca, f. 6). Es probable esta entrada se remonta al año
1630, si nos atenemos a las propias declaraciones de Bohorques
contenidas en el Memorial enviado al virrey Conde de Chinchan en
1651 15 . Sin duda, en el imaginario de Bohorques ya se estaba cons-
truyendo su ruta hacia el Paiytit, o el Enin, no importa cómo se le
llame a ese maravilloso país que atraía los deseos de tantos héroes
frustrados. Ya hemos hablado de esto en el capítulo anterior. En
éste trataremos de ver, paso a paso, cómo se construye ese mito
en el imaginario de nuestro héroe, qué estrategias pergeña para lo-
grarlo y hasta qué punto un hon1bre puede arriesgar su vida en
pos de la desmesura de sus sueños.
173
a partir de 1631. En 1635, los padres fray Jerónimo Jiménez y fray
Cristóbal Larios fundaron una capilla en Quimiri pero poco des-
pués perecieron en manos de los indios. En las crónicas de los
franciscanos Fray Diego de Córdoba y Salinas ([1651) 1957) y
Joseph Amich ([1771) 1975)1 7 se relatan las primeras entradas de su
orden al Cerro de la Sal y a Quimiri. Bajando desde la quebrada
de Tarma, que se encuentra en el borde oriental de la sierra alta,
se desciende al valle de Quimiri, tierra de Campas y Amueshas 18 .
Para llegar hasta allí es necesario cruzar el río Chanchamayo "for-
mado por la junta de tres ríos". Dos leguas antes de llegar al Cerro
de la Sal, se encuentra el río Paucartambo que se une luego con el
Chanchamayo para formar el Perené. Este río Paucartambo no debe
confundirse con otro del mismo nombre que se encuentra más al
sur y desemboca en el Urubamba y tiene una dirección transversal
a las nacientes de los afluentes del Madre de Dios, donde se locali-
za Mojos o Moxas lugar del más probable emplazamiento del
Paytiti. En realidad no sabemos si Bohorques decidió hacer pie en
esta zona buscando una nueva ruta para ese Paytiti, porque tuvo
174
noticias de otro emplazamiento, o lo hizo atraído por la fama del
Cerro de la Sal. No obstante su objetivo final era llegar al Paytiti y
en diversas ocasiones mostrará un mapa con la ubicación que él le
atribuye al Paytiti.
175
ñado de 30 soldados. Aquí entran por primera vez en escena los
dominicos, a disputarles a los franciscanos el mismo espacio de
evangelización. Los soldados, en cambio, venían en busca de oro,
con lo que alteraban a los indios y con ello la labor apostólica de
los frailes. Todos juntos iniciaron una expedición bajando por el
río Perené en compañía del cacique Zampati. Fray Chávez enfermó
y regresó a la sierra y los restantes fueron víctimas de una embos-
cada. Fue Zampati quien remató a fray Jiménez con sus propias
manos. A pesar de estos contratiempos la orden Seráfica no se ami-
lanó y hacia 1640 en el Cerro de la Sal tenía siete capillas o pue-
blecitos asistidos por dos misioneros y dos donados. Un año más
tarde fray Mathías Illescas se internó tierra adentro entre los Cam-
pas, pero pronto se perdió su rastro y sólo mucho después se tu-
vieron noticias más precisas sobre su muerte.
176
Sin embargo, la versión del propio Bohorques contenida en el
Memorial parece sugerir que el Conde de Chinchón le otorgó un
acuerdo tácito, aunque no oficial, ya que dice que del informe que
le hizo sobre sus fabulosos descubrimientos en la selva (de los que
hablaremos después) "resultó volver a la tierra con licencia y pocos
españoles que llevó consigo" (el Menwrial está escrito en tercera
persona). Esta entrada debió haberse realizado por los años 1636-
37. Veamos el relato que ofrece el propio protagonista:
177
llevando como "lengua y guía" a Melchor Fernández de Monterey
hermano de la tercera orden (franciscano) "persona a quien el di-
cho suplicante había entrado consigo a la dicha tierra algunas ve-
ces ... ". Habiendo llegado a este punto conviene que hagamos algu-
nas reflexiones. Lo más interesante es la forma en que D. Pedro se
presenta a sí mismo: como el. articulador imprescindible para que
las misiones logren sus objetivos en la conversión de los infieles.
Esta habrá de ser una de las claves de su estrategia y como vere-
mos la aplicará muchas veces con éxito, tratando de combinar los
códigos culturales y las aspiraciones de dos sociedades diferentes .
El problema ante el cual deberá enfrentarse, sin embargo, es el de
participar sólo fragmentariamente en cada uno de ellos y el resulta-
do es una conjugación incompleta, cuando no directamente contra-
dictoria. Sin duda hombre carismático, logra atrapar a sus inter-
locutores que luego, al verse defraudados en la confianza que de-
positaron en sus propuestas, reaccionan violentamente contra él.
178
al nuevo virrey Conde de Salvatierra a quien está dirigido el Memo-
rial, su formal autorización para una nueva entrada, asegurando
que todos los costos, en dinero, hombres y armas correrían por su
cuenta. Hasta aquí la narración que Bohorques incluye en su Me-
morial sobre estas primeras entradas a la selva peruana.
179
diencia real, Tribunal del Santo Oficio y de todos los ca-
balleros de la ciudad y lustre, vistióles el Virrey con finas
sedas, diéronles otras algunas preciocidades. Volvióles por
orden del Virrey a sus tierras adonde Francisco, tratán -
doles con el mayor cuidado que pudo poner tan cuerdo
caballero, más pagáronle todo el favor con la muerte
suya, de dos Padres franciscanos y de la compmiía que
llevaban, sin más motivo que su furor bárbaro".
180
entre ellos a Femando de Montesinos y en principio habría que
descartar que fuera el mismo que aparece con el nombre de
Monterey ya que esta persona se encuentra con Bohorques en la
campaña de 1650.
21 AGI, Charcas 122, ff. 45-47. 1659 (29-3?-1659). Declaración del racionero ele la
Iglesia ele los Charcas Alvaro Alonso Birva , contando que hace unos años
Pedro Bohorques estuvo en Potosí y La Plata y que "estuvo preso en la cárcel
della" [habiendo huido ele Lima) "cual decía que después ele haberse casado con
una India ele Nación ele unos Indios ele están más abajo ele Lima por conquistar
y hija del [señor?] ele ellos (que él llamaba emperador) había subido a aquella
ciuclacl acompañado de muchos ele estos indios lucidamente adornados y que
hubo gran concurso a su recibimiento y ofreció al Virrey algu nas cosas ele
Importancia ele la tierra donde iba por ser muy abundantes ele oro y plata. Y el
Virrey, para que esta Reducción la hiciese persona ele su devoción nombró y
envió a ella la que le pareció con 200 solclaclos y algunos religiosos sin
embargo ele haberle representado D. Pedro de 13ohorques el riesgo a que se
exponían y por haber muerto la mayor parte de los Indios y juzgarle culpado
en ello estuvo preso ... ". Sin eluda el racionero se hace eco ele los comentarios
que corrían ele boca en boca en el Perú sobre la conducta de don Pedro, pero
no debemos olvidar que no debió ser un testigo presencial e.le estos hechos, al
menos que en esa época Barva haya residido en Lima.
181
En 1641 hubo otra entrada, que en parte ya comentamos, de
unos 30 soldados comandados por un cabo, cuyo nombre no se
menciona, acompañados por tres religiosos entre los que se encon-
traba el franciscano fray Matías Illescas, quienes habiendo sido al
principio bien recibidos por los indios, fueron más tarde
emboscados y casi todos asesinados (incluidos los religiosos). Solo
dos de los soldados escaparon a la muerte, siendo uno de ellos un
tal Francisco Villanueva a quien Bohorques encontrará más tarde
en su última entrada. Una vez más, estos sucesos parecen coincidir
con uno de los episodios comentados por Bohorques, culpando
del final desgraciado al hecho de que no se habían atendido los
reclamos de los indios que sólo a él reconocían como válido
interlocutor. A partir de este momento se interrumpen las misiones
franciscanas en el Chanchamayo por muchos años.
182
virreinales, con lo cual no podemos saber si una vez más se están
confundiendo las fechas y todos estos informes sobre expediciones
en la década del '40 se reducen a la del 49-50, pudiendo haber
realizar una entrada más entre la de 1636 y esta última.
La conquista de lo imposible
183
ahora nos dedicaremos a analizar aquellas que describen el país
del cual pretende ofrecer testimonio y el resto las iremos discu-
tiendo a medida que los temas así lo indiquen.
184
sus leyes con algún género de policía, su natural traje es
una túnica de algodón de colores que les llega a medía
pierna y los más nobles principales visten tejidos de algo-
dón y pluma de variedad de colores que los hacen muy
vistosos y galanes, usan de collares de oro y ceñidores
en la cabeza, orejeras y manillas de los mismo con niu-
c ha penachería de plumas diversas con las rodelas y
otras armas de este arte, usan poner figuras de animales
y paxaros de oro guarnecidos de perlas y piedras de va-
lor.- Hay señores de provincias tan poderosos y ricos de
vasallos que tienen debajo de su gobierno y señorío a
cuatro y cinco muy dilatadas y estos y otros muchos, de
más y menos poder reconocen a un soberano que según
entendió el suplicante de los naturales de lo más interior
de adentro por haber comunicado con algunos todo lo
cual ha podido saber y entender por haber habitado en-
tre ellos mucho tiempo aprendiendo su lengua materna y
con industria y buena maiia de que siempre a usado ga-
nándoles la voluntad y mucho amor con que les tratan y
comunican lo más secreto por lo cual y por el deudo y
parentesco que les ha dado a entender que tiene con
ellos trayendo su mesmo traje y vestidura le obedecen
cuanto les manda con mucho amor, temor y respecto
como si fuera su superior.. .." [énfasis mío] (f. lr y v).
185
ser nobles y generosos, obedientes a sus superiores, humildes, abo-
rrecer el adulterio, el hurto y la embriaguez, y que se gobernasen
bajo sus leyes con algún género de policía. Es decir, construye un
cuadro que nada tiene que ver con los salvajes que, como todos
suponían, eran los únicos pobladores de la selva. De ahí sus méri-
tos, puesto que él pudo encontrar esta gente que ostentaba un ni-
vel "superior" de civilización. Por lo que sabemos del imaginario
colectivo, estos pueblos eran considerados antiguos desprendi-
mientos de expediciones inkas y así lo sugiere Bohorques al decir
que les manifestó el "parentesco" que tenía con ellos y que por
eso [haciéndose pasar por inka, cosa que no dice expresamente,
pero que suponemos a partir de los hechos posteriores en
Calchaquí] "le obedecen cuanto les manda con mucho amor, te-
mor y respecto como si fuera su superior".
rn6
cedes del Rey. Bohorques trata de colocarse así en un estrato muy
alto de la pirámide jerárquica colonial, montado sobre "sus
descubrimientos" y merecedor del reconocimiento público. Sólo
con pompa y fantasía podía cegar la desconfianza que los fracasos
anteriores despertaban en sus interlocutores.
187
del Enim, a cuyo emperador hace señor de muchos rei-
nos, que le tributan vasallaje en oro, mantas, plumajes, y
otros géneros riquísimos. Describe en ella el origen e
incrementos de tal imperio, el árbol genealógico de sus
soberanos, su política y costumbres, con las ceremonias
de coronarse el emperador y prestarle vasallaje los de-
más reyes, con circunstancias tan bien ordenadas y dis-
puestas a su antojo, que admitidas de la novedad que el
vulgo suele abrazar sin examen, muchas personas de dis-
tinción se persuadieron ser cierta su existencia, y con eso
alborotó los ánimos de mucha gente del Perú . Pero obli-
gándole a la ejecución de la entrada, fueron tales las ex-
cusas y tramoyas que armó, que dieron a conocer su
falsedad, y que la fingida quimera del Enim había sido
hija de su ambición.
188
entradas a la selva y sus varias correrías por el altiplano -que toda-
vía no hemos comentando-, pero que sin duda fueron abonando,
cada vez más, su familiaridad con estos temas . No olvidemos, tam-
poco, que la presencia, en el corazón de la selva, de grupos de
inkas desgajados del Cuzco, era parte de los incentivos que movie-
ron a tantos conquistadores a buscar Manoa o el Paytiti y que en
esto Bohorques no se diferencia de muchos de sus antecesores y
contemporáneos. En esta época ya era más difícil que las autori-
dades aceptaran públicamente su confianza en encontrar esos paí-
ses fabulosos, pero persistía esa inconfesable esperanza, siempre
alimentada por los deseos de gloria y riquezas en muchos hombres
de la Colonia, cualquiera fuera su posición en la pirámide social.
Aunque nos encontremos a mediados del siglo XVII, todavía no se
habían agotado los reclamos de la ilusión por descubrir un "mundo
nuevo" (expresión reiteradamente usada en las relaciones de la
época), y en esto participaban desde los virreyes hasta el último de
los pobladores españoles del Perú.
189
el orden de sus Palacios y Plazas, y la refinada policía
de sus nioradores, hubieron asonibrado a otro que no
fuera Bohorques. No obstante, él fue arrebatado de ado-
ración ante la vista del Alcázar Imperial. Fabricado so-
bre una multitud de columnas de pó1fido, y alabastro,
orlaba su pavimento una espaciosa galería, por cuyos ex-
tremos corría el cedro, y el ébano, variados en mil figu-
ras. La Magestad del Pórtico no podía expresarse sino di-
ciendo que la Naturaleza, y el Arte se habían desafiado
en aquel sitio, para competir en sus primores. Las escale-
ras, y los atrios eran suntuosísimos. En todas las piezas
interiores brillaba sobre el jaspe la energía del pincel re-
tratando los augustos Héroes, seiiores de aquella región
afortunada. Riquísimas alfombras de plumas cubrían los
suelos y al ayre los perfumes de aromas fragantísimos.
Introducido nuestro aventurero en el Gabinete real en-
contró al Soberano reclinado sobre un trono de marfil y
rodeado de sus primeros Cortesanos, que ocupaban va-
rios estrados de oro superior al de arabia. Fue recibido
con suma humanidad, y colocado inmediato al solio. El
ceremonial, fiestas y torneos con que el Monarca quiso
acreditarle su magn~ficencia, y placer, era asunto propio
únicamente de las plumas de Homero, y Vírgilio, o más
bien de la de Miguel Cervantes Saavedra.
190
precisión de enviar tropa a prenderlo, lo que, felizmente
ejecutado lo desterró a Valdivia con un Víllanueva que
era su Capitán General". (M_ercurio _peruano, [1791]
1979, tomo III, nº 78, f. 75).
191
mento no era sino el casco de una propiedad rural, esas ceremo-
nias de recepción y homenajes y los torneos (esos juegos de caba-
llería con reminiscencias medievales) se le harán realidad . Tal vez
más pobres, con menor esplendor, pero realidad al fin. Y un
segundo tema, en el que ya no interviene Bohorques, pero que
muestran que algunos hicieron realidad estas utopías. En el siglo
XVIII, el famoso marqués de Villeumbroso (Lavallé 1988),
encomendero, hacendado, empresario y corregidor del Cuzco,
construirá en su hacienda de Quispicanchis, vecina de Oropesa en
la región del Cuzco, "el mejor palacio rural de todo el Perú" según
Pablo Macera. Estuvo construido "íntegramente en piedra, con gran
portada, ancho parque y tres patios cerrados de doble arquería, pi-
las de alabastro y estatuas importadas de Italia y Francia ... " (Mace-
ra 1975). Igual opinión vierten José de Mesa y Teresa Gisbert, 'di-
ciendo que "Quispicanchis es la plasmación de un ideal, casi de
una utopía. [. .. ] Su residencia tenía un estanque, dos jardines a di-
ferentes niveles y en ellos siete fuentes. Este jardín, a manera de
plataforma, se alza sobre una llanura y permite divisar todo el va-
lle" (1982: 290, cursiva mía) 25 . Y para completar los paralelismo, el
Marqués se decía descendiente de los inkas e hizo pintar en la ca-
pilla de su propiedad rural 24 lienzos que correspondían a los 12
reyes y sus 12 ñustas o princesas (Harth-terré 1960: 287) 26 . Va-
lleumbroso se hacía llamar Apu y hablaba tanto quechua como
francés. ¿varios hombres en uno, también en este caso? Si algunos
pudieron hacer realidad sus utopías ¿por qué Bohorques no podía
dar rienda suelta a sus deseos y a sus fantasías? En América todo
era posible. Y para ello se expuso a las mayores aventuras, trabajó
duro, a su manera, para conseguir sus quimeras. Siempre volvere-
192
mos sobre lo mismo, ¿cuál era el límite entre la realidad y el mito
para algunos alucinados y visionarios de esta época?
Pero una vez más, todo tiene doble sentido en estos memo-
riales enviados a los virreyes que contienen un alto componente
estratégico: convencerlos de que esa conquista era posible .
Bohorques , a diferencia de otros expedicionarios que confiesan
que nunca llegan al corazón de sus países de fábula, intenta el re-
curso del testimonio. Él lo vio, estuvo con el Rey, palpó las rique-
zas y además reconocieron en él al hombre de rango que debía ser
convenientemente agasajado. El cruce de mensajes es otra vez el
mismo que descubrimos en el Memorial. Se considera suficiente-
mente gallardo y fino en su figura, valiente y arrojado para realizar
esa conquista, para gloria de ambas Majestades. El alto grado de ci-
. vilización favorecerá la difusión del evangelio; las riquezas aporta-
rán nuevas piedras preciosas a la corona real; el Perú serrano des-
cargará a tantos hombres sin destino que deambulan por el país; y
él) Pedro Bohorques, alcanzará la gloria que inunda sus sueños.
Laplantine dice que hay varias formas de transformar la desespe-
ración o el deseo en esperanza y una de ellas es la de salirse de la
historia, haciendo una proyección fantástica de un " 'en otra parte'
donde la felicidad de los hombres se organizará minuciosa y per-
fectamente (es la construcción de utopías) " (1977: 21) . Así, lo que
puede parecer inverosímil para algunos, para el que lo construye le
permite organizar un orden propio que oculta su propia
racionalidad (op. cit.: 29).
193
Bohorques en Chuquisaca
Con excepción el relato del padre Pedro Lozano (op. cit: 19-
22) hay muy pocos datos independientes sobre las andanzas de
Bohorques en estos años. Según parece, huyó de la corte de Lima
y se dirigió al Collaó y de allí paso al valle de Larecaja, puerta del
valle de Apolobamba y territorio de diversas tribus selváticas que
recibían el apelativo general de Chunchos 27 . En apariencia sus in-
tentos de llegar al Paytiti por esa rnta se vieron frustrados y regresó
a La Paz, para dirigirse poco después a La Plata, sede de la Au-
diencia de Charcas . Su presencia no pasó desapercibida y obede-
ciendo una orden del virrey, el Presidente de la Audiencia, Juan de
Lizarazu, ordenó su captura. Lozano dice que lo "mandó poner
preso en la cárcel de Corte con grillos y cadena" (p. 19). Pero lo
que no estaba previsto es que a Lizarazu le interesara sobremanera
el tema del Paytiti, lo que demuestra una vez más que la utopía
del Dorado era compartida por hombres de todas las escalas de la
sociedad. Lizarazu hizo recopilar todos los relatos sobre el Paytiti
que circulaban en Charcas, muchos de los cuales se salvaron gra-
cias a su interés y fueron más tarde publicados 28 . Y procedió de la
misma manera con Bohorques, a quien se preocupó de interrogar
personalmente. Dice Lozano "Pero no fue tan advertido este
caballero que dándole oídos no quedase enredado en sus embus-
tes, porque era tan diestro en relatarlos que los hacía creíbles" (p.
20) . Bohorques le mostró al Presidente un mapa del gran Paytiti,
ofíeciendo un testin1onio peísonal de su existencia. Recorde111os,
cuando Bohorques le escribió al virrey ya había utilizado este re-
curso del testimonio de vista, que legitimaba sus dichos y los ha-
194
cían mucho más confiables. El mapa, en este caso~ pudo ayudar en
mucho a crear un contexto de verosimilitud a su relato. Lozano
dice que le mostró dibujos de los reyes inkas, señalando a cada
uno un territorio muy preciso en el cual ejercían su soberanía.
Lizarazu no sólo dio crédito a sus palabras, sino que lo liberó, lo
invitó a su mesa y escribió al virrey en su favor para que recibiese
la ayuda necesaria a fin de realizar su expedición. Este apoyo no
debió caer en saco roto en el ánimo del virrey, a pesar de su des-
confianza y aunque estas "desviadas preocupaciones" de Lizarazu
terminaron por costarle el puesto. El visitador Juan de Palacios lo
tildó de hombre amigo de "personas ruines y faccioso", con el re-
sultado de que fue enviado a la Audiencia de Quito, lejos ya del
objeto de sus fantasías (Gil 1989: 351).
Hasta aquí el relato del padre Pedro Lozano, con muy pocos
agregados de mi propia cosecha. Como vemos, Bohorques repite
los intentos de numerosos hombres que eligieron esa ruta para lle-
gar al Paytiti. Su relación con el Presidente de la Audiencia de
Charcas muestra a las claras que lo que Bohorques pretendía no
era excepcional. Pero, además, su personalidad jugaba a su favor
cuando encontraba un interlocutor dispuesto a escucharlo con cier-
195
ta benevolencia. Debió ser un verdadero seductor, que sabía mane-
jar con habilidad su discurso, programarlo y poner un corset a sus
desmesuras; a ello agregaba precisiones suficientes como para afir-
mar la credibilidad de sus dichos. El mapa que había confeccio-
nado y los dibujos confirmaban sus testimonios.
196
chamayo, publicadas por Alberto Márquez Abanto (1956 y 1957,
respectivamente) y que yo también he consultado. Veamos primero
lo s antecedentes de la obra dominicana en Quimiri y
Chanchamayo.
197
cero o intérprete del rechazo a admitir el dominio colonial. Por
ello , si es que de la Cruz y Bohorques se conocieron (aunque no
tenemos datos para afirmarlo), es probable que hubieran encontra-
do un código común de comunicación en el tema de la defensa de
los indios.
198
sin proseguir adelante, se quedaron en los pueblos
nuevamente fundados, donde asistieron tiempo de nueve
meses, haciendo infinitos agravios y malos tratamientos a
los indios recién convertidos a la fe y a todos los de la
puna quitándoles sus mujeres e hijas y sus bastimentos
prendiéndoles y echándoles prisiones con que los molesta-
ba a cuya causa se fueron huyendo a la tierra dentro, a
sus antiguas habitaciones desamparando las nuevas
fundaciones dejándolas desiertas sin quedar ninguno de
ellos volviéndose a sus idolatrías y errores y de estos suce-
sos se dio cuenta al Real Gobierno de la Ciudad de los
Reyes y poniendo el remedio necesario se despacharon
provisiones y requisitorias contra el dicho Don Pedro .
Bohorques y los suyos para que los sacasen y remitiesen
presos a ia C'árcel de Corte de la dicha Ciudad y los lle-
varon presos a dicha cárcel y por esta causa los conde-
naron a los presidios del Reyno de Chile al dicho Pedro
Bohorques y a Francisco de Villanueva que al presente
están sirviendo a su Majestad. 0956: 72-73).
199
del fracaso de las reducciones anteriores), dice que los indios ha-
bían huido tierra adentro a causa de las
200
tos por éstos desde la misma perspectiva. Esta era una forma , im-
prescindible, para sellar alianzas y si para Bohorques fue una tácti-
p para obligar a sus suegros y cuñados a colaborar con él, los na-
turales podían beneficiarse con su protección, pues en los dis-
cursos con que Bohorques los arengaba pudieron existir mensajes
donde se les ofrecía ayudarlos a organizarse para impedir que fue-
ran conquistados. Los "inducía en contrario". Al menos, este fue el
tenor de las arengas de Bohorques a los calchaquíes y nada nos
autoriza a suponer que estas prácticas no hubiesen sido ensayadas
previamente en la selva peruana, como parece confirmarlo el testi-
monio de Ignacio Ochoa y como lo veremos más adelante. Ya nos
dedicaremos en detalle a analizar estos rasgos esenciales de las es-
trategias de Bohorques, pero conviene señalarlas allí donde apare-
cen para dar consistencia empírica a estas discusiones 32 .
201
A continuación transcribimos las partes sustanciales de los de-
cretos por los cuales el virrey concede licencia y autoridad para co-
mandar la hueste y que se hallan insertos en el Memorial.
Decreto
Los Reyes catorce de enero de seiscientos y cincuenta.
Dásele la licencia que pide para hacer esta entrada con
los compañeros necesarios como sean sin armas de fuego
y como lo mandan las Reales Cédulas de Su Magestad y
en ellos no le pongan impedimento las justicias, ni otras
personas. Antes le den todo el favor y ayuda necesaria.-
Troncoso. (f. 3).
202
Francisco Soriano, (que había sido fundada por los dominicos) ubi-
cada a 14 leguas del pueblo de Tarama (como expresamente se
consigna en el documento) que fueron asentados con pago de se-
tenta y cuatro reales. Sin embargo, no queda aclarado quién legali-
za esta presentación, pues no se menciona autoridad civil o ecle-
siástica alguna y después de la palabra "asentada" (su pago), sólo se
dice: "Elección de Sargento Mayor de Gobierno y escribano del
Ejército y de alguacil mayor y oficiales de milicia en el Pueblo de
Santo Domingo Soriano en 17 de agosto de 1650 años", sin más
explicaciones. Si nos atenemos al Meniorial, fray Triviño no se
encontraba en la reducción en ese momento y en ese caso Bo-
horques quedó librado a su arbitrio.
203·
les hizo una prudente platica dándoles a entender a to-
dos cómo veníanios a reducir aquellos bárbaros a la ley
evangélica y a que fuesen cristianos y a catequizar en la
fe y buenas costumbres y que asimismo diesen la obe-
diencia a nuestro Gran Monarca Felipe IV para lo que
era menester nombrar Sargento Mayor de las cosas de
gobierno y milicia, y escribano público para lo deniás, y
alguacil mayor en nombre de su Magestad. Y asimismo
oficiales de milicia todo tocante al buen gobierno y
dispusición deste descubrimiento (f. 3).
204
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Mapa Nº 2. Cerro de la Sal.
Tomado de Fernando Santos-G. 1991
Tbe Power of Lave. London, The Athlone Press
Por lo transcrito hasta aquí vemos que Bohorques tiene claras
intenciones de revestir su entrada con todas las foni1alidades en
uso y de ajustarse a las normas jurídicas vigentes. Con estos actos
o "rituales" jurídicos, muestra que desea incorporarse a la élite de
los grandes descubridores, que trata de borrar las huellas de su
mala reputación como hombre impetuoso y fabulador y limpiar su
nombre y figura de toda sospecha de aventurerismo fácil. Maravall
dice que es propio del barroco que estos hombres que viven en
un plano de ficción no olviden utilizar tácticas, ya que tienen una
conciencia probabilística y saben a veces "usar la prudencia para
sostener la desmesura" (Maravall 1975). Y así va a continuar, tratan-
do de recubrir con estas ceremonias cualquier sospecha sobre do-
bles intenciones. Estos ejemplos de la conducta de Bohorques son
el vivo reflejo de la idiosincrasia de su personalidad. Siempre va a
oscilar entre los códigos que le dictan sus alucinaciones y su
conocimiento de la realidad. En este caso, trata de afirmarse en el
espacio de las instituciones que pueden legitimar sus acciones. Res-
pondería a la máxima de Gracián, "no vive vida de hombre sino el
que sabe". Maravall destaca que es típico del barroco ese espíritu
de prudencia que trata de poner límites a la desmesura 34 . Bohor-
ques muestra que conoce los códigos del buen vasallo. Y con esto
cree que le basta. Prueba de ello es que inmediatamente después
de estos párrafos tan formales y ajustados a la ley, observaremos ya
una desviación.
34 Ver ]osé Antonio Maravall 1975. [ed. 19831. La cita de Gracián fue tomada de
esta obra.
205
aspiraciones como gobernante . Tanto frente a los españoles como
frente a los indios, la astucia e intuición de Bohorques hacen que
tenga conciencia de que la palabra es un eficaz instrumento de po-
der. No necesitó ser consagrado por el Rey, ni que le impusieran
las manos para sentirse caballero. A partir de ese momento el dis-
curso dictado a su secretario Salgado traslucirá su nuevo estado de
espíritu, aún cuando sus acciones no siempre respetaran las normas
señoriales a cuya clase acababa de incorporarse por la gracia que
se desprendía de la manipulación de un ritual. Y siempre será así,
aún cuando a lo largo de su vida, el caleidoscopio de su personali-
dad lo conducirá a un laberinto sin salida.
35 Sobre los rituales ele fundación, y la importancia simbólica ele las acciones y
discursos ver el interesante trabajo ele Roxana Boix.adós 1994.
206
y en la izquierda una rodela de yerro y se llegó al dicho
palo y alzando la mano derecha le dio una cuchillada
al dicho palo y dijo en alta voz que todos lo oyeron, Po-
sesión por nuestra Santa Fe Católica y respondieron todos
los compaiieros descubridores, Posesión, y luego segunda
vez volvió a decir en alta voz que le oyeron todos llegán-
dose al dicho palo Rollo con la espada en la mano dere-
cha le dio otra cuchillada y dijo, Posesión por el Rey ,
nuestro señor Felipe cuarto el grande que Dios guarde, y
respondieron todos, Posesión, y tercera vez volvió a decir
el dicho se1ior gobernador lo mismo que en la primera y
segunda vez, llegó al dicho palo Rollo, y le dio otra cu-
chillada y dzjo, posesión por los descubridores y con-
quistadores deste nuevo Mundo y respondieron todos po-
sesión teniendo las armas en las manos y cuerdas encen-
didas para lo que sucediera. 11 Y a la quinta vez volvió
a decir en alta e inteligibles voces que todos lo oyeron por
tres veces, hay quien lo contradiga, hay quien lo contra-
diga, hay quien lo contradiga; y se oyó una voz que dijo,
no, y por último desta respuesta hicieron todos los con-
quistadores una gran salva.- y luego incontinente los
dichos descubridores arracanron yerbas, cortaron palos,
cogieron tierra y todo lo echaron al aire porque algunos
indios que acaso vivían allí se habían ido a retirar al río
Chanchamayo con Francisco de Villanueva a ponerse en
defensa como lo hicieron, como constará por el diario
que se hace a que me remito, y lo firmaron Melchor Fer-
ná ndez de MonteRey, y Salvador Sánchez, y juan
Vásquez, y don Francisco de Rojas y el dicho seiior go -
bernador, de que doy fe." - Siguen firmas. (f. 4v y r).
207
están destinadas a movilizar los resortes de la emoción de los acto-
res y se espera una respuesta similar de los espectadores, en este
caso los indios, que juegan aquí un doble papel ya que se los con-
s~dera a la vez como partícipes y recipiendarios del drama que se
escenifica. No obstante, el lector desprevenido puede sorprenderse
de la pobreza del entorno, del vacío social que se desprende de la
sola presencia de una india, de la pomposidad casi ingenua de los
gestos y palabras. Pero no es un escenario excepcional. Ninguno
de estos rasgos es realmente insólito y pueden ser encontrados en
cientos de actas de fundación a lo largo de todo el continente. Mu-
chas ciudades se fundaron recibiendo por vasallaje una aquiescencia
indiferente, teñida por la profunda incomprensión acerca del signi-
ficado de un simbolismo que para los naturales estaba vacío de sen-
tido. Lo importante aquí es que Bohorques se incorpora, gracias a
esta acción ritual, a la capa social a la cual aspiraba pertenecer. Y
aunque sus gestos y discursos, como el de autotitularse gobernador,
estén teñidos de contradicciones, él pudo hacerlas confluir ya que
a través de este ritual alcanza una de sus quimeras más anheladas.
O sea, teatraliza, a partir de los rituales de fundación, una apropia-
ción del territorio que en realidad nunca llegará a poseer.
208
esto Bohorques se asimila o autolegitima su propia condición de
fundador.
37 Este artificio consistió en fabricar unas "... barbacoas de caüas cloblaclas cuatro
209
Finalmente dos indígenas andes (originarios de los Antis) cruzaron
en balsa a la orilla donde estaban los españoles y le ofrecieron la
obediencia en nombre de Su Majestad. Hecho esto, Bohorques
tuvo un gesto temerario. Al escuchar la proposición de los indios
se subió a la balsa dispuesto a pasar el río, e incitó a sus aterrados
compañeros a seguirlo. Sólo Andrés Salgado aceptó el desafío, se-
gún sus propias palabras como escribiente del Memorial. Y una
vez en la otra banda, fueron recibidos por doscientos hombres en
armas, con los rostros pintados de colorado y ropas de guerra, to-
dos comandados por su cacique "don Bernardo Santuma" .
veces ele modo que la mitad ele la gente se ocupaba ele esto metidos en el agua
hasta los pechos desde por la mañana hasta la noche ocho días continuos, y
nos trocábamos un día los unos y otro día los otros, y los demás haciendo ros-
tro a los indios, retirados ele modo que cuando pusieron la bandera ele paz te-
níamos hechos siete desagües y el río ya llevaba poca agua .. ." (Memorial, f. 4v).
210
Chanchamayo y para que los acompañaran hasta el valle de Quimi-
ri del que se tomó posesión.
211
obtener en este episodio en la selva, ni la recepción que tuvieron
sus esfuerzos. Más tarde, en Calchaquí, lo veremos reiniciar estas
prácticas, pero esta vez, ayudado por las circunstancias, consiguió
un mayor eco para su prédica insurrecta. En realidad, el Memorial
no podía reproducir las verdaderas palabras que Bohorques les di-
rigió a los indios, pero si recordamos lo dicho por el testigo citado
por los dominicos, podría haber estado induciéndoles a rechazar el
dominio de los españoles y el de los clérigos, (. .."por no haber al
presente quien los indusga [sic] en contrario ... "). Si a esto le agre-
gamos el relato de Sánchez de Bustamante, muy bien pudo estar
proponiéndoles una asociación para conquistar juntos el Paytiti y
construir allí "una nueva monarquía".
212
validar su ascendencia por medio de una probanza. Una vez más,
en este tema, la ambigüedad de su conducta, sólo nos permite
abrir interrogantes.
213
LEYENDAS INSCRITAS EN EL MAPA DEL CERRO DE LA SAL "Nuevo Potosí, número 8., "Taranza, número 10.,
DIBUJADO POR DON PEDRO DE BOHORQUES 1 "La Oroya, número 9., "Acobaniba, número 11.,
(Los números 5 a 9 no fueron "Víctor, número 12.,
localizados) . En el sector se en- "Saire, número 13., (en el mapa se
El mapa, realizado a mano alzada y pintado con diversos colores, cuentra la siguiente leyenda: "Pue- escribió Sayre)
tiene diseñados los ríos y cerros ele la región y en algunos casos se blos pe1'1enecientes a la jurisdic- "Chanchaniayo, número 14.,
escribieron los respectivos nombres y topónimos . Mediante íconos ción de Li1na» "Valle de Quimiri, nº 15.,
diversos, tales como figuras humanas, árboles, animales, casas, iglesias
y embarcaciones, se fueron señalando los puntos más imp01tantes.
Además de los números, que figuran con sus respectivas referencias en Columna de la derecha: dibujo del cerro, figura la siguien-
dos escudos colocados en los ángulos superiores del mapa, se inserta- te leyenda: "Este cerro celebrado
ron leyendas adicionales escritas con letra muy pequeña y delgada que "Buena Vista, número 16., de la sal que tantos han deseado
no siempre pudieron ser totalmente descifradas. Se han copiado "Pajonal, número 17., poner a los pies de su Magestad
textualmente las inscripciones de los escudos, colocando en bastardilla "Ciudad de San Miguel Arcángel, llave de todos estos reinos y provin-
las leyendas agregadas en el cuerpo del mapa o cuando están duplicadas nº 18". En el mapa la leyenda: "Los cias por venir por sal él ganado y
en el escuelo y en el mapa. prinieros conquistadores como conquistado éstos todos darán la
presentaron sus títulos» obediencia».
Escudo Izq11 lerdo ros, la cual dejaron de proseguir "La Pampa de San Lucas, nº 19., Hay un salto en la numeración en
como constará por los papeles." "El pueblo del Cerro ele la Sal, nº el escudo, pero en el mapa figura
"Tierra descubierta ele la Conquis- 20» el número 29 con la siguiente
ta de los Indios Andes hecha por (Debajo, distribuidos en dos co- "Río ele la Sal, número 21». En el leyenda: "Los indios retirados
el Capitán Don Pedro ele lumnas se encuentran enurnera- mapa: "Río de la salpor donde van marancochas».
Bohorques y Don Andrés Salgado dos los sitios marcados en el las balsas». ·Junta de los ríos de Quimiri y de
ele Araujo y Bernardo ele Figueroa mapa). "Lomas de Ante, número 22., la Sal, número 32 ... No muy aleja-
y Anclrade y diversos compañe- "Otras lomas de Ante con do de este número, pero sin nu-
mineraies de oro, número 23¡¡ merar figura ia siguiente ieyenda:
Columna ele la izquierda: En la proximidad de estos núme- hay un salto en la numeración y "juntas de los indios de la ciudad
ros aparece la leyenda: "cerro de en las proximidades del número [reducción?} de Quimiri».
"Callao, nº 1., covea [?} niuy rico en niinas». 26 la siguiente leyenda: "Provin- "Lo que coge este rincón, nº 37 .
"Lima, número 2., "San Juan ele Maturana, nº 5,, cia de los Andes es de 80. 000 yndios "Lospueblospe11enecientes a LiJna,
muy ricos» 48»
"Santa Inés, nº }· "San Juan de Surco, nº 6.,
"San Bartolomé, número 4., "San Mateo, número 7,, "El Cerro Celebrado de la Sal, nº (repetido en el escudo de la dere-
26". Hacia arriba e izquierda del cha)
~ 1(30
'O
16
S M Arc á ngel
~ D 1a \¡ii
') t ó Cl 19 '(;:;,>
c'.'l 20
48 (?)
2º 30
28
27
48 (?)
D
Mapa Nº 4 . Esquema del Mapa de Bohorques
brado de todos y de pocos visto, fuimos caminando por
llano como dos cuadras y luego empezamos a bajarnos
desabrida la bajada hasta que llegamos a una como
quebrada que parecía estar derrumbada a donde están
las vetas de sal que me parece tendrá la quebrada de
alto abajo cuatrocientos cincuenta pasos y del/ ancho
ducientos y cuarenta, poco más o menos, adonde están
las vetas de sal que parece marílla [sic} y por encima es
blanca y en ahondado Roja y muy dura, y en ahondado
más bajo más roxa y más dura pero sala más, deste ce-
rro sacan la sal para gastar y en otros dos que hay
Ydolatran los naturales de aquellas partes, estos tres ce-
rros hacen triángulo y en el uno de los dos es la sal muy
cristalina y el otro la tiene Blanca, y destos tres cerros
sale un Río que el agua del es muy salobre y cuando se
pasa si hay llagas en las piernas escuece mucho pero sa-
nan luego, son todos tres muy abundatísímos de sal. Sa-
camos sal de un de ellos con una barreta que llegamos
para el efecto volvimos de allí adonde mandó poner la
Cruz el señor Gobernador donde se hizo una plaza
grande porque se desmontó muchísimo que se echaba de
ver por todas partes la dicha Cruz dos cuadras, y luego
desviado de ella veinte y cuatro pasos se puso un palo de
grosor de un hombre de altor de tres haras.. .." (f. 8v/ 9).
215
Ritual formal y licencias inéditas conviven en los gestos y pa-
labras de Pedro Bohorques. En todas partes deja su sello personal
y la desmesura en este caso estaba plenamente justificada: puesto
que tomó posesión de esa tierra "de nosotros tan deseada, ... ". Y
como ellos eran los héroes de esta gesta, también amplía la fórmu-
la, haciéndolo en nombre de su hueste, con lo cual legitima o in-
tenta legitimar los derechos personales de su grupo sobre las nue-
vas tierras. No habrá necesidad en el futuro de que el Rey ceda
derechos. Solo deberá compa1tirlos con sus "compañeros descubri-
dores que están presentes" y con la orden de los predicadores
cuya benevolencia trata de conquistar. Porque, además, está toman-
do posesión del mismo espacio donde antes se había instalado la
misión dominicana y de esa forma intenta respetar lo hecho por
los misioneros. Por lo mismo lo llamó Cerro de la Sal de los Doce
Apóstoles, como lo habían hecho los dominicos años antes .39 . Ha-
ciendo concesiones, Bohorques se preocupa de que ningún intere-
sado directo y políticamente poderoso pueda quedar excluido en
este reparto. ¿Táctica, o locura? Cada uno podrá encontrar el califi-
cativo que más le plazca, porque parece no importarle el haber in-
vadido la jurisdicción eclesiástica y si en algo los molestó, debió
creer que con esto restafi.aba las heridas. A continuación el Acta se
firma con los testigos correspondientes, tal como se acostumbraba.
216
obediencia formal el 2 de noviembre de 1650, con los besamanos y
ceremonias habituales. Yarasca, que dice ser descendiente de cris-
tianos, habla castellano y se distingue del resto por su traje más ga-
lano y "gallarda dispusición". Manifiesta que hacía sesenta nueve
años que estaban en la selva y que eran 12.000 indios y "mucha
chusma". La cifra parece exagerada, porque los españoles no hu-
biesen dejado escapar tanta cantidad de gente -la población com-
pleta de una provincia inkaica- sin tomar represalias. Tal como lo
expresa Yarasca, las razones de la huida fueron
Otros, como dice Garcilaso ([1609] 1991: tomo II: libro 5, cap. 26) se trata de
refugiados Chancas, comandados por su "rey " Hancohuallu que no quiso
aceptar el dominio de los cuzqueños y buscó "nuevas tierras donde poblar y ser
sú?or absoluto o morir en la demanda.,_ De a poco fueron saliendo de la
jurisdicción del Inca Viracocha que gobernaba en esa época y que ya había
sofocado un lenvatamiento ele los Chancas. Hancohaullu salió con 800 hombres
bajó por Tarma y pobló a unas 200 leguas ele sus tierras a la ribera ele "unos
grandes y hermosos lagos donde dicen que hicieron tan grandes hazcúias que
más parecen fábulas compuestas en loor de sus parientes los Chancas que
historia verdadera .._ Esta versión da origen al mito ele Ruparupa (Belaunde
1911). De todas maneras los serranos que aceptan el vasallaje a Pedro
Bohorques dicen ser cristianos, de modo que puede tratarse de grupos
previamente colonizados, aunque por cierto imperfectamente evangelizados.
217
ya merece algunas reflexiones. Si la fecha de su abandono de la
sierra, (que pudo ser en un solo grnpo una vez, o por migraciones
sucesivas) puede situarse hacia finales del siglo XVI, es probable
que un cierto grado de evangelización previa pueda haber dejado
un rastro de culpabilidad en los espíritus, por haber regresado a su
infidelidad. No debió ser ajeno a esto el hecho de que los francis-
canos hayan realizado tantas entradas en la región y que el temor
de ser encontrados haya intervenido en estas alucinaciones. De to-
das maneras, lo más interesante es el párrafo siguiente:
218
mientas de sentido entre lo verdadero y lo verosímil. Lo que Ya-
rasca cuenta no parece un dato vano, pues tiene el valor de prove-
nir de alguien que acredita experiencia en la zona. Yarasca afirma,
confirma que hay oro y que sus indios disponen de él. ¿Qué más
pueden pedir los hombres de Bohorques? El futuro parece asegura-
do y la ruta hacia la concretización de la quimera ya está delinea-
da. No es posible que esta vez se les escape de las manos, porque
han encontrado un guía que no les permitirá errar el camino.
Cuando Yarasca se presentó ante Bohorques le ofreció traerle a su
gente, pero le respondieron que no se molestase, que ellos lo
acompañarían hasta su pueblo. No les preocupaban las fatigas de
los indios, sino que deseaban llegar a ese "prodigio tan deseado'',
guiados por el gallardo cacique mestizo ¿Qué mejor garantía de
éxito que la presencia de este hombre que era casi uno de ellos?
219
se había mencionado su presencia, ni por lo tanto otorgado título
alguno. Es probable que haya llegado después del grupo inicial,
pero su padre no le ahorró honores, como vemos .
220
29 de abril de 1651. Podríamos suponer que han estado tratando
de alcanzar el Paytiti guiados por Yarasca y su gente aunque por
lo visto sin lograrlo. Pero sobre esto no se habla en el Memorial,
ya que la estrnctura discursiva está al servicio de los éxitos y de las
demostraciones de buen servicio hacia ambas Majestades. Bo-
horques no es hombre de reconocer un fracaso.
221
Principal de los indios del Valle de la Santísima Trinid~1 , I del pue-
blo de Quimire a Don Bernardo Santuma. En apariencia este nom-
bramiento podría entrar en contradicción con lo que dijo Sánchez
de Bustamante respecto de que el mismo Bohorques se había he-
cho "cacique" de los campas. Pero en realidad el suyo es un
liderazgo supraétnico, como lo discutiremos más adelante. El decre-
to contiene, además, una descripción de la ceremonia de "unción",
realizada el 14 de noviembre de 1650, con la presencia de todos
los indios y españoles de la compañía.
222
Este texto, tal vez más que muchos otros, muestra una faceta
casi tragicómica del delirio de Bohorques. Suponer que un cacique
de la selva podía solicitar confirmación real de un nombramiento
de Gobernador y Cacique Principal, a lo que se agrega que es un
título conferido por una persona sin poderes para ello, ni de parte
de las autoridades coloniales, ni por delegación expresa de los pro-
pios indios, es en apariencia un laberinto de contradicciones y
dislates . Pero no lo era para don Pedro. Por el contrario, formaba
parte de un plan perfectamente orquestado y coherente con sus
propósitos. Con este gesto, Bohorques organiza su "nueva monar-
quía", según sus propias palabras insertas al comienzo del Memo-
rial y comienza por darle forma a la estructura jerárquica e
institucional del universo social que debía gobernar. Y sabía que,
. lo mismo que el virrey Francisco de Toledo casi un siglo antes,
que lo más conveniente al buen gobierno era organizar claramente
las "dos repúblicas'', la de indios y la de españoles, cada una con
sus jefes naturales y colocarse a sí mismo como autoridad máxima
a la cabeza de todos. En realidad, Bohorques estaba realizando un
verdadero "ritual de unción", en el cual él ejercía el poder de en-
tronizar y ·eventualmente quitar, legítima autoridad . Como ya diji-
mos, se había erigido en un líder supraétnico. Los nombramientos
que contienen estos decretos reflejan que Bohorques se estaba
ocupando de organizar su "nueva monarquía" en la que pretendía
reinar sin interferencias. O, en todo caso, de construir primero una
buena base de operaciones, a partir de la cual reiniciar la búsque-
da de El Dorado desde una posición institucionalmente más conso-
lidada. Sin embargo el proceso no es tan claro. Veamos primero el
contenido del final del Memorial.
41 Se hace relación de todas las armas y pertrechos que se entregaron, con cargo
223
documento hace un salto para consignar los títulos y mercedes
otorgados a Andrés Salgado de Arauja que veremos a continuación
y en el folio 18, se da nueva razón sobre la "Patente de Capitán de
la Sala de Armas" concedida a Juan Mexía y luego sobre el título
de "Alférez de Ynfanteria al sargento Juan Mexía de la compañía
que en este descubrimiento está sirviendo al Capitán Sebastián
Frutuoso para que sirva el dicho cargo y oficio". Este es el tenor
de las razones de los títulos que inscribe Salgado de Arauja en su
calidad de Secretario de la Gobernación y escribano público. En los
folios 18v al 20 se inscriben lo otorgado a otros españoles. Cada
uno de acuerdo a sus méritos, recibió tierras, e incluso una enco-
mienda de quinientos indios concedida al alférez Bernardo de
Figueroa y Andrade1i 2 . Esta no es la única encomienda, y discutire-
mos el tema al tratar las mercedes que recibió el propio Salgado.
de que "en su Real nombre las tenga en una casa con tocio cuidado y
limpieza". Se le entregaron "cincuenta y seis bocas de fuego en veinte y cuatro
arcabuces, cuatro mosquetes, diez y seis escopetas, diez carabinas, dos pistolas
tercerolas para de a caballo , dos rodelas ele yerro, dos cuerpos de armas de
Milán, catorce cuerpos de armas ele los hechos en Chile, sesenta hierros de
lanzas, doce chusos, ochenta hachas de cofüi1, ciento y veinte lampas, ciento y
cuarenta machetes, cuarenta azadones, doce quintales de plomo, cuatro mil
balas ajustadas, seis petacas ele pólvora de a dos quintales cada una, doce
quintales ele hierro, ocho quintales ele acero, sesenta docenas de chullos carn (?)
doce quintales de cuerda, cuarenta quintales de pabilo parn hacerla, ... " (f. 14).
42 Razones y títulos otorgados entre los folios 18v y 20: de alférez de Ynfantería al
sargento Juan Sánchez Morón originalmente otorgado el 29 ele junio de 1650.
Este personaje estaba sirviendo en la compañía del Capitán Melchor Fernánclez
de MonteRey . Sigue con la razón y título ele alférez y alguacil mayor a Juan
Básquez de Lara, que sirve en la compañía del Gobernador (y por ausencia del
Capitán Nicolás ele Aro), por "ser persona benemérita y ele partes". La siguiente
certificación es en favor del alférez Bernardo e.le Figueroa y Anclracle
(originalmente otorgada el 18 ele mayo del 50). Sus méritos son el haber servido
a Su Majestad con dos soldados a su costa "armados y aviados e.le tocio lo
necesario hasta la obediencia que dio el cacique e.le la Sal y pueblos y su
contorno y fundación e.le la ciudad e.le Quimire " (f. 19). Se le favorece con el
título de Capit{tn de Infantería "que es la que sirve el Capit{tn Juan Cano"'.
Figueroa Y Andrade recibió además quinientos indios (aunque m{ts adelante se
224
Gobierno "tocante a las cosas de milicia, escribano público, de ca-
bildo, de la ciudad, minas y registros" originalmente concedido el 8
de agosto de 1650. Por otro lado recibe diversas tierras, a su pedi-
do y previa breve probanza de servicios, expresamente reconocidos
por Bohorques, y manifiesta el propósito de avecinarse y traer a su
mujer e hijos. Las más importantes se encuentran sobre el río
Chanchamayo e incluyen los "cerros minerales de Putín que es de
plata y plomo" 43 . Otras cuatrocientas fanegadas en el pajonal de
Chanchamayo y valle de Zayria (o Sayria) para criar ganado, ya
que tenía 1000 cabras, algunas ovejas y cincuenta vacas. Por último
pide otras dos leguas en la misma zona y otras 450 fanegadas más
para criar "ganado de cerda", es decir porcinos. El tercer tipo de
merced es nada menos que 500 indios "en depósito para que le
sirvan hasta que Su Magestad o su Real Consejo dispongan otra
cosa".
Ahora bien, las mercedes de tierras para Salgado fueron
confirmadas por Bohorques mediante dos decretos, firmados de su
puño y letras, y "en nombre de su real Persona". En los decretos
se ordena al alférez Juan Básquez, regidor de la ciudad, para que
le dé formal posesión de estas tierras. En cambio, en lo referente al
depósito de indios, no se puede decir que se trate de mercedes
formales. Para comenzar, en este caso, como en el de Figueroa y
mencionan sólo cien indios) en "depósito para que le sirvan hasta que su
Majestad o su Real Consejo disponga otra cosa " (f. 19v). Este depósito había
siclo otorgado el 6 ele marzo del '50 . Además, recibió doscientas fanegadas ele
tierra en la Pampa ele Chanchamayo "junto al corral ele las vacas" y otras 300 en
Zayria. La última certificación correspo nde al título ele Alférez y ele las 200
fanegadas entregadas a Juan Básquez ele Lara en el valle de Zayaria , y otras
doscientas en la "otra banda del Cerro Buena Vista" (f. 20).
43 "... [las tierras poco más o menos correnl y empiezan desde el paraje del dicho
Río Chanchamayo que llaman ele la cruz hasta un pajonal que hace yendo ele
dicho río para la ciudad donde se hallaron unos guayabos y ele la mano
derecha tiene el río Grande y por la izquierda los cerros ele los minerales ele
Putin que es ele plata y plomo, y e l dicho Capitán Do n Andrés Salgado ele
Arauja en señal ele posesión tiro piedras, arrancó tierra , cortó árboles y quebró
ramas y puso una cruz y por nombre Santa María ele Rosamonde tocio en mi
presencia y ele los testigos que fu eron ... " (f. 16v). Sigue una certificación del
Cabildo ele los documentos anteriore s y ele la autentificación ele la firma ele
Bohórquez y los demás actuantes en los actos jurídicos precedentes. Estos
documentos están firmados el 24 ele diciembre ele 1650 y copiados en las actas
del ca bildo el 20 ele mayo del 51.
225
Andrade, se trata de menciones sobre mercedes, escritas a conti-
nuación de la confirmación de títulos. En segundo lugar no hay fir-
ma de Bohorques en las razones inscritas por el propio secretario.
Sí existen, en cambio confirmaciones del Cabildo, debidamente re-
frendadas con la firma de los regidores. Además, siendo que los
dos decretos fueron firmados en noviembre de 1650 e incorporados
a las actas recién en mayo del 51 y que ninguna de las otras actas
de esta última fecha llevan la firma de Bohorques, es posible pen-
sar que no estaba presente cuando se inscribieron los títulos (algu-
nos de ellos nuevos), ni las mercedes de indios. Como el ejemplar
del Memorial es una copia de las Actas originales, en realidad no
sabemos en qué medida parte de todo esto no fue manipulado por
el propio Salgado de Araujo, que utilizará esa documentación para
solicitar una nueva entrada a Chanchamayo presentándose para
ello en la Co11e en el afio 1663.
226
Chile . Por eso es posible pensar que Salgado se amparara en esta
circunstancia para manipular los folios finales de las Actas.
44 Los elatos ele Pedro Lozano sobre esta campaña son escasos y confusos . Sabe
que I3ohorques fundó una ciudad y qu e nombró autoridades , pero dice que
frente a los fracasos, don Pedro se decidió "salir" al Perú para pedir nuevo
apoyo al virrey, quien finalmente lo apresó.
45 Vargas Ugarte confirma e l nombre de l capitán ele la milicia como Juan López
Eeal.
227
En este periodo se perfilan netamente los dos ejes sobre los
cuales se desenvolvía la conducta de Bohorques. La necesidad de
encontrar el Paytiti y la de convertirse en un colonizador. La des-
mesura y el orden no entraban en colisión en su esquema mental.
Descubrir el oro oculto en la selva mediante hazañas reservadas a
los héroes no le impedfa ordenar el espacio natural y social, para
lo cual se apoyó en lo que parecía más próximo a ese orden,
como se ve en su descripción de la ciudad maravillosa que descri-
be al virrey, o en la fundación de nuevas ciudades españolas, en el
reparto de tierras o en la promoción de los hombres de la hueste
para consolidar los símbolos de su poder. Sin embargo, podemos
hacernos algunas preguntas adicionales ¿Esos lapsos sin informa-
ción en el Memorial, corresponden a los de la búsqueda del
Paytiti, a los fracasos y las supuestas rebeliones de la hueste? ¿Ese
tardío reconocimiento de títulos y mercedes, obedece a la necesi-
dad de calmar los ánimos y en realidad sólo trata de poner orden
en medio de los conflictos como medida extrema? ¿Esto último fue
realizado en su presencia y con su aquiescencia, o fue tramado por
los quedaron en Quimiri como solución alternativa por no haber
hallado el Paytiti? O sea, ¿Bohorques tuvo originalmente verdadera
preocupación por el orden jurídico y por la conquista de los indios
del entorno de las misiones, o lo hizo como último recurso para
retener a sus hombres? Si el principal móvil de la expedición era el
Paytiti, es probable que al comienzo a nadie le haya preocupado
instalarse en Quimiri, sobre todo al descubrir que el Cerro de la Sal
no era io esperado. Había que seguir adelante. Pero, ¿hacia dónde,
con qué medios? ¿con la guía de Yarasca, el cacique de los serra-
nos? Todo confirma que esos intentos fueron vanos y que frente a
las evidencias negativas, los hombres de la hueste trataron de
"avecinarse" en las mejores condiciones posibles. No se puede ig-
norar que si bien Bohorques trató de adquirir poder y legitimidad
manipulando rituales, éstos no fueron suficientes para que su hues,..
te y los indios lo aceptaran sin condiciones . La fragilidad de la si-
tuación legal de Bohorques jugó en su contra, aunque conocemos
decenas de expediciones de conquista en las que muchos de sus
jefes fueron destituidos o aún asesinados aunque ostentaran títulos
legales inobjetables. Por eso, si es cierto que la historia la escriben
los triunfadores, nada más revelador que este relato, que hizo de
Bohorques un aventurero sin destino.
228
CAPÍTULO V
CALCHAQUÍ
1
LA RESTAURACIÓN DEL TAWANTINSUYU
229
viene de la Relación del Padre Torreblanca 2 a la cual Pedro Lozano
agrega algunos detalles (y contradicciones). Gracias a sus dotes
personales, Bohorques logró hacerse de un cierto prestigio entre
las autoridades del presidio de Valdivia, que en realidad era un
fuerte que defendía la zona colonizada de los ataques araucanos .
Para afianzar su protagonismo, Bohorques construyó dos piezas de
artillería en madera "con aforras de cuero" que soportaban dos ti-
ros. También hizo amistad con los jesuitas que tenían allí una resi-
dencia, entre ellos el padre Lira, el Superior, y con los padres Juan
de Moscoso y Francisco de Vargas . La confianza que se supo ganar
entre ellos, hizo que se lo autorizara para acompañar a este último
a fin de enviar "un aviso por mar" al Gobernador y Presidente de
la Audiencia de Concepción, Don Antonio Vásquez de Acuña. En
la versión de Lozano, mucho más confusa, Bohorques hizo amistad
con un portugués (que le habría enseñado a hacer los cañones) y
con él fue a Concepción a instancias del propio Gobernador que
quería que le fabricase otros similares para defensa de esa plaza.
Estando en Concepción y en virtud de sus méritos en la defensa
del fuerte, Bohorques consiguió que lo nombraran Capitán y licen-
cia para dirigirse a Santiago de Chile 3 . Allí se habría vinculado con
gente de cierto prestigio, pero como en realidad no es muy seguro
de que haya dispuesto realmente de esa licencia, y ante el peligro
de que lo reapresaran, al poco tiempo hizo fuga, llevando consigo
en muchos aspectos, es sin eluda parcial, pues el padre trata ele limpiar la repu-
tación de los jesuitas que habían instalado dos misiones en el valle Calchaquí y
que se involucraron estrechamente en los acontecimientos. Por otra parte, To-
rreblanca escribió cuando sus compañeros habían fallecido, de modo que nadie
pudo refutar sus aseveraciones ni cuestionar su propia conducta respecto ele
Bohorques. A partir de estas fuentes , los padres jesuitas Pedro Lozano y
Constantino Bayle escribieron sendas historias sobre estos sucesos. Todo esto
forma la base , que he usado para escribir este periodo ele la saga ele Pedro
I3ohorques. Otras obras posteriores se han ocupado del asunto, como el ameno
relato ele Teresa Piosseck Prebisch. La que aquí se presenta , sin embargo, trata
ele tener un enfoque diferente.
2 Torreblanca, f. 8.
3 Este nombramiento de Capitán nunca lo he podido confirmar en otras fuentes
excepto en Lozano , que probablemente se basó en Torreblanca. Pero se debe
notar que hay un sospechoso silencio ele parte ele las autoridades ele Lima sobre
los detalles e.le lo que hizo I3ohorques en Chile . Lozano dice que a los pocos
días se le quitó el título ele capitán y que "ele muy sentido se desmandó en
palabras contra el presidente '· (1875 : 26) .
230
a una mestiza "en hábito de india", y atravesando la cordillera, vino
a desembocar en Mendoza.
4 AGI, Charcas 122 (2), documento 7, f. 11. Autos hechos por e l Gobernador Ca-
brera en 1660. Testimonio del Capitán Esteban ele Contreras. En el Archivo ele
Indias existen dos copias sobre estos Autos. La primera corresponde a Charcas
122 (1), ff. 67-110. Por razones ele comodidad citaré 122 (2).
5 La ciudad ele Londres fue fundada varias veces. En la época que tratamos había
siclo instalada en el centro-oeste ele la provincia ele Catamarca , en el paraje y
estancia denominada Pomán , con el nombre ele San Juan Bautista ele la Rivera.
Las referencias a ella usar{m alternativamente cualquiera ele los tres nombres, tal
como se hizo en la documentación consultada.
6 Sobre este viaje ele 13ohorques dice Lozano: "Oíanle los indios con admiración,
y aún los españoles en las cosas que fiaba de ellos, como por allí es gente sen-
cilla y poco cultivada , le daban crédito [. .. ] a que ayudaba su natural facundia
en persuadir, y una fingida gravedad junto con una urbanidad sin hinchazón,
con que trat~1ha a chicos y graneles , indios y e spa11.oles .. " (1875: 29).
231
zo donde estaba pintado una figura de indio que decía
era su abuelo el inga don Cristóbal que no se acuerda el
sobrenombre...7
7 Charcas 122 (2) documento 7, ff. 22v-23. Cristóbal fue el nombre de bautismo
adoptado por Paulo Inca, uno de los hijos de Guayna Cápac. (Ver capítulo II).
8 AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, f. 61.
9 Torreblanca, ff. 9 y 10.
10 Charcas 122 (2), doc. 7, f. 17v. Testimonio del propio Luis de Hoyos.
11 Charcas 122 (2), 1660. documento 7. f. 11. Testimonio del Capitán Esteban de
Contreras.
12 donado: se dice de una categoría laica e inferior dentro de la jerarquía
232
Mapa parcial del Tucumán Colonial
En recuadro: Valles Calchaquíes
-- ~::.,_ 1 \ ·-. J ~ -~.
Mapa Nº 5
· que estaban en el convento de San Francisco y se los llevó consigo
en su entrada al valle Calchaquí, haciéndose pasar por nieto del
Inga y su legítimo sucesor. Esta noticia se difundió rápidamente, ya
que como tal inka se había anunciado en todas sus visitas anterio-
res a indios y españoles, al menos en forma verbal, ya que esta
aseveración nunca la hizo formalmente por escrito al dirigirse a las
autoridades. Desde San Miguel había negociado con uno de los
caciques del valle Calchaquí, llamado Pedro Pivanti, cacique de los
Paciocas, quien envió sus indios a buscarlo al valle de Choromoros
y lo introdujo en sus tierras, donde fue recibido con todos los ho-
nores, siendo agasajado de pueblo en pueblo y alojado finalmente
en la casa de Pivanti. Cuando el Gobernador del Tucumán, Don
Alonso de Mercado y Villacorta recibe· las primeras noticias sobre la
presencia de Bohorques en su jurisdicción, éste ya se encontraba
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eclesiástica. Era la única a la que accedían los indígenas a los que les estaba
expresamente prohibida la entrada al estado sacerdotal.
13 Para la bibliografía sobre la situación socio-política del valle y en general sobre
la población indígena del Tucumán colonial durante el periodo inca y colonial
ver Lorandi 1980, 1984a y b, 1988, 1989, 1990; Lorandi y Boixadós 1987-88;
Lorandi y Bunster 1978-88; Lorandi y Schaposchnik 1990.
233
deros entre quienes habían sido repartidos en los sucesivos esfuer-
zos por conquistarlos. Por lo tanto, esta región que ocupaba el co-
razón de la Provincia de "Tucumán, Juríes y Diaguitas" 14 , con su
alta densidad de población y gran riqueza potencial para los pro-
yectos colonizadores, había logrado conservar su autonomía hasta
mediados del siglo XVI. Este es un primer elemento que debemos
tener presente al analizar la situación de las poblaciones del valle.
LC:::> UC: r lL.d.11 u, LUlllC:llLU d. 1 C:l Ullllllld.l :::ill:::i l C:ld.LlUllC::::i llllC:l lld.:::> UC: !-JU-
der ya que si bien muchos de los mitmaqkuna regresaron a sus
234
respectivos hogares, muchos otros, habiendo ganado nuevas tierras
y mejores condiciones generales, optaron por permanecer en el va-
lle. En consecuencia, durante el periodo colonial, en algunos casos
los originarios y los antiguos mitmaqkuna ahora llamados advene-
dizos, se mantuvieron en constante conflicto por el control territo-
rial. En otros se fundieron en una sola jefatura, con linajes dirigen-
tes compuestos por miembros de ambos grupos étnicos, pero don-
de los originarios, aparentemente, habían podido recuperar el po-
der. Empero, a pesar de estas fisuras y reacomodamientos, cuando
se trató de enfrentar al nuevo enemigo común, los caciques del va-
lle pudieron superar los conflictos internos amparados además en
las excepcionales condiciones topográficas que garantizaban su ais-
lamiento.
235
Tucumangastas.16 El resto fue trasladado desde diversas poblaciones
del altiplano peruano-boliviano . En particular nos interesan los
originarios de los pueblos de Orurillo y Sicoana o Chicoana en la
provincia . de Canas al sur del Cuzco, que fueron instalados al me-
nos en dos lugares claves. Uno de ellos, en el segmento norte del
valle, habitado por los Pulares, donde controlaron un gran centro
administrativo llamado Chicoana (hoy La Paya) 17 . Otro grupo, cons-
tituido por integrantes del ayllu paccioca 18 del mismo origen, fue
asentado en el pueblo de Tolombón, llamado en época colonial
pueblo de Paciocas y Tolombones y su principal función fue la de
controlar al grupo originario (los Tolombones) que era el más re-
belde y de mayor liderazgo en el valle. La relación entre los
Tolombones y los Paciocas data entonces, de la época inkaica.
Refiriéndose a los primeros, dice Lozano:
236
miembro de la casa real del Cuzco, tema sobre el que volveremos
enseguida ya que antes es necesario considerar otros elementos
que hacen al contexto general.
19 Debo aclarar que ese etnónimo no se aplica en realidad a ningún grupo étnico
en particular, por que si bien Juan Calchaquí era curaca de los Tolombones,
estos no reciben la designación ele calchaquíes salvo en referencias ele mayor
amp litud regional. En ciertos textos se habla ele los "indios ele Calchaquí",
refiriéndose a los indios del cura ca pero en otros a indios del valle. Existe
circularidad ele los sentidos. Para nüs detalles se puede consultar Lorancli y
. Bunster 1987-88: 221-262.
237
ninguno de ellos, ni en particular los Paciocas, habían perdido su
identidad étnica a pesar de los intercambios parentales producidos
a lo largo de casi un siglo y medio. De ahí la .importancia de insis-
tir sobre estos datos y de la posibilidad de que Bohorques, en su
paso por el altiplano y los alrededores del Cuzco, haya recogido
noticias de la presencia de peruanos en Calchaquí, ya que esto
permitiría conjeturar que su llegada a la zona no fue hecho fortui-
to. En realidad no sabemos de quien partió la iniciativa, si de Bo-
horques que a provechó la coyuntura, o de los Paciocas que
efectivamente lo buscaron como parte de una ·estrategia para recu-
perar el poder que detentaban en tiempo de los inkas . y al mismo
tiempo para conservar la autonomía que se disfrutaba en el valle
desde un siglo atrás.
238
¿Cómo se entiende que un conjunto de pueblos que resistieron
ferozmente a los inkas hayan aceptado el liderazgo de este hom-
bre, ajeno, y - en última instancia- de dudosa procedencia? Hay va-
rias razones . Los indios estaban al tanto de las intenciones espa-
ñolas de acabar con la prolongada resistencia 20 y de los inminentes
preparativos para invadirlos. Y al mismo tiempo crecían las
dificultades para conservar un consenso general sin fisuras que per-
mitiera enfrentar en común las presiones y agresiones externas . De
hecho, y como resultado del alzamiento de 1630-43, los Fulares ya
habían parcialmente defeccionado y aunque lo negociado con las
autoridades tuvo un éxito efímero, el ejemplo podría ser imitado
por otros grupos. La tercera razón fue la falta de un líder local, con
amplia capacidad de convocatoria.
20 En traba jos anteriores he señalado las diferencias que pueden observarse entre
"resistencia" y "rebelión". En e l primer caso, he incluido aquellas poblaciones
que conservan un control autónomo de sus decisiones políticas . durante varias
generaciones. Como rebelión, he clasificado los movimientos que se producen
entre comunidades que previamente habían perdido su autonomía , y en las
cuales renacen los apetitos de libertad o al menos la intención ele modificar las
condiciones presentes ele dominación (Lorancli 1988).
21 A pesar de lo d icho , no se puede ignorar que la provincia de Canas fue
bastante castigada por la intervenc ió n incai c a. Sus poblaciones fueron
239
inka, (de Paulo o Cristóbal) y que se decía nacido en España a
causa de que las dinastías del Cuzco habían querido ser apartadas
del contacto con su pueblo 22 , -por eso se hacía llamar Guallpa
Inga (Lozano 1875: 28)-- podría devolver a los ~aciocas el lide-
razgo que habían perdido. Al mismo tiempo su presencia permitiría
reabrir, para el resto de los pueblos, una esperanza firme de conti-
nuar la resistencia y mantener a los españoles fuera de las fronteras
del valle. En realidad, Bohorques tuvo cabida entre los indios de
Calchaquí gracias a un cúmulo de factores internos, vinculados con
la búsqueda de un nuevo equilibrio del poder y de presiones
externas, que afectaban las alternativas y decisiones que debían to-
marse para conservar la autonomía que todas las jefaturas habían
disfmtado hasta ese momento.
240
lle como el propio Bohorques daban cuenta de la novedad. Los
misioneros habían enviado a Londres a uno de ellos, el padre
Juan de León, quien les hizo un pormenorizado -y apasionado-- re-
lato sobre lo acontecido. Vamos por partes. En primer lugar, la car-
ta del cabildo que resume la información recibida y las esperanzas
que ha despertado la presencia de Bohorques en el valle. Se rela-
tan los festejos que se le hicieron, la probabilidad de lograr una
evangelización definitiva gracias a su presencia y las guacas (o
wakas) 24 o tesoros que los indios le mostraron en su calidad de
inka. Los del cabildo trasmiten las opiniones del padre León que
estaba convencido de la prudencia de Bohorques y de los benefi-
cios que su presencia aportaría a la provincia,
24 Waka o guaca.: lugar sagrado. Esta palabra se aplica tanto a lugares , tumbas ,
persona s vivas o ancestra les. Recordar que Juan Calchaquí era considerado
waka.
25 AGI, Charcas 58, ler. cuaderno , f. 2.
241
.fáciles y acomodados al natural de esta gente, que hemos
conferido y juzgado por acertados y muy conformes al
· sentir de las personas cuerdas y experimentadas de esta
provincia ...26
242
Padre Superior de ella escrive a VSS no las refiero por-
que parecen increíbles estoy aguardando a que VSS. le
traiga Dios con bien a la ciudad de Londres para a la
vista comunicarle lo demás y en todo obedecerle conw a
mi superior, y guardar la orden que se me diera ... (énfa-
sis mío ) 27
243
lo más cierto es que Dios como principal autor de todo
rodeo [favoreció] este viaje por alguna cosa muy de su
servicio que a esto sólo se puede atribuir semejante
acaecí miento .. ..
28 Si bien los indígenas ele Calchaquí se habían apropiado ele caballos , es muy di-
fícil que hayan tenido tantos como para que el relato ele Bohorques pueda ser
considerado verídico.
29 AGI, Charcas 58, ler. cuaderno, ff. 4v-5v. Los jesuitas sostenían e.los misiones en
el valle . Una en las proximidades ele la actual ciudad ele Santa María , en el sec-
244
Hay otra carta de don Pedro dirigida al capitán Nieva y Casti-
lla, y aunque más breve, en ella campea el mismo providencia-
lismo que en la anterior. La pintura de Bohorques es de trazos
gruesos y no vale la pena agregarle comentarios. El Gobernador y
la gente de Londres, así como los propios padres de la Compañía
de Jesús, aunque con temor y relativa desconfianza, quedaron
envueltos en este discurso y a partir de allí involucrados en su pro-
yecto.
tor sur llamado valle ele Yocavil, que es clescle cloncle escribe Bohorques esta
carta . La otra en San Carlos, en las proximidades de la moderna ciudad homó-
nima, en el extremo meridional del sector norte, hoy llamado valle Calchaquí.
Con respecto al apelativo ele "Don" que Bohorques se atribuye en esta carta y
que los españoles le otorgararon se deben hacer algunos comentarios. Si bien
no hay pruebas fehacientes ele que haya siclo hidalgo legítimo , e l obispo
Malclonaclo lo cree pe11eneciente a la casa ele los Bohorques e.le Utrera. Por otro
lacio, es bastante notorio que en estas zonas marginales como el Tucumán , las
normas en estos casos fueron respetadas sólo a medias.
245
los Calchaquíes, dice León, "darán antes la vida que soltar ni dejar
llevar a su Inka". Bohorques proclamaba que él "tiene a Cal-
cbaquf' y que a media palabra suya "estuviera el valle alzado". Y
respecto de las riquezas por descubrir sostiene que si sólo se en-
contrase un tercio de ellas "no babrá en el universo provincia niás
rica que la nuestra" y que, aunque el padre León, como ministro
de Dios, sólo se interesa por la salvación de tantas almas, no obsta
que le informe a Pedraza de los tesoros y minas de los que
Bohorques está tomando conocimiento. Empero León le reco-
mienda a Pedraza que lo mantenga en secreto y evite que algún
español entre al valle por esta causa. Las palabras del buen jesuita
son muy ingenuas y no logran ocultar sus ambiciones 30 . Como ve-
remos enseguida esta carta llegó a manos de Pedraza en medio de
los preparativos para recibir a Bohorques en Pomán.
30 AGI, Chare<!S 122 (1) ff. 179-182. A título de posdata, León enumera las riquezas
que está descubriendo Bohorques: "Minas del Pular. Doce leguas del Ingenio,
mina ele fundición de plata . Esto es de !os pu!ares o Tajigasta. Memorias de las
riquezas ele Calchaquí. A hora ele Calchaquí, tras este pueblo está la casa blan-
ca, en Anguingasta, minas ele oro y una muy nombrada huaca. En Guanpolán
minas de plata, en Amimana minas de plata . En Tolombón minas de oro y pla-
ta, en Quilmes dos huaca s grandiosas, en Anguinao tres huacas y muchos
minerales . En Yocavil una mina grandiosa de oro y plata , en Camana [Inca-
mana) de plata. Esto sólo he oído hasta hoy , el tiempo irá descubriendo mu-
chos más, esconda vuestra merced la carta y mi nombre y solo diga las nuevas
que se pueden decir . Cada año pasaban por este valle de renta al Inca cientos
de carneros cargados de oro , la renta del Inca ele estos cuatroscientos entraron
en este valle cuando oyeron que le h abían muerto mucho le hachean [sic) los
pulares a Don Pedro, no lo consienta Vuestra Merced, más riquezas hay por acá
y m{1s cerca estaré ele Vuestra Merced. Póngale vacas y ovejas para su sustento
y con eso estará contento en Tolombón, sea amigo aguce su buen entendi-
miento y no mire más del servidor ele Dios y del Rey nuestro Señor". Esta carta
se copió y agregó a los Autos por orden de Mercado y Villacorta cuand o era
gobernador ele Buenos Aires entre los años 1660-1664. El original es del 24-6-
1657, la copia es del 13-6-1661.
246
la sierra en mula. Llegó a Londres el 16 de junio. Desde allí escri-
bió a Bohorques invitándolo a reunirse con él en Pomán a la ma-
yor brevedad. La carta es muy ceremoniosa, con grandes muestras
de confianza en su emprendimiento y veladas promesas .
247
provincia, tratará después de borrar las culpas de esta colaboración.
Entre ellos el propio padre Torreblanca que dedicará muchas pági-
nas a la justificación de la tácita alianza que los misioneros anuda-
ron con Bohorques34 .
34 Por ejemplo, refiriéndose a las intenciones ele Bohorques dice Torreblanca: " ... y
para esto, añadiendo a su diabólico espíritu los afeites ele apostó lico, se
prometió podría conseguir en la conversión ele aquel gentío tan rebelde lo que
los PP , como precl icarores evangélicos, no habían conseguido en tantos años ele
asitencia , reduciendo a los indios a que abrazasen la fe, hiciesen iglesias y
acudiese n a la doctrina .. ." (f. 12). Y más adelante dice que cuando 13ohorques
visitó al padre Sancho él y los otros padres estaban ausentes , y sin co nsulta
escribió en su favor "que no debiera " (f. 14). Torreblanca trata así ele limpiar
su responsabilidad en estos pasos iniciales ele las negociaciones.
248
para agasajar y negociar con el extraño personaje que había hecho
irrupción en el Tucumán colonial. Londres de Pomán, rebautizada
San Juan Bautista de la Rivera, era apenas un oasis con la espalda
recostada en la vertiente occidental de la sierra del Ambato, te-
niendo a sus pies la desierta planicie del bolsón de Andalgalá en
cuyo centro yace dormido el gran salar de Pipanaco. La aspereza
de la geografía y la pobreza de un paisaje urbano apenas dibujado
prestaron un marco contrastante con las solemnidades del drama
que allí se habría de representar. Pero pongamos a los actores en
acción. La Junta reunida a tales efectos discute
249
El 30 de julio de 1657 entraron Bohorques y su séquito de
caciques Calchaquíes en Pomán. Los acompañaba Hernando de
Torreblanca, el misionero enviado por el Superior para mediar en
las negociaciones. El padre dice en su Relación que como vio la
firme determinación del Gobernador de mantener el curso de los
acontecimientos tal como habían sido planeados, le ... hablé con.
estimación de sus prendas [de Bohorques] y que Su Señoría se
holgaría en tratarle... 36
36 Torrebbnca , f. 18.
37 Muchas ele es tas informaciones provie nen de los autos que hizo levantar en
1660 el gobernador Gerónimo Luis ele Cabrera , nieto del fundador ele Córdoba,
para probar o rechazar las acusaciones del obispo Melchor Malclonaclo contra lo
actuado en esa ocasión por Alonso ele Mercado y Villacorta. Charcas 122 (2)
1660, documentos 7 a 11, ff. 1-36v.
38 Charcas 122 (2) , cloc. 7, ff. 20v-21. Testimonio de don Bartolomé I3enastar, caci-
que de Cachi, que estuvo t:oclo el tiempo junto a Bohorques.
250
El segundo acto tuvo como escenario a Pomán, donde dos hi-
leras de hombres batiendo banderas y con salvas de arcabuces3 9 le
ofrecieron una bienvenida triunfal.
251
jaban los acontecimientos y se daba aliento a las esperanzas de
obtener las riquezas prometidas. Quince días en los que la ficción
ocupó el lugar de la realidad. Las esperanzas borraban las dudas,
teñían de oro el rostro de la desconfianza y sepultaban el temor
bajo el peso de las ambiciones.
252
Durante esos quince días la fiesta fue total; durante la jornada
se liicieron juegos de sortijas, toros, torneos, juego de cañas y en
general muchos festejos. Por las noches hubo saraos, uno ofrecido
por los vecinos de La Rioja y otro por los del valle de Catamarca 43 .
Lo que parece una simple enumeración de las diversiones que se
organizaron en la ocasión, tres años después fue tema reiterado en
los interrogatorios porque era de una enorme importancia para juz-
gar la conducta del Gobernador. Los juegos, torneos y saraos se
hacían en ocasiones muy especiales. Por ejemplo, la llegada de un
nuevo virrey, o cuando se festejaron en las capitales virreinales las
paces entre Carlos V y Francisco I, durante las visitas de obispos y
virreyes a las ciudades, el nacimiento de un heredero real, bodas
reales o acontecimientos de ese porte (Weckmann 1994: 125 y ss.).
Que se hubieran hecho en honor de Pedro Bohorques fue motivo
de grave escándalo. Se estaba honrando a un nuevo rey, al Inka,
pero su destinatario, español al fin de cuentas, que podía decodi-
ficar perfectamente el significado de tales lides de raíz medieval,
debió sentir que su persona y figura se engrandecía hasta alcanzar
las dimensiones de un héroe. No puedo evitar que vengan a mi
mente las escenas del Cid Campeador. Y para los españoles que
tantas esperanzas habían puesto en él, ¿por qué no un nuevo
Prometeo? Bohorques supo leer estas manifestaciones de júbilo y
destreza y alimentar con ellas su poder. No se le escapaba, sin em-
bargo, que en el fondo eran máscaras cuyo objetivo era impresio-
nar a los indios, como se hizo con frecuencia en México al co-
mienzo de la Conquista y congraciarse con quien habría de
43 Tocios estos juegos tenían raíz medieval. Los juegos ele sortijas consistían "en
ensartar con una lanza o vara, al galope, una o varias argollitas poco mayoi:es
que una sortija , colgada a unos 20 centímetros arriba ele la cabeza del jinete "
(Weckmann 1994: 133); "juegos ele caña , estafermo , zoiza o quintana , [... ). Era
un simulacro de combate en el que los caballeros se lanzaban mutuamente
varas o cañas muy frágiles ele uno o dos metros y medio ele longitud, que se
rompían en la adarga* o en la armadura sin causar daño alguno" (ibídem: 128).
El torneo es una variante de los combates singulares o ele las justas, en el cual
los caballeros peleaban en grupos (ibídem : 125-126) .
adarga: escuelo ele cuero sin armazón. Los saraos (palabra gallega: serao)
son reuniones o fiestas de sociedad , generalmente nocturnas en la que hay
bailes y música (Espasa-Calpe).
Se supone que los indios fueron simplemente expectadores de estas fiestas, ya
que no se los menciona participando en forma activa.
253
aportarles riquezas a manos llenas. ¿Qué mezcla de sentimientos
pasarían por el espíritu de Bohorques en esos momentos? Jactancia
porque finalmente se reconocían por fin sus méritos, o sorna por
las secretas intenciones y apetetitos que adivinaba detrás de los ho-
menajes que recibía?
Cartel
In nobiltate Virtus
44 Dayle s/f: 54
45 Charcas 122 (2), documento 7, f. 19v. Te stimonio d e Luis de Hoyos.
46 AGI, Charcas 122, ff 67-110 .
254
Y a el bárbaro Cahchaquí Y por lo mucho que ganan
negando deidades propias un hijo de La Rioja
le obedece y hunúllado sustenta que es la virtud
el arco y alxava arroja mayor nobleza que todas
256
Una vez que se agotaron las tratativas y los homenajes al
Inka, Bohorques y sus indios regresaron a Calchaquí. De la misma
manera en que fue recibido, Bohorques tuvo honras especiales al
abandonar San Juan Bautista de la Rivera . El Gobernador lo
acompañó fuera de la ciudad y lo corrió con un caballo blanco en
que iba gritando viva el Inga. El cacique Bartolomé Benastar, cuyo
testimonio también fue requerido por el Gobernador Gerónimo
Luis de Cabrera, dice que se le entregó a los indios una caña gran-
de gruesa y una hamaca para que cargasen a Bohorques en hom-
bros. Y también que al momento de despedirlos, Mercado y
Villacorta le dijo a él, como a indio más ladino
257
y bailes que los dichos indios hacían [en el valle
Calchaquí] se vestía de dichas vestiduras [. . .}y así mesmo
sabe este declarante que las dichas vestiduras y preseas se
las llevó y entregó Gonzalo de Barrionuevo vecino de di-
cha Rioja y oió decir que las camisetas se había hecho en
casa del Cap. juan de !barra Secretario Mayor de Gobier-
no y asimesmo la diadema con el Sol encima y el cintillo
de oro le había enviado el cap. Hernando de Pedraza... 50
¿Qué más decir sobre todo esto? Los testimonios hablan por sí
mismos. Fantasía o realidad, ¿cual era el plano en el que todos se
colocaron? Al lector le toca decidir.
50 Charcas 122 (2), documento 7, f. 22. Testimonio del cacique don Bartolomé
Benastar.
51 Charcas 122 (2), documento 7. f. 13. Testimonio de Esteban de Contreras.
52 Charcas 122 (2), docuemento 7, f. 15v. Testimonio ele Andrés ele Ahumada.
53 AGI , Charcas 58, ler. cuaderno , ff. 23-24v. El censo comprendía 27.000 almas,
de los cuales 3. 540 indios de armas y 22 caciques o curacas.
258
Bohorques prometió inducir a los indios para que cumplieran con
las mitas a sus encomenderos, revelar los tesoros y minas que
descubriese y en general poner a los indios "en policía". Incluso se
pidió un informe escrito a varios sacerdotes que se encontraban en
Pomán para que manifestasen su opinión, que también resultó
favorable, incluso para autorizarlo a usar el título de inka,
259
nes y obligaciones que Bohorques debía cumplir como funcionario
real con jurisdicción en el valle Calchaquí. El 8 de agosto se había
decidido nombrarlo Teniente General, Justicia Mayor y Capitán a
Guerra 57 y como tal debfa introducir la jurisdicción española "mal
introducida hasta entonces" en el valle, asegurar la evangelización
de los indios, nombrar alcaldes en los pueblos de indios,
57 El testimonio del título foe incorporado a los Autos ya citados del AGI , ler.
Charcas 58, ler. cuaderno, ff. 38-41 con fecha 13 de agosto 1657.
58 En la Junta , en la que se discuten estos temas, se refieren especialmente a algu-
nos malfines y aunque no se aclara con quiénes se han casado, 13ohorques ex-
plicó que estas dificultades nacen "por estar casados con indias ele dicho valle y
con hijos en ellas muchachos de dichos indios y otros desconocidos en su mis-
mo traje, o retirados en quebradas y parajes fuera ele dichos pueblos". Por .otros
datos aislados y poco claros , sugiero la siguiente opción: que pudieran haberse
casado con los ingamanas que controlaban el sur del valle Yocavil. (Ver Mapa
260
expulsarlos, pero sólo se comprometió a impedir nuevas entradas,
y a evitar que los indios atacasen las haciendas y estancias aleda-
ñas al valle 59 . El título que Mercado y Villacorta otorgó a Pedro
Bohorques se ajüstaba a todas las formalidades legales en uso. Con
él podía ejercer justicia tanto entre indios como entre españoles, (si
estos habitasen el valle tenía facultad para nombrar cabos y oficia-
les de guerra), con lo cual Bohorques vio cumplido uno de sus
sueños, ser un auténtico y legítimo funcionario real.
5). Estos elatos son interesantes para estudiar algunos problemas sobre la
estructura é tnica ele la región. Como ejemplo complementario conocemos el
caso ele los cafayates que fueron acogidos por los quilmes (Lorancli y Boixaclós
1987-88).
')9 Las instrucciones secretas so bre lo que habría de hacer en el valle se anotaron
puntualmente en un documento que se le entregar{t a Bohorques antes ele su
pa1ticla . AGI, Charcas 58, ler. cuaderno, ff. 44v-46v.
261
.. .procurará con toda sagacidad y buena disposición
todo género de descubriniientos de guacas y labores mi-
nas y demás riquezas que ocultan dichos indios, y
particularmente el de la Casa Blanca60 , cerro de Fama-
tirza y otros de igual noticia de que juzgare puede resul-
tar a la Real Hacienda de Su Magestad (. . .} al aumento
de que necesita (. . .} Y porque dichos descubrimientos pue-
den hacerse fuera de la jurisdicción del dicho valle Cal-
chaquí, a las espaldas del o hacia la parte de Coquimbo,
Atacama o otros parajes c01~finantes suyos no siendo di-
chos parajes expresamente comprendidos en los términos
y jurisdicciones de las ciudades de esta provincia que ha-
cen frontera y confín de dicho valle desde luego les apli-
co y señalo por término de él para que como tales sean
comprendidos en su jurisdicción y se gobiernen y man-
den como lo restante de dicho valle por el dicho Capitán
Don Pedro de Bohorques y los demás tenientes que le
sucedieren ... 61
60 La Casa Blanca forma parte ele un conjunto de edificios de origen incaico que
se encuentran en la cumbre ele un cerro en la sierra del Cajón. Existe un
edificio construido en piedra ele color b lanco (al que se hace referencia), otro
en piedra gris o negra y un tercero en piedra rosada. Hay un muro con diseños
hechos en piedra de esos tres colores (Tarragó 1987). Esas guacas tenían gran
fama en e l valle y eran controladas por los anguinaos, que ocupaban una
amplia franja ele territorio en la mitad del sector Yocavil. (Lorancli y Boixaclós
1987-88) . Actualmente las ruinas de esos pueblos reciben el nombre ele Rincón
Chico.
61 AGI, Charcas 58, ler. cuaderno, ff. 39v-40.
262
llera de los andes del Cusca a los descubrimientos del río
Maraiión como consta de sus papeles. 62
26?i
brándolo el principal responsable de esta vigilia en virtud de su
especial "conocimiento del natural de dichos indios".
264
recibido la flecha desde Calchaquí y que no había querido acep-
tarla67.
67 Según los testimonios que se reunieron a raíz de esta denuncia, el cacique Caña
ya había mostrado su fidelidad al Rey en ocasión ele los levantamientos ele
1630-43, haciendo e jecutar a un hermano suyo que se encontraba entre los su-
blevados y a 22 curacas, ahorcados en la plaza pública por el corregidor. Por
su ficleliclacl, había recibido el título ele Maese ele Campo . Otro testigo dice que
el pueblo ele Caña se llamaba Onclena, pero debió encontrarse bastante al sur
ele la jurisdicción ele San Juan, porque se refugia en Mencloza en compañía del
clérigo ele esa zona . AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff. 1-7 y ff. 10-11.
68 Sobre estos temas se expla yan Torreblanca , ff. 30-31 y Lozano 1875: 41-42; 59-
67 . Lozano transcribe cartas ele Mercado al obispo Malclonaclo y al provincial ele
la Compañía ele J esús, Francisco Vázquez ele la Mota y la que éste último le
envió al padre Sancho , encareciénclole que no apoyasen a Bohorques,
recordándoles que están mintiendo en cuanto a su origen inca , siendo que era
español, y consideraciones evangélicas respecte) a este punto.
265
po no era hombre de ocultar sus opm1ones. Fue muy franco en
una carta dirigida al propio Bohorques en respuesta a la que éste
le enviara desde Londres a sugerencia del Gobernador. El obispo
descree del efecto de hacerse llamar inka, por cuanto "Calchaquí
no amó ní conocíó al Inga, sino sujeto con presídíos, y así parece
que menos le conocerán muerto, sí no valíéndose de esa notícía en
su amparo contra nosotros'. Además esos indios eran los "mayores
ídólatras que hay en las Indías". Y agrega: "No hay huacas señor
don Pedro, ní minas, y las que hay, y las ríquezas que nos han de
dar son flechas'. Todos sabían y el obispo también, que Bohorques
se había unido a varias indias y que la mestiza chilena continuaba
en su compañía (Lozano dirá que llegó a tener 14 concubinas). En
esto los juicios del obispo fueron lapidarios, advirtiéndole que por
esto lo habían de matar: " ... y si la flaqueza humana, se nos rínde
con alguna índia (que somos hombres) se han de abrazar en celos,
o la otra que Vmd. trae de Chile. Y sí la mestiza se pierde qué no le
harán decir los celos... ". O sea que levantará testimonio contra don
Pedro, diciéndole la verdad los indios y españoles. "¿Quién tapará
la boca a una mujer celosa? ¿Quién enfrentará los juicios del vul-
go?' . Sobre todo esto lo previene el obispo, ofreciéndole su propia
casa como refugio antes de que el fin fuera irremediable. 69 Lozano
retoma los argumentos de Maldonado referente a los inkas, am-
pliándolos con los datos que ya citamos más arriba, y llega a la
conclusión de que los indios estaban usando a Bohorques para
conservar su autonomía y que se sublevarían contra él cuando lo-
grasen su propósito.
266
órdenes expresas que se le habían dado en Pomán. Se comunico
con caciques del altiplano boliviano, e incluso de Potosí tratando
de otorgarle una dimensión panandina a su rebelión. Un cacique
de Santiago de Cotagaita respondió de su puño y letra al requeri-
miento. Le aseguraba que otros caciques lo habían comisionado
para que fuera a ver a "Vuestra Majestad". Le advierte que hay no-
ticias de que irán soldados a matar al Inka, pero que todos se alza-
rían, porque en estos [últimos] "doce años hizo mucho agravio a los
indios vender sus tierras todo el mundo están esperando para que
visitéis a vuestra gente a la connatural. .. ". Lo saluda "a mi señor
Don Pedro" 7º. En un violento parlamento que el padre Pedro Loza-
no le atribuye a Bohorques, a mediados de 1658, se pone en des-
cubierto la calidad de la información de que disponía y la veraci-
dad de estos contactos. Bohorques les dijo a sus caciques que la
rebelión se iniciaría por Potosí y que "una noche se soltará toda el
agua de las lagunas y lo anegará todo". Se refería a las lagunas
que alimentaban los ingenios de molienda del mineral, sabiendo
que si realmente se rompiesen las compuertas se pondría en peli-
gro toda la ciudad y su riqueza. Para confirmar este dato, Lozano
relata que fueron enviados mensajeros a Potosí invitándolos a parti-
cipar de la rebelión. Y que a tal efecto hubo una asamblea de caci-
ques donde, al parecer, se resolvió rechazar la invitación, hecho
que Bohorques no admite en el momento de decir su discurso (Lo-
zano 1875: 110-112 71 ).
70 AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, f. v. Esta carta fue robada del alojamiento ele
Bohorques en Calchaquí en julio ele 1658. No tiene fecha, así que pudo haber
llegado en cualquier momento antes de la antedicha.
71 Estos elatos ele Lozano no han podido ser verificados en fuentes inclepenclientes,
pero les doy crédito ya que, en general , el jesuita dispuso de información muy
precisa, y hay numerosas pruebas ele que debió haber leído los Autos del
proceso a I3ohorques, tal como lo he podido constatar. Por lo tanto, no hay
razón para desestimar estos fragmentos del relato.
267
:85-87) también se quejó del poco apoyo que le brindaban los
misioneros . Por su parte, en los documentos levantados por Merca-
do al efecto, se dice que viendo éste la buena recepción que le hi-
cieron los caciques, les propuso que reclutasen gente para asistir al
puerto de Buenos Aires, que corría peligro de ataques extranjeros.
Estos, en principio parecieron dispuestos a colaborar. Acto seguido
Mercado pidió que Bohorques, como su Lugarteniente, le informa-
se de las posibilidades, costos y condiciones en que se podría ha-
cer la leva que proponía. Bohorques vio en este pedido una inme-
diata oportunidad de armar a los indios, y su respuesta puede ser
encuadrada dentro de sus habituales desmesuras. En primer lugar,
sostuvo que dado el gran amor que le tenían, no había duda que
cumplirían con lo que les "ordenare y mandare por la sujeción y
reconocimiento que me tienen y lo he experimentado ... ". En cuanto
al número de indios que podría, reclutar no pudo asegurarlo pero
estimaba que sería necesario dejarles ayuda para sus mujeres y dar-
les insignias militares para que acudiesen con más gusto a "esa f ac-
ción". Es en relación con los gastos donde se dispararon sus deli-
rios. Su cálculo fue de cuatro vacas por días y fanega y media de
maíz por cada cien indios, una carreta de arcos y flechas, doscien-
tas puntas enhastadas para las compañías de a caballo, cuatrocien-
tos caballos de remuda; para los alférez los pendones y banderas a
usanza de los indios y "para los cabos y oficiales que han de ser es-
pañoles se deja al arbitrio de su Señoría". Estimó que luego de re-
unidos, en quince días podrían estar listos para salir. Mercado · le
ordenó que regresase al valle para reclutar las fuerzas solicitadas,
pero que en cuanto a los gastos, sólo les asegurase que tendrían la
comida y el avío suficiente y se cuidase de no prometerles nada
más . Este trato aparentemente se cumplió solo parcialmente, pues
es probable que un contingente de indios haya viajado hasta Bue-
nos Aires. Es obvio que Mercado comprendió que su pedido había
despertado la codicia de Bohorques, quien vio la oportunidad de
organizar una fuerza militar bien pertrechada. Sin embargo, no hay
comentarios escritos sobre esto, ya que el Gobernador prefirió
guardar silencio sobre lo que fue una verdadera imprndencia de su
parte. Las tratativas se hicieron guardando todas las formalidades
del caso. El teniente de San Miguel, Cap. Alonso de Ureña escribe
que ha notificado de todos los autos levantados durante el encuen-
tro al "General don Pedro Bohorques y Xirón". Al mismo tiempo
268
desde Tafí se le envía carta al Superior de los misioneros para que
informen y se informen, por boca de cualquier español que estu-
viese o pasare por el valle, de la marcha de estos asuntos y a
Bohorques se le reiteran las recomendaciones contenidas en los
pliegos de Pornán". 72 Torre blanca afirma que aprovechando esta
entrevista, Bohorques dejó dos espías (de los cuales da los nom-
bres y dice haberlos conocido), en el entorno del Gobernador. Y
no es de extrañarse que así fuera por cuanto, a partir de ese mo-
mento, don Pedro siempre será informado de todas las decisiones
que se tornaron sobre él y anticipar su propia estrategia. Con esto
se ganará la reputación de tener un familiar o acompañante de-
moníaco que inspiraba sus "malas acciones". Veremos más adelante
que muchas de las habilidades y condiciones personales de
Bohorques serán explicadas por Mercado y Villacorta como inspi-
radas por su .familiar73 .
72 Sobre los detalles del encuentro en Tafí, AGI , Charcas 58, ler. cuaderno, ff. 55-
60.
73 En esta acepción, familiar "es un demonio que el vulgo ignorante cree tener
trato con una persona y que la acompaña y sirve de ordinario" (Enciclopedia
Universal !lustrada, Espasa-Calpe). Más adelante volveremos sobre este tema
m{ts detalles .
74 AGI, Charcas 58, ler. cuaderno , ff. v-v .
269
Empero, no es fácil ponerse en la piel de este personaje . El afán
de riqueza y poder, junto con los sueños de construir un nuevo
reino, que en rigor no encajaban enteramente en ninguno de los
universos mentales con los que interactuaba, hicieron de él un
marginal, casi un Quijote que, para su desgracia, además era peli-
groso. Y, justamente, su poder residía en que fue percibido como
peligroso, y el temor que se anidó en el corazón de los españoles
fue el barro con el que ellos, sin saberlo, estaban modelando la es-
cultura de un héroe.
270
tas recibidas desde esa zona, se levantaron diversos autos con tes-
timonios de indios y de españoles con los que se puede dibujar un
panorama aproximado de lo sucedido.
76 Testimonio del Alférez Francisco Díaz quien, después de relatar algunos porme-
nores sobre el intento ele matarlo, dice respecto a la fiesta en la q ue tuvo que
participar: " ... y estando este testigo y su mujer desviados ele este lance por
fuerza los metieron en este haile y en él imitaron a dicho Don Pedro [que baila-
ba con indios e indias] asistiendo asi~nismo en esto Mauricio Vera y Gonzalo ele
Barrionuevo y Don Laurencio Ramón y]uli{in ele Herrera ... " AGI, Chárcas 58, 2º
cuaderno, ff. 66v-69v. Sus declaraciones fueron confirmadas por otros testimo-
nios. El propio Barrionuevo admitió más tarde que estuvo 6 meses en Calchaquí
atraído por las promesas e.le clescuhrir minas o tesoros; pues necesiraha resarcir-
se ele los gastos que había hecho su padre, muerto hacía poco , para ayudar a
Bohorques en su empresa. Esto muestra que Bohorques se proponía honrar sus
deudas. (Ibídem, ff. 80v-82).
271
avisando que se preparaba un inminente alzamiento general7 7 . El
cabildo de La Rioja decidió enviar veinte hombres a dicho valle
para verificar el estado de los indios y obrar en consecuencia,
mientras que el resto de los vecinos se preparaba para defender la
ciudad. Por cierto, los de La Rioja tenían memoria fresca de las re-
beliones pasadas ya que se encontraban entre los más afectados
por ellas; Lo curioso es que al mismo tiempo estas noticias se mez-
claban con las de quienes decían que parte de estos indios querían
matar al Inka y a los jesuitas del valle, por considerar que todo era
una farsa para proceder contra ellos. El temor se acrecentaba al
pensar que la rebelión no dependía exclusivamente de la presencia
del Inka. La misma alarma cundió en San Juan Bautista de la
Rivera. 78 Las poblaciones de los valles de los Sauces y de Famatina
estaban rebeladas y se habían retirado a las montañas, hacia el oes-
te. Alonso Díaz de Alvarado, cabo del Fuerte del Pantano dijo que
trataron de matarlo y que escapó de milagro. Da la primera noticia
sobre la huida hacia Calchaquí de un grupo de Malfines coman-
dados por el mestizo Luis Enríquez, quien con el tiempo será la
mano derecha de Bohorques. Para consolidar esta relación, Bohor-
ques se casó con una hija de Enríquez (Lozano 1875: 93). Por insti-
gación de Bohorques, Luis Enríquez y su yerno Calsapí trataron de
levantar otra vez a todos los indios de La Rioja y Catamarca, lo-
grando un éxito parcial en el primer momento 79 . Pero la salida de
Enríquez y su grupo fue prematura, porque Bohorques había con-
fiado en él para organizar el levantamiento en esos valles y sin su
píesencia el íesto de los caciques no logró consolidar la alianza.
272
que le obedecieron" y que debían impedirlo. Vestido con su traje ele
Inka y "llorando a su usanza", Bohorques hizo hincar a los caci-
ques y les entregó una flecha a cada uno para que aceptaran su
obediencia. E incluso, que después de la llegada de dos funciona-
rios de La Rioja volvió a hacerles otro parlamento:
273
ques de entre las nianos se le perdió que los otros no sa-
caron nada, y que hasta aquí es lo que sabe [. ..} y porque
en los Sauces se disgustó con Luis Enríquez y con D. Pe-
dro Bohorques se vino a su pueblo .. .81
274
acusado de fabulador aplicaba la racionalidad de una simple táctica
de espionaje, mientras el acusador apelaba a la fabulación para
explicarla.
275
O bien, que
88 Testigo, Don Antonio, Cacique. AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff. 75-76.
89 Testigo: Lorenzo, cacique. AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff. 77v-78v.
90 Declaraciones del indio Alocha, ele Abaucán. AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff.
59v-60 . Esto también lo confirman otros indios (y una india) abaucanes .
(ibídem, ff. 61 v-62). En estos relatos se involucraba los malfines y abaucanes
que había huido del Pantano y el cacique ele los Ingamanas, Juan Camisa, que
tenía con ellos ciertas relaciones ele parentesco. Los ingamanas controlaban el
extremo sur del valle Calchaquí (en el sector llamado Yocavil), y tuvieron
peleas con los malfines por asuntos ele tierras. Varios testimonios confirman la
existencia ele relaciones interétnicas entre indios ele adentro y fuera del valle
cuya exacta naturaleza no hemos podido dilucidar hast a el momento
(Schaposchnik 1994).
91 Informe ele Nicolás, indio de Batungasta. AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, f. 66.
276
a Calchaquí, respecto de los Ingamanas, que rechazaron la oferta
de reconocer su autoridad como oficial de españoles, con excep-
ción de su cacique Juan Camisa y algunos de sus hijos. El texto de
la carta es confuso, pero aprovecha los conflictos de Ingamanas
con Malfines y Abaucanes, para asegurar que estos últimos habían
salido de Calchaquí, como se les había ordenado, gracias a la va-
lentía de Juan Camisa. En lo restante, le asegura al Gobernador que
el valle se encontraba en paz. La carta estaba fechada en el pueblo
indígena de Samanalao, el 12 de mayo de 165892 .
277
habían aquilatado la inteligencia de Bohorques y trataban de atraer-
lo ofreciéndole un dulce, como si fuera un niño. Y todo esto que-
da registrado oficialmente en los Autos que Mercado levantaba día
tras día94 .
278
Del relato de los capitanes se desprende claramente que
Bohorques estaba informado del propósito de viaje. Apenas subie-
ron a las cumbres que separan los dos valles encontraron rastros
de los centinelas que seguían sus pasos. Más adelante fueron inter-
ceptados por indios a caballo, quienes después de interrogarlos so-
bre si venían más españoles, partieron a toda carrera a dar aviso a
Bohorques. De inmediato hubo una gran convocatoria de indios en
Tolombón, unos trescientos tal vez, muchos de ellos a caballo, que
recibieron a Treja y a Aragón en formación de guerra. Cuando lle-
garon a la estancia de don Pedro en Tucumanao (cerca de San
Carlos), los hombres de Enríquez se habían retirado a una fortaleza
que protegía la propiedad. Bohorques los recibió con mucha frial-
dad, de lo que se extrañaron los capitanes acostumbrados a tener
con él un trato muy cordial. Por la noche hizo bajar algunos Malfi-
nes de Luis Enríquez para que montaran guardia airededor de su
casa. Así siguió en los días posteriores: con guardia de hombres y
perros a todas horas . Por eso no pudieron asesinarlo, a pesar de
repetidos intentos . Mientras estaban allí, el cacique Calsapí se con-
fió con los capitanes, diciéndoles que Bohorques los tiranizaba y
ansiaba regresar a su pueblo. Esto también lo supo el Inka, porque
al poco tiempo lo hizo ejecutar. Frente al fracaso, Aragón y Treja
idearon la estratagema de invitarlo a la estancia de Aragón que es-
taba en la frontera del valle, con el pretexto de descubrir posibles
tesoros y de regalarle vacas y caballos . Pero Bohorques los burló,
llegando después que ellos acompañado con fuerte guardia, y ha-
biendo recuperado su buen humor, por primera vez los trató con
toda jovialidad. Bohorques se divertía a costa de los dos animosos,
pero infelices españoles. Aragón y Treja declararon haber escucha-
do los parlamentos que el Inka hacía a sus indios, incitándolos a
armarse porque "habían de entrar los españoles a sus tierras y suje-
tarlos sacándolos de ellas fornicándoles sus mujeres e hijas'. Es evi-
dente que Bohorques no se ocultaba para pronunciar estos discur-
sos, más bien los hacía en presencia de testigos para que fueran
mensajeros de sus verdaderas intenciones. Estos confirmaron que
se estaban acumulando armas y caballos para prevenir tales ata-
ques98. Ya no servían los "embelecos" con que falsamente se ha-
279
bían tratado los contendientes. Bohorques decidió mostrar sus car-
tas, enviando señales amenazadoras, que como veremos, que tuvie-
ron inmediato efecto.
99 Barrionuevo dice que est{t pobre y cargado de hijos y madre y que por eso
colaboraba con Don Pedro. Que no sabía de las acusaciones que pesaban sobre
el susodicho. AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff. 105-107.
100 To rreblanca , f. 39. Dice que para envenarlo Barrionuevo utilizó soliman
(sublimado corrosivo) en dosis muy pequeñas que enfermaron a Bohorques
sin producir el efecto esperado.
280
a Calchaquí y que se fuesen previniendo tropas en las ciudades de
San Miguel y en el fuerte de Andalgalá. Se pidieron refuerzos a
Jujuy y a Esteco con el mismo fin. Nos encontramos a mediados de
julio de 1658.
101 Declaraciones ele Barrionuevo a su regreso al valle, donde da los detalles ele
su apresamiento. AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff. 91 v-93. Sobre la muerte ele
Calsapí, que fue ahorcado en un algarrobo, ver Torreblanca, f. 46.
102 Carta ele Bohorques del 25 ele julio ele 1658. AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff.
85v-86. Esta carta fue copiada en Charcas 122 (1) ff. 176-178, copia ele 1661.
281
Pero al mismo tiempo, encontramos la primera insinuación para.
tratar una paz general. Las ambigüedades son manifiestas. Veámos-
lo directamente a través del texto del propio Bohorques .
103 AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff. 89-90. 29 ele julio ele 1658.
282
Una de cal y una de arena. Los dos contrincantes echan
mano a los mismos recursos . Le creo, pero Ud . debe obrar de tal
manera . En los párrafos finales de su carta, Mercado le dice que el
Padre Patricio llevará esta respuesta y esperará ocho días su resolu-
ción y que si realmente es un vasallo leal que baje "sin disputar"
cuando y adonde le indique, en vütud del pleito homenaje que tie-
ne hecho. Caso contrario quedará como mal vasallo y de "baja
sangre" . Le exige que responda en qué forma ha usado de la acla-
mación como Inga que le fue permitida y que si el día 12 [de
agosto] no ha bajado a encontrarse con él lo declarará incurso en
rebeldía. Lo amenaza además de denunciar ante los indios su ver-
dadera identidad para que le retiren su obediencia. Caso contrario,
recurrirá a la fuerza de las armas previniendo a todas las fronteras
"sin dar lugar a que Vm. conmueva los ánimos y séquito de los na-
turales del Pirú cuya contingencia me protesta".
283
hasta conquistarla y liberar a los indios, que padecen en
su servicio lastimosa opresión y miserable esclavitud. [No
sólo esa provincia, sino] todos los reinos del Pirú son
míos. [Que lo mandan a llamar para quitarle la vida y
luego entrar al valle para] degollar viejos y viejas y herrar
a los demás y repartirlos por esclavos.
Les jura que los defenderá hasta morir, porque ellos son "mi
sangre", sus parientes, que los mira como a sus hijos.
Les asegura que todo eso lo hace por ellos, porque él tiene
asegurado su reino del Paytiti que su heredero goza pacíficamente.
Que su intrepidez y sus sacrificios deben ser correspondidos, "por-
que en la victoria afianzais vuestra libertad y la de toda la nación
indiana". Sigue en el mismo tono, dándoles las razones para la lu-
cha, asegurándoles que el vínculo que lo une a ellos es la única
razón de sus desvelos porque vosotros
284
caciques del valle. En él se establecían las condiciones de negocia-
ción y se dejaba constancia de que los títulos de Inka y de Tenien-
te de Gobernador habían sido legalmente otorgados por el Gober-
nador, además de autorizar a Torreblanca a negociar el indulto.
Caso contrario hacen responsables a los españoles de las muertes y
rebeliones que puedan ocurrir. El 7 de agosto Mercado hizo una
gran Junta con gente de Salta, los misioneros y su Provincial. Se
resolvió otorgar el perdón a todos y se encomendó a Torreblanca
que lo llevase . A Bohorques se le exige que deje sosegados a los
indios y que salga del valle. Se le ofrecieron varias opciones, que
se fuese a Lima a reunirse con su familia y sus bienes o que se
dirigiese al puerto de Buenos Aires, adonde se le facilitaría su viaje
a España y se le daría alguna renta para que viviese allá y tal vez
otras mercedes, de acuerdo a su condición. Torreblanca aclara que
Bohorques lo había amenazado con el alzamiento si se quebranta-
ba lo tratado, aunque admitió que no confiaba en las palabras ni
en la buena fe de Don Pedro.
285
El día 15 se conoció en la ciudad de Lerma (o Salta) la noti-
cia del ataque e incendio de la misión de Santa María. Los padres,
aunque heridos, se salvaron a duras penas y se refugiaron en
Andalgalá, después de pasar varios días sin ayuda ni alimentos 105 .
Esto confirmaba que la guerra estaba declarada y obligó a las fuer-
zas de todas las fronteras a replantear la estrategia de la entrada.
Ya no podían contar con indios amigos y los de Andalgalá y San
Miguel sugirieron esperar hasta reunir más gente y ganado. En
Escoipe, Mercado, que estaba con los hombres de Salta, Jujuy y
Esteco, se sintió con fuerzas como para entrar al menos hasta los
Fulares, con cuya lealtad creyó contar, y fortalecerse en algún lugar
estratégico. Sin embargo surgieron diversas objeciones. Los padres
se negaban a llevar el indulto si al mismo tiempo había aprestos de
guerra. Finalmente el 17, el padre Patricio partió hacia San Carlos.
El 22 volvió sin respuesta, diciendo que no había encontrado a
Bohorques y que la misión de San Carlos había sido quemada y
saqueada por los indios fugitivos de Londres, comandados por la
mestiza araucana'º6 .
286
batalla, en el fuerte de San Bernardo, en la boca de la quebrada de
Escoipe, el 23 de septiembre de 1658.
287
de un plazo más amplio para su respuesta. Da un largo y detalla-
do, aunque confuso relato de la matanza y vil derrota de Arias. En
unas líneas muy significativas dice:, " ... Arias no pudo escarmentar
de la de los Fulares cuando hincado de rodíllas él y un nuevo(?)
Cid lloraron y pidieron misericordia y la usaron con ellos teniéndo-
los rendidos como a unas dueñas" 110 . Los acusa de no corres-
ponder con la misma clemencia, citando que "en la refriega del
otro día" -o sea en San Bernardo- a un indio se le entumecieron
las piernas "y uno de esos leones lo alanceó". Y sin pelos en la len-
gua, les dice que esas no son las reglas de la guerra y que esas
crueldades no son muestras de valentía. Qué bueno sería que él hi-
ciera matar a los indios yanaconas y a los españoles que ha tenido
presos. "Señores peleamos como hombres y no como aláraves'. Negó
toda participación en los saqueos de las misiones y las atribuye a
decisiones de los indios causadas por cartas de Nieva y Castilla al
padre Sancho y a los Yocaviles e Ingamanas, por las cuales com-
prendieron que se estaban previniendo entradas al valle desde dis-
tintos puertos de las fronteras. De todas maneras, refiriéndose a la
quema de las misiones y a las intrigas que atribuye a los padres,
dice que
110 AGI, Charcas 58, 2º cuaderno, ff. 120-122. Carta ele Pedro Bohorques, escrita
en el pueblo de Paciocas, valle Calchaquí. Estas referencias al Cid demuestran
con qué intensidad estaban presentes en la mentalidad ele Bohorques los
personajes heroicos medievales, aunque en este caso lo usara para burlarse y
ha cer escarnio ele un español, quien, Bohorques aseg ura ba, seguramente
habría llegado a Salta contando un falsa versión e.le los hechos. Arias perdió
bagaje y mulas en estas refriegas, y dejó varios muertos , algunos expuestos a
las aves y alimañas.
111 Ibídem, f. 122.
288
y al obispo (de cuyos constantes avisos al virrey estaba en total
conocimiento), que se confederaron contra un caballero pobre y
fiel al rey. Por otra parte el obispo le había escrito en reiteradas
ocasiones tratando de convencerlo y ofreciendo sus buenos oficios,
que Bohorques había resuelto ignorar. Y sobre este tema volverá a
la carga con renovada violencia diciéndoles
289
entonces se averiguarán los culpados así se lo escribí a
Su Señoría a Potosí con Santos 112 y un indio ladino y hoy
hace diez días que camina, en el entretanto que viene la
respuesta recogeré mi gente y los qui/mes que están afue-
ra[?] y no se meneará hombre si no es que Vms. quieran
que probemos la mano que es adonde quisieran y cuan-
do gustaren ... 113
112 Simón ele los Santos había siclo mayordomo ele Francisco Arias Velásquez y
fue apresado por Tiohorques cuando se produjeron las refriegas con este
encomendero . Después, retuvo como rehén a su esposa mientras lo enviaba a
Charcas.
113 Ibídem, 122v-123v.
290
la resolución del Superior Gobierno de que se enviaría un ministro
de la Real Audiencia de La Plata para atender los reclamos de Pe-
dro Bohorques 114 • Al mismo tiempo el Oidor de esa Audiencia, don
Juan de Retuerta le anunciaba su viaje hacia el Tucumán. Mercado
esperará su llegada en la ciudad de San Salvador Jujuy. Mientras lo
aguardaba dentro de las fronteras de la provincia, de la que no po-
día salir, envió a Don Pablo Bernárdez de Obando a buscar a Re-
tuerta con indicaciones muy precisas de lo que éste debía obrar. Le
avisaba de las distancias, formas de comunicarse con Bohorques y
recomendaba que el indulto incluyese su fuga del presidio de Chi-
le, ya que de lo contrario se negaría a salir y asimismo que se de-
bía exigir a los indios rebeldes la restitución de los caballos, mulas
y alhajas robadas en los asaltos, la reconstrucción de las iglesias de
las misiones y de los edificios quemados en las estancias de la
frontera del valle . Otras recomendaciones fueron: que los refu-
giados de Londres, en particular el mestizo Luis Enríquez, regresa-
ran a sus pueblos originales; que los Pulares pagaran sus mitas a
sus encomenderos como venían haciéndolo y que no las eviten
como los Calchaquíes; que Bohorques le devolviera a Hernando de
Pedraza las joyas que le regaló; que no saque indios para su servi-
cio y que declare las minas y tesoros, porque hay noticias "que
sabe con fundamente desta calidad' 115 . Mercado había tenido que
renunciar a su alianza con el Inka, pero se resistía a abandonar sus
sueños de encontrar las fabulosas riquezas que, estaba seguro, el
valle escondía en su seno. En suma, pretendía que todo volviese al
estado en que estaba al principio de abril de 1657. Pero hay más:
114 La orden ele la Junta convocada por el virrey fue emitida el 9 de diciembre ele
1658, después ele haber estudiado tocios los informes que se le remitieron, que
eran muchos, y la propia solicitud ele Bohorques con sus reclamos ele lealtad.
Una ele las razones para aceptar lo que pide, es que de esa forma no habría
costos para la Real Hacienda. Le hacen diversas propuestas, quedar en Lima o
salir para España y que si se prueba su inocencia se le otorgarían merced "co-
rrespondiente a su persona y méritos ". Se le garantiza el indulto, su seguridad
personal y la de sus bienes. Mientras tanto que Mercado y Villacorta tenga sus
fuerz as preparadas por si fracasan la s negociaciones, y entre a apresar a
Bohorques en el valle. AGI, Charcas 121 , ff. 31-33v. Es una segunda copia ele la
carta que se encuentra en Charcas 58, 3er. cuaderno, ff. 1v-6.
115 Charcas 58, 3er. cuaderno, f. 9v.
291
Que Pedro Bohorques saque consigo una hija de un año
que tiene en una india de Londres, casada) de la enco-
mienda de Antonio de Jria11e y que declare otro hijo que
dicen tiene o las indias que se hallaren preñadas de él
para que en todo se prevenga cualquier contingencia en
lo de adelante...116
292
Barbosa y Sotelo regresaron con carta de don Pedro, confir-
mando la cita que fijaba en el "paraje y quebrada de Escoipri' (don-
de estaba el fuerte de San Bernardo). Le pedía a Retuerta que fuera
solo y que el ejército estuviese retirado en Salta. El oidor aceptó
las condiciones contradiciendo las recomendaciones del Goberna-
dor que temía por su vida. De todas maneras, los preparativos de
guerra no se habían detenido un solo día. Todo el mundo estaba
en armas, pero a pesar de ello Retuerta quiere honrar lo prometi-
do. Estaba seguro de que ante el menor paso en fa lso o acción
que provocase la desconfianza de don Pedro, toda la estrategia fra-
casaría.
117 AGI, Lima 63 , f. 9. 30-09-1661. Informes del virrey Santisteban sobre el estado
de la causa de Pedro Bohorques.
293
do. Ni aún en estas circunstancias, cuando se vio obligado a dejar
a sus indios, Bohorques los descuidaría, tal vez tratando de que su
rendición no fuera vista como una traición. Exigió al Gobernador
que enviase al padre Hernando de Torreblanca con mensajes para
los Calchaquíes pidiéndoles que bajasen a dar la paz . Y le rogó
que no hiciera ninguna entrada al valle, sin cumplir primero esta
diligencia. También se ocupó de reclamar que se incitara a los
Pulares para que nombrasen alcaldes en los pueblos, medida que
tendía a favorecer una cierta forma de autogobierno. Don Pedro les
recordó también que debían asegurarle el avío para el viaje y soli-
citó para ello 600 pesos. Se le otorgaron 400 de las Cajas reales y
se le asegura que se cumplirán los términos del indulto respetando
su familia y sus bienes (cláusula que no se cumple, al menos ente-
ramente) . Es más, en los Autos que se confeccionan sin cesar para
dar cuenta de estos acontecimientos, se dice expresamente que si
alguna persona quisiere reclamar como suyos algunos de los bie-
nes que llevaba Bohorques en su viaje, lo deberían hacer ante el
Superior Gobierno, ya que se había permitido que su familia y ba-
gaje viajaran hacia el Perú directamente, sin pasar por Salta. El ca-
cique de los Pulares de Cachi, don Bartolo, había quedado al
cuidado de los mismos. Esta medida también se alterará después,
pues se consideró que en ese caso nadie podría recuperar lo suyo
y se resolvió que los interesados fuesen a la Quiaca o a Yavi don-
de Bernárdez de Obando haría el inventario de esos bienes y que
allí podrían ser reclamados al Gobernador 11 8 . La última petición fue
que se le diera copia de los Autos donde constaba el permiso para
entrar al valle y de aquellos "que se han fulminado contra éf' . El
Gobernador prometió enviar los correspondientes traslados .
118 AGI , Charcas 58, 3er. cuaderno, f. 36. El inventario de esos bienes fueron
incorporados a un 4Q. cuaderno de los Autos, pero hasta el momento no he
podido localizarlo , co mo tampoco el 5Q. cuaderno , aunque es probable que
algunos de los papeles contenidos en ellos fueran copiados en Charcas 121 ó
122. El oidor Retuerta aceptó que los bienes robados pudieran ser reclamaclós
al gobernador, ibídem, f. 41 v.
294
en su mano. Por medio de un intérprete se les leyeron los Autos
donde constaban el indulto y sus condiciones y en señal de acata-
miento los indios rindieron sus arcos y flechas a los pies del Go-
bernador. En un gesto de conciliación, el oidor Retuerta, de su pro-
pia mano, se los devolvió, para que las tuviesen en su propia de-
fensa y de la Real Corona y públicamente encargó a sus enco-
menderos que tuviesen buen trato con ellos , permitiéndoles volver
a sus pueblos en el valle 119 .
295
chaquíes. La gente del Tucumán, conociendo el comportamiento de
estos indígenas temía que así fuera, y en definitiva el gobernador
Mercado y Villacorta se vio obligado a emprender una campaña
para intervenir directamente en el interior del valle. Durante seis
meses combatió en el campo enemigo para enfrentar una por una
a las diversas jefaturas del valle. En este periodo logró someter des-
de los Pulares al norte hasta los Quilmes en el centro del sector
Yocavil. Los Quilmes frenaron el avance del ejército, ya agotadas
sus fuerzas y recursos, por lo que regresaron a sus bases en las
ciudades hacia fines de noviembre de 1659. Después de haber sido
derrotados, los Tolombones y Paciocas que habían sido los líderes
iniciales del alzamiento, se replegaron del lado español y colabo-
raron en los combates contra otros grupos. Los que menor resisten-
cia opusieron fueron los Pulares, los únicos además que en parte
habían ofrecido la paz.
296
clavos y mocovíes capturados en las guerras con las poblaciones
chaqueñas. Esta situación dic:r lugar a que se iniciara un proceso de
etnogésis, con fuerte base de mestizaje interétnico e interracial.
297
CAPÍTULO VI
LA MUERTE EN LIMA
Ver nota 6.
299
Al recibir esos papeles el Consejo deliberó y aprobó el indul-
to, reafirmando que era deber de las autoridades respetar sus tér-
minos. "En justicia se le debe guardar en todo y por todo y que en
observancia de lo mandado por los despachos citados no debe ser
procesado ni condenado por los delitos contenidos en él pues
cuando no hubiera órdenes y leyes tan expresas en favor de este
Reo [. . .] por lo que conviene para la quietud y sosiego de aquellas
provincias" 2 • En estos papeles el Consejo reprochaba al virrey, la
forma en que se había procedido .
300
con el mismo secreto y con toda maña disponga de que
se traigan a la ciudad de los Reyes con toda seguridad
pero sin darles nombre de prisión y que en estando en
ella hágale se pongan en una casa decente donde sin
que tampoco se les de nombre ,de prisión estén con toda
seguridad pero que bien se les podrá permitir que si qui-
sieren ver al dicho Don Pedro en la prisión lo puedan
hacer sin darles lugar a que le entren recado de escribir
poniéndole guarda de vista cuando vayan en la forma
que le pareciere conveniente.. .4
301
Mientras tanto en Lima, el fiscal procedía a completar los Au-
tos del proceso final, acumulando todos los informes previos y
nuevas cartas del gobernador Mercado y Villacorta enviadas desde
Buenos Aires, otras del Obispo como ya dijimos, y de otros sacer-
dotes o funcionarios de la Audiencia de Charcas. Las actuaciones
del fiscal producidas en este periodo no han sido halladas hasta el
momento y la historia debe ser reconstmida a partir de los resúme-
nes que se enviaron de tanto en tanto al Consejo de Indias. Existie-
ron las acusaciones del fiscal y los descargos de Bohorques que, al
menos en parte, pudieron estar contenidos en un Memorial al cual
no he tenido acceso. Entre las acusaciones del fiscal se encuentra
la supuesta huida del presidio de Valdivia, adonde había sido en-
viado por el término de seis años,
6 AGI , Lima 63 , vol. 1, nº 36, f. l. 30-09-1661. Informe del virrey Conde ele
Santisteban.
7 Apo: en quichua , señor más importante . Equivalente a rey .
302
ma de fondo, o sea, detener la rebelión de las poblaciones del va-
lle Calchaquí. Además
303
y custodia necesaria como manda V.M. hasta que se sir-
va con Vista de los autos que remitiere al Real Consejo de
que he sacado esta relación, probé lo más conveniente,
[.. .} Lima, 30 de noviembre de 1661.8
8 AGI, Lima 63 , vol.1, nº 36, ff. 12v-14 . Informe del virrey Santisteba n sobre el
estado ele la ca usa ele Pedro I3ohorques a su llegada al Perú.
9 AGI, Charcas 121 (1) f. 356v.
304
amenazando y espero recibir de S. M . las honras y favo-
res que acostumbra hacer a sus Vasallos. 10
10 AGI. Cha rcas 121 , f. 410. Ca1ta de Juan ele Retuerta a S.M.
11 AGI, Lim:1 h6, lL nº 29, f. l.
12 AG I, C h~1rG1 s 121 (1 ) ff. 355-356.
305
lancia con que se buscó su persona" 13 ya que no debió haber sali-
do de Lima y porque sobre este nuevo episodio tampoco existen
mayores datos, exceptos los que publica Lozano (1875: 175) 14,
quien afirma que Bohorques había huido "valiéndose para ello de
diferentes personas y quemando el calabozo". El fiscal agregó este
nuevo delito a la causa antigua, pero se continuaba esperando
resolución definitiva del Consejo sobre la pena que se le debía
aplicar. Entre tanto, el virrey aconsejaba que
306
resumen del contenido ya citado y abajo hay copia del decreto del
Consejo del 29 de agosto de 1665. Dice:
307
mó que "dentro de pocos días se avían de acabar todos los españo-
les y avían de quedar solos los yndios porque los avían de matar a
todos... "17 . Por primera vez en el siglo XVII un movimiento indígena
se sustenta en el retorno del Inka, y en pos de ese objetivo los
curacas comenzaron a organizarse colectivamente en una actitud ya
no reivindicativa sino revolucionaria, puesto que pensaban incen-
diar Lima, "soltar el agua de la acequia grande de Santa Clara"
(Mugaburu 1935: 83) y masacrar a los españoles . Ese mismo día
hubo tres temblores en Lima. Según Rowe, fue el fiscal protector
Diego de León Pinelo quien los denunció (Rowe 1957: 157). En
Lima el líder del movimiento fue Gabriel Manco Cápac, un curaca
que había logrado convocar a otras autoridades andinas de la sierra
central. La noche del 31 de diciembre se tuvo noticias de una con-
centración de 3000 indios en la sierra y se envió un destacamento
de 300 hombres a desbaratarlos. Se decía que preparaban el ataque
para la víspera de Reyes, pero no pudieron localizar a los conjura-
dos. Manco Cápac logró huir a Jauja donde continuó atando alian-
zas para proseguir la rebelión (Pease 1981 : 43).Este movimiento
alertó a las autoridades que al año siguiente iniciaron una averigua-
ción sobre su extensión y características.
308
ble, probablemente con alguna filiación inka, como lo sugiere
Pease. Sus reclamos estaban, además, vinculados a los apremios
que soportaban los indios por parte de los corregidores y a los
abusos que se cometían en las mitas, o sea que una vez más en-
contramos mezclados los intereses individuales, los colectivos y las
reivindicaciones utópicas simbolizadas con la insignia del inka. En
base a denuncias de un arriero que los acompañaba fueron interro-
gados acerca de sus actividades en Lima, porque el arriero
309
con este movimiento era suficiente como para justificar que final-
mente se pusiera en obra su postergada ejecución. De todas mane-
ras las fechas son un tanto inciertas. La sentencia, publicada por
Lozano, tiene fecha del 3 de diciembre de 1666 y a pesar de los te-
mores que despertó la conjuración, que también le costó la vida a
ocho curacas de Lima, Bohorques sólo fue ejecutado el 3 de enero
de 1667 (Mugaburu 1935: 84). Los curacas también fueron ahorca-
dos el día 21 de ese mes, les cortaron las cabezas y sus cuerpos
fueron hechos cuartos. El resto de los complotados fue enviado a
galeras.
310
D. Pedro Bohorques, pobre ajusticiado, 00 ps [cero pesos] ". Libro de
Defunciones nro. 5, años 1665-1678. f. 43v.
311
CAPÍTIJLO VII
EPÍLOGO
LA SAGA DE PEDRO BoHORQUES
313
aboquemos a interrogarnos sobre su personalidad y sobre los obje-
tivos de su vida, si es que los tenía.
314
dicativos de los descendientes del inkario y decidió mimetizarse
como uno de ellos para encontrar un lenguaje de comunicación
con los indígenas y autoproponerse como líder.
315
conocían los códigos de actuación y las trampas del texto de la
obra. Empero, algunos traspusieron los límites consentidos y
Bohorques, entre ellos, decidió dar un paso decisivo más allá de
esa ancha frontera gris en la que transcurrían los juegos de muchos
y que separaba la ambigüedad aceptada de la abie1ta rebelión.
2 Entre las acepciones que consigna la Enciclupedia Uniw1:~al fapasa -Calpe (tomo
316
de un pacto entre hombre y demonio, los espíritus familiares
acompañaban a sus elegidos para ayudarlos en sus propósitos a
cambio de que el beneficiado donase el alma a la hora de su
mue1te. De alguna manera el tema del Fausto.
317
... en que muchas cosas que traté con todo secreto le fue-
ron notorias y algunas que fíe sólo a mi imaginación
[. .J. En el valle el tiempo que estuvo enfermo se halló
uno de los Padres de la Misión con un hechicero que en
su presencia hizo sus ceremonias, a fin, según presumió,
de saber si estaba maleficiado. La orden de su prisión y
el tribunal de donde fue emanada lo supo mucho antes
que llegare a mis manos sin haber sido por correspon-
dencia de cartas, y ultimamente lo que e~fuerza más la
verdad del hecho es que después de haber salido del valle
entrando en recelo de algún mal suceso por verse de or-
dinario rodeado de soldados que le asistían de guarda se
dejó decir a una india de las de servicio que quien tenía
la culpa de su salida era el que estaba allí, apuntando a
la cabellera o melena que la cría muy larga y sobre el
caso de defenderla ha tenido disgustos notado en esto por
singular. Y también ha presumido quien ha notado de
cerca sus acciones que no carece de misterio el traer de
ordinario un birretillo azul con dos alfileres de que hace
pm1icular aprecio sino es que tenga alguna memoria de
una mujer que ha sido el instrumento de que se ha vali-
do para sus maldades. Este conjunto de indicios puede
hacer en el caso probabilidad y en lo moral fundar duda
para proceder en materia tan grave y en un hombre de
vida tan rota no será temerario el juicio además de lo
que se le reconoce de memorioso en sus narraciones y
tan puntual y uniforme persuade otro principio más que
ordinario en el caso...4 (subrayado mío).
318
Perú que sabían leer, según las denuncias que aparecen en los
mismos Autos de su proceso. Hasta aquí las explicaciones se fun-
dan en una buena estrategia defensiva, de alguien que en ningún
momento ignoró que su proyecto solamente había sido aceptado
por las autoridades con el propósito de vencer la resistencia de las
poblaciones Calchaquíes y que pretendían usarlo como instrumento
de la conquista.
319
los índícíos a los que alude el Gobernador, manejando con ellos
las pruebas que exige el conocimiento "científico". Mercado era un
ambicioso, lo muestra a las claras todo el tema de las negociacio-
nes para descubrir los tesoros y minas que supuestamente los in-
dios ocultaban. Pero hay que reconocer que acata con rapidez la
orden del virrey de modificar su estrategia, que usó la racionalidad
en el resto de los acontecimientos y que además este espíritu reno-
vador se hizo más notorio en la reorganización general de la pro-
vincia durante sus dos gobiernos. ¿Por qué cae en la ingenuidad de
creer que la estrategia defensiva o la extraordinaria memoria de
Bohorques era fruto del demonio? ¿Cómo es posible que no pueda
escapar o desprenderse de esas concepciones casi mágicas? Típico
hombre del pleno barroco entonces, donde conviven convicciones
en apariencia contradictorias, pero que se alojan perfectamente y
sin conflicto en la mentalidad todavía en pañales de la mentalidad
renacentista. La perfección, en la calidad de una voz humana como
en la memoria (entre otras tantas manifestaciones de la perfección),
se consideraba obra del maligno (Cohn 1980 :104). Ni aún los Pa-
pas escapaban a esta regla. Se decía que el Papa Bonifacio VIII
"Posee un demonio privado, a quien pide consejo en todos los
asuntos que le atañen ... " (Cohn, op. cit.: 235). José Emilio Burucúa
(1993) señala la influencia que tuvo en América del Sur el jesuita
Francisco Suárez a través de su obra De angelís, a partir del siglo
XVII y que entre otros aspectos debió motivar las pinturas de los
ángeles arcabuceros tan comunes especialmente en los Andes (Mu-
jica Finilla 1992) . Suárez cree que las corporizaciones son conse-
cuencia de la aplicación de fuerzas naturales, conocidas por los án-
geles malos pero aún ignotas para los hombres. "Y los demonios
con frecuencia, no tanto aparentemente sino verdaderamente reali-
zan tales obras" (citado por Burucúa 1993: 353). El mismo autor se-
ñala las dos caras de la cultura barroca en la naciente modernidad:
"por un lado el librepensamiento o libertinismo intelectu al que
conducía al ateísmo , p or el otro, el antiquísimo corpus de las
creencias que llamaremos populares (campesinas en Europa, indí-
genas en América)".
320
encuentren casi al final de la historia de Bohorques en Calchaquí,
en una especie de epílogo que inserta Mercado en estos documen-
tos. En otras palabras, si le costó tanto desplazarlo y fue incapaz
de eliminarlo aún enviando emisarios para asesinarlo, la única ex-
plicación que restaba es que estaba protegido por un demonio fa-
miliar. Sólo así el brillante estratega que gobernaba la provincia po-
día justificar su fracaso en la eliminación del oponente.
321
orden, la paz, la riqueza y el sexo (Burucúa 1993; Maravall 1982:
57).
322
guerra la coordinación de los esfuerzos bélicos muestra la presen-
cia de una mentalidad con gran capacidad de organización y cono-
cimiento de las fuerzas y estrategias del invasor. Así fue de duro el
castigo que debieron sop01tar una vez derrotados: todo el valle fue
vaciado y su población dispersada a los cuatro rumbos de la pro-
vincia del Tucumán y aún fuera de ella, a Santa Fe y Buenos Aires.
323
dos estos rituales estuvieron destinados a delimitar un campo se-
mántico por medio del cual se reconocía su autoridad, manifiesta a
partir de los emblemas que la legitimaron. Recepción y más tarde
despedida con la reverencia que la autoridad de Bohorques parecía
merecer o la que · le trataron de atribuir para justificar por un lado
la estrategia y por otro la mala conciencia de los organizadores. Y
ni qué decir de la autorización a usar el título de inka y el traje y
las joyas que le obsequiaron después. Y para completar las aspira-
ciones del visitante, la investidura de Teniente y Capitán General
del gobernador. Cada título y cada gesto fue recubierto por los em-
blemas de legitimación. No hay autoridad indígena sin los trajes,
los collares y manillas que así lo certifiquen (Martínez 1995). Tam-
poco hay servidor del rey que no deba ofrecer "su pleito homena-
je" ante la autoridad que lo inviste. Inka y caballero del rey al mis-
mo tiempo. Para obtener cada uno de estos títulos, Bohorques de-
bió pasar por los ritos de iniciación que las convenciones exigían.
Los indios ya lo habían interrogado sobre sus hábitos y conoci-
mientos de la historia inka, antes de aceptarlo como tal. Y parece
que había pasado con éxito esas pruebas . Y para completarlas re-
nueva los vínculos de vasallaje en el mismo teatro montado en
Pomán: sentado en una silla, que hacía las funciones de "dúo" o
"trono del inka", impuso las manos a los caciques que a su vez be-
saron su mano en señal de acatamienta6. Claro que según algunos
informantes también había repartido flechas, ritual de guerra cuyo
significado escapó a la percepción de la mayoría de los presentes.
De todas maneras, estas gestualidades tienen más bien un significa-
do mixto en el conjunto de mensajes que Bohorques estaba emi-
tiendo en esa ceremonia. Acatamiento como a un Inka, pero tam-
bién como Teniente del Gobernador ya que la ceremonia tiene re-
lación con los actos de vasallaje a partir la "imposición de las ma-
nos". Martínez (1995: 73) comenta que era habitual entre los espa-
6 ]osé Luis Martínez 0995: 51) relata que en 1568, en una ceremonia ele
investidura ele un curaca en Cajamarca (Perú), el curaca se sentó en un duo*, y
cada uno de los principales se acercaron para "mocharle " "en señal ele su
cacique y señor natural''. Esta ceremonia se realizó en presencia del oidor
español. Martínez opina que tocia esta gestualiclacl no sólo significa
reconocimiento sino más bien acatamiento (p. 53).
duo o dúo: es nombre antillano, en los Andes se llamaba tiana o t~yana . Se
trata ele un asiento ceremonial.
:324
ñoles el uso de una silla o asiento, colocada en forma elevada para
administrar justicia. No hay que descartar que en el carácter mixto
de "nuestra" ceremonia, la silla de Bohorques tenga alguna de estas
significaciones, aunque se trata más bien de un parlamento para
arreglar las negociaciones que se discuten en Pomán. Según Mar-
tínez, el asiento o tiana define un lugar estático, con un espacio a
su alrededor que legitima al que está sentado y que simultánea-
mente cumple un papel diferenciador.
325
ta desviada que a la fuerza ha de emprender) empujado por tan
general, y para él, tan imposible afán: ese drama es la base de su
existencia para el pícaro" (1987: 103).
326
irreal en sus dimensiones políticas concretas, pero objetivo tras el
cual constmye su destino. Por el contrario, se pueden aceptar los co-
mentarios de Maravall sobre otros textos que tratan la literatura pica-
resca, donde se considera el cálculo o la maquinación como compo-
nentes de la personalidad del pícaro y que a veces ha sido utilizada
para justificar "la razón de Estado" (op. cit.: 485-486). Y podemos de-
cir que en estos aspecto sí se inse1tan las estrategias de Bohorques
frente a las autoridades virreinales en el Perú o a las provinciales en
el Tucumán, que muestran su sagacidad y que cada paso es produc-
to de un cálculo de riesgos y probabilidades. En caso contrario no
se hubiera atrevido a presentarse en Pomán ni a repetir los encuen-
tros con el Gobernador; es más, no hubiese tratado de convencer de
su proyecto a tres virreyes y a un oidor de la Audiencia de Charcas.
327
muestra una cara y a veces otra. Por eso despierta sentimientos tan
contradictorios como los que confiesa el padre Torreblanca, que
advertido de la falacia de la propuesta de Bohorques se deja sedu-
cir por su carisma. Admite que no se puede sustraer al encanto de
emana que su persona.
328
Centenera. La ciudad era un locus ideal compartido en la época y
Tomás Moro fue el primero en dibujar su plano físico y social. Cla-
ro, en América los españoles la sazonaron con otros condimentos,
en particular la riqueza, el esplendor y la lujuria del oro que no
podían estar ausentes en la mentalidad de estos enfervorizados
conquistadores. Pero Bohorques y del Barco Centenera se apartan
del igualitarismo de Moro; esto no se encuentra en sus cálculos, ni
lo sueñan ni lo aceptan. A todos les otorgan el derecho a la felici-
dad, pero no es necesario destruir los signos de desigualdad. El rey
está claramente instalado en la cúspide, con todos sus emblemas
de diferenciación y legitimación divina. Es con ese rey con el que
pretenden asociarse, casándose con su hija y como dice Bohorques
que le fue ofrecido para afianzar la alianza por medio del parentes-
co, elemento imprescindible de tal contrato social y político.
329
mensaje salvífico. Sus propuestas son totalmente terrenales, y por
eso, de las múltiples manifestaciones de lo utópico, la que más ale-
jada parece de su proyecto es la del milenarismo o mesianismo.
Por lo que hemos visto, por los discursos que hemos leído y discu-
tido, nada de eso resulta evidente; es más, ninguno de los jesuitas
o dominicos que entraron en íntimo contacto con él realizaron la
más mínima insinuación sobre este tema.
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