Sepulcro de Hielo Carlos Letterer
Sepulcro de Hielo Carlos Letterer
Sepulcro de Hielo Carlos Letterer
DE
HIELO
CARLOS LETTERER
Copyright © 2023 Carlos Letterer
DEDICATORIA
.
ÍNDICE
CAPÍTULO 0
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
FIN
AGRADECIMIENTOS
Carlos Letterer
SEPULCRO DE HIELO
Qué mudos pasos traes, ¡oh! muerte fría, pues con callados pies todo
lo igualas.
Francisco de Quevedo
Anónimo
CAPÍTULO 0
Arrastró las lágrimas por sus mejillas con el dorso de la mano y fijó su
mirada en un punto situado a unos doscientos metros de allí, donde decidió
que debía reposar. Aquel lugar, bajo el precioso roble que presidía el rincón,
era perfecto: un retiro que transmitía paz, la que nunca tuvo.
Cuando vio que los chicos subían a los vehículos y se iban del
cementerio, decidió acercarse hasta el paraje elegido. Quiso darle su único
adiós, aunque aún no descansara allí.
CAPÍTULO 1
Navidades de 2018
Albert Baldoví estaba casado y tenía un hijo, que se llamaba igual que
él. Nuria Miralles, su esposa, también había sido compañera de estudios,
aunque era tres años menor que ellos. Se conocieron en el instituto, pero
perdieron el contacto con ella. Al cabo de un tiempo, cuando ya estaban
estudiando sus respectivas carreras, lo retomaron. Albert y ella, un par de
meses después, se hicieron novios. Mario actuó de padrino en el enlace que
tuvo lugar tres años después.
Habían reservado una Suite Junior en uno de los mejores hoteles del
Principado, El Grau Roig Boutique Hotel & Spa. Estaba situado en una
enorme zona esquiable, Grandvalira, en la base de una de las estaciones,
Grau Roig, y a solo unos metros del remonte. Su idea era la de disfrutar de
unos días de esquí y no tener que coger el coche durante la estancia.
Alquilarían todo el material, ya que el suyo estaba en Madrid.
«Solos los dos, el uno con el otro», le susurró ella luciendo su mejor
sonrisa. Él la miró y asintió con la cabeza. Esa frase terminó de
convencerlo: no habría tarde de compras.
Viernes 4 de enero de 2019
Sandra de la Rosa
Barrió con su mirada a los grupos que estaban allí y los descartó.
Imaginó que estaría sola, como ella, esperando el momento de conocerse en
persona. Recordaba con claridad su imagen en el perfil. Si tal y como le
había dicho todo era real, la reconocería al instante a pesar de que allí había
muchas chicas, pero ninguna llevaba una rosa. Sabía que tenía el pelo
negro, muy liso y con flequillo. Sus ojos eran azules y llevaba unas gafas
sin montura que le daban un cierto aspecto de intelectual. Era delgada, de
treinta y cinco años…
Vio a una chica que estaba apartada de los demás, sola, en una de las
esquinas y apoyada en la barandilla. Parecía admirar la sobrecogedora
imagen de la Sagrada Familia, de Gaudí.
Aunque estaba de espaldas, vio su negro pelo, que ondeaba con aquella
ligera brisa, y la flor en su mano izquierda, la que indicaba que era la
persona que buscaba. Taconeó hasta ella, cruzando los metros que las
separaban. Al llegar hasta allí percibió el agradable aroma de su perfume.
Preguntó, aunque sabía la respuesta:
—¿Alex?
—¿Tienes alguno?
Paola giró la cabeza hacia ella. Se fijó en sus preciosos ojos azules, en
aquella mirada que la estaba taladrando. Lo transmitía todo.
—Si tienen que ver con lo que me imagino, es fácil que nos pongamos
de acuerdo —susurró Alex.
—¿Lo necesitas?
—Sí: en unos más que en otros, pero en casi todos. ¿Te sorprende?
—Una vez tuve sexo con una amiga de la universidad. Ella tenía
verdadero talento con las manos y me volvió loca. Yo nunca lo había
experimentado, pero me abrió a un mundo nuevo que yo no conocía. Ahora
ya no puedo renunciar a él.
—Un mundo maravilloso.
La que no lo hizo fue Alex. Ella sí sabía cuál iba a ser el final de la
velada. Puso una mano sobre la suya, acariciándola, y extendió el brazo en
su dirección, sujetando la copa de cava y sugiriendo un brindis.
—Vamos a por esos mojitos —dijo Alex tras apurar el último trago de
cava—. La noche es nuestra. Y después de lo que pase entre nosotras,
dictará sentencia.
Vio cómo asentía con la cabeza. Paola sorbió de un trago lo que restaba
en el vaso y se lo devolvió. Era el momento. A un gesto de Alex, se tumbó
bocabajo y reposó su rostro en el hueco que se abría ante ella.
Entreabrió las piernas y se dejó ir. Notó la caricia, pero no pudo ver su
extraña sonrisa.
Sábado, 5 de enero de 2019
Marc
Mientras se desnudaba, pensó que había sido una noche más intensa de
lo que había supuesto: estaba desfallecido. Menos mal que Laura y él no
compartían habitación. Ya hacía demasiado tiempo que se había acabado
aquella inicial pasión, y habían llegado a un acuerdo tácito que beneficiaba
a ambos. Cada uno de ellos hacía lo que quería con su vida, y ninguno de
los dos se metía en la del otro.
***
Mientras se metía bajo el grueso edredón, Marc pensó que, al fin y al cabo,
hacía lo que quería sin tener que darle explicaciones a su mujer. Era muy
atractivo y lo sabía. Siempre había estado de acuerdo con aquella
maravillosa frase de Paulo Coelho: «la modestia es la virtud de los
mediocres». ¿Para qué se iba a engañar?, le sobraban aptitudes para atraer
al sexo opuesto.
Tenía treinta y nueve años. Su pelo rubio y los azules ojos, apenas
escondidos tras unas gafas de montura al aire, le daban un aire nórdico que
parecía encantar a las mujeres. Sus facciones eran viriles, con unos labios
gruesos y una dentadura que parecía sacada de una revista de odontología.
Los años de ortodoncia habían podido corregir aquellos dientes tan
parecidos a los de su padre, y que su madre tanto odiaba.
Estaba en la flor de la vida, entrando en aquella madurez que le ofrecía
un sinfín de posibilidades. Y, aunque seguía casado, eso no era un obstáculo
para disfrutar de todo lo que la vida le ofrecía. Le sobraba el dinero: por
herencia, por los beneficios de la bodega de la que era socio, y de su sueldo
como gerente de la sociedad que la gestionaba.
Podía haber sido una de las fijas. Una de las que más se había acercado
a la intensidad de los orgasmos de su esposa, pero ya se había acabado: no
la volvería a ver.
Laura
Aún sentía los efectos de la bebida que se había tomado estando con
ella. Se concentró en la carretera y agradeció no encontrar un control de
tráfico, aunque a aquellas horas era difícil que estuvieran apostados en los
puntos que ya conocía. Ese era uno de los privilegios de vivir en un pueblo
del interior de Catalunya, alejado del bullicio de la capital y de los férreos
controles que allí había.
***
Laura, a sus treinta y cuatro años, no desperdiciaba el tiempo mientras su
marido iba de flor en flor. Durante los dos años que fue la amante de Carlos,
el abogado de la empresa, todo fue bien, pero, cuando se cansó de aquella
relación, buscó llenar ese vacío.
***
Cuando los miró se alegró de haberse negado a dar el pecho a sus hijas.
Estaba segura de que esa inteligente medida era la responsable de lo tersos
que aún estaban tras los dos partos. Eso, y el ejercicio que hacía en el
gimnasio al que iba cuatro veces por semana.
Águeda
Miró el reloj y eran las cinco de la mañana. A pesar de que solo llevaba
unas pocas horas durmiendo, ya se había despertado dos veces: cuando oyó
pasar el todoterreno de Marc, a las cuatro, y ahora. Tenía el sueño muy
ligero y el motor del Jaguar de Laura tenía un sonido inconfundible.
Decidió dormir un poco más. Faltaba solo una hora para las seis,
cuando tenía programado su despertador. Le gustaba madrugar y correr los
diez kilómetros de todos los días. Cuando sonó la alarma, miró el
termómetro exterior y la temperatura era de siete grados.
***
Ahora, a sus treinta y siete años, podía considerarse una persona feliz:
se dedicaba a leer, a escribir cuando le apetecía o le venía la inspiración, y a
dar largos paseos por la finca a pie o a caballo. Nieve, su yegua, podía dar
buena fe de ello.
***
Se quedó extasiada mirando la luz del sol que se filtraba por entre las
ramas de los pinos que rodeaban su propiedad, confiriendo una imagen
mágica a la que, desde hacía diecinueve años, era su hogar.
Todos sabían que no era una persona sociable, incluso ella misma se
reconocía como asocial. Jamás abandonaba su mundo, de hecho, cada vez
se encerraba más en él. Su plácida vida había transcurrido inalterable
durante diecisiete años, desde que pasó lo de Marc. No obstante, lo
sucedido a principios de noviembre de 2017, hacía algo más de dos años,
removió sus más olvidados recuerdos. Laura, con su insistencia, aunque
sabía que no había sido su intención, fue la responsable.
Aquello le hizo revivir el miedo y el asco que sintió una mañana de
invierno, diez días después de instalarse, cuando Marc la sujetó por detrás.
***
Diciembre de 1999
A pesar del poco tiempo que llevaba allí, apenas unos días, se sentía
llena de paz y felicidad por cumplir aquel sueño que la acompañaba desde
niña. Siempre había sido su lugar preferido en la finca y había conseguido
tenerlo para ella sola.
—Buenos días, prima —le dijo con aquel acento engreído que
derrochaba.
—Es muy práctico esto de que vivas sola. No tienes que dar
explicaciones. Puedes hacer lo que quieras y nadie se va a enterar.
—Nos lo podríamos pasar muy bien juntos. ¡No seas tonta!, nadie se
enteraría.
Águeda lo miró con los ojos desorbitados. ¿De verdad le sugería lo que
estaba imaginando? Se dio cuenta de que su primo presentaba una evidente
erección. Mientras sujetaba el plato y se daba la vuelta para colocarlo en la
estantería, exclamó:
***
Desde entonces, las pocas veces que se había acercado por allí, había
sido para comentar algún tema relacionado con la bodega familiar de la que
eran socios, y siempre lo había hecho acompañado de Carlos, el abogado de
la empresa.
Aquella gente de la capital no tenía nada que ver con ella. Había
nacido en un pueblo del Pirineo Catalán hacía treinta y tres años, y se había
desplazado a la capital para vivir una vida imposible de tener en aquel
idílico lugar donde nació. Sin embargo, nadie de su entorno, excepto sus
padres, sabía lo que le había pasado: ese era su secreto.
***
Ivana Pou Riera nunca había sentido el más mínimo instinto maternal,
y aquel niño que la molestaba con sus lloros, no era deseado; solo era el
fruto de una agresión que demasiadas veces la asaltaba durante su sueño,
arrancándola de él. Nunca lo había podido olvidar.
***
***
***
No le gustaba verlo por allí, pero encontró consuelo con una asidua del
local que hacía tiempo que le tiraba los tejos. Y tenía que reconocer que
había estado mejor de lo que en un principio pensó.
Marc
***
Le dejó muy claro que él no era su dueño, y que jamás ningún hombre
le pondría la mano encima, salvo que ella se lo pidiera. Y desde hacía
tiempo, eso ocurría muy a menudo. Aunque también había aprendido que
las manos femeninas no sugerían problemas, solo ventajas.
***
***
Laura asintió con la cabeza, como si lo que iba a decir fuera una gran
verdad.
Águeda clavó sus ojos en los suyos, sin denotar nada en la mirada.
—¿Sabes que soy escritora, y que mi trabajo lo hago en casa? Tal vez
sea como dices, en tu caso —dijo Águeda con firmeza—. De lunes a
viernes, tu trabajo en la distribuidora, tus compromisos y cenas de empresa
con clientes, te mantienen ocupada; y el fin de semana con tus juergas…, no
paras. Pero yo vivo una vida tranquila, exactamente la que quiero tener.
—No lo sabes tú bien. Estuve con una chica que hacía maravillas con
sus manos y su boca. ¡Buf!
Águeda sonrió interiormente. Sabía que Laura era muy intensa, ella
misma se lo había dicho. Cuando salía el tema del sexo, y salía mucho
porque ella no parecía tener otra cosa en mente, le gustaba explicarle cómo
había sido su última cita, siempre y cuando hubiera sido una mujer.
—Hace mucho tiempo que no sales a tomar algo. ¿Tan mal estuvo
cuando salimos juntas aquel día? —le preguntó.
—No, pero me di cuenta de que eso no está hecho para mí. Por eso me
fui. Me gusta demasiado mi soledad…
—Si quieres me voy —dijo Laura, con cinismo, pero con una sonrisa,
intuyendo la respuesta.
—Ayer llegó antes que yo. Pensé que iba a pasar la noche fuera
—Sí. Le oí pasar, a las cuatro.
Nada más llegar, Mario sacó del congelador dos raciones de lasaña,
una de las comidas preferidas de Sandra. Las había cocinado la noche antes
de irse de viaje. Cuatro cazuelitas de barro: dos para aquella noche, y estas
dos para su vuelta. La baguette la descongelaría en el último momento.
Pondría algo de Bach y retomaría el libro del que se había tenido que
olvidar en Andorra con tanto esquí y tanto sexo. Unas horas de tranquilidad,
le sentarían bien.
—Cielo, sé que tienes razón —le dijo ella de forma modosa—. Sabes
que me siento cortada cuando ellos están cerca.
—Te voy a decir algo que no te he comentado nunca, pero quiero que
sepas que lo sé.
Sandra fijó sus ojos en los suyos, estaba rabiosa, pero su curiosidad se
despertó con aquella frase. No dijo nada, no le preguntó, aunque él parecía
hacerse el remolón en continuar. Sabía que acabaría claudicando y le
revelaría aquel extraño secreto, era muy simplón, a veces. Tardó casi un
minuto en explicarse, se entretuvo cortando el pan para meterlo en la
panera. De repente, clavó sus ojos en ella y le dijo:
Sandra soltó una carcajada. Claro que lo tenía, y bien marcado. Lo hizo
porque tenía interés en saber cuánto tiempo tendría que aguantar a aquel
insufrible gilipollas que el comisario la había obligado a aceptar en el
equipo.
Aunque la realidad era que, si bien pensaba que pronto marcaría otra
fecha con su marcha, hoy no solo seguía en la brigada, sino que se había
convertido en una de las tres personas más importantes de su vida.
De repente lo miró y supo que, entre otras muchas, era por aquellas
pequeñas cosas por las que lo quería tanto. Sabía que ese fingido
engreimiento solo era una fachada, una burla al empático y alegre carácter
que Mario tenía.
Él era su vida y ella la suya. Habían tenido la suerte de encontrarse, y,
eso, dados los ejemplos que conocía por amigos o por su trabajo, era
demasiado importante como para obviarlo.
—Eso será mañana. Tendremos todo el día para nosotros. O casi: Elena
me ha enviado un mensaje para que comamos con ellos, en su casa, pero la
mañana es muy larga, y la tarde también.
—¡El desayuno que tendré que hacer yo, como siempre! —la miró de
forma inquisitiva y le dijo—. Lo que quieres es agotarme, ya te veo venir,
preciosa.
—Creo que el lunes vas a estar muy cansada. Si quieres les llamaré,
para decirles que te quedas en casa.
—¿Dónde?
Conrado soltó una carcajada, al igual que Rubén, que iba a su lado,
conduciendo.
—Pon el altavoz, jefa: creo que a ambos os gustará oír lo que voy a
decir.
Su cabeza iba a mil por hora, y aún no sabía nada del nuevo caso que
acababa de surgir.
CAPÍTULO 3
Lunes, 7 de enero de 2019
Sandra de la Rosa
—Ya tendremos tiempo para hablar con más calma, chicos —dijo
Sandra—. El comisario me ha dicho que vendrá para informarse del caso.
Voy a llamar a su ayudante para que le avise de que ya estamos preparados.
Empezamos en cuanto llegue.
Era un fondo nevado, con una lápida de piedra envejecida y con aquel
extraño epitafio grabado en ella: «vivir mi vida así, me ha llevado a mi
muerte». En la esquina inferior, claramente visibles, aparecían los dos dedos
amputados. Estaban colocados en paralelo y chorreaban sangre.
Sandra aún recordaba las últimas palabras que escuchó del asesino de
los números romanos tras su interrogatorio: «A ti también te violaré y te
mataré, inspectora Sandra de la Rosa»
Lo que acababa de oír, y su aparente relación con este nuevo caso hizo
que se despertaran sus más ocultos recuerdos. Su cruel pasado aparecía de
nuevo.
Marc
Sabía que él no era torpe cuando estaba con una mujer, lo había
comprobado muchas veces y nunca había tenido quejas, todo lo contrario.
Pero lo que imaginó que iba a resultar una relación interesante dada la
proximidad de ambos, se convirtió en decepción. Su mísero orgasmo no
estuvo a la altura de lo que esperaba y su interés por ella desapareció como
por arte de magia. Desde entonces, su contacto era cordial y profesional.
Nunca supo la razón, pero Marc jamás volvió a manifestar interés por
ella a pesar de que en varias ocasiones Raquel intentó un nuevo
acercamiento. Al final decidió que era obvio que, para él, ella solo había
sido un capricho que había podido cumplir.
No obstante, a pesar de su extraña forma de ser, le gustaba trabajar allí.
Marc derrochaba prepotencia y era un engreído, algo que todo el mundo
percibía, pero a ella no le importaba. Pensaba que era el típico rico que se
creía superior a los demás. De hecho, la mayoría de los empleados no le
aguantaban y preferían que se mantuviera lejos. La única excepción era el
señor Paco, que ya era encargado en la bodega cuando aún la llevaba su
padre, antes de que él accediera al cargo de director. Solo él se atrevía a
decirle las cosas que no quería oír.
Laura
—¿Por qué no has cerrado la cita con él? —le preguntó incrédula.
—Lo siento, Laura, pero parece que tiene la agenda muy complicada.
Se va mañana a Francia, a la feria del vino, y me ha dicho que no tenía
tiempo para quedar contigo.
—Creo que tiene que ver con vuestra última reunión. Me ha dado la
impresión, por sus palabras, que las cosas no salieron como esperaba.
—Ya sabes cómo son estos hombres con tanto poder, Laura. Imagino
que piensa que por ser nuestro mejor cliente tiene derecho de pernada —le
confesó su ayudante, azorada.
—Es cierto, pero factura más de un millón de euros al año —le recordó
Marta.
—Sabes que yo no quería decir eso, Laura —le respondió con cautela.
—¡Menos mal que me das una buena noticia! Si lo de Japón sale bien,
al señor Galdós le van a dar por… —no quiso acabar la frase, pero no hizo
falta—. Ponme con él en cuanto sea la hora, por favor.
Alves, que conducía el zeta, aparcó a unos metros del lugar. Los dos
agentes que habían encontrado el cuerpo, o los trozos de este que
resultaban visibles, estaban lívidos. Aquello había sido una carnicería.
Águeda se paró un momento y, tras quitarse las gafas, se frotó los ojos.
Estaba cansada. Llevaba casi dos horas redactando el sexto capítulo de la
tercera novela de la saga del subcomisario Martínez.
Decidió salir a correr, como cada día. Haría el trayecto habitual y, dada
la hora que era, en vez del ejercicio físico que hacía en su casa, montaría a
caballo.
Desde muy niña sabía el motivo, y cuando aquella tarde pasó por
delante del camino que llevaba hasta los restos de la cabaña de madera, la
que ella misma se había encargado de demoler, volvieron a su mente
imágenes que prefería no tener que recuperar del lugar de su conciencia en
el que las había desterrado. Pero siempre que montaba por allí le resultaba
inevitable pensar en ello.
No obstante, producían en ella sentimientos contradictorios. Por un
lado, resucitaban el recuerdo del maltrato que sufrió por parte de su padre, y
por otro, se alegraba de que aquel simbólico lugar, apartado de todo, le
hubiera regalado una solución para resolver el problema.
***
Agosto de 1995
Hacía apenas una semana que Águeda acababa de cumplir los catorce
años. Tras la comida, su padre, David Font, le dijo que se fuera a preparar,
que irían a montar a caballo. La niña miró a su madre en tono de súplica,
esperando una reacción, pero solo percibió la más absoluta indiferencia. El
día que le insinuó lo que pasaba, ella le soltó una bofetada para hacerla
callar. Nunca lo volvió a intentar. Estaba sola, nadie la iba a ayudar, y
menos su madre que parecía abducida por su esposo. Afirmó con la cabeza
y en silencio se fue a su habitación.
Pero, ese día todo cambió. De repente, tras gritar como un loco
mientras tenía el orgasmo, un desgarrador quejido salió por su boca. Se
encogió sobre sí mismo y se llevó las dos manos al pecho, a la altura del
corazón. Su cara lo expresaba todo: sentía dolor, mucho dolor.
Casi una hora después, tras diez minutos de silencio hasta entonces
solo roto por los quejidos de su padre, Águeda decidió entrar. Al verlo, supo
que ya estaba libre de aquel suplicio. Sus ojos, abiertos y fijos en un lugar
del techo, denotaban su estado.
—Si les parece, les dejo para que hagan su trabajo. Cualquier novedad
que aparezca me la hacen llegar. Buenos días —dijo mientras salía del
despacho de Sandra para que se pusieran a trabajar.
—Eso es lo único que tenemos. Ayer, en cuanto las tomé, se las envié a
la científica para que las pasaran por el programa, pero no han dado
ninguna coincidencia, no estaba fichado. Estamos en blanco: de momento
no sabemos quién era.
—¿Sergio…?
Sandra hizo un gesto que denotaba lo poco que le gustaban las salidas
de tono de Sergio, aunque lo hacía con cierta gracia.
Mario dijo:
—Al margen del vínculo que representan esos dos dedos amputados,
hay un detalle muy significativo, y es el hecho de que, si la teoría es
correcta, representen un dos.
—Es cierto —dijo Sandra—. Tienes toda la razón. Eso parece indicar
que, si la teoría se cumple, hay un número uno. Pero no tenemos noticias de
un hallazgo así, de ningún cuerpo que coincidiera en algún detalle con este
caso. Un epitafio, con esa curiosa frase y dedos amputados, llamaría mucho
la atención. Es demasiado especial para que esa información no nos hubiera
llegado por algún canal, se habría comentado en todos los Departamentos
de Homicidios.
—Eres muy capaz, Sergio, puedes hacerlo solo —soltó Sandra, algo
seca en su tono—. Y te recuerdo que tenemos acceso a ella. Necesitamos un
nombre, para poder empezar a buscar. Sus huellas no han aportado nada e,
imagino, que cuando lo pasemos por reconocimiento facial pasará lo
mismo. Si no está fichado…
—No creo que haya nada nuevo —dijo Guillermo—, pero podríamos
hablar con la Policía Local, para saber si ha aparecido algún vehículo
abandonado en las inmediaciones.
Departamento Forense
Mario añadió:
—En especial en casa de sus padres —le aclaró ella al doctor—. Estaba
muy feliz, sobre todo cuando llegaba la noche.
Mario, que sabía las razones por las que Sandra hacía aquel
comentario, la proximidad con la habitación de sus padres y su
apocamiento, replicó:
—Lo cierto es que, como es tan modosita, aunque solo cuando quiere,
las veladas nocturnas en nuestra habitación no fueron tan intensas como
esperaba…, pero lo compensamos en Andorra. Allí renació la fiera y
reapareció la pasión desmedida de dos escorpio, perfectamente conjuntados
en un universo de fogosidad extrema.
Eneko los miraba divertido. Ya hacía casi un par de años que los
conocía y, gracias a Marta, su compañera y amiga, la otra forense, sabía que
tenían una relación un tanto peculiar. Pero se llevaban muy bien.
—¡Pues vaya mierda!, era un tío sano —exclamó Sandra al saber que
no había indicios.
—Se podría confirmar desde el punto de vista físico, aunque tenía el
hígado hecho polvo. Pero…, si le han amputado los genitales… —Abrió los
brazos denotando lo aparente de aquel detalle—. Eso indica, y tú lo sabes
mejor que yo, que el sujeto que ha hecho esto tiene algún desarreglo mental.
No es algo que se haga sin justificación, alguna debe tener.
Ivana lo tenía bien calado y si no fuera por lo que fue, jamás habría
tenido nada con él. Y más después de ver el desprecio con el que la trató,
aunque fuera parte del plan. Pero eso la ayudó a tenerlo claro: Marc se
merecía lo que iba a pasar.
***
El sacrificio que tuvo que sufrir, si lo podía definir como tal, tampoco
fue desagradable. Reconocía que Marc sabía cómo dar placer a una mujer, o
a dos, porque a las primeras de cambio le sugirió la posibilidad de que una
amiga se uniera a ellos.
Marc no podía entender cómo una persona tan simple como él, podía
tener tanto éxito escribiendo novelas. Albert Navas había creado una saga
policíaca sobre un subcomisario de la Guardia Civil, y había resultado un
éxito de ventas. Ya se había hecho un nombre en ese difícil mundo, salía a
menudo en la prensa y le hacían muchas entrevistas. Ganaba mucho más
dinero del que nadie pudiera imaginar, y, además, cómo él decía: «desde mi
casa, o desde cualquier lugar al que me lleve mi portátil».
Pero si algo tenía que reconocer era que jugaba muy bien al póker. La
mayoría de las veces ganaba. Un día les comentó que había vivido en Brasil
durante ocho meses, y que un jugador de póker profesional, que era vecino
suyo, le había dado clases.
Todo cambió un día. Las apuestas se les fueron de las manos y pasó
algo que todos seguían recordando, que marcó un antes y un después. Por
imposición de estos últimos, viendo el cariz que tomaba aquello, Ferran y
Pep acordaron marcar el límite de dinero que se podía jugar en una noche.
Cada jugador podía llevar un máximo de diez mil euros. No se aceptaban
cheques, ni pagarés, ni cualquier cantidad añadida, en la forma que fuera,
que hiciera exceder ese límite. Si se acababa el dinero, se debía abandonar
la partida.
***
Por aquel entonces, cuatro años atrás, sus parejas acudían a la partida.
Laura, su esposa, y Mónica, la amante puntual de Ferran que estaba
divorciado, eran asiduas. Pep acudía para huir del tedio de su matrimonio
con la santurrona de su esposa, y alguna vez, Albert, que nunca se había
casado, llevaba a una acompañante. Casi siempre era alguna fan de su
escritura que bebía los vientos por él y por su fama. Aquella noche lo
acompañaba una veinteañera que parecía sacada de una revista porno.
Mientras se desarrollaba la partida, ellas veían una película y se tomaban
algo, casi siempre mojitos que se encargaba de preparar Laura que les tenía
cogido el punto.
—Gano esta última mano y nos vamos a casa, con la billetera repleta
—dijo con prepotencia.
—Voy con el resto. Es una lástima que no pueda poner más dinero para
ganarte lo que te queda.
—Diez mil cuatrocientos —le dijo orgulloso—. ¿No tienes nada que
valga algo? Estaría dispuesto a apostar, pero por algo que valiera la pena.
—Estoy pensando que tal vez te pueda ofrecer algo que vale más que
lo que tienes en la mesa —le dijo, mirando de reojo a Laura que en aquel
momento salía de allí.
La miraron expectantes, tal vez ella sabría algo nuevo que los acercara
a un nombre; pero al ver su cara, supieron que aún no tenían nada. La
autopsia no había aportado datos válidos.
—¿Señor…?
—………………
—Ahora mismo voy, señor —mostró una espontánea sonrisa y les dijo
—: el comisario me ha pedido que vaya a su despacho. Hay importantes
novedades. Ahora vuelvo.
Laura sabía que Ricard era gay, y que estaba casado con su entrenador
personal. A sus cuarenta y seis años se mantenía en una forma excelente.
Aquello no era una invitación, aunque pudiera parecerlo, sino una
celebración por el éxito del negocio que acababan de cerrar.
Imaginó que era por el dinero, pero nunca lo había visto tan contento
por ganar. La verdad es que su cuenta corriente, la de ambos, tenía muchos
ceros, más de lo que jamás se hubieran podido gastar. Ella tenía más de un
millón y medio de euros en el banco, y él, algo más de dos, además de las
propiedades que ambos poseían por separado.
Pero fue una casualidad la que dio sentido a todo, la que ayudó a
resolver las dudas que Laura tenía, el detonante que cambió la vida de
ambos. Y esa casualidad fue coincidir con Mónica.
Laura lo entendió al instante. Por eso, el muy hijo de puta estaba tan
contento: ¡porque se la había jugado a las cartas en aquella última mano!
¡¡A ella!!
Tuvieron una trifulca que atemorizó a sus hijas. Les dijeron que se
fueran a la habitación y, cuando Laura le reprochó su conducta diciéndole
que ella no era de su propiedad, Marc le cruzó la cara de una bofetada. Ella
se la devolvió al instante, con toda la intensidad que pudo.
Ese día, salvo roces casuales, fue la última vez que sus pieles entraron
en contacto.
CAPÍTULO 5
Sandra de la Rosa
Sandra, con la mirada fija en él, ya había deducido lo que iba a decir a
continuación.
—Uno. Se lo he preguntado.
Todo lo que le explicó, salvo el lugar, era igual en ambos casos, pero…
Se quedó pensando un instante y le preguntó:
—¿Sabes qué grado de descongelación presentaba el cuerpo?
Miró a Mario y pensó: ¿Es que todos los catalanes son igual de
gilipollas al principio? Sonrió y aceptó la broma, aunque sabía que un par
de años atrás, aquello la hubiera enfurecido.
—Sí, claro. Te puedo decir que no estaba duro como una piedra, si te
refieres a eso. Ayer la temperatura no fue muy baja y se estaba
descongelando, pero aún le faltaban varias horas, bastantes, para acabarse
de descongelar. Creo que el forense lo ha metido en agua, o algo así, para
acelerar el proceso
Era muy probable que, dado el ensañamiento, tuviera que ver con una
agresión sexual. ¿Una asesina?… ¿Un gay que necesitaba vengarse de
algún agravio? —Resopló interiormente—. Necesitaban saber la vida y
milagros de Lucas Martínez Guzmán.
De hecho, no había vuelto desde hacía algo más de dos años, la noche
del 31 de octubre de 2017.
***
Antes de salir hacia su destino, le especificó que lo hacía por ella, para
que se sintiera bien
No le gustaba dejarse llevar, pero pensó que por una noche podría
aguantar el suplicio.
Laura les dijo que sí, y se acomodaron en ellas. Nada más hacerlo, uno
de ellos se puso a hablar con su prima. Águeda se quedó sola, mirando a la
multitud que desatada frente a ella parecía pasarlo muy bien.
Águeda se fijó en él. Era un chico con clase, de su misma edad más o
menos, treinta y cinco. Su engominado pelo negro, peinado hacia atrás, le
confería una cierta imagen aristocrática. Águeda pensó que era el típico
gilipollas engreído lleno de pasta, como su primo Marc, el marido de su
amiga. Le molestó que se vanagloriara de ser español de pura raza, y
madrileño para más señas. «El típico chulapo de Madriz», pensó.
Solo se sentía una chica normal, con gustos sencillos y que pretendía
vivir su vida de la forma que le apetecía hacerlo, y aquel no era su
ambiente. Estaría un rato más, por deferencia a Laura, y después se iría, ya
se lo había advertido. Lo que la acabó de decidir, fue cuando aquella
tiparraca drogada le dijo:
—No te preocupes, paleta, sé que estás aburrida. ¿Sabes que eres la
antítesis de tu prima, la pija? —le dijo arrastrando las palabras— Pero te
prometo que cuando ellos acaben contigo esta noche, se te habrá pasado
todo el aburrimiento que demuestras estando con nosotros.
Diez minutos más tarde, aburrida y harta de los tres que se les habían
unido, decidió que era mejor tomar las de Villadiego y salir de allí.
De repente, Laura dijo que se iban las dos al baño, para refrescarse un
poco. La cogió del brazo y se la llevó. Águeda pensó que le iría bien,
porque su estado no era mucho mejor que el de la otra.
Laura tardó más de media hora en volver. La mesa estaba ocupada por
otras personas y se quedó un tanto desconcertada. Buscó con la mirada y
vio a uno de ellos, al guapo. Estaba hablando con una chica morena junto a
la entrada. Al girar la cabeza hacia ella la vio. Le dijo algo a la otra y se
acercó hasta donde estaba Laura.
Lucas soltó una carcajada. Lo miró, y girando la cabeza, clavó sus ojos
en los de Laura, para decir:
Esta soltó una carcajada. Aquellos machos ibéricos la veían como una
mercancía.
Nada más colgar, tras hablar con Joan y recibir las noticias sobre el
hallazgo del cadáver, Mario, que lo había estado oyendo todo a través del
altavoz, le dijo:
Sandra la interrumpió.
Nuria había recibido un informe del caso, pero no lo había podido leer.
Había otros asuntos en marcha, en especial la detención de unos proxenetas
rumanos que tenían retenidas en un piso a una decena de chicas. Era una
operación que se iba a ejecutar aquella misma mañana y eso había ocupado
casi todo su tiempo. Le pidió que, en un par de horas, volvieran a hablar.
Ella recabaría toda la información que pudiera y confrontarían datos.
Salió del despacho y fue hasta su mesa. Sabía que a Sandra le gustaba
pensar en soledad. Se abstraía de todo y aquella mente privilegiada para
aquel trabajo, desplegaba un abanico de opciones frente a ella, e iba
descartando o admitiendo distintas alternativas para poder entender los
casos.
«¿Ochenta horas? —pensó Mario—. Eso son algo más de tres días».
Cuando Mario le dijo que un cuerpo podría tardar cerca de tres días en
descongelarse, dudó. Llamó a Eneko, y le preguntó si podía hablar con su
homólogo en Barcelona. Necesitaba saber si el grado de descongelación de
los cuerpos era parecido en el momento del hallazgo del cadáver.
Nada más colgar el teléfono, entró Sergio. Traía una sonrisa de lado a
lado. Nada más verlo supo que tenía buenas noticias.
—¿Estás seguro?
»En teoría, se iba una semana a Cuba, él solo. Todos los años, por esas
fechas, hacía ese viaje. —Puso cara de entenderlo todo—. Ya te puedes
imaginar para qué —añadió moviendo la cabeza—. El caso es que todo el
mundo pensaba que estaba allí, pero nunca volvió a aparecer. En el viaje de
vuelta que tenía programado, no bajó del avión a su llegada al aeropuerto.
Tampoco volvió nunca a su trabajo en la Delegación del Gobierno, donde
debía presentarse el lunes doce —continuó Sergio, satisfecho—. Al no
regresar en el día indicado, y no poder contactar con él, su hermano
presentó una denuncia. Eso fue el día diez de noviembre.
—Voy a saber más de él, de lo que saben sus padres, sus hermanos o
primos, sus amigos…, o el mismo Dios, Sandra. ¿Te parece bien?
Era una vivienda moderna, lujosa, con una piscina ovalada que estaba
bastante sucia y abandonada.
Bajaron del coche y mientras los animales los olfateaban, Luis se rio,
viendo el pavor que le producían a Laura.
—Dogo. Son muy altos, de hecho, el macho puede superar los ochenta
centímetros y pesar sesenta kilogramos.
—Así, tan negros… Dan un poco de miedo…
Cuando Luis abrió la puerta y encendió la luz, una docena de luces led
de color rojo alumbraron la estancia dándole un aspecto siniestro. Laura,
entre los efectos del alcohol y las drogas, pensó que aquello parecía el
escenario de una película gore, o de un set de rodaje de pelis porno.
Los perros entraron con ellos y a una señal de Luis, se fueron a uno de
los rincones y se sentaron allí, quietos, como dos soldados custodiando la
entrada a un Centro Oficial.
—A ver si va a ser cierto lo que has dicho: que eres mejor que yo en
los mojitos y en el sexo.
—¡No lo dudes!, pero vamos por partes —dijo cogiendo una botella de
ron y sacando unas limas de la nevera.
Luis se acercó hasta ella, dejó su mojito sobre la barra y la agarró por
la cintura.
—El tuyo está mejor, lo reconozco. Pero, ahora deberíamos comenzar
la segunda competición. Y el premio del beso para la ganadora, será la señal
de salida de la segunda prueba de la noche: el sexo.
No sabía el tiempo que había pasado, no estaba segura. Pensó que, tal
vez, le habían puesto algo en la bebida, porque nunca le había ocurrido
aquello. Solo tenía un vago recuerdo de lo sucedido, una especie de
fotogramas desordenados. En ellos veía a Luis y a Lucas, desnudos,
alternándose sobre ella que permanecía con las piernas abiertas.
Notó que era Lucas el que la estaba penetrando desde detrás, porque
Luis estaba con los perros. Vio cómo se le acercaba Paola y hablaban,
mirándola a ella. Paola asintió con la cabeza, se acuclilló y comenzó a
acariciar el pene de uno de los dogos.
En aquel momento escucho el rugido de Lucas, vertiéndose en su
interior, y notó que se salía de ella. Intentó desasirse, pero no pudo
Marc
Desde que había cortado con Ivana, no le quedaba otra que recurrir a
sus servicios, al menos entre semana, hasta que llegaba el viernes y se abría
la veda.
—Una semana más tarde que el nuestro, que se presentó el día dos —le
recordó Nuria—. Es significativo, pero aún lo es más que aparecieran el
mismo día, en idénticas condiciones, y en dos lugares diferentes del país.
Laura
***
Tras salir de allí, mientras conducía hacia casa, su cabeza iba a mil por
hora. Por supuesto, no iba a hacer nada. Se le pasó por la cabeza
denunciarlo, pero, ¿qué podía alegar? Había ido allí de buen grado, aunque
muy perjudicada por el alcohol y las drogas, se dijo, en su defensa. ¡No!: no
quería que nadie supiera por lo que había tenido que pasar.
Apenas recordaba haber llegado a su casa aquella madrugada. Eran
más de las cuatro cuando pudo salir de allí, cuando todos se saciaron con su
cuerpo. Lo último que recordaba era a Paola, la responsable de la excitación
de los animales, que se masturbaba en el sofá mientras la veía sufrir las
acometidas de los canes. La vio reírse cuando, tras el orgasmo, los animales
se quedaban pegados a ella, debido a la hinchazón en su miembro. ¡Eran
unos degenerados!
Salió del chalé, y andando, como pudo, se acercó hasta su coche que
estaba a unos cientos de metros. Se metió en él, con todo el cuerpo dolorido
y arañada por la brutalidad de los perros. Condujo hasta su casa, medio
drogada y borracha.
No pudo dejar de llorar durante casi una hora. Todo ese tiempo estuvo
sumergida en aquella bañera que había preparado con el doble de sales de
baño, para intentar quitarse de encima el asco y las náuseas que sentía.
***
Laura lo cortó:
»Las temperaturas mínimas, tanto allí como aquí, eran muy similares
ayer por la noche, muy próximas a los seis grados. Eso hubiera influido en
la rapidez de la descongelación, pero no hay diferencias significativas y, por
tanto, existe un evidente paralelismo en ambos casos.
—¿Con eso quieres decir que fueron abandonados a una hora muy
cercana?
—Sí, es una conclusión muy plausible. Es raro, pero por alguna razón
es así.
—Eso nos obliga a pensar que lo hicieron dos personas diferentes, ¿no
te parece? Hay seiscientos kilómetros de distancia entre los dos puntos,
unas seis horas de viaje en coche.
—Tienes razón. Creo que, a falta de más datos, que no variarán ese
concepto, deberías pensar que más de una persona ha participado en esto.
No lo puede haber hecho una sola.
—¡Joder! Es lo que pensé desde un principio, no me cuadraban los
tiempos y me lo has confirmado, Eneko. Tenemos a un asesino, o asesina, y
alguien que le ayuda. ¿Qué me puedes decir de las amputaciones?
—Parece que todo está saliendo bien, cariño —le dijo cuando
respondió a la llamada.
—Sí. Imagino que hoy encontrarán los cuerpos. Aún no han dicho nada
en las noticias, pero no tardarán en hacerlo.
—A esperar. Los pasos ya están dados, y si tiran del hilo sabrán cómo
eran esos hijos de puta y la engreída de Paola, ¡que era igual que ellos! Una
mujer que se presta a eso… ¡es basura!
—Tal vez no lo son para nosotros, pero puede ser simbólico, algo
relacionado con él…, o ella —respondió manteniendo sus dudas.
—¿Qué más puedes decirnos? ¿De qué se conocían los dos hombres?
»Vivía allí desde hace seis años. Bueno, allí no. Su residencia oficial
era un chalé en la playa de Castelldefels, una población a unos veinticinco
kilómetros de Barcelona. Media hora en coche.
—¿Cómo vais por Madrid?, ¿tan liados como nosotros? —le preguntó
Nuria al responder a la llamada.
—Tal vez en eso te pueda dar una pista —dijo ella, pensando—. He
estado revisando el expediente de Lucas y ha aparecido una denuncia por
agresión, pero se retiró a las pocas horas. Eso ocurrió hace dos años, el
veintiuno de octubre de 2017.
—Ahora viene lo más curioso, y creo que puede tener relación con lo
que me acabas de decir: la chica se llama Soraya Suárez, y es ecuatoriana.
—Su tono de voz cambió cuando añadió—: Lo curioso del caso es que el
mismo día que retiró la denuncia le dieron el permiso de residencia. —Hizo
una pausa y matizó—. Su expediente estaba paralizado, pero, de forma
milagrosa, se activó y resolvió en veinticuatro horas.
—Yo seré las tuyas, desde mi maravillosa Catalunya —dijo con voz
melancólica.
Al colgar se quedó pensando: «¿Por qué te han traído hasta aquí para
abandonarte en un bosque?»
Eso la libró del cruel regalo que iba a recibir: la herencia genética de su
progenitor para dar a luz a un ser que, todos los días de su vida, la obligaría
a recordarlo.
Solo era una afición que adquirió unos años atrás, tal vez para
enseñarle al mundo lo cruel que podía ser aquella sociedad en la que vivían.
Aunque la mayoría de gente parecía no enterarse de la realidad.
Pero ella lo sabía bien, sus padres se lo habían demostrado: él con su
crueldad, y ella con su indiferencia.
Sandra de la Rosa
Les explicó el vínculo que creían que podía existir entre ellos. Lucas
captaba a los inmigrantes que necesitaban papeles, y Luis, dado su cargo,
agilizaba los trámites de los expedientes, tal como habían hecho con
Soraya.
—Dame un minuto.
Mientras veía cómo Sergio asentía y sacaba los billetes, les dijo:
—Quiero que vayas tú, Conrado. Y opino que sería bueno que te
acompañara Mario. No lo conoce e imagino que tendrá curiosidad. No
quiero que se sienta demasiado cómodo en la entrevista. Intentaremos
descolocarle un poco e intentar averiguar que sabe de estos nuevos
crímenes.
»Llamad al alcaide de la prisión y explicadle porqué lo relacionamos
con este nuevo caso, el motivo por el que necesitamos hablar con Borja
Expósito esta misma tarde.
Nuria
Nuria, aunque era una curtida policía, tomó aire, como si lo que fuera a
decir le resultara difícil de expresar.
—Me ha reconocido los hechos —comentó la catalana—. Consiguió la
tramitación gracias a favores sexuales. Según su versión, fueron dos
hombres y una mujer, una chica. La llevaron a un chalé, no sabe dónde, y
allí, en una edificación que había al fondo del jardín, la sometieron a todo
tipo de abusos.
Sandra escuchaba con atención. Pensó que, sin duda, era el de Luis.
Acababan de ver la vista aérea que había localizado Sergio y coincidía
como un guante. «¡Malditos hijos de puta!», pensó. Nuria continuó:
—¿Qué ha pasado?
—Con seguridad. Detrás de cada foto hay unas iniciales: LO, LM, y
PSM.
Este les comentó que Borja Expósito estaba en una zona de especial
aislamiento, en el "Módulo Gremlin". Era donde recluían a los internos más
peligrosos y de esa forma mantenerlos alejados de los demás. Todos eran
presos de primer grado, los más violentos. Algunos habían violado, o
incluso matado, a sus propios familiares.
Los dos funcionarios de prisiones que habían llevado a Borja hasta allí,
esperaban junto a una de ellas. El director los saludó, por sus apellidos, y a
su señal, abrieron la que tenía el número cuatro.
Nada más entrar vieron al preso. Estaba sentado tras la mesa y unas
esposas lo mantenían sujeto a esta. Mario se dirigió al director y le dijo:
Este hizo una señal, y el joven funcionario lo soltó. Borja se frotó las
muñecas, en un gesto inconsciente. Dijo, saludando a Conrado:
Pensó que, sin duda, la noticia venía del exterior. Alguien que los
conocía bien había estado informando a Borja, dándole detalles que él no
debería conocer, pero…: ¿quién era el informador, y hasta dónde sabía
aquel asesino?
»Yo, como usted sabe, solo fui un niño de la inclusa, alguien sin valor
para la sociedad, sin ninguna oportunidad que pudieran ofrecerme esos
padres que no existieron —Sus ojos parecían de fuego mientras los miraba,
en especial a Mario—. La vida es así de cruel e injusta: unos tanto, y otros
tan poco.
Pensó que el único contacto que tenían los presos con el exterior era a
través del teléfono, del correo, o de los vis-a-vis. Debían revisar todo aquel
cúmulo de información que tuviera que ver con Borja para intentar
averiguar quién era su fuente.
—Imagino que el motivo que los trae hasta aquí son esos dedos
cortados formando números romanos —afirmó Borja—, los que han
aparecido en la imagen de las lápidas, ¿no es cierto?
—Veo que está bien informado —le respondió Mario. Sabía que
aquella información, a pesar de ser una de las noticias de apertura de los
noticiarios, apenas hacia un par de horas que se había divulgado.
Borja alzó los brazos en cruz, en una postura religiosa, clavando sus
fríos ojos en Mario. A Conrado apenas lo había mirado, todo su interés
parecía centrarse en el inspector. Soltó una carcajada y exclamó con énfasis:
—No hace falta que sigamos hablando, inspector. No sé nada que les
pueda ayudar, porque para eso han venido. Pero, si lo supiera, tampoco se lo
iba a decir.
Los miró con furia contenida. Mario se fijó en la frialdad de aquellos
ojos, y a pesar de haberse enfrentado a auténticos locos psicópatas, un
ligero escalofrío recorrió su columna. Borja, mientras se levantaba dando
por acabada la reunión, dijo, mirándolo a él:
—Esto es una puta locura, Mario. ¿Cómo puede estar tan bien
informado de todo?
—Ya sé que es muy pronto, pero ¿habéis encontrado algo que los
vincule a los tres? —preguntó Sandra.
—Es obvio que sabe algo, pero no hemos podido averiguar qué. La
conversación ha durado siete u ocho minutos, hasta que se ha cansado.
Parecía tener ganas de hablar, ha soltado todo lo que le apetecía decir. Al
acabar, ha comentado que no sabía nada y que daba por zanjada la
conversación. Está informado del hallazgo de los cuerpos y, como sabemos,
hace apenas un par de horas que ha salido en los medios.
Aquella mujer era, con seguridad, la persona más inteligente que había
conocido en su vida, y, sin duda, era la fuente de la que Mario hablaba, al
menos en cuanto al conocimiento que tenía sobre ellos. Necesitaba saber
dónde estaba y de qué forma se relacionaba con él.
—Antes de volver, hablad otra vez con el director del centro. Sin duda,
Borja estará clasificado en el fichero FIES, el de los Internos de Especial
Seguimiento. Llevan un registro de las cartas recibidas, así como de sus
remitentes. También de sus llamadas telefónicas, de sus visitas y de los vis-
a-vis, si los ha tenido, que supongo que sí.
Apenas llevaba unos minutos haciendo zapping cuando sus hijas, desde
la puerta, le dieron las buenas noches. Eran las nueve, la hora a la que se
acostaban. Les deseó lo mismo y cuando ellas subían la escalera, apareció
Isabel con su cena. Se la dejó en la mesita que tenía enfrente. Ella se
incorporó un poco y se sentó en el sofá. La música del informativo de TV3
comenzó a sonar.
El Conseller de…
Mario tuvo que aceptar que era mejor que el suyo y le pidió la receta.
El último día, bajo la supervisión de su suegra, lo hizo Mario. El estofado
quedó exquisito.
—Lo sabe, Sandra. No sé cómo, pero… sus palabras, los matices de las
frases… No hay que ser muy listo para entenderlo, siempre y cuando
conozcas el tema, por supuesto. El pobre Conrado estaba bastante
descolocado
***
Pero… ¡él no debería saber nada! Solo una persona, ajena a su círculo,
le había dejado entrever que conocía aquella singular circunstancia: Claire
Morel. Sandra no sabía cómo, porque la mente de aquella mujer era pura
magia, pero imaginó que la hizo investigar y que, de alguna manera, lo
dedujo.
En ese momento tuvo claro que ella era una de las fuentes de
información de Borja. Lo que no podía saber era si estaban relacionados
con aquellos asesinatos que acababan de descubrir.
***
—«Un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una
mentira a medias, de ningún modo, es una media verdad» —recitó Sandra
—. Es muy significativa, Mario.
Faltaban unos minutos para las doce de la noche cuando miró su móvil.
A aquella hora, la discoteca estaba tranquila. Aún tardaría algo más de
media hora en comenzar a aparecer gente suficiente para mantenerla
ocupada.
Sandra de la Rosa
Once de ellas le habían visitado más de una vez, en los locutorios. Sus
llamadas telefónicas también estaban registradas y contactaba con un total
de cinco números diferentes.
Nada más salir por la puerta de llegadas, vieron a Nuria que ya les
estaba esperando. Tras los saludos de rigor salieron de la terminal y se
subieron al coche de la policía.
—Tiene que ser una mujer —opinó Nuria, mientras conducía—. Todo
parece indicar que es una venganza, al menos en cuanto a los cadáveres de
los hombres. El hecho de amputarles el aparato genital es claramente
significativo.
Nuria asintió con la cabeza. De repente se oyó la voz de Mario que aún
no había abierto la boca. Desde el asiento de atrás, dijo:
Sandra, que lo conocía, al igual que Nuria, sabía que todo era broma,
una parte de su incontrolable carácter.
Los acompañó hasta una gran sala en la que había colocado dos
ordenadores. Dejaron allí sus maletas y comentó que les habían asignado un
coche para ellos, sin distintivos. Les dijo que Aleix Ribó, su superior, los
estaba esperando para conocerlos. Tras llamarlo y confirmar que estaba
libre, Nuria los acompañó hasta su despacho.
Sandra era alta para ser mujer. Por su expediente sabía que tenía treinta
y dos años y que, a pesar de su aspecto, que hasta cierto punto parecía
frágil, era experta en varias artes marciales. Llevaba una cola de caballo,
con la que recogía su pelo de color castaño y liso, y tenía unos preciosos
ojos verdes. Era guapa, sin ser una belleza, y transmitía mucha seguridad,
tanto en su porte como en su mirada.
Sandra sonrió por lo bajini. «De Vargas». Algo diría Mario, sin duda.
—Por supuesto. Nuria le avisará de que están ustedes aquí, para que
puedan saludarse. Joan es un gran policía.
—Me parece perfecto, inspectora. Nuria le dará las claves para que
puedan acceder a todas nuestras bases de datos. Si necesitan algo,
háganmelo saber.
Al llegar a la sala que les habían asignado, mientras Nuria les daba las
claves, esta recibió una llamada.
Sandra la cortó.
—No te preocupes, Nuria. Sería absurdo que cada vez que esté delante
tengáis que hablar castellano. Y, por otro lado, he oído a menudo a hablar a
Mario con sus padres; entiendo bastante de lo que se dice. En esta ocasión,
estar con este catalán me ha beneficiado.
Mario dijo:
—Y era una forastera, en esos pueblos se conocen todos.
Nuria asintió. Era muy factible lo que Sandra decía, pero: «¿qué
tenemos que buscar?», se preguntó.
»No debería ser complicado, la gran mayoría de gente que pasa un par
de días fuera, se va el domingo por la mañana. Pero, si estuvo en la zona,
debió quedarse a dormir allí para poder enviar la carta el lunes por la
mañana; También podría ser que subiera expresamente a hacerlo, cosa que
me parece muy extraña. ¿Tienes a un buen analista?
Según el expediente que les había hecho llegar el director del Centro
Penitenciario, Borja había recibido más de un centenar de cartas. Conrado,
Rubén y Guillermo se estaban encargando de leerlas para comprobar si
había algo extraño en alguna de ellas.
Los encuentros duraban entre una y tres horas, pero ellos siempre
apuraban el tiempo, y cuando Candela salía del recinto privado en el que
yacían, estaba agotada, exhausta.
Se veían una vez al mes. Borja, que era quién debía solicitarlo, pedía
dos, pero solo le concedían uno. Ella, que se había erigido en su letrada,
estaba trabajando para que eso cambiara, pero dada la singularidad del
preso, aún no lo habían aceptado.
Cuando tuvo todos los datos de las personas que se habían relacionado
con Borja, lo reflejó en el programa de la brigada para que Sandra y Mario,
desde Barcelona, tuvieran acceso a la información.
Ahora era prioritario saber cuál de ellas, porque todo eran mujeres, se
había convertido en su fuente de información.
Nuria tuvo que sonreír. Sabía que Pamela era bastante especial, al igual
que, según palabras de Sandra, lo era Sergio, el informático que ella tenía
en la brigada.
Pamela entrecerró un poco los ojos, con disgusto, clavó sus ojos en
ella, pero cumplió las órdenes. No obstante, incluso hablando en castellano,
Sandra tuvo que estar muy atenta para entender lo que Pamela les
explicaba.
»Su relación no debía ser buena. Cuando nos pusimos en contacto con
él ni siquiera sabía que su esposa había desaparecido. Por lo visto las
llamadas entre ellos, incluso durante sus viajes, eran inexistentes. Según me
ha comentado un compañero, cuando le llamaron para darle la noticia se
quedó muy sorprendido y aseguró que tomaría un vuelo para regresar a
España.
—Mandaré a dos mossos para que les pidan la copia de ese día. Es
muy probable que, lo que le pasó, ocurriera esa noche.
Media hora después, Nuria ponía a dos de sus agentes a revisar las
grabaciones. En poco más de quince minutos pudieron localizarla. Se la
veía hablando con una chica con el pelo negro y con los ojos claros,
posiblemente azules, de unos treinta y tantos años. No se veía el rostro con
absoluta claridad, pero debía ser la persona que buscaban, o, al menos, la
última con quién se la veía con vida.
»En los tres cuerpos hay restos de aceite corporal. También se han
encontrado cabellos y vello, con diferentes largos y. todos de color rubio.
Según el informe del laboratorio, vistos al microscopio, se aprecia que son
de dos personas diferentes. En las autopsias se especifica que ninguno de
los cuerpos presenta restos biológicos bajo las uñas.
—Hay algo muy significativo: bajo las uñas de los fallecidos no hay
restos de materia orgánica, eso significa que no hubo forcejeo. Para
reafirmar esa hipótesis, nos podríamos basar en que todos los cuerpos
presentan restos de aceite corporal. Y ya sabéis lo que eso sugiere…
—Si lo he entendido bien: los sedujo, les dio a beber mojitos con GHB
y les dio un masaje… —Se paró un segundo, abrió los ojos y preguntó,
alucinado—: ¿Y después los castró?, ¿hasta qué murieron?…
—Lo que sí podemos saber, por la autopsia, es que la chica murió por
congelación —dijo Nuria—. No tiene marcas visibles, y según el informe
presenta las llamadas manchas de Wischnewski que, sin ser específico de la
muerte por congelación, es orientativo sobre la misma.
—Creo que tiene que ser eso, uno muy grande de tipo industrial —
intervino Nuria—. Es la opción más viable.
Mario comentó:
—Sin problema, lo hablo muy bien, no como otra que tú sabes —le
dijo con sarcasmo, refiriéndose a Pamela, de la cual era muy amiga—. Ya
sabes que mi madre es malagueña.
—Un momento, director, acabo de salir de una reunión para hablar con
usted, pero mis compañeros deben oír lo que me acaba de decir, un
segundo, por favor. Voy a poner el altavoz.
CAPÍTULO 9
—El protocolo obliga a emplear a dos agentes por cada preso que se
encuentra hospitalizado. Una vez diagnosticada la gravedad, o lo devuelven
a la prisión o se queda ingresado. En ese caso, los agentes permanecen de
guardia, en la puerta de su habitación.
—Pero, entonces, ¿cómo se pudo escapar, si estaba custodiado? —
preguntó el inspector.
Una de ellas era muy rubia, con los ojos verdes. A la otra chica no se le
veía la cara en ninguna de ellas. Por su postura daba la impresión de que,
además de no gustarle las fotos, estaba incómoda allí con ellos. Parecía
ausente del grupo. Era morena, pero no tenía el pelo negro.
—Pamela, estás muy callada. ¿Te has enterado de lo que hemos dicho?
—No hará falta. ¿Hay algo que quieras compartir con nosotros?
—¡Pues sí! Por lo que he podido descubrir, la fallecida tuvo que ser
ingresada por una sobredosis la noche de Halloween de 2017. Dos hombres
la dejaron tirada en la puerta de un hospital, y, como sois buenos policías,
ya os podéis imaginar quienes fueron.
—Estuvo unos meses apartada de las redes. Hace poco más de un año
abrió los perfiles que ya conocemos.
Estaba claro que venía muy alterada. No era normal, con lo pija y
educada que era, que actuara de esa manera… pero se extrañó por la frase
que acababa de soltar. «¿Hijos de puta?»: a Águeda le sonó raro el
calificativo. Laura jamás había hablado de aquella noche, cuando ella se fue
y se quedó con ellos.
—No obstante, hay algo que nunca podré olvidar, Águeda… Cuando
pensaba que ya todo se había acabado, la hija de puta de Paola se acercó a
uno de los perros y…
—¿La justicia Divina? ¿¡Ese Dios que veneras, Laura!? — sin respetar
el llanto de Laura, Águeda soltó una carcajada—. Esto lo ha hecho alguien,
¡y tiene toda la pinta de ser una venganza! Les han cortado la polla…, y los
huevos… —la miró con desconfianza y le dijo, entrecerrando los ojos—:
¡Joder! ¿No habrás tenido nada que ver?
—Sí. Fue una suerte que me fuera —le dijo con ironía.
—Te recuerdo que me gusta estar sola, Laura. —Se quedó un instante
pensando—. La noche de los muertos…: un curioso presagio.
Pamela
Cuando vio que todos estaban atentos a lo que iba a decir, Pamela, con
una sonrisa de satisfacción, comento:
Puso una foto de los dos. Estaban juntos y, dada la vestimenta que
llevaban, había sido tomada en alguna cena de gala.
Ambos eran muy atractivos, en especial ella. Era muy rubia, con los
ojos verdes; según la opinión de Mario, que era un experto, una auténtica
princesa. Joan y Toni opinaron lo mismo. Sandra pensó que aquel rostro lo
había visto, pero… ¿dónde?
—Si a Laura la hicieron pasar por lo mismo que tuvo que sufrir
Soraya, o cualquiera de las otras víctimas de esos degenerados, el móvil de
los crímenes está muy claro. Lo único a destacar, es que seguimos sin saber
si fue ella la ejecutora, o lo fue él.
—Ya hemos tenido casos en los que alguien utilizaba eso: pelucas y
lentillas de color —dijo Sandra pensando en Borja Expósito—. Es muy
factible. Comprobemos los datos que encontremos, con las fechas de las
desapariciones, y, si todo concuerda, pediremos una orden de registro, para
poder entrar en su casa.
Llevaban toda la mañana revisando las cartas que Borja había recibido
en la cárcel. Conrado pensó que jamás entendería la insana obsesión que
algunas personas tenían con los asesinos y los psicópatas, en especial con
los más crueles.
Pero había una que, por alguna razón, tal vez intuición, destacó sobre
las demás. Fue Rubén el que la leyó. En ella constaba un dato que debían
comentar con Sandra. Cuando se lo estaba diciendo a sus dos compañeros,
que estuvieron de acuerdo, la voz de Sergio resonó en la estancia.
—No puedo estar más de acuerdo, Sergio, pero no hay muchos policías
como ella —dijo Conrado reconociendo los hechos—. Aunque, a veces, la
realidad supera a la ficción. Ella es un claro ejemplo.
Aquello fue una bomba. Se miraron entre ellos, sorprendidos. Era raro
que un preso se fugara, pero que lo hiciera una celebridad como él, un
referente en el mundillo de los asesinos en serie, era algo excepcional.
Sandra continuó:
Pero ese no era el único hilo del que tirar, también suponían que, por el
vínculo de los dedos cortados en el epitafio, Borja, de alguna manera,
también se relacionaba con la asesina, porque cada vez estaba más segura
de que era una mujer. «¿Con Laura?», se preguntó.
»Estoy segura de que Claire Morel está detrás de la fuga de Borja, esa
es la primera. Necesito que Sergio investigue todo lo que pueda sobre su
estancia en prisión: dónde está, sus relaciones con las internas, con las
funcionarias, con el alcaide, si mantiene algún tipo de correspondencia y
con quién, llamadas… Ya sabéis.
Conrado sonrió al pensar que, dentro de una hora, Sergio lo sabría todo
de la reclusa: hasta cuándo le había bajado la regla por última vez.
Recordó que Pamela había dicho que las fotos de aquella noche se
habían tomado en un local de copas de esa población. Aquella coincidencia
le sorprendió. ¿Dos hombres habían violado a una chica, esa noche y en esa
misma zona? Era una coincidencia y él no creía en las casualidades.
Se fijó en la hora de ingreso y había sido tres horas antes del de Paola.
«¿Puede haber alguna relación?», pensó.
Tras oír los argumentos del inspector, estuvo de acuerdo en que podía
ser significativo. Los fallecidos eran depredadores sexuales, y serían muy
capaces de realizar un acto como aquel. Había que investigarlo.
«¡Otra vez el puto español!», pensó. «¿A ver qué quieren ahora?»
Nuria prosiguió:
Pamela se dio cuenta de que había fallado. Ella también había visto
aquel dato y lo había pasado por alto. Era muy suya, todos en el
departamento lo sabían, pero no era una hipócrita. Reconoció:
—Perfecto. Mario y yo nos vamos a Wad Ras, a ver a una presa que
espero que arroje alguna luz sobre la fuga de Borja, y es posible que
también sepa algo de la asesina.
Marc
Pere Comes fue, durante los años de carrera, uno de sus íntimos
amigos. Habían compartido muchos momentos de estudio, pero sobre todo
de juergas. Marc sabía que Pere era un seductor nato, aunque un tanto
agobiante, según sus parejas. Se volvía muy posesivo y todas lo acababan
dejando. Era un enfermizo controlador.
Marc intuía que esa era la razón de haberse divorciado dos veces. Pero,
al igual que él, no tenía demasiados problemas para encontrar compañía. Se
mantenía en forma, y a pesar de no ser demasiado atractivo, su repleta
cartera magnetizaba a determinadas chicas. En especial a las que no le
hacían ascos a vivir una vida de lujos, y que no buscaban una perfecta
herencia genética para transmitir a sus hijos.
Siempre que quedaban para comer iba acompañado, era una fijación. A
Marc nunca le había gustado llevar a cualquiera de sus amantes a aquellas
comidas, incluida la última, Ivana. Ellas estaban para lo que estaban y
aparte de alguna cena íntima, se reservaba para sí el placer de disfrutar de
su compañía, pero a solas. Sabía muy bien cómo.
Desde hacía un par de meses, Pere estaba saliendo con Raquel. Marc
solo la había visto una vez, y encajaba a la perfección con su idea del
orgasmo perfecto. Dada su especial intuición y la experiencia que había
adquirido durante todos aquellos años, lo tuvo muy claro: Raquel era de las
muy buenas.
Pero fue Pere el que lo hizo. Comentó que iba un momento al aseo, y
los dejó solos. Nada más irse, Marc le dijo:
—No es nada del otro mundo, y ya estoy un poco harta de él. ¿Tú eres
mejor? —le preguntó mientras con descaro sujetaba, por debajo de la mesa,
su miembro erecto que amenazaba con romper el pantalón—. ¡Buf!, ya veo
que sí. Suponiendo que sepas utilizar esto —añadió mientras pulsaba sobre
él, estrujándolo con mimo.
Cuando la mano que Marc había posado en su muslo subió por él,
apoderándose de su entrepierna, Raquel dio un respingo y entrecerró los
ojos. Él sonrió al ver su gesto, denotaba que no estaba equivocado, al igual
que lo demostraba su empapada ropa interior. Raquel era una bomba.
Se puso a pensar que hacía tiempo que no veía a Laura por la discoteca
en la que trabajaba. Imaginó que no querría cruzarse con su repudiado
marido mientras ambos estaban con otra persona. Sería violento. Ivana
conocía la clase de mujer que era Laura, muy pija y educada, pero también
muy discreta en sus relaciones, sobre todo cuando estaba en público;
porque, en la intimidad, según palabras del impresentable de su marido, era
una máquina de sexo. La debían haber informado de que Marc continuaba
yendo por allí.
***
Ella era más guapa, por supuesto, pero aquella barman no estaba nada
mal, todo lo contrario. Los vaqueros, muy ajustados, resaltaban sus
femeninas caderas y un culo un tanto respingón. La camiseta blanca se
ajustaba a su torso realzando unos pechos de tamaño medio que parecían
elevarse en el pezón. Le gustó, ¡y mucho!
—¡No!: estoy segura de que no, por eso te lo digo, pero quería que lo
supieras.
—¿Por qué?
—Y ¿qué te ha explicado?
—Opino lo mismo.
—Me han puesto aquí para cubrir tus deseos. Estoy a tu servicio, para
lo que me necesites.
—A las tres.
Pero aquella noche, Ivana no tuvo que fingir y exagerar sus orgasmos
tal como hacía con él. Laura la contagió con su fogosidad, y ambas se
desbordaron la una en la otra, como pocas veces la camarera había sentido.
Unos diez minutos antes de dormirse, tras casi tres horas de sexo,
mantuvieron una significativa conversación. Laura le preguntó si lo había
hecho allí, con Marc. Ivana se lo confirmó, y pareció satisfecha.
—Algún día, tal vez le diga que tú y yo hemos estado follando aquí, en
esta cama de tu habitación —manifestó contenta—. Le va a joder un
montón.
—¡Por supuesto que lo es! ¿Te dejó él? —preguntó Laura mientras
daba una calada a un porro. Siempre iba bien surtida e Ivana no le había
hecho ascos, al contrario. Se lo pasó a la otra, que aspiró con fuerza. Con
una extraña sonrisa, tras exhalar el humo, respondió:
—¿Eso es un sí?
»De las otras chicas no he encontrado nada destacable, salvo una tal
Ivana. Nunca lo ha visitado en persona, pero si ha mantenido mucha
correspondencia con él. Te paso con Guillermo, que es quién se ha
encargado de leerla.
—Te explico, Sandra. La tal Ivana tiene mucha fijación con Borja. Se
muestra muy interesada en saber los motivos que le impulsaron a matar,
sobre todo si fue por venganza. Quería saber qué le habían hecho a él,
cuando era un niño, para que se desquitara de la sociedad matando a todas
aquellas mujeres.
—Dime, Sandra.
—Tal como dijiste, es muy posible que se cartee con Borja, y estoy
seguro de que lo hace bajo el seudónimo de Clara. Lo he comprobado y las
cartas son enviadas desde fuera de prisión. Todos los envíos han sido desde
lugares diferentes.
—¿Sabe usted que es una psicópata? Tal vez no mate a nadie de forma
directa, pero es una manipuladora como no hay otra. Es capaz de conseguir
que todo el mundo coma en su mano.
—No, ¡qué va! Ya le digo que es muy respetada por todas sus
compañeras.
Sandra sabía de su obsesión por la lectura y quién mejor que ella para
hacer esa donación.
—Le puedo decir varias formas, y estoy segura de que usted las conoce
todas. Por ejemplo, enrollar las cartas, introducirlas en un cilindro de
plástico y sacarlas en alguno de los orificios del cuerpo… Sin duda, eso lo
haría alguien de la prisión, una persona de su confianza. Esa es una de las
opciones más viables.
—Lo curioso del caso es que estoy segura de que, de alguna manera,
ha organizado la fuga del recluso de Sevilla.
—¿De verdad cree que una presa como yo podría tramar algo así? Es
muy complicado concebir un plan para conseguirlo. Sería fácil estando
fuera, pero desde dentro…
—En realidad, tal vez sea de las pocas personas que lo saben. Es usted
una buena criminóloga y la admiro por ello.
—Sabe usted que no. Pero para hacer lo que usted dice, esa persona
debería tener los contactos adecuados.
—Me parece recordar que, cuando la conocí, usted iba muy sobrada de
ellos.
Claire se rio. Parecía divertirse con la situación.
—¡Pero eso fue en otra vida! —rebatió con énfasis—: entonces era una
persona libre.
—¿Quiere que me crea que una persona tan inteligente como usted no
es capaz de encontrar a la gente adecuada? Las reclusas quedan en libertad,
y pueden seguir determinadas directrices que se les marquen.
—¿Lo ve? Tal vez, él, o algún conocido, ha falsificado los documentos
de identidad de una carcelera que usted conoce y de su hermano. Ambos
están desaparecidos y, dicho sea de paso, es médico en la prisión de la que
se ha fugado Borja Expósito.
—Estoy segura de que sabe que fue Paulo Coelho —respondió Sandra,
que conocía y admiraba la obra del escritor brasileño.
Sabía que no iban a sacar nada de Claire Morel, pero la conversación
había sido muy clarificadora. Ella era, sin duda, la mente pensante que
había organizado la fuga. Aun así, la reclusa intentó quitarse el muerto de
encima.
Cenaron con Nuria y Albert, su marido, en su casa. Él, que era un buen
cocinero, había preparado solomillo de cerdo ibérico con salsa de almendra,
y parrillada de verduras. Intentaron no hablar del caso durante la cena, por
respeto a él, pero, mientras se dedicaba a acabar de preparar los platos, ellos
se tomaron una cerveza en el salón, y, como no podía ser de otra manera,
estuvieron comentando las novedades.
Nuria dijo que, aunque era precipitado y nada parecía indicar que los
asesinos volvieran a actuar, había puesto una discreta vigilancia al
matrimonio.
Las redes daban mucha información durante los días anteriores a esas
fechas, pero a partir de noviembre ya no había encontrado nada.
Nuria había hecho comparar el rostro de Laura con la foto del perfil de
ella y el resultado era negativo. No había encontrado nada que relacionara a
Laura con Paola.
—Nuria: esto tiene todo el aspecto de ser una especie de trampa, una
forma de implicarlos y desviar nuestra atención. Estoy segura de que
Pamela es muy buena en su trabajo y si hubiera algo lo habría encontrado.
—¡A cenar!
CAPÍTULO 11
Miércoles 9 de enero
Sandra de la Rosa
Les pidió cinco minutos, para hablar con su analista, y sugirió reunirse
de nuevo en un cuarto de hora. Joan y Toni salieron y cuando Nuria iba a
hacerlo, Sandra llamó su atención:
—¡Nuria!
—Dime, Sandra.
»Luego os diré lo que vamos a hacer, pero antes os comento que, ayer,
Mario y yo, estuvimos con Claire Morel. Sin ningún género de dudas es la
que lo ha organizado todo.
—La línea más clara de investigación que ahora tenemos está con
vosotros. Necesitamos encontrar alguna relación entre esa tal Ivana, la que
me comentó Guillermo, que en sus cartas mostraba obsesión por la
venganza, y tres nombres que os daremos. Dos son de las personas que
hasta hace unas horas creíamos culpables, y la tercera es alguien que ha
aparecido de repente, pero que nos genera muchas dudas.
Paró un instante para tomar aire. Ahora venía lo difícil: tenía que
hablar con el analista.
—¿Sergio?…
—Lo sé, Sergio, pero es un caso especial, al igual que lo es ella —dijo
Sandra, con paciencia—. Lo que encontréis al investigar esos cuatro
nombres será crucial para resolver esto lo antes posible y volver a casa, con
vosotros.
Sandra sonrió.
—Sí —no sabía muy bien cómo definirla, pero le dijo—: Es muy
catalanista y no soporta el español. E imagino que no solo el idioma…
—Cuando eras niño, ¿nunca te enseñaron que hay tres temas que es
mejor no tocar? Son: la religión, la política, y el fútbol —le recordó, y
añadió con sarcasmo—: Tú, que eres tan listo… ¿no lo sabías?
—¡Vigila a Sergio!
Le extrañó porque no era su lugar habitual, pero supuso que tendría sus
razones. Ya tenía preparados todos los datos que le habían pedido sobre
Susana Roca y había descubierto cosas bastante interesantes.
—¡Claro!
—Tal vez algunos, pero son los menos. Tú eres independentista y tal
vez por ello te sientas excluida y perseguida, pero Sergio es homosexual y
lo ha tenido que sufrir en sus propias carnes. Quizás no seáis tan diferentes
como imaginas. Es muy empático.
—Te va a pedir, tal como le he ordenado, los datos que tienes del
matrimonio. Él te pasará lo que tenga de Ivana Pou Riera, la chica que se
cartea con el preso. Acabo de hablar con él y le he pedido que profundice
en su vida. Quiero que, juntos, busquéis coincidencias, relaciones, puntos
de contacto, lo que sea: entre ellos tres y Susana Roca. Con un poco de
suerte nos daréis la clave del caso.
La miró y continuaba callada. Pamela era una chica seria, muy alejada
de la personalidad que, en la serie, tenía la analista del equipo de Mentes
criminales. Le preguntó:
—Perfecto. Cuando Sergio te llame, solo pido que seas empática con
él. Por su condición lo pasó muy mal —vio que afirmaba con la cabeza y
añadió—: Voy a llamar a Nuria y empezamos la reunión.
Pamela lo entendió, aunque nunca supo que no era cierto, solo una
forma de acercarlos. Sergio siempre había hecho alarde de su
homosexualidad. Era muy suyo en eso.
Pamela
—Es autónoma desde hace dos años y paga sus cuotas desde una
cuenta bancaria. La abrió al darse de alta. Pero algo que parecería normal,
se ha puesto interesante al averiguar que, anterior a esa fecha, no hay datos
fiscales, laborales… nada de nada.
—Es una identidad falsa, sin duda. Por internet se pueden comprar
documentos de todo tipo. De mejor o peor calidad, pero no es demasiado
difícil.
—Si todos los datos son falsos será complicado llegar hasta ella —
supuso Nuria.
»Una vez al mes publica alguna foto de lugares en los que dice haber
estado, pero ella nunca aparece en la imagen. Solo rompe esa norma
mensual de fotos de viajes, para publicar frases sobre la venganza y el odio.
Es un perfil falso.
Pamela dijo:
—Ya habrá salido de Sevilla. Tal vez haya vuelto a Madrid. Id con
mucho cuidado: no me fío de él.
—Vale, voy a llamar a Sant Sadurní, para que envíen a dos patrullas a
buscar a Marc y Laura, y que los traigan por separado.
—Es mejor que no hablen entre sí, pero imagino que todo esto va a
representar una sorpresa para ellos —comentó Sandra,
—Genial, esa es una de las últimas piezas del puzle —dijo Sandra—,
pero seguimos sin llegar hasta un nombre real que podamos confirmar.
Hemos estado hablando con Nuria y vamos a interrogar a los implicados.
—Voy a llamar a Sant Sadurní, para que traigan a Marc y a Laura aquí.
Toni y tú, id a buscar a Ivana. Si trabaja de noche, estará en su casa,
imagino.
—Perfecto. Voy a decirle a Toni que nos vamos —miró el reloj y dijo
—: Son las diez y cuarto. Si está en su casa, en media hora estamos aquí.
Cuatro horas antes…
De repente recordó lo que había pasado con Águeda hacía casi veinte
años. Pensó que no era posible, aquello no podía tener nada que ver. Lo de
ella fue especial. Jamás le había vuelto a ocurrir con otras chicas.
Era cierto que, al ser quién era, rico y atractivo, nunca había tenido
problemas para ligar, al contario. Pero entonces solo tenía veinte años, y era
un adolescente mimado y caprichoso. No obstante, había salido
escarmentado. Cuando vio su cara al sujetar la hoz, aquella mirada de loca,
se le quitaron las ganas de repetir nada parecido.
Sabía que ella no lo había hecho, pero: ¿alguien podía creer que ella
había sido la única? Estaba convencida de que había más chicas que habrían
pasado por lo mismo, era obvio sabiendo lo enfermos que estaban los tres.
»Ivana puede deducir que hemos descubierto sus contactos con Borja,
y que queremos interrogarla para averiguar si sabe algo de su fuga. Estará
sobre aviso, aunque no creo que sepa la verdadera razón por la que está
aquí. Pero ¿Marc? —hizo un gesto abriendo los brazos y añadió—: Ahora
mismo, tiene que estar totalmente desconcertado. Quiero ver cómo
reacciona al saber que hemos llegado hasta su ADN. Y que el motivo es que
coincide con el semen encontrado en el cuerpo de Paola.
—Acaban de llegar.
—Ya sabes lo que tienes que hacer: cada uno en una sala y que no se
vean entre ellos —dijo Nuria.
—No te preocupes. Marc ya está en la dos, y Laura está entrando ahora
mismo en comisaría. Están separados, tal y como queríais. Hemos puesto a
Ivana en la uno. He estado un rato con ella y está muy interesada en saber
las razones por las que está aquí, pero le he dicho que solo era para hacer
una declaración, nada importante.
Sacha e Iván, los dos hombres que, junto con Natalia, le habían librado
de la custodia policial en el hospital, habían llegado antes que él. La chica
se había quedado en Sevilla, aunque imaginó que debía haber volado ya a
Rusia, y ellos habían hecho el trayecto en coche hasta Madrid. Borja,
durmiendo en el interior del Mercedes-Benz que viajaba en el camión,
había tenido tiempo para descansar.
Marc la miró con desconfianza. ¿A qué venía aquel dato? ¿Por eso
estaba allí? Todo había quedado en nada y se había demostrado.
—¿Y eso me hace culpable de algo? Mantener sexo con una mujer y
que luego quiera cargarme un hijo que no es mío: ¿Eso es un delito?
—En todo caso sería ella la que lo hubiera cometido, por falso
testimonio —comentó, haciendo un gesto de lo obvio que era todo aquello
—. Estoy más limpio que el culo de un bebé.
Sandra sacó las tres fotos de los fallecidos. Las puso frente a él, en
paralelo, y señalando la de Paola le preguntó:
Su sorpresa aún fue mayor. Las miró con cara de no entender nada.
—De momento le voy a creer, señor Font, pero debo hacerle una
pregunta.
Sandra y Nuria se miraron entre ellas. Era algo que ya tenían claro,
aunque no era demasiado habitual, pero lo había dicho con una naturalidad
insultante. Debía cambiar la línea del interrogatorio.
—¡No tengo ni idea! Eso deberían preguntárselo a ella, pero les puedo
asegurar que yo no sé nada. No conozco a ninguno de los tres.
Estaba claro que era cierto, pero Sandra sabía que alguna persona
relacionada con ellos estaba tras aquello.
Sandra lo conocía y sus novelas no eran nada del otro mundo, pero
parecían gustar a los lectores de novela negra.
—De jugar al póker. Cuatro amigos nos reunimos todos los martes por
la noche. Cada semana en una casa diferente.
Miró a Nuria y ella le hizo un gesto explícito. Parecía obvio que Marc
no sabía nada. Pero a Sandra aún le quedaba una carta por jugar.
Abrió la carpeta y sacó una foto de Ivana, en la que estaba de frente, y
otra de Alex, tomada del perfil de Tinder. Aparecía un poco ladeada y
miraba de forma insinuante a la cámara, escondida tras aquel largo
flequillo. Retiró las otras tres y se las puso delante.
—Mantuvimos un lío durante unos dos meses. Todo iba bien, era muy
buena en… —Iba a hablar de sus explosivos orgasmos, pero se reprimió—.
Bueno, ya se lo imaginan. Pero un día me dijo que estaba embarazada…, y
yo ya había pasado por eso.
Le dio las gracias a Marc, por su declaración, y le dijo que una patrulla
lo llevaría de vuelta a casa. Si tenían alguna duda más, se pondrían en
contacto con él.
—No se crea todo lo que su ceguera no le deja ver, señor Font. Gracias
por su declaración. Buenos días.
—A estas alturas no creo que quieras cambiarme por una más que
posible asesina, cielo.
Sandra vio humedad en sus ojos, el presagio del llanto. Supo que se
derrumbaría pronto. A diferencia de Marc, su marido, ella sí sabía las
razones por las que la habían traído a Barcelona. No quiso perder el tiempo.
Sacó de la carpeta las fotos de los tres fallecidos y las colocó sobre la
mesa, frente a ella.
—Pero creemos que tiene información que nos puede llevar hasta los
asesinos.
—Está usted en lo cierto. ¿Sabe de alguien más que pasara por eso?
—¡No, por Dios! Es algo que nunca he hablado con nadie. —Pareció
reparar en algo y añadió—: Bueno, hasta ayer. Cuando vi lo que había
pasado, al ver las fotos de los muertos, se lo expliqué a una amiga.
—Hay algo que nos tiene intrigados, Laura. En las fotos que hemos
encontrado de aquella noche, Halloween de 2017, aparece usted con ellos
tres en el Casanova Beach Club. Pero hemos visto que hay una quinta
persona con ustedes, aunque no se le ve la cara. ¿Quién más estaba allí?
—Usted está aquí porque la hemos localizado entre las fotos de esa
noche, en el Casanova Beach Club, pero hay algo importante que debe
conocer: ¿sabe que se ha encontrado pelo en los cadáveres? Creemos que es
suyo.
—¡No, por Dios! —exclamó aliviada— Por suerte ella se fue a mitad
de noche. Es una persona solitaria y se relaciona muy poco con los demás.
En realidad, fue a Casanova porque yo le insistí, para que saliera un poco de
casa y conociera gente. Lo hice con la mejor intención, inspectora, se lo
aseguro, pero no salió bien. Águeda estaba incómoda allí, con ellos, y se
fue.
»Fui al baño con esa chica — dijo señalando la foto de Paola— Yo
estaba colocada, pero ella iba muy mal, bastante peor que yo. Tardamos un
buen rato en salir, una media hora, y, cuando lo hicimos, este —comentó,
señalando la foto de Luis—, nos dijo que ya se había ido hacía un rato.
—Esta es Ivana —dijo al momento Laura—. Pero ¿qué tiene que ver
ella con todo esto?
—Conocemos ese dato —le aclaró—, pero ¿solo la conoce por eso?
—Sí, fue muy sincera. Sabía que él y yo pasamos el uno del otro y
pensó que no me importaría. Me cayó bien y me apetecía joderlo, por
gilipollas. Pensé que le molestaría que me liara con su amante. La verdad es
que me lo pasé muy bien con ella, no me arrepiento.
Sandra pensó que era fácil que esa noche Ivana hubiera guardado vello
o cabello de Laura, para dejarlo en los cuerpos.
Todo estaba bastante claro. Pero aún no sabían el motivo del asesinato
de aquellos hijos de puta. Quedaba una última pregunta:
—¿Alguien de su entorno escribe bien, es escritor?
—¿No pensará que Águeda haya podido tener algo que ver…? ¡Por
Dios! Es muy rara, y seca con la gente, lo reconozco, pero no sería capaz de
hacer algo así.
—No puedo darle la razón en eso, Laura, pero quiero que sepa que
lamentamos lo que le pasó —dijo, de corazón, mientras Nuria asentía a su
lado.
—Ya tenemos todas las piezas. Voy a llamar a Sant Sadurní para que la
traigan aquí.
Sandra pensó que ambos tenían razón, pero había un matiz que podía
cambiarlo todo.
»Es algo que la ley nos aconseja hacer en beneficio de las dos partes;
por tanto, si nuestro comportamiento no fuera el correcto en el trato con
usted, quedaría una prueba gráfica del mismo. ¿Lo entiende, Ivana?
—Sí.
—No lo soy, pero creo que escribo mejor que usted. Tengo entendido
que sus notas en el instituto no fueron brillantes.
—¿Quién si no?
—Fue violada a los diecinueve años. Regresó a Viella, para dar a luz, y
tengo entendido que hace ocho años volvió a Barcelona.
—La verdad es que sí. Siempre me ha gustado vivir la noche. Soy muy
noctámbula.
Ivana perdió el norte. Aquello tomaba un cariz diferente del que habían
pensado. Marc los había llevado hasta ella.
—Le consolará saber que Laura nos ha confesado que no tuvo reparos
en estar con usted, aunque fuera para poder restregárselo algún día a su
marido, pero dice que se lo pasó muy bien.
—Y, por esa regla de tres, ¿creen que yo soy la culpable?, ¿por
haberme acostado con ambos?
—¿Y me lo va a decir?
Ivana no sabía cómo salir de aquel lío. De repente, una pregunta que
tampoco esperaba, sonó en la boca de Sandra:
—No lo recuerdo.
—¿Alex? No me suena.
—Tal vez el nombre de Susana Roca le sea más familiar —le comentó
Sandra.
—Tiene usted muy mala memoria, para lo que le interesa —le dijo
Sandra, entendiendo sus mentiras, pero un poco harta de ellas—. La van a
llevar a una celda. Tal vez más tarde tengamos que volver a hablar con
usted.
Pensó que, a esas alturas, y por los datos que iban exponiendo, ya
debían conocer su relación con Águeda.
CAPÍTULO 13
»Es algo que la ley nos aconseja hacer en beneficio de las dos partes;
por tanto, si nuestro comportamiento no fuera el correcto en el trato con
usted, quedaría una prueba gráfica del mismo. ¿Lo entiende, Águeda?
—Sí.
—Pensaba que una profesional cómo usted leería mis novelas. Susana
Roca es la protagonista de mi último libro.
—Sí. Imagino que tengo cierto talento —respondió con una forzada
sonrisa—. También me documento mucho, no se crea.
Ese era uno de los temas que Sandra quería tocar, y le vino como anillo
al dedo. Le expuso:
Águeda mantuvo su mirada y apretó los labios. Cruzó los brazos, bajo
su pecho, y dijo:
—Eso pensé yo. Los mataron en otro lugar, y luego, tras congelarlos,
los llevaron hasta el lugar donde se encontraron. Lo curioso es que uno de
los cuerpos apareció en Madrid, y los otros dos aquí, en Catalunya. Es
curioso, ¿no?
—Es cierto. El hogar de uno es dónde mejor se está. Pero salir de vez
en cuando… —le comentó, esperando su respuesta.
***
Ella era la única persona que soportaba, demasiado pija para su gusto y
muy estirada, pero no le caía mal, al menos no tanto como el descerebrado
de su primo Marc. Se alegró al recordar que, desde el día que la violó, no
había vuelto a visitarla. Su amenaza, que estaba segura de cumplir si
aquello se repetía, había surtido efecto. «¡Un auténtico hijo de puta!»,
pensó.
De pronto escuchó una voz tras ella. Al girarse vio que eran aquellos
dos cabrones de la discoteca: el madrileño y el vicioso.
Levantó la vista y, entre lágrimas, vio una melena rubia que desde lo
alto del murete caía hacia ella. Al momento desapareció, y Águeda escuchó
su apresurado taconeo bajando por la escalera que llevaba hasta la arena.
Águeda no contestó. Solo podía llorar. La chica vio que se sujetaba una
mano, con la otra, y le susurró:
—Déjame ver. —Con cariño cogió su mano y le acarició los tres dedos
retorcidos—. Te han hecho daño, cielo. Tienes varios dedos rotos: debemos
ir a un hospital.
Ivana era la única que lo sabía, pero estaba segura, de que, si la habían
interrogado, ella no había dicho nada.
***
»Imagino que está enterada de que, desde una población muy cercana,
Llambilles, se envió un sobre al director de un periódico digital. Contenía
información sobre los asesinatos.
—No conocía ese dato —dijo, pero ya con un hilo de voz, sabiendo
que había perdido.
Pensó que ambas utilizaban la misma apariencia, pero con dos nombres
diferentes. La peluca negra y las gafas cambiaban su aspecto de forma
radical, convirtiéndolas en otra. En el caso de Ivana, cuando aparecía Alex,
necesitaba unas lentillas azules y suficiente maquillaje para esconder el
lunar de su mejilla.
Ese fue el momento en que Águeda supo que todo se había acabado.
Ya no merecía la pena seguir fingiendo. Miró a Sandra a los ojos y le dijo:
Aunque Sandra estaba de acuerdo, se tuvo que callar. Pero había algo
que aún no entendía, aunque imaginaba el motivo.
—¿Por qué llevó el cadáver de Lucas a Madrid?
—Pero ¿qué tiene que ver el asesino de los números romanos con todo
esto?
—Lo hizo para vengarse de la sociedad, de lo injusta que fue con él.
No pudo llevar una vida normal como la de ellas
—Usted tampoco tiene una vida normal, pero porque es una enferma,
Águeda —dijo Sandra, sin poder entender que aquella loca justificara sus
actos a través de él—. Tiene todo lo que muchos querrían para sí: hace lo
que le gusta, que es escribir; tiene dinero para vivir varias vidas sin
preocuparse de nada…
—¿De nada? ¿Le parece poco? ¡Señora policía!: le hablo de los
violadores que hay en la sociedad, escondidos en cualquier esquina.
Aquella revelación cayó como una losa en la sala. «El día que se
encontraron los primeros cadáveres», pensó Sandra. Águeda continuó:
—¿Creen que toda esa violencia sexual se acabó ese día? —negó con
la cabeza y añadió—: Años después, al cumplir los dieciocho, me fui a vivir
sola a la que hoy es mi casa. Decidí dejar la mansión harta de las miradas de
Marc. Sin embargo, unos días después de irme allí, se acercó y también me
violó.
—¿Ellos la agredieron?
—Es cierto, no estaba. Pero cuando me iban a violar, uno de ellos dijo
que era una lástima que no estuviera, que era la más viciosa de los tres. Le
encantaba ver cómo violaban a las chicas. ¿Se imagina a una mujer
alentando la violación de otra? — preguntó sin esperar respuesta—. Ella,
sin estar presente, estaba incluida en mi lista. Eran unas putas alimañas que
extinguir.
Sandra reconoció que, Águeda, tal como afirmaba, había sido una
víctima de la crueldad de ciertos individuos que estaban entre ellos, los
mismos que ella perseguía. Sabía que, en sí misma, la sociedad no
representaba un peligro, todo lo contrario: ofrecía oportunidades y riquezas,
pero la violencia que Águeda había tenido que sufrir no era motivo para
tomarse la justicia por su mano.
Borja Expósito
Según le habían dicho Sacha e Iván, los dos sicarios que le habían
librado de la custodia policial cuando lo llevaban a urgencias, tenían la
orden de permanecer con él durante ese tiempo. No debían hacer nada, solo
permanecer cerca, en una vivienda que habían alquilado en el pueblo. Borja
los avisaría cuando los necesitara.
Se sentó con ellos y les dijo que debían desaparecer de España durante
tres o cuatro meses, pero de forma inmediata. Sacha, que era quien llevaba
la voz cantante, le insistió en que sus órdenes eran las de estar con él hasta
que acabara el trabajo, pero se negó en redondo.
—No le va a gustar…
—¡Eso es cosa mía! Dile que os he obligado a iros a Rusia durante un
tiempo.
—¿El localizador…?
—Ha sido un trabajo fácil y está bien pagado, eso te lo aseguro. ¡Que
tengas suerte!
—No la necesito.
Lo tenía todo planificado, había tenido años para hacerlo. Sabía que se
le daba bien, y además había contado con una ayuda valiosa e inesperada.
Miró el reloj. Faltaban tres horas y diez minutos para estar en el lugar
fijado. Si actuaba con precisión, todo saldría bien.
Sandra de la Rosa
»También me ha dicho que, anexo al garaje, hay una sala con una
camilla de masaje y toda la parafernalia de aceites y sándalo que te puedas
imaginar. También ha encontrado una grúa para levantar enfermos, e
imagina que la utilizaron para transportar los cuerpos.
»Solo con eso tenemos razones más que suficientes para detenerlas,
además de lo que sabemos.
—Es muy buena en todo lo que hace —miró a Nuria y le guiñó un ojo,
recalcando—: ¡en todo!
—¿Sabes una cosa, Nuria? Yo soy mejor en eso que en el trabajo, así
compensamos —sonrió, como solo él sabía hacerlo, y mirando a Sandra
dijo—. Como bien dices, yo alucino en colores, pero pregúntale por el
arcoíris ella que ve cuando…
El puñetazo fue más fuerte. Mario lo notó y Nuria, que también se dio
cuenta, se puso a reír, contagiando a ambos.
—Nos han reservado un vuelo que sale mañana a las 10:35 —se acercó
a Mario, mimosa, puso la boca en su oído y le susurró—. Tenemos libre
hasta mañana, cielo: tarde y noche.
No le dio tiempo a seguir hablando. Con una voz rota, que Sandra
jamás le había oído, Rubén dijo:
Borja Expósito
***
Borja dio media vuelta y se alejó, con paso tranquilo, y unos segundos
después, nada más girar la esquina y llegar a su coche, escuchó un grito de
mujer.
***
Ella sí que hubiera sido una buena compañera, y más con el hambre de
mujeres que tenía después del tiempo que llevaba recluido. Se consoló
pensando que la próxima mujer que lo recibiría entre sus piernas, y más de
una vez, iba a ser la pija de su hermana. Solo de pensarlo tuvo una erección
descomunal.
Mientras se dirigían hacia allí, donde Mario había dejado el coche, les
comentó que, como era normal, Mari estaba destrozada, al igual que las dos
hijas de ambos. Rubén y él estaban fatal, pero Sergio no podía dejar de
llorar.
—Conrado era…
—Por supuesto, por nada del mundo dejaría de ir. Quiero abrazar a
Mari y a sus hijas, decirles lo mucho que significaba para mí y el vacío que
nos queda sin él.
Y eso era lo que debía aprovechar, esa iba a ser su ventaja. Mientras se
preparaba, pendiente del localizador, pensó en algo que llevaba mucho
tiempo meditando. «¿Qué es lo que más le dolerá a Sandra?: ¿su violación,
su muerte…? No: ver la muerte de Mario».
Tocaba esperar.
Sandra de la Rosa
Aquello había sido lo peor que recordaba. El dolor y la rabia por aquel
cruel suceso tenía a todo el mundo conmocionado. Grupos de compañeros
desperdigados por la sala, hablaban en un tono de voz baja, para no
perturbar el sobrecogedor ambiente que reinaba allí.
Mari y sus hijas, con la hermana de esta, estaban en una sala en la que
se encontraba el cuerpo expuesto, para quien quisiera darle su último adiós.
Sandra estuvo con ellas buena parte del tiempo, pero no quiso ver el
cadáver de Conrado. Hacerlo no menguaría su dolor y prefería recordarlo
tal como era, tan serio y colaborativo en su trabajo. Un policía como pocos,
muy especial.
¡No!: no se podía tomar la justicia por su mano tal como había hecho
Águeda en aquel caso que acababan de resolver, pero en ese momento
empatizó con ella, aunque no se lo podía permitir.
—Te puedo volar los sesos ahora mismo, igual que a Conrado, salvo
que os portéis bien.
Unos doscientos metros más allá. Les hizo parar a la derecha. Le dijo a
Sandra:
—Saca tu móvil, muy despacio, y tíralo al suelo, bajo el asiento.
Cuando lo hizo, repitió la jugada con Mario que actuó de igual manera.
Borja pulsó el mando de su coche y las luces se encendieron, indicando el
lugar en el que estaba, a apenas unos metros. Borja dijo:
Salió del coche y se sentó dentro, donde le había dicho. Unos segundos
después, se abrió la puerta y Mario, encañonado en todo momento por
Borja, entró en el vehículo al mismo tiempo que él, que se colocó en el
asiento posterior, tras el conductor.
—Conduce —ordenó.
—Ya lo sabrás. Lo primero que salgas del coche. Acércate a esa pared
y apoya tu espalda en ella —ordenó, señalando con la cabeza hacía allí.
Borja se colocó tras él, sacó un puñado de bridas del bolsillo y se las
tiró a Sandra.
Tenía ganas de llorar, pero no quería que él la viera hacerlo. Ella era
fuerte, más que él, lo había sido siempre y lo habría sido en cualquier otra
circunstancia que la vida les hubiera deparado.
Con su mano libre, Sandra aplicó una luxación en una de las muñecas
de Borja, eso le debilitó, pero no lo suficiente. Mientras recibía golpes en
un lateral de su torso, Borja consiguió cerrar la tercera y dejarla indefensa,
atada por tres puntos de su cuerpo.
—Tú lo has tenido todo, ¿y sabes por qué?: ¡solo porque eras hembra!
—exclamó en un tono de incredulidad—. Si hubiera sido al revés, si el bebé
de tus padres adoptivos hubiera sido un niño, tú habrías vivido mi vida y yo
la tuya. Hasta en eso el destino fue cruel conmigo.
—Tú naciste como yo, de los mismos genes, Sandra, somos hermanos.
La diferencia es que a ti te brindaron una vida entre algodones, te cuidaron
y mimaron hasta la saciedad, puta pija, y yo tuve que aprender a
defenderme desde que nací, sumido en la más cruel de las miserias.
—Vaya mierda de pecho que tienes, me gustan más grandes —le dijo
de forma grosera, y cada vez más excitado.
Sandra, llena de odio hacia aquel ser inmundo con quién había tenido
la desgracia de compartir nacimiento, supo que ya no se podía hacer nada.
Estaba indefensa, a su merced, y Mario muerto, tirado en el suelo de aquella
puta habitación. Su coche, que podrían localizar sus compañeros cuando se
dieran cuenta de su desaparición, estaba en Madrid, y sus teléfonos, que
podría geolocalizar Sergio, estaban dentro.
Nadie sabía que estaban allí, y, cuando los encontraran, tal vez en
muchos días, todo se habría acabado.
En ese momento vio que Borja cortaba una de las bridas de sus tobillos
mientras decía:
—Te voy a dejar libre una pierna —dijo mientras se reía— . Te quiero
bien abierta para mí.
Sandra ni se lo pensó: lanzó una patada circular, con todas sus fuerzas,
intentando impactar en su entrepierna, pero le alcanzó en la cadera. Del
fuerte golpe, Borja salió despedido de la cama y cayó al otro lado de esta.
Se repuso y le dijo:
Ella apartó con rabia el cadáver de Borja, que cayó al otro lado, liberó
su mano aún sujeta y cortó las bridas que sujetaban sus piernas.
Todo fue muy rápido. Unos minutos más tarde llegaron las
ambulancias. De los vehículos se bajaron dos equipos médicos, y entraron a
la carrera. Todos se centraron en el inspector. Borja solo recibió la mirada
de uno de los enfermeros que se acercó hasta él, para confirmar que estaba
muerto.
El comisario preguntó:
Sandra, al ver tan afectado a Sergio, puso una mano sobre su hombro.
Este se abrazó a ella, llorando. Acarició su cabeza y, mirándolos, les dijo:
—Sí, he hablado con ellos hace media hora. Vienen hacia aquí.
—Pues nos toca esperar —dijo Rubén—. Voy a buscar cafés, ¿Quién
quiere uno?
Sandra sabía que tenía razón. Había sufrido mucha más tensión de la
que él imaginaba.
Salieron del hospital y Rubén se ofreció a llevarla a casa.
Casi nunca dormían allí, pero a Mario le gustaba tener la vivienda bien
aprovisionada. No había productos frescos, pero el congelador estaba lleno.
Cayó en que siempre lo hacía Mario, no sabía por dónde empezar. Sacó
un pan de molde, y una baguette que había en el congelador.
Sandra sabía que, durante aquellos siete años juntos, desde que en 2012
se creara la brigada DLR, Conrado había sido el primero en respetar a la
nueva inspectora y así se lo ordenó a sus compañeros.
El día que el comisario se la presentó, le pareció demasiado joven, él se
lo había confesado, pero se entregó en cuerpo y alma a confiar en ella y en
seguir sus directrices. Y cuando supo comprender el porqué del férreo y, a
la vez, cálido trato que desde el principio les dispensó, Conrado le entregó
su alma.
Arrastró las lágrimas por sus mejillas con el dorso de su mano y fijó su
mirada en un lugar lejano, a unos doscientos metros de allí. Era donde había
decidido que Borja debía reposar, bajo el precioso roble que presidía aquel
rincón. Era un retiro que transmitía paz, la que nunca tuvo.
Solo su familia más cercana, y otras tres personas, sabían que, por una
extraña casualidad del destino, Borja era su hermano mellizo. Y, Mario, por
supuesto, era uno de ellos.
Pero ahora sabía que los miembros de su brigada debían ser partícipes
de esa información, porque eran su otra familia. Su llanto arreció al pensar
que Conrado, su mano derecha, ya no podría saber lo mucho que los quería
tras revelarles su más oculto secreto.
Había acordado con Mario hacerlo juntos, y, Sandra, solo esperaba que
ocurriera el milagro y poder sincerarse con ellos junto a él.
Cuando vio que los chicos subían a los vehículos y se iban del
cementerio, decidió acercarse hasta el lugar elegido para su reposo. Para
darle su único adiós, aunque aún no descansara allí.
FIN
Querido lector, o lectora:
La experiencia es una de las cosas que más nos hacen mejorar, y recibir
tu consejo, cuando hayas leído esta historia, me ayudará a aprender, a
entender qué debería cambiar para intentar escribir algo mejor.
Un saludo,
Carlos
PD: si tienes curiosidad por saber más cosas sobre mí y mi obra literaria,
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