La Noche y Los Perros

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LA NOCHE y LOS PERROS

(Mamerto Menapace, osb)

La noche. momento. Por ello los más grandes ni


siquiera entraban. Su reino estaba en el patio.
Ese reino en el que nos zambullíamos Los cuzcos en cambio, no. Se hacían un
despacito, con el ansia con la que un chico ovillo en un rincón, y a veces se madrugaban
se adentra en un arroyo, buscando y temien- algún huesito o trozo de pan que caía de la
do un remanso. El silencio era tan profundo mesa.
que nos llegaban los ruidos más lejanos, a la
vez que se podía sentir en los oídos el eco Pero al llegar la noche se era inflexible.
del fluir de nuestra sangre en cada pulsación.
Siempre el silencio y la noche tienen ese Los perros no podían quedar adentro.
embrujo capaz de acollarar en una misma Lámpara en mano se los buscaba. La luz
sensación lo íntimo con lo lejano. descendía a ras de piso iluminando bajo las
mesas y camas, aparadores y estanterías,
Se entraba a la soledad de la noche en fa- para descubrir si alguno se había ganado allí.
milia. A medida que la oscuridad crecía, se
estrechaba más y más el círculo de la familia.
Las sillas se agrupaban en el patio o en el Las razones eran claras y varias. No está
comedor. Finalmente, el rosario familiar bien dormir con perros dentro de la casa.
anudaba a todos, llevándolo a cada uno a su También, de dormir allí, al levantarse alguno
mundo interior. Era el momento en que a oscuras podía pisarlos, con el resultado de
estábamos más unidos, aún físicamente, y un alarido o quizá de un mordiscón. Por el
sin embargo quizá también el momento en mismo motivo de no tropezar con ellas en la
que cada uno liberaba su mundo espiritual y oscuridad, se acomodaban las sillas
lo dejaba navegar por las rutas de sus alrededor de la mesa o contra las paredes.
sueños y sus ansias.
Pero lo fundamental por lo que los perros
Luego venía la cena. Los más chicos, eran sacados al patio, se debía a que allí
dormidos durante el rosario, eran llevados cumplían durante la noche con una función.
entre quejidos inconscientes a la cama. Que- Cerca de la puerta, detrás de la cocina, junto
daban los más grandes y algún chico de al galpón o en el patio: allí estaban como
grandes ojos pensativos, silencioso, como si centinelas, cada uno con su ladrido a mano
ese mundo fuera para él un espectáculo aje- para avisar lo que pasara. Visita que llegaba,
no, como es ajeno el mar para quien lo mira bicho que merodeara o animal que se
desde la playa. .saliese del corral, hubiera motivado un
brusco gruñido y luego una corrida. La
Concluido el rito familiar se despejaba la avalancha de los ladridos despertaría a los
mesa de platos y enseres, que se amontona- que dormíamos adentro, alertándonos a fin
ban en un fuentón de la cocina. Cada grupo de estar sobre aviso. Desde dentro ya sabía-
agarraba una lámpara. Papá y mamá una pa- mos interpretar esos ladridos. Los había de
ra su dormitorio. Normalmente ya estaba simple respuesta a otros ladridos lejanos,
allá, y allá se prendía con el fuego de un pe- como gritos de centinelas en la noche; los
dazo de diario arrollado que se metía por había que eran lloros a la luna, largos y tris-
debajo del tubo de vidrio un poco levantado, tes con su carga de leyendas y de miedo; los
buscando la mecha de querosene. Mis había cortos y bruscos, sin motivo aparente,
hermanas se llevaban la lámpara del come- de pelea o de alarma: Había ladridos que se
dor. Y nosotros la tercera, la de la cocina, apaciguaban inmediatamente y eran el anun-
que había quedado allá con su llamita a me- cio de una llegada amiga, otros intranquilos y
dia altura durante la comida para permitir la agresivos ante un desconocido. Digo que los
búsqueda de lo que hubiera podido ser sabíamos interpretar. Ustedes compren-
necesario. derán que por todo esto, era lógico que al
entrar la noche se sacara los perros afuera,
al patio.
Antes de desanudar el núcleo familiar se
cumplía con un rito. Palabras ya consagra-
das, pero necesarias: Quizás en la vida pase lo mismo. Llega un
- ¡Buenas noches, hasta mañana, Alabado momento en que empieza a oscurecerse el
sea Dios! ¿Sacaron los perros? día de nuestra infancia. Durante ese día
luminoso se han ganado en nuestra alma
muchas fidelidades: de las chicas y de las
¡Los perros! En nuestro rancho las grandes. La infancia es un tiempo de puer-
puertas estaban durante el día siempre tas abiertas. Al terminarse con la adolescen-
abiertas. Ni siquiera existían las llaves. De cia nuestra niñez, sentimos que entramos en
ahí que los perros no tuvieran inconveniente una situación nueva: la de nuestra juventud.
para ganarse hasta la cocina, comedor, e Y entonces sentimos la necesidad de sacar
incluso dormitorio. Eso sí, siempre bajo el para afuera, al patio de nuestra conciencia,
peligro de ser sacados a patadas en cualquier toda esa perrada interior. Necesitamos
LA NOCHE y LOS PERROS
(Mamerto Menapace, osb)

conocerlas una a una, como nuestros perros,


y obligarlas a que cumplan su función. De
quedar adentro podríamos llevárnoslas por
delante sin querer; y de esta manera herirlas
hiriéndonos a nosotros mismos.
De ahí que llegados a la frontera de nues-
tra juventud sentimos que se deshace el nú-
cleo familiar, y tenemos que entrar a la hon-
da soledad de nuestra propia existencia. Por
ello se hace necesario tomar la lámpara y,
bajándola hasta el suelo de nuestros propios
recuerdos, buscamos todo lo que allí anida a
fin de sacarlo para afuera. Necesitamos co-
nocer nuestras fidelidades dormidas, las
fuerzas y vivencias profundas, a fin de inte-
grarlas en la totalidad de nuestra historia. No
podemos dejar que vivan dispersas, cada una
por su cuenta durmiendo en los rincones,
alimentándose con pedazos de nuestra
fantasía, o tratándolas a patadas como si
fueran enemigas.
Los perros tienen una función en nuestra
vida. Todo ahora se coloca bajo el signo de
la espera. Dentro de esa espera preparatoria
para la vida debemos ubicar cada uno de
nuestros perros en su misión. El joven corre
el peligro de tratar su mundo interior con
temor, considerando sus tensiones como
enemigas, o agresivas frente a la espera. Y
eso es falso. Los perros no son enemigos
de las visitas, y menos si esa visita esperada
es el Señor. Si ladran, es porque deben
hacerlo. Lo importante es saber interpretar
su ladrido y darle a tiempo su sentido.
En el campo, una casa sin perros es
una casa huérfana. Es una casa sin
capacidad de recibir.
Pero una casa con los perros adentro,
es casi lo mismo. Peor, tal vez. Porque
al abrir la puerta al que llega, lo primero
que le caerán encima serán los perros.
Un joven sin tensiones y sin
ansiedades está indefenso frente a la
vida. Pero si las mantiene encerradas
adentro sin conocerlas, entonces es un
joven peligroso para sí mismo y para los
demás.
Conocer los propios perros por su
nombre es una manera de empezar a
conocerse a sí mismo. Entonces el
encierro de la noche ya no es
aislamiento, sino intimidad.

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