ME - 2 (Teorias Del Acercamiento Familiar) Lectura Complemetaria
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UNIDAD Nº 1
Teorías acerca del funcionamiento familiar
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SEMANA 2
INTRODUCCIÓN
La familia es un sistema dinámico, que va cambiando y desarrollándose progresivamente a
través del tiempo debido a cambios que se operan en su interior y por la influencia de un
contexto social más amplio. Así como el individuo crece, se desarrolla y madura y envejece a
través de cambios y ajustes sucesivos, también la familia experimenta su propia secuencia de
desarrollo.
Esta evolución de la familia se da a través de etapas que forman un ciclo de desarrollo familiar.
Se pueden identificar ciertos logros o tareas familiares que se deben alcanzar en cada etapa y
que posibilitan el paso a la etapa siguiente. Hay situaciones de tensión y conflicto en la familia
que son crisis esperables, propias del momento por el cual pasa la familia. Si no se logra superar
las tareas de etapas anteriores, problemas que no fueron enfrentados, reaparecerán una y otra
vez a lo largo del ciclo familiar hasta ser superados.
El ciclo vital familiar está íntimamente ligado a la consideración de la familia como un todo que
genera sus propias dinámicas relacionales, que cambia en su forma y función a lo largo de su
ciclo vital y que transita a lo largo del tiempo en secuencias relativamente identificables y
predecibles.
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IDEAS FUERZA
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3. La teoría del ciclo vital familiar
Algunos ven las etapas del ciclo de vida familiar ligadas al matrimonio, el nacimiento y crianza de
los hijos, la individuación -el devenir en la originalidad propia- de los miembros de la familia, la
partida de los hijos y la integración de las pérdidas –juventud, vitalidad…- Otros visualizan el
ciclo familiar en etapas, tales como: el galanteo, el matrimonio, el nacimiento de los hijos y el
trato con ellos, el período intermedio, el “destete” de los padres o el soltar los hijos o dejarlos ir,
el retiro de la vida activa y la vejez.
El ciclo vital familiar que se va a proponer contempla las siguientes etapas: formación de la
pareja y comienzo de la familia, crianza inicial de los hijos, familias con hijos que se insertan en
el sistema escolar, familias con hijos adolescentes, la reducción de la familia por la partida de los
hijos, la conjunción de tres generaciones.
Cabe señalar que cada etapa en el ciclo vital familiar es caracterizada por un surgimiento
expectable de crisis familiar, que es básicamente una crisis transicional, producida por la
convergencia de procesos biológicos, psicológicos y sociales. Las crisis transicionales son
predecibles y necesarias, como respuesta a las necesidades cambiantes de los miembros de las
familias así como de las presiones que ella recibe del medio externo.
Se puede considerar que estas crisis son momentos de cambio o de transición en el flujo y
reflujo de la vida familiar, y que pueden darse en diversa forma e intensidad, dependiendo del
patrón de funcionamiento básico de cada familia. Algunas familias van haciendo la transición de
una etapa a otra suavemente y con muy pocas perturbaciones, mientras otras se enfrentan a
grandes dificultades. El cambio altera el ritmo de la familia y genera intensidad emocional, pero
es una exigencia del desarrollo, de manera que a las familias que enfrentan adecuadamente la
crisis de una etapa, les será más fácil enfrentar la próxima crisis.
La familia enfrenta estas crisis a través de la realización de tareas, que producen cambios en su
organización interna y en sus transacciones con las estructuras sociales y económica externas.
Las tareas familiares de cada fase específica tiene efecto acumulativo, de modo que el
cumplimiento de las tareas de la primeras etapas fortalece la habilidad de la familia para
desempeñarse en las etapas siguientes en forma efectiva.
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No es infrecuente que las familias se encuentren viviendo paralelamente dos etapas del ciclo
familiar, lo que hace aún más compleja la tarea de los padres en la medida que están más
exigidos por tener que compatibilizar demandas opuestas de sus hijos, como las que se
producen en las familias en que hay hijos pequeños junto a hijos adolescentes.
Lo importante es que el ciclo de vida familiar con sus etapas y tareas de desarrollo puede ser
útil como elemento diagnóstico y como parte de la estrategia de intervención para con la familia,
siendo importante contextualizarlo en los diferentes grupos culturales y sociales.
A continuación se presenta el ciclo familiar visto en la descripción de sus diferentes etapas con
la inclusión de sus tareas:
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para ambos. Dada la naturaleza crítica de esta tareas, esta etapa suele ser un período de
conflictos que pueden llegar a ser intensos.
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amigos, las redes sociales, los organismos no gubernamentales y por el Estado. La importancia
del reabastecimiento plantea preguntas a la sociedad en cuanto en qué medida está
respondiendo a esta necesidad esencial de la familia.
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Las familias con adolescentes
De todas las etapas del ciclo familiar, la adolescencia de los hijos es probablemente la que
plantea a la familia mayores desafíos, porque los adolescentes cuestionan radicalmente las
normas familiares y rechazan la autoridad y la guía de los padres. La naciente sexualidad de los
hijos y sus luchas por mayor autonomía producen grandes conflictos en la vida familiar.
En esta etapa se produce una suerte de choque generacional que se relaciona con el hecho de
que tanto los padres como los hijos están llegando al final de una fase y entrando en una crisis,
los primeros en la edad madura y los segundos en la separación de la familia y la búsqueda de
la identidad personal.
La principal tarea de la familia en esta etapa es establecer una nuevas relación padres – hijos, y
desarrollar la idea de flexibilizar los límites lo suficiente para que los adolescentes puedan tener
la libertad que necesitan, sin dejar por ello de ejercer su rol de padres. Ellos en el ejercicio de su
rol enfrentan un conjunto de situaciones a resolver respecto de sus hijos que ya de alguna
manera se explicitó: hacer ajustes que requiere el comienzo de la pubertad y la madurez sexual,
considerar las necesidades de independencia, reconocer la prioridad de los grupos de pares,
apoyar el desarrollo de la identidad personal y también afrontar su propia crisis de identidad
como padres.
Los padres deben continuar estableciendo límites y negociando con sus hijos siempre en una
actitud de abrir puertas y evitando mantenerse en permanente confrontación con ellos. Para ello,
deben reconocer el derecho de sus hijos a tener opiniones propias, delegar responsabilidades y
permitir mayores libertades. Lo anterior implica ceder en parte su rol de autoridad para llegar al
establecimiento de relaciones menos verticales entre ellos, lo que se puede identificar como
“compañerismo”. Este compañerismo se expresa en el cambio de rol de los padres desde la
autoridad arbitraria a la negociación de las diferencias, a través de la acomodación mutua. Les
corresponde a los padres apoyar el proceso de separación individuación de sus hijos,
manejando los conflictos y tomando decisiones en aquellos asuntos que se relacionan con la
autoridad parental, pero proporcionando al mismo tiempo una base y una oportunidad para la
discusión.
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La reducción de la familia por la partida de los hijos
Superada ya la adolescencia, los hijos terminando sus ciclos educativos e insertándose en los
ámbitos laborales, se llega a la etapa en que los hijos van abandonando progresivamente el
hogar familiar.
Esta etapa es habitualmente difícil para los padres, quienes se enfrentan al llamado “síndrome
del nido vacío”, situación que afecta a las mujeres que se han dedicado en forma exclusiva a la
crianza de los hijos y a las parejas cuando no han desarrollado intereses comunes
independientes de sus hijos.
Ocurre algunas veces que las familias en esta etapa no actúan adecuadamente con respecto a
la autonomía de sus hijos. Unas, enfrentan disfuncionalmente la tarea que se les impone, sea
expulsando prematuramente a los hijos abierta o encubiertamente, o sintiéndose culpables de
fracaso al ser incapaces de haber retenido por más tiempo a los hijos. Otras familias igualmente
disfuncionales buscarán por todos los medios prolongar la dependencia, sobreprotegiendo al hijo
y ofreciéndole todo tipo de compensaciones para evitar su partida.
La tarea principal de esta etapa es permitir la partida de los hijos como resultado de un proceso
natural. El logro de esta tarea se relaciona con la capacidad que ha desarrollado la familia para
fomentar la individuación de sus miembros y con la calidad de relación de pareja de los padres,
en la medida que los hijos no son indispensables para mantener esa relación.
Más arriba se aludía al concepto nido vacío y éste se refiere a que la pareja empieza a quedar
sola por la partida de los hijos, pero el marido o ambos mantienen una vida laboral activa.
El principal desafío de esta fase pos parental es el redescubrimiento que tiene que ver, por una
parte, con la tarea conyugal de acercarse el uno al otro y renegociar una relación despojada del
rol de padres y, por otra, con el establecimiento de una relación entre padres e hijos que sea
capaz de soportar las modificaciones producidas por sus respectivos cambios de status. Sin este
renovado interés de cada uno de los miembros de la pareja por el otro, y sin un intento mutuo de
padres e hijos por volver a conectarse, el “nido vacío” puede ser corroído por la desesperación.
De este modo, la tarea del redescubrimiento se extiende al ámbito intergeneracional,
demandando que los padres e hijos vuelvan a invertir en sus relaciones y las puedan renegociar,
y asimismo los miembros de la pareja se pueden dar la oportunidad para readecuarse y
revitalizarse.
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La conjunción de tres generaciones
Esta etapa refleja la continuidad de la vida familiar. Mientras la familia de padres e hijos se
expande a tres generaciones, las relaciones familiares continúan teniendo significado, de modo
que las tres generaciones pueden recibir los beneficios de la continuidad generacional, al
compartir las tareas vitales, entre varias generaciones. En esta etapa, los padres y los hijos se
reconectan en nuevas formas que pueden ser muy gratificantes para todos, si bien los padres
ancianos inevitablemente enfrentan la muerte y los hijos la consecuente pérdida.
Para la generación de los viejos, la mayor tarea en esta etapa es ser coherentes con las
elecciones que han ido haciendo a lo largo de la vida, enfrentando las diversas pérdidas que
experimentan y la inevitabilidad de la muerte. La pareja anciana se une más en la medida que se
ayudan en su creciente dependencia, mientras hijos y nietos tratan de aprovechar este último
período, recuperar datos de la historia familiar y recordar los buenos momentos que han
compartido
El envejecimiento es un proceso complejo en el que influyen diversos factores. La forma como
las personas envejecen es afectada por la calidad de sus relaciones de pareja y de sus
relaciones familiares en general. Cuando se han experimentado grandes problemas en este
aspecto, o cuando sobrevienen problemas económicos o de salud, este período de la vida
familiar puede ser más difícil. Sin embargo, la mayoría de los ancianos viven con miembros de
su familia o cerca de éstos, y tienen un estado de salud que les permite cuidarse a sí mismos. El
ser abuelos es una gratificación importante para muchos, y el cariño de los hijos y los nietos es
más la regla que la excepción.
Para toda la familia, la tarea mayor es desarrollar una estrategia de ayuda mutua que impida la
desconexión generacional. Esta ayuda mutua debe ser lograda sin la pérdida de la dignidad,
procurando impedir la sensación de inutilidad que viven los ancianos y el consecuente deterioro
de la autoestima.
La vida en el contexto de las relaciones familiares tiene que ver con la adaptación al paso del
tiempo, a la separación y a la pérdida. Ello se refleja a través de los ciclos de vida familiar, en la
medida que una adecuada consideración significa aceptar los propios cambios, los cambios en
la pareja y en los hijos, modificándose progresivamente los estilos de relación acordes a las
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capacidades y limitaciones. Significa también aceptar la separación gradual y progresiva de los
hijos, quienes permanecerán sanamente vinculados con la familia de origen al incorporar en su
propia identidad los aspectos significativos de la identidad familiar. En la medida que el ciclo
transcurre, se va aceptando serenamente la propia finitud, llegando al término de la vida con un
sentido de integridad, que se prolonga en el tiempo en los propios hijos y a través de las
generaciones.
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comprometen aspectos de su desarrollo. Entre ellas, el consumo de alcohol, la sexualidad
precoz, la deserción escolar…Las conductas de riesgo tienen consecuencias negativas como un
embarazo precoz, accidentes, problemas con la ley…
Cabe señalar que el factor disfucionalidad familiar –ligado a separación de los padres,
antecedentes de tratamiento psiquiátrico de alguno de ellos y alcoholismo- en algunas
investigaciones muestra asociaciones significativas con el desarrollo de conductas de riesgo de
los adolescentes, tales como consumo de sustancias y conductas antisociales. También se
detectó en esos niños elevada frecuencia de maltrato infantil y abuso sexual.
Los factores protectores son aquellos que reducen la probabilidad de emitir conductas de riesgo
o de tener consecuencias negativas cuando se involucran en ellas. Se puede plantear que son
factores que atenúan o mitigan el impacto del riesgo en la conducta del individuo y que lo motiva
al logro de las tareas propias de la etapa del desarrollo que se encuentre. Los procesos
protectores tienen que ver con la manera cómo enfrentan las situaciones y cambios en la vida.
Estos mecanismos protectores ejercen su papel modificando la exposición al riesgo, la
participación en el mismo o reduciendo la probabilidad de reacción negativa resultante de la
exposición al riesgo.
Los factores protectores pueden considerarse como los recursos que tiene una familia para
enfrentar su desarrollo y eventos vitales. Son características, rasgos, habilidades, competencias,
medios, tanto de los individuos de la familia, de la familia como unidad y de su comunidad. Los
recursos pueden ser variados, desde los aspectos tangibles –como el dinero-, por ejemplo, hasta
intangibles –como la autoestima-. Los recursos personales que una familia puede utilizar para
satisfacer sus demandas son, entre otros, la inteligencia que les permite tener conciencia y
comprensión de los requerimientos, conocimientos y habilidades adquiridas en la educación,
rasgos de personalidad tales como el humor, la extroversión, la sensación de control sobre la
propia vida y la autoestima.
Los factores protectores de funcionamiento familiar más conocidos son la cohesión y la
flexibilidad, incluyendo aspectos tales como la confianza, aprecio, soporte emocional y respeto
por la individualidad. También las habilidades de comunicación en la familia son esenciales para
coordinar los esfuerzos del grupo en manejar las demandas internas y externas. Otro aspecto
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importante es la capacidad de la familia y de sus miembros para usar la red social,
constituyéndose esta capacidad en un recurso interno protector cuando las personas perciben la
existencia de redes y son capaces de activarlas.
Los factores protectores basados en la comunidad son aquellas características y competencias
de personas, grupos, e instituciones con las cuales la familia puede contar o acceder para
satisfacer sus necesidades. Esto incluye un amplio rango de servicios tales como los sistemas
de salud, educación, grupos religiosos, empleadores… así como las políticas gubernativas que
implementan programas de apoyo a la familia.
Los estudios de factores protectores relacionados con el funcionamiento familiar son más
recientes. Se ha visto como las características de cohesión, adaptabilidad y capacidad de
comunicación del sistema familiar constituyen variables protectoras en manejo de situaciones de
crisis o de estrés familiar. Se han realizado mediciones que demuestra que las familias que se
encuentran en dimensiones intermedias de cohesión y adaptabilidad, tendrán una mejor
respuesta frente a una crisis familiar que aquellas ubicadas en una posición extrema. Cabe
consignar a las “familias energizadas” que pueden ser descritas como aquellas que se
caracterizan por una organización flexible interna, poder compartido, autonomía de sus
miembros y un ambiente que apoya el crecimiento de sus miembros. Estas características
funcionales pueden ser consideradas como factores protectores de la familia. También la
literatura investigativa ha demostrado la importancia de las redes de apoyo social como
elemento protector de la salud y del manejo de situaciones de crisis y la familia puede
constituirse en la principal red de apoyo de las personas.
Una mirada y un recurso que incide en los factores protectores es la resiliencia. Se ha sostenido
que la resiliencia es la capacidad humana para sobreponerse a las adversidades e incluso ser
transformadora de ellas. La resiliencia favorece el manejo eficaz de los estresores, la capacidad
de proteger la propia integridad bajo presión, e incluso la capacidad para construir un
comportamiento vital positivo pese a circunstancias difíciles.
Se ha caracterizado la resiliencia como un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que
posibilitan una vida saludable viviendo en un medio enfermo, siendo un complejo proceso de
interacciones entre el niño su ambiente familiar, social y cultural. La resiliencia resulta de un
encuentro en un momento dado y de cierta forma, con experiencias que hacen que el organismo
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pueda superar los desafíos con éxito. Es decir, no es la evitación de las experiencias de riesgo
sino que influencias protectoras que han sido experimentadas en la vida de la persona y que
surgen cuando la persona enfrenta ciertos desafíos o riesgos.
Este mirada de la resiliencia parte de la premisa que nacer en la pobreza, así como vivir en un
ambiente psicológicamente insano, son condiciones de alto riesgo para la salud mental y física
de las personas. No obstante, investigaciones han señalado que porcentajes significativos de
familias pobres, con padres alcohólicos maltratadores, con enfermedades mentales serias u
otros problemas de salud, durante el período de crecimiento de los hijos, y que éstos últimos no
muestran carencias en el plano biológico ni psicosocial, sino que por el contrario, tienen una
adecuada calidad de vida. Entonces la posibilidad que las personas se impongan a la adversidad
se confirma que es algo factible. Si la personas hacen frente a la adversidad y la superan y aún
más son transformadas por ella, ahí se está en presencia de personas resilientes.
La resiliencia puede surgir y surge en contexto de disfuncionalidad familiar, pero hay algunos
factores psicosociales familiares que se asocian también con individuos resilientes: ambiente
cálido y de confianza, existencia de madres o sustitutas apoyadoras, comunicación abierta en la
familia, estructura familiar sin disfuncionalidades importantes, padres estimuladores y que
alienten la autonomía, modelos adecuado de roles y habilidades para la resolución de
problemas, buena relación con los pares, apoyo emocional, pautas de crianza claras.
La resiliencia abre las posibilidades de promover la generación de programas de intervención
psicosociales, que actúen en forma preventiva, fomentando los recursos de las personas, de
manera que al verse enfrentadas a situaciones adversas, cuenten con las herramientas
necesarias para la solución de los problemas.
La importancia del análisis de factores de riesgo y protectores de la familia es gravitante dada su
participación clave en la salud de los individuos. Además de identificar dichos factores, es
necesario descubrir cuales son los mecanismos y procesos protectores para la salud física y
mental. En el campo de la salud pública, la perspectiva de factores de riesgo y protectores es
actualmente prevalente, la cual orienta el reconocimiento de factores de riesgo y grupos de
riesgo para el desarrollo de estrategias de acción en los distintos niveles de prevención. Por otra
parte, la resiliencia atañe a aquellas condiciones que posibilita abrirse a un desarrollo más sano
y positivo a pesar de las condiciones de vida desventajosas. Esta mirada se centra en los
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mecanismos protectores del individuo, la familia y la comunidad que le permiten adaptarse
positivamente y/o sobreponerse a la adversidad.
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la homeostasis familiar que produce tensión en el sistema que persiste hasta que se satisface la
demanda; si esto no ocurre surge el estado de estrés. Hay básicamente dos condiciones que
dan origen a demandas: la ocurrencia de eventos estresantes (estresores) y la presencia
continua de tensiones.
Los estresores son sucesos que ocurren el curso de la vida, en un momento dado, y que
producen o que tienen potencialmente la capacidad de producir cambios en el sistema social de
la familia. Los estresores pueden ser normativos y son esperables como partes del ciclo vital
familiar: nacimientos, ida de la casa de los hijos, jubilación… o no normativos que corresponden
a eventos inesperados: muerte de un hijo pequeño, infidelidad conyugal, despido del trabajo …
Los estresores pueden ser clasificados en función de su impacto en la familia, reconociendo que
los efectos pueden ser distintos en los miembros de la familia y entre y una familia y otra.
Tensión es una condición de sentir preocupación asociada con la necesidad o el deseo de
cambiar algo, pero cuando la tensión está instalada, la exigencia es tratar de liberarse de ella.
Se puede afirmar que hay tres fuentes de tensiones; a) estresores previos no resueltos
adecuadamente quedando un residuo de tensión que es soportado por la familia a través del
tiempo (por ejemplo, una enfermedad crónica); b) los comportamientos asociados a roles que no
satisfacen nuestras expectativas y/o la de los otros (por ejemplo, una madre que desea estar
más tiempo con sus hijos y debe trabajar causándole una frustración en sus expectativas del rol
de madre, o una esposa infeliz por la incapacidad de su esposo de excitarla sexualmente,
produciéndose conflicto y generando tensiones asociadas con el rol sexual); y c) tensiones que
emergen del resultado de los ajustes familiares y de los esfuerzos de adaptación (la adopción de
un hijo). Los patrones que surgen para reestablecer la homeostasis, en ciertos casos, pueden
ser muy precarios en cuanto a la mantención del balance del sistema familiar y lograrse a costa
del desarrollo físico o psicológico de algún miembro de la familia (por ejemplo, padre alcohólico,
madre deprimida). Estos patrones estables, pero desadaptativos pasan a constituir
retroalimentación al sistema familiar, causando tensión.
Los estresores actúan con el estado de tensión y contribuyen a la percepción de la demanda de
una manera más clara. Cuando ocurre un nuevo evento estresor, a menudo exacerba las
tensiones existentes, haciendo a las familias más conscientes de ellas y aumentando las
demandas.
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Se pueden identificar las siguientes fuentes de estresores y tensiones :
- Necesidades de sobrevivencia individual y tareas de desarrollo de los miembros de la familia,
incluyendo necesidades biológica, psicológicas y sociales.
- Tareas de desarrollo y mantención de la familia. Estas exigencias a nivel familiar son
satisfechas gracias a las capacidades de los miembros individuales de la familia y de la
comunidad.
- Cambio en las condiciones sociales. Las comunidades y sociedades en que la familia vive
también cambian y muchas veces en forma impredecible. Cambios en los sistemas educativos,
en los sistemas de salud, o en el medio laboral afectan a la familia. Los cambios de roles del
hombre y la mujer, dada la mayor ambigüedad respecto de cuales son los comportamientos
esperado ha sido fuente de tensiones.
- Enfermedades agudas, crónicas o condiciones de discapacidad. Una enfermedad o daño en un
miembro de la familia es un estresor. La intensidad de la demanda dependerá de la seriedad y
cronicidad de la enfermedad. Las enfermedades crónicas y las condiciones de minusvalía
generan tensiones crónicas que se mantienen en la familia y forman parte del nivel de
demandas familiares.
La respuesta de la familia a cualquier estresor se comprende mejor en el contexto de las
múltiples demandas que confronta la familia en un momento dado. La familia prioriza demandas,
se acumulan otras y muchas veces son las pequeñas cosas de la vida cotidiana las que
terminan por provocar estrés. Hay una interacción permanente entre los estresores específicos y
la acumulación de tensiones que tiene la familia producto de los cambios del desarrollo,
cambios situacionales, culturales y sociales.
Este modelo habla de capacidades enfatizando especialmente los recursos y las conductas de
afrontamiento, es decir, lo que la familia tiene y lo que la familia hace frente a las demandas.
El tener claro los recursos de las familias normales, sanas, no vulnerables, resilientes y con buen
funcionamiento ha sido un tema que ha preocupado a la investigación sobre la familia. Además
de los recuros propios de los individuos que conforman la familia y los recursos sociales, se
pueden identificar recursos de la familia. Los más estudiados son la cohesión y la adaptabilidad,
incluyendo aspectos de la cohesión tales como confianza, aprecio, soporte y respeto por la
individualidad.
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La estructura familiar también se ha analizado como una fuente de recursos: los roles claros,
consistentes y las reglas acordadas, el liderazgo parental compartido y los límites
generacionales claros. Otro recurso frecuentemente identificado como importante es la
comunicación, destacando los mensajes claros y directos, comunicación afectiva y, congruencia
entre comunicación verbal y no verbal. Las habilidades de comunicación de la familia son
esenciales para coordinar los esfuerzos del grupo en manejar las demandas y para reducir la
ambigüedad de la situación, que es una de las condiciones que la hace estresante.
Se puede identificar rasgos de la familia sana, destacando la capacidad de juego, los rituales
familiares y sus tradiciones, las creencias religiosas y los valores claros.Hay algunas
características que contribuyen a los comportamientos sanos para la salud familiar: familias que
se comprometen en interacciones variadas y cotidianas entre ellos; familias cuyos esposos
tienen una relación caracterizada por roles igualitarios; miembros con lazos sociales con la
comunidad permitiendo mejores prácticas preventivas de salud (dieta balanceada, ejercicio,
visita regulares al doctor, higiene bucal…).
Se puede establecer que la familia es una red de intercambio de recursos y en que las
capacidades de afrontamiento son vistas como la acción para este intercambio.
Las conductas de afrontamiento pueden ser definidas como el esfuerzo específico de un
individuo o un grupo de individuos como la familia intenta reducir o manejar una demanda. Se
pueden considerar conductas específicas de afrontamiento, como también patrones más
generales de respuesta que pueden abarcar diferentes tipos de situaciones. Así, por ejemplo, se
ha visto que emerge como un patrón importante de afrontamiento dirigido a mantener la
integración familiar y la colaboración en las familias que tienen un hijo con una enfermedad
crónica. Los comportamientos familiares de afrontamiento constituyen conductas de resolución
de problemas coordinadas de todo el sistema, incluyendo esfuerzos complementarios de
miembros individuales de la familia que funcionan juntos como un todo.
Si pueden describir 5 maneras en que la familia puede desplegar comportamientos de
afrontamiento:
- Acciones directas para reducir el número y/o intensidad de las demandas. Por ejemplo, una
madre puede cambiar de trabajo para tener un horario que le permita cuidar mejor a sus hijos
pequeños.
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- Acciones directas para adquirir capacidades que no estaban disponibles para la familia. Por
ejemplo, capacitarse en un oficio para poder trabajar y tener mayores ingresos; aprender ciertas
técnicas para atender a un enfermo crónico.
- Mantener ciertos recursos de modo que puedan ser utilizados cuando las demandas
cambiantes lo requieran. Por ejemplo, mantener lazos sociales con el exterior que proveen
soporte emocional y de información, o realizar actividades familiares en conjunto para mantener
la cohesión.
- Manejar las tensiones asociadas con los eventos cotidianos es otra función necesaria de
afrontamiento debido al residuo inevitable de tensiones familiares. El ejercicio físico es un
mecanismo reconocido para manejar la tensión; el tiempo de recreación en familia, el humor
usado apropiadamente, y la expresión abierta de emociones y afecto son todas herramientas
para manejar el estrés.
- Las habilidades de afrontamiento implican evaluaciones cognitivas que permitan cambiar el
significado de la situación de modo de hacerla más manejable. Puede estar dirigida a la manera
que el individuo y la familia visualiza la demanda (por ejemplo, reducir la expectativa que se
tiene respecto al otro en el matrimonio); cambiar la percepción de los recursos disponibles (verse
a sí mismo o a la familia como capaz y competente, por ejemplo, los padres capaz de manejar a
sus hijos); visualizar qué es lo mejor que la familia puede hacer bajo ciertas circunstancias (por
ejemplo. Ver que lo mejor para una familia con una abuela que sufre una enfermedad de
Alzheimer es internarla en una casa de reposo).
La definición del estresor hecha por la familia se ha expandido al significado situacional que se
le da a las demandas y recursos que se tienen y, un segundo nivel que dice significación con el
significado global que construye la familia de acuerdo al esquema o filosofía familiar.
La ambigüedad para manejar una situación de estrés, junto con la incertidumbre que provoca
cualquier cambio, son aspectos que aumentan las tensiones. Se puede mencionar dos tipos de
ambigüedades que crean o exacerban las demandas: la ambigüedad social y la ambigüedad de
límites. La primera se refiere a situaciones estresantes en que no hay referentes claros de la
comunidad o sociedad respecto a qué hacer. Las situaciones sociales cambiantes donde las
normas antiguas o las maneras habituales de comportarse parecen ya no funcionar, genera
ambigüedad. Un ejemplo dramático en este sentido son las decisiones que debe adoptar una
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familia respecto a mantener o prolongar la vida de las personas dado los recursos tecnológicos
médicos actuales, provocando una serie de situaciones bioéticas muy complejas y ambiguas.
En lo que respecta a la ambigüedad de límites, ésta apunta a quienes son o no son miembros de
un sistema familiar, o quién ejerce qué roles y tareas dentro del sistema familiar, es fuente de
tensión. Esta es una tensión que puede asomar en las familias separadas y divorciadas y las
familias reconfiguradas, en que los niños sufren con la ambigüedad de los límites. ¿Es todavía
mi padre si ya no vive conmigo? ¿A quién debo hacerle caso, a mi padre biológico o a mi nuevo
“tío papá”?
Muchas de las tensiones intrafamiliares son producto de la discrepancia entre sus miembros en
relación a significados y comportamientos específicos. Esto es muy evidente con las familias
adolescentes, en donde se producen importantes discrepancias en torno a expectativas de
comportamientos,, roles y normas entre padres y jóvenes.
La experiencia de vivir en interacción permite la construcción de significados compartidos por la
familia que orientan sus experiencias internas y externas. A través del lenguaje, la familia
desarrolla un conjunto de afirmaciones compartidas e implícitas respecto a ellos mismos en
relación con cada uno, y de su familia y otros sistemas de la comunidad. Esta construcción de
significados compartidos, que representa la intersección del conjunto cognitivo de cada individuo
de la familia es lo que se denomina esquema familiar.
El esquema familiar es una orientación global que trasciende la experiencia individual y provee
un patrón de respuesta consolidado. Los significados son propiedad de la unidad “familia” que
incluye aspectos cognitivos de percepciones, imágenes e interpretaciones colectivas, producto
de sus interacciones, que orientan la conducta de sus miembros. Estos son significados son
complejos patrones compartidos e implícitos de cómo actuar entre ellos, de cómo compartir el
tiempo, espacio y experiencias de vida; cómo hablar y dialogar entre ellos compartiendo sus
experiencias.
En el nivel global, los significados se refieren fundamentalmente a dos constructos: la identidad
familiar, vale decir la definición que la familia hace de su estructura y funcionamiento, y a la
visión del mundo que la familia tiene, es decir, las orientaciones que tienen los miembros hacia
el mundo externo a la familia y cómo interpretan la realidad.
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Se puede afirmar que es importante el rol que juegan los rituales en la mantención del sentido de
familia y que ayudan a la identidad familiar y a su estabilidad en el tiempo. Igualmente, existe
cierta evidencia de que las familias poco ritualizadas pueden experimentar más disfuncionalidad.
Los rituales proveen una especie de ancla y un sentido de equilibrio cuando aparece un evento
estresante y se requiere un cambio en el sistema familiar.
Muchas familias se ven enfrentadas a demandas que requieren cambios de la estructura y
funcionamiento familiar –por ejemplo, el nacimiento o la muerte de un hijo, la incorporación de un
allegado, la separación conyugal…- y que el proceso de adaptación implica también un cambio
en la identidad familiar. Por supuesto, este es un proceso que requiere tiempo ya que la
identidad familiar como un significado compartido, es un constructo mucho más estable que la
definición situacional de un evento estresante.
El constructo visión del mundo de la familia es el nivel más abstracto de significados, haciendo
referencia a una visión compartida cabalmente por el conjunto de sus miembros. En algunos
estudios se ha recogido evidencia respecto de la relación entre la visión del mundo de la familia
y la salud individual de los padres. Entre otras variables, se encontró que el optimismo y la
religiosidad de la familia estaban positivamente asociados con una buena salud emocional de los
padres y que el locus o lugar de control que enfatiza el poder de los otros y la suerte estaba
negativamente asociada con salud emocional.
La visión del mundo de la familia tiene sus raíces en la cultura que ella forma parte. No obstante,
no determina exclusivamente la visión del mundo ya que familias que comparten el mismo
entorno cultural muestran variaciones, siendo influidas también por las experiencias de vida.
Para finalizar, dos puntualizaciones respecto del modelo descrito:
- Un aspecto fundamental del modelo es la identificación de familias en riesgo, vale decir,
familias con alto nivel de demandas en relación a sus recursos. Si el equipo de salud en atención
primaria tiene un control sistemático y regular de las familias, a veces conociendo de manera
relativamente exhaustiva la historia de algunas de ellas, está en mucho mejores condiciones
para determinar estrategias de intervención que permitan reducir el desbalance demanda-
capacidades llevando a la familia a un nuevo equilibrio.
- Este modelo abre una serie de temas de investigación relevantes para entender el proceso de
respuesta de las familias e individuos frente a los desafíos que se presentan a lo largo de la vida.
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Una de las preguntas más interesantes y aún no dilucidada es por qué algunas familias
desarrollan creencias y significados adaptativos y positivos, mientras otras no. Se requiere
mayor investigación en los diferentes niveles de significados en familias de otras culturas y de
diferentes raíces étnicas. También es importante realizar evaluaciones en el sistema familiar
como unidad, dado que el proceso de respuesta al estrés de sus miembros puede ser mejor
comprendido en el contexto de la interacción familiar. Estudios exploratorios de cómo se da este
proceso de adaptación también se requieren para implementar mejores programas de
prevención.
6.La perspectiva del empoderamiento de la familia
La perspectiva de las fuerzas o el empoderamiento propone que los recursos de las personas y
de sus ambientes, más que sus patologías y problemas, deberían ser el foco central del proceso
de ayuda a la familia. A diferencia de otros modelos que focalizan en la identificación y
erradicación de déficits y problemas, la perspectiva de las fuerzas focaliza en la propuesta de
que la ayuda puede proceder efectivamente de la identificación, uso y aumento de las fuerzas y
recursos en la persona y el medio ambiente. Por ello, la historia de las personas, familias, sus
narrativas que dan cuenta de la forma de cómo perciben su realidad, de cómo definen sus
necesidades, de cómo identifican los recursos necesarios para satisfacerlas, pueden conducir a
intervenciones que valoren las capacidades de las personas y que se centren en sus
potencialidades,
Las narrativas con que las personas acceden a los programas sociales construyen relatos
acerca de sus vidas, son con frecuencias desempoderantes porque reflejan la importancia que
asignan a sus problemas y su sensación de impotencia para enfrentarlos, impotencia que la
mayoría de las veces es reforzada por las instituciones que las atienden, cuando las ubican en
categorías que no entienden, como neurótico o bordelinde, o frente a las cuales se sienten sin
salida, como indigente y drogadicto.
Por el contrario, la perspectiva de las fuerzas se basa en la creencia de que las personas
pueden continuar creciendo y cambiando y que deben tener igualdad de acceso a los recursos.
La evaluación basada en los déficits cataloga al individuo como el “problema”. Por ejemplo
desde la perspectiva de las deficiencias, la persona que agrede o que maltrata, se convierte en
el problema. Las intervenciones por lo tanto se focalizan en qué es lo erróneo en la persona –por
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ejemplo, por qué agrede- reforzando la impotencia y culpabilidad que el sujeto de atención ya
está sintiendo. Al mismo tiempo, dicha intervención se da a partir de estructuras sociales y
económicas que no proveen oportunidades educativas, reforzando desigualdades en el acceso a
competencias desde la crianza. Asumir que la causa de que los problemas personales y sociales
es la deficiencia individual, tiene la consecuencia política de no focalizar en la estructura social,
en el sistema de valores sociales, sino en el individuo. La mayoría, si no todos los problemas
que se experiencian son el resultado de la manera en que está organizada la sociedad y cómo
están localizados los recursos para sobrevivir.
La definición de problemas que subyacen a muchas políticas y programas sociales enfatizan la
patología y el déficits individuales, ignorando las barreras estructurales. Los medios de prensa
proveen de muchos ejemplos de propuestas punitivas de legislaciones y políticas dirigidas a
jóvenes, a padres maltratadores, a niños en conflicto con la justicia, más que a proveer de
oportunidades de desarrollo. Todas estas propuestas están construidas bajo una definición de
problemas que culpa esencialmente a la víctima y son reactivas en términos emocionales, más
que basado en un análisis serio de por qué sucede lo que sucede.
Para superar estos énfasis en los déficits, se propone la perspectiva de la fuerza o del
empoderamiento, que básicamente busca otorgar poder a las familias y postula que quienes
deban trabajar con los problemas de la familia, creados por condiciones sociales adversas,
deben ser capaces de empoderar a las familias e influir en las instituciones y políticas que las
entrampan en una variedad de programas fragmentados que las tienden a limitar.
Si se quiere evitar la atomización del individuo por el peso de estructuras sociales opresivas, es
necesario el empoderamiento de las personas como central en ejercicio de las profesiones de
ayuda, y hacer apelación a las fuerzas de la persona usuaria como proveedoras del combustible
y la energía necesarias para dicho empoderamiento. El empoderamiento de los sujetos de
atención se caracteriza por dos dinámicas interdependientes e interactivas: empoderamiento
personal y social.
La dinámica del empoderamiento personal tiene conexión con el poder plasmador de la libertad:
la autodeterminación, donde las personas dan dirección a su proceso de ayuda, toman la carga
y el control de sus vidas, aprenden nuevas formas para pensar acerca de sus problemas, y
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adoptan nuevos comportamientos que les proporcionan más satisfacción. El empoderamiento
personal reconoce lo único de cada persona.
La dinámica del empoderamiento social reconoce que las definiciones y características de la
persona atendida no pueden ser separadas de su contexto y que el empoderamiento social está
relacionado con la oportunidad. El empoderamiento social reconoce que el comportamiento
individual es derivado socialmente y que la identidad está ligada a los demás quienes aportan
nutrientes a su desarrollo. La persona con empoderamiento social es aquella que tiene los
recursos y oportunidades para jugar un rol importante en su ambiente y en el modelamiento de
éste.
Una persona logra el empoderamiento personal y social simultáneamente. Para el sujeto de
atención, lograr este empoderamiento significa que los recursos y oportunidades se encuentran
a su alcance. La justicia social, incluyendo la distribución de los recursos de la sociedad, está
directamente relacionada con este empoderamiento personal y social.
La práctica con familias basada en el empoderamiento asume que el poder de la persona se
logra cuando escoge alternativas que le dan mayor control sobre las situaciones problemas y,
por ende, sobre su propia vida. Sin embargo, la práctica basada en el empoderamiento también
asume la justicia social, reconociendo que el empoderamiento y autodeterminación dependen no
sólo de que las personas escojan alternativas, sino de que también tengan acceso a alternativas
que escoger.
La fisonomía del poder
Cabe consignar que para empoderar es necesario conocer la dinámica del poder y cómo éste
opera en funcionamiento humano y social.
El poder es un fenómeno sistémico paradójico que funciona en muchos niveles en cada una de
las áreas de desenvolvimiento e interacción del ser humano. Entender esta dinámica ayuda a
enfocarse en la naturaleza sistémica del poder y del control en el comportamiento de las
personas, y a clarificar la relación entre los que no tienen poder y los poderosos de la sociedad.
Además este conocimiento contribuye a los profesionales de ayuda a entender las narrativas de
las personas respecto a su relación con los diferentes sistemas y su vulnerabilidad frente a
éstos, reforzando así la competencia del profesional en el desarrollo de estrategias para el
empoderamiento de personas y familias.
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Ei uso y abuso del poder influencian todas las interacciones humanas, incluyendo la relación de
los profesionales de ayuda con las familias. Aún así la discusión de las dinámicas del poder sólo
recientemente ha sido incluida en el discurso de algunas profesiones de ayuda.
El poder es un fenómeno sistémico que funciona a nivel individual, familiar, grupal y societal. En
el nivel individual interno, el poder se manifiesta en una sensación de maestría o competencia;
en el nivel interaccional, se manifiesta más bien en términos de predominancia; en los niveles
grupales y familiares, en términos de status, liderazgo, influencia y toma de decisiones; en el
nivel institucional, en términos de autoridad; y en el nivel societal, en términos de status grupal.
El poder o la falta de éste en un nivel afectan y es afectado por el poder de cualquiera de los
otros niveles. Así, el poder en el nivel interactivo se expresa en dominancia para generar
subordinación lo que lo sustrae de la igualdad, lo que a su vez va a repercutir de alguna forma
en otras esferas del poder. Los procesos sociales de estereotipar, discriminar y estratificar,
asignan valor a grupos de personas basándose en la raza, identidad cultural u otras
características distintivas, y luego crean estructuras que determinan un acceso diferente a
oportunidades, alternativas de vida y calidad de vida de ambos grupos: dominantes y
subordinados.
El poder puede ser definido como la capacidad de influir en función de los intereses propios las
fuerzas que afectan el espacio de vida o la capacidad de producir efectos deseados en otros. El
tener algún poder sobre las fuerzas que controlan nuestra vida es esencial para la salud mental.
Debido a que la impotencia es dolorosa, las personas tratan de evitar dichos sentimientos
comportándose de maneras que le dan la sensación de poder.
Se puede hipotetizar que los grupos que son mantenidos en una posición relativa de menor
poder, sirven como un mecanismo de de balance para los sistemas en que existen, como un
depósito de las tensiones, conflictos, contradicciones y confusiones entre los diversos sistemas.
Los hechos que refuerzan esta hipótesis son los siguientes: estereotipos negativos (entendiendo
que la estereotipación como mecanismo tiene el efecto de aliviar la tensión); la creación de
áreas para vivir donde grandes poblaciones viven rodeadas por ruido, vías de alta velocidad,
drogadictos y violencia, en contraste con áreas suburbanas donde las poblaciones minoritarias
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viven en relativa paz, estabilidad y seguridad; y políticas sociales que a la vez “ayudan” y quitan
poder a las personas pobres, a través de programas que culpan a la víctimas.
Los profesionales de ayuda necesitan entender cómo las personas perciben y responden a la
falta de poder. Por ejemplo, algunos grupos discriminados reaccionan a esta situación
comportándose en formas que los proveen de una sensación de poder. Muchas personas sin
poder usan considerables cantidades de energía luchando contra las proyecciones de quienes
tienen poder, que sugieren que los sin poder son incompetentes, tontos, locos, promiscuos
sexualmente o dependientes. Otros reaccionan a su falta de poder internalizando dichas
proyecciones y, consecuentemente, identificándose con los poderosos (llegando hasta a
sentimientos de odio a sí mismos); desconfiando (lo que es considerado por quienes tienen el
poder como paranoia); haciendo manifestaciones como paros y huelgas (lo que es considerado
por quienes tienen poder como un actitud agresiva); y oponiéndose o procurando ser
autónomos (lo que es considerado por los poderosos como obstinación y falta de cooperación).
Las personas que utilizan la dependencia como una respuesta a la falta de poder no
necesariamente desean ser dependientes; también puede ver la dependencia como una forma
de obtener poder a través de estar cerca de quienes lo tienen.
Las personas sin poder pueden también utilizar el humor, la astucia, la manipulación y la
violencia. En barrios especialmente deteriorados, las condiciones inhumanas de la vida diaria
pueden causar en algunas personas el desarrollo de comportamientos más astutos y
problemáticos de lo que podrían ser bajo otras circunstancias, entre los cuales está la violencia y
ella puede ser entendida como una adaptación negativa a su sensación de encontrarse en un
callejón sin salida.
Estos comportamientos, que necesitan ser entendidos por los profesionales de ayuda como
adaptativos y como respuestas paradojales a la falta de poder, son vistos como signos de
deficiencias e ignorados.
Los profesionales de ayuda también deben entender cómo las personas perciben el poder y
responden al tenerlo. Las personas y grupos con poder se sienten gratificados, competentes y
dominantes, comportándose de manera que ejercen influencia y control. Pero también están
sujetos a experimentar las desilusiones de la superioridad. Para sobreponerse a esas
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desilusiones, las personas con poder pueden evitar estar con los sin poder y pueden hacerse
intolerantes.
El conocimiento de éstas dinámicas del poder es importante para entender la heterogeneidad.
Permite clarificar el significado de la asignación de status dado a un grupo, el valor que la
sociedad le asigna y la forma en que dicho status influencia la relación entre personas de grupos
diferentes. Entender las dinámicas del poder también ayuda a focalizar en los poderes actuales y
potenciales de las personas tanto en los grupos sin poder como .en los grupos de los poderosos.
Además focalizar en las dinámicas del poder permite analizar las situaciones de las personas
cuya realidad las coloca en múltiples grupos oprimidos –por ejemplo, una persona que es pobre
de una minoría étnica y mujer-. También se pueden entender niveles específicos de privilegio y
opresión.
Entender cómo funciona el poder puede también facilitar el estar atento a uno mismo como
persona en el nivel individual. Dicho entendimiento es importante para sentirse bien con uno
mismo y en interacción con los demás. Tienen relevancia para quienes esperan abandonar sus
roles sin poder y para los que detentan roles privilegiados que también tienen que lidiar con
problemas que derivan del uso del poder.
Resumiendo esta perspectiva, se puede afirmar que promover el empoderamiento significa creer
que las personas son capaces de tomar sus propias elecciones y decisiones. Significa no sólo
que el ser humano posee la fuerza y el potencial para resolver sus propias situaciones difíciles,
sino que es capaz de aumentar su fuerza y así contribuir a la sociedad. El rol del profesional de
ayuda en la práctica es nutrir, animar, facilitar, estimular, posibilitar que el poder de la persona
emerja; señalar los recursos y poderes que se encuentran accesibles en los ambientes de las
personas; y promover la equidad y la justicia en todos los niveles de la sociedad. Para hacer
esto el profesional de ayuda asiste a personas y grupos a articular la naturaleza de sus
situaciones, identificar qué es lo que quiere, explorar alternativas para obtener esos deseos,
y alcanzarlos.
El rol del profesional de ayuda no es empoderar a las personas. Los profesionales de ayuda no
pueden empoderar a otros. Más que una minucia lingüística, la noción de que los profesionales
de ayuda no empoderan a otros, sino que ayudan a las personas a empoderarse, es una
distinción ontológica que construye la realidad experimentada tanto por el profesional como por
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la persona atendida. Asumir que un profesional de ayuda puede empoderar a otro tiene muy
poca base en la realidad. El poder no es algo que el profesional de ayuda lleve consigo para
distribuir. Las personas y las familias, no los profesionales de ayuda, tienen el poder que trae
cambios significativos en la práctica. Un profesional de ayuda es sólo un recurso humano con
entrenamiento profesional en el uso de recursos, que tiene la responsabilidad de facilitar el
empoderamiento de las personas y deseoso de compartir sus conocimientos de manera de
ayudar a las personas a conocer su propio poder, tomar el control de sus vidas y resolver sus
propios problemas.
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Conclusiones
Bibliografia
29 www.iplacex.cl
Covarrubias, P. ¿Crisis en la familia?, Santiago, Edición P.U.C.CH., 1983
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