Solórzano, "El Poblamiento de América", América Antigua

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Parte II

El poblamiento de
América

A
partir del descubrimiento del continente americano y de sus habitantes por los
europeos, y una vez que se demostró que las nuevas tierras no eran las Indias Orien-
tales, como lo afirmó Colón, se planteó el problema del origen de sus habitantes.
Al principio, predominó un criterio racista-aristotélico según el cual existían unos
pueblos superiores a otros. En esta línea de pensamiento, sobresalió uno de los máxi-
mos eruditos del Renacimiento español: Juan Ginés de Sepúlveda, a quien ya nos refe-
rimos. Este personaje argumentó, a favor de la tesis de la esclavitud de los indígenas,
el hecho de que no aparecieran nombrados en la Biblia y, por lo tanto, afirmaba que no
eran ni siquiera humanos. Fue, sin embargo, el punto de vista de la Iglesia Católica,
el que prevaleció. En 1512, el Papa definió tajantemente que los “indios” del Nuevo
Mundo descendían de Adán y Eva. Entonces, como el Jardín del Edén se encontraba
en el Viejo Mundo forzosamente los indígenas de América tenían que haber ingresado
de alguna forma en el nuevo continente. Es decir, el punto de origen de toda la huma-
nidad era el Paraíso terrenal y este se encontraba situado en el Cercano Oriente. Por lo

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tanto, los habitantes de América provenían del Viejo Mundo y de alguna forma, en los
antiguos tiempos bíblicos, ingresaron en el nuevo continente.
Inicialmente, la teoría más en boga planteaba que los indígenas americanos des-
cendían de una de las “tribus perdidas de Israel” de las que habla la Biblia. Pero otros
autores señalaron también muy diversos orígenes: griego, troyano, fenicio, romano,
egipcio, etíope, francés, inglés, galés, e inclusive se propuso que eran emigrantes del
continente perdido de la Atlántida.53
A finales del siglo XVI, sin embargo, surgieron autores que argumentaron que
los habitantes originales de América ingresaron en este continente por alguna parte
que unía al nuevo continente con el Viejo Mundo. Esta idea la planteó el jesuita José
de Acosta en 1590. Algunos años más tarde, en 1614, el inglés Edward Brerewood,
basado en observaciones de las tonalidades del color de la piel de los indígenas y en
las características culturales de los pueblos prehispánicos, concluyó que los indígenas
americanos parecían no tener similitudes con ninguna de las civilizaciones conocidas
del Viejo Mundo. Por el contrario, los encontró similares a los pueblos llamados “tár-
taros”, término poco preciso con el que se designaba a los habitantes del Asia central
y nororiental, a los que se consideraba de rasgos “bárbaros” y “rudos”. En su opinión,
había paralelismos en los rasgos culturales de ambos grupos de habitantes, razón por
la cual llegó a plantear, tal como lo había hecho el jesuita Acosta, la existencia de
una unión o puente de comunicación entre el extremo nororiental de Asia y alguna
parte del Nuevo Mundo.54
La idea básica de Brerewood, de que los indígenas de América se parecían más a
los habitantes de Asia que a los de cualquier otra región del Viejo Mundo, resultaría
ser acertada. No obstante, solo dos siglos más tarde, el sobresaliente naturalista de la
ilustración, Alexander von Humboldt, señaló la similitud de rasgos físicos entre los
americanos y los pueblos de “raza mongola”; es decir, los pueblos de Asia oriental que
los antropólogos denominan como grupos mongoloides, y que habitan los territorios
que se extienden en Asia, desde Siberia (al noreste) hasta el archipiélago de Indonesia
(en el sureste). Hoy, se considera que los indígenas americanos representan una rama
distinta e independiente del tronco asiático que emigró desde Siberia hacia el Nuevo
Mundo, en una época en que los actuales asiáticos orientales no habían desarrollado
aún muchos de los rasgos físicos que actualmente tienen.
La mayoría de los antropólogos están hoy de acuerdo en que los primeros ame-
ricanos salieron del Asia nororiental e ingresaron en el continente americano por la
zona del estrecho de Bering. No obstante, hay gran discrepancia sobre cómo llegaron
estos primeros pobladores y, en particular, cuándo lo hicieron. Las respuestas a ambas
preguntas se encuentran muy relacionadas.

53 Claiborne, Robert. (1994). Los primeros americanos (I), colección Arqueología de las Primeras Civilizaciones: Orígenes del
Hombre, Barcelona: Ediciones Folio, p.10.

54 Brerewood, Edward. (1614). Enquiries touching the Diversity of Languages and Religions through the cheife Parts of the World…,
London: Printed for John Bill.

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La antigüedad del ser humano en América

A finales del siglo XIX, los cálculos sobre la antigüedad de la humanidad en Amé-
rica eran muy fantasiosos e inclusive se llegó a afirmar que el Homo sapiens había tenido
su origen en la Patagonia argentina. Como reacción a la diversidad de estas fantasiosas
ideas, a principios del siglo XX, Alex Hrdlicka, del Smithsonian Institute, planteó que
las teorías sobre el origen del ser humano en América debían sustentarse con sólidas
pruebas. Es decir, encontrar huesos fósiles y utensilios sobre cuya edad fuera posible
llegar a tener una idea certera. Hrdlicka sostenía que todas las pruebas existentes a su
alcance lo habían convencido de que el ser humano arribó al Nuevo Mundo solo des-
pués de terminado el último período glacial. Es decir, cuando ya habían desaparecido
las grandes capas de hielo que en otros tiempos cubrieron gran parte de Norteamérica
e igualmente ya se habían extinguido los animales propios de dicha era glacial: los
grandes animales o megafauna.
Dado el gran prestigio de Hrdlicka, antes de la década de 1920 pocos arqueólogos
se aventuraron a proponer un poblamiento antiguo de América que se situara más
atrás de unas cuantas centurias antes de Cristo. Se suponía entonces, que los primeros
pobladores habían ingresado por el estrecho de Bering utilizando barcas, lo cual no era
una mala suposición dado que se tenían muchas evidencias de que para esa época había
numerosos pueblos costeros que las empleaban.
La antigüedad de la humanidad en América se revelaría por unos descubrimientos
que se hicieron conocidos en la segunda mitad de la década de 1920. Casi dos decenios
atrás, un hallazgo fortuito realizado por un vaquero afroamericano, George McJunkin,
en Nuevo México, mostró que, en realidad, el ser humano se encontraba presente en
América, al menos desde unos diez mil años atrás. Los huesos encontrados por este hom-
bre acucioso correspondían a un tipo de bisonte de gran tamaño, que se extinguió en los
años finales de la glaciación. Lo extraordinario fue que, junto a tales huesos, se encontró
la punta de sílex de una lanza que habría matado al bisonte gigante. Fue el paleontólogo
J. D. Figgins, director del Museo de Historia Natural del estado de Colorado, en Estados
Unidos, quien dio importancia a los huesos encontrados por McJunkin.55
Al principio, hubo gran escepticismo respecto de la existencia de puntas de sílex
junto con huesos de un bisonte que había vivido durante el período glacial. Sin embargo,
la visita de gran número de investigadores al sitio donde se realizaron los descubri-
mientos de las puntas de lanza de sílex y de los huesos de bisonte fósil, llevó a que
pronto, en el círculo de los arqueólogos, se aceptara que el ser humano había ingresado
en América durante el período glacial. En la década siguiente se encontraron, otra vez
en Nuevo México, en un lugar cerca del poblado de Clovis, unos yacimientos de huesos
de animales junto a puntas de proyectil. Como estas puntas de sílex se encontraban en
una capa geológica por debajo de otra donde se habían hallado las anteriores, se llegó a

55 Fiedel, Stuart J., óp. cit., p. 48.

El poblamiento de América | 53
la conclusión de que, según los cálculos geológicos, dichas puntas de proyectil eran aún
más antiguas, pues correspondían a unos doce mil años.
Al situarse tan atrás el poblamiento original de América, se planteó nuevamente
el problema de cómo fue llevado a cabo. Se logró comprobar que dicho poblamiento
ocurrió durante el final de la última glaciación y que la salida desde Siberia se realizó
algunos milenios previos al 12000 a. P.
Para esa época, el estrecho de Bering estaba formado por una masa terrestre que
unía a Siberia con Alaska. Debido a la concentración de agua en los casquetes de hielo
o glaciares que cubrían gran parte de la actual Norteamérica, el nivel del mar se encon-
traba alrededor de 60 a 90 metros por debajo de su nivel actual, lo cual era suficiente
para que una enorme masa de tierra, de unos 1.500 kilómetros de ancho de norte a sur,
se extendiera entre Asia y América.
Hoy se sabe que este extenso territorio, al que se le denomina Beringia, se cubrió
de una vegetación de tundra y de estepa, característica de Siberia. Tales paisajes arbó-
reos atrajeron a animales, los cuales emigraron desde Asia hacia América y viceversa.
De Siberia provenían el bisonte, el alce, el mamut, el caribú y el buey almizclero,
cuya mayor parte desapareció después de las glaciaciones. En sentido contrario habrían
emigrado entre otros, el zorro y la marmota americana. Debido a estos conocimientos,
las nuevas teorías del poblamiento de América planteaban que el hombre cazador de
esta época habría ingresado en Alaska desde Siberia y cruzado Beringia detrás de las
manadas de los grandes animales.56
En la década de 1930, quedó entonces demostrado que el poblamiento original de
América se había llevado a cabo en la época de las glaciaciones, pero aún era imposible
determinar la fecha exacta del ingreso. Fue solo a partir de fines de la década de 1940,
con el descubrimiento del método del carbono 14, que se pudo determinar la edad de
los hallazgos arqueológicos realizados en Nuevo México. Se llegó a la conclusión de
que las puntas encontradas en Clovis y en adelante bautizadas con dicho nombre data-
ban de unos 12000 años a. P. Se calculó que para llegar a la mitad del continente en
esos años, el ser humano tuvo que haber alcanzado Alaska hacia 15000 a. P., cuando
ocurría la última de las glaciaciones, llamada glaciación Wisconsin.
Años más tarde, nuevos descubrimientos arqueológicos hicieron que retrocediera
aún más en el tiempo la presencia del ser humano en América, lo que suscitó nue-
vas dudas sobre la manera en que este ingresó en el continente. Ciertos yacimientos
al ser sometidos a la datación, por medio del método del carbono 14, determinaron
antigüedades de hasta 29000 a. P. La datación establecida fue puesta en duda por los
arqueólogos conservadores, poco dispuestos a aceptar fechas de antigüedad anteriores
a las fijadas por las puntas de proyectil Clovis; es decir, circa del 15000 a. P. Además,
los argumentos por ellos planteados, de posibles contaminaciones de los sitios, que
pudieron afectar la datación por medio del carbono 14, se consideraron válidos.

56 Ibíd., p. 46.

54 | Parte II
A pesar de lo anterior, para un creciente número de arqueólogos, todos estos indi-
cios fragmentarios, aunque no resultasen concluyentes en forma aislada, al considerar-
los en conjunto permitían preguntarse si efectivamente el ser humano habría ingresado
en el Nuevo Mundo hace más de 25.000 años. En 1971, un nuevo descubrimiento vino
a respaldar a quienes comenzaban a plantear un origen de la humanidad en América
anterior a los 23600 a. P. Ese año se logró fechar un cráneo antiguo, encontrado en
1936, pero cuya datación solo pudo llevarse a cabo después de que se ideó un método
que requería de pequeñas muestras para fechar su origen. El llamado “hombre de los
Ángeles”, como había sido denominado este cráneo, procedía precisamente de esa
fecha. No obstante, quienes no aceptaron la validez de la prueba, argumentaron que
al encontrarse dicho cráneo tantos años embodegado en el museo, se alteraron sus
características esenciales.57
Otros estudios realizados en 1974, con unos huesos encontrados en California,
dieron la remota fecha de cuarenta y ocho mil años atrás como probable arribo del
hombre a las costas del Pacífico americano. No obstante, no muchos arqueólogos han
aceptado las conclusiones de quienes realizaron tales investigaciones. Si alguna vez se
llegase a aceptar plenamente esta hipótesis de poblamiento temprano, sería necesario
reformular completamente las teorías actuales y llevaría a plantear nuevas preguntas
sobre quiénes fueron estos primeros pobladores y cómo llegaron.

Fuente: adaptado de Rojas Rabiela, Murra (1999), p. 42. Elaborado por Álvaro Borrasé.

Figura 3. Ruta de los primeros pobladores de América.

57 Claiborne, Robert, Los primeros americanos (I), óp. cit., p. 15.

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En todo caso, la hipótesis de un poblamiento inicial hace veinticinco mil años es
hoy más aceptada que en décadas atrás, cuando no se creía la posibilidad de migracio-
nes previas a los 15000 a. P. Igualmente, pocos investigadores admiten una fecha de
ingreso anterior a los 40000 a. P. Por otro lado, hay unanimidad de criterio para afir-
mar que las aptitudes necesarias para atravesar una ruta ártica de extremo frío, desde
Siberia hacia Alaska, en plena época glacial, solamente las poseían los homínidos
modernos; es decir el sapiens sapiens, el cual, en esos años, comenzaba la colonización
del Viejo Mundo. Otros homínidos, como el Neandertal, carecían de tales capacida-
des, pues a pesar de que empleaban el fuego y usaban vestidos de pieles, no pudieron
adaptarse a los rudos y prolongados inviernos del extremo norte de Europa. Solo los
seres humanos modernos (sapiens sapiens) fueron capaces de desarrollar capacidades
inventivas que les permitieron sobrevivir en ambientes de extremo frío.
Hoy se plantea la hipótesis de un poblamiento de América en dos etapas: en una
primera, los humanos cruzaron desde Siberia a Alaska, atravesando el extenso paso
terrestre que las unía: Beringia. Se calcula que esta masa de tierra emergió de las aguas,
primero entre 36000 y 32000 a. P., y más tarde, entre 28000 y 13000 a. P. Tal como
señalamos, la enorme masa territorial llamada Beringia, emergió como consecuencia
de la concentración del agua en mantos de hielo que se formaron en América del Norte.
Esto permitió que en aquellos lugares donde los océanos tenían poca profundidad, el
fondo quedara expuesto y unieron el continente asiático con el americano.
Al tiempo que se formó Beringia como puente de unión entre Asia y América, dos
gigantescos glaciares cubrieron casi toda la América del Norte, situados uno al oeste (gla-
ciar Cordillerano) y otro al este (glaciar Lauréntido). Por lo tanto, una vez que el ser
humano alcanzó Alaska, cuyo paisaje era semejante al de Beringia (tundra y estepa), se
le dificultó enormemente su emigración hacia el sur, no solo por la formación de estos
gigantescos mantos de hielo imposibles de atravesar, sino porque también el descenso
bordeando la costa del Pacífico americano era casi imposible, dada la formación de hielo y
lo agreste del terreno. Prácticamente, desde el 20000 al 13000 a. P., una muralla de hielo,
de kilómetro y medio de altura, se extendió sin interrupción en el continente americano,
desde el Pacífico hasta el Atlántico, impidiendo de esa forma el paso hacia el sur.
Durante dos intervalos, situado el primero en algún momento entre 36000 y
32000 a. P., y el segundo a inicios del período entre 28000 y 20000 a. P., los mantos de
los hielos se redujeron, lo que dio lugar a la formación de un estrecho corredor de unos 40
kilómetros de ancho en algunos lugares (llamado corredor Mckenzie). Luego este corre-
dor se volvió a cerrar, no volviéndose a abrir de nuevo solo a partir del final de la última de
la edad de los hielos, hacia el 13000 a. P. En recientes excavaciones, en Lewisville (Texas)
y en otros yacimientos, han sido hallados raspadores y cuchillos de piedra, que según
estudios arqueológicos, poseen una antigüedad que se sitúa entre 35000 y 25000 a. P. De
esta manera, se pudo inferir que algunos de los primeros pobladores americanos tuvieron
la capacidad para soportar el extremo frío y otros rigores del Ártico de la edad del hielo,
en su desplazamiento desde Asia hacia Alaska y luego desde esta región hacia el sur de

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Norteamérica. En caso de que los desplazamientos ocurrieran al interior del continente,
estos solo pudieron tener lugar durante unos pocos milenios de años, cuando el corredor
entre ambos glaciares continentales se mantuvo abierto.
Faltan totalmente las pruebas directas de la llegada del hombre a América. Hay,
sin embargo, una serie de pruebas indirectas que sirve comparativamente para elaborar
hipótesis sobre el modo de vida de los primeros americanos. A partir de tales datos, se
pueden inferir las características de los grupos que emigraron desde Asia; también la
manera cómo sucesivas generaciones se adaptaron a la vida en condiciones árticas de
Siberia y, más tarde, a las extensiones de llanuras ondulantes y sin árboles característi-
cos de Beringia, cortadas a veces por montañas y con gran número de pequeños lagos.
Aquí, los grupos humanos tuvieron que realizar una nueva adaptación a un territorio
en su mayor parte anegado y en parte cubierto por musgos y líquenes. Había también
vastos trechos de tierra bastante firme, cubiertos por juncias y hierbas de poca altura.
Estos terrenos atraían a numerosas especies de animales entre ellos: el mamut, el jaguar
de dientes de sable, el equus (antecesor del caballo), el caribú y el lobo.
En los territorios de Siberia y en Beringia, los humanos se multiplicaron poco a
poco y, al cabo de diez o veinte generaciones, comenzaron a establecerse en lo que hoy
es Alaska. De esta manera, ingresaron en el continente americano, posiblemente sin
siquiera percibir que eran los primeros humanos en dichas tierras. Sucesivas genera-
ciones realizaron el mismo viaje poblando poco a poco las tierras de Alaska. Cuando
Beringia quedó inundada por la subida de las aguas, al término de la edad de los hielos,
los pobladores de Alaska quedaron separados de las tierras de sus ancestros en Siberia.
Posteriormente, un nuevo camino situado al sur de estas tierras se abrió entre las masas
de hielo de los glaciares. Este es el mencionado corredor del Mckenzie, por donde
–según una teoría– grupos de humanos iniciaron el largo y arduo viaje que los llevaría
hacia el corazón de la América del Norte.
Otra teoría, más aceptada recientemente, plantea que, una vez asentados en Alaska,
los humanos emprendieron el camino hacia el sur, tomando la ruta de la costa del Pací-
fico. Los hallazgos en una cueva localizada en la isla Príncipe de Gales, situada en el
sureste de Alaska, refuerzan este planteamiento. Anteriormente, se creía que esta área
había quedado completamente enterrada durante la última glaciación, pero se ha detec-
tado que plantas y animales vivían en el área y por lo tanto era una zona adecuada para
los humanos. El arqueólogo James Dixon, junto con otros colegas, sugieren que el ser
humano pudo haber ingresado en América desde Asia por medio de botes que bordearon
hielos y tierra. Esto mismo lo realizaron hacia el sur, una vez instalados en Alaska.58
En la cueva mencionada anteriormente, los arqueólogos encontraron un esqueleto
humano de hace unos diez mil quinientos años y los análisis realizados determinaron que
su dieta había sido principalmente a base de mariscos. Esto se considera una evidencia de
que ya para dichos años existía una cultura marítima en pleno desarrollo a lo largo de las

58 Parfit, Michael, “Hunt for the First Americans”, en: National Geographic, (December 2000), pp. 40-67.

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costas del Pacífico de Alaska. Estas poblaciones con sus botes eran capaces de contornear
los glaciares que se prolongaban hasta el mar. Hoy, se acumulan las pruebas de que los
primeros humanos utilizaron botes, tal como se ha detectado en unas islas en California,
en las Islas del Canal, donde unos pocos huesos humanos fueron desenterrados en la isla
de Santa Rosa, cuya datación dio la cifra de 13000 a. P. Estos son considerados como uno
de los restos humanos más antiguos hallados en el continente americano.
Dada la gran diversidad cultural y física de las poblaciones que los europeos encon-
traron en América, anteriormente se creía que se habían producido sucesivas oleadas
de inmigrantes durante un extenso período, ya que no podía aceptarse que unos pocos
grupos de inmigrantes con una sola cultura fuesen capaces de generar tal cantidad
de diversidad cultural y de rasgos físicos entre los pueblos americanos. Pero estudios
comparativos han podido determinar que en solo doscientos cincuenta siglos, pueblos
que provienen de una sola familia extensa pueden dar lugar a pronunciadas diferencias
culturales y físicas. Actualmente, estudios genéticos y lingüísticos refuerzan la idea de
que unas pocas oleadas migratorias fueron capaces de provocar el total poblamiento de
los ambientes aptos para la supervivencia humana en América. Este poblamiento se
llevó a cabo con rapidez. En general, se acepta que los pueblos que los europeos encon-
traron en América, descendían de un relativamente pequeño número de antiquísimos
primeros pobladores, quienes llegaron durante un lapso muy corto.
Antes se pensaba que la mayoría de las innovaciones tecnológicas de los pueblos
americanos correspondía, en realidad, a aportes realizados por el Viejo Mundo, los
cuales fueron traídos por las sucesivas oleadas de inmigrantes. Pero, en la actualidad,
son abundantes las pruebas que confirman que muchas de las creaciones culturales
indígenas, incluida la agricultura y las puntas de proyectil encontradas en Folsom y
Clovis, en Nuevo México, fueron en realidad innovaciones realizadas independiente-
mente por los pueblos americanos.

El paisaje americano durante el poblamiento de América


Poco se sabe del marco ecológico existente en el momento en que el ser humano
penetra en América, durante el Pleistoceno. La zona más estudiada ha sido Nortea-
mérica. El paisaje de tundra (que se caracteriza por el predominio de musgos y líque-
nes), fue más restringido de lo que se pensaba. Se ha detectado la existencia de cinco
regiones diferenciadas: 1. área de glaciares en Canadá; 2. región de tundra en Alaska
y Beringia; 3. zona de praderas de gran extensión en Estados Unidos; 4. región fría
y semiárida, con extensas estepas loésicas (de limo muy fino), al norte de Kansas y
Minnesota y en los estados actuales de Iowa e Illinois; 5. áreas de bosques cerrados de
coníferas, en los estados atlánticos y la zona limítrofe de los Apalaches.
El paisaje anterior varió radicalmente con el cambio climático de los últimos años del
Pleistoceno, el interestadial Two Creeks, que ocurrió entre el 12800 y el 11500 a. P. En

58 | Parte II
el suroeste de Estados Unidos se produjo una escasez de la vegetación, al ser sustituidas
grandes masas de bosques por una vegetación semiárida, con abundantes espacios abier-
tos. Hacia el 11500-10000 a. P., hubo una nueva variación climática en la etapa final del
Pleistoceno, llamada el recrudecimiento de Valders, que produjo algunos cambios en el pai-
saje americano. Sin embargo, en gran parte de Norteamérica persistió el bosque, el cual
se extendió a través de las áreas que iban quedando libres de hielo al acelerarse el proceso
de deshielo. Se iniciaba así el cambio climático que conduciría hacia la etapa geológica en
la cual nos encontramos actualmente, el Holoceno, cuando los muy diversos paisajes de
América adquieren las características que, grosso modo, se mantienen hasta la actualidad.
En relación con el paisaje predominante en los años correspondientes al pobla-
miento americano, en la fase geológica del Pleistoceno, se conoce más sobre la fauna
que sobre la flora, gracias a la conservación de los restos óseos de los vertebrados. Pero
el estudio de la fauna americana del Pleistoceno es aún bastante incompleto, compa-
rado con lo que se sabe de la fauna europea. En todo caso, se acepta la migración de
animales desde Asia hacia América, entre ellos estaba el buey almizclero, el mamut,
varios tipos de bisonte y el antílope saiga. Otros animales, como el rinoceronte lanudo,
no pasaron. Además, otras especies de gran importancia para la economía de los ame-
ricanos, pueden ser consideradas como autóctonas, tales como el mastodonte, el equus,
el tapir, el ciervo, el camelops, el megaterio, entre otras.
Algunos de estos animales fueron desapareciendo del ámbito americano al final de la
edad de los hielos, como consecuencia de las transformaciones del panorama vegetal. En
algunos casos, la acción humana apenas influyó en la desaparición de la fauna pleistocénica.
Así, por ejemplo, el buey almizclero y el mamut, propios de los ambientes de estepas frías,
y el mastodonte oriundo de los lugares más temperados cubiertos de bosques, se vieron
afectados por el cambio climático. Entre el 13000 a. P., y el 10000 a. P., durante la transi-
ción hacia el Holoceno, son muchas las especies o subespecies que dejaron de existir en el
panorama americano. Luego, entre el 10000 a. P., y el 7000 a. P., se extinguieron las espe-
cies que habían sido las principales presas de los cazadores especializados americanos, tales
como el mamut, el caballo americano o equus, el tapir gigante, el camello, una variedad de
llama y otra de bisonte, entre otros. No obstante, algunos animales permanecen en Amé-
rica unos mil años más. Entre estos, una variedad de mastodonte y otra de bisonte.59
En todo caso, se considera que hace unos once mil años, más de dos tercios de los
animales que existían en América antes del ingreso de los humanos, ya habían desapa-
recido. Una investigación publicada en Science en el año 2001, llevada a cabo por John
Alroy, de la Universidad de California en Santa Bárbara, llegó a la conclusión de que:
“el crecimiento de la población humana y la caza desembocan casi invariablemente en
grandes extinciones masivas”.60

59 Ramos Gómez, Luis y J. Blasco Bosqued, Concepción. (1988). Poblamiento y Prehistoria de América, Madrid: Anaya, Biblioteca
Iberoamericana, pp. 20-21.

60 “Cacería indiscriminada extinguió a grandes animales”, en: La Nación (San José de Costa Rica), junio 2001.

El poblamiento de América | 59
La propia acción de los glaciares ha borrado todas las posibles huellas que hubie-
ran permitido reconstruir tanto los cambios en el paisaje como sus efectos en la
fauna. Se está lejos de conocer con precisión la evolución del paisaje paleolítico en
América y por ello hay serias contradicciones en la interpretación de los pocos restos
que han llegado hasta nosotros.

La dispersión y adaptación
de los humanos en América

Una vez que el ser humano se encontró en territorio americano, en Alaska, su


dispersión hacia el sur pudo haber tomado tres distintas rutas: a) por el corredor con-
tinental o Mckenzie, situado en medio de los casquetes de hielo que cubrían la mayor
parte de Norteamérica (Lauréntido y Cordillerano); b) por la costa del Pacífico, des-
cendiendo con barcazas hacia California y de allí al resto del continente; c) circunva-
lando, al norte, los gigantescos glaciares para alcanzar el océano Atlántico y desde ahí
iniciar el descenso hacia el sur, siguiendo la costa.
Hoy, la segunda hipótesis es generalmente más aceptada. Establece el desplazamiento
de grupos humanos por la costa del Pacífico, cuyo escenario habría sido el siguiente:
A comienzos de la última glaciación, las cordilleras del oeste de Norteamérica, hasta
el extremo sur de la Sierra Nevada, en el sur de California, estaban cubiertas de hielo
glacial. Los grupos humanos se habrían confinado en el oeste del sistema montañoso
formado por la cordillera de las Cascadas y la Sierra Nevada. Durante el período de la
última glaciación, algunos aventureros pudieron abrirse paso hacia la cuenca del Colum-
bia y la llanura del río Snake, y otros pudieron haber cruzado por el sur de las Sierras
hasta el desierto de Mojave, pero es muy probable que la mayoría haya permanecido a lo
largo de la costa del Pacífico y en los valles de los ríos más pequeños, dentro de los ecosis-
temas productivos tradicionales que durante mucho tiempo ocuparon sus antecesores.
La mayor parte de los sitios costeros que datan de la última glaciación se encuen-
tran hoy sumergidos en la plataforma continental. Aquellos que no lo están yacen
enterrados en los depósitos aluviales de los ríos o en otros contextos geológicos. Se
han localizado en San Diego, justo al norte de la frontera mexicana, y en el desierto de
Mojave, sitios con características que los señalan como los primeros lugares ocupados
por los humanos, pero la mayoría de los arqueólogos profesionales piensan que debe
existir un error en la evidencia hasta ahora encontrada.61
En las islas del canal del sur de California, el levantamiento tectónico ha preser-
vado concheros (sitios de desechos de alimentos marisqueros) con depósitos fechados

61 Historia General de América Latina, volumen I: Las sociedades originarias. (1999). Rojas Rabiela, Teresa y Murra, John V., direc-
tora y codirector del volumen, publicado por la UNESCO-Editorial Trotta, p. 47.

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en más de diez mil años. En estos sitios se han encontrado núcleos simples de piedra,
lascas sin retoque y sin ninguna modificación y solo unos pocos cuchillos tallados por
ambos lados. Además, en medio de basureros de conchillas que contenían toneladas de
desechos de comida, se encontraron restos de fogones. Pareciera que los primeros cali-
fornianos dependían, principalmente, de recursos marinos y sus descendientes desa-
rrollaron posteriormente múltiples adaptaciones a las condiciones prevalecientes en las
áreas costeras: recogían crustáceos y pescaban en estanques de marea o en estuarios
poco profundos, utilizando redes, arpones o nasas. Emplearon embarcaciones simples
como canoas o balsas de juncos, desde las cuales se zambullían para atrapar peces o
desde las que pescaban con sedal.
En Ecuador y Centroamérica, hacia el 9000 a. P., las investigaciones sugieren que
ya existía una población que había adoptado las dos grandes tradiciones de fabricación
de puntas de proyectil, la Clovis, característica desde Norteamérica hasta Panamá, y
la cola de pescado, presente en toda América del Sur. La distribución de las puntas de
proyectil encontradas, hace pensar que los habitantes de Centroamérica desarrollaron
técnicas especiales para cazar fauna de gran tamaño, entre las que se incluían las puntas
de proyectil bifaciales con las que experimentaron y adoptaron al resultar efectivas.
Se generalizó la caza alrededor de las costas de los lagos y en los ecosistemas de pra-
deras abiertas, tales como los páramos altos. Ello explicaría la escasa presencia de puntas
tempranas en las áreas de las tierras bajas arboladas de Centroamérica. Una explicación
alternativa sugiere que los primeros centroamericanos se dedicaron a la caza de grandes
animales utilizando puntas acanaladas, y luego se trasladaron rápidamente a través de
Centroamérica hasta llegar a la cordillera andina, donde la caza era más abundante.62
En Panamá, se determinó que la talla de puntas de proyectil bifaciales desapareció
hacia alrededor del 7000 a. P., puesto que en dichos años había bosques densos por
todas partes y por ellos no podían desplazarse las grandes manadas de herbívoros. No
obstante, en Guatemala, en el sur de México, y probablemente también en Costa Rica,
se continuó utilizando puntas de proyectil en las áreas abiertas de las regiones monta-
ñosas donde sobrevivían aún algunos animales de caza.

El Paleolítico inicial americano:


los más antiguos indicios

El primer horizonte cultural americano es resultado de la presencia en el Nuevo


Mundo de grupos humanos que cruzaron Beringia procedentes de Asia durante la
glaciación Wisconsin. Como vimos, se plantean migraciones por vía marítima, aunque
hasta hace poco, se privilegiaba la hipótesis de migraciones por vía terrestre. Se acepta

62 Ibíd., p. 50.

El poblamiento de América | 61
también que el ingreso del ser humano en América fue consecuencia del proceso de
dispersión de determinados grupos humanos establecidos en Asia Central.
Los restos que han llegado hasta nosotros no permiten trazar las vías de pobla-
miento del continente, a partir de Beringia. Algunos sostienen que hacia el 25000 a. P.,
y 22000 a. P., ya habían llegado inmigrantes a la región centroandina, pero otros no
lo aceptan y consideran que los primeros pobladores americanos no lograron traspasar
tan fácilmente la gran barrera montañosa y de hielos del occidente de Norteamérica
durante las glaciaciones.
En lo que respecta a los restos humanos correspondientes al período pre Clovis o
de prepuntas de proyectil, hay gran escasez, por lo que existe una gran dificultad para
la reconstrucción anatómica de los primeros pobladores de América. En todo caso,
algunos consideran que al ser pocos los emigrantes, se debió producir un aislamiento
que permitió una adaptación a las condiciones reinantes en los territorios que ocupa-
ron. Fue así como ocurrió una diversificación de rasgos físicos y una diferenciación
con respecto a los asiáticos que originalmente llegaron. Pero aún son desconocidas las
características de los primeros pobladores y no hay datos sobre su posible evolución
biológica en la mayor parte del período Paleolítico.63
Son contradictorios los restos culturales que en teoría corresponden a los primeros
estadios del Paleolítico del Nuevo Mundo, lo que hace difícil su comparación con los
diversos estadios del Paleolítico del Viejo Mundo. Lo que sí resulta evidente es que
estos restos pertenecen a grupos con actividades de subsistencia poco especializadas.
En Norteamérica se han encontrado numerosos hallazgos, pero los resultados de las
investigaciones han sido muy polémicos. Los hallazgos situados más al norte se ubican
en los valles de los ríos Yukón y Old Crow, en un lugar teóricamente poco apto para el
desarrollo de la vida humana, en especial en la época de los glaciares. En todo caso, no
se puede descartar la posibilidad de una temprana presencia humana incluso en regiones
muy inhóspitas como el extremo septentrional de América. Pero más restos han sido
hallados al sur de los casquetes de hielos, en territorio estadounidense. En la región de
California fueron encontrados conjuntos de herramientas fechados entre el 23000 a. P.,
y el 15000 a. P., pero continúa el debate sobre si se deben aceptar o no. En el resto de
Norteamérica, no es muy diferente el panorama pues algunos señalan fechas aún más
antiguas. En todo caso, la mayoría de los conjuntos no rebasa los 14000 años a. P., y
varios investigadores afirman que las poblaciones de tradición pre-puntas de proyectil
llegaron a convivir en el tiempo, con los primeros fabricantes de puntas de proyectil.
Para el área mesoamericana y el resto de Centroamérica se carece de hallazgos
arqueológicos correspondientes a este período. En cambio, para Suramérica sí se han
logrado diversos hallazgos. En la década de 1970, los resultados obtenidos por dichas
investigaciones llevaron a remontar la fecha de inicio del Paleolítico suramericano.
Excavaciones llevadas a cabo en el Valle de Ayacucho y en la cueva de La Pulga,

63 Ramos Gómez, Luis J., y Blasco Bosqued, Concepción, óp. cit., pp. 29-31.

62 | Parte II
arrojaron una datación de los restos a 20000 años a. P. Las investigaciones realizadas
en esos años por Gordon Willey, concluyeron que una tradición cultural, de origen
norteamericano, caracterizada por el trabajo unifacial sobre lascas, mediante una
técnica de percusión poco cuidada, se desarrolló en Suramérica hacia el 12000 a. P.
Esta cultura del trabajo de la piedra se asoció con el desarrollo del tallado de la
madera y el hueso, aunque escasean los restos de objetos fabricados con estos, dada
la rapidez de su degradación.
El investigador estadounidense, Richard MacNeisch, ha definido en Suramérica
dos horizontes previos al desarrollo de las puntas de proyectil. Uno en Ayacucho, lla-
mado Cultura de útiles de lasca, fechado entre el 25000 a. P., y el 16000 a. P., y otro
posterior, localizado originalmente en la misma región, denominado Cultura de uten-
silios sobre lámina de piedra y hueso, correspondiente a los años entre el 16000 a. P., y el
12000 a. P. Esta cultura se extendió hacia el norte hasta la costa ecuatoriana, y hacia el
sur hasta la costa central de Perú.
No hay acuerdo respecto de la aceptación de los dos horizontes correspondientes
a una etapa previa al período de puntas de proyectil. Algunos piensan que más bien
se trata únicamente de industrias relacionadas con un determinado sistema económico
poco especializado de aprovechamiento intensivo de diversos recursos, pero sin nin-
guna connotación cronológica. Es decir, consideran que ambos horizontes son con-
temporáneos del período de puntas de proyectil.
El siguiente período corresponde al desarrollo de la industria lítica de puntas de
proyectil o puntas Clovis y sí es aceptado por la totalidad de los investigadores, aunque
difieren en cuanto a su cronología. Desde el punto de vista de la técnica del trabajo de la
piedra, a este periodo se le compara con el Paleolítico superior euroasiático pues, de igual
manera, se caracterizó por desarrollar una industria realizada sobre lascas laminares, de
retoque bifacial, asociada a grupos de economía especializados en la caza de animales de
gran tamaño o megafauna; por lo tanto, este período se conoce como Paleoamericano.
Los arqueólogos han encontrado pruebas abundantes del efecto mortífero de las puntas
Clovis, incrustadas en los restos de mamut que fueron presas de los cazadores. Caracte-
rísticamente, las puntas tienen de 10 a 12 centímetros de largo y son casi simétricas. Las
superficies están adelgazadas cuidadosamente para aumentar su poder de penetración.
Varios investigadores señalan que las condiciones climáticas de finales del Pleis-
toceno favorecieron la generalización de un modo de vida especializado en la caza de
megafauna. El aumento del frío permitió el desarrollo de una vegetación esteparia de
herbáceas, con abundantes espacios abiertos en los que podía desenvolverse la vida de
grandes especies de animales, como el mamut, el bisonte, el camélido, entre otros.
Con respecto al Viejo Mundo, los cazadores especializados estuvieron desfasados,
tanto cronológicamente como en los tipos humanos. Desde el punto de vista temporal,
en América la caza especializada solo se da a partir del 15000 a. P., en tanto que en
Europa se remonta a los homínidos anteriores al ser humano moderno. Por otro lado,
en cuanto a los tipos humanos, América solo fue poblada por la especie del sapiens

El poblamiento de América | 63
sapiens moderno, en tanto que en el Viejo Mundo hubo homínidos neandertales e
incluso otros grupos que les precedieron (v. gr. el Homo antecesor, de Atapuerca en
España), todos ellos homínidos, antecesores de los humanos modernos, pero ya fabri-
caban instrumentos de piedra.
Hay numerosos restos humanos que datan de circa de 12000 a.P., asociados a restos
culturales que se enmarcan en el Paleoamericano o estadio de las puntas de proyectil,
propio los cazadores especializados en América. En su mayor parte, proceden de Esta-
dos Unidos, aunque también se han encontrado huesos en otros sitios más meridiona-
les, tales como el llamado hombre de Tepexpán o los controversiales restos de Lagoa
Santa, en Brasil. Muchos de los sitios donde se han encontrado puntas de proyectil se
ubican entre los 12000 a. P., o los 10000 a. P., y son contemporáneos de la megafauna
existente en las etapas finales del Pleistoceno.

Características de las herramientas


de piedra en Norteamérica, Mesoamérica y Suramérica

La especialización de los humanos en la caza de megafauna dio lugar al desarrollo


de la fabricación de puntas de proyectil. Predominó una técnica que se ha denominado
“retoque de peladura”, con la que se modifican una o dos caras de las piezas. Estas pre-
sentan también una típica acanaladura central o aflautado, que recorre una zona más o
menos prolongada de la parte inferior de la punta de proyectil, lo que la hace singular
del resto de las puntas de proyectil utilizadas por otros grupos de cazadores de la época.
Se considera que la acanaladura central constituye el desarrollo de una tradición estric-
tamente americana, al margen de influencias externas.
Algunos suponen que los primeros colonizadores del continente americano fabri-
caban objetos de piedra poco especializados y que fue en América donde se fabricaron
las primeras puntas con las características anteriormente señaladas. Varios estudiosos
plantean que el origen de la producción de puntas de proyectil ocurrió en Alaska, como
consecuencia del aislamiento que se impuso al principio la glaciación. Luego, desde la
península de Alaska, la técnica se extendió al resto de América. No obstante, otros
plantean que el origen se sitúa más bien en el Asia central, donde se habría originado
la técnica de la acanaladura, entre el 25000 a. P., y el 15000 a. P.
En Estados Unidos se han encontrado unas puntas de proyectil a las que se consi-
dera antecesoras de las puntas aflautadas o con acanaladuras. Tienen puntas de forma
oval o cercana a ella. El retoque bifacial las asemeja a las puntas aflautadas, por lo que
se ha considerado que constituyen un tipo de puntas de proyectil precursor de la punta
con la típica acanaladura.

64 | Parte II
En la imágen se apre-
cian diferentes formas de
puntas de proyectil que
van desde las foliáceas
hasta las acanaladas.

Puntas plano
Fuente: adaptado de Silva (1987) pp. 16,28. Elaborado por Álvaro Borrasé.

Cascade Folsom Clovis

Figura 4. Puntas de proyectil de los cazadores del período


paleoamericano.

El poblamiento de América | 65
A las precursoras puntas de proyectil se les ha clasificado en dos tradiciones, siendo
la primera la llamada Old Cordilleran. Esta es poco conocida, debido a su indefinición
cultural, tipológica y cronológica, a pesar de que recientes hallazgos han proporcionado
nuevos datos. Se les ha encontrado junto a útiles de más tosca ejecución, por lo que supone
que fueron utilizadas por una población que dependía para su subsistencia de la caza y la
recolección. Este tipo de puntas de proyectil ha sido localizado en la zona de las montañas
Rocosas y en el oeste de Estados Unidos. Las dataciones realizadas en los yacimientos de
estas regiones corresponden a fechas que se sitúan entre el 13000 a. P., y el 11000 a. P.
Otros sitios descubiertos más recientemente en el extremo occidental de Nortea-
mérica, se considera que son más antiguos con dataciones correspondientes a 15000
años a. P. Las puntas de proyectil procedentes de estos sitios es posible que constituyan
una variante de la tradición anterior y se les ha llamado puntas de pedúnculo. Las más
antiguas de estas puntas, datadas por medio del método de la hidratación de la obsi-
diana, corresponderían a fechas situadas entre los 15300 a. P., y los 12450 a. P.64 Por otro
lado, ejemplares de puntas de proyectil encontrados en el yacimiento de Dry creek, en el
extremo noroccidental de América, corresponden a esta misma tradición. Fue esta una
región que tuvo ambiente de tundra o estepa durante el Pleistoceno, con predominio de
herbáceas que sirvieron de pasto a especies como el bisonte, el caribú y el equus.
Puntas de proyectil que se considera pertenecen a las primeras tradiciones de esta
industria lítica, también han sido encontradas en México, en el Valle de Tehuacán y en
el extremo noreste de este país, en Tamaulipas, así como en Belice y Guatemala. La
datación de estas puntas corresponden a los años situados entre 15000 a. P., y 10000 a. P.
Estas puntas de proyectil se considera que fueron predecesoras de estilos que luego se
difundirían en América del Sur.
Otras puntas de proyectil derivadas de las anteriores y que corresponden a lo que se
ha llamado el período de la lasca, son el buril y las puntas ovaladas, las cuales han sido
encontradas en el yacimiento de El Jobo, en Venezuela, junto a restos óseos de fauna ya
extinguida. El Jobo fue fechado entre 14000 a. P., y 10000 a. P. Otros sitios con puntas
de proyectil se han encontrado en el Perú, en el sitio Chivateros y en Laguna de Tagua
Tagua en Chile Central. Las dataciones por medio del carbono 14 han dado la cifra de
13000 a. P., para los restos hallados en este último sitio.
Desde un punto de vista técnico, las puntas de proyectil anteriores, englobadas
en su conjunto en la tradición Old Cordilleran, fueron elaboradas exclusivamente por
medio de la percusión. El sistema de presión se desarrolló en América solo a partir de
una etapa avanzada, correspondiente a la segunda etapa precursora de las puntas de
proyectil, la llamada tradición de Las Llanuras, la cual parece tener su antecesor en el
estadio de las puntas ovaladas o bipuntas que le precede cronológicamente.65

64 Ibíd., pp. 46-54.

65 Ibíd., pp. 55-56.

66 | Parte II
Esta segunda tradición, en la evolución de las puntas de proyectil, está representada
por el llamado complejo de Las Llanuras, el cual se subdivide en la secuencia Llano, Folsom
y Plano, que comprende toda una evolución técnica y formal, que va desde la utilización
exclusiva de una técnica de percusión, altamente perfeccionada, hasta el empleo de un tra-
bajo de presión. Se trata de una industria de útiles fabricados por comunidades de cazado-
res especializados en la captura de un reducido número de especies mayores, combinada
con la recolección de animales y de vegetales, en algunos casos de carácter muy selectivo,
por lo que se derivan otra serie de operaciones, tales como la trituración de semillas o
de otras partes vegetales. De allí que se encuentren estas puntas de proyectil asociadas a
molinos o manos de moler, que requieren de la técnica del pulido de la piedra.
Es difícil reconstruir el sistema de vida de quienes realizaban esta industria de
puntas acanaladas, pues los yacimientos en su mayoría eran lugares de caza o zonas
de destace de las presas y no sitios de habitación. Se desconocen lugares de hábitat
o lugares de fabricación de puntas de proyectil que permitan hacer conjeturas sobre
otras de sus actividades. Hay investigadores que plantean que tales grupos humanos se
encontraban organizados en segmentos, cada uno de ellos dedicado a diferentes acti-
vidades. En tanto unos cazaban, otros recolectaban o pescaban. Probablemente, había
una división sexual del trabajo. Los instrumentos empleados por cada uno de estos
segmentos probablemente eran diferentes, con una forma especializada, adecuada a la
función que realizaba cada uno de los subgrupos o segmentos en que se dividían los
grupos humanos, pero solo se conservan las puntas de proyectil de piedra.
En relación con las puntas de proyectil del tipo o tradición de Las Llanuras, su primera
fase, la cultura Llano, se subdivide a su vez en dos subtipos: las puntas Sandía y Clovis. La
primera debe su nombre al sitio Sandía, localizado en Nuevo México. Fabricada en hueso
y en piedra, tiene una longitud de 6 a 9 cm, es de forma ovalada, con la base convexa; fue
trabajada con técnica de retoque bifacial por medio de percusión; estas puntas de proyectil
se han encontrado en Arizona y en Nuevo México. Se asocian al bisonte fósil, al mamut, al
mastodonte, al camelops, al equus y al tapir. En general, las dataciones realizadas sobre estas
puntas con el método del radiocarbono, no rebasan la antigüedad de los 13000 años a. P.
En cuanto a la punta de proyectil Clovis, es esta la más típica del complejo Llano,
con su forma lanceolada, con los laterales tendientes a ser paralelos; por lo general,
mide entre 12 y 6 centímetros de longitud. Elaborada bajo la técnica de percusión,
presenta un trabajo bifacial de peladura. Tiene una acanaladura con un máximo de un
tercio de la longitud de la pieza. Este aflautado puede aparecer, de manera indistinta,
en una o dos caras. Este tipo de puntas se encuentra con más frecuencia en zonas bajas,
casi pantanosas, siendo escasas en lugares de estepas herbáceas. Las puntas Clovis han
sido halladas en gran parte del continente americano y su estilo fue el que más que se
generalizó. Es decir, la tradición Clovis es continental, a diferencia de las que le prece-
den, las que tuvieron un área de difusión más limitada.
Las especies de animales más estrechamente vinculadas a la punta Clovis, son:
mamut, equus y bisonte fósil. Las puntas Clovis han sido fechadas en 12000 a. P., y

El poblamiento de América | 67
10000 a. P. A partir de esta última fecha, comienzan a desaparecer como consecuencia
de la extinción del mamut, la presa más cazada con este tipo de puntas.
El mamut a veces era cazado gracias a la participación de varios grupos o bandas
que se unían para realizar esta tarea. Era frecuente la caza por medio de la provocación
de estampidas de rebaños de mamut, orientados a que se despeñaran por un farallón.
Otro método de cazarlos era encauzarlos, por medio de distintas tretas, hacia los pan-
tanos, con el fin de que quedaran atascados en las aguas cenagosas.
Las bandas constituían el núcleo básico de la organización social y se les ha dado
las siguientes características: no poseían las instituciones que se aceptan como nor-
males en las sociedades actuales; carecían de una sola base de residencia; la tierra era
empleada colectivamente por todo el grupo en lugar de dividirse entre subgrupos o
individuos; no había especialización económica excepto por edad y sexo; todos los
individuos capaces debían buscar alimento; no había instituciones formalizadas, tales
como leyes, policía, tratados para resolver los conflictos entre bandas o en su interior.
Se les describe a menudo como igualitarias pues no existía la estratificación social for-
malizada. Tampoco hubo liderazgo hereditario, ni un monopolio institucionalizado de
la información o de toma de decisiones.
La célula básica (económica, política, cultural-identitaria) estaba constituida por
una familia extensa, integrada por unas quince personas. No significa que todos los
miembros de esta banda fuesen iguales en cuanto a prestigio o toma de decisiones.
Igualitario se entiende como liderazgo informal, adquirido por medio de cualidades
tales como personalidad, fortaleza, inteligencia y destreza en la lucha.66
Circa del 10000 a. P., la Tierra entró en la fase final del Pleistoceno e inició la etapa
geológica del Holoceno. Hubo en el continente americano una mayor desecación de
extensos territorios, lo que obligó a los cazadores especializados a dirigirse hacia las
regiones más septentrionales de Norteamérica, tras los animales que migraban hacia
latitudes más al norte para escapar de las subidas térmicas.
La desaparición del mamut como fuente esencial en la dieta de los seres humanos
en los inicios del Holoceno, dio lugar a que en Norteamérica, a la tradición Clovis le
siguiera un nuevo estilo de fabricación de puntas de proyectil, denominado tradición
Folsom, debido a que el primer yacimiento encontrado con puntas de proyectil de este
tipo, se localiza cerca de esta población en Nuevo México.
El descubrimiento de la primera punta de proyectil del tipo Folsom se llevó a cabo
entre los años 1926 y 1929. El sitio arqueológico se excavó siguiendo criterios cientí-
ficos. Se calculó que databa de hace unos 11000 años. Como dijimos, el desarrollo de
estas puntas es posterior a las de Clovis. La mayor modernidad de las Folsom se pudo
constatar por el hecho de que no aparecían asociadas a los animales cazados con las
puntas Clovis. La punta Folsom es más pequeña que la Clovis, solo alcanza unos 5
centímetros y se considera que probablemente debía usarse con un mango o soporte.

66 Diamond, Jared. (1997). Guns, Germs, and Steel: The fates of human societies, New York – London, W. W. Norton & Company,
pp. 268-269.

68 | Parte II
Estas puntas de proyectil tienen base cóncava, a veces con alerones y cuando tienen
acanaladura esta se extiende casi por toda la longitud de la pieza, por ambas caras.67
Pero lo más interesante es la cantidad de otros utensilios que aparecieron junto a las
puntas Folsom: cuchillos, raederas, perforadoras, así como otros útiles, como macha-
cadores y molinos. Entonces, lo más significativo del período de las puntas Folsom fue
el gran desarrollo del trabajo del hueso y del asta.
Las puntas de proyectil Folsom se asocian a la caza del bisonte fósil, el cual se
mantuvo en las extensas praderas del oeste norteamericano luego de la extinción del
mamut, el equus, y el camelops, la megafauna predilecta de los cazadores de la tradición
Clovis. Como los bisontes solo pudieron sobrevivir en los ambientes característicos del
área de la Gran Llanura, las puntas Folsom se difundieron principalmente en dicha
área. Algunos yacimientos indican que se practicaba la cacería durante determinadas
estaciones del año. Se ha planteado también la existencia de una protodomesticación
de estos animales, debido a que se han hallado restos de lo que se considera fueron
cercos o corrales. Los yacimientos con puntas Folsom se han localizado en los estados
de Colorado y Nuevo México, e igualmente en México y en Centroamérica. También
se les ha asociado con algunas tradiciones regionales de Suramérica.
En todo el continente americano, circa del 10000 a. P., se produjo una cierta regiona-
lización, de manera que conforme las puntas Clovis desaparecieron, se fabricaron otras
de carácter más local, probablemente debido a las diversas adaptaciones por parte de
distintos grupos humanos, a las condiciones específicas de los diferentes ecosistemas.
En Suramérica, a la etapa que corresponde a las últimas culturas paleolíticas se la ha
llamado Cultura especializada en puntas bifaciales, la cual abarca desde 11000 a. P., hasta el
8000 a. P., aproximadamente. Entre las puntas de proyectil más representativas, se encuen-
tran las llamadas puntas de cola de pescado y las foliáceas. Estas últimas son más tardías.
Las puntas de cola de pescado son las más representativas del período final de caza
de grandes animales en Suramérica y su elaboración ha sido fechada entre 9000 a. P., y
6000 a. P. Se caracterizan por un ancho pedúnculo engrosado en el extremo final y por
su acanaladura particular; se les considera una derivación de las puntas Clovis. Estas
puntas cola de pescado dejan de producirse cuando desaparecen las grandes especies de
animales características de la era de los hielos. Se han encontrado puntas de proyectil
tipo cola de pescado en el Perú y en Ecuador, aunque con más frecuencia se han locali-
zado en el extremo sur del continente.68
Las llamadas puntas foliáceas se han encontrado en yacimientos que datan de entre
8000 a. P., y 7000 a. P., asociadas en ocasiones a la fauna actual o a la que predomina
en los inicios del Holoceno. A diferencia de las puntas de proyectil cola de pescado, las
foliáceas no poseen acanaladura. Muchos consideran que eran fabricadas utilizando las
técnicas de percusión y presión. Miden entre 5 y 10 centímetros de longitud y de 2,5 a

67 Ramos Gómez, Luis J., y Blasco Bosqued, Concepción. óp. cit., p. 64.

68 Ibíd., p. 68

El poblamiento de América | 69
1,5 centímetros de ancho. Con frecuencia aparecen con otro utensilio característico de
los yacimientos donde predominan esas puntas de proyectil: el cuchillo bifacial.
La tradición de puntas foliáceas corresponde a un grupo de cazadores especializados
del hemisferio sur del continente americano. Los principales yacimientos arqueológi-
cos relacionados con tal tradición son: Lauricocha, Chivateros, El Jobo y Ayampitín.
A partir del estudio de las puntas de proyectil, se ha hecho una nueva interpreta-
ción del período de los cazadores de megafauna en Suramérica. De acuerdo con esta,
los primeros humanos penetraron el subcontinente en una fecha tan temprana como
20000 a. P., ingresando desde el istmo de Panamá. Disponían de un acervo técnico
poco especializado y rápidamente se adaptaron a los distintos ambientes que ocuparon,
desarrollando así distintas tradiciones culturales derivadas de los diferentes modos de
vida impuestos por la diversidad ambiental.
Unos grupos se adaptaron al ambiente tropical de tierras bajas, donde mantu-
vieron un utillaje poco especializado, con lascas unifaciales, útiles hechos a partir de
guijarros, aunque su material preferido fue la madera y se dedicaron básicamente a la
recolección de raíces y semillas de plantas. Otros grupos se instalaron en ambientes
menos lluviosos, con espacios abiertos de praderas, como los que existen actualmente
en Venezuela. Desde aquí, posteriores grupos se dispersaron hacia el sur, cruzando los
Andes y llegando hasta el extremo meridional del continente.
Los que ocuparon las praderas de Venezuela, iniciaron una especialización en la caza
de grandes especies, lo que los llevó a la necesidad de fabricar puntas de proyectil de forma
foliácea (fechadas entre 16870 a. P., y 14730 a. P.). Por último, otros grupos se adaptaron
a mayores alturas, a ambientes de sabana abierta, donde se especializaron en la captura de
tres especies: mastodonte, equus y ciervo, tal como se desprende de dataciones provenien-
tes del yacimiento de Tibitó, localizado cerca de Bogotá, que da la fecha de 11740 a. P.69
La diversidad de recursos del bosque tropical en Centroamérica, permite pensar que
en ciertas regiones pudieron haberse desarrollado modos de vida diferentes a los caracte-
rísticos de los cazadores de grandes animales. A la par de estos habría grupos humanos
especializados en la recolección marina o uno mixto de recolectores de plantas y cazadores.
Se han encontrado artefactos paleoamericanos diferentes a las puntas de proyectil para la
caza de grandes animales, propios de la explotación de recursos de las selvas tropicales,
como las nueces brasileñas, frutos de palmas y toda clase frutos de legumbres harinosas.
Con el paso hacia el Holoceno, el clima se volvió más caliente y más lluvioso,
parecido al clima actual. Al desaparecer los grandes animales y al desarrollarse
la explotación de los sistemas vegetales, se pasó hacia un modo de vida recolector
especializado.
Resumiendo, puede afirmarse que los primeros americanos procedían de Asia y que
descendían de las poblaciones de Homo sapiens sapiens, humanos anatómicamente moder-
nos. No se tienen pruebas concluyentes de que las migraciones se hayan realizado a través

69 Ibíd., p. 69.

70 | Parte II
de Beringia o a lo largo de las costas del Pacífico, desde Siberia, bordeando las costas de
Beringia hasta Alaska. Pero fuese por vía terrestre o en botes que bordearon la costa, los
humanos lograron alcanzar la Tierra del Fuego en el extremo meridional de América. No
fue este un viaje directo, sino que hubo retrocesos y desplazamientos laterales conforme la
gente fue ocupando nuevos territorios y adaptándose a los diferentes ambientes.
Respecto a la fecha de ingreso de los primeros americanos, aún continúa el debate.
Hasta hace poco no se aceptaba un poblamiento previo a unos 11500 a. P. Sin embargo,
las nuevas generaciones de arqueólogos consideran que el ingreso de las primeras olea-
das migratorias pudieron haber ocurrido quizás hasta hace unos 50000 años. Pero no
hay todavía pruebas concluyentes.
Es probable que los primeros humanos hayan emigrado a América en distintas
épocas y empleando diferentes rutas. Entonces, fueron utilizados, tanto la vía costera
como los pasos terrestres por el interior del continente. También es probable que los
grupos humanos que desarrollaron la tradición cultural de las puntas de proyectil Clo-
vis, hayan sido contemporáneas de grupos de población con otras tradiciones cultura-
les y distintos modos de vida del de la cacería de megafauna.
Posiblemente transcurrieron varios milenios, antes de que los humanos alcanzaran
la Tierra del Fuego y ocuparan la mayor parte de las regiones habitables del continente
americano. Alrededor del 10500 a. P., el Nuevo Mundo se caracterizaba por la gran
diversidad cultural de sus poblaciones. Sin duda, con el surgimiento de ambientes más
temperados hacia el 12500 a. P., se produjeron avances culturales y sociales en muchas
regiones. Para entonces, los pueblos americanos habían alcanzado el umbral social,
cognitivo y técnico, así como las habilidades organizacionales que producirían la diver-
sidad cultural propia del Pleistoceno tardío y sentarían las bases para el desarrollo de
sociedades más complejas después del 10000 a. P.70

El arte de los grupos cazadores


Al igual que en el resto de los continentes, las manifestaciones artísticas surgieron
también en América, aunque resulta difícil conocer sus orígenes y su desarrollo exacto.
Sabemos que el desarrollo artístico está íntimamente ligado al Homo sapiens sapiens y
por ello corresponde al Paleolítico Superior. En América, los indicios apuntan a que las
primeras manifestaciones artísticas fueron obra de los cazadores especializados del esta-
dio de las puntas de proyectil, pero pocos son los ejemplos correspondientes a esta etapa
que se han conservado hasta nuestros días. En realidad, la mayor parte del arte prehis-
tórico americano ocurrió ya en pleno Holoceno y en fechas relativamente recientes. Sin
embargo, la mayoría de las representaciones rupestres (en cavernas y rocas) pertenecen
a pueblos que continuaron viviendo de la cacería, una vez extinta la megafauna.

70 Dillehay, Thomas D. (2000). The Settlement of the Americas: A New Prehistory, New York: Basic Books, pp. 281-287.

El poblamiento de América | 71
En América, el arte prehistórico queda reducido al arte parietal, ejecutado en las
paredes rocosas de cuevas y abrigos naturales, o bien, sobre piedras simples situadas
al aire libre. Se destacan dos técnicas: el grabado y la pintura, aunque está ausente el
relieve. Predomina el grabado, ejecutado con los más diversos instrumentos: estiletes,
dedos y objetos gruesos. La pintura tuvo un empleo más restringido, por lo general,
figuras monocromas en las que se delimita la silueta. El color se obtenía a base de tintes
naturales de origen mineral u orgánico; los tonos más frecuentes empleados eran el rojo
y el negro, aunque no faltan figuras blancas, amarillas o crema.
En las primeras manifestaciones, hay una interpretación naturalista, pero luego se
da una estilización que desemboca en el esquematismo y la geometrización. Es una evo-
lución semejante a la ocurrida en otros desarrollos prehistóricos. En América, las mani-
festaciones artísticas más antiguas se han relacionado con cazadores especializados del
período Paleoamericano final: alces, mastodontes, bisontes; todos ellos junto a figuras
de manos y pies, realizados en positivo o negativo, en los que se utiliza la pintura.
Los yacimientos más antiguos con manifestaciones artísticas se encuentran en la
región de los Grandes Lagos, en Estados Unidos, fechados antes del 10000 al 9000 a. P.,
justo en el milenio en que desaparecen los animales representados en las pinturas. Otra
región de Norteamérica donde se conservan pinturas paleoindias es la Baja California;
allí se encuentra una serie de refugios en las rocas, ornamentados con figuras de manos
humanas y animales.
En Suramérica hay también evidencias del más primitivo arte americano, en espe-
cial, en la región andina. En los Andes centrales se encuentran los yacimientos de
Toquepala y Lauricocha, ambos en el actual Perú. Son frisos decorados con escenas de
caza de especies fósiles. La fecha para Toquepala correspondería a circa del 9500 a. P.
La Patagonia, en el extremo sur del continente, es la región que ha proporcionado
un mayor número de yacimientos que contienen manifestaciones artísticas con una
secuencia más completa; a la primera fase se le ha llamado Estilo I o negativo. Esta corres-
ponde a grupos de cazadores cuyos yacimientos se han fechado en torno al 10000 a. P.
La temática se asemeja a la de otras partes de América: manos completas o mutiladas,
tanto en pintura positiva como negativa y también representaciones de animales de
carácter naturalista. La segunda fase es el Estilo II, que corresponde al 4000 a. P. Se
trata de composiciones de danza ejecutadas con una concepción realista de las figuras
humanas y animales. A partir de esta etapa, el arte de la región evolucionó hacia un
claro esquematismo que desembocó, finalmente, en la geometrización.71

71 Ramos Gómez, Luis J., y Blasco Bosqued, Concepción, óp. cit., pp. 70-73.

72 | Parte II

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