El Ciego de Nacimiento
El Ciego de Nacimiento
El Ciego de Nacimiento
Juan comienza el capítulo 9 diciendo: “Mientras pasaba Jesús, vio a un hombre ciego de
nacimiento, y sus discípulos le preguntaron diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus
padres, para que naciera ciego?”.
Es importante notar el detalle de que Jesús vio a un hombre necesitado. Los discípulos
vieron una pregunta teológica. Jesús de Nazaret de inmediato va a encarar el tema.
Yo me pregunto: “¿Qué es lo que vio el Señor Jesucristo?”. Vio un hombre, y de inmediato
su corazón se enterneció al darse cuenta de la tristeza de ese hombre que había sido
ciego desde su nacimiento.
Toda su vida la había pasado en la oscuridad absoluta. Nunca había visto los colores de
un amanecer, ni las tonalidades rojizas de un atardecer. Nunca había visto el color verde
de los árboles ni el azul del cielo. Nunca había visto el rostro de su padre, madre o
hermanos. Todo el mundo exterior solamente lo podía conocer por el tacto, el oído o lo
que sus amigos le decían.
Al ver a este hombre, Jesús sin duda percibió más que cualquier individuo. Él sabía la
historia y miseria de este hombre. Como Hijo de Dios, él no necesitaba la información que
los seres humanos podían darle. Por supuesto que cualquiera al verlo sabría que era un
ciego por su posición y aspecto. Cuando los discípulos se enteran de que este hombre
nació ciego, en vez de sentir compasión por su tristeza de tantos años, sus pensamientos
se desvían al plano de la discusión teológica. Si este nació ciego, solamente hay dos
posibilidades, dicen ellos: o él pecó o sus padres pecaron. Si sus padres pecaron, habrá
sido un pecado muy grave que tienen muy oculto dado que ni ellos ni los familiares tienen
una buena explicación. Quizás lo han tapado tan bien que nadie lo sabe. Pero si
consideramos la otra posibilidad que la pregunta de los discípulos plantea, es que este ha
pecado antes de nacer. ¿Qué pecado podrá este hombre haber cometido antes de nacer
que haya sido tan grave? Es que ¿de dónde sacaron los discípulos que los hombres
pecan conscientemente antes de nacer? Sin duda que todos somos pecadores y las
Escrituras lo dicen muy claramente (Ro 3:23): “porque todos pecaron y no alcanzan la
gloria de Dios”. Está bien claro que somos pecadores no solamente por cometer pecados
sino por el hecho de pertenecer a la raza adámica caída. De nuevo Pablo lo expresa en
(Ro 5:19): “Porque como por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron
constituidos pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos serán constituidos
justos”. Aquí la obediencia de uno se refiere a la obediencia perfecta del Cordero de Dios,
el Señor Jesucristo.
En el versículo 3 Jesús responde: “No es que éste pecó, ni tampoco sus padres. Al
contrario, fue para que las obras de Dios se manifestaran en él”. Quizás habían pasado
más de veinte o treinta años desde que este hombre había nacido y, sin duda, muchas
veces se debió haber preguntado lo que en esta situación cada individuo se pregunta:
“¿Por qué me pasó esto a mí?”. Y aquel día Jesús de Nazaret le respondería a este
hombre de una manera definitiva y categórica, demostrada con un milagro.
Versículo 4: “Me es preciso hacer las obras del que me envió, mientras dure el día. La
noche viene cuando nadie puede trabajar”. Los egipcios dirían que el sol es la luz del
mundo. Los griegos dirían que la verdad filosófica es la luz del mundo; pero aquel día un
hombre de Nazaret dijo estas palabras imperecederas: “Yo soy la luz del mundo”. Y como
él es la luz, le va a dar la visión a este hombre privado de luz.
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Como Creador de todo lo que existe, él es el que hizo la luz. “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue
la luz”. En Malaquías él es el Sol de justicia que en sus alas trae sanidad (Mal 4:2). En el
monte de la transfiguración su rostro resplandeció más que el sol. Pero en la cruz del
Calvario fue rodeado de tinieblas. En (Ap 1:16) lo vemos de nuevo como aquel cuyo
rostro es como el sol cuando resplandece en su fuerza.
Con su respuesta el Señor Jesús establece que este sufrimiento crónico que tiene el
hombre debido a su ceguera de nacimiento no es el resultado de un pecado particular. De
inmediato declara inocentes de toda culpa a sus padres: “Ni éste pecó ni sus padres”.
Muchas veces sucede que alguien tiene en la familia un enfermo con un padecimiento
crónico, quizás un Síndrome de Down. Algunas personas alrededor pueden sospechar
que esto es el resultado de alguna falta de sus padres. Por supuesto que la gran mayoría
de las veces esto no es así. El Señor en su infinita sabiduría, que nosotros no podemos
entender, permite que cosas así sucedan.
Pero lo que excede mi comprensión es la última parte de la frase: “fue para que las obras
de Dios se manifestaran en él”. Alguien me dirá: “¿Va a decirme usted que este hombre
había sufrido la ceguera durante toda su vida con el propósito de que cuando Jesús de
Nazaret pasara por allí pudiera demostrar el poder de Dios?”. Bueno, nos parece quizás
aterrador el pensar que muchos años de la vida de este hombre los pasó allí en plena
ceguera, simplemente dejando transcurrir la vida. Pero también les diría cuántos músicos
han practicado con su instrumento día y noche, en largas veladas de estudio, para poder
tocar en la orquesta sinfónica una parte muy difícil que sólo dura pocos minutos; para no
volver a interpretar esa partitura una sola vez más en su vida. Y ellos le dirían que vale la
pena. ¡Qué distinto sería si pudiéramos ver la historia desde el punto de vista que Dios la
ve! Observamos, en primer lugar, que la historia del ciego ha sido incluida en el Evangelio
de Juan. ¡Qué privilegio para este hombre del que ni siquiera sabemos el nombre, que la
historia de su vida esté registrada en el canon sagrado! Pero hay algo más. La historia de
este hombre a través de las edades ha sido de tremenda bendición a miles y miles.
Muchos se han convertido al Señor Jesucristo leyendo esta historia maravillosa.
Y para los miles y millones de creyentes en la historia de la iglesia, ¡qué bendición ha sido
el saber que el sufrimiento del hijo de Dios no es en vano; y que Dios tiene un propósito
en nuestras vidas, y él está sentado en el trono y sabe todo lo que sucede! Su perfecto
plan va a cumplirse a su debido tiempo.
Quiero insistir una vez más, en que este concepto es realmente extraordinario. El Señor
nos muestra cuáles de las cosas que suceden de este lado de las nubes pueden tener un
propósito determinado desde la eternidad. Es por eso que en (Ro 8:28) leemos: “Y
sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es,
a los que son llamados conforme a su propósito”. El apóstol Pablo nos da una respuesta
muy profunda en (Ro 9:20): “Antes que nada, oh hombre, ¿quién eres tú para que
contradigas a Dios? ¿Dirá el vaso formado al que lo formó: ¿Por qué me hiciste así?”.
Pero pensemos por un momento cuál habrá sido la reacción de este hombre cuando
entendió que todo ese sufrimiento en su vida, desde su nacimiento, estaba en el plan
perfecto de Dios.
El hecho de nunca haber visto el rostro de sus padres o amigos, que nunca hubiera visto
un amanecer ni un cielo estrellado; y sin embargo, que Dios lo hubiera permitido y
ordenado todo con un propósito habrá sido incomprensible para él. Si hubiera sido yo,
quizás hubiera dicho: “¿Por qué me pasó esto a mí?”. Quizás podemos pensar en las
palabras de (Ro 11:33): “¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del
conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus
caminos!”.
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En la continuación de la respuesta en (Jn 9:4) el Señor dice: “Me es preciso hacer las
obras del que me envió, mientras dure el día. La noche viene cuando nadie puede
trabajar”. Su presencia en este mundo es llamada “el día”; su ausencia de este mundo es
llamada “la noche”. Siguen los versículos 5 al 7: “Mientras yo esté en el mundo, luz soy
del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y con el lodo untó los ojos
del ciego. Y le dijo: Ve, lávate en el estanque de Siloé, que significa enviado. Por tanto
fue, se lavó y regresó viendo”. En otros casos de enfermedad, como con el leproso, todo
lo que el Señor hizo fue expresar de palabra “quiero, sé limpio”. Aquí, sin embargo, el
Señor Jesucristo hace algo inusual. Si el hombre antes no veía, menos todavía ahora con
el lodo en sus ojos. Observemos el silencio de este hombre que todavía no ha abierto su
boca. Parecería que es completamente pasivo.
A nosotros nos llama la atención este tratamiento tan inusual. Algunos estudiosos dicen
que los antiguos creían que la saliva tenía ciertos poderes curativos. Pero ¡qué precioso
es pensar que Jesucristo usó algo de su propio ser junto a un elemento de la creación
para la producción de este milagro! Una vez más vemos el elemento líquido representado
en la saliva y el elemento sólido en la tierra. A continuación dice: “Por tanto fue, se lavó y
regresó viendo”.
Es interesante el hecho de que, a medida que haya por parte del ciego una apreciación
progresiva de la persona de Jesucristo, al mismo tiempo hay por parte de los fariseos un
rechazo progresivo del Mesías.
En este texto se pueden descubrir varias etapas de la apreciación sucesiva de la persona
bendita del Señor Jesús. En la primera etapa hay una apreciación mínima: “El hombre
que se llama Jesús” (Jn 9:11). Lo único que reconoce de la multitud es el nombre Jesús.
¡Qué hermoso suena en nuestros corazones cuando no por un formulismo legalista sino
por una conciencia de su personalidad escuchamos a un creyente usando el término “el
Señor Jesús”!
En la segunda etapa hay una apreciación mejorada: “Entonces volvieron a hablar al ciego:
Tú, ¿qué dices de él, puesto que te abrió los ojos. Y él dijo: Que es profeta” (Jn 9:17).
Indicaba así que era alguien que tenía una conexión especial e íntima con Dios.
En la tercera etapa el conocimiento aumenta y él dice: “Si éste no procediera de Dios, no
podría hacer nada” (Jn 9:33). Es alguien quien ha venido de Dios y que puede hacer
milagros.
En la etapa siguiente, en el versículo 35, leemos: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?”; y en el
versículo 38 él dijo: “¡Creo, Señor!. Y le adoró”.
Es imposible llegar a una adoración profunda si no profundizamos más en la persona y
obra del Santo Hijo de Dios.
Observemos también ahora los distintos niveles de rechazo: Primer nivel: Rechazo
fundado en la sospecha: “Entonces algunos de los fariseos decían: Este hombre no es de
Dios, porque no guarda el sábado” (Jn 9:16). Es la simplicidad del razonamiento que
surge de un corazón que ya se ha cerrado a las posibilidades. ¿Cómo fue que nadie
pensó que aunque no “guardara” el sábado era un mensajero de Dios?
Segundo nivel: Rechazo en aumento. De la sospecha se pasa a la calumnia: “¡Da gloria a
Dios! Nosotros sabemos que este hombre es pecador” (Jn 9:24).
Tercer nivel: Ataque intensificado: “Nosotros sabemos que Dios ha hablado por Moisés,
pero éste, no sabemos de dónde sea” (Jn 9:29). Aquí cabe la posibilidad de que le estén
atribuyendo un dudoso origen a su nacimiento.
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Pero volvamos a la descripción de la curación. Matthew Henry nos dice: “Cristo, haciendo
uso de su propia saliva nos indica que hay una virtud de sanidad en todas las cosas que
le pertenecen; el barro hecho con la saliva de Cristo es mucho más precioso que el
bálsamo de Galaad”; y un poco después el mismo autor agrega: “el colirio que puede
obrar la salvación de los pecadores ha sido preparado por Cristo; este ha sido hecho no
de saliva sino de su sangre; la sangre y el agua que salió de su costado. Tenemos que
acudir a Cristo para recibir el colirio espiritual (Ap 3:18)”.
Imaginémonos por unos momentos qué es lo que experimenta el ciego. Él está allí
sentado en la oscuridad cuando de pronto escucha la conversación de unos transeúntes y
de súbito oye las palabras: “Mientras yo esté en el mundo, luz soy del mundo”. Ahora, de
golpe, siente que ese extranjero le está poniendo algo mojado en los ojos. Él lo va a
describir en (Jn 9:11): “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me
dijo: Ve a Siloé y lávate. Entonces cuando fui y me lavé, recibí la vista”. En el versículo 15
los fariseos están indignados porque el milagro se hizo en el día de reposo, pues en el
versículo 14 leemos: “porque el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos era sábado”.
Es decir, para Cristo era más importante hacer el bien, hacer el milagro, que guardar en
forma legalista una ley. Para los religiosos en su ceguera espiritual lo que Jesucristo había
hecho en el día del sábado era una ofensa seria. Así en el versículo 16 ellos dicen: “Este
hombre no es de Dios, porque no guarda el sábado”. Aunque realmente lo que Jesús no
guardaba era la interpretación que los judíos hacían de la ley de Dios. Versículo 15:
“Entonces, los fariseos le volvieron a preguntar de qué manera había recibido la vista, y
les dijo: Él me puso lodo sobre los ojos; me lavé y veo”. Matthew Poole sugiere que a la
pregunta en el versículo 17: “¿qué dices de él, puesto que te abrió los ojos?”, para hacerla
más comprensible habría que agregarle: “en el día sábado”. Es decir, que la pregunta
lleva en sí misma el elemento de acusación. El mismo autor nos dice que “era costumbre
entre los judíos de acuerdo con sus tradiciones, que por mandato de un profeta era legal
violar el sábado dado que Dios al darnos la ley, él mismo no se ataría en la obligación de
cumplir esa ley”.
El versículo 8 nos dice: “Entonces los vecinos y los que antes le habían visto que era
mendigo decían: ¿No es éste el que se sentaba para mendigar?”. La vida de este hombre
se caracterizaba por su monotonía y la dependencia que tenía de otros para sobrevivir.
Sin duda que disponía de un lugar fijo en el que acostumbraba a sentarse y allí mendigar;
quizás diciendo las mismas palabras que todavía escuchamos en muchas ciudades:
“Ayuden por favor a este pobre ciego”.
Es interesante que en este capítulo de 41 versículos, Jesucristo habla sólo al comienzo y
al final del capítulo, y entremedio la conversación es con vecinos, luego los fariseos y
después los padres del que había sido ciego.
En el versículo 34 leemos: “Tú naciste sumido en pecado, ¿y tú quieres enseñarnos a
nosotros?. Y lo echaron fuera”. Aquel que antes se sentaba fuera del templo por la
ceguera, ahora que tiene la vista queda afuera de nuevo, ya no por su incapacidad física
sino por su capacidad espiritual. El hombre ha crecido espiritualmente y reconoce que
Jesucristo ha sido enviado por Dios: “Si éste no procediera de Dios, no podría hacer
nada” (Jn 9:33). El versículo 35 nos dice: “Jesús oyó que lo habían echado fuera”. Sin
duda los discípulos o conocidos se le acercaron diciéndole: “Te enteraste de lo que le
pasó al ciego? ¡Lo echaron de la sinagoga!”. Antes el hombre estaba excluido por su
enfermedad y sus limitaciones. Ahora está excluido por sus convicciones y por su fe en el
Mesías. Pero volvamos al versículo 11: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó
los ojos y me dijo: Ve a Siloé y lávate. Entonces cuando fui y me lavé, recibí la vista”.
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No sabemos la distancia entre el lugar en que Jesucristo lo encontró y el estanque de
Siloé. Suponemos que hizo el camino quizás guiado por algún amigo. No sabemos qué
pensamientos había en su corazón; cuántas preguntas, cuántas dudas. Por cierto que una
persona en esa situación tendría muchas dudas; pero no obstante fue al estanque de
Siloé y cuando llegó allí, pudo haber hecho y dicho lo que la mayoría de nosotros hubiera
dicho: “No vale la pena”. Sin embargo, él fue obediente al mandamiento de Jesucristo y se
lavó, y por primera vez en su vida vio los dedos con el lodo que se ha sacado de los ojos
y se da cuenta de que puede ver con perfecta claridad como alguien que tiene una visión
perfecta.
Versículo 30: “¡Pues en esto sí tenemos una cosa maravillosa! Que vosotros no sepáis de
dónde es, y a mí me abrió los ojos”.
Versículos 35-38: “Jesús oyó que lo habían echado fuera; y cuando lo halló, le dijo:
¿Crees tú en el Hijo de Dios?... Jesús le dijo: Le has visto, y el que habla contigo, él es. Y
dijo: ¡Creo, Señor! Y le adoró”. Allí, delante de él, estaba aquel que había cambiado
totalmente su vida desde las tinieblas continuas a una luz maravillosa.
¡Con qué sencillez el Evangelio de Juan nos muestra los detalles! El hombre dijo: “¡Creo,
Señor!', y lo adoró”. ¡Qué escena imposible de describir! El ex ciego ahora tiene los ojos
cubiertos de lágrimas de gozo y de agradecimiento porque está delante del Hijo de Dios,
aquel que ha cambiado su vida.
Aquí se han cumplido las palabras de (2 Co 4:4,6): “el dios de este siglo cegó el
entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la
gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios... Porque Dios, que mandó que de las
tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. En el ex ciego
se cumplió esta palabra al ser abiertos sus ojos y poder contemplar el rostro del Señor
Jesús.
Es interesante que este ciego represente la historia de cada uno de nosotros, y nos
damos cuenta cuando miramos nuestra vida más allá de las nubes. Así como el ciego,
estábamos en las tinieblas hasta que el evangelio nos iluminó y nos mostró a aquel que
dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida” (Jn 8:12). Entonces, también lo miramos a él y lo adoramos. Y creo que
hay mucho contenido en esas palabras “lo adoró”. ¡Cómo será ese día en que estemos en
su presencia! Entonces se cumplirán las palabras de (1 Jn 3:2): “Amados, ahora somos
hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Pero sabemos que cuando él
sea manifestado seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.
• El poder de Jesucristo.
• La gracia de Jesucristo.
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