Modulo 2INTELIGENCIA EMOCIONAL Y RESOLUCION DE CONFLICTOS

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INTELIGENCIA EMOCIONAL Y RESOLUCION DE CONFLICTOS

Modulo 2

INTELIGENCIA EMOCIONAL
Reseña histórica de la Inteligencia Emocional El término Inteligencia
Emocional fue acuñado en 1990 por los psicólogos Peter Salovey de la
Universidad de Harvard y John Mayer de la Universidad de New
Hampshire. Se lo empleó para describir las cualidades de personalidad
que parecen tener importancia para “el éxito”. Dentro de éstas pueden
incluirse: la empatía, la expresión y comprensión de los sentimientos, el
control de nuestro genio, la independencia, la capacidad de adaptación, la
simpatía, la capacidad de resolver los problemas en forma interpersonal,
la persistencia, la cordialidad, la amabilidad y el respeto. Existen
diferentes tipos de inteligencias. Howard Gardner, describió siete en su
famosa tesis “Inteligencias Múltiples”:

1. Inteligencia Lógico-matemática. La utilizamos para resolver problemas


de lógica y matemáticas. Se corresponde con el modo de pensamiento del
hemisferio izquierdo del cerebro, con un funcionamiento lógico y con lo
que nuestra cultura ha considerado siempre como la única inteligencia.

2. Inteligencia Lingüística. Es la que tienen en alto grado los buenos


escritores, los poetas y los buenos redactores. Utiliza ambos hemisferios
cerebrales y está caracterizada por proveer al individuo de una gran
capacidad de abstracción.

3. Inteligencia Espacial. Consiste en formar un modelo mental del mundo


en tres dimensiones. Es la inteligencia que tienen los marineros, los
ingenieros, los cirujanos, los escultores, los arquitectos y los decoradores.

4. Inteligencia Musical. Es, naturalmente, la de los cantantes,


compositores, músicos y bailarines.

5. Inteligencia Corporal–kinestésica. Es la habilidad y capacidad de


utilizar el propio cuerpo para realizar actividades o resolver problemas. Se
manifiesta a través de un elevado control de los movimientos corporales
que la persona realiza. Es la inteligencia de los deportistas, los artesanos,
los cirujanos y los bailarines.

6. Inteligencia Intrapersonal. Es la que nos permite entendernos a


nosotros mismos. Describe la importante capacidad de reconocer los
propios estados afectivos y pensamientos. No está asociada a ninguna
actividad concreta.

7. Inteligencia Interpersonal. Es la que nos permite entender a los demás


y llevarnos bien con la gente. La solemos encontrar en buenos
vendedores, políticos populares, profesores y terapeutas. En 1999,
Gardner incluye un tipo de inteligencia más: la Inteligencia Espiritual. La
define como “la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al
cosmos y a los rasgos existenciales de la condición humana, como es el
significado de la vida y de la muerte”. Es la habilidad para dar sentido o un
significado adecuado a nuestros actos. Existen numerosas definiciones
para esta inteligencia. Otra de ellas es la postulada por Danah Zohar e Ian
Marshall6, quienes la definen como “la inteligencia que nos permite
afrontar y resolver problemas de significados y valores, ver nuestra vida
en un contexto más amplio y significativo y al mismo tiempo determinar
qué acción o camino es más valioso para nuestra vida”. Consideran que la
inteligencia espiritual está en todo nuestro Ser como una totalidad,
trabajando de manera armónica con la inteligencia racional y la
inteligencia emocional. Gardner enfatiza el hecho de que todas las
inteligencias son igualmente importantes. El problema es que el sistema
escolar no las trata por igual y ha sobrevalorado las dos primeras de la
lista (la inteligencia lógico-matemática y la inteligencia lingüística), hasta
el punto de casi negar la existencia de las demás. Sin duda tenemos que
plantearnos si una educación centrada en sólo dos tipos de inteligencia es
la más adecuada para preparar a nuestros alumnos para vivir en un
mundo cada vez más complejo. Del análisis de la inteligencia
intrapersonal y la interpersonal surge la octava inteligencia, la Inteligencia
Emocional, y juntas determinan nuestra capacidad para dirigir nuestra
propia vida de manera satisfactoria.
¿Qué es la Inteligencia Emocional (IE)? La palabra “inteligencia” proviene
del latín intellegere (inter: entre, llegere: escoger), y significa “saber
escoger la mejor opción entre varias”. Claro que el tener más
conocimientos es una ventaja para elegir mejor, de ahí la confusión entre
inteligente e intelectual. En este sentido, tener a nuestra disposición un
buen registro de nuestras emociones es información que nos posiciona
mejor para elegir. La IE fue definida como “la capacidad de reconocer
nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar
bien las emociones, en nosotros mismos y en nuestras relaciones”. Su
análisis arroja cinco habilidades emocionales que la componen:

Autoconocimiento. Se trata de reconocer los sentimientos mientras


ocurren. Esto implica el poder vivenciar las propias emociones, siendo
capaces de identificarlas, nombrarlas o simbolizarlas, es decir, ponerlas en
palabras. Puede parecer simple, fácil y obvio, pero no siempre lo es. Esta
habilidad constituye la base de las siguientes habilidades de la IE. A
menudo las emociones displacenteras como tristeza, angustia, miedo,
enojo, etc., son evitadas y buscamos no anoticiarnos de ellas. La toma de
conciencia de las emociones (escuchar los mensajes que nos envía
nuestro ser) y establecer contacto con el propio cuerpo parece cosa
sencilla, pero es algo que muchísimas personas relegan. El no poder
expresar verbalmente las emociones es llamado en psiquiatría
“alexitimia”. Esta incapacidad impide expresar lo que sentimos y atenuar
tensiones, por lo que el organismo queda más expuesto, predisponiendo
a la aparición de síntomas psicosomáticos, entre otros. De esta manera,
no identificar las emociones es el común denominador de numerosas
patologías físicas y psicológicas. El hábito de expresar verbalmente las
emociones es conocido como el “poder sanador de la palabra”. Sanamos
porque al tener recursos simbólicos para decir lo que sentimos, evitamos
exponer el cuerpo como vehículo de la emoción. Asimismo, el
Autoconocimiento implica ser conscientes de nuestro estado emocional y
de nuestras ideas y pensamientos acerca de tal estado. Los pensamientos
y las emociones están muy relacionados. El modo en que percibimos las
circunstancias afecta la manera en que nos sentimos respecto de ellas, y
cambiar el modo de percibirlas nos permite cambiar el modo de
sentirnos. Así, tener conocimiento de uno mismo no sólo implica saber
qué sentimos, sino también ser conscientes de los propios procesos de
pensamiento (que quedan evidenciados en el autodiálogo, lo que nos
decimos a nosotros mismos). Es estar atentos a cómo pensamos, lo cual
nos permitirá evitar el llamado “secuestro emocional”. Muchas personas,
al no tomar conciencia de sus pensamientos y emociones, actúan sin
control. Sienten como si hubiesen perdido por completo el dominio de
sus actos y se dejan llevar por el impulso propio de la emoción. El
conocer, comprender y poder reflexionar acerca de lo que sentimos y
pensamos nos da más libertad, en tanto podemos elegir si actuar o no y
cómo. Es un meta conocimiento, puesto que es un pensamiento acerca
de los pensamientos desencadenados por los propios sentimientos. Pero
para desarrollarlo es condición necesaria que la persona primero conozca
cada una de las emociones, es decir que aprenda un léxico emocional. De
este modo, cuando sienta la emoción podrá reconocerla y nombrarla.

Autorregulación. Luego de saber qué sentimos, gracias a la capacidad


dada por el eje precedente, podemos gestionar la emoción y elegir qué
hacer con ella. La autorregulación hace referencia a la capacidad de
autodominio para sosegarnos, controlar y medir nuestras reacciones,
desintoxicándonos de la ira, por ejemplo, dejando de rumiar una y otra
vez los pensamientos que nos enojan. Muy por el contrario de lo que se
piensa, el dar rienda suelta a la ira es una de las peores formas de
calmarla, dado que los estallidos de ira intensifican la excitación. Es lo que
yo llamo el “efecto tobogán” de la emoción: mientras más me embalo en
la descarga de una emoción, más difícil será frenarme después. Está
establecido que la mejor manera de calmar la ira es un diálogo
tranquilizador con uno mismo, en donde se reconoce la emoción y se
establecen opciones saludables. Se trata de poder decirse a uno mismo,
por ejemplo, “Ahora estoy muy enojado”, y a partir de ello elegir un
comportamiento desintoxicador, como tomar una pausa y dar una
caminata, beber agua, cambiar patrones de respiración, distraernos con
algo, posponer la conversación, buscar otras opciones, etc.

En este sentido, el ejercicio aeróbico al aire libre genera un cambio físico y


de excitación que favorece la salida del estado de depresión, como los
ejercicios de relajación ayudan a disminuir la ansiedad. Asimismo,
practicar ejercicios de respiración pausada, meditación y Yoga son
indiscutiblemente recursos muy útiles para calmarnos. Como veremos en
el capítulo de las emociones, la actividad física y los patrones de
respiración pausados disminuyen la actividad simpática y generan
cambios en la composición química de la sangre, lo cual permite disipar
emociones displacenteras. El poder tolerar la frustración, aceptando
ciertos estados de ánimo, como la capacidad de hacer algo para
cambiarlos, son habilidades propias de la autorregulación emocional.
También lo es la capacidad de expresar adecuadamente las emociones
según las circunstancias, es decir buscar el espacio, el momento y el modo
adecuados de hacerlo. Se trata de una capacidad de negociar con uno
mismo la mejor manera de expresar (jamás reprimir) la emoción, de
calmarnos y tolerar los estados afectivos, a la vez que nos permitimos
pensar y reflexionar en medio de los afectos. El autodominio emocional
no debe ser excesivo, al punto de sofocar todos los sentimientos y la
espontaneidad. De hecho, ese exceso de control tiene un costo físico y
mental. Las personas que sofocan sus sentimientos elevan su ritmo
cardiaco en señal de tensión aumentada. Cuando esa represión
emocional se torna crónica puede dificultar el pensamiento y el
desempeño intelectual, además de impedir una fluida interacción social.
En contraste, la aptitud emocional implica poder “elegir la forma asertiva
de expresar los sentimientos, y actuar del modo más adecuado y
auténtico posible”.

Automotivación. Este eje agrupa los rasgos de las personas entusiastas,


persistentes, responsables, constantes, decididas, etc. De la capacidad de
motivarnos dependen, en gran medida, las posibilidades de tener éxito en
lo que hagamos. Como veremos en el capítulo siguiente, la motivación
proviene del aprovechamiento creativo de la energía que es propia de las
emociones. Es utilizar esta fuerza inagotable invirtiéndola en hacer
aquello que nos guste. Es, también, seguir las preferencias. Como ejemplo
siempre digo: “Yo amo mi trabajo, por eso estoy motivado a levantarme
todos los días para salir a trabajar”. Obtengo de las emociones –en este
caso, del amor por lo que hago– la fuerza, la constancia, la persistencia y
la energía que se necesitan para lograr los objetivos; es por ello que es
tan importante un adecuado registro emocional. Asimismo, la motivación
está relacionada con la autorregulación porque nos da la fortaleza para
tolerar frustraciones y levantarnos cuando caemos, lo que siempre está
presente en la consecución de objetivos a largo plazo.

Empatía. Es la capacidad de reconocer las emociones en las demás


personas. La empatía halla sus raíces en el autoconocimiento emocional:
cuanto más abiertos estemos a nuestras propias emociones, más hábiles
seremos para interpretar las emociones de los demás. Es la habilidad para
poder decodificar y entender mensaje analógico, o las señales no
verbales: tono de voz, ademanes, gestos, movimientos voluntarios e
involuntarios, en fin, la expresión facial y corporal en su totalidad. En su
acepción etimológica, “empatía” deriva del griego y significa “sentir
dentro”. Implica una consideración por la otra persona y sus
sentimientos. Está muy relacionada con el altruismo, que es la actitud por
la cual nos sacrificamos a nosotros mismos (en cuanto a nuestro
bienestar) a partir de un compadecer (padecer con el otro), en pos de un
beneficio ajeno. Esta habilidad permite captar las señales sociales que
indican lo que otros necesitan. Es muy importante para la vida personal y
profesional de las personas. Las personas con características psicopáticas
no poseen desarrollada esta capacidad. Al no poder comprender ni sentir
con los demás, no hallan mayores dificultades para infligir dolor al otro,
no pudiendo reparar o evitar el sufrimiento ocasionado, pues no lo
perciben, por lo cual se oponen con esta característica a la persona
altruista.

Habilidades sociales. Es el arte de manejar las emociones en las


relaciones con los demás, habilidad que determina nuestra capacidad de
ser populares, líderes y lograr una eficacia interpersonal. Implica la
sincronía que existe con el otro y la capacidad de socializar. Estudios
efectuados en el aula demuestran que cuanto mayor es la coordinación
de movimientos entre profesor/a y alumnos/as, más amigables,
contentos, entusiasmados, interesados y sociables se muestran éstos
mientras interactúan. Las habilidades sociales comprenden destrezas de
comunicación, seducción o agrado, carisma y capacidad para intermediar
y llegar a un acuerdo, además de la aptitud para negociar y resolver
conflictos interpersonales. Según Goleman que una de las máximas
expresiones de la habilidad social está dada por la capacidad de aliviar las
emociones de los demás cuando están alterados. El poder enfrentarse a
alguien que está en pleno ataque de ira y lograr tranquilizarlo es tal vez la
prueba más difícil. Esto es lo que se conoce como “alquimia emocional”:
logramos transformar una emoción en otra. Una estrategia eficaz podría
ser distraer a la persona furiosa, mostrar empatía con sus sentimientos y
luego atraer su atención a un foco alter-nativo, algo que le permita
armonizar con una gama de sentimientos más positiva.

Coeficiente Emocional y Coeficiente Intelectual (CE y CI) Las cinco


habilidades emocionales mencionadas anteriormente, constituyen los
“colores primarios” de los que se constituye la IE. El coeficiente emocional
es poco medible. Esto se debe a que no podemos medir con precisión
rasgos sociales y de personalidad tales como la amabilidad, la confianza
en uno mismo, la empatía, el reconocimiento de las propias emociones o
el respeto por los demás. Tal vez podemos acordar a grandes rasgos si
somos 12 más o menos hábiles con las emociones, pero no podremos
especificarlo con exactitud. Sin embargo, aunque el CE no resulte
medible, es un concepto muy importante. A diferencia del CI, el CE no
lleva una carga genética tan marcada, lo cual permite que familias y
educadores/as brinden oportunidades para entrenar estas habilidades
emocionales. Entonces el CE, si bien no puede medirse, puede
incrementarse marcadamente, pues la IE es aprendida, y si es aprendida
es educable. Inteligencia Social El quinto eje constitutivo de la IE
(Habilidades Sociales) coincide en su significado con lo que es definido
actualmente como Inteligencia Social (IS), anteriormente llamada
inteligencia interpersonal, según la tesis de las inteligencias múltiples de
Gardner. A partir de tales similitudes existe cierta controversia en
considerar este eje como constitutivo de la IE o como una inteligencia en
sí misma. Sin embargo, la realidad ignora estas discusiones teóricas y
muestra la íntima relación que existe entre las habilidades sociales y las
emocionales. Así, por ejemplo, la timidez, que puede describirse como
una cierta dificultad para socializar, lo cual es propio del plano de la IS,
puede tener sus raíces en la baja autoestima de la persona, que opta por
evitar desafíos. Esto es propio de un bajo CE, que no le permite un
autoconocimiento de sus habilidades y limitaciones ni la autorregulación
de sus emociones. De este modo, la IE está incidiendo en el desempeño
social de la persona, condicionando la IS. Entonces IE e IS están
íntimamente relacionadas, al punto de que podemos considerarlas una
misma cosa vista desde ópticas distintas. Esta es la razón por la cual tal
vez no sólo se necesite aprender nuevas habilidades sociales para
interactuar en sociedad sino también revisar la propia autoestima y las
emociones que dan a la persona la seguridad que necesita para
interactuar. Al hablar de IS, en mi opinión, se especifica y delimita con
mayor precisión una serie de habilidades que ponen el acento en el
comportamiento manifiesto de la persona, en lugar de lo interno. IS es
“La capacidad para llevarse bien con los demás y conseguir que cooperen
con vosotros”. En los extremos de la IS podemos encontrar
comportamientos nutritivos y tóxicos. Los primeros hacen que los demás
se sientan valorados, capaces, queridos, respetados y apreciados. De este
modo las personas con una elevada IS resultan magnéticas para los otros;
mientras que la gente con baja IS tiene comportamientos tóxicos
caracterizados por provocar que los demás se sientan devaluados,
inadecuados, intimidados, furiosos, frustrados o culpables, por lo cual
resultan personas antimagnéticas.

LA INTELIGENCIA SOCIAL está constituida por cinco dimensiones o


categorías de competencia según Karl Albrecht:

1- Conciencia situacional. Se trata de una especie de “radar social” o


capacidad de leer situaciones e interpretar los comportamientos de
las personas en esas situaciones. Implica tener un conocimiento de
patrones, paradigmas y reglas sociales y culturales, como también
un respetuoso interés en las demás personas sin estar centrado en
uno mismo, de manera que nos sea posible captar cómo está el
ambiente. Las personas de características narcisistas generalmente
están centradas en sí mismas y no pueden darse cuenta de las
necesidades de los demás o de la pertinencia de determinados
comportamientos y comentarios según el contexto, porque no
registran cómo pueden llegar a sentirse los demás. En cambio,
aquellas personas que tienen una adecuada conciencia situacional,
si no conocen las reglas culturales o propias del grupo en el que
están, inicialmente se desenvuelven con precaución y cautela hasta
que devienen más conscientes de cómo comportarse
adecuadamente en tal situación.
2- Presencia. Esta categoría implica un abanico de habilidades
verbales y no verbales, la propia apariencia, el respeto, los
modales, el aspecto en general, la postura, la afabilidad, la calidad
de voz, los movimientos sutiles, la elocuencia, la expresión que uno
lleva en el rostro, etc. Todo un repertorio de señales que los demás
procesan en una impresión evaluativa y valorativa de la persona. En
otras palabras, lo que se ha dado en llamar el “porte”. Como
escribió Saint Exupèry en su libro El Principito: “El astrónomo
repitió una demostración en 1920, con un traje muy elegante. Y
esta vez todo el mundo compartió su opinión”.
3- Autenticidad. Revela lo honesto, fiable y sincero que uno es con
las personas y con uno mismo en cualquier momento dado.
Comportarse íntegra y auténticamente implica ser quien uno es,
tratando a las personas cara a cara y como dice Serrat, “llamando
las cosas por su nombre”. Esta dimensión es importantísima y
queda en evidencia con el tiempo.
4- Claridad. Es la capacidad para expresarnos, ilustrar ideas,
transmitir información y explicarnos con claridad y precisión;
articular adecuadamente nuestros puntos de vista y cursos
propuestos de acción y formular enunciados claros y precisos. Es
una capacidad relacionada con la didáctica que utilizamos para
darnos a entender, de resumir conceptos complejos en algo simple
y entendible para todos. La claridad (en tanto podamos emitir
enunciados claros) facilita que los demás cooperen con nosotros.
5- Empatía. En el contexto de la IS la empatía implica un nivel de
profundidad mayor, definido como un sentimiento positivo entre
dos personas, que da la sensación de conexión que inspira a la
gente a cooperar. Lograr esta conexión ayuda a que las personas se
muevan con y hacia nosotros. Empatía es lograr entre las personas
un sentimiento de Diplomatura en Educación Emocional. Instituto
de Extensión UNVM 15 pertenencia o vínculo, en el que se sabe
qué siente el otro, favoreciendo el compromiso mutuo. Como
vimos, ambas inteligencias están íntimamente relacionadas. Como
dije, la IE hace hincapié en los aspectos internos de la persona,
aunque tiene en cuenta también sus manifestaciones externas
como lo es su quinto eje de habilidades sociales; mientras que la IS
acentúa los aspectos externos, analizando cómo deben ser éstos
para aumentar la cooperación y el magnetismo entre las personas.
Así, para dar otro ejemplo, podemos suponer que una persona
tiene un buen conocimiento de sí misma, empatía y una adecuada
expresión de las emociones, pero si no aprendió buenos modales
su desempeño social será bajo. Integralidad Esta estrecha relación
que existe entre IE e IS es la misma que existe entre las demás
inteligencias, puesto que en la realidad todas las inteligencias y
demás habilidades de las personas están íntimamente relacionadas
entre sí, dado que somos seres integrales. Esto significa que todas
nuestras habilidades y capacidades son manifestación de un ser
íntegro, en tanto todas sus conductas provienen de un mismo
substrato. Así, al propiciar una estimulación en una de las
inteligencias necesariamente producimos un cambio en todas las
demás. A su vez, la no estimulación de una de ellas provoca no sólo
un retraso madurativo en la misma inteligencia sino también en las
demás. Afirma María P. Puerta que, por ejemplo, el grado de
autoestima que posee el/la niño/a determina su nivel de
creatividad, en la medida en que necesita disponer de la confianza
en sí mismo/a para afrontar los retos que le plantea cada acto
creativo. De igual manera la autoestima es la condición para un
adecuado funcionamiento en todas las áreas en las que se
manifieste el niño. Así, aquel/la niño/a que sea estimulado/a en sus
habilidades musicales incrementará su inteligencia musical, lo que
también favorecerá a aumentar su autoestima. Esto a su vez facilita
que se sienta más seguridad en sus relaciones sociales,
permitiéndole relacionarse con sus pares de manera más segura.
Tal vez acepte desafíos y se entregue dispuesto/a y seguro/a a
tareas recreativas y deportivas, desarrollando habilidades
kinestésicas, que a su vez inciden sobre las demás por la misma
integralidad. Podemos afirmar que estimular determinadas
habilidades, cualesquiera sean, favorece el desarrollo de las demás.
La autonomía, la creatividad, la solidaridad, el respeto, la felicidad,
la salud, las habilidades intelectuales, sociales, emocionales, físicas,
musicales, lingüísticas, etc., están en íntima relación. Está
comprobado que la estimulación de la inteligencia musical produce
un desarrollo intelectual de las demás inteligencias, debido a que
se desarrollan nuevos y diferentes circuitos neuronales que
aumentan el repertorio de recursos para dar respuesta a una
situación determinada. Hablar, correr, descansar, pensar, vivenciar
una emoción son actos físicos, intelectuales, sociales, emocionales
y espirituales al mismo tiempo –como muchas otras actividades
que realizamos– porque somos una totalidad, que en ocasiones
separamos sólo para su estudio y análisis, pero que en el mundo
real no puede dividirse. En efecto, recientes investigaciones
proponen que pensamos con todo el cuerpo, sí, con todas las
células de nuestro cuerpo. La concepción integral de la persona
implica vernos como una totalidad en la que en cada acción
intervienen todas las inteligencias y funciones de nuestro cuerpo y
el resultado es la conducta.

Importancia de la Inteligencia Emocional en la vida:


“La prueba del Bombón”
“Nada puedes enseñarle a un hombre, Sólo puedes ayudarlo a que
lo descubra dentro de sí mismo” Galileo
En Estados Unidos, hace unos cincuenta años se realizó un estudio
longitudinal muy famoso llamado “La prueba del Bombón”, en el
que se puso en evidencia la trascendental importancia de la IE en la
vida de las personas. Se trata de un experimento simple pero muy
revelador, que requirió más de 25 años para ser completado. Fue
iniciado por el psicólogo Walter Mischel en la década del sesenta
en un jardín de infantes del campus de la Universidad de Standford.
Se trabajó con chicos de 4 años a quienes se les dio la siguiente
consigna: “Niños, si pueden esperar a que el maestro termine de
hacer unas tareas, podrán recibir dos bombones como
recompensa. Los que no puedan –o no quieran– esperar, sólo
recibirán uno, pero de forma inmediata”. Esto sin lugar a dudas es
una encrucijada que pone a prueba a cualquier criatura ¡Qué no
hacían para evitar tomar contacto con tal tentación! Algunos se
tapaban los ojos, otros hablaban solos, cantaban, contaban
números, jugaban con las manos y los pies e incluso algunos
intentaron dormir. El caso es que unos se comieron el bombón
inmediatamente, mientras que otros valientes niños/as pudieron
esperar el cuarto de hora que le tomó al maestro terminar la
“tarea”. Lo revelador de este experimento no se observó en aquel
momento sino unos catorce años más tarde, cuando se comparó el
desempeño de los/as niños/as que habían logrado comerse dos
bombones con el grupo que no había resistido la tentación y sólo
accedió a uno. Los que habían esperado a los 4 años la gratificación
de dos bombones eran adolescentes más competentes en el plano
social, obtenían calificaciones increíblemente más altas en lo
académico y en el plano personal eran más seguros de sí mismos y
más capaces de enfrentarse a las frustraciones propias de la vida.
Eran más confiables, aceptaban los desafíos y procuraban
resolverlos en lugar de abandonarse. Tenían iniciativa y se
comprometían en proyectos. Pero los resultados del estudio no
terminan aquí sino que, una década más tarde, pudo corroborarse
que esos/as niños/as (ahora adolescentes) todavía eran capaces de
postergar la gratificación para alcanzar sus objetivos. Por otro lado,
no es menos significativo el que aproximadamente una tercera
parte de los que no habían controlado el impulso, compartían
características conflictivas. Estos chicos, durante la adolescencia,
mostraron mayor inclinación a ser tercos, a sentirse fácilmente
perturbados por las frustraciones, a considerarse a sí mismos malos
o inútiles, a quedar paralizados por el estrés y a ser desconfiados y
resentidos. Inclusive luego de todos esos años no podían postergar
la gratificación en pos de objetivos o metas superiores.
Seguramente la actitud de los chicos del primer grupo fue sostenida
a lo largo de sus vidas y, como vimos, ellos tuvieron la capacidad de
elegir un camino en el cual, si bien los esfuerzos eran mayores, las
recompensas también.
Esta investigación muestra que la capacidad de postergar la
gratificación –propia de la autorregulación– ayuda fuertemente al
desarrollo de la esfera intelectual, además de la social. Asimismo,
estudios que se han hecho llevando a cabo seguimientos de
niños/as desde la edad preescolar hasta la adolescencia
demuestran que más de la mitad de aquellos que en los primeros
grados son indisciplinados, incapaces de llevarse bien con los
demás niños/as, desobedientes con sus padres, madres y
resistentes a la autoridad del/a docente, se transformarán en
delincuentes durante los años de la adolescencia. El mismo
Sigmund Freud expuso mucho tiempo antes, un concepto que
describe lo observado en este experimento. Según Freud existen
personas que se rigen por el principio de placer, como hay quienes
lo hacen según el principio de realidad. En el principio de placer
priman motivaciones hedonistas cuyo lema es “evitar el displacer y
procurar el placer”. Existe en este principio un comportamiento
infantil y caprichoso, pues no hay capacidad de espera ni de
tolerancia de la frustración que implica una dilación en la
satisfacción del impulso. Podríamos decir que aquellos/as niños/as
que no pudieron posponer la gratificación y accedieron a ésta de
manera inmediata se rigen por el principio de placer. En cambio, en
el principio de realidad observamos que la búsqueda de la
satisfacción ya no se efectúa siguiendo los caminos más cortos, sino
mediante rodeos, y se aplaza la satisfacción inmediata del impulso
por una gratificación más duradera. De este modo se asegura la
satisfacción del impulso de manera tardía pero más prolongada y
verdadera, evaluando las posibilidades exteriores de satisfacción.
Ocurre que al cualificar un objetivo, la energía propia del deseo
queda sujeta a ese objetivo y nos da la motivación para soportar las
dificultades que puedan sucederse hasta alcanzarlo. Como bien
dice la frase, “Es más fácil el cansancio cuando no hay un objetivo”.
O como decía Nietzsche: “Quien tiene algo por qué vivir es capaz de
soportar cualquier cómo”

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