Soberania Alimentaria y Agronegocios
Soberania Alimentaria y Agronegocios
Soberania Alimentaria y Agronegocios
Asociación
Latinoamericana de Sociología, Buenos Aires, 2009.
Soberanía alimentaria y
agronegocios.
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Soberanía alimentaria
y agronegocios
Introducción
La actual crisis alimentaria pone al descubierto el fracaso de las políticas neoliberales llevadas
adelante a nivel mundial en las últimas décadas. En la actualidad se producen suficientes alimentos
para alimentar a toda la población mundial, sin embargo una cifra superior al diez por ciento de la
población padece hambre. Pero el problema no se encuentra en la cantidad de producción de
alimentos sino al cómo se producen, quién los produce, cómo se distribuyen y cómo se accede a los
mismos. El agronegocio y las corporaciones multinacionales han obtenido una alta concentración
en todos los niveles de las cadenas agroalimentarias a nivel mundial. Las empresas trasnacionales
controlan la producción de semillas y el mercado internacional de granos, los agroquímicos y
pesticidas, la cadena de comercialización y el transporte. Muchos países han perdido la capacidad de
autoabastecerse de alimentos y pasaron a depender del comercio internacional y de la asistencia
humanitaria.
En nuestro país desde hace unos años asistimos a un proceso de fuerte avance del capital
trasnacional y concentrado sobre el sistema agroalimentario. Nuestra producción y distribución de
alimentos se basa en el desarrollo de un monocultivo, de gran escala, dependiente de insumos y
fuertemente orientado al exterior como es el caso de la soja. Poco a poco, y como consecuencia de
estos cambios, nuestro país va perdiendo la capacidad de alimentar a su propia población.
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Trasformaciones en el modelo de producción de alimentos
El modelo agroexportador que existió en nuestro país hasta medidos de los años setenta incluía a
los pequeños productores y a las economías regionales garantizando la provisión de alimentos para
el mercado interno. Pero en la década del noventa se llevaron adelante profundos cambios en la
estructura social y económica del país a partir de la implementación de reformas estructurales como
la apertura indiscriminada de la economía, el ajuste fiscal, la ley de convertibilidad, la reducción del
aparato administrativo, las privatización de empresas publicas, la apertura a capitales extranjeros y la
desregulación de mercados. Estas políticas limitaron el accionar estatal en el control de la
producción y comercialización de alimentos encontrándose cada vez más regulado por las leyes del
mercado y orientado a la satisfacción del mercado internacional de commodites.
En primer lugar uno de los principales impactos sobre el sector agropecuario fue la eliminación de
los órganos de control que regulaban la actividad. Así en 1991 se elimina la Junta Nacional de
Granos, la Junta Nacional de Carnes, y los institutos estatales de promoción y apoyo a las
economías regionales. La apertura comercial implicó entre otras cosas una modernización del
campo argentino a través de la incorporación de mayor tecnología a partir de la importación de
nuevas maquinarias e insumos. La liberalización de la economía agropecuaria y la revolución
tecnológica fue defendida con el argumento de que generaría un desarrollo productivo importante
bajando los costos de producción obteniendo alimentos más baratos. Pero este aumento de la
productividad no se ha traducido en mejores precios al consumidor, sino que estos han aumentado
desde la década del ochenta. (Teubal; 2002)
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Felipe Sola 1 . En ese año se aprueba el uso de la soja resistente al glifosato de la empresa Monsanto.
Esto ha sido un punto de inflexión en la medida en que la soja transgénica se transformó en el
modelo de agricultura a seguir en varios rincones del país. El objetivo siempre es el mismo: el uso
de la biotecnología para una agricultura industrial volcada al mercado internacional. Hoy en día
prácticamente la totalidad de la producción sojera es genéticamente modificada. La introducción de
la soja RR, su asociación a la siembra directa y los altos precios internacionales, fueron los pilares
sobre los que se apoyó el crecimiento de este cultivo, que representa el 43% de la superficie
sembrada y el 44,4% del volumen de granos producidos a nivel nacional. Cabe destacar que los
agroquímicos también han sido masificados de la mano de este aumento del uso de semillas
genéticamente modificadas y resistentes a los mismos.
El aumento de la producción sojera comienza en los años ochenta, pero en los últimos años los
números se han multiplicado. Según datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y
Alimentos la campaña 1980-1981 arrojó una cosecha de 3,7 millones de toneladas, la campaña
1990-1991 de 10,8 millones de toneladas y por último la de 2001-2002 estuvo en el orden de los 30
millones de toneladas. Las estimaciones para la presente cosecha calculan que de una producción
total de 70 millones de toneladas, la soja aportará 35 millones. Además es importante recalcar que
más del 95% del cultivo de soja es transgénico y que alrededor del 90% se exporta. (Domínguez y
Sabatino; 2005)
1
En efecto, en 1996, mediante la resolución Nº 167 de la SAGPyA (1996) “el Estado autoriza la producción y
comercialización de la semilla y de los productos y subproductos derivados de esta, provenientes de la soja tolerante al
herbicida glifosato de la línea 40/3/2 que contiene el gen CP4 EPSPS”.
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La implosión del régimen de convertibilidad a fines del 2001 ha profundizado el perfil de
especialización y de inserción internacional en base a ventajas comparativas asociadas a los recursos
naturales y de algunas industrias productoras de commodities En la actualidad asistimos a un
modelo de producción y distribución de alimentos orientado al exterior, insumo dependiente,
basado en la producción a gran escala y con un desarrollo de un monocultivo transgénico. La
devaluación permitió a los sectores agropecuarios mejorar su capacidad exportadora, además de
verse visto beneficiados por los altos precios internacionales de los cereales, oleaginosas y
productos ganaderos.
Voces de resistencia: la soberanía alimentaria
Frente a estos cambios han surgido voces de resistencia de distintas organizaciones sociales como
es el caso de la Vía Campesina. La misma es un movimiento internacional que coordina
organizaciones campesinas, pequeños y medianos productores, mujeres rurales, comunidades
originarias, gente sin tierra, jóvenes rurales y trabajadores agrícolas migrantes de distintos países 2 .
Estos movimientos consideran a la soberanía alimentaria como el derecho de los pueblos a contar
con alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y
ecológica. Además implica el derecho a definir propias políticas agrícolas, pesqueras, y de gestión
tanto de la tierra como de los recursos hídricos y de las semillas. (Vía Campesina; 2007)
Desde esta perspectiva la alimentación es un tema de seguridad y soberanía nacional por lo que un
país no puede depender de alteraciones del mercado internacional para alimentar a su población.
Cada país debe estar en condiciones de poder planificar sus estrategias de producción, distribución
y consumo de alimentos para garantizar el acceso de éstos a su población. Entonces, frente a los
cambios en el modelo antes analizados ¿podemos afirmar que nuestro país goza de soberanía
alimentaria?
2
Ejemplos claros de las formas de producción de la tierra propuestas desde el concepto de Soberanía Alimentaria lo constituyen las
organizaciones como el Movimiento Nacional Campesino e Indígena (MNCI), integrado por organizaciones campesinas, indígenas y
barriales de las provincias de Santiago del Estero, Córdoba, Jujuy, Salta, Misiones, Mendoza, San Juan y Buenos Aires; la Unión de
Campesinos Poriajhú, de Chaco; el Movimiento Campesino de Formosa (MoCaFor); el Movimiento Agrario de Misiones (MAM); la
Mesa de Organizaciones de Productores Familiares de la provincia de Buenos Aires, entre otros.
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El avance de la soja y la soberanía alimentaria
Como ya dijimos la producción sojera representa el pilar fundamental de este modelo de agricultura
industrial que se ha desarrollado en nuestro país. Pero este modelo trae distintas consecuencias para
la soberanía alimentaria de nuestro país.
Esto repercute no sólo en la mala calidad de lo que comemos, sino en el precio de los alimentos al
verse reducida su oferta por disminución de la superficie sembrada y por el aumento del costo de
oportunidad de su producción. La diversidad de producciones (algodón, lentejas, caña de azúcar,
leche, carne, arroz, etc.) que abastecían al país se redujeron frente a la uniformidad de la soja de
exportación, Según fuentes oficiales, de 1996-1997 a 2001-2002 el número de tambos, se redujo un
27%, Igualmente, la producción de arroz descendió un 44%; la del maíz, un 26%; la del girasol, un
34%; la de la carne porcina, un 36%. Este movimiento fue acompañado de una subida vertiginosa
del precio de los productos básicos de consumo: por ejemplo, en 2003 el precio de la harina subió
un 162%, el de las lentejas, un 272% o el del arroz, un 130%. (Walter Pengue; 2004)
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La eliminación de los pequeños productores que abastecían a los mercados locales no sólo tiene
serias consecuencias sociales sino que también afecta directamente la soberanía alimentaria. Los
grandes grupos concentrados vuelcan una gran parte de su producción al mercado externo
afectando de esta manera las economías regionales. La desocupación rural, particularmente la de las
pequeñas ciudades del interior, ha aumentado debido a la desaparición de los cultivos regionales y
al ahorro de mano de obra que conlleva la producción sojera. El modelo de los agronegocios ha
destruido gran parte de la agricultura familiar y de los trabajadores rurales. El avance del
monocultivo sojero también ha generado consecuencias en los trabajadores del campo. Según
Lapolla la producción de 500 hectáreas de soja RR genera sólo un puesto de trabajo, destruyendo
así 9 de cada 10 empleos. La razón es que el tiempo de labranza de la soja transgénica es de 40
minutos/hombre/Ha, contra 180 del sistema tradicional. En cambio 100 hectáreas destinadas a la
agricultura familiar producen 35 puestos reales, sin contaminación. Esta bajísima demanda laboral
explica que hoy los trabajadores rurales apenas lleguen a 1,3 millón, con el agravante de que sólo un
tercio trabaja en blanco. (Lapolla; 2004)
3
Reportaje publicado por Pagina/ 12. 3 de mayo de 2009
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De todos modos es necesario remar que la soja no es mala en si misma. Con otra regulación se
podría haber no sólo aumentado las exportaciones y por lo tanto los ingresos del país, sino que
también poder cumplir con otros objetivos deseables para el desarrollo agropecuario, como la
mejora en la provisión de alimentos accesibles a la población y un desarrollo regional mas
integrado.
Reflexiones finales
Luego de haber analizado los costos económicos, sociales, ambientales y de salud pública es
necesario realizar algunas consideraciones finales.
La alimentación es un derecho humano básico, todos y cada uno deben tener acceso a alimentos
sanos, nutritivos y culturalmente apropiados, en cantidad y calidad suficiente para llevar una vida
sana y digna. Cada nación debe declarar el derecho de acceder a los alimentos como uno de carácter
constitucional y garantizando el desarrollo sustentable del sector primario para asegurar la
realización plena de este derecho fundamental para todo ser humano y sociedad.
En nuestro país la actual producción agropecuaria no está dirigida a producir alimentos para
nuestra población, es decir no responde con políticas de seguridad y soberanía alimentaria. La
producción agropecuaria está orientada a satisfacer las demandas de los países centrales, de los
empresarios locales y del Estado con el fin de obtener divisas, dejando de lado las necesidades de
alimentación de la población local. Entonces nos encontramos en presencia de dos modelos de
desarrollo posibles: el del agronegocio que implica la subordinación de la producción agropecuaria
al capital internacional, y el de la soberanía alimentaria relacionada con la producción sustentable
para el mercado interno.
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en políticas publicas no cortoplacistas que apunten asegurar la alimentación de las futuras
generaciones. La solución, como hemos visto, no estará en aumentar la escala de producción, sino
que será necesario implementar una política alimentaria que abarque tanto a la producción, la
comercialización y el consumo de alimentos.
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Bibliografía
o -Aguirre, P (2005).Estrategias de consumo. Qué comen los argentinos que comen. Miño y Dávila. Buenos
Aires
o -Declaración de Nyelení (febrero de 2007)- Conclusiones del Foro por la Soberanía Alimentaria Malí.
o -Domínguez, Diego y Sabatino, Pablo (2005), “Con la soja al cuello. Crónica de un país hambriento
productor de divisas”. En H. Alimonda (comp.) Los tormentos de la materia. Contribuciones para una ecología
política latinoamericana, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales - CLACSO. Cáp. 14
o -Domínguez, Diego, Lapegna, Pablo y Sabatino, Pablo 2002 “Soberanía Alimentaria y Seguridad
Alimentaria: problemas políticos y polisemia conceptual”, ponencia presentada al Congreso Anual de la
Asociación Latinoamericana de Sociología Rural (ALASRU) Noviembre.
o -FAO 1996. “Declaración Final de la Cumbre Mundial Sobre la Alimentación”. Roma, en www.fao.org
o -Teubal, Miguel y Rodríguez, Javier (2002), Agro y Alimentos en la globalización. Una perspectiva crítica,
Caps 6 a 8 Editorial La Colmena.
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