Imar Lamonega - Bandera Reunidas

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5

BANDERAS
REUNIDAS
Imar Miguel Lamonega

M
colección
V Versos Aparecidos
J
Imar Lamonega nació el 3 d e julio de
1934, fue trabajador de YPF en la destile-
ría de E nsenada, delegado g remial y
militante del P artido C omunista. E n la
década del 6 0 formó parte del G rupo
Poesía La P lata y f undó c on o tros
compañeros el C entro C ultural Caprex.
Debido a s u protagonismo en l a huelga
petrolera de 1 968 f ue encarcelado
durante dos años. E n 1970 s e exilió en
Cuba c on s u familia. Allí f ue nombrado
responsable de l os a rgentinos e n el
Instituto Cubano d e Amistad con los
Pueblos. En 1974 regresó a la Argentina
para militar en el Partido Revolucionario
de l os T rabajadores, f ue r eincorporado
en YPF y cesanteado en abril de 1976. En
la m adrugada del 2 3 de d iciembre de
1976 fue secuestrado en su hogar por un
grupo d e tareas. H asta el m omento se
encuentra desaparecido.
BANDERAS
REUNIDAS

colección
Versos Aparecidos
BANDERAS
REUNIDAS
Imar Miguel Lamonega

colección
Versos Aparecidos
Lamonega, Imar Miguel
Banderas reunidas / Imar Miguel Lamonega ; Director editorial: Roesler, Pablo; Editores
literarios: Aiub, Juan; Inama, Ramon Oscar y Tavernini, Emiliano / Diseñado por Civit,
Luciana / Correcciones de Becerra, Clara / comentarios de Matías Facundo Moreno. - 2a
edición especial - La Plata : MEVEJU, 2022.
156 p. ; 20 x 13 cm. - (Versos aparecidos / 5)

ISBN 978-987-29530-8-9

1. Poesía Argentina. 2. Desaparecidos. 3. Memoria. I. Moreno, Matías Facundo, com. II.


Título.
CDD A861

@2022, Lamonega, Imar Miguel.


Todos los derechos reservados

Editorial MeVeJu, 2022.

ISBN 978-987-29530-8-9
1000 ejemplares
Impreso en DiPIDE Dirección Provincial de Impresiones y Digitalización del Estado
Buenos Aires, en el mes de enero de 2023.
Impreso en Argentina

Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires ; Editorial MeVeJu, 2022.
TRES AIRES
PARA DOS PUEBLOS

¿Cuándo iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el


nacimiento del nuevo trabajo, la nueva sabiduría, la fuga de los
tiranos y de los demonios, el fin de la superstición?
¡Adorar –¡los primeros!– la Natividad sobre la tierra!

Arthur Rimbaud
Preludio
De amores y eternidades
Prisa por nacer

Una ola dibuja una ceja cana,


otra el gesto de entrega de las muchachas
y un van Gogh enajena los oros
pintando en la bahía cegadoras veredas.

Mirá nacer del mar un día sin angustias.


Arde fuego en lo hondo y se ve que hay hogar.
Empezamos a vernos a través del aire limpio.
Pasa un arroyo dentro salvando las raíces,
lavando turbias culpas que ensuciaron auroras.

Fue hermoso verte en el cerco del riesgo,


sentir en mis retornos
labios puro temblor en mitad del sollozo
y golpecitos de hijo
debajo del abrazo.

Fue cuando acariciabas mi palidez de preso


que el amor tocó fondo
y te elevó a arengar a obreros y estudiantes,
a vos, tan del entorno de la cuna y la hornalla.

Y ahora, compañera,
salgamos a cambiar.
Tengo prisa por verte

13
otra
primera vez.

14
Visión

Anunciada en asombro,
venida de tu noche en luminarias plenas,
estás aquí otra vez,
original y pura y viva en la belleza.
Ante mí únicamente, un instante,
definitiva, eterna.
Detenida en tu huida como dentro
de un soñado poema.
En esta zona oculta donde mi ser te espera.
Imagen de ti misma de vaguedad de estrella,
fulguras jubilosa desde tu misma esencia.
Me traes en ti el mensaje de la eterna belleza
como un llamado sacro a una misión muy vieja.
Máxima floración de tu ser convertido en divina promesa.
Cumples tu rito
y vuelves a tu noche pretérita.

15
Arrojarme desnudo y nadar lejos, lejos.
La recuerdo en mis brazos suplicándome un hijo
siempre que se quebraba el cristal de su talle,
siempre que las mareas de los cuerpos desnudos
unían su rumor en las playas del aire,

ahora que en la aldea que inventó su ternura,


en la choza aromada porque estuvo su carne,
lonjas de sal derriban las frágiles maderas
y trizan la guirnalda de su última tarde.

Ah las flores nocturnas que abría temblorosa,


la hiedra del cariño trepándome y trepándome,
las amarras azules al muelle de sus ojos,
el ancla luminosa del amor en la sangre…

Tanta tierna raíz bebiéndola en silencio


que nunca tanto trigo embelleció mi carne,
tanta glicina en cada glorieta de su beso
que tuve un lecho azul, de flor, para acostarle.

Ahora ausente, ausente como la primavera:


viva en las claras llamas fugitivas del parque,
viva en los blancos tules fugaces de la lluvia
que miro mientras canta un pájaro salvaje.

17
Con el rostro que más amas

A uno le acontece debajo de sí mismo


otro, más parecido,
a juzgar por el cambio de luces en sus ojos
y el modo de volar su boca hacia la mía.
También me pasa
gente que ni conozco,
mucha cuando me asomo al nuevo corazón,
y yo encantado de serles, imaginen:
nace coral la voz, el acto, el ojo.
Claro, te hacen de todo,
menos meterte miedos, mitos de la muertita,
para que no le pierdas la vista al pueblo.

19
Canción

Corazón
del hogar:
comba plena
de tu enagua.

Su latir
oigo ya:
trino de arpa
en la alborada.

Me darás
nueva infancia
te daré
miel humana.

Lentitud
de tu andar:
ronda enferma
de torcazas.

Tu reír
de mamá:
sombra de ave
en la cascada.

21
Me darás
manantiales
te daré
resonancias.

22
Presencia del niño

Buenas noches, amor mío.


¡Trajeron rosas! ¿En dónde?
¿Que debo estar confundido?
Es extraño… Si no mientes,
es que perfuma el retoño
que comba ya tu vestido.

23
Eres tierra morena…

Eres tierra morena


donde hundo raíces
que beben en silencio.
¡Nútreme como al hijo
que ausenta tu cintura
y hace crecer tus senos!

Eres savia de trópico


trepando entre rugidos
la fiebre del deseo.
¡Fecúndame la siembra
de años de soledad
mientras te muerdo!

Fui náufrago en el alba,


una gaviota ebria
en el astral silencio,
antorcha temblorosa
avanzando en la niebla
entre mi propio eco.

¡Yérgueme más sonoro,


cual alto campanario
tañendo sobre el pueblo!
¡Trepa como las hiedras

25
las columnas del grito
y los arcos del verso!

Mujer tierra morena


donde hundo raíces
que beben en silencio.
Pradera de alegría
donde soy un venado
veloz hacia tu encuentro.

26
Canción antes de un alba

Ya no hay
libertad.
Violan una niña
dos ojos de alcohol.

Debo huir
del hogar:
cuélgame un abrazo,
guirnalda de amor.

No me des
llanto gris,
dame un largo beso
de almíbar y sal.

Cuídate.
Crecerá
el lento horizonte
de tu gravidez.

De tu ser
bajarán
ríos de montaña
de leche y de miel.

27
Ya no hay
libertad.
Dame un largo beso.
Me voy. Volveré.
Volveré,
llanto gris,
antes de la aurora
de tu gravidez.

28
¡Nació mi niña!

Río
¡nació mi niña!
corre de ceibo en ceibo
por esas islas,
despierta las hortensias,
grita a la viña:
¡nuestro poeta tiene una niña!

¿Gorrión, has escuchado?


¡nació mi niña!
vuela de nido en nido,
de orilla a orilla,
hasta que todo el monte
murmure al alba:
¡nuestro poeta tiene una niña!

29
Vi
a través de lágrimas
salirle por el rostro
la lumbre entera
del amor.

Vi
blanco en canas
en prisión
tierra de eternidad.

Años para vernos


desde el puro temblor.

31
Lucha contra bandidos

Anda mi lumperío alzado y mercenario


por lo andino del alma.
El buró de mi frente
movilizó milicias de militante amor.

En semejante estado,
no te sorprenda verme una expresión de cerco,
medio fuera de quicio:
algún peine fatal de ondulantes caderas
me ajusticia una ira, algún torturador;

ni te asombre encontrarme desertor de ese ojo


insomne, amenazante,
victimario de audacias,
temido como un tótem que exige en los hogares
sumisión, mansedumbre.

Hoy puedo contemplarte desde el puro temblor,


decirte: vencerás.
Derrota una a una todas las cobardías
que lapidan tus puertas
y vete a los oficios, incluso los del músculo,
a resolverte en miga derramada en la hambruna.

Cuando estés de regreso,

33
a la brigada de ollas, escobas, baldes, planchas,
danos tu plan de ataque.
Otearemos los juegos
emboscados los dos detrás de la ternura,
para matar juguetes que inoculen ponzoña.

Y si es hembra el milagro
que ausenta tu cintura y hace crecer tus senos,
ella será vietkong de tu larga epopeya.

34
Primer movimiento
Bandoneón memorioso
¿Por qué sería?

Yo guardo en lo fluvial de la memoria


desoves asombrosos que platean los ríos,
pero anclo el recuerdo en el lugar
donde el lecho de limo
oculta los baleados que no encontró la draga.

Huelo en la sudestada petróleo y madreselva


y de pronto contemplo
la calleja de fachadas de cinc, donde, soldado,
culebrié por el suelo
disparando a los focos
donde el alba ovillaba el color amarillo
y no al muchacho isleño que al atracar con uvas
reventó un bazukazo,
ni contra “Villa Delta”
(letrinas de cartón, techos de aceite Gallo),
barrida desde el cielo
como aldea de naipes que desmorona el soplo.

Si en la V de la mira puse entonces,


en vez del enemigo, el lucero del alba,
¿sería porque Ana bailaba en mis pupilas
o porque en el balcón de la República
nadie salió a decir
a rugiente selva de puños levantados:

37
¡Patria o Muerte!
¡Repártanse las armas!

38
Tú me viste el horror
su telaraña viva
enredando mis ojos extraviados
y me oíste decirte
un sonido en derrota
un poema de muros arañados
y océano sin nombre.

Tú me viste
entre la ira del fuego y el agua
irme para nacer o morir
hacia el oculto acantilado musgoso
donde dios abofetea en el granizo
y el viento ululante.

Tú me viste
atravesar tambaleante
ese páramo intenso
donde el sol da violentos lonjazos
y las escarpaduras vivas como brasas
torturan perpetuamente
caravanas descalzas y sedientas.

Tú me viste erguido en la tormenta


sobre el borde más frágil
entre vigas derrumbándose
y crueles desgarraduras abismales

39
con las manos hundidas en el pecho
aferrando una llama.

Tú me viste
tendido como náufrago
sobre una virgen playa
nacer crujiendo un sol
y alborozarme
cuando el mundo latió
con un sonido nuevo.

40
Percepción del desprecio

Aún nutre tu ternura con olor a petróleo


apretando mi infancia.

Cuando eras titán,


¿sentías baba helada de un desprecio sin rostro,
como un sabor del mundo?

Ay, padre,
palpo a ciegas como un muñón deforme;
toco a mamá:
sentada, inaudible, lejana,
sin una risa en meses,
mirando desventuras.
El hogar: luz aciaga, recinto de la culpa.
Yo, Ethel, Gladis
cayendo
y viéndola crecer,
vos,
sangrando rodillas de amor desesperado.

Ahí, en el derrumbe de su médula, veo:


impiedad, desamor, gastándola de siempre,
golpe de horda remota en su tenue frontera,
el fortín tinto en sangre del último malón…

41
Ahí, en su perfil vencido hacia las ciénagas,
clava, con manos yanquis,
su bandera
el desprecio.

42
Niñez por los muelles

Tiemblan en el agua oscura


columnas de luz.
Por los muelles
danza embozado el silencio.

¿Mi infancia dónde está, puerto,


dónde con su canasta
vendiendo torrentes de inocencia
por un peso?

¿Dónde el rostro sonriente


del barquero
que cruzaba mi asombro
con lentos remos
entre barcos enormes?

Aún veo
salir rostros exhaustos
del matadero,
mi canasta rodeada
de sacos viejos
que huelen a pobreza
y a estiércol.

No me des, puerto,

43
mitad de luna roja
y un velamen lleno de viento,
dame ruido de ancla,
pitazos de algún buque,
un ritmo férreo.

Quiero evocar el pánico


de aquel estruendo
que conmovió la noche
de extremo a extremo.
Caían de los buques
cientos de cuerpos
sobre la inmensa hoguera
del agua ardiendo.

Un vasto llanto gris


fue el pueblo
cuando todas las barcas
de los isleños
arrojaban guirnaldas
sobre los muertos
ocultos en tu limo.

Focos del puerto,


haced niños de niebla
por los muelles desiertos,
rondas que me conduzcan
como al “gallo ciego”
a la infancia perdida.

44
Poeta estibador

Pensás al ver los focos en clima de anfiteatro


y saltás varonil sin camisas silbando
a estibar voluntario en la panza del barco
cuando el guinche de pronto iza la tonelada
el estrobo hipnotiza penduleando carajo
alarga apergamina mi jeta de italiano.

45
Pobreza

Demasiadas lágrimas ruedan como monedas


entre zapatos rotos y gorriones caídos
y hay mucho trapo pobre adentro de las venas
asomando en los rostros un color amarillo.

Son muchas risas rotas halladas en las calles,


volcadas en mi pieza por todos los bolsillos,
demasiado puchero borroneando en el aire
el mismo rostro triste que veo desde niño.

Ese rostro que trae la lluvia a las ventanas


para vernos toser en los meses del frío
y que ondula en un viejo pabellón castigado
caído ante los brazos maniatados del grito.

47
La lección del milagro

Al menos la Nación,
pulsando lo labriego de su gran sanjuanino
y lo invasor del laico revuelo cordobés,
pudo darnos pupitres donde acodar la infancia.

Pero la escarapela,
esta que duele clavada en el latido,
fue hundiéndose en el suburbio.
Escolar con canasta, le he leído
chapa a chapa los barrios
y sé que es un buen texto porque no miente.

Pobreza, maestra triste parecida a mi madre,


en canoa nos fuimos a mirar el milagro
cuando el delta se puso del color del café
y todos meta remo sin mirar las cigüeñas.
Se veía una ola sabrosa de melones
y la playa Paulino batida por delicias
fragantes de bananas, sandías y ananás.

Y cuando regresamos con la canoa llena


mirando cómo el río lamía en los barrancos
entumecidos lirios y hortensias de las islas,
me diste aquella clase de hogueras gigantescas
de trigo y de maíz,

49
de olores de cosechas fabulosas pudriéndose,
de fosos incontables que ausentaron de pronto
casi la avicultura.
Recuerdo como un verso
(fue antes de atracar contento en el domingo)
aquello que el hambre
por cada parpadeo
nos despuebla de un pibe.

50
Canto al suburbio

Una cola de gente


baja la escalinata
del muelle
y el barquero –Caronte,
qué fuerza tienes!–
pone proa a un infierno
entre barcos ingleses.

Hay un duelo de brisas


en el ambiente:
la gris trae denso guano,
delta la verde,
y un griterío enorme
por las paredes.

Pasan blusas ceñidas,


tacos alegres
y piropos blandidos
como un ariete.
El tango “Cambalache”
va con las gentes.
Todos al monopolio
que mata reses.

Color pobreza el cielo.

51
Ningún juguete en los escaparates.
Llueve.
Suburbio, te he leído
desde purrete
con una gran canasta
por esos muelles
y sé que eres buen libro
porque no mientes.

Yo soy un hijo tuyo, casi celeste,


labriego que propaga
toda su frente
en el humus propicio
del más decente.

Cómo me ofende
el fango de tus calles,
tus zanjas verdes,
tanta lata reunida
sobre los seres.

Estás sufriendo tanto


que sueño verte
salir de mil zaguanes
con esa fiebre
que siembra barricadas
y despliega banderas
contra la muerte.

52
Bordoneo

Sé que puedo inclinar la ciudad con las manos


hacer roja la luna y volcarla en un puerto
o jugar tironeando las barbas del otoño
o juntar las cenizas de los astros gastados
que caen interminables a través de los techos.
Un niño que entra el sol cuando abre mi puerta
y descorre cortinas y espanta mariposas
sabe que no amanezco con polen para eso.

Hay aguas detenidas con isleños ahogados


catedrales de alcohol y túneles de sexo
pero señalo ranchos que invaden los vampiros
zanjas donde se tumban a blasfemar los ebrios
un rey que va de harapos al fondo de los muros
a remover las sombras que olfatean los perros
porque allí se hace forma un cuerpo prostituido
que buscan las pisadas salvajes del invierno.

Porque está la miseria disfrazada de duende


mirando a medianoche del humo del brasero
y mece emocionada la cuna de los niños
y danza con sus ratas al lado de los lechos
porque hay hollín que enturbia los vidrios del suburbio
mostrando un vasto trapo desteñido por el cielo
y hay un grito de niña que toca telarañas

53
cambiando los colores del alba y de los sueños.

Los jóvenes avanzan con miedo por su sueño


y lloran en los muelles ausentes en el alba,
los niños, los ancianos, viven con poca luz:
un candil para ver un paisaje en tinieblas.

Yo veo en el recinto de toda esta desgracia


entrar un hombre ebrio con un niño mendigo,
entrar el musgo, polvo, un gato moribundo,
mi infancia con aromas de puerto y gallinero.
Yo escucho los quejidos de las vigas exhaustas,
sollozar al invierno como un anciano solo,
escucho a un sacerdote bendecir la pobreza,
un redoble en el alba de tambor enlutado.

Aquí abandona el tiempo sus máscaras atroces


y estruja humildes sueños que vierten agua sucia,
aquí maldice uno, grita ¡acoged sonidos,
pintad el universo en medio de estas cosas,
abramos las ventanas y matemos graznidos,
barramos la ceniza, el miedo, los rosarios,
derramando alimento, ropa decente, libros!

54
Huye un año

Se devoró la isla
el agua.
Músculos informes
despedazan
los viñedos, las chozas.

Más desgracia
que el litoral destrozado
es ver un laberinto
desde el alba.

Devoran
capullos de salud
apagan
destellos de los ojos.

Como huye el agua


con isleños lívidos
huye un año
sin libertad.

55
Cielo de la rayuela

Era de ver, de dar la imagen


para emoción del mundo,
como del trote de Armstrong por el polvo lunar,
cuando este buen hombre,
que parece traer de otras metrópolis
las pupilas de alcohol en el delirium tremens,
sintió por fin hollar
cielo de su rayuela
trazado en el confín por la tiza del mar.

57
Que Hiroshima no nazca

Gimió. La luna llena


me parece su enagua.
Inclina la cabeza
y la espiga del gesto
madura de ternura
enharina la casa.

Madre, en tu rostro leo


el canto de la raza.

Ayer fueron mis ojos


bahías de tristezas,
edad como una pampa
que vio danzar las lluvias
sobre bellos estíos
y siguió desolada.

El porvenir ondea
trigales por su enagua.

59
II

Cada cinco minutos


su grito abre una grieta
abismal en el alba
y el vuelo de sus ojos
va ciego de dolor
a quebrarse las alas.

–¡Mi cadera se abre


y qué fuerzas me nacen
para empujar al hijo
hacia la luz del alba!

III

Puede salir un himno


puede salir silencio
por la puerta cerrada.

–¡Qué horror, es inhumano!


–Enfermera, ¿qué pasa?
–¡Norteamérica ordena el bloqueo de Cuba!
–¡La tierra puede ser Hiroshima mañana!
–¿Hiroshima? ¿Mañana?
–¡Varón! ¡Le felicito!
–¡Himno, partera! ¡Gracias!

60
IV

Si Cuba es Hiroshima
Hiroshima es la casa,
le digo mientras brotan
tinieblas de sus pechos
donde el hijo ya mama.

En nuestras frentes late


el bordón de una vena
que duele como herida
de hachazo en la esperanza.

Si Cuba es Hiroshima
volverás a parir
en lugares remotos
espectros de la raza.

Debo irme. ¿Comprendes?


¿Oyes la voz de océano
de la paz sublevada?

61
Romance del golpe de Estado

En el instante en que el alba


ovillaba un amarillo
alrededor de los focos
inútilmente encendidos
y en las fachadas de cinc
con balcones hacia el río
golpeaba una brisa baja
su denso aroma de limo,
cuando sólo un viejo isleño
atracaba en el domingo
con uva para la feria
y damajuanas de vino,
por el monte y por el llano
surgían cañones fríos
entre el pánico del junto
y el sollozar del rocío.

Al soldado que vacile


en matar al enemigo
le haré brotar por la espalda
pequeños charcos rojizos.
Olor a petróleo crudo
mezclado con el del tilo
en la brisa de la calle,
recinto del estampido.

63
La arteria del corazón
soporta un flujo excesivo,
el arma quiere apuntar
al lucero matutino,
pero en la V de la mira
hay un soldado enemigo
y al grito de: ¡fuego! ¡fuego!
van al fondo los gatillos.

¡Qué sobresalto en los lechos


y qué llanto el de los niños!
El sueño sobre los rostros
como pedazos de vidrio.
Pared, vigas y penumbra
llena de pánico y grito
retiemblan por el impacto
de los morteros del río.
¡No toques esa ventana!
¡Que no te asomes te digo!
¡Ay qué miedo! ¡Cómo huir!
¡Me siento mal! ¡Ay mis hijos!

Tableteo de metralla
y ráfagas de silbidos
que van buscando entre el monte
la frente del enemigo.
Proyectiles de cañón
destrozan un rancherío
como una aldea de naipes
que desmorona el soplido.
Surgen aviones del mar,
bajan puentes levadizos,

64
de plomo es el chaparrón
que repica en el granito.

Sangre de muerte aplastada


por orugas del camino
rebrilla sobre adoquín
y chorrea en los postigos.
¡Qué espectáculo siniestro
ver un perfil destruido!
Muerte distinta a la muerte
contemplada entre los cirios
donde aterra en la vigilia
ese silencio infinito,
muerte de torsos volcados
sobre la sed de un baldío
con juegos para la tierra
hasta ponerse amarillos.

Sangre que no borrarán


inundaciones del río…

65
A los francotiradores caídos
en terrazas de Córdoba

Delta rojo
en el sol
en el mapa
en los ojos de todos
palomar asombrado
del vuelo del destello
guerrillero solar
primer rayo de aurora
que hubo en los cuerpos
yacentes en terrazas
de la sangre y la especie.

67
Escena de la huelga

¡Que manden pronto el relevo


y que dupliquen la guardia!.
¡A cazar a los huelguistas
golpeando casa por casa!

La luna, que nada sabe,


llegó al olmo de la plaza;
allí la estremeció el frío
de bayonetas caladas.

Las rosas palidecieron,


algo sufría en la estatua.
Ni un grito, ni un perro suelto,
sólo herraduras sonaban.

Cuando saltó por los fondos


cuatro soldados ya estaban;
ahora va caminando
con un fusil en la espalda.

Es un obrero. ¡Cobardes!
les gritan de una ventana.
Surgen torsos de mujeres
a lo largo de la cuadra.

69
Desde
la súplica ritual de un pájaro que cae
cielo desmoronándose a su ocaso
rincones donde miran mendigos
féretros ocupados por un acontecimiento salvaje
emerge cierta niebla un clamor vagabundo
algo que se aferra a mis piernas e implora
que aguardó tiritando la señal de mis ojos.

Sucede
que hundo lentas las manos
donde crece todo mi trigo puro
donde líquidos cálidos transformaron en delta
zonas de carne desolada
mojándolas en jugos que filtra la pobreza
y aferro en lo confuso filamentos natales
y tiro
dolorosamente saco
médula de sonido y temblor.

71
Romance de la Mansión Obrera

La espalda del monopolio


da penumbra al caserío.
El cementerio de barcas
está poblado de grillos.
Por cuatro esquinas de cinc
con un farol mortecino
soplan brisas de la isla
aromas de monte y limo.
Nadie escucha desde el muelle
la ronda de los novillos
y el barco inglés permanece
con el abdomen vacío.
Solo una ronda de harapos
llena el silencio de niños
por las cortadas estrechas
con frentes de conventillos.

El piquete de la huelga
oculto por baldíos
como tigre agazapado
sobre el único camino
ve pasar a los ingleses
con botellones de vino
cantando la borrachera
por el suburbio dormido.

73
Resonancia de galope
sobre tambor de granito
siembra pánico en la noche
hasta dejarla sin niños.
Por el arco donde dice:
“Mansión Obrera”, milicos
cruzan en potros oscuros
con pistoleras al cinto.

En los rostros taciturnos,


mojados por el rocío,
tienen el gesto de cobre
para enfrentar al peligro.

¡Qué buscan por las callejas


violando los conventillos!
¡No vive en esta pobreza
el que merece presidio!
¡Arresten al monopolio
que amaneció con despidos
cerrando a dos mil angustias
la puerta del frigorífico!

Sonidos de treinta espuelas


por los lóbregos pasillos
desgarran en las alcobas
el momento del idilio.
Huyen hombres por los fondos,
pero fueron sorprendidos
y pronto los paraliza
la resonancia del tiro.
Gritando desesperadas

74
el nombre de sus maridos
corren mujeres descalzas
en camisones raídos.

Cuando el carro celular


alumbra por el camino
quince potros impacientes
sujetos a los postigos,
dan violentos los sablazos
en la espalda del cautivo
y desgarra la penumbra
la intensidad del gemido.

Fachadas de cuatro cuadras


iluminaron sus vidrios
y por todos los zaguanes
brota pueblo enfurecido.
Seis dirigentes obreros
doblados por el castigo
caen de bruces en el carro
que parte raudo al presidio.
Por un túnel peligroso
de ademanes y de gritos
huyen jinetes azules
con el galope tendido.

75
Romance del comunista

La nube fue un algodón


color lila en el ocaso.
El lucero parpadeó
por el lado de los ranchos.
El último resplandor
doró todos los tejados,
las chimeneas inglesas
y el palo mayor de un barco.

Cuando pidió la palabra


la muchedumbre de abajo
le vio vestido de brin
trepándose al escenario.
Con las venas en relieve
y el acento quebrantado
hablaba de latifundio,
de monopolio y salario.

La voz del altoparlante


llegaba a la Villa Harapo
de letrinas de cartón
y techos de “aceite Gallo”.
¡Compañeros –resonó
la voz por el vecindario–

77
mociono salir en huelga
por tiempo indeterminado!

Caían sobre las islas


los ecos de aquel aplauso
cuando sintió las esposas
y la mordaza entre labios.
Alguien gritó cuando huían
por detrás del escenario.

Para vengar las heridas


que abrieron rectos piedrazos
en el carro celular
le pegan catorce manos.

¡Ay aromos del camino,


al suelo bajad los ramos!
¡Ay los ceibos florecidos
con ese tronco espinado!
¡Alzad los ponchos, arrieros,
que los detenga el ganado!
¡Ay los puentes levadizos!
Porque van a torturarlo.

78
¿Qué altura pisé ahí?

Me pareció petisa
mi ciudad.
Mi Paraná emotivo corría embarrancado
a lo largo del centro
y al fin fluyó en su delta
de barriadas de cinc.

Delante de mis pasos


iba el galgo del ansia,
y un rastro de mujer me conducía
a una dicha olvidada.

De pronto, boquiabierto, me encontré


ante el presidio.
¿Qué altura pisé ahí,
tirado en la humedad, bajo la manta
que olía a otras angustias?

Seguro que no fue cuando llenaron


la cárcel de escolares
y sacáronme adrede,
para apagar las risas
y chocar con la triste mirada de mi pibe,
quien me colgó la mustia guirnalda del abrazo
y alejose, humillado.

79
¿Fue acaso en el banquito,
con mi Rosa de un lado y un milico del otro,
cuando vi que salía entera de su cara
la lumbre del amor
y por fin divisé
tierra de eternidad?

80
Gente de petróleo

Recién me largan vivo, mareado, en cuatro patas,


con un puño de nervios en el vientre
y el pulso impresionado.
Me tendí boca abajo sobre un charco de angustia
justo cuando golpeaba a muerte la resaca.
Sabe dios cómo oí
estruendo de un aplauso,
llamas de mi fervor lamiendo un polvorín.

Es gente del petróleo, como yo.


Me salvaron.
Trajeron los motivos, las bombas, al carnero
–bien muerto al pie del topping–,
la trompada en los lentes del derrotista en sangre,
y los altos tablones del riesgo
para ver
con sueños desbordados.

¡Puta la sinrazón,
el baño de misterio
calándome hasta el hueso!

No heredé este poder de mis dedos de mago


y el júbilo de Cuba
para alumbrar olimpos burgueses en la nada.

81
Tribuno de sus sueños,
me dieron el discurso,
yacimientos de siglos de un fervor soterrado
que sube por mis venas
para ser llamarada.

82
Segundo movimiento
Para piano de ron tocado ante las olas
Cuando pisé el exilio
sentí pasar lentísimo un ojo de huracán,
pavura
al ver la equis de papel en los vidrios,
enorme y negra equis proyectada en mi alma.

Alguien me interrogaba, helándome la sangre,


con indecible voz
de acento igual oído a parturienta.

¿Era Juan quien tocaba en un piano de alcohol


a su amante, la Muerte, sentado ante las olas,
en tanto yo
bajaba
a recorrer mi infierno?

Acodado en la altura de la idea de mi muerte,


miraba hacia una austral aldea de desdichas.

85
Ciclista extraviado

Sin gastados pedales de llegar


al vivac del coraje
mi manubrio no acierta, por ciudades de exilio,
esa calle color bronca de bandoneón
donde pasa el cardumen de cantar
para hambrunas del alma.

Quedo sauce llorón,


sufriendo en la raíz embates del mar dulce,
bajo un solazo padre que saca de mi tronco
hojas desmesuradas
y pone como moño
–cuando la culpa ahorca–
dos cocos amarillos.

87
Bebo a solas
el ron del brillo verde
mojado de sus ojos.

El hogar
fuego de vivac
en el nido del riesgo
donde bestias
devoran en capullo
el júbilo.

Mirará desventuras
acodada en el miedo.

¡Salvar
el nacimiento del vuelo
de sus sangres!

Lava sal
la piedad del café.
Con venas de llanura

Me viste aparecer con venas de llanura,


pecho de legüerío erosionado,
espalda de dócil territorio, enfeudada a la pena,
y con la golondrina del fervor exhausta.

Notaste en cada hijo su cascada de asombro


con la mancha de un vuelo de garras carniceras
y en los ojos de Rosa, ese ¡ay! del que ve
desmoronarse un cielo.

Me invitaste a subir graderías de honor


hasta alturas de júbilo,
a la sombra gigante de Martí, amado por su sueño
desbordado en la luz;
casi junto a Fidel,
con correntadas de raza por el rostro.

Me diste alrededores murmurantes


(del mar, de los brisotes por las pencas,
de la lluvia en las hojas del banano),
donde descabezamos las boas de la angustia
que asfixiaban los sueños.

Y también una estancia de paz


donde salvé mi vocación de canto

91
y este amor de hondas aguas e incandescentes peces
que atrapamos a besos.

Llegué cuando tenías fondeado otro La Coubre


en aguas de cultura.
Aquello que pasó merece olvido.
Por encima de la tinta del pulpo
vi la quilla blindada de tu grandeza en rumbo,
y a babor de la sed,
como archipiélagos de inédita belleza,
para cada Colón zarpado de Vallejos.

92
Delta de la nostalgia

A Federico Luppi
Walter Elenco
Juan Mazzadi

Federico,
entró al ron,
taberna donde duran en curda los piratas,
a sufrirte despacio acodado en el párpado.
Telones de tristeza, de océano por medio,
garúan si apareces
a proscenio de alguna ternura de Chejov,
desbordando talento.

Walter,
tenías la cabeza caída hacia el violín
cuando solté la guillotina del adiós.
Yo sentí por la espalda el balazo de un tango.
Tu mejilla me oprime cálida el corazón
y lo traspasa tu arco.

Juan,
en la prisión,
entre plantas carnívoras succionándome médula,
te sentí como un golpe de orgullo.

93
Por ustedes, malditos,
el alma se me pianta Alfonsina hacia el mar.

94
Boca olmeca

En mi playa de exilio apareció


el nido de un hornero,
y sobre el mar
o el llanto de los ceibos natales
o la sangre invengada de los míos.

Es la señal. Dejo mi roca.


El golfo sufre
este anhelo de patria,
recio como el Pampero.

Que no te duela, Cuba,


esta roca pulida a sufrimiento,
donde, a punta de lágrima,
tallé
la boca olmeca del exilio.

95
Primeras miradas

Camiones con racimos de sonora vendimia


desgranan estudiantes a los pies de la caña.
La multitud le inviste de honor en la tribuna
porque dejó sin cañas una colina roja.
Los CDR abren las venas de los barrios
y mana, caudalosa, la sangre hacia Perú.
Por el alto murmullo del viento entre las palmas
cae polen aborigen del corazón de Amaru.
Las frentes van abiertas a las germinaciones
entre los nacimientos del vuelo del país.

97
Dibujo

El trazo azul de un niño


subiendo el horizonte
por encima del árbol
solito de su miedo
para el tamaño
de su asombro ante el mar.

99
Paz del fondo

Buzo hundámonos
no en las aguas que anegan mi corazón de exilio
y al retirarse dejan anémico el follaje
helado de mi sudor
en sordina la guagua de las 5

exploremos la paz cristalina del fondo


sin peces devorándose
el esplendor burgués con el reuma en la médula
desconchado pateado sin piedad por los niños

sus ojos de aguas vivas


cuando el amor revela fosforescencias verdes
y su coral fulgura emite hacia mi sangre
lo henchido de su ser aún sin vocablo
mi alimento marino

la luz baja dichosa a iluminar lo umbrío


navegan por la casa peces incandescentes
que atrapamos a besos

en la bondad hay rastros indelebles de tribus


CDR en la cuadra
el niño de caoba de la muchacha rusa
que va de la cintura con su hombre de ébano

101
siento corrientes hondas
luz de estrella apagada
de la vista de cóndor del inca
del ensueño de los ojos utópicos
fondeando en mis pupilas purezas de la raza.

102
Voz de júbilo

Un domingo,
chispeante de espíritu y de grapa,
sacaste
–ronco y fónico–
tu júbilo de estar.

Madre sintió tu estío


porque olía a dulzura
su gigante malvón.

Créeme,
encanecí
buscando salir del laberinto
del blanco de la hoja
asumiendo esa voz.

Patria sacó de mí
su afónica baguala.

Me exilié donde se oye


unánime en las plazas
y es cada amanecer
tu domingo,
perenne.

103
Henequén

En Cuba se da bien
porque la luz anega los hogares
haciéndole crecer
a la altura del hombre.
Y como fibras sobran
viven trenzándolas en la cuerda más noble
para acabar de unir,
de conciencia en conciencia,
este puente incesante
sobre abismos de desprecio y olvido.

Puente inca que baja de Tupac


y que sostiene, desde otro siglo,
el Che,
para que pasen,
de hombre en hombre y de bandera en bandera,
las patrias humilladas,
hasta poblar
el sueño mestizo de Bolívar.

105
Escuela al campo

A Gabriela

El albergue recuerda el que viera Colón.


Esa cumbrera larga
sostendrá en tu memoria
amontonadas pencas de asombros.
Y tendrás casa enorme
para albergar los huéspedes que acompañen tu infancia,
puertas casi en el sol,
(aquel, que alumbra, débil, mi edad de entumecidos gestos).
Olerá a tinta y fango esa mano que alzas
contra lejanas lomas de hortalizas,
donde hundiste en lo fértil
raíces de temblor y sueños.

107
Nodriza nuestra

Aún cruzas rancheríos y favelas de América


con percusión sombría en tu tambor de luto,
para llegar con sífilis,
con un niño mendigo,
danzando envuelta en tules de opios e incultura,
cambiando los colores del alba y de los sueños.

Donde vistes guajira,


aún suena el aguacero en tus techos de guano
y caminas descalza por tus pisos de tierra
y enciendes tu candil dentro del cancionero,
pero tu son no tiene los ritmos enlutados,
ni molienda de infancias;
tiene una fabulosa cumbrera de sonido
para que todos pongan las pencas de sus sueños.

109
Prehistoria

Rostro turbado, lento,


aparecido desde turbia guarida,
que ha visto cegadoras desgracias,
dice traer, el pobre,
madrigueras de alcohol en la memoria.
Por eso y por la sal que le quema la voz
de tragar a lo bestia oleajes de nostalgia,
este infeliz asegura que ve,
en los vagos ojos habaneros,
agónico jadeo de turbio dinosaurio,
y da gracias de estar, al borde de la era,
pujando con los niños para arrojarlo al golfo.

111
Teas

Sus infancias fluviales


con las primeras brisas de la calidez humana
sintieron sus cielitos limpios de toda nube
con figura de horror.

Al revés de la mía,
que emplumó en el pupitre un vuelo ciego,
a saco por sus ojos entraron las leyendas
de las teas mambisas,
quemando en sus memorias
los nubarrones verdes del azúcar.

Teas que
en la Maestra
ardieron en los ojos
de aquellos que bajaron a incendiar
toda el alma guajira de la patria;
fuego
que propagaron dos manos cercenadas
que aún abofetean al rostro a sus verdugos;

¡habéis chisporroteado hasta encender el leño


sagrado en cada hijo!

Mi niñez,

113
descalza y con canasta,
mira
desde la lágrima.

114
Dispersa y errante Facultad

Gaucho social,
me criaron pezones de pobreza
por el candilerío de un suburbio
que engolfa pampa oscura.

Chupé melancolía hasta llevarla


metida por la huesa, como el tango;
la leche celestial
(nunca –por mi vergüenza–
en la exaltante atmósfera de góticos vitrales)
que me drenó con culpa los pujos de entusiasmo;
alcohol de idiomas gringos,
dulces de entonación y amargos relatos,
que es mosto ya del vino añejado en mi lengua.

Los ojos despoblados


mientras Aire pasaba la milenaria herencia,
sin poder divisar
–mateando cebaduras de olvido y desamparo–
el vuelo de otras sangres
para darles acceso en el torrente mío.

Darme salida fue


meterme por el lado maldito, aborrecido.
Tradiciones, temores, andaban en patota

115
emboscándome el rumbo,
mas topé (era jungla, recuerden, lo ecológico)
con la posta de Octubre, en mameluco,
que discurriendo espíritu de dos Mayos gloriosos,
internóme en la hombría
hasta la hoguera del vivac fraterno.

¡Honor a ti,
errante Facultad, de aulas dispersas,
donde (disfrazado de cazador, turista…)
supe
de baja voz
mi enorme patrimonio
y la causa que mueve mi sombra por el mundo!

116
Sonrisa interminable

Fugaz testigo y huésped del oleaje,


tuve tiempo de mito,
mi casa en la sonrisa más amplia de la Historia,
justo en la comisura de más color y ritmo,
donde luce blancura de dientes africanos
y es espuma del mar la risa de Camilo.

117
¡Rescátame alegría!

Dentro mío hay un parque


con estatuas caídas,
invadido de niebla
y raíces que buscan
los juegos del amor
entre piedra y arena.

El sonido del mundo


decrece hasta el sonido
que tiene la tristeza.
Mis ojos forasteros
miran el alba turbia
de un país de cadenas.

¡Rescátame Alegría,
que no quiero explorar
esta región de ciénagas,
devuélveme a tu clima
de flora exuberante
y fecundas praderas!

No quiero ver el rostro


de mirada de plomo
y estrujadas violetas
en las tinieblas donde

119
no hay más que muelles solos
que las olas golpean.

Yo solo vibro lleno


de aromas tropicales
y rumores de selva.
No puedo ser sin arpas,
sin el color subido
del hombre y de la tierra.

120
Tercer movimiento
Solo de bajo
Ruego

Si acabas de pisar tierra de porvenir,


si tengo todavía en la garganta
sal
de cuando te estreché
la mayor alegría,
si estoy como apunado de recorrer meseta
de la dicha conmigo…

¡Mi viejo,
no te vayas
a comer papas negras,
solo,
por el jamás!

Si no has dado a tus nietos tiempo de columpiarse


en lianas de ternura,
si apenas empezaste a explorar tu sustancia,
a atestiguar purezas
que nos ligan a todos en un mismo Ecuador…

¡Mi viejo,
no te vayas
a comer papas negras,
solo,
por el jamás!

123
Ausente no de mí

Me le parezco tanto
que ansío envejecer para palparle
la forma de sus hombros, de su pecho.

Viva la llevo en mí
su manera de andar, de apoltronarse,
de echar el brazo al hombro a la amistad.

Aprenderé guitarra
sólo por ver sus manos vivas por el cordaje
y cantar a mamá como él lo hacía
para que lo contemple
toda la ancianidad.

125
Escrito en el submundo

Papá enfríase.

Tres voces,
extranjeras en el reino pluvioso,
déjanme, oculta en donativos,
la vibración de madre de un Gobierno
de héroes.

Durará sin su ánima.


Salvaremos, en raudo mausoleo,
los días subhumanos
y en pista,
rodaremos al centro de los llantos
un salvaje temblor.

¡Haberle,
por alturas de dicha,
podido contemplar
los asombros finales!...

Mi hondura agradecida hazla,


poema, audible,
por el tiempo que dure
su carne embalsamada.

127
Voces de ayllu

Acodado en ventana de ginebra


(donde dura el temblor de tío y sus adioses),
percibo en el hogar líquenes de intemperie
sobre camas, espejos, debajo de las risas…

Cuando los hijos dejan la sonrisa entornada


diviso eternidades,
pero también la garra de moho del desamparo
en el cuello de un sueño.

¿Te acordarás cuando pibe roturaba la pena?


Huéspedes de tu sangre, con el acento gringo,
andaban por la mía, y me enseñaron.
Me acompañaba Ethel en esos juegos.

Pero aquella ilusión de arar


rostros atentos,
de ir sembrando a boleo las frentes de los próceres,
se pudre en mis arrugas.

Hoy, que témpanos comen litoral de mi edad


(sirven de fuente pura para que el canto crezca),
resisto, padre mío,
con las voces de mi ayllu.

129
Un solo y largo adiós

El túnel de frescor de los almendros


sabe que yo pasé
semanas, meses,
la intuición de su muerte.

Él, en tanto,
besados los rostros de su dicha,
con mamá y las maletas
alejóse feliz,
renqueando extrañamente.

Crueles tiempo y distancia


para apretarnos, vernos.

Dirían sus ojillos nublados:


¡Adiós,
entumecidos colores de mi Pampa!
¡Adiós,
viñedos de mi cuyana luz!
¡Adiós,
susto y felicidad de atravesar mis Andes!

Y, así diciendo, anduvo


el túnel de frescor de los almendros,
admirando en las gentes cierta hondura apacible,

131
conmigo, que le daba creciente intensidad,
hasta quedarse,
con los ojos girados,
en la luz del mañana.

132
Escrito por el cielo

Del porvenir regresa,


embalsamado,
el más querido de mis muertos.
Del porvenir, ahora en mis pupilas
con forma de caimán, reverberante,
como fue la dicha que nos dimos.

Ay, le contara, para saberlo en paz,


que vuelve
y que su forma es bella e inolora
para darla a llorar
a su aldea de afectos.

Le contara
que vamos por el cielo de Chile.
Por verlo inmaculado
bajó,
desde las cimas del corazón de Allende,
su arroyito de sangre
que es hoy ya delta rojo
y tiñe las amadas espumas de Neruda.

Lagrimeo mirando las nieves argentinas,


iguales de perpetuas

133
a las que madre sufre
en sus cumbres de amor.

134
Todo perdía altura

Se amontonaba gente delante del regreso,


tanta
como a lo largo del adiós y del llanto
cuando salió de casa
padrecito
en su féretro.

Ante mi acento puro, alto, del porvenir,


los más
como trepando frondas de la bondad,
como buscando en nidos venturosos
moteadas maravillas.

Todo perdía altura,


menos la muchachada.

En los ojos de todos agonizaba el júbilo


de haber rozado el cielo
cuando vieron entrar a la Casa Rosada
a Cuba y Chile puro
y huir por la azotea
rumbo al sol
al crimencóptero
del fascismo cegado.

135
Todo perdía altura,
menos la muchachada.

Y fuime con mi cóndor riesgo adentro,


buscando el epicanto del sismo del coraje,
el volcán del fervor.
Todos eran muchachos. Tenían en los ojos
un severo destello y llevaban la edad
barbada y miliciana.

Escapados del cerco de la droga y lo morbo


fueron formando oleaje,
un trueno hecho de venas dilatadas en grito
rodando largamente por la urbe y el mapa,
una carga suicida de amor loco y furioso
por sentir que los beses
emancipada, Patria,
contra la turbia horca de la traición
cerrándose
para quebrar sus himnos.

Todo perdía altura,


menos la muchachada.

136
Milonga de la igualdad

A Nora Frómeta

Traje de Cuba, compadre,


para no olvidarlo nunca
un recuerdo de mujer
que pronuncio con mayúscula.

Fidel la eligió ministro


porque el brillo de sus actos
le dieron la magnitud
de un talento extraordinario.

¿Alguna vez se enteró


de que un ministro burgués
festejara un fin de año
en casa e’pobre? Ya ve.

La grandeza de principios
que animan a esta mujer.
En la casita de Pablo
(Pablo Pueblo, igual a usted).

Cantó hasta tangos conmigo,


bailó de pronto muchacha,
besó a mujeres y niños

137
como madre derramada,

y al ofrecerle a mi Rosa
sus cuidados y su casa
si peligraran los hijos,
la emocionó hasta las lágrimas.

Presumo que en el Gobierno


su carga de humanidad
es radar sensibilísimo
frente al reclamo social.

¡Cómo no voy a cantar,


con la pampa a mis espaldas,
a ese ejemplo de mujer,
a la ministro cubana!

Que esta milonga propaguen


las guitarras y el pampero;
que se quede en la memoria
y en el cariño del pueblo.

138
Canción de la pena vieja

Al doblar una pena fue que hallé la calzada.


Verdosos de intemperie lucen allá mis templos.
Turbado, mirando las pinturas,
el sucesivo asombro de imágenes dichosas,
a lo largo y lo hondo del muro del regreso,
he llegado.
En el cinc del santuario la melopea de la lluvia.

Que llueva, que llueva,


la vieja pena canta.

Si abriera la ventana y estuviera papá


parado en la intemperie,
el pelo y la guitarra mojados de rocío,
dándonos su ternura ronca de serenatas,
y madre y hermanitas saltaran de sus camas,
elásticas, descalzas,
para colgarle tibias guirnaldas del abrazo.

Que llueva, que llueva,


la vieja pena canta.

Dura el olor a dock.


Aún silba “Cambalache”, con el bajo en los remos,
aquel Caronte en patas,

139
cruzando condenados clorosos a guano,
mi canasta y mi infancia, entre buques enormes,
a un averno sajón.
Que llueva, que llueva,
la vieja pena canta.

Mi juventud
buscando fervores milicianos
por mi arrabal de cinc;
su nuca perseguida por culatas de máuser;
su faz bajo las manos alzadas de los potros.
Y en los ojos,
el fuego que ilumina la vida.

Que llueva, que llueva,


la vieja pena canta.

140
Pobreza, mi nodriza

Acodado en la altura de la idea de mi muerte


olvidé mucho tiempo tu amargo ministerio.
Ábreme una a una las ventanas del reino.
Debo cumplir mandatos sagrados de mi sangre.

Para no ser ya más


un desertor del ojo
en fronteras de luz
que mi frente sostuvo.

Mi adolescencia yendo por una nube tóxica


entre grupos de potro y banderas caídas.

El ojo que posee patrimonio de infancia


ve el cielo amarillo de la desnutrición
el muñón fregador de aquella lavandera.

141
Canto al sur lacustre

Mi corazón sin bosques,


mis venas de llanura,
el sediento clamor
de las leguas del pecho,
sueñan contigo, Sur,
con tus remotas pestañas empapadas
de un llanto hasta el océano.

Las rutas de la sed


por tus sinuosas faldas,
las sucesivas ventanas del asombro
quiero:
contemplar una aurora
a través de los pinos,
un salto de agua verde
sobre un muñón de abeto.

Quiero volver a ser


tañido de campana
y juventud ardiendo
como tronco de cedro.

Volver,
volver herido
de mandatos terrestres

143
y mirar desde un cerro:
el lago Nahuel-Huapi,
un crepúsculo lila,
un incendio
de flora centenaria.

Quiero soñar la tierra


en toda su belleza morena
desnuda sobre el agua.
Miro cómo el oleaje
triza láminas de oro.
Por las rocas
el dios ciego de la espuma
busca muslos de cobre.

Celosa del mar


cierra las hojas de vidrio
desata su pelo a contraluz
y desnuda sus hombros.

Lejanas baten las olas


pero el rumor de los cuerpos
crece con las caricias
hasta ser un refugio
semejante al del mar.

144
Argentinazo

He vuelto.
Ni la luna naranja ni el velamen chinesco
me importan,
ni les pido a los focos del muelle
que hagan niños de niebla,
rondas que me conduzcan, jugando al “gallo ciego”,
a la infancia perdida.

Puerto, dame ruidos de guinches y anclas,


cataratas de trigo,
el rechinar de un tren que huela a estiércol,
el cencerro de la vaca judas
deshacinando muuues de uno en fondo
por los bretes que dan al matadero;

dame un fulgor de ocaso


(pon, si gustas, alguna nube lila,
el parpadeo de la Cruz del Sur),
que vaya dorando
letrinas de cartón, techos de pajabrava,
arrabales de cinc, chimeneas sajonas,
palo mayor de un barco…

145
Así evoco
las siete mil angustias
resueltas en clamor de oleaje macho
contra lock-out, portones, monopolio
y el chaparrón de balas.

II

Aquí una nube tóxica me tumbó adolescente


entre cascos de potros,
cuando Cipriano Reyes, prolongando la década,
comandó los torrentes lugareños
al grito de ¡Perón!
Sus hermanos después gatillaron política
de la Casa Rosada
contra los “perros” bolches,
que en la brisa de petróleo y guano
los dejaron pudriéndose.

Fue en el 55, desde esta ensenada


del gaviotero estuario de olas “color león”
(la misma que embarrara el desembarco
de la tropa sajona, por el tiempo
en que Miranda, Prólogo,
iniciara el bojeo del sueño de Bolívar),
que inermes, apuntáronnos
las cañoneras de la antipatria, abriendo,
a puro masacraje, ya del todo,
el acceso a las ubres sagradas del país.

146
Coordenadas de aquel mapa imperial
que Martí, por cortarlas, dio su prosa y su vida,
hendieron rancho a rancho, pibe a pibe,
el escozor continental del hambre
hasta Tierra del Fuego.
En tanto que nosotros
(por la leche de verte, Patria,
en vuelo sobre el amor unánime,
con nombres de los mártires escritos en tus plumas
y el polen de tus héroes tus alas propagando),
con los ponchos de la prisión en alto,
fuimos arriando furias y odios
hasta el sismo brutal del Cordobazo.

III

Lo demás
lo respiro tinto en sangre
chilena, montonera…,
lo oigo por las fronteras colocar,
con jakartianos ruidos,
la horca que nos deje colgados desde Washington.

Bajo el sol, evidente, el globo fabuloso


de “Argentina Potencia”,
que inflan nuestros pulmones,
remontando a mansiones de gula y de lujuria
a nuevos hijo’e putas.

¡Vuela pajarillo asombroso,


trino del porvenir!

147
¡Gorjea al que combate
por terrazas de la sangre y la especie!
¡Gorjea,
en la espesura del riesgo,
a los que marchan
tras banderas reunidas!

148
Ladrón del fuego

A Cuba

He de decirte adiós tan largamente


que moriré evocándote.
Se ha de podrir conmigo
el buitre, sin haber devorado
el fuego que mis ojos
robaron de tu júbilo
para alumbrar la vida.

Llevo tu litoral en el golfo del alma


y llevo mi mar dulce
mudado de color y como ebrio
de lamer sin descanso tu salobre belleza.

Como siento a mi padre, a quien dejé


en un muro junto a abuelos y tíos
(muro en donde
entre hermanos e hijos
nos iremos poniendo),
así,
mientras aliente,
he de sentirte,
amarte.

149
Marea de elegía

El aire de la marcha es nuevo para todos.


Tengo aún la palabra; la ejerceré más alto.

Llegué con los escombros de un cielo sobre el rostro


y escucho crepitar hogueras de fervor,
fuegos poniendo en fuga bestias que me asolaban.

Nada impide que vea pasar incandescencias,


que sienta una península como siento a mi padre,
que vaya a mirar rostros que quiere la ternura
o el azogue de nada que me revela vida.

La marea está alta, acumula en Los Andes


Nilos como el de Cuba con limo para todos.

El corazón es patria soñada, prometida,


del vuelo vagabundo de la sangre del hombre.

Todo obliga a explorar hasta el adiós final.

151
Nota del editor

Banderas reunidas ha sido publicado por EDULP en 2010 y en


2015. En noviembre de 1974 El Caimán Barbudo n°84 anuncia-
ba la inminente edición de Banderas reunidas, de Imar Miguel
Lamonega en Cuba, algo que finalmente no sucedió. El poeta
vivió en Cuba entre 1970 y 1974, allí realizó estudios en la Es-
cuela de Letras de la Universidad de La Habana, dirigió la re-
vista Normación, Metrología y Control de Calidad y formó parte de
la Brigada Hermanos Saíz, asociación de artistas y escritores
noveles de Cuba. En 1973 obtuvo una mención del jurado en
la Primera Bienal de Poesía Novel y en el 7mo Premio David
de Poesía por el libro, hoy perdido, Contextos de júbilo.
La versión de EDULP fue coordinada por Gabriela Lamo-
nega, hija mayor de Imar. Allí se incluyó un Preludio que no
formaba parte de Banderas reunidas, el cual recopila material
disperso del poeta. El orden de los poemas que componen los
“Tres movimientos” fue realizado por Gabriela, dado que en
la carpeta que conserva de su padre no se especificaba el mis-
mo. En la presente edición se han corregido algunas erratas
de la edición de EDULP, se han suprimido las dos cartas que
la encabezaban y se ha incluido un poema inédito: “¿Por qué
sería?”, publicado en Unión n°1 (abril de 1974).
En la antología 16 poetas inéditos (1965), de la Cooperativa Edi-
torial Hoy en la Cultura, Lamonega bajo el seudónimo de Ariel
Peña publicó tres poemas incluidos en este libro: “Que Hiros-

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hima no nazca” (del inédito inhallable La esperanza desborda-
da), una versión reducida de “Bordoneo” titulada “Poema” y
una versión de “Canto del suburbio” que se incluye en este
volumen. “Con el rostro que más amas” y “Escuela al campo”
fueron publicados en el n°67 de El Caimán Barbudo (mayo de
1973). “Prisa por nacer” fue publicado en el n°19 de Revolución
y Cultura (marzo de 1974). “Lucha contra bandidos” obtuvo
una distinción en el concurso “La mujer en la revolución”, or-
ganizado por la Federación de Mujeres Cubanas en 1974 y fue
publicado en la revista Ella en romance de agosto de 1975. “Pre-
historia” fue publicado en Hacen algo n°20 (abril de 1973). “Vo-
ces de ayllu” fue publicado en El Caimán Barbudo n°77 (abril de
1974). “Todo perdía altura”, “Con venas de llanura” y “Ladrón
del fuego” fue publicado en El Caimán Barbudo n°84 (noviem-
bre de 1974). Una versión con leves cambios de “Ladrón del
fuego” fue publicada en Unión n°1 (abril de 1974).
Agradecemos especialmente a Gabriela Lamonega por su pre-
disposición militante para volver a editar los escritos de su pa-
dre, a Mario Goloboff por ponernos tras la huella de la antolo-
gía que coordinó en 1965 y a EDULP por el trabajo de rescate y
difusión realizado en las ediciones previas.

Agosto de 2022
Axel Kicillof
Gobernador de la Provincia
de Buenos Aires

Verónica Magario
Vicegobernadora de la Provincia
de Buenos Aires

Julio Alak
Ministro de Justicia y Derechos Humanos
de la Provincia de Buenos Aires

Matías Moreno
Subsecretario de Derechos Humanos
de la Provincia de Buenos Aires
colección
Versos Aparecidos
Otros títulos de la colección:

Versos Aparecidos, Carlos Aiub.


Dolores, bufandas y recuerdos, Mónica Morán.
Un minuto de historia, Miguel Ángel Gradaschi.
La niña que sueña con nieves, Luisa Córica.
Una sangre para el día, Dardo Sebastián Dorronzoro.
Las y los invitamos a leer este poemario. Los compañeros y
compañeras desaparecidas eran militantes, eran padres, ma-
dres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, eran personas com-
prometidas con su tiempo, eran personas que amaban. Estas
poesías fueron rescatadas por sus familiares luego de la desa-
parición de sus seres queridos. Entendemos que es una de las
responsabilidades del Estado garantizar que las memorias del
pueblo no se pierdan. Y por ello creemos que la mejor forma
de hacerlo, está en poder darles hoy a las y los poetas desapa-
recidos, la oportunidad que les fue truncada: que sus poemas
sean publicados.

Desde la Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia


de Buenos Aires editamos esta colección deVersos Desapare-
cidos para garantizar la memoria, porque un pueblo con me-
moria es democracia para siempre.

Matías Facundo Moreno


Subsecretario de Derechos Humanos
Provincia de Buenos Aires
5
BANDERAS
REUNIDAS
La colección es el resultado de una búsqueda detectivesca de
poesía inédita, perdida, escondida o silenciada por efecto del terrorismo de Estado.

El rescate y la difusión de literatura producida por la militancia perseguida, desapa-


recida o asesinada durante la última dictadura y el período previo, completa el
trabajo reparatorio que ejercen las políticas de Memoria, Verdad y Justicia. También
permite revalorizar el lugar que cada compañero y compañera ocupaba en su vida
cotidiana. Los poemarios que componen esta colección funcionan como portales
hacia los deseos y sueños más íntimos de sus autores. propone
constituirse en legado para las generaciones nacidas tras el genocidio y contribuye
a comprender desde una percepción ampliada, los procesos históricos actuales.

Siguiendo el rastro de textos inaccesibles o censurados, así como de libretas y


papeles que forman parte de archivos familiares, realiza un tra-
bajo de edición literaria y poética, no documental. La colección se propone recrear
el vínculo de trabajo imposible entre autor y editor, mientras recupera a las y los
poetas del silencio, no del olvido que nunca los ha alcanzado.

colección
Versos Aparecidos

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