Camara Federal de Casación Penal - IPP
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Cámara Federal de Casación Penal
Registro nro.: 536/23
#28716566#370639466#20230530104644943
1º) El Tribunal Oral en lo Criminal Federal de
Paraná, integrado de manera unipersonal, en la causa Nº FPA
13009634/2011/TO1 de su registro, resolvió, en lo que aquí
interesa: “1.- DECLARAR a Miguel Alberto TORREALDAY, cuyos
datos personales obran en la causa, partícipe necesario (art.
45, C.P.) del delito de alteración o supresión del estado
civil de dos menores de 10 años (art. 139 inc. 2º del C.P.,
texto según ley 11.179), en concurso ideal (art. 54 C.P.) con
el delito de sustracción, retención y ocultamiento de dos
niños menores de 10 años (art. 146 del C.P., texto según ley
Nº 24.410), respecto de cada uno de los hijos mellizos de
Raquel Negro y Edgar Valenzuela, en concurso real (art. 55
C.P.). 2.- CONDENAR, en consecuencia, a Miguel Alberto
TORREALDAY, a la pena de NUEVE (9) AÑOS DE PRISIÓN, E
INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA (ART. 12
DEL CP). 3.- DECLARAR a Jorge Eduardo ROSSI, cuyos demás datos
personales obran en la causa, partícipe secundario (art. 46,
C.P.) del delito de alteración o supresión del estado civil de
dos menores de 10 años (art. 139 Fecha de firma: 23/10/2018
inc. 2º del C.P., texto según ley 11.179), en concurso ideal
(art. 54 C.P.) con el delito de sustracción, retención y
ocultamiento de dos niños menores de 10 años (art. 146 del
C.P., texto según ley Nº 24.410), respecto de cada uno de los
hijos mellizos de Raquel Negro y Edgar Valenzuela, en concurso
real (art. 55 C.P.). 4.- CONDENAR, en consecuencia, a Jorge
Eduardo ROSSI, a la pena de SEIS (6) AÑOS DE PRISIÓN, E
INHABILITACIÓN ABSOLUTA POR EL TIEMPO DE LA CONDENA (ART. 12
DEL CP)…” (Cfr. resolución agregada al sistema Lex 100 o fs.
4653/4720vta.).
2º) Contra ese pronunciamiento dedujeron recursos de
casación, las defensas de David Vainstub (fs. 4730/4752), de
Miguel Alberto Torrealday (fs. 4753/4775) y de Jorge Rossi
(fs. 4776/4785vta.) y las partes querellantes Sabrina Gullino
Valenzuela Negro, Sebastián Álvarez, la Asociación Civil
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Sala II
Causa FPA 13009634/2011/TO1/CFC2,
“Torrealday, Miguel Alberto y otros
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En esta línea, la defensa particular explicó que el
tribunal oral tuvo por acreditado que los niños estuvieron
internados en el hospital del imputado en base a las
constancias de la causa “Guerrieri 1” y “Zaccaria”, en las que
su pupilo “no tuvo participación ni posibilidad alguna de
defenderse”. Ello, a criterio del recurrente, violenta el
derecho de defensa en juicio.
A continuación, afirmó que Torrealday “era
totalmente ajeno, extraño e ignorante al plan sistemático de
apropiación de bebés del gobierno militar” y transcribió
extractos de la sentencia, para concluir que “la imputación
con la que llega nuestro pupilo procesal es total y
absolutamente vaga e imprecisa. No resulta claro si ha sido
condenado por el hecho objetivo de ser uno de los cuatro
dueños del Instituto Privado de Pediatría, por la permanencia
de los niños en el Instituto o por la entrega de los niños a
personas diferentes de sus padres”.
Señaló también que de la propia sentencia se
desprende que los niños fueron trasladados “para su mejor
atención”, por lo que “la permanencia de los niños en el
instituto no incrementó el riesgo al que estaban expuestos”.
Agregó además que no se identificó quién retiró a los menores
del IPP y que “la entrega de los niños debería ser imputada a
la persona que haya dispuesto tal entrega (…) la mera
condición de Miguel Torrealday de dueño del Instituto carece
de aptitud para generar responsabilidad penal sobre un hecho
tan puntual como el indicado”.
Insistió en la falta de conexión entre el imputado y
el gobierno de facto y refirió que “el mismo sufrió en carne
propia con la revolución libertadora la detención y prisión de
su padre el cual era Vice Gobernador”.
Por su parte, se agravió el recurrente en orden a que
en el marco de la causa conocida como “Zaccaria”, fue el
propio Torrealday quien aportó voluntariamente el Libro de
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Así, luego de transcribir los dichos de los testigos
María Lucrecia Álvarez, José María Demartini y Nélida Fuchs,
afirmó que “[l]a cantidad de testimonios sobre el mal estado
de salud del niño permiten contemplar seriamente esa
posibilidad y que efectivamente haya fallecido”. Agregó además
que el testigo Ferrarotti –a cuyo testimonio, según el
recurrente, le dio prevalencia el sentenciante- trabajaba en
el lugar en donde se produjo el parto y “un análisis objetivo
de la situación permite pensar que Ferrarotti ha estado
obligado a adecuar su relato a la defensa de su propia
posición”.
En otro orden, se agravió el recurrente en que la
imputación se fundó en que los cuatro imputados eran los
dueños del Instituto médico en cuestión. Insistió en que “la
sentencia reconoce que los imputados fueron ajenos al plan
criminal de los militares. Y es allí donde la imputación, y
por consiguiente la condena, se tornan inviables”. Agregó que
“el hecho objetivo de ser los propietarios del Instituto nada
aporta para la decisión del caso, dado que se trató de un
hecho aislado, el IPP no estuvo involucrado en episodios
similares y se encuentra fuera de discusión que los imputados
carecían de relación con el gobierno de facto” y refirió a
diversa jurisprudencia y doctrina sobre el dolo.
Expresó que, tal como se desprende de las causas
“Guerrieri” y “Zaccaria”, “la lesión de los derechos de los
niños a permanecer junto a su madre y a que se respete su
verdadera identidad fue irremediable y definitivamente
consumada en el Hospital Militar”. Concluyó entonces que “[s]u
permanencia en el IPP no incrementó el riesgo de violación a
sus derechos a permanecer con sus padres y a la identidad, y
por el contrario les garantizó el derecho a la salud”.
En otro orden, alegó el recurrente que, si bien los
médicos de hospitales públicos tienen obligación de denunciar,
“el ordenamiento jurídico no les imponía similar obligación a
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“Pagano y Amelong habrían llevado a Sabrina Gullino el 27 de
marzo de 1978 a Rosario, y la habrían dejado en la puerta de
un orfanato”, por lo que, “es altamente probable que los niños
hayan sido retirados del Instituto por las mismas personas que
los habían llevado ahí”.
Insistió, por otra parte, en que “si la identidad
exacta de los niños era desconocida, no era posible
comunicarse con sus familiares”, a la vez que negó que
hubieran sido ingresados al IPP como NN, sino que, por el
contrario, figuraba el apellido López, “y no hay elemento
alguno que permita afirmar o descartar que los dueños del IPP
conocieran que ese no era el apellido verdadero”.
Continuó el recurrente cuestionando el dolo de su
pupilo. Así, afirmó que “el modo en que se recolectaron las
pruebas y la conducta de los imputados deja en evidencia que
jamás se representaron la posibilidad de haber intervenido en
un hecho delictivo”.
Se agravió además en orden a la ley aplicable al
caso. En este sentido, sostuvo que resultaba inaplicable la
ley 24.410 que es “posterior a la fecha de inicio de los
hechos y más grave que la anterior”. En este punto refirió al
fallo “Jofre” de la CSJN y reclamó la aplicación de la ley
11.179. Agregó además que “…entiende que la sustracción de
menores y la adulteración de su estado civil son delitos de
estado, y no permanentes, ya que en este caso el mantenimiento
de la situación antijurídica no dependía de la voluntad de los
imputados”, por lo que, afirmó, cuando entró en vigencia la
ley 24.410 “el ilícito en este caso ya había cesado”.
Objetó la graduación de la pena realizada por el
tribunal. En este punto, explicó que, a pesar de que el
tribunal valoró diversos elementos que consideró atenuantes –
su reconocido trabajo como médico, su edad, su estado de salud
y familia, etc.-, omitió reflejarlos en la graduación de la
pena. Además, refirió que el juez violó el principio de non
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Señaló además que “la estadía de los mellizos en el
IPP no incrementó el riesgo para el bien jurídico tutelado, ya
que conociendo el plan criminal del gobierno militar, el
trágico destino de la familia Valenzuela-Negro ya estaba
determinado por las autoridades de turno, no por Jorge Rossi”.
Por su parte, con relación al reproche que se le
formulara a su pupilo por haber omitido dar aviso a las
autoridades, explicó que se trata de un supuesto de omisión
impropia pero que falta, en el supuesto, “el deber extrapenal”
que lo coloque a Rossi en posición de garante. Afirmó
entonces, que la responsabilidad que se le reprocha es
meramente objetiva, por ser el socio del Instituto.
En orden al registro de los mellizos como NN, sostuvo
que fueron registrados como Soledad López y NN López, lo que
calificó de “formalmente regular”. Agregó además que, en todo
caso, los registros de los nombres de los mellizos los
realizaron las enfermeras.
Cuestionó también la participación atribuida a Rossi.
En este punto, sostuvo recién a partir de enero de 2017
comenzaron a regir los protocolos que hoy conocemos y el
Certificado Médico de Nacimiento y concluyó: “queremos
responsabilizar a los médicos del IPP por su actuación de hace
40 años”.
A continuación, señaló que Jorge Rossi “solo realizó
la conducta de un médico que no formaba parte de las fuerzas
armadas y sin relación con el Hospital Militar”, y agregó “Ni
la fiscalía ni la querella probaron, por lo menos, una
relación de Rossi para con el hospital militar o con el poder
de ese momento”.
Por último, al igual que su consorte Torrealday, la
defensa de Rossi cuestionó la aplicación de la ley 24.410. En
este punto, sostuvo que la ley vigente al momento en que
ocurrieron los hechos y al momento en que Sabrina Gullino
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Agregaron que “el plan se configura y reconfigura
con la necesaria inclusión del IPP en el mismo, como necesaria
condición para poder obtener el fin de apropiación”. A su vez,
afirmaron que “la presencia del ‘propósito común’ y (…) su
aceptación, por el resto de los coautores, no requiere ser
expresa, bastando con un acuerdo implícito, y que tampoco se
exige que todos los coautores actúen al mismo tiempo”.
De esta forma, sostuvieron que “quedó claro que el
accionar de los médicos del IPP, estabilizando la salud de los
bebés y continuando con la retención y ocultación, y posterior
entrega de Sabrina y su hermano mellizo a personas no
habilitadas para ello, posibilitó la apropiación”. Insistieron
entonces, en el aporte necesario durante la ejecución del
hecho por parte de todos los imputados, por lo que reclamaron
el reproche en calidad de coautores.
Agregaron también que “…a quien realice un aporte
necesario durante la ejecución de un ilícito no le cabe otro
carácter que el de coautor, al menos si seguimos las tesis del
Dr. Zaffaroni como constantemente realiza el distinguido
magistrado mediante sus citas. Por tanto, si entiende el Sr.
Juez que Torrealday realizó una aportación ‘con carácter
necesario porque sin su intervención hubiera resultado
altamente improbable, cuando no imposible que el designio de
los autores del secuestro y alteración de identidad, cual fue
disponer ilegalmente de los menores hubiera podido
concretarse’, no le cabe otra calidad que la de coautor. Es
así porque dogmáticamente, para la postura del Dr. Zaffaroni a
la cual parecemos adherir tanto el magistrado como estas
querellas, sólo se puede ‘participar’ (como partícipe) durante
la ejecución del delito, de forma secundaria, mediante la
participación accesoria de un injusto ajeno”.
En este sentido, señalaron que los médicos “tenían
la decisión de [no] desviar el curso de los hechos” y que, al
hacerlo, incumplieron su deber de informar a “la verdadera
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tras resumir los agravios de los recurrentes y realizar una
breve reseña de estas actuaciones dictaminó que “los agravios
de las defensas deben ser rechazados, en tanto no logran
demostrar en la instancia el yerro que señalan”.
En este sentido, comenzó explicando que “el plan
sistemático de apropiación de bebés fue una práctica
generalizada adoptada por la dictadura militar de los años
1976 a 1983”. Señaló que el modus operandi fue común a todos
los casos y el “patrón común” consistía en que todas las
madres “fueron víctimas del accionar represivo del gobierno de
facto que a través de procedimientos ilegales desplegados por
el personal de las fuerzas armadas, policiales, de
inteligencia o de seguridad en los niños quedaron en manos de
sus captores para ser entregados a familias que los tomaron
como propios”.
Refirió, además, a los hechos que se tuvieron por
probados en las causas “Zaccaria” y “Guerrieri 1” y agregó que
“todas las conductas conexas constituyen delitos de lesa
humanidad desde el momento que tuvieron principio de
ejecución. Una interpretación contraria, nos conduce al
insostenible criterio elaborado por las defensas en cuanto a
que pareciera que los delitos de lesa humanidad dependen
exclusivamente del reconocimiento del hecho por parte del
sujeto activo”.
Agregó en este punto que “los imputados no podían
desconocer lo que dicen no conocer” y que “deliberadamente”
evitaron confirmar el origen de los menores. Concluyó entonces
el Sr. Fiscal que “los imputados si bien no formaban parte de
la estructura organizada de poder que tomaba las decisiones,
conocían cuál era la política del estado y aunque afirmen lo
contrario, al recibir a los mellizos en la IPP, para realizar
los cuidados necesarios que requerían los recién nacidos, sin
reportar, ni cuestionar, ni intentar contactar a los posibles
familiares, extremos que callaron ya en democracia –con ellos
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invocó que la Corte Penal Internacional tuvo ocasión de
explicar que el elementos subjetivo requerido por el artículo
7.1 del ECPI, es decir, el conocimiento de que el crimen en
particular se comete como parte del ataque, no debe ser
interpretado como la intención de que ello sea así…” y
continuó señalando que “la doctrina añadió que basta con que
el agente sepa que existe el riesgo de que su conducta pueda
ser considerada objetivamente como parte de un ataque más
amplio o, dicho de otro modo, que sea consciente de que su
conducta puede estar relacionada con un ataque que incrementa
su peligrosidad para las víctimas o la convierte en una
contribución a los crímenes de otros…”.
En este sentido, explicó que los hechos que nos
ocupan ocurrieron a dos años de que “se instalara el régimen
represivo y se había llevado a cabo gran parte de la
persecución política contra determinados sectores de la
sociedad que se denominaban como ‘delincuencia subversiva’”,
por lo que afirmó “no se puede afirmar que los imputados
conocían el plan sistemático en su totalidad (…) sino
simplemente que las fuerzas de seguridad –bajo dominio
operacional del ejercito- llevaban a cabo detenciones ilegales
contra ciudadanos de la República…”.
Agregó que no resultan aplicables al caso los
precedentes de la Corte que citan las defensas en orden a la
inexistencia de deber de denunciar, “porque la recriminación
en el caso se centra en no haber obrado como lo hacían con los
demás pacientes”. Además, señaló que “…de manera absolutamente
inverosímil e increíble no recuerdan nada de este hecho, poco
común y casi irrepetible. Del mismo modo que no saben quién le
dio el alta y quien lo entregó a la personas que no eran
ninguno de sus familiares”.
En orden a la responsabilidad que los imputados
cuestionan, señaló que los condenados además de ser los
propietarios de la clínica “eran los médicos que realizaban
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De esta manera, el presente legajo se encuentra en
condiciones de ser resuelto.
-III-
9º) Llegadas las actuaciones a este Tribunal estimo
que los recursos de casación interpuestos por las defensas y
la parte querellante, con invocación de lo normado en el art.
456, incs. 1º y 2º del Código Procesal Penal de la Nación, son
formalmente admisibles toda vez que del estudio de las
cuestiones sometidas a inspección jurisdiccional surge que se
invocaron, fundamentalmente, la errónea aplicación de la ley
sustantiva y procesal.
El pronunciamiento mencionado, por lo demás, es
recurrible en virtud de lo dispuesto por el art. 457 del
Código Procesal Penal de la Nación en tanto pone fin al
proceso y recae bajo los supuestos de impugnabilidad definidos
en el artículo 458, 459 y 460 del mismo cuerpo legal.
Asimismo, los remedios deducidos satisfacen las
exigencias de interposición (art. 463 CPPN) y de admisibilidad
(art. 444 CPPN a contrario sensu).
Con respecto a los recursos de las defensas, al
dirigirse contra una sentencia de condena, su tratamiento será
abordado de acuerdo con los estándares establecidos por la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en el precedente
“Casal, Matías Eugenio” (Fallos: 328:3399) que impone el
esfuerzo por revisar todo lo que sea susceptible de revisar
dentro del fallo y de conformidad con los estándares
establecidos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos
en el caso “Mohamed vs. República Argentina” (sentencia del 23
de noviembre de 2012 sobre excepción preliminar, fondo,
reparaciones y costas, párrafo 162).
En relación con la admisibilidad del recurso de la
querella, no puede perderse de vista que su derecho, en la
especie, también se encuentra vinculado con la obligación del
estado argentino de investigar los hechos, identificar, juzgar
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Sin embargo, afirmó la defensa de Torrealday que la
sentencia resultó “injusta, abusiva y total y absolutamente
desmedida” en la medida en que su pupilo “era totalmente
ajeno, extraño e ignorante al plan sistemático de apropiación
de bebés del gobierno militar”. Por su parte, el letrado de
Rossi expresó que “Ni la fiscalía ni la querella probaron, por
lo menos, una relación de Rossi para con el hospital militar o
con el poder de ese momento”.
Estimo entonces, que aquello que las defensas invocan
es, en definitiva, ausencia de dolo en orden al crimen de lesa
humanidad que les fue reprochado.
Al respecto, tengo dicho que la configuración del
injusto de lesa humanidad no implica el conocimiento del plan
en toda su extensión, sino saber que la conducta endilgada se
inserta en un engranaje mayor, dentro de un plan generalizado
y sistemático de esa naturaleza.
A su vez, tal como explicó el Tribunal Penal
Internacional para Ruanda, “los crímenes en sí mismos no
necesitan contener los elementos del ataque (es decir, ser
generalizados o sistemáticos, estar dirigidos contra una
población civil), pero deben formar parte de dicho ataque”
(“Prosecutor v. Clément Kayishema”, ICTR-95-I-T, del 21/05/99,
párr. 135).
De esta forma, advierto, conforme las circunstancias
del ingreso a la institución, que la entrega de los menores
por parte de las autoridades del IPP a quienes no se mostraban
investidos jurídicamente de ninguna competencia legal para
retirarlos -tal como se verá infra- indica que, desde el
inicio de la recepción de los niños, las autoridades de la
clínica, al menos, conocían la situación irregular en la que
estaban interviniendo y que se explica a partir de su vínculo
con comportamientos cualificados en la condena.
Esta irregularidad debe ser entonces ponderada dentro
del contexto en que se produjeron los hechos y que exterioriza
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Por su parte, en la causa Zaccaria se investigó y
condenó a los responsables del traslado de Raquel Carolina
Ángela Negro al Hospital Militar de Paraná en donde, privada
de su libertad, dio a luz a dos niños -un varón y una mujer,
que las enfermeras llamaron Soledad y Facundo-, quienes “…
fueron sustraídos del poder de su madre una vez nacidos, y una
vez desapoderados, fueron dispuestos de manera que hicieron
inciertos y finalmente suprimieron su estado civil…” (cfr.
“Zaccaria, Juan Antonio y otros s/ recurso de casación”, causa
N° 15087, reg. de esta Sala 2069/2013, rta. el 20/11/2013, fs.
67).
El parto habría ocurrido entre los últimos días del
mes de febrero y primeros de marzo del año 1978.
Además, se tuvo por probado que, atento el delicado
estado de salud de los menores, fueron trasladados al
Instituto Privado de Pediatría (en adelante, IPP), en donde
ingresaron identificados como Soledad López y N.N. López los
días 4/3/78 y 10/3/78, respectivamente. Con fecha 27/3/78 los
niños recibieron el alta de ese instituto y fueron entregados
a personal militar.
Con relación a la suerte de los menores, se
estableció que “…del varón se desconoce el destino sufrido
hasta el día de la fecha, y ello está siendo motivo de
investigación…”. Por su parte, la mujer fue llevada por el
teniente Juan Daniel Amelong y el empleado del destacamento de
inteligencia Nº 121 Walter Salvador D. Pagano, el mismo 27 de
marzo y dejada, en horas de la noche, en el Hogar del Huérfano
de la ciudad de Rosario. Allí, fue dada en adopción por el
Juzgado de Menores Nº 2 de esa ciudad y acogida por el
matrimonio integrado por Francisco Gullino y Susana Alicia
Scola, quienes la inscribieron como Sabrina Gullino.
Por estos hechos, resultaron condenados, en calidad
de coautores penalmente responsables del delito de sustracción
de un menor de diez años del poder de sus padres en concurso
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testigos brindaron durante el debate, pero sin volcar en su
argumentación apreciación alguna sobre esa prueba a la luz de
la sana crítica, a la vez que omitió tasarla junto al resto de
los elementos de convicción recolectados a lo largo del
proceso.
Al respecto, el a quo realizó una aclaración en el
título que denominó “Prueba Testimonial Aclaración” en donde
indicó: “he decido trascribir las testimoniales casi de manera
textual como figuran en el acta de debate, sin trabajo de
edición alguno, aunque en principio para la lectura aparezca
como un poco caótico, y ello por la riqueza que tienen las
palabras utilizadas y los conceptos vertidos en orden a
acreditar la verdad real o judicial de la causa”.
Sin embargo, a diferencia de lo que el tribunal
estimó, esa transcripción literal no lo eximía de argumentar
en base a una correcta ponderación heurística de las distintas
pruebas reunidas en autos, incluida la testimonial, a la luz
de los estándares señalados por la Corte Suprema en el
recordado precedente “Casal”.
Ese vicio en la fundamentación, si bien no puede ser
omitido por esta Alzada en el proceso de revisión integral de
la sentencia, en los términos del citado precedente de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación (Fallos: 328:3399) debe
ser ponderado en el cuadro general de la prueba asumida en la
atribución de responsabilidad penal.
Por tanto, no obstante lo señalado, entiendo que esta
falencia no luce, en el caso concreto, idónea para lesionar el
derecho de defensa en juicio de los imputados, quienes –
además- no se agraviaron en ese punto. Motivo por el cual a
continuación me abocaré al tratamiento de los recursos
interpuestos.
II. Surge de la sentencia a estudio que “[p]artiendo
de las denuncias que abrieron la investigación del caso, de
los testimonios del personal médico y de enfermería del
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de los hechos y por ello se prestaron a declarar bajo
juramento”, resultando irrazonable el cambio posterior “de
rol” a imputado. Por último, sostuvo que no existe un cauce
probatorio independiente con relación “al ingreso, internación
y egreso de los niños en el IPP”.
Sin embargo, no surge de las constancias incorporadas
al expediente que los dichos de los acusados en el marco de la
causa Zaccaria los hubiera comprometido de forma alguna en
estos actuados. Por el contrario, previo a llamar a Miguel
Ángel Torrealday a prestar declaración indagatoria, el juez
instructor dispuso expresamente el desglose de todas las
piezas relativas al nombrado que hubieran sido obtenidas
mediante juramento previo (cfr. fs. 2839/2846).
En esa oportunidad, el magistrado señaló que “por
imperio de la garantía dispuesta por el artículo 18 de la
Constitución Nacional, resulta contrario al resguardo del
debido proceso –y consiguientemente, de la defensa en juicio y
prohibición de declarar contra sí mismo (‘nemo tenetur se
ipsum accusare’)- la incorporación al acervo probatorio de
declaraciones de quien al presente resulta imputado en la
causa obtenidas mediante juramente previo” y concluyó que “de
la interpretación armónica del texto del artículo 18 de la
Constitución Nacional y 168 del código de forma aplicable, no
corresponde declarar la nulidad de actos que no tuvieron lugar
en el marco de la tramitación de estos actuados ni relevar al
encartado del juramento de decir la verdad al momento de
iniciarse el acto indagatorio, y siendo que las referidas
piezas procesales han sido incorporadas al plexo probatorio de
las presentes actuaciones, corresponde ordenar el desglose de
tales piezas en aras a preservar la referida garantía de
raigambre constitucional”.
En efecto, no surge en la fundamentación de la
sentencia en estudio que se hubieran valorado u otorgado
implicancia jurídica alguna a los dichos o versiones de los
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Sala II
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(Fallos: 46:36), “Roque Ruiz” (Fallos: 310:1847) y de los
estándares internaciones en la materia, no advierto ningún
elemento en el fallo a estudio que viole esa garantía
constitucional.
Es que, a diferencia de lo que la defensa esgrime,
las manifestaciones o acciones libremente brindadas o
realizadas por los imputados no están entonces exentas de
ponderación por parte del tribunal, quien puede extraer
elementos de convicción indicadores para definir su
responsabilidad penal. Esto no entra en colisión con la
garantía que impide atender a una autoincriminación
ilegalmente obtenida.
Además, en el caso, obran otras pruebas que, por sí
mismas y con independencia de ese Libro, fundamentan la
responsabilidad de los delitos atribuidos.
Ello así, en la medida en que, si bien la certeza
respecto a las fechas exactas de ingreso y egreso de los
menores en el IPP fue extraída de ese Libro, lo cierto es que
múltiples testimonios brindados por médicos y enfermeras,
tanto del IPP como del Hospital Militar, dan cuenta de la
presencia de los menores en ese instituto privado.
En esa línea, Beatriz Leonor Velázquez declaró que
conocía a Torrealday y a Rossi porque trabajó en el IPP y que
en el año 1978 prestaba servicios en el área de neonatología.
Recordó una bebé “que la identificaban como ‘Soledad López’;
le dijeron que ése bebé se iba de alta, lo vistieron y después
salió de ahí; no recuerda quién le dio el alta”. Además,
sostuvo que “En neonatología se atendían patologías
respiratorias, chicos prematuros; recuerda que la bebé estuvo
en incubadora para controlarla y después la pasaron a cuna;
supo que ese bebé venía del Hospital Miliar por comentarios,
de ese lugar pidieron la ambulancia” y que “ingresó como hija
de una subversiva; no le manifestaron de dónde ingresaba; se
comentaba que era hija de una subversiva…”. En sentido
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dueños del Instituto Privado de Pediatría, por la permanencia
de los niños en el Instituto o por la entrega de los niños a
personas diferentes de sus padres”.1
Al respecto, cabe señalar en primer término que si
bien es cierto que no pudo establecerse durante las audiencias
de debate quién fue el médico que –de “propia mano”- les dio
el alta a los menores, esa circunstancia debe ser sopesada a
partir de la sana crítica. Esto implica asumir el contexto
histórico en que ocurrieron los hechos y, por lo tanto,
atender al desenvolvimiento de la estructura de acción
represiva que desplegaron las autoridades militares actuantes
en esa instancia. Es decir, la necesidad de oscurecimiento en
la medida de lo posible, de la intervención nominada de los
sujetos. Sobre ese presupuesto, opera también, el tiempo
transcurrido y las diferentes maniobras que pudieron existir
en procura de su impunidad. En ese plano entonces, importa
determinar si esa carencia obsta a la imputación de
responsabilidad aquí bajo revisión.
Ahora bien, observo de la lectura del fallo que el
tribunal oral fundamentó indistintamente las tres conductas
que se les reprochó a Torrealday y a Rossi –ingreso de los
menores al IPP, su permanencia y su posterior entrega a
personal militar-, atendiendo a sus competencias dentro de la
institución médica. Los recurrentes siguieron ese lineamiento,
mezclando también los bienes jurídicos protegidos de cada
conducta cuestionada con finalidades críticas del fallo.
Entonces, advierto que cuando la asistencia técnica
de Torrealday afirma que la recepción de los menores en el IPP
resultó “beneficiosa para ellos, porque fueron derivados del
Hospital Militar para que tuvieran una mejor atención” y “tal
estadía no incrementó el riesgo para el bien jurídico
tutelado” está relacionando la conducta con relación al bien
jurídico “vida”, cuya afectación no les fue reprochada a los
acusados. Hay una reducción de riesgo sobre ese interés vital,
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Sin embargo, no se encuentra controvertida la calidad
de socios del IPP que revestían todos los imputados. Ese
carácter, les imponía concretos deberes positivos y negativos
–dentro de su marco de competencia- que incumplieron al
permitir que menores de edad internados en su institución,
fueran retirados por quienes no se mostraban investidos
jurídicamente de aptitud jurídica alguna para retirarlos del
centro de salud. No ofrece duda que aquello atendía a las
competencias funcionales de los acusados, más allá de quién se
hizo cargo del alta médica. Sobre esa base normativa,
permitieron que la alteración y supresión del estado civil y
la sustracción, retención y ocultamiento de los hijos de
Raquel Negro se desarrollara como lógica consecuencia. Es por
esto que deben responder penalmente.
Así, la imputación de responsabilidad personal
sostenida en la sentencia atacada, luce, en este punto
ajustada a los criterios sentados por la Corte Suprema en el
fallo “Tomassi” (CSJ 23/2014 (50-T)/ CS1, causa n° 15710, rta.
el 22 de diciembre de 2020). En efecto, quedó demostrado a lo
largo del juicio que Torrealday y Rossi eran los dueños de la
IPP y, junto a los dos socios fallecidos, realizaban las
guardias de 24 hs. en la neonatología y eran “los jefes” del
lugar. Es decir, en términos normativos, resultaban
competentes en distinta intensidad, sobre la concreción de un
comportamiento de una consistencia fáctico/jurídica tan
relevante, como entregar a dos menores ingresados al
establecimiento por funcionarios militares, a terceros que
ejercerían disposición sobre estos.
Al respecto, Dorila Olga Taborda relató que a
Torrealday, Vainstub, Rossi y Schroeder los conoce porque
“eran sus patrones” y que “la sala de neonatología la recuerda
y los cuatro médicos estaban ahí y hacían guardan; no puede
decir si los cuatro hacían la misma cantidad de guardias”. En
sentido similar expresó Norma Inés Lasbias que “en 1978 los
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testimonios la defensa de Rossi alega que el tribunal omitió
valorar.
A su vez, y más allá de esta comprobación empírica y
normativa, los testigos ya referidos los ubican participando
activamente en la cotidianeidad del Instituto. En este punto,
surge de la sentencia que “si Sabrina estuvo internada 23 días
y las guardias eran de 24 horas cada uno de los profesionales
estuvo en contacto con la misma un promedio de 138 horas”.
Cabe destacar además los dichos de los testigos ya reseñados
en orden a que los empleados del lugar sabían que los menores
habían sido trasladados del Hospital Militar y que eran “hijos
de una subversiva”.
Así, luce inverosímil la versión brindada por los
condenados en orden a que desconocían la procedencia y destino
de los menores. De esta manera, y ya desde un análisis propio
de la imputación subjetiva, muestra que los condenados no sólo
conocían el progreso de los hechos ilícitos, sino que
participaron desde esa comprensión, adecuando su aporte hacia
su concreción. Esto implica una intervención penalmente
punible.
Lo expuesto entonces, permite descartar por
infundados los argumentos de las defensas en orden a que la
responsabilidad de los nombrados se fundó objetivamente en su
carácter de dueños del IPP y lo expuesto por la defensa de
Rossi respecto a una supuesta responsabilidad por omisión
impropia.
14º) En otro orden, la defensa de Torrealday se
agravia por la discrepancia entre las fechas señaladas en el
marco de la causa “Zaccaria” como fecha de parto de Raquel
Negro y las señaladas en esta causa. A su vez, refiere que no
luce razonable que el varón hubiera ingresado último al IPP
cuando era el que presentaba mayores complicaciones en su
salud.
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actitud subjetiva, en razón de la naturaleza misma de la
lesión a la norma.
Sin embargo, distintas son las inferencias normativas
que surgen frente al delito de apropiación de menores. A ese
respecto y en lo que aquí importa por las críticas del
recurrente, tengo dicho en esta Sala -con disímil
integración-, que “Según se trate de la sustracción, retención
u ocultamiento del niño, el delito se consumará de modo
instantáneo, o ser de ejecución continuada o permanente. La
sustracción es un delito instantáneo, que no requiere la
consolidación de ningún poder de hecho sobre el niño (Maiza,
op. cit., p. 243). El delito se consuma, mediante sustracción,
con cualquier acto sobre el niño que quiebre la esfera de
custodia de sus padres, tutores o encargados (Fallos: 314:898
y 317:492; Núñez, op. cit., tomo V, p. 62; Donna, op. cit., p.
221) y no se requiere que el agente consolide sobre el niño su
tenencia u otro poder más allá de la sustracción (Creus, op.
cit. p. 342; Fontán Balestra, op. cit., tomo IV, p. 304).
Sin embargo, si tras la sustracción, cuya
consumación comienza con el quiebre de la esfera de custodia
del niño, continúa la retención o el ocultamiento, entonces se
tratará de un delito de ejecución permanente mientras la
retención u ocultamiento sigan ejecutándose (Núñez, op. cit.,
tomo V, p. 62; en sentido similar Maiza, op. cit., p. 243).
El delito se consuma por ocultamiento, mediante
cualquier acto que impida conocer el paradero del niño, o que
altere su emplazamiento en el estado de familia, o los datos
que permitirían su identificación. Según el modo concreto el
ocultamiento será instantáneo o de ejecución continuada o
permanente (Núñez, op. cit., tomo V, p. 62).
La retención se consuma mientras se guarde y
mantenga al niño bajo el poder del agente.
En los casos de ejecución permanente se plantea la
cuestión acerca del cese de su ejecución. La ejecución de la
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A su vez, debo señalar que si bien se muestra
evidente la intervención de Rossi y Torrealday claramente
ordenada a la sustracción, ocultamiento y retención de los
menores, esa situación en el contexto ya aludido –suspensión
del régimen constitucional, represión y plan sistemático de
apropiación de menores en plena ejecución-, resulta indicador
suficiente para sostener la atribución a los nombrados del
delito de alteración o supresión del estado civil de dos
menores de diez años. Y esto, conforme sus competencias, más
allá de que no hayan intervenido de “propia mano” en la
certificación o acreditación idónea para los trámites
registrales de identidad de los menores.
Esa inferencia de cargo se sostiene en la falta de
registros mínimamente determinados o concretos sobre la
identificación de los niños, tanto en su ingreso como en su
egreso de la institución, que tal como se tuvo por probado,
supuso la entrega a terceros sin ningún tipo de legitimación
para llevarse a los menores. Se pone de manifiesto así, una
tramitación irregular que no sólo alcanza antinormatividad
administrativa, sino, por el contexto ya reiteradamente
aludido, un riesgo penalmente relevante en los términos de la
imputación bajo análisis.
16º) Corresponde ahora ingresar en el tratamiento del
agravio que reeditan ante esta instancia la defensa de
Torrealday y las querellas en orden al grado de participación
que se les atribuyó a los condenados.
Miguel Alberto Torrealday fue declarado partícipe
necesario del delito de alteración o supresión del estado
civil de un menor de diez años, en concurso ideal con el
delito de sustracción, retención y ocultamiento de un menor de
10 años –dos hechos-. Por su parte, Jorge Eduardo Rossi fue
condenado por los mismos delitos en carácter de partícipe
secundario –también, dos hechos-.
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con destino aún incierto, por cuanto hasta el presente todos
los intentos por dar con su paradero han resultado
infructuosos…”.
Continuó el sentenciante señalando que “Esta
actividad criminal pretende la Querella (…) les sea enrostrada
en calidad de coautores, por el contrario la Fiscalía interesa
lo sea en calidad de partícipe necesario para el accionar de
Torrealday, en cómplices secundarios por Rossi y Vainstub”.
Así, el a quo ponderó la posición de los acusadores y
afirmó: “Entiendo que la pretensión de la querella choca
conceptualmente con la idea de que la autoría funcional -que
de eso se trataría- requiere un elemento subjetivo y otro
objetivo. El primero, la decisión común al hecho y el segundo
la ejecución de esa decisión mediante la división del trabajo
(Conf. Eugenio Zaffaroni, Derecho Penal-Parte General, ‘La
coautoría’, Ed. Ediar, Cap. Fed. Año 2000, pag. 752)”.
Luego, fundamentó su opinión expresando que “En el
caso es evidente que los imputados no pudieron estar en el
plan original -secuestro, retención y alteración de identidad
de los mellizos-, ni formar parte de una división de trabajo,
porque su presencia en el IPP provino de una circunstancia
totalmente aleatoria imposible de prever cual es que una vez
nacidos necesitaran asistencia neonatológica. Podrían haber
nacido como la mayoría de los bebés que no necesitan cuidados
especiales, y a los pocos días se retiran a sus hogares con
los padres.
Pero si garantizaron la impunidad a la acción
delictiva emprendida por los ya condenados autores materiales,
quienes por lo demás nunca perdieron el dominio funcional de
los hechos, porque los internaron en el instituto de manera
subrepticia, y luego los retiraron de la misma manera”.
Desde esa línea argumental, observo que los agravios
de los acusadores privados deben ser descartados, en tanto
denotan un mero disenso con los fundamentos brindados por el
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De lo expuesto surge que el grado de participación
que le fue cargado al nombrado ha quedado debidamente
demostrado por el a quo, en tanto no se verifica la
concurrencia de un supuesto de arbitrariedad o ilogicidad que
afecte el razonamiento expuesto en la sentencia, en tanto se
han dado razones jurídicamente consistentes sobre la
competencia que alcanzaba a Torrealday.
En este punto, resulta insustancial el agravio de esa
parte en orden a que el tribunal desvirtuó los dichos de la
testigo Imelda Rosa Princic, ya que, incluso prescindiendo del
testimonio de la nombrada, la participación necesaria que se
le achacó a Torrealday luce fundada.
En suma, la participación atribuida a Torrealday fue
debidamente acreditada por el tribunal de origen y las
alegaciones de la defensa y de la querella deben ser
rechazadas por cuanto sólo se muestran como un mero disenso
con lo resuelto por el tribunal sentenciante.
17º) Las defensas cuestionan también la aplicación de
la ley 24.410 y reclaman la vigente al momento de los hechos
-ley 11.179- que, además, resulta la más favorable para sus
pupilos.
La cuestión ya ha quedado zanjada mediante la
intervención de esta Alzada en el marco de la causa
“Zaccaria”. Ese pronunciamiento motivó además el dictado de la
Resolución Nº 29/16 de fecha 4/5/2016 del Tribunal Oral
Federal de Paraná, que se encuentra firme.
No obstante, y a los fines de abordar los recursos de
acuerdo a los estándares establecidos por la Corte Suprema en
el fallo “Casal”, resulta sustancial en primer término
establecer cuándo han cesado las conductas reprochadas.
Sobre la naturaleza del delito ya me expedí en el
considerando 15º), oportunidad en la que también expliqué que
el ocultamiento cesa cuando el niño es hallado por sus padres,
tutores, guardadores o el Estado en condiciones de determinar
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bajo el campo de protección de otras disposiciones penales,
por ejemplo del art. 139 C.P., que define una acción de
consumación instantánea.
En segundo lugar porque si bien la retención o el
ocultamiento pueden adoptar la forma de delito permanente –o
de ejecución continuada– la continuación no puede ser
indefinida en el tiempo. Por un lado, porque una vez que el
sujeto pasivo del delito alcanza la mayoría de edad civil,
desaparece el objeto de protección de la norma del art. 146
C.P; ello impide sostener que el delito pueda seguir
consumándose cuando ya no hay objeto de protección y cuando ya
no hay objeto material de la acción susceptible de ser
retenido u ocultado. Por el otro, porque la ‘recuperación de
la identidad’, entendida como develación de uno de los
elementos de la identidad, esto es los datos de nacimiento en
conexión con una determinada ascendencia biológica, es algo
que no necesariamente está bajo el dominio del autor de la
retención u ocultamiento. Si el agente que no sustrajo y
simplemente retuvo u ocultó al niño no conoce los hechos o
datos que fundan la relación de ascendencia biológica, no
tiene dominio sobre la ‘recuperación de la identidad’. En
estos términos, lo que no depende de la conducta del agente no
integra su dominio del hecho.
Por cierto, mientras continúe siendo menor de edad
el agente puede hacer cesar la retención o el ocultamiento,
entregando al menor de edad a sus padres, tutores, encargados,
o eventualmente al Estado que ejerce el patronato. Pero si la
determinación de la ascendencia biológica no depende de lo que
él conoce, no puede sostenerse que continúa ocultando al menor
de edad mientras esa ascendencia no se determine con certeza.
Más aún, si el agente pone al menor de edad a disposición para
la determinación de la ascendencia mediante exámenes
biológicos, el éxito o el fracaso de los exámenes es
irrelevante para determinar si la ocultación continúa
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Cabe recordar nuevamente, tal como ya reseñé en el
considerando 11º b., que en el marco de aquella causa
–“Zaccaria”- los coautores resultaron condenados a las penas
de entre once (11) y catorce (14) años de prisión, mientras
que el único partícipe necesario –el propio Zaccaria- resultó
condenado a la pena mínima, de cinco (5) años de prisión e
inhabilitación absoluta por el tiempo de la condena.
Es el propio magistrado en la sentencia puesta en
crisis quien además reconoce diferentes atenuantes que obran a
favor de los imputados, como que “se trata de (…) reconocidos
profesionales que dedicaron parte de su vida al cuidado de los
recién nacidos y niños, siendo fundadores de una señera
institución social como el IPP”, que son padres de familia y
que “ocupan un lugar destacado en la ciudad”. En particular,
respecto a Torrealday, señaló que “se debe computar como razón
para atenuar la pena su conducta posterior al delito porque
está claro que por su aporte se pudo reconstruir parte de lo
ocurrido con los mellizos…”.
No obstante, y tal como destacan las defensas en sus
impugnaciones respectivas, la sentencia se alejó
significativamente de aquellas penas impuestas en la primera
causa a la que hizo mención, sin que se advierta, de su
fundamentación, que las circunstancias agravantes que el
tribunal ahora invoca para Torrealday y Rossi resulten
suficientes a los fines de incidir y quebrar de modo tan
notorio la proporcionalidad buscada.
De esta forma, no se advierte -ni surge de la
sentencia- cuáles serían aquellos parámetros razonables que
utilizó el Tribunal Oral cuando se alejó significativamente
del mínimo de “3,33 años” –según la escala penal que entendió
aplicable, más allá de mi opinión hermenéutica sobre el
particular- para el partícipe segundario –Rossi- y del mínimo
de cinco años para el partícipe necesario –Torrealday-.
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planteos esgrimidos por las defensas de los encausados Miguel
Alberto Torrealday y Jorge Eduardo Rossi.
Ahora, a diferencia de cuanto propone el preopinante,
habré de dejar asentada mi disidencia con relación a los
cuestionamientos de las defensas contra la dosimetría
punitiva, por cuanto se impone rechazar in totum los recursos
deducidos a su respecto.
Asimismo, en razón de cuanto se expondrá en el
considerando siguiente, corresponde hacer lugar a la
impugnación presentada por los acusadores privados.
a) Para principiar, cabe apuntar brevemente que el a
quo estableció en modo acabado que “[e]l plan sistemático de
represión ilegal, referido en la sentencia dictada en la causa
13/84 […], comprendió el mismo contexto histórico en el cual
sucedieron los hechos de esta causa y abarcó todo el
territorio nacional; por ende, los hechos que allí se tuvieron
por probados, constituyen por su magnitud y representatividad,
el marco de referencia obligado de los que aquí se juzgan, y
no sólo sirven para entender la cabal dimensión y evolución de
los acontecimientos acaecidos en aquélla época, sino que
adquirieron calidad de cosa juzgada para tener por acreditada
la existencia en nuestro país del referido plan”.
En esa línea, el órgano sentenciante detalló que “los
ex comandantes aprobaron un plan criminal por el cual en forma
secreta y predominantemente verbal ordenaron a sus
subordinaron que: a) privaran de su libertad en forma ilegal a
las personas que considerasen sospechosas de tener relación
con organizaciones terroristas; b) que las condujeran a
lugares de detención clandestinos; c) que ocultaran todos
estos hechos a los familiares de las víctimas y negaran haber
efectuado la detención a los jueces que tramitaran hábeas
corpus; d) que aplicaran torturas a las personas capturadas
para extraer la información que considerasen necesaria; e)
que, de acuerdo a la información obtenida, dispusieran la
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Ángela Negro dio a luz a mellizos en el Hospital Militar de
Paraná; luego los niños le fueron arrebatados y llevados al
Instituto Privado de Pediatría (IPP), propiedad de los aquí
condenados, en donde permanecieron retenidos durante 23 días
Sabrina y 17 días su hermano –que continúa sin ser habido-,
hasta que fueron entregados clandestinamente a personal
militar con fecha el 27 de marzo de 1978.
Al respecto, en la pieza sentencial se ponderó cuanto
surgía del “Libro de Producción” del referido Instituto, en el
que fueron registrados los datos de ingreso de “López Soledad”
y “N.N. López”, en las fechas ya referidas y, en la columna de
cobro, la leyenda “Hospital Militar”. Además, el a quo valoró
que los testigos que declararon a lo largo del debate fueron
contestes en afirmar que en el sector neonatología del IPP las
indicaciones de cómo trabajar y qué hacer las daban Torrealday
y Rossi, junto a sus socios fallecidos. Se especificó también
que los testigos dieron cuenta de la presencia de los
referidos niños en el instituto, de las irregularidades que
rodearon su estadía allí y de cómo entre los imputados se
cubrían las guardias en turnos rotativos de 24 hs. (cfr.
dichos de Norma Inés Lasbias, entre otros).
Así también, se expuso en el decisorio que Beatriz
Leonor Velázquez relató que en el año 1978 trabajó en el IPP y
conoció a todos los encausados, que “[a la] bebé la
identificaban como ‘Soledad López’; le dijeron que ése bebe se
iba de alta, lo vistieron y después salió de ahí; no recuerda
quién le dio el alta (…), no supieron nada de la madre de ése
bebé ni del padre; no recuerda que hayan ido abuelos o tíos a
pero sí recuerda verlo en el lugar, en una incubadora; la
madre no estaba presente; recuerda que estaba en la
incubadora, tenía un cuidado intensivo pero no tenía patología
que ella recuerde; no recuerda cuánto tiempo estuvo; ingresó
como hija de una subversiva; no le manifestaron de dónde
ingresaba; se comentaba que era hija de una subversiva; no
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b) Respecto de los planteos vinculados a la supuesta
ausencia del elemento subjetivo y el alegado desconocimiento
de los encausados respecto del plan criminal general, no debe
soslayarse que en supuestos como el del sub lite, este cuerpo
ya ha establecido “respecto de los crímenes de lesa humanidad,
debe recordarse que el conocimiento exigido para su
configuración no implica conocer el plan en toda su extensión”
(cfr., especialmente, causas Nº 765/13, caratulada: “Lugones,
Inés Graciela y otros s/ recurso de casación”, reg. N°
1651/15, rta. el 13/10/15; y FSM 27004012/2003/TO1/3/CFC1,
caratulada: “Villavicencio, Lidia Fanni s/ recurso de
casación”, reg. N° 341/21, rta. el 22/03/21, y sus citas).
En ese orden, se ha ponderado que “es evidente que lo
decisivo es que el autor sepa que no actúa aisladamente, sino
en el marco de un ataque generalizado o sistemático, sin que
deba tener, sin embargo, un conocimiento detallado de ese
ataque” y que “[s]i se exige un conocimiento preciso por parte
del autor de la política o plan sobre el que se basan los
crímenes contra la humanidad, entonces difícilmente se podrá
demostrar el conocimiento de alguno de los intervinientes en
tales crímenes. La planificación de una política criminal está
reservada típicamente al pequeño grupo de conducción, el cual
cuidará de que los ejecutores exteriores de esa política
conozcan sólo lo estrictamente necesario” (ibidem, con cita de
Ambos, Kai, La Parte General del Derecho Penal Internacional.
Bases para una elaboración dogmática, Ed. KAS -Temis- Duncker
& Humbolt. Uruguay, 2005, pp. 402-403).
Asimismo, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda
entendió: “los crímenes en sí mismos no necesitan contener los
elementos del ataque (es decir, ser generalizados o
sistemáticos, estar dirigidos contra una población civil),
pero deben formar parte de dicho ataque” (“Prosecutor v.
Clément Kayishema”, ICTR-95-I-T, del 21/05/99, párr. 135).
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2°) Que, finalmente y tal se adelantó, disiento con
el voto que lidera el acuerdo en lo tocante al recurso
interpuesto por los acusadores privados, cuya impugnación
resulta fundada.
En efecto; en derredor a las críticas esgrimidas
respecto del grado de intervención asignado a los incusos
Miguel Alberto Torrealday y Jorge Eduardo Rossi, corresponde
hacer lugar al remedio deducido por las querellas por cuanto
se advierte un arbitrario tratamiento sobre la cuestión
debatida (art. 123, CPPN).
Sobre ello, cabe destacar que si bien es sabido que
los jueces no están obligados a seguir a las partes en todas
sus alegaciones y argumentos, existe el deber de pronunciarse
expresamente sobre los puntos propuestos en cuanto sean
decisivos o relevantes en el pleito, puesto que la falta de
pronunciamiento con relación a éstos trae aparejada la nulidad
de lo decidido por falta de fundamentación (Fallos: 228:279;
221:237, entre otros), todo lo que se verifica en la especie.
Así, tal como lo postularon los impugnantes, una
muestra de aquella arbitrariedad se plasmó en el razonamiento
efectuado por el a quo en la sentencia que llevó a confirmar
la hipótesis acusatoria en cuanto al tratamiento y
acreditación de los hechos, pero la desechó, luego, sin
mayores consideraciones en lo atingente al modo de
intervención de los imputados en ellos.
En concreto, las querellas señalaron que no fueron
ponderadas adecuadamente las conductas acreditadas, en tanto
estas debían razonablemente ser consideradas aportes
esenciales al “plan común” y, en consecuencia, tener por
probado también el co-dominio funcional del hecho, debiendo
calificar sus intervenciones, por tanto, en calidad de
coautores. Por ello, en el libelo recursivo insistieron en
recalcar los singulares elementos que no fueron debidamente
ponderados por el sentenciante, vinculados a la existencia de
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las distintas contribuciones, de manera que cada coautor pueda
considerarse como autor de la totalidad (ibidem).
De este modo, el tribunal de juicio debió expedirse
razonadamente sobre esos tópicos, empero -sin más- se apartó
dogmáticamente de la hipótesis incriminatoria y condenó en
calidad de partícipe necesario al encausado Torrealday y como
partícipe secundario a su consorte Rossi.
Así, apartándose de las alegaciones deducidas por los
acusadores privados, el a quo tan sólo expuso que “los
imputados no pudieron estar en el plan original -secuestro,
retención y alteración de identidad de los mellizos-, ni
formar parte de una división de trabajo, porque su presencia
en el IPP provino de una circunstancias totalmente aleatoria
imposible de prever cual es que una vez nacidos necesitaran
asistencia neonatológica. Podrían haber nacido como la mayoría
de los bebés que no necesitan cuidados especiales, y a los
pocos días se retiran a sus hogares con los padres”.
Seguidamente, se adunó en el decisorio que
“garantizaron la impunidad a la acción delictiva emprendida
por los ya condenados autores materiales, quienes por lo demás
nunca perdieron el dominio funcional de los hechos, porque los
internaron en el instituto de manera subrepticia, y luego los
retiraron de la misma manera…”.
Ahora bien; al momento de describir específicamente
el accionar de los aquí condenados, afirmó que “los imputados
los alojaron en condición de ‘NN’, los mantuvieron en esa
condición por varios días, no comunicaron la novedad a
autoridad alguna, no se comunicaron con sus familiares y
dieron el alta el mismo día de manera conjunta a ambos,
entregándolos evidentemente a personas que no tenían ningún
derecho para disponer de los menores, quienes para completar
su plan decidieron que era necesario el paso de los melli por
el IPP, para continuar con el designio primigenio de la
apropiación, tal cual ocurrió”; limitándose a sostener que
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Finalmente, a la luz de lo aquí resuelto y en razón
del reenvío propuesto en virtud del remedio deducido por los
acusadores privados, se torna inoficioso el tratamiento de los
planteos esgrimidos respecto de los montos de las sanciones
impuestas a los encausados.
3º) Que, en razón de lo expuesto, se impone: I.-
Rechazar los recursos de casación deducidos por las defensas
particulares de Miguel Alberto Torrealday y Jorge Eduardo
Rossi, con costas (arts. 470 y 471 a contrario sensu, 530 y
cctes. del CPPN); II.- Hacer lugar al recurso de casación
deducido por las partes querellantes, anular parcialmente los
puntos dispositivos 1.- y 3.- del pronunciamiento impugnado en
el sentido aquí considerado y, en consecuencia, reenviar al
tribunal de origen para que, por ante quien corresponda y
previa sustanciación, se dicte un nuevo pronunciamiento, sin
costas (arts. 470, 471, 530 y cctes. del CPPN); y III.-
Declarar abstracto el tratamiento de los planteos deducidos
respecto de David Vainstub (arts. 59 inc. 1 del CPN y 361 del
CPPN).
Tal, mi voto.
La señora jueza Angela E. Ledesma dijo:
Tal como han sido contestados los agravios
introducidos por las partes, en atención a la divergencia de
opinión -sobre ciertos aspectos- por los señores magistrados
que me preceden, y a los fines de dirimir, habré de adherir a
la solución propuesta por el doctor Guillermo J. Yacobucci.
Solo formularé reservas de opinión sobre determinados temas.
a) En lo que se refiere a los planteos de las
defensas relativos a la ley aplicable, sellada como se
encuentra en este punto la suerte de sus recursos en razón de
los votos concordantes de mis colegas, he de realizar una
reserva de fundamentos con remisión a las consideraciones
vertidas al votar en la referida causa N° 14.168 bis, “Alonso,
Omar y otro s/ recurso de casación”, entre otras.
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su origen a fin de que, previo apartamiento del magistrado que
suscribió el decisorio recurrido, se realice a la brevedad
audiencia de visu y cesura, con la debida intervención de las
partes, y se dicte un nuevo pronunciamiento de acuerdo a los
lineamientos aquí señalados, sin costas (arts. 470, 471, 530 y
cctes. del CPPN).
II.- RECHAZAR –por mayoría- el recurso de casación
deducido por las querellas, con costas (arts. 470, 471 ambos a
contrario sensu, 530 y 531 del CPPN).
III.- DECLARAR ABSTRACTO el tratamiento de los
planteos deducidos respecto de David Vainstub (arts. 59 inc. 1
del CPN y 361 del CPPN).
Regístrese, notifíquese, comuníquese y hágase saber a
la Dirección de Comunicación y Gobierno Abierto de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación (Acordada Nº 5/19, CSJN).
Cumplido, remítanse las presentes actuaciones mediante pase
digital al Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Paraná,
quien deberá practicar las comunicaciones pertinentes y
notificar personalmente a los imputados. Hágase saber lo
resuelto a aquel órgano vía correo electrónico y oficio DEO.
Oportunamente remítanse las piezas procesales reservadas en
Secretaría.
Sirva la presente de atenta nota de envío.
FDO. GUILLERMO J. YACOBUCCI, ANGELA E. LEDESMA, ALEJANDRO W. SLOKAR (EN DISIDENCIA
PARCIAL).
ANTE MÍ: CAMILA CLAREY (SECRETARIA DE JUZGADO).
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