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Responsabilidad Civil

Prof. José Esteban Albornoz Gabilán


[email protected]
Bibliografía.
• Alessandri Rodríguez, Arturo: De la responsabilidad extracontractual
en el Derecho Civil chileno, Santiago, Imprenta Universitaria, Santiago,
1943.
• Barros Bourie, Enrique: Tratado de Responsabilidad
Extracontractual, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2006.
• Corral Talciani, Hernán: Lecciones de responsabilidad civil
extracontractual, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 2003.
• Meza Barros, Ramon: Responsabilidad civil, Edeval, Valparaíso, 1980.
De la responsabilidad en general

Responsabilidad [RAE]

1. f. Cualidad de responsable.

2. f. Deuda, obligación de reparar y satisfacer, por sí o por otra persona, a consecuencia d


e un delito, de una culpa o de otra causa legal.

3. f. Cargo u obligación moral que resulta para alguien del posible yerro en cosa o asunto
determinado.

4. f. Der. Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar
las consecuencias de un hecho realizado libremente.
La responsabilidad, tal como la define el diccionario, es una capacidad, de ahí que de plano
descartemos a los incapaces como jurídicamente responsables.

Sin embargo, en tanto sujetos de derecho, la responsabilidad nos acompaña en distintos


aspectos de nuestra vida, pero la consecuencia será siempre una reparación de algún tipo y,
dependiendo de la perspectiva que asumamos respecto de ella, será una corrección jurídica –
perspectiva sociojurídica- o una sanción –perspectiva del sujeto pasivo de la misma-. Por
supuesto que para el sujeto responsable siempre será una sanción. Pero para la sociedad, o la
víctima en su caso, es una forma de dejar las cosas “como estaban” o “como debería estar”. Ya
volveremos sobre esa apreciación.

Tenemos entonces que, siendo capaces, o lo que es lo mismo, teniendo facultades jurídicas de
actuar en la vida del derecho, de ejercer un poder que emana de un mero ejercicio volitivo
[de la voluntad], aquello puede implicar un actuar injusto, sea este contra ley o contra
derecho ajeno. De ahí que se hace necesario equiparar los resultados del ejercicio de ese
poder con una herramienta, también jurídica, que contrapese el actuar fuera del ámbito de lo
razonable o que, derechamente cause daño, y este instrumento es la responsabilidad. Este
razonamiento justifica, asimismo, el principio de proporcionalidad* en la aplicación de los
correctivos, lo que busca una correspondencia** entre la causa y el efecto que dieron lugar a
la responsabilidad.

*“Un gran poder, conlleva una gran responsabilidad” (Benjamin Franklin Parker).
**Desde la perspectiva patrimonial se busca una equivalencia daño/indemnización. En las demás,
dependerá del bien jurídico protegido y/o de las consecuencias del acto.
La naturaleza jurídica de la responsabilidad dependerá del ámbito actuar humano en el
que tenga lugar, dicho actuar. Clásicamente -según las áreas de estudio en la carrera- se
han identificado cuatro áreas y, por lo tanto, cuatro tipos de responsabilidades: Civil,
Penal, Administrativa o Disciplinaria y Política, cada una con una sanción específica para
el caso de incurrir en ella.

Un cuadro resumen muy simplificado quería así:

Tipo de Causa Sanción (Efecto)


Responsabilidad

Civil Comisión de un hecho que causa daño o Indemnización.


incumplimiento de una obligación.

Penal Comisión de un Delito. Imposición de una


Pena.

Administrativa Comisión de una falta administrativa o Aplicación de una


funcionaria. Medida
Disciplinaria.
Política Comisión de un hecho que implica el uso Destitución.
inadecuado de un cargo público.
Estos cuatro tipos de responsabilidad son independientes entre sí, lo que genera dos efectos muy
interesantes:

1.- Un mismo hecho puede constituir una o varias responsabilidades: Un funcionario público que agrede a
un usuario abofeteándolo puede implicar para él responsabilidad civil [extracontractual, por el dolor
causado], responsabilidad penal [por el eventual delito de lesiones] y responsabilidad administrativa
[infracción al art. 61 c) del EA].

2.- La sanción aplicada para un tipo de responsabilidad no implica necesariamente que se sancionará
alguno de otro, para el caso de, al parecer, concurrir conjuntamente; lo mismo con la exculpación en una
de ellas: en la misma situación anterior, se sanciona al funcionario con una medida disciplinaria, pero el
tribunal en lo penal no da lugar al delito de lesiones, y el civil considera que el dolor físico y moral de una
bofetada no es indemnizable.

Por supuesto que lo que nos interesa a nosotros es la responsabilidad civil, que se divide clásicamente en
responsabilidad Contractual y Extracontractual, en la medida que haya un vínculo previo entre el sujeto
acto y el sujeto pasivo de la responsabilidad. Algunos autores agregan la responsabilidad Precontractual
[dejo paper, el que eventualmente será evaluado].

Para lo relativo a la responsabilidad CONTRACTUAL, los remito a lo visto hace dos semestres, en Teoría de
las Obligaciones, a propósito del JUICIO INDEMNIZATORIO y AVALUACIÓN DE PERJUICIOS.

Sobre ésta última clase de responsabilidad, que ya saben de qué se trata*, nos limitaremos a desarrollar su
relación con la Extracontractual, principalmente en lo tocante a la supletoriedad que existe entre ambas.

*Presunción de derecho.
Ah! Y antes de seguir, seguramente, sus inquietas almas,
ansiosas de conocimiento, se estarán preguntando ¿por
qué estudiamos a la Responsabilidad Civil a continuación
de Fuentes de las Obligaciones?

¿A alguien se le ocurre?
¿Cuáles son las fuentes de las
Obligaciones?
[Porque] las fuentes de las obligaciones, clásicamente
son:
1.- La Ley
2.- Los Contratos
3.- Los Cuasicontratos
4.- Los Delitos Civiles
5.- Los Cuasidelitos Civiles
Entonces ¿por qué estudiamos a
la Responsabilidad Civil a
continuación de Fuentes de las
Obligaciones?
Obligación: “Es un vínculo jurídico entre dos sujetos, por
el cual, uno de ellos llamado deudor se ve en la
necesidad de dar, hacer o no hacer algo a favor de otro
sujeto llamado acreedor.”
En realidad, es una pregunta con trampa, porque no estamos estudiando la Responsabilidad Civil a
continuación de las fuentes de las obligaciones.

La responsabilidad civil no es otra cosa que la imputación a una persona de la obligación de reparar un
perjuicio. Es, por tanto, una consecuencia [que se materializa en el patrimonio de un deudor] derivada de
una conducta.

Si la conducta ha sido autoimpuesta por medio de la voluntad del acreedor [el deudor contrae la
obligación voluntariamente, como en los contratos y cuasicontratos], la responsabilidad se concretará
mediante el cumplimiento por equivalencia, la indemnización compensatoria (por el incumplimiento o
retardo) o la indemnización moratoria (por el daño causado por el incumplimiento), según sea el caso. A
esto nos referimos con lo del “vínculo previo”, para clasificar a la responsabilidad contractual.

Existe, por otro lado, una conducta que obedece a una abstención, cual es la de no causar perjuicio al
patrimonio o persona de los demás. Al hecho de causarlo, se le denomina delito. Y si lo vemos desde la
perspectiva meramente patrimonial, aún cuando el daño haya sido causando en la persona de la víctima,
será un delito o cuasidelito civil, según si ha sido cometido intencionalmente -con dolo- o como resultado
de una negligencia -con culpa-*.No existe un vínculo jurídico previo, éste nace en el momento en que se
causa el daño o, lo que es lo mismo, cuando se incumple el deber de conducta.

Como veremos –y ya sabemos-, los delitos y cuasidelitos civiles son fuentes de obligaciones. Y esas
obligaciones son el resultado de la responsabilidad inherente a la culpabilidad, concepto que engloba a la
culpa o dolo, en tanto aspecto subjetivo del hecho que de lugar a los delitos o cuasidelitos.

*Sin embargo, a efectos de la reparación del daño, esta distinción, en materia civil, es irrelevante.
De este modo, más que estudiar delitos o cuasidelitos, estudiamos responsabilidad, pues esta
es la fuente de obligaciones que nos interesa.

Los delitos o cuasidelitos serán, a su vez, la fuente de la responsabilidad EXTRACONTRACTUAL


(fuente: es lo que causa algo o le da lugar, así el orden sería DoCD Responsabilidad 
Obligación).

Recapitulando, entonces, tenemos dos –o tres- tipos de responsabilidad:


0.- Responsabilidad Precontracual: Antes de que se forme un vínculo necesariamente
contractual (ver apunte de Albaladejo)
1.- Responsabilidad Contractual: que emana del cumplimiento tardío o imperfecto, o del
incumplimiento de un contrato, que vinculaba a las partes ANTES de que tenga lugar la
responsabilidad. O dicho de otro modo, las partes YA tenían un vínculo jurídico que emana de
una declaración bilateral de voluntad (ya había una obligación que cumplir).
2.- Responsabilidad Extracontractual: Que emana del daño o perjuicio patrimonial causado
por una persona a otra, entre las que NO existe un vínculo jurídico previo. Por lo que la
obligación nace en ese momento –antes no había nada-, poniendo a una de las partes en la
necesidad de reparar el daño causado (ese es el objeto de la obligación).

Centraremos el estudio del semestre en la responsabilidad EXTRACONTRACTUAL, toda vez,


que ya tuvimos la ocasión de ver qué pasa cuando se incumple un contrato en Teoría y Fuentes
de las Obligaciones, materias cuyo acabado conocimiento se presume de derecho.

Vamos allá.
RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL

El Título 36 del Libro 4º, arts. 2.314 a 2.334, trata “De los delitos y cuasidelitos”.

El Código otorga a los delitos y cuasidelitos civiles la categoría de fuente de obligaciones en los arts. 1.437 y 2.284.

El art. 1.437 señala que: “Las obligaciones nacen...; ya a consecuencia de un hecho que ha inferido injuria o daño a
otra persona, como en los delitos y cuasidelitos;...”; y el art. 2.284 precisa que: “Si el hecho es ilícito, y cometido
con intención de dañar, constituye un delito. Si el hecho es culpable, pero cometido sin intención de dañar,
constituye un cuasidelito”.

Puede definirse el delito civil como “el hecho ilícito cometido con intención de dañar que ha inferido injuria o
daño a otra persona”(arts. 1437, 2284, 2314).

Cuasidelito civil es, en cambio, “el hecho culposo pero cometido sin intención de dañar que ha inferido injuria o
daño a otra persona” (arts. 1437, 2284, 2314).

El delito y cuasidelito se caracterizan porque son hechos ilícitos y causan daño.

El art. 2.314 dice: “el que ha cometido un delito o cuasidelito que ha inferido daño a otro, es obligado a la
indemnización; sin perjuicio de la pena que le impongan las leyes por el delito o cuasidelito”.

El hecho ilícito es fuente de obligaciones, porque da origen a una obligación que antes de él no existía:
indemnizar los perjuicios causados.
La responsabilidad nace al margen de la voluntad del acreedor o deudor; aunque se haya actuado con dolo
(delito civil), o sea, con la intención de causar daño, el autor no ha querido adquirir una obligación, ha querido el
daño, no ha querido convertirse en deudor de la reparación.
Si sólo hay culpa (cuasidelito civil), o sea, negligencia o imprudencia, no hay intención de perjudicar y mucho
menos de asumir una obligación.
División de la responsabilidad civil en contractual y extracontractual

La imputación a una persona de la obligación de reparar un perjuicio es lo que constituye el contenido


esencial del concepto de responsabilidad civil.

Responsabilidad contractual es la “obligación del deudor de indemnizar al acreedor los perjuicios que le
ha originado el incumplimiento, cumplimiento imperfecto o cumplimiento tardío de la obligación”.

Responsabilidad extracontractual, que se suele también llamar delictual o aquiliana (por la ley aquiliana
que reglamentó la materia en la Roma antigua) “consiste en la obligación en que se encuentra el autor de
indemnizar los perjuicios que su hecho ilícito, delito o cuasidelito, ha ocasionado a la víctima”.

El Código Civil de Portugal contiene una definición legal de responsabilidad civil: “La
responsabilidad civil consiste en la obligación para el autor del hecho o de la omisión, de
reponer a la persona lesionada en la situación de que gozaba antes de la lesión, y de
indemnizarla de todo el daño que ella ha sufrido” (art. 2364).

Las principales diferencias que se señalan entre ellas son fundamentalmente dos:
a) en la responsabilidad contractual existe un vínculo jurídico previo; la responsabilidad extracontractual
da origen al vínculo, y
b) en la primera, la culpa por el incumplimiento, cumplimiento imperfecto o cumplimiento tardío se
presume, no así por regla general en la aquiliana.

No obstante estas diferencias y otras de menor trascendencia, una corriente doctrinaria moderna tiende
a equipararlas en lo que se llama la teoría unitaria de la responsabilidad civil. Para estos autores la
responsabilidad civil es una sola, fuente siempre de la obligación de reparación, y sus diferencias son de
mero detalle.
Funciones de la responsabilidad civil

La responsabilidad civil extracontractual o derecho de daños apunta ciertamente a un gran y fundamental fin:
reparar el daño causado, dejar a la víctima indemne.

Existen sistemas de Derecho de daños que cumplen también una función punitiva en forma explícita
y declarada. Es el caso del régimen de responsabilidad que existe en el sistema jurídico
angloamericano (Tort Law). En este esquema se reconoce que el Derecho de Torts (“Agravio”) cumple
tres funciones: compensation (reparación), deterrence (disuación) y punischment (sanción). La
aplicación de los llamados punitive damages frente a ilícitos civiles (torts) es la forma de cumplir esta
función punitiva. Así, por ejemplo, en el sistema inglés, existen tres categorías de daños punitivos: los
casos de acción represiva, arbitraria e inconstitucional de los funcionarios del gobierno; los casos en
que el demandado calculó su conducta dañina de manera de sacar un provecho superior a la
indemnización meramente reparatoria que correspondería al demandante; y finalmente los casos en
los que tales daños son expresamente autorizados por algunos statute, por ejemplo, el Copyright,
Designs and Patent Act de 1988 (Markesinis, B.S. y Deakin, S.F.: Tort Law, Claredon Press, Oxford, 4ª
edic., 1999, pp. 726-730, citados por Corral Talciani, Hernán: Lecciones de Responsabilidad Civil
Extracontractual, U. de los Andes, Documento Docente Nº 10, 2002, pp. 19-20).

En los sistemas de Derecho civil continental, la figura de los daños punitivos es desconocida y resulta
repudiable por prácticamente toda la doctrina moderna. Se estima que el acordar al demandante
una cantidad de dinero no como reparación sino como pena privada atentaría contra los principios
constitucionales que reglan el debido proceso y la aplicación de penas en atención que el proceso
civil no concede al demandado todas las garantías que se le aseguran en el proceso criminal.
Además, se considera que la función represiva de la responsabilidad es una incoherencia que sólo
puede estimarse un resabio de épocas superadas, cuando no se hacía la distinción entre sanción
penal y sanción civil, y la indemnización cumplía el rol de reparación y también de pena privada.
Fundamentos de la responsabilidad extracontractual

Dos tendencias existen principalmente para fundamentar la responsabilidad por el


hecho ilícito: la clásica de la responsabilidad subjetiva o por culpa, y una moderna de
la responsabilidad objetiva o sin culpa.
La responsabilidad subjetiva

La doctrina clásica señala como fundamento de la obligación que la ley impone de indemnizar el daño causado, la culpabilidad del
agente, esto es, la “actitud reprochable del autor del delito o cuasidelito, que puede recorrer una cierta graduación desde el dolo a la más
leve negligencia, pero que le impone la necesidad de responder de su conducta”.

Para esta doctrina, dos son los requisitos fundamentales de la responsabilidad extracontractual:
1)El daño, y
2)Que él haya sido originado por la culpa o dolo de quien lo ha provocado.

Precisamente se la llama subjetiva o por culpa, porque la razón de existir de la obligación indemnizatoria es la actuación ilícita del
agente del daño.

Aunque el punto ha sido discutido por algunos autores franceses, es indudablemente la doctrina del Código Civil francés y del nuestro y
demás seguidores de aquél.

El desarrollo de la técnica y la ciencia en el siglo pasado dejó al desnudo la pobreza de una reglamentación hecha para otros tiempos. Se
comenzó a advertir que raramente la víctima obtenía reparación, y sin mucho estudio fue fácil concluir que la razón principal estribaba
en sus dificultades para probar la culpa.

Nadie podía discutir que si ésta es requisito de la responsabilidad extracontractual, debe acreditarla quien alega, pues de ello depende
que exista obligación de indemnizar y la obligación debe establecerla quien pretenda cobrarla (art. 1.698).

Pues bien, los partidarios de ampliar y facilitar la indemnización a la víctima, aun con sacrificio de principios provenientes de muy
antiguo, concentraron sus críticas en el requisito de la culpa, el más difícil de probar por su subjetivismo.

En primer lugar, se señaló que exigir culpa en la responsabilidad civil es confundirla con la responsabilidad moral y penal, en que
justamente se sanciona una actitud culpable del agente; en la primera –la responsabilidad civil-, en cambio, lo único que importa es el
daño ocasionado.

Luego se la criticó por motivos de justicia social. En efecto, el problema adquirió caracteres más dramáticos en los accidentes del
trabajo, en que los obreros quedaban prácticamente desamparados para luchar en pleitos largos y engorrosos con las empresas.
Generalmente la víctima es de menos recursos que el autor del daño, y el legislador debe protegerla. Por ello se criticó a la doctrina
subjetiva que mira más a la actuación del autor del daño que hacia la situación de la víctima, que evidentemente merece mayor
protección.
La responsabilidad objetiva

Esta teoría fue formulada en Alemania por Mataja (1888), en Italia por Orlando (1894) y en Francia por Saleilles y Josserand (1897). Josserand
publicó “De la responsabilité du fait des choses inanimées”, proponiendo la nueva teoría que se basaba en el adagio ubi emolumentum, ibi onus;
según el cual el que saca provecho del riesgo debe soportar sus cargas.

Fruto de estas críticas y de la realidad social y económica que las inspiraba, fue la aparición de la doctrina de la responsabilidad objetiva, estricta (derecho
anglosajón) o por riesgo (derecho francés), como también se la llama, porque ella no atiende como lo anterior a la conducta del agente, a su culpabilidad, sino
meramente al resultado material que de ella ha derivado: el daño. Se la llama responsabilidad objetiva por prescindir de los contenidos subjetivos (dolo o
culpa) del modelo clásico.

La obligación de indemnizar exige fundamentalmente la existencia de un perjuicio ocasionado a otro por la conducta del autor del mismo.

 En el plano dogmático, se comenzó a contraponer a una responsabilidad objetiva indiscriminada que se fundaba sólo en la causalidad material
entre el agente y el daño, diferentes tipos de responsabilidad sin culpa pero atribuibles a otros factores de imputación diversos del mero nexo causal.
El más recurrido de todos ello fue el concepto de riesgo, en sus dos versiones: “riesgo provecho” (el que realiza una actividad riesgosa de la cual
obtiene beneficios económicos, debe responder por los perjuicios que se causen en ella), y “riesgo creado” (el que dirige una actividad que crea
riesgos en su propio interés, sea o no pecuniario, debe responder de los daños causados). De allí que muchas veces se usa como sinónimo el
concepto de responsabilidad objetiva y el concepto de responsabilidad por riesgo.

A diferencia del modelo general de responsabilidad por culpa o negligencia, la responsabilidad estricta u objetiva tiene como antecedente el riesgo creado y no
la negligencia, de modo que es indiferente el juicio de valor respecto de la conducta del autor del daño. La responsabilidad es un problema de causalidad y no
de imputabilidad.

En este tipo de responsabilidad, la obligación de indemnizar es impuesta sin necesidad de calificar la acción, bastando que el daño se produzca en el ejercicio
de una actividad considerada riesgosa.

En términos generales, se exige:


1) Que el hecho se verifique dentro del ámbito de la actividad sujeta al régimen de responsabilidad estricta, y
2) Que exista una relación de causalidad entre el hecho y el daño,

Se prescinde del juicio de negligencia propio del régimen de responsabilidad por culpa.

Las dos diferentes concepciones de la responsabilidad, objetiva y subjetiva, se aclaran con el siguiente ejemplo:
1.- Una persona atropella a otra que atraviesa un cruce teniendo a su favor la luz verde del semáforo; el conductor responde por culpa, pues ha infringido el
Reglamento respectivo.
2.- En cambio, si el conductor tenía a su favor la señalización y ha respetado en todas sus partes el mencionado Reglamento, manejaba con prudencia sin que
nada pueda reprochársele.
a) En la responsabilidad subjetiva no tiene obligación de indemnizar, pues no tiene culpa.
b) En la objetiva, sí, porque el sólo hecho de manejar un vehículo crea un riesgo de accidente.
La doctrina objetiva, especialmente cuando se lleva a un extremo como el señalado, ha recibido severas críticas, que importan otras tantas defensas de la doctrina clásica.

Se destaca:
a) En primer lugar, que es peligrosa: si bien, por una parte, ampara a la víctima frente al daño que se le ha ocasionado facilitándole el cobro de la indemnización, por otro lado,
fomenta la existencia de nuevas víctimas, porque si de todos modos habrá que reparar, puede introducirse en la conciencia general la idea de que ante el Derecho da igual actuar
con diligencia o sin ella, ya que siempre se responderá del daño que pueda llegarse a ocasionar. Para defenderse de esta posibilidad se contratarán seguros de riesgos a terceros,
todo lo cual puede conducir a un aumento de los hechos ilícitos.

b) Enseguida, se señala que el subjetivismo informa todo el Derecho Civil, que no puede dejar de considerar a las personas para adoptar un criterio meramente material del efecto
producido. Hay numerosas instituciones de desarrollo reciente impregnadas del mayor subjetivismo: abuso del derecho, causa ilícita, etc.

c) Finalmente, referido al problema de la víctima y del autor, se señala que no es equitativo que siempre la primera resulte indemne, pues debe mirarse a ambas partes y no
sancionar a quien nada ha puesto de su parte para que el accidente ocurra.

Con todo, como dice Enrique Barros, conviene advertir que los sistemas de responsabilidad por culpa y objetiva admiten variaciones que los acercan.

d) En los sistemas de responsabilidad por culpa, la tendencia a la objetivación de la culpa (el juicio de valor respecto de la conducta se efectúa sobre la base de un patrón objetivo o
abstracto de comparación), por una parte, y la expansión del régimen de presunciones de culpabilidad, por otra, tienden, en la práctica, a ampliar la responsabilidad casi hasta las
fronteras de la responsabilidad objetiva.

e) A su vez, la responsabilidad objetiva también admite variaciones que tendencialmente la acercan a la responsabilidad por culpa. En efecto, no toda responsabilidad objetiva está
construida sobre la base de la pura causalidad entre la acción y el daño. Así, en la responsabilidad del Estado, por ejemplo, se requiere que el órgano respectivo haya incurrido en
falta de servicio (art. 44 de la Ley Nº 18.575 Orgánica Constitucional sobre Bases Generales de la Administración del Estado; y art. 83 de la Ley Nº 18.695, Orgánica Constitucional de
Municipalidades). La falta de servicio importa un juicio objetivo acerca del funcionamiento del servicio respectivo, que es cercano al juicio de culpabilidad.

f) Por otra parte, el régimen de responsabilidad por daños causados por productos defectuosos, ampliamente generalizada en el derecho comparado, supone que el producto tenga
una falla y se muestra que la tiene si no presta la seguridad que legítimamente podría esperarse. Así, es necesario distinguir entre el producto defectuoso y aquél que no lo es,
cuestión que también presenta una cierta analogía con el juicio de culpabilidad en la responsabilidad por negligencia.

En la práctica, la diferencia entre los regímenes de culpa presumida y de responsabilidad objetiva o estricta suele ser sólo de matiz: en un régimen de culpa (aunque sea
presumida) el juicio de antijuricidad reside en la conducta de quien provoca el daño; en la responsabilidad objetiva o estricta por falta de servicio o por defecto del producto,
radica en el resultado. (Barros Bourie, Enrique: Responsabilidad Extracontractual, Apuntes, U. de Chile, 2001, pp. 21-22).

El derecho comparado muestra una tendencia a la conservación del principio de responsabilidad por negligencia como régimen general, reservando estatutos especiales de
responsabilidad estricta para actividades específicas.

Por eso los estatutos de responsabilidad estricta son excepcionales y se basan en ciertos criterios recurrentes:
1.- Que exista la percepción de que el riesgo no puede ser controlado aunque se emplee el mayor cuidado, porque siempre hay una probabilidad de accidente (como ocurre
con la energía atómica o con la actividad aeronáutica);
2.- Que la amplitud del universo de personas sujetas al riesgo justifique prevenirlo y distribuirlo, radicándolo en quienes lo generan y controlan (como ocurre con los productos
defectuosos);
3.- O simplemente que resulte injusto, atendida la relación entre autor y víctima del daño, que esta última soporte el riesgo (como ocurre, por ejemplo, en el derecho laboral).
Sistemas de responsabilidad en Chile

El sistema de responsabilidad civil por culpa o negligencia es el régimen común de responsabilidad en el


derecho nacional, aplicable a todos aquellos casos que no están regidos por una regla especial diversa. Así lo
entiende Alessandri: “Nuestro Código Civil consagra la teoría clásica de la responsabilidad subjetiva en toda su
amplitud; la teoría del riesgo no la admite en caso alguno. No podría ser de otro modo si se considera que fue
dictado en una época -1855- en que nadie discutía ni ponía en duda la necesidad de la culpa o dolo de parte
del autor del daño para comprometer su responsabilidad” (Alessandri Rodríguez, Arturo: De la responsabilidad
extracontractual en el Derecho Civil chileno, Imprenta Universitaria, Santiago, 1943, Nº 77, p. 123).

Casos de responsabilidad objetiva en Chile

La responsabilidad estricta es un régimen especial y como tal de derecho estricto, que opera sólo respecto de
ciertas actividades o riesgos previamente definidos. Su fuente es la ley. En nuestro país pueden citarse los
siguientes casos:

1. Daño causado por animales fieros.


El art. 2327 establece una regla de responsabilidad estricta bajo la forma de una presunción de derecho,
aplicable a todo aquel que tenga un animal fiero de que no reporte utilidad para la guarda o servicio de un
predio, por los daños que éste haya ocasionado.

2. Daño ocasionado por las cosas que se arrojan o caen desde la parte superior de un edificio.
Según lo dispuesto en el art. 2328, el daño es imputable a todas las personas que habitan la
misma parte del edificio, y la indemnización se dividirá entre todas ellas, a menos que se pruebe que el hecho
se debe a la culpa o mala intención de alguna persona exclusivamente, en cuyo caso será responsable esta
sola. Como se advierte, en el primer caso se trata de responsabilidad sin culpa o estricta, que se distribuye
entre todos quienes pudieron provocar el daño.
3. Accidentes del trabajo.

Esta materia está regulada en la Ley Nº 16.744 sobre seguro social contra riesgos de accidente del trabajo y enfermedades
profesionales, y en ella coexiste un principio de responsabilidad estricta del empleador con un sistema de seguro obligatorio.

En efecto, la ley define el accidente del trabajo como “toda lesión que una persona sufra a causa o con ocasión del trabajo, y
que le produzca incapacidad o muerte, incluso por accidentes ocurridos en el trayecto directo, de ida o regreso, entre la
habitación y el lugar de trabajo”, exceptuando únicamente los accidentes debidos a fuerza mayor extraña o que no tenga
relación alguna con el trabajo, y aquellos producidos intencionalmente por la víctima (Ley Nº 16.744, art. 5). Estos accidentes
están cubiertos por un seguro obligatorio financiados principalmente por aportes del empleador, y contempla prestaciones por
incapacidad temporal, invalidez parcial o total y muerte.

La negligencia inexcusable del trabajador no excluye la responsabilidad del empleador, y sólo da lugar a la aplicación de una
multa (art. 70 inc. 1º).
Artículo 70°.- Si el accidente o enfermedad ocurre debido a negligencia inexcusable de un trabajador se le deberá
aplicar una multa, de acuerdo con lo preceptuado en el artículo 68°, aún en el caso de que él mismo hubiere sido
víctima del accidente.
Corresponderá al Comité Paritario de Higiene y Seguridad decidir si medió negligencia inexcusable.
Si el accidente se debe a culpa o dolo del empleador, la víctima y las demás personas a quienes el accidente causa daño tienen
acción para reclamar de éste una indemnización complementaria por todo perjuicio no cubierto por el sistema de seguro
obligatorio, inclusive el daño moral; además, el organismo administrador del seguro tendrá acción contra el empleador para
obtener el reembolso de lo pagado (art. 69).
Artículo 69°.- Cuando, el accidente o enfermedad se deba a culpa o dolo de la entidad empleadora o de un tercero, sin
perjuicio de las acciones criminales que procedan, deberán observarse las siguientes reglas:
a) El organismo administrador tendrá derecho a repetir en contra del responsable del accidente, por las
prestaciones que haya otorgado o deba otorgar, y
b) La víctima y las demás personas a quienes el accidente o enfermedad cause daño podrán reclamar
al empleador o terceros responsables del accidente, también las otras indemnizaciones a que tengan derecho, con
arreglo a las prescripciones del derecho común, incluso el daño moral.
4. Daños ocasionados por el conductor de un vehículo motorizado.
Para proteger a las víctimas de accidentes la Ley de Tránsito contempla la responsabilidad estricta del propietario
del vehículo por los daños ocasionados por el conductor (art. 174). Esta regla contiene una hipótesis de responsabilidad
estricta por el hecho ajeno, en virtud de la cual el propietario del vehículo responde solidariamente con el conductor, y sólo
puede eximirse probando que el vehículo le fue tomado sin su conocimiento o sin su autorización expresa o tácita,
circunstancias que equivalen a casos de fuerza mayor.

5. Responsabilidad del explotador de aeronaves por daños ocasionados en caso de accidente aéreo. Ley Nº 18.916, Código
Aeronáutico, arts. 142 y siguientes.

6. Daños ocasionados por aplicación de plaguicidas. Decreto Ley Nº 3.557, art. 36.

7. Daños ocasionados por derrames de hidrocarburos y otras sustancias nocivas en el mar. Decreto Ley Nº 2.222, arts. 144 a
146.

8. Daños nucleares. Ley Nº 18.302, Ley de seguridad nuclear, arts. 49 y siguientes.

9. Código de Minería. Arts. 14 y 113.

Artículo 14.- Toda persona tiene la facultad de catar y cavar en tierras de cualquier dominio, salvo en aquellas
comprendidas en los límites de una concesión minera ajena, con el objeto de buscar sustancias minerales.
Los perjuicios que se causen con motivo del ejercicio de esta facultad deberán indemnizarse. El juicio respectivo se
tramitará conforme a lo dispuesto en el artículo 233.

Artículo 113.- Durante la vigencia de la concesión, sólo su titular tendrá derecho, dentro de los límites de ella, a hacer
libremente calicatas y otras labores de exploración. El ejercicio de este derecho quedará sujeto a las obligaciones y
limitaciones LEY 18681 que establecen los artículos 14°, 15°, inciso segundo y ART 94 h) siguientes, 16°, número
tercero, y 17°, el presente párrafo y las normas sobre policía y seguridad mineras. El titular se hará dueño de las
sustancias concesibles que necesite arrancar con motivo del ejercicio de ese derecho.
REQUISITOS DE LA RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL

Para que haya lugar a la responsabilidad extracontractual deben concurrir,


copulativamente, los siguientes requisitos:

1º Una acción u omisión culpable o dolosa del autor;

2º El daño a la víctima, y

3º La relación de causalidad entre la acción u omisión culpable o dolosa y el daño


producido.

Parte de la doctrina comparada contemporánea y también alguna doctrina nacional,


agrega la capacidad delictual o cuasidelictual como un cuarto elemento de la
responsabilidad civil. Aunque existen buenas razones para considerarla como un elemento
autónomo, porque atiende al aspecto subjetivo de la responsabilidad, también es posible
tratarla como la parte subjetiva del concepto de acción culpable.
La acción u omisión culpable o dolosa del agente

Dolo y delito civil

La clasificación tradicional entre delitos y cuasidelitos civiles ha descansado en la diferente actitud del
agente; todos sus demás elementos son comunes, pero en el delito hay dolo del autor del daño y culpa
en el cuasidelito civil.

Salvada esta separación, no hay otras entre éste y aquél, y no es mayor la responsabilidad en el caso de
dolo que en el de la culpa, pues su intensidad se mide por el daño [factor objetivo] y no por la actuación
del agente [factor subjetivo, en principio, sólo relevante para efectos de saber quién es el obligado].

De ahí que las legislaciones de este siglo hayan abandonado la distinción entre delito y cuasidelito civil;
así ocurre en los Códigos alemán, suizo, italiano, de Brasil, Perú, etc.

“El dolo consiste en la intención positiva de inferir injuria a la persona o propiedad de otro” (art. 44, inc.
final). Definido en el Título Preliminar, el dolo se presenta en varias circunstancias en el Derecho Civil,
principalmente como vicio del consentimiento, como agravante de la responsabilidad contractual y
como elemento del delito civil, pero siempre, según la teoría unitaria del dolo es uno mismo: la
intención del agente de causar daño a otro.

El dolo se aprecia in concreto según las circunstancias del actor, ya que incluye un elemento psicológico:
la intención, el deseo de causar el daño, cuya prueba corresponderá siempre al demandante, ya que el
dolo no se presume.
La acción u omisión culpable o dolosa del agente

Culpa y cuasidelito civil

La culpa aquiliana da origen según la distinción antes señalada al cuasidelito civil.

Ni el Código francés ni el nuestro definieron la culpa, pero el art. 44, en el Título Preliminar, señaló
una triple distinción, en grave, leve y levísima y dio los conceptos de cada una, y aunque esta
diferenciación no se aplica en materia extracontractual, permite dar la noción de culpa en
nuestra legislación.

Se la ha definido habitualmente como la falta de diligencia o cuidado en la ejecución de un hecho


o en el cumplimiento de una obligación. En el primer caso, la culpa es extracontractual, delictual o
aquiliana, y en el segundo es contractual.

Existen claras diferencias en nuestra legislación entre ambas clases de culpa:


a) la culpa extracontractual da origen al vínculo, mientras la segunda lo supone;
b) la culpa contractual admite grados, y la aquiliana no; y
c) finalmente, la extracontractual no se presume, mientras la contractual sí, porque se deriva de
un atraso o un incumplimiento –total, parcial o imperfecto- que le es imputable al incumplidor (por
ello se habla de culpa probada y culpa presunta).
Formas de apreciar la culpa: en abstracto o en concreto

Para apreciar la culpa existen en doctrina dos concepciones que reciben,


respectivamente, las denominaciones de culpa objetiva o en abstracto, y de culpa
subjetiva o en concreto (la primera designación no es aconsejable, pues puede inducir
a error en relación a la responsabilidad objetiva y subjetiva, distinción que se funda en
la concurrencia de culpa como requisito de la indemnización).

En la culpa en abstracto, se compara la actitud del agente con la que habría tenido en
el caso que ocasiona daño una persona prudente expuesta a la misma situación; o
sea, se adopta un tipo ideal y se determina cómo habría éste reaccionado.

En la responsabilidad in concreto o subjetiva, se procede, al igual que en el dolo, a


determinar la situación personal del sujeto al tiempo del accidente.

La doctrina (por ej. Alessandri) sostiene casi unánimemente que en nuestra


legislación se adopta el primer criterio, y el sujeto ideal de comparación es el buen
padre de familia (bonus pater familias), según el concepto del art. 44.
[Para Alessandri, el concepto de culpa del artículo 44 del Código Civil es aplicable igualmente en materia
contractual y extracontractual. Señala el autor: “Nuestro Código Civil, en cambio, ha definido la culpa en
el art. 44. Aunque las definiciones que da se refieren más bien a la culpa contractual, por ser la única que
admite graduación, son aplicables igualmente en materia de delitos y cuasidelitos, tanto porque la
culpa es una misma en materia contractual y en materia cuasidelictual, cuanto porque el art. 44 se limita
a decir que la ley distingue tres especies de culpa o descuido, que enseguida define, sin referirlas a una
materia determinada. De esas definiciones se desprende que la culpa, que ese artículo y otros (arts. 2319
y 2329) hacen sinónima de descuido o negligencia, es la falta de aquella diligencia o cuidado que los
hombres prudentes emplean ordinariamente en sus actos y negocios propios” (Alessandri, ob. cit., Nº
123, p. 172).

Sin embargo, el mismo autor sostiene que en materia extracontractual la culpa no admite graduación, y
que por lo mismo, la clasificación en grave, leve y levísima del art. 44 no se le aplica, por lo que se
respondería de toda culpa, inclusive la levísima, lo que, sin embargo, resulta contradictorio con la
exigencia de cuidado que luego considera exigible a una persona corriente. Señala Alessandri: “En
materia delictual y cuasidelictual, en cambio, la culpa no admite graduación: toda falta de diligencia o
cuidado, por levísima que sea, engendra responsabilidad” (Alessandri, ob. cit., Nº 26, p. 48).

Constituye una contradicción afirmar que la culpa se aprecia en abstracto, aplicando el patrón de
cuidado del hombre prudente, y al mismo tiempo señalar que en materia extracontractual se responde
incluso de culpa levísima, pues se trata de grados de cuidado asimétricos. No es razonable que se exija al
hombre medio emplear en sus actos “aquella esmerada diligencia que un hombre juicioso emplea en sus
negocios importantes” (Véanse Barros, Enrique, ob. cit., pp. 45-48 y Meza Barros, Ramón, T. II, pp. 264-
265, quienes sostienen que el grado de culpa de la que se responde en materia extracontractual es la
culpa leve).]
Prueba de la culpa

Por regla general la culpa extracontractual deberá probarla la víctima.

En materia contractual, el art. 1.547, inc. 3º, dispone que “la prueba de la diligencia o cuidado incumbe al que ha
debido emplearlo”, lo que equivale a decir que dicha clase de culpa se presume, pues el deudor debe probar que no
ha incurrido en ella.

No existe norma semejante en materia extracontractual, por lo cual corresponde aplicar las reglas generales en
materia de prueba; de acuerdo al art. 1.698, toca acreditar la existencia de la obligación a quien la alega.

La víctima que cobra indemnización sostiene que ha existido de parte del demandado un acto u omisión doloso o
culpable que le causa daño, por lo cual está obligado a la reparación, o sea, afirma la existencia de una obligación,
para lo cual deberá acreditar que concurren los requisitos legales para que ella tenga lugar, sus elementos
constitutivos, uno de los cuales es la culpa o el dolo.

La prueba no tiene restricciones, como que se trata de probar hechos, y puede recurrirse a las presunciones,
testigos, confesión, peritajes, etc., sin limitación alguna.

En relación con esta materia -prueba de la culpa- hay que tener presente:
1º Teoría de las obligaciones de medio y resultado, y
2º Presunciones de culpa.

*Aclaración conceptual previa de algo que a estas alturas ya debieran saber ;) *


En abstracto, sin referencia a una obligación determinada, las partes en toda obligación son:
Deudor: la persona que se ha puesto en la situación de cumplir una determinada obligación.
Acreedor: persona que se ha puesto en la situación de exigir, del deudor, el cumplimiento de la respectiva
obligación.
1° Teoría de las obligaciones de medio y de resultado [1/2]

La doctrina y jurisprudencia francesas han establecido una distinción entre las llamadas obligaciones
determinadas o de resultado, y obligaciones generales de prudencia y diligencia o de medios.

En las primeras - obligaciones determinadas o de resultado-, la obligación es concreta: el deudor debe


obtener un resultado determinado, y así el vendedor ha de entregar la cosa vendida en la época
convenida.

En las segundas - obligaciones generales de prudencia y diligencia o de medios-, en cambio, el deudor


se obliga a poner de su parte la diligencia necesaria, a conducirse con prudencia para obtener el
resultado deseado, pero no a conseguir éste. El ejemplo más corriente es el de ciertos profesionales,
como el médico, quien no se obliga a mejorar al enfermo, sino a prestar toda su diligencia para
conseguirlo; como el abogado, para ganar el pleito que se le ha encomendado, etc.

Como consecuencia de esto:


1.- en el primer caso el deudor ha incurrido en incumplimiento si no se ha producido el resultado
prometido, en el ejemplo entregar lo vendido en el día señalado, y

2.- en el segundo el deudor incumplirá si no ha prestado los cuidados prudentes y diligentes para
obtener el resultado buscado. Pero, en este caso, por el contrario, puede que no se produzca el
resultado buscado, pero no por ello está incumplida la obligación siempre que se haya puesto toda la
diligencia para conseguirlo.
1° Teoría de las obligaciones de medio y de resultado [2/2]

La importancia de la clasificación [entre obligaciones de medio y de resultado] estriba precisamente en materia de prueba, porque:

En las obligaciones de resultado el acreedor nada debe probar, pues al deudor de ellas le corresponde acreditar que se obtuvo el
resultado prometido, y si él no ha tenido lugar, que no hubo culpa suya en este hecho.

En las obligaciones de medios no basta establecer que no se obtuvo el resultado, o sea, en los ejemplos, se murió el paciente, se perdió el
pleito, sino que el deudor no se ha comportado con la diligencia o prudencia necesarias, y esta prueba corresponde al acreedor.

Las obligaciones contractuales son normalmente de resultado; sin embargo, en la responsabilidad profesional que es normalmente
contractual, la culpa, según la doctrina en examen – la teoría de las obligaciones de medio y de resultado-, corresponde probarla al
acreedor.

En materia extracontractual, se ha establecido, a la inversa, la existencia de obligaciones de resultado en relación a la responsabilidad por
el hecho de las cosas. El guardián de ellas esta obligado a impedir que la cosa produzca daño a terceros y si de hecho los produce, a él le
corresponde probar que no fue por culpa suya.

La importancia estriba, pues, en que la presunción de culpa no opera únicamente y siempre en materia contractual, sino que en una y
otra responsabilidad es preciso distinguir según si la obligación infringida es de medios, en que el peso de la prueba corresponde al
acreedor, o de resultado, en que el deudor deberá probar su ausencia de culpa (Véase Mazeaud, Henri, León y Jean: Lecciones de Derecho
Civil, Ediciones Jurídicas Europa-América, Bueno Aires, 1959, Parte 2ª, T. I, Nº 21 y T. II, Nos. 377 y 510, pp. 12 y 215, respectivamente).

Según Abeliuk (Abeliuk Manasevich, René: Las Obligaciones, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1993, Nº 221, p. 181), y Alessandri, la
distinción no resulta aceptable, pues:
1.- La disposición del art. 1.547 presume la culpa contractual sin hacer diferencias y
2.- No es posible sostener la existencia de obligaciones de resultados extracontractuales porque la regla general en nuestro país en
materia de responsabilidad es la contractual.
2° Presunciones de culpa [1/2]

Si la prueba de la culpa es uno de los elementos que dificultan la obtención de la reparación, el legislador ha tratado
de paliarla estableciendo presunciones de culpabilidad para ciertos y determinados casos.

La responsabilidad por el hecho ajeno y de las cosas constituye una presunción de culpa. También en materia de
accidentes causados por vehículos existen algunas presunciones de culpa.

En relación con esta materia se ha discutido el alcance del art. 2.329. El precepto en su inc. 1º dispone que: “Por regla
general todo daño que pueda imputarse a malicia o negligencia de otra persona, debe ser reparado por ésta”. Y
agrega a continuación: “son especialmente obligados a esta reparación...”, enumerando tres casos.

Para muchos, hay una mera reiteración en el inc. 1º del artículo 2.329 de la norma del art. 2.314, que impone al que
ha cometido un delito o cuasidelito la obligación de repararlo, sin embargo, Alessandri ha sostenido que hay una
presunción de responsabilidad por el hecho propio “cuando el daño proviene de un hecho que, por su naturaleza o
por las circunstancias en que se realizó, es susceptible de atribuirse a culpa o dolo del agente”. Se funda este autor:
1º En la ubicación del precepto, a continuación de las presunciones de responsabilidad por el hecho ajeno y de las
cosas;
2º La redacción de la disposición, pues habla del daño que “pueda” imputarse y no que “sea” imputable, esto es,
basta que sea racional y lógico entender que ha habido culpa, y
3º Los casos del precepto, que sostiene son por vía ejemplar y suponen por sí solos la demostración de culpa.

Abeliuk y Meza Barros discrepan pues nada hay en el precepto realmente que permita sostener una presunción de
culpa, cuyos exactos alcances no se alcanzan a precisar en la ley. [en simple, acusan una generalización ambigua en la
norma, que en definitiva queda sujeto al criterio del juez conforme a la prueba que se le presente.]
2° Presunciones de culpa [2/2]

Existen también algunas presunciones de derecho de culpabilidad; se pueden citar en el


Código, el art. 2.327, para el daño causado por un animal fiero de que no se reporta
utilidad para la guarda o servicio de un predio, y el art. 2.321, referente a la
responsabilidad de los padres por los hechos ilícitos de sus hijos menores si
reconocidamente provienen de mala educación o hábitos viciosos que les han dejado
adquirir.

No es lo mismo presunción de culpa que responsabilidad objetiva:

En la presunción de culpa el autor del daño puede eximirse probando su falta de culpa.
En la responsabilidad objetiva la culpa no es elemento de ésta, semejante prueba no lo
libera de ella.
La presunción de derecho es equivalente en sus efectos a la responsabilidad objetiva,
pues precisamente no se admite la prueba de falta de culpa.
La culpa infraccional (o culpa contra la legalidad)

En este tipo de culpa, los deberes de cuidado son establecidos por el legislador u otra
autoridad con potestad normativa, por medio de una ley, reglamento, ordenanza, etc.

Aquí la culpa consiste en haber violado la ley o los reglamentos. El principio básico es que
cuando el hecho que genera daño se produce a consecuencia de la infracción de alguna de
estas reglas, el acto es considerado per se ilícito. En otros términos, existiendo culpa
infraccional el acto es tenido como ilícito sin que sea necesario entrar a otra calificación.
Señala Alessandri: “Cuando así ocurre, hay culpa por el solo hecho de que el agente haya
ejecutado el acto prohibido o no haya realizado el ordenado por la ley o el reglamento,
pues ello significa que omitió las medidas de prudencia o precaución que una u otro
estimaron necesarias para evitar un daño”.

Una sentencia de la Corte de Apelaciones de Santiago concluyó que acreditado por


medios legales que el demandado no detuvo su vehículo frente a un disco PARE “su
responsabilidad se encuentra establecida en el proceso” (R.D.D., t. LVI, sec. 4ª, p.
195).
Culpa por omisión

La culpa puede ser de acción (in commitendo), esto es, por obrar no debiendo hacerlo, o
por omisión o abstención (in ommitendo), esto es, por dejar de actuar.

Lo normal será, sin embargo, que la omisión se produzca en el ejercicio de una actividad, o
sea, consiste en no tomar una precaución que debió adoptarse, en no prever lo que debió
preverse, como por ejemplo, si un automovilista vira sin señalizar previamente su
intención de hacerlo. Esta culpa es lo que algunos llaman negligencia, por oposición a la
imprudencia, que sería la culpa por acción.

Todas estas culpas dan lugar a responsabilidad, pero una corriente de opinión sostiene que
también la hay en la mera abstención, esto es, cuando el agente no desarrolla ninguna
actividad en circunstancias que debió hacerlo. Es el caso de una persona que pudiendo
salvar a otra sin riesgo grave para sí misma no lo hace o del médico que sin razón de peso,
se niega a atender a un herido, etc. (un caso en la G. de T. de 1940, p. 380).
Naturaleza jurídica del juicio de culpabilidad

La tendencia inicial de la jurisprudencia nacional fue a considerar el juicio de culpabilidad como una
cuestión de hecho (R.D.J., T. 6, sec. 1ª, p. 393; T. T. 32, sec. 1ª, p. 93; T. 35, sec. 1ª, p. 173; T. 36, sec. 1ª,
p. 90; T. 43, sec. 1ª, p. 495). En la actualidad no existe un criterio uniforme en la materia, aún cuando
puede observarse una cierta tendencia a calificarlo como una cuestión de derecho, en el que la culpa
es tratada como una materia esencialmente de carácter jurídico (R.D.J., T. 36, sec. 1ª, p. 544; T. 55,
sec. 1ª, p. 35).

Por su parte, la doctrina nacional se manifiesta en forma unánime por calificar el juicio de culpabilidad
como una cuestión normativa, susceptible de ser revisada por la Corte Suprema mediante el recurso
de casación en el fondo (así, Alessandri, ob. cit., Nº 136, p. 204; Ducci, ob. cit, p. 84).

Es indiscutible que precisar los hechos que pueden constituir la culpa, por ejemplo, si hubo choque o
no, si existía disco “Pare”, la velocidad del conductor, etc., corresponde a los jueces del fondo*, salvo
que los hayan dado por establecidos con infracción de las leyes reguladoras de la prueba (R.D.J., t. 23,
sec. 1ª, p. 577; t. 57, sec. 4ª, p. 7). Pero calificarlos, esto es, si ellos constituyen dolo, culpa, caso
fortuito, es cuestión de derecho y susceptible de revisión por la casación en el fondo, puesto que se
trata de conceptos establecidos en la ley. El dolo y la culpa son conceptos legales, definidos por la ley;
se trata de determinar la fisonomía jurídica de los hechos establecidos por los jueces del fondo para
hacerlos calzar con los conceptos de culpa o dolo.

* A los jueces de primera instancia se les denomina “jueces de fondo” pues son los que conocen de los hechos y el derecho, lo que
constituye el caso expuesto para su resolución. No confundir con la casación en el fondo –y los jueces que la resuelve, los excelentísimos-,
atribución de la Corte Suprema, en tanto tribunal de casación, donde distinguimos, según qué sea objeto del recurso de casación, entre la
casación en fondo (el contenido de la disputa, particularmente sus consideraciones de derecho) o la casación en la forma que mira el
cumplimiento de las reglas del proceso.
Eximentes de responsabilidad

Las causales de justificación tratándose de la responsabilidad civil actúan sobre el


ilícito eliminando la culpabilidad. Sirven de excusa razonable para la persona prudente.

1º La ejecución de actos autorizados por el derecho


2º Caso fortuito;
3º Estado de necesidad;
4º El hecho del tercero;
5º La culpa de la víctima;
6º Legítima defensa

En opinión de Enrique Barros el caso fortuito o fuerza mayor, la culpa exclusiva de


la víctima y el hecho de un tercero, si bien determinan la inexistencia de
responsabilidad, no lo hacen por la vía de excluir la culpa, sino actuando sobre
otros elementos de la responsabilidad por negligencia, como la relación causal.
En el mismo sentido Ducci: “Hemos dicho que puede suceder que el daño no tenga
como antecedente una falta del demandado sino que se deba a una causa extraña.
Estas causas extrañas pueden consistir en que el daño se deba a un caso fortuito o
fuerza mayor, o que haya sido determinado por una falta personal de la víctima o
de un tercero y no del demandado”.
1° Actos autorizados por el derecho [1/2]

El ejercicio de un derecho elimina la ilicitud de la acción que causa el daño.

Por ello, en principio no habría, por ejemplo, ilicitud en los siguientes hechos:

a) Que un restaurante se instale a media cuadra de otro ya existente y le prive


de parte de su clientela, siempre que respete las normas de la libre
competencia; o
b) El mero ejercicio de una acción judicial, aunque los tribunales no la acojan
en definitiva, no constituye injuria o daño por sí solo.

El límite a esta justificación está constituido por el abuso del derecho, esto es,
el actuar formalmente dentro del marco del derecho que se ejercita, pero
desviándose de sus fines.
1° Actos autorizados por el derecho [2/2]

Teoría del Abuso del Derecho* [1/6]

Por regla general, cuando una persona actúa en virtud de un derecho, aunque ocasione daño a otro, no tiene
responsabilidad, v.g., “así el importante crítico teatral que califica mal una obra, por lo cual ésta constituye un
fracaso económico, ha ocasionado un perjuicio, pero sin culpabilidad de su parte, pues ha ejercitado
legítimamente su derecho”.

Pero el mismo ejercicio puede acarrear responsabilidad a su titular si lo hace en forma abusiva; es la Teoría del
Abuso del Derecho, con raigambres romanistas, pero que ha adquirido su máximo desarrollo del siglo pasado a
esta parte.

Constituye una reacción contra el criterio exageradamente individualista de los Códigos clásicos que habían
erigido en verdaderos santuarios los derechos subjetivos, de manera que su titular podía disponer de ellos a su
antojo y con prescindencia total del interés ajeno.

Como actualmente se ha impuesto el principio de que los derechos subjetivos no existen para la mera
satisfacción egoísta, y se da mayor preeminencia al contenido social de los mismos, la teoría que comentamos –
la Teoría del Abuso del Derecho- sostiene que, si el titular hace uso excesivo de los derechos que le corresponden
y concurren los demás requisitos legales de la responsabilidad extracontractual, puede verse obligado a
indemnizar los perjuicios que ocasione.

Desarrollado por la doctrina y jurisprudencia francesas, este principio, inspirado en el afán ya señalado de
moralizar las relaciones jurídicas, ha sido acogido ampliamente por los Códigos modernos.

*Que usted recordará de asignaturas tales como Fuentes de las Obligaciones.


Teoría del Abuso del Derecho [2/6]

Como toda doctrina en elaboración, no hay pleno acuerdo cuándo procede su


aplicación; sin embargo, se señalan los siguientes tres como los más
aceptados presupuestos del abuso del derecho:

1º Existencia de un derecho. Si se actúa sin que exista un derecho,


evidentemente que estamos frente a los casos generales de responsabilidad.

2º El derecho debe ser de ejercicio relativo. La regla general es que los


derechos sean de ejercicio relativo, es decir, que sólo es posible ejercerlos
según o de acuerdo con las leyes que reglamentan su ejercicio; pero hay
algunos a los cuales la ley no les señala limitaciones o les otorga
expresamente el carácter de absolutos. En ellos no cabe invocar la doctrina
en estudio; por ejemplo, en caso de incumplimiento del contrato bilateral, el
contratante diligente puede a su arbitrio exigir el cumplimiento o la
resolución (art. 1489 C.C.). Si puede hacerlo “a su arbitrio”, el deudor no
puede oponerse a la acción alegando el mero ánimo de perjudicarlo del
acreedor.
Teoría del Abuso del Derecho [3/6]

3º Que el ejercicio sea abusivo. Aquí si que las doctrinas y legislaciones se dividen, pues es difícil
realmente precisar cuándo el ejercicio de un derecho es abusivo. Incluso se ha criticado la
denominación, diciéndose que no puede abusarse de un derecho, sino que hay un exceso en su
ejercicio (véase Alessandri, ob. cit., Nº 165, p. 254); sin embargo de lo cual la denominación se ha
arraigado definitivamente.

Pueden señalarse varias corrientes de opinión.

-Para algunos, como es el caso del Código alemán y algunos inspirados en él, “el ejercicio de un derecho no está
permitido cuando no puede tener otro fin que causar daño a otro” (art. 226). Prácticamente equivale al dolo, o sea,
habría abuso del derecho si éste se ejercita en el solo afán de causar perjuicios, y sin utilidad alguna para su titular.
-Para otros, debe atenderse al fin económico y social para el cual existe o se ha otorgado el derecho. Extrema en
esta posición era la legislación soviética, que exigía que los derechos se ejercitaran conforme “a su destino económico
y social” (art. 1º).
-Otra fórmula semejante es la del Proyecto Franco-Italiano de las Obligaciones que dispone que está obligado a la
reparación el que causa un daño a otro en el ejercicio de un derecho, excediendo “los límites fijados para la buena fe
o por el fin en vista del cual ese derecho le ha sido conferido” (art. 74).
-Códigos como el suizo, se limitan a sancionar el abuso del derecho, pero han preferido no definirlo, dejando en
consecuencia al criterio del juez su calificación: “el abuso manifiesto de un derecho no está protegido por la ley” (art.
2º).
-El Código italiano, por su parte, prefirió no establecer una regla general sino casos particulares de abuso del
derecho en relación con el ejercicio de algunos de ellos.
Teoría del Abuso del Derecho [4/6]

 Finalmente, y es la posición que parece más adecuada y sustentan, entre otros, Mazeaud, Colin y
Capitant, Demogue y Alessandri entre nosotros, el abuso del derecho no difiere de cualquier otro caso
de responsabilidad extracontractual, y por lo tanto habrá lugar a él siempre que concurran los
requisitos de la misma: una actuación dolosa o culpable que cause daño, con la particularidad
únicamente de que la actuación corresponda al ejercicio de un derecho.

Nuestra legislación, al igual que la francesa, no contiene disposición expresa relativa a la institución
que comentamos; hay casos como el ya señalado del art. 1.489, en que la rechaza y otros en que la
aplica, pero la doctrina y jurisprudencia no tienen reparos en aceptarla con amplitud en las
situaciones no legisladas.

Un caso típico de aceptación de esta doctrina en nuestro Código era el del art. 945, hoy trasladado
con ciertas modificaciones al art. 56, inc. 1º del Código de Aguas, y que permite a cualquiera cavar en
suelo propio un pozo (hoy únicamente para la bebida y usos domésticos), aunque de ello resultare
menoscabarse el agua de que se alimenta otro pozo; “pero si de ello no reportare utilidad alguna, o no
tanta que pueda compararse con el perjuicio ajeno será obligado a cegarlo”. Otros casos son el art.
2.110, que prohíbe la renuncia de mala fe o intempestiva a la sociedad; y en general, los que
sancionan con indemnización el ejercicio de acciones judiciales temerarias (280 del C.P.C. para las
medidas prejudiciales precautorias; 467 del mismo Código en el juicio ejecutivo y 119 C.P.P. para la
denuncia calumniosa en el ejercicio de las acciones criminales).

Un derecho en cuyo ejercicio se presentan numerosos casos de abuso del derecho es el de dominio,
especialmente en las relaciones de vecindad.
Teoría del Abuso del Derecho [5/6]

Una de las limitaciones que se señalan al derecho de dominio es la que imponen las relaciones
de vecindad, por elementales razones de convivencia social.

Normalmente la obligación de indemnizar los daños ocasionados a los vecinos se ha fundado


en el abuso del derecho de dominio; en Francia hubo casos famosos que mucho ayudaron al
desarrollo de esta doctrina, como el de un propietario que construyó una chimenea superflua
con el único objeto de privar de luz y vista a un vecino, y el de otro que elevó un cerco divisorio
para perjudicar a una cancha de aterrizaje colindante y obligarles a comprar su terreno, etc.

Otro caso en que los roces entre vecinos pueden ser muy frecuentes y se exige un respeto mayor
al derecho ajeno, se presenta en la propiedad horizontal; de ahí que los Reglamentos de
Copropiedad contienen prohibiciones muy minuciosas para prevenir molestias a los cohabitantes
del edificio, y sancionadas privadamente en ellos, sin perjuicio de la procedencia de la
indemnización al perjudicado, de acuerdo a las reglas generales.

En estos hechos ilícitos, la reparación puede ser de distinta índole: demoler la chimenea o
muralla inútil, hacer las transformaciones destinadas a evitar los ruidos u olores, o sea, se acepta
la reparación en especie, si ella es posible. Caso contrario, habrá que recurrir a la
indemnización, según las reglas generales.
Teoría del Abuso del Derecho [6/6]

Si se reúnen los requisitos ya estudiados del abuso del derecho y los generales de la
responsabilidad extracontractual, se condenará al que ha hecho un uso excesivo de sus
facultades a indemnizar los perjuicios causados.

Lo que cabe destacar es que en numerosos casos del abuso del derecho, procederán
ciertas formas de reparación en especie, que no son frecuentes en la responsabilidad
extracontractual, como ser, por ejemplo, el citado caso del pozo, en que se obliga a cegarlo,
la publicación de sentencias absolutorias, etc.

Igualmente, quien actúa en cumplimiento de un deber impuesto por la ley no comete


ilícito alguno. Tal es el caso del agente de policía que priva de libertad al detenido, o del
receptor judicial que traba un embargo.

Algo más complejo es el tema de la observancia de órdenes emanadas de autoridad


competente. Por regla general, la circunstancia de actuar en cumplimiento de una orden de
autoridad actúa como causal de justificación siempre y cuando dicha orden no sea
manifiestamente ilegal.
2° Caso fortuito [1/2]
Según el art. 45 del Código, “se llama fuerza mayor o caso fortuito el imprevisto a que no es
posible resistir, como un naufragio, un terremoto, un apresamiento de enemigos, los actos de
autoridad ejercidos por un funcionario público, etc.”.
Si hay caso fortuito o fuerza mayor, no hay culpa del autor del daño y queda exento de
responsabilidad; ello ocurre tanto en materia contractual como extracontractual, pero tiene
mayor importancia en la primera, pues se presume la responsabilidad del deudor. Sin embargo,
en materia extracontractual interesará al demandado probar el caso fortuito, ya sea para
reforzar su defensa, o porque la ley presume su culpa.
Requisitos del caso fortuito.
Los elementos que constituyen el caso fortuito son los siguientes:
1.° Un hecho extraño a la voluntad de las partes;
2.° Su imprevisibilidad, y
3.° La imposibilidad de resistirlo.
Los examinaremos en los números siguientes.
I. Exterioridad del hecho.
El hecho debe ser ajeno a la voluntad e intervención de la parte que la invoca como
eximente. Es decir, que el hecho que se invoca como fuerza mayor no debe haber sido
provocado por el deudor. (“ojo con la expresión culpa del deudor”)
La presencia de una culpa es contrapuesta a la existencia de la fuerza mayor, salvo que se
trate de un tercero ajeno, porque entonces sí que para el deudor hay un hecho externo a su
voluntad que le impide cumplir.
2° Caso fortuito [2/2]

Requisitos del caso fortuito.

II. Imprevisibilidad.
El caso fortuito se define por su carácter imprevisto. Que sea imprevisto significa que las partes no
han podido prever su ocurrencia al actuar; hay ciertas circunstancias que normalmente pueden
preverse, y el deudor debe tomar las precauciones necesarias para que si se presentan, no le
impidan actuar adecuadamente. Una sentencia de la Corte Suprema ha dicho que el hecho es
imprevisto cuando no hay razón especial para creer en su realización, y ni el agente ni persona
alguna colocada en sus mismas circunstancias habría podido evitar sus consecuencias.

III. Imposibilidad de resistir.


El hecho, además, debe ser absolutamente imposible de resistir; se ha fallado que un hecho es
irresistible cuando no es posible evitar sus consecuencias, en términos que ni el agente ni ninguna
otra persona colocada en sus mismas circunstancias habrían podido hacerlo.

RDJ, T. 63, sec. 2a., pág. 171. Se falló que no constituía caso fortuito la no concurrencia a un
tribunal por enfermedad, pues pudo pedirse prórroga de la audiencia.

Lo que caracteriza al caso fortuito es la imposibilidad total, absoluta; como lo destacan los fallos
citados, nadie, ni el deudor ni persona alguna en sus circunstancias, habría podido impedirlo.

En consecuencia, una imposibilidad relativa, esto es, la dificultad en el actuar o una mayor
onerosidad que la prevista en el mismo, no constituye caso fortuito (o como se conoce en la
responsabilidad contractual, la “imprevisión”).
3° Estado de necesidad [1/2]

El estado de necesidad es aquel en que una persona se ve obligada a ocasionar un daño a otra para
evitar uno mayor a sí misma o a un tercero.

Ejemplo de aplicación de esta excusa: se produjo un incendio en un puerto, y la autoridad, para


evitar su propagación, se vio obligada a echar al mar unos barriles de aguardiente. Por
considerar que se había actuado para evitar un daño mayor, se negó lugar a la responsabilidad
del Estado (G. de T. de 1890, Nº 3211, p. 999).

Desde la perspectiva de la culpa, el estado de necesidad opera como causal excluyente de la


responsabilidad en cuanto es propio de la persona prudente optar por un mal menor para evitar un
mal mayor.

Los requisitos para que opere esta causal son:


a) que el peligro que se trata de evitar no tenga su origen en una acción culpable, y
b) que no existan medios inocuos o menos dañinos para evitar el daño.

En relación con el segundo de los requisitos, en un caso en que la fuerza pública que custodiaba
un puerto, obedeciendo una orden superior, arrojó al mar cajones de cerveza de propiedad de
un particular para impedir que cayeran en poder de unos huelguistas, la Corte de Apelaciones
de Santiago señaló que “el deber de la autoridad de mantener ante todo el orden público, no la
faculta para adoptar el primer medio que se le presente, ni la exime de la obligación de recurrir
entre varios, a los que menos daños ocasionen al derecho de los particulares” (R.D.J., T. 5, sec.
2ª, p. 55).
3° Estado de necesidad [2/2]

El estado de necesidad se diferencia del caso fortuito en que si bien hay un hecho imprevisto, él no es irresistible; puede
resistirse pero a costa de un daño propio. Al igual que la fuerza mayor, puede presentarse también en la responsabilidad
contractual.

Nuestra legislación no contempla para efectos civiles esta institución (lo establece como eximente de responsabilidad penal
el Nº 7 del art. 10 del Código Penal), por lo que para acogerla debe asimilarse a alguna otra situación reglamentada, como la
ausencia de culpa, el caso fortuito, la fuerza mayor, etc.

El estado de necesidad excluye la acción indemnizatoria de la víctima por el daño ocasionado, pero no obsta al ejercicio de
la acción restitutoria, pues el Derecho no puede amparar el enriquecimiento injusto de aquel que salva un bien propio con
cargo a un patrimonio ajeno.

Al respecto señala Rodríguez: “Nótese que en este caso, la responsabilidad no se extenderá a todos los perjuicios
sufridos, sino única y exclusivamente a la compensación de los daños materiales que haga posible restaurar el
equilibrio existente entre ambos patrimonios antes de que surgiera el estado de necesidad”

4° El hecho del tercero

Si el hecho culpable o doloso del tercero es la única causa del daño para el autor directo constituye un caso fortuito, y deberá
la indemnización el tercero culpable.

Por ejemplo, si un automovilista pasa un cruce con señalización a su favor y por la otra vía atraviesa otro vehículo infringiendo
aquélla, por lo cual el primero, a fin de esquivar el choque, atropella a un peatón, este conductor es el autor del daño, pero
responde el único culpable que fue el del vehículo que infringió la señalización.
5° La culpa de la víctima [1/2]

Al respecto, cabe efectuar el mismo distingo anterior: la culpa de la víctima ha sido la única causa del daño; en tal caso es
evidente que no hay responsabilidad para el autor del mismo, porque no hay culpa suya, como si un peatón cruza de
improviso la calzada a mitad de cuadra y es atropellado por un vehículo que transita respetando las exigencias
reglamentarias. Pero puede existir también concurso de culpas, esto es, tanto del que causa los daños como de la víctima.
Tal situación se encuentra prevista en el art. 2.330: “La apreciación del daño está sujeta a reducción, si el que lo ha sufrido
se expuso a él imprudentemente”. O sea, procede una rebaja de la indemnización, que los tribunales determinarán
soberanamente.

La culpa de la víctima sólo afecta la indemnización, pero no la responsabilidad penal (R.D.J., T. 70, sec. 4ª, p. 91).

Una vieja cuestión en la materia es la de si la reducción procede sólo respecto de la reparación solicitada por la víctima a
la que es imputable directamente el comportamiento imprudente, o si también la deben sufrir los que piden
indemnización de los perjuicios morales derivados por repercusión del daño causado a la víctima imprudente. Los fallos
manifiestan criterios diversos. Así, por una parte se ha dicho que la norma se aplica también a víctimas por repercusión:
respecto del daño moral reclamado por parientes de las víctimas fallecidas, se ha resuelto que se debe regular la
indemnización considerando también “...la exposición imprudente al daño recibido por parte de los fallecidos” (R.D.J., t. 84,
sec. 4ª, p. 166). No sería equitativo ni racional imponer al demandado la reparación de la totalidad de un daño que no ha
causado sino en parte. Además, de no ser así resultaría que las víctimas indirectas obtendrían una reparación superior a la
que hubiera recibido la víctima directa. En sentido inverso se ha dicho que si los beneficiados con indemnización del daño
moral no fueron los que se expusieron al daño que reclaman, no procede la reducción, y que su acción es propia e
independiente. La sentencia sostiene que “La disminución de la indemnización que forzosamente debe hacerse con relación
a la víctima imprudente, no cabe aplicarla respecto de sus progenitores, por no haber sido los causantes de tal
comportamiento, ...” (R.D.J., t. 88, sec. 4ª, p. 141).
5° La culpa de la víctima [2/2]

En otras ocasiones, los tribunales buscan fundar la reducción en la misma imprudencia de los parientes que reclaman el
daño moral. En un caso de muerte de un infante en un accidente, si bien la sentencia deja en claro que no procede
reducción por parte de la víctima por su incapacidad, sí se da lugar a la reducción respecto de los padres que al ausentarse
del hogar y dejar solo al niño en un sitio donde se realizaban faenas de excavación donde ocurrieron los hechos, incurrieron
en una manifiesta imprudencia, que autoriza la reducción de la indemnización pedida (R.D.J., t. 88, sec. 1ª, p. 96).

Cuestión compleja es la de decidir si, para aplicar la norma de la reducción, debe tratarse de una persona con capacidad
delictual. Según Corral: “aquí no hay propiamente una exención de responsabilidad del autor fundada en la
responsabilidad de la víctima, por lo que no es necesario acreditar que exista responsabilidad civil por parte de ésta con
todos sus elementos. Se trata más bien de una conducta de la víctima por la que ella misma interviene el proceder causal
que da como resultado el daño. Siendo así la exposición imprudente puede ser debida a un menor de edad o a una persona
inimputable. Sería difícil sustentar la rebaja de la indemnización cuando una misma conducta ha sido desarrollada por una
víctima capaz y negarla cuando ha sido llevada a cabo por un menor o incapaz.”

La jurisprudencia se pronuncia por la exigencia de capacidad delictual de la víctima menor imprudente, pero se deja en
claro que sí procede la reducción respecto de los padres que demandan indemnización por la muerte del niño si hubo
descuido en su atención.

6° Legítima defensa

La legítima defensa opera en derecho civil de modo análogo que en derecho penal. Así, actúa en legítima defensa quien
ocasiona un daño obrando en defensa de su persona o derechos, a condición que concurran las siguientes circunstancias:
a) que la agresión sea ilegítima, b) que no haya mediado provocación suficiente por parte del agente, c) que la defensa
sea proporcionada al ataque, d) que el daño se haya producido a causa de la defensa.

El art. 2.044 del Código Civil italiano dispone: “No es responsable quien ocasiona el daño para legitima defensa de
sí mismo o de otro”.
Convenciones sobre responsabilidad

Es punto que mucho se ha discutido, tanto en materia contractual como extracontractual, la validez de las estipulaciones
destinadas a suprimir o modificar la responsabilidad del autor del daño; lógicamente tienen más aplicación en la primera,
pero pueden presentarse también en relación a los hechos ilícitos, como por ejemplo si antes de un evento deportivo -
una carrera automovilística, verbi gracia- se establece entre los participantes la recíproca irresponsabilidad por los
accidentes que puedan ocurrir, o si entre vecinos se conviene ella por los daños que posiblemente ocurran, etc.

Se distinguen dos clases de convenciones sobre responsabilidad: las unas eximen a la persona de toda obligación de
indemnizar; las otras la limitan en cierta forma; por ejemplo, a una determinada suma de dinero.

No deben confundirse con las causas eximentes de responsabilidad, pues éstas impiden la existencia del hecho ilícito,
mientras que aquí existe, pero no se indemniza total o parcialmente.

Tampoco debe confundirse con los seguros a favor de terceros, ya que en éstos únicamente cambia la persona del
indemnizador, mientras las convenciones de irresponsabilidad hacen desaparecer la obligación de indemnizar.

La existencia de una estipulación sobre responsabilidad no hace derivar ésta en contractual, porque ella supone una
obligación previa que no se ha cumplido.

En materia contractual, aunque con limitaciones, se han aceptado las estipulaciones que alteran las reglas legales sobre
responsabilidad; en cambio, respecto de los hechos ilícitos se sostenía en forma casi invariable su ilicitud, por estimar que
se trata de normas de orden público inderogables por las partes, pues a la sociedad interesa que no se cometan delitos o
cuasidelitos, agregándose que la existencia de una exención de responsabilidad puede debilitar el cuidado de quien se
siente protegido por ella. Sin embargo, nunca se discutió que a posteriori la víctima puede renunciar, transigir, etc.,
respecto de la indemnización que le corresponde.

Hay actualmente una tendencia en la doctrina, legislación y jurisprudencia, aunque no en forma unánime, a discutir la
posición antes expuesta, porque el interés social está representado por la represión penal del hecho ilícito, pero la
indemnización es un problema particular de la víctima, que si la puede renunciar cuando el daño se ha producido, no se
divisa razón para que no le sea posible hacerlo de antemano, con algunas limitaciones.
Eso sí, hay ciertas situaciones en que no se admiten las cláusulas de irresponsabilidad:

1º Si la ley lo ha expresamente dispuesto, como ocurre en materia del trabajo, en que los derechos del
trabajador son irrenunciables;

2º En caso de dolo o culpa grave.

Según el art. 1.465, la condonación del dolo futuro no vale, y como en materias civiles, la culpa grave
equivale al dolo (art. 44), se concluye tanto en materia contractual como extracontractual que las
convenciones de irresponsabilidad no cubren las indemnizaciones que se deban por actos dolosos o de
culpa grave. Si de hecho se pactan adolecen de nulidad absoluta.

3º El daño a las personas.

Tampoco se libera el autor de un hecho ilícito de indemnizar el daño a las personas porque se estima
que éstas se encuentran al margen del comercio jurídico y, en consecuencia, no se podría estipular la
exención de responsabilidad por los daños que ellas sufran. En el ejemplo propuesto de la carrera
automovilística, la convención de irresponsabilidad cubriría el daño a los vehículos, pero no a los
participantes.

Todo lo cual no es óbice, como se ha dicho, para que una vez producido el hecho ilícito la víctima
renuncie a la indemnización, la componga directamente con el responsable, transe con él, etc., porque en
tales casos no se condona el dolo futuro sino el ya ocurrido, ni se comercia con la personalidad humana,
sino con un efecto pecuniario: la indemnización, que es netamente patrimonial.
 Junto a los pactos de irresponsabilidad ha de estudiarse la aceptación voluntaria de los riesgos.

La mera aceptación de los riesgos o el consentimiento de la víctima no exime de responsabilidad por el


daño causado. Sólo autoriza a reducir el monto de la indemnización si se estima que la víctima actuó con
imprudencia (art. 2330).

Sin embargo, la doctrina ha ido forjando algunos supuestos en los que el consentimiento de la víctima o la
aceptación de los riesgos funciona como causa legitimante. Se aplica así el adagio volenti non fit injuria ("no
se comete injusticia con quien actuó voluntariamente").

Cuando la víctima se expone al daño a sabiendas y con la debida información de que puede sobrevenir, no
podrá después demandar su reparación. Por ejemplo, los que participan en un duelo, o la persona que
consiente en que se le aplique un tratamiento médico riesgoso, o los que participan en deportes o
actividades en las que las probabilidades de lesiones o incluso de perder la vida son altas.

Debe tratarse de un consentimiento previo al daño, ya que si la voluntad se manifiesta con posterioridad
estaremos más bien en el ámbito de la renuncia al derecho de demandar reclamando la responsabilidad ya
surgida.

El consentimiento de la víctima en ponerse en situaciones de riesgo puede funcionar como legitimante de


la conducta del agresor, siempre que no haya dolo, y cuando el riesgo tenga un valor socialmente relevante.

Se exige también que el autor de la lesión actúe en interés del lesionado y de acuerdo con la voluntad
presumible de éste.
En los juicios de responsabilidad por daños atribuidos al consumo de tabaco instruidos en las Cortes norteamericanas una de las cuestiones más discutidas ha sido
justamente la relevancia de la aceptación voluntaria de los riesgos como causal de exoneración. La litigación en contra de la industria tabacalera en los Estados
Unidos ha tenido varias etapas: La primera ola de demandas contra las empresas del tabaco (1950-1960) se fundaron en la teoría del engaño (deceit), incumplimiento
de garantías contractuales y en el tort de negligence. En Lartigue vs. R.J. Reynolds Tobacco Co (317 F.2d 19,5th Cir. 1963), el jurado exoneró a la empresa demandada
pues sostuvo que las compañías de tabaco no podían haber previsto los efectos dañinos del fumar. En la mayoría de estos casos se desecharon las demandas por no
haberse acreditado el nexo causal por imprevisibilidad de los daños. Esta primera etapa concluye con el Restatement (Second) of Torts, consolidación de los criterios
sobre Derecho de Daños, que en un comentario sobre la responsabilidad por productos defectuosos, asentó que “good tobacco is not unreasonably dangerous merely
because the effects of smoking may be harmful” (el tabaco no es irrazonablemente peligroso sólo por el hecho de que fumar pueda ser dañino) (402A cmt. y).

La segunda etapa se inicia cuando oficialmente el Surgeon General concluyó que fumar podía ser una amenaza para la salud de las personas. Sobre la base de esta
conclusión, el Congreso aprobó las Cigarette Acts de 1965 y 1969, que ordenaron que se pusiera en toda cartilla la siguiente leyenda: “Caution: Cigarettes Smoking
May Be Hazardous to Your Health” y prohibió cualquier otra advertencia al respecto. Los demandantes fundaron ahora sus alegaciones en la teoría de la
responsabilidad objetiva por productos defectuosos o inseguros (product sttrict liability). Sin embargo, las demandas nuevamente volvieron a ser rechazadas,
básicamente por estimar las Cortes que los fumadores eligieron una actividad que conocían como dañosa. Ante el reclamo de que las compañías de tabaco no
informaron suficientemente sobre los riesgos del consumo de tabaco, las compañías demandadas paradójicamente se ampararon en las leyes que les prohibían
colocar otras leyendas que las impuestas por la ley. Así, lo sostuvo la Corte Suprema en Cipollone vs. Ligget Group, INC (789 F.2d 181 3D Cir. 1986), aunque concedió
tutela a la viuda del fumador fallecido sobre la base de un intentional tort.

La tercera etapa de la litigación comienza en los años noventa, en la que los demandantes cambian de estrategia para hacer frente a los cuantiosos recursos
financieros de la industria tabacalera. Ya no se intentan juicios individuales, sino colectivos, de miles o millones de fumadores representados por equipos de abogados,
bien provistos y organizados. Además, se suman a las demandas los Procuradores de Justicia de los Estados que piden que se indemnicen los gastos en salud que se
han debido invertir para tratar las enfermedades atribuidas al tabaquismo. La primera demanda la interpuso el Attorney General del Estado de Missisipi en 1994 en
conjunto con el abogado Richard Scruggs que representaba a demandantes particulares. Esta vez se trató de refutar la teoría de la aceptación voluntaria de los
riesgos mediante la presentación de víctimas que sufrieron el daño por exposición no voluntaria al tabaco. Además, se presentó evidencia de que las compañías
tabacaleras tenían información incluso antes del Surgeon General de que el tabaco era peligroso y que la nicotina tenía carácter adictivo en una serie de personas, y
optaron por ocultar y negar la existencia de esta información. De esta manera, las demandas comienzan a ser consideradas por los jurados aunque no ya sobre la
base de la teoría de la responsabilidad por productos sino por conspiración (conspiracy), dolo (deceit) y fraude (fraud). En el año 2000, una Corte del Estado de Florida
permitió una class action contra la industria tabacalera. El jurado concedió una indemnización, culpando a la industria por fraude y dolo, de 145 billones de dólares en
favor de 500.000 fumadores de Florida. Se sostiene que esta indemnización ha sido la más cuantiosa en la historia de la jurisdicción civil estadounidense y que excedió
el valor de mercado de las cinco compañías demandadas. Finalmente, las cinco empresas demandadas llegaron a un acuerdo con Missisipi, Florida, Texas y Minnesota
por 40 billones de dólares. Luego ha llegado a acuerdos con otros 46 Estados para pagar 206 billones de dólares en los próximos 25 años.

La forma en que se ha enfrentado el juicio a las tabacaleras amenaza con reproducirse contra otras industrias “impopulares” como las fábricas de armas y de pinturas
Lo que es criticado puesto que lleva a los tribunales a pronunciarse sobre lo que es más propio de las autoridades políticas, en cuanto a las decisiones para que
funcione y con qué costos una determinada actividad empresarial. Se señala que el acuerdo de las tabacaleras con sus demandantes no ha servido para reducir los
riesgos del tabaco, desarrollar programas contra la adicción, etc., y puede ser comprendido más bien como la compra de una licencia para continuar con el negocio
como hasta ahora (Jensen, Brayce A.: “From Tobacco to health care and beyond. A critique of lawsuits targeting unpopular industries”, en Cornell Law Review, vol. 86
(6), 2001, pp. 1334 y ss., citado por Corral T., Hernán, ob. cit., pp. 90-91).
La capacidad extracontractual

En nuestra legislación, como en la mayoría de ellas, la capacidad en materia de delitos y cuasidelitos está sujeta a reglas
especiales.

La regla general en materia extracontractual, más ampliamente aún que en otros campos, es la capacidad para responder
de los daños ocasionados por un hecho ilícito.

En efecto, de acuerdo al art. 2.319, sólo hay tres categorías de incapaces:

1º Los infantes, esto es, los menores de 7 años;

2º Los dementes.

Respecto a ellos, se ha considerado que es responsable si ha actuado en un intervalo lúcido, a diferencia de lo que ocurre
en materia contractual, en que si se ha declarado la interdicción no se acepta dicha excepción (art. 465).

3º Los mayores de 7 años y menores de 16 años, que pueden ser o no capaces, según el inciso 2º del precepto.

“Queda a la prudencia del juez -dice la disposición- determinar si el menor de 16 años ha cometido el delito o cuasidelito sin
discernimiento”; es decir, el juez decide y si declara que obraron sin discernimiento los mayores de 7 años y menores de 16
años, serán también incapaces.

En consecuencia, la plena capacidad para los hechos ilícitos se adquiere a los 16 años, pero puede extenderse en el caso
señalado hasta los 7 años.

Al influjo de la concepción objetiva de la responsabilidad, la legislación contemporánea tiende a abolir, en


mayor o menor grado, la irresponsabilidad del incapaz.
En algunas legislaciones el incapaz debe reparar el daño cuando la reparación no ha podido obtenerse de
quien lo tiene a su cuidado (Código alemán); otras otorgan al juez la facultad de condenar al incapaz, cuando la
equidad lo exija (Código suizo de las obligaciones); el incapaz, en fin, suele ser plenamente responsable (Código
mexicano).
Responsabilidad del ebrio.

Nuestro Código se preocupa en el art. 2.318 de establecer la responsabilidad del


ebrio por los actos ilícitos que cometa: “El ebrio es responsable del daño causado
por su delito o cuasidelito”.

Su responsabilidad se funda en su culpabilidad por haberse colocado en tal


estado (Actio libera in causa); por ello, no obstante, la amplitud del precepto, la
doctrina concluye que no estaría obligado por su hecho ilícito si ha sido
colocado en este estado por obra de un tercero y contra su voluntad, lo que se
extiende igualmente a cualquier otra intoxicación, como por estupefacientes. En
tal caso, el intoxicado o ebrio no tiene culpa, y ella correspondería a quien lo
colocó en tal situación.
Responsabilidad del guardián del incapaz

En materia de responsabilidades el término “guardián” se usa para designar a la persona que tiene a su cargo a otra
o a una cosa y debe vigilarla; si no cumple este deber es responsable de los daños que ocasione esa persona o cosa,
y su culpa consiste precisamente en haber faltado a dicha obligación.

Así ocurre con los incapaces; responde de los daños por ellos causados quien debe vigilarlos. Así lo señala el inc. 1º
del art. 2.319 en su parte final: “pero serán responsables de los daños causados por ellos (los incapaces), las
personas a cuyo cargo estén si pudiere imputárseles negligencia”.

Esto es, la víctima debe probar la negligencia del guardián. En el artículo siguiente (2.320), el Código trata la
responsabilidad por el hecho ajeno, como la del padre por los hechos ilícitos del hijo menor, etc., que difiere
fundamentalmente de la que establece el art. 2.319 en un doble sentido:

a) en ésta no hay hecho ilícito del incapaz, pues falta el requisito de la capacidad; lo hay del guardián por su
negligencia. Este responde del hecho propio, mientras en la responsabilidad indirecta del art. 2.320 se responde del
hecho ilícito de otra persona capaz, y que también es responsable, y

b) en la responsabilidad indirecta se presume la culpa del responsable por el hecho ajeno, y a él corresponderá
probar su ausencia de culpa, mientras que tratándose de un incapaz, la víctima debe probar la negligencia del
guardián.

A primera vista podría pensarse que la distinción es injusta y odiosa; pero la verdad es que hay una diferencia
fundamental entre un caso y otro:

Tratándose de un incapaz, el guardián soporta definitivamente la indemnización; no puede repetir contra aquél,
pues éste no ha cometido hecho ilícito.

En cambio, en la responsabilidad indirecta hay derecho a cobrar la indemnización pagada al autor del daño.
El daño o perjuicio

El daño que sufre la víctima es un requisito indispensable de la responsabilidad civil, que


no persigue, como la penal, castigar, sino reparar el perjuicio sufrido.

Es posible que concurran los demás requisitos, dolo o culpa, capacidad y que exista
responsabilidad penal, pero si no hay daño no habrá delito o cuasidelito civil. De ahí que el
delito frustrado no provoque responsabilidad civil. A la inversa, en los casos de
responsabilidad objetiva, hay obligación de indemnizar el daño aunque no hay culpa ni
dolo.

En nuestra legislación, daño y perjuicio son términos sinónimos y se usan indistintamente,


mientras que en otras legislaciones se reserva la primera expresión para el daño emergente
y la segunda para el lucro cesante. En Francia se habla también de daños e intereses para
efectuar el mismo distingo.

El concepto más difundido de daño o perjuicio es el que lo considera como todo


detrimento o menoscabo que sufra una persona en su patrimonio o en su persona física o
moral.

“Es todo menoscabo que experimente un individuo en su persona y bienes, la


pérdida de un beneficio de índole material o moral, de orden patrimonial o
extrapatrimonial” (R.D.J., T. 70, sec. 4ª, p. 68).
Requisitos del daño para ser indemnizable

Para que el daño de lugar a reparación, debe reunir las siguientes características:
1º Ser cierto;
2º No haber sido ya indemnizado, y
3º Lesionar un derecho o interés legítimos.

Certidumbre del daño.

Que el daño sea cierto, quiere significar que debe ser real, efectivo, tener existencia.

Con esto se rechaza la indemnización del daño eventual, meramente hipotético, que no se sabe si
existirá o no.

Sin embargo, en Francia se está aceptando una cierta categoría de daño eventual: la pérdida de una
probabilidad u oportunidad cierta como ocurre en el caso, por ejemplo, de que por negligencia un
procurador judicial deje transcurrir un término sin deducir un recurso legal; como no hay forma de
determinar si el tribunal superior habría acogido el recurso, el daño es en cierta forma hipotético
(Mazeaud, Henry, León y Jean, ob. cit., 2ª Parte, T. 2, Nº 412, p. 62. Ver además “Consideraciones en
torno al daño en la responsabilidad civil. Una visión comparatista”, en Revista de Derecho,
Universidad de Concepción, Nº 188, 1990, pp. 150-154).

Pero que el daño sea cierto no elimina la indemnización del daño futuro, que no ha sucedido aún, con
tal que sea cierto, esto es, que no quepa duda de que va a ocurrir. En el fondo el lucro cesante es
siempre un daño futuro. Por ello no se discute la indemnización del daño futuro cierto.
El daño no debe estar indemnizado

En principio no puede exigirse la indemnización de un perjuicio ya reparado. Y así hay casos en que la víctima tiene acción en
contra de varias personas para demandar los daños; por ejemplo, si los autores del hecho ilícito son varios, por ser solidaria
la acción (art. 2.317), la víctima puede cobrar el total a cualquiera de ellos, pero indemnizada por el demandado no podrá
volver a cobrar los daños a otro.

Igualmente en la responsabilidad por el hecho ajeno, como en el caso del padre por sus hijos menores, la víctima puede
demandar al hechor o a aquél, pero no puede exigir a ambos que cada uno pague el total de la indemnización.

Se presenta en este punto el problema del llamado cúmulo de indemnizaciones (véase Alessandri, ob. cit., Nº 487 y sgtes.,
pp. 580 y sgtes.), esto es, que la víctima haya obtenido de un tercero ajeno al hecho ilícito una reparación total o parcial del
daño sufrido.

El cúmulo (o acumulación) de indemnizaciones se produce porque un mismo hecho generará la obligación del hechor a
indemnizar el daño causado a la víctima (indemnización 1), por un lado; y, por otro, puede dar lugar a la obligación contraída
por un tercero, v.g. una compañía de seguros, de reparar un daño a la misma víctima (indemnización 2). Desde el punto de
vista del hecho ilícito, la compañía de seguros es un tercero, porque no ha participado en él, sin perjuicio de lo cual se ha
obligado contractualmente.

Lo que tenemos, entonces, al cumplir el tercero con su obligación, es que esta situación aprovecharía al hechor para
disminuir su responsabilidad liberándose del todo o parte de la indemnización mediante un acto jurídico que le es
totalmente ajeno. Así, si el requisito es que el daño no esté indemnizado, de haber cumplido la compañía con su obligación,
no correspondería que el hechor lo haga por la sencilla razón de que cuando se repara un daño, este se extingue, faltando
uno de los elementos de la responsabilidad extracontractual, eliminando con ello, el objeto de la reparación y haciendo la
indemnización inviable al no poder exigirse nuevamente la indemnización de un daño ya indemnizado.

El que ha pagado una indemnización por un hecho dañoso, por regla general, no podrá repetir contra el hechor, a menos que
se le cedan las acciones correspondientes o la ley se las otorgue. De tal modo es que suele estipularse en los contratos de
seguro.
El daño debe lesionar un derecho (subjetivo) o interés legítimo

[Aclaración previa relativa a la diferencia entre el derecho subjetivo y el interés legítimo:

Sabemos que el derecho objetivo es la norma sin respecto a determinada persona y que el derecho subjetivo
es el que tiene una persona respecto de otra (derecho personal) o respecto de una cosa (derecho real) y cuyo
contenido es sancionado y protegido por el derecho objetivo; pero también tenemos que establecer la idea
de interés legítimo* como objeto de una lesión que puede causar un daño patrimonial a la víctima.
Entenderemos a éste, al interés legítimo, como una situación no establecida de forma expresa por la ley o
contemplada en términos genéricos, pero que, dadas ciertas circunstancias, es dable darle un
reconocimiento y una protección, toda vez que su lesión efectivamente causa un daño.

En términos procesales, y generalizando, el interés legítimo se asimila a la idea de legitimación activa**, en


virtud de la cual puedo iniciar una acción sin tener necesariamente un derecho comprometido, como por
ejemplo en el ejercicio de la acción de nulidad absoluta]

*Si quieren profundizar sobre la idea del interés legítimo pueden leer este trabajo que, si bien tiene que ver con el
contencioso administrativo ambiental, cuya propia naturaleza permite actuar a quién tenga un interés legítimo,
describe los devenires en el desarrollo de esta institución https://www.scielo.cl/pdf/rdpucv/n51/0718-6851-rdpucv-
00201.pdf
** https://dpej.rae.es/lema/inter%C3%A9s-leg%C3%ADtimo
El daño debe lesionar un derecho (subjetivo) o interés legítimo

Lo normal es que resulte lesionado por el hecho ilícito un derecho subjetivo, ya sea patrimonial como el de dominio, o
extrapatrimonial, como el honor de la persona.

Ahora bien, en el daño a las personas se pueden presentar casos dudosos si la víctima fallece.

En cualquier clase de daños si el afectado perece con posterioridad al acto ilícito, pero sin haber cobrado la indemnización
esta es perfectamente transmisible. Pero si la muerte es instantánea, nada transmite a sus herederos, porque nada ha
alcanzado a adquirir (R.D.J., T. 45, sec. 1ª, p. 526).

Sin embargo, los que son herederos de la víctima pueden tener un perjuicio personal a consecuencia del fallecimiento de
ésta, y en tal caso, concurriendo los requisitos legales, habrá derecho a indemnización, pero no la cobran como herederos,
sino por el daño personal que experimentan.

En esto se encuentran en igual situación que cualquiera otra persona que no sea heredera de la víctima, y a la que el
fallecimiento de ésta lesiona un derecho, y por ello se ha concedido indemnización a un hermano del occiso, a quien éste
proporcionaba alimentos (R.D.J., T. 14, sec. 1ª, p. 498). El hermano no es heredero forzoso, de modo que si no es llamado por
testamento, sólo puede tener derecho de herencia si no es excluido por otros herederos abintestato de mejor derecho, como
descendientes y ascendientes. En el caso fallado no tenía derecho a la herencia, no era heredero, pero el hecho ilícito había
vulnerado un derecho suyo: el de alimentos.

Pero no sólo hay lugar a la indemnización cuando se vulnera un derecho, sino también un interés legítimo; así se aceptó en el
siguiente caso: el padre ilegítimo, si no era llamado por testamento, que no era el caso, no tenía la calidad de heredero ni
derecho a alimentos del hijo ilegítimo. Este –el hijo ilegítimo- falleció atropellado por un tren, pero como el padre vivía a
expensas del hijo, demandó la indemnización y le fue otorgada (R.D.J., T. 30, sec. 1ª, p. 524).
Clasificación de los daños

Los perjuicios admiten diversas clasificaciones, las cuales no tienen tanta trascendencia en materia
extracontractual, porque el principio imperante en ella es que todos ellos se indemnizan, a la inversa de la
contractual en que existen algunas limitaciones.

La única excepción es la del daño indirecto que nunca se indemniza en materia extracontractual, pues le falta
el requisito de la causalidad entre el hecho ilícito y el daño.

De todos modos, haremos un repaso de los distintos tipos de daños en el ámbito contracrtual.

1º Daños materiales y daños morales.

Atendiendo a la naturaleza del bien lesionado, los daños reparables han sido clasificados tradicionalmente en
dos grandes categorías: daños materiales o patrimoniales y daños morales o extrapatrimoniales.

Daño patrimonial o material es el que consiste en una pérdida pecuniaria, en un detrimento del patrimonio.

Daño moral es el que afecta los atributos o facultades morales o espirituales de la persona (R.D.J., T. 39, sec.
1ª, p. 203). En general, es el sufrimiento que experimenta una persona por una herida, la muerte de una
persona querida, una ofensa a su dignidad u honor, la destrucción de una cosa de afección, etc. Como han
dicho otras sentencias, es el dolor, pesar, angustia y molestias psíquicas que sufre una persona en sus
sentimientos a consecuencia del hecho ilícito (R.D.J., T. 57, sec. 4ª, p. 229, T. 60, sec. 4ª, p. 447 y T. 70, sec. 4ª,
p. 68); un hecho externo que afecta la integridad física o moral del individuo (R.D.J., T. 58, sec. 4ª, p. 375 y
otras definiciones en T. 31, sec. 1ª, p. 462; T. 45, sec. 1ª, p. 526; T. 56, sec. 4ª, p. 195, y T. 57, sec. 4ª, p. 144).
[Siguiendo a Hernán Corral el daño moral, entendido en su sentido amplio como todo daño extrapatrimonial
que sufre la persona en sus sentimientos, atributos y facultades, ha dado lugar a una tipología bastante abierta
de categorías, no del todo delineadas y aceptadas. En un esfuerzo por resumir los principales rubros de daño
moral que se reconocen en la doctrina y jurisprudencia comparada pueden mencionarse las siguientes
categorías.

1º) El daño emocional: éste es el concepto original del daño moral, el clásico “pretium doloris”.

La indemnización intenta paliar o compensar hasta donde sea posible el sufrimiento psíquico que el hecho
ilícito ha producido a la víctima.

2º) La lesión de un bien o derecho de la personalidad.

Con independencia del dolor psíquico que ha producido a la víctima, habrá daño moral si se lesiona en forma
directa o ilegítima un derecho de la personalidad, como la honra, la intimidad, la imagen, el derecho de autor
(no en su aspecto patrimonial, sino relativo a la paternidad de la obra). En este sentido, para el autor, se hace
posible que las personas jurídicas, que no pueden sentir o sufrir, sean no obstante dañadas moralmente, si se
lesionan algunos de sus derechos propios de naturaleza extrapatrimonial (buen nombre, reputación, imagen,
etc.)

3º) El “préjudice d’ agrément”

En la doctrina y jurisprudencia francesa el perjuicio del gusto de vivir (lo que en la experiencia inglesa se
denomina loss of amenities of life), es uno de los más importantes rubros de las indemnizaciones de daño
moral. Se suele definir como “la privación de las satisfacciones de orden social, mundano y deportivo de las
cuales se beneficia un hombre de la edad y de la cultura de la víctima”. Por cierto, hay nociones restringidas y
otras más abiertas de este perjuicio, pero en general se señala que debe contabilizarse el daño físico que
produce incapacidad permanente o temporal, y que la indemnización debe aumentarse si se prueba que la
víctima presenta un daño superior al medio por haber cultivado con éxito alguna capacidad creativa, un talento
particular, un hobby, etc.
4º) El daño corporal o fisiológico

La tesis de la autonomía de un daño biológico o a la salud surgió en Italia como una forma de eludir la
limitación contenida en el art. 2059 del Código Civil italiano respecto de la reparación del daño moral (sólo
indemnizable en caso de delito penal). Luego ha sido retomada por otros ordenamientos. El daño es corporal
cuando afecta la integridad física y psíquica de una persona natural, y se distingue del daño puramente moral
en que no recae como éste en la pura esfera emotiva o espiritual: “cuando los daños afectan al cuerpo, es
decir, a la integridad física de la persona, tanto desde el punto de vista externo como interno, los conocemos
como daños corporales, entre los que se encuentran también las lesiones a la integridad psíquica, cuando
médicamente sea posible identificarlas, como por ejemplo los supuestos de shock nervioso o de depresiones”.
El daño corporal puede traer consecuencias patrimoniales indemnizables: los gastos de atención médica y la
pérdida de una ganancia por la inhabilidad física (lucro cesante). Además puede dar lugar a otros rubros de
daños extrapatrimoniales como el sufrimiento o dolor psíquico, el daño estético y la privación del gusto por la
vida.

En Chile, Elorriaga ha propiciado la autonomía del concepto de daño corporal, de manera de excluirlo de la
categoría de daño material donde sólo se aprecian las consecuencias patrimoniales pero no el daño físico en
sí. En concepto de este autor, el daño corporal debe situarse como una categoría de daño extrapatrimonial de
carácter personal independiente del daño moral. (Véase Elorriaga de Bonis, Fabián: Configuración,
consecuencias y valorización de los daños corporales en Cuadernos Jurídicos, Facultad de Derecho, Universidad
Adolfo Ibañez, Santiago, Nº 1, y “Daño Físico y Lucro Cesante” en Derecho de Daños, LexisNexis, Santiago, 2002.)

5º) El daño estético

Como una consecuencia del daño corporal ha sido advertida la necesidad de reparar el daño estético o a la
apariencia física. “La reparación del perjuicio estético –señala Elorriaga– está orientada a compensar los
sufrimientos que experimenta el sujeto en su fuero interno al saberse y sentirse negativamente modificado su
aspecto”. (Ver Corral T., Hernán: ob. cit., pp. 100-102).]
Procedencia de la indemnización del daño moral [1/2]

En sus principios la procedencia de la indemnización del daño moral fue resistida porque se
decía que la indemnización tiene por objeto hacer desaparecer el daño y el moral es imposible
dejarlo sin efecto; que la indemnización es muy difícil de establecer, y que puede llegarse a
abrir al aceptarla una avalancha de demandas por este capítulo de las personas amigas,
familiares, etc., de la víctima, todas ellas alegando su aflicción.

Sin embargo, hoy en día las legislaciones, doctrina y jurisprudencia universales son unánimes
prácticamente para aceptar la indemnización del daño moral, ampliamente o en los casos que
enumeran (Códigos alemán e italiano).

Las razones son las siguientes:

1º No es efectivo que la indemnización sea siempre reparadora, pues puede también ser
compensadora; tampoco ciertos daños materiales es posible hacerlos desaparecer; la
indemnización pecuniaria tiende a hacer más llevadero el dolor por las satisfacciones que el
dinero produce; además, puede ser posible una reparación en especie, como la publicación de
la sentencia, en caso de ofensas al honor o crédito, etc.

2º La dificultad de fijar la indemnización y los posibles abusos no pueden servir de pretexto


para negar la compensación, pues también se presentan en los daños materiales.
Procedencia de la indemnización del daño moral [2/2]

3º Porque las disposiciones que establecen la indemnización de perjuicios en materia extracontractual


(arts. 2.314 y 2.329) son amplias y no distinguen, y ordenan indemnizar todo perjuicio;

4º Porque en un precepto, el art. 2.331, el legislador negó expresamente la indemnización del daño moral;
es el caso de las imputaciones injuriosas contra el honor o el crédito de una persona, que sólo dan derecho a
demandar una indemnización pecuniaria si se prueba un daño emergente o lucro cesante apreciable en
dinero. Si lo dijo expresamente en esta situación el legislador, quiere decir que en los demás se indemniza
el daño moral, pues si no el precepto estaría de más, y

5º La legislación posterior al Código Civil es confirmatoria en tal sentido, pues menciona expresamente el
daño moral entre los indemnizables: art. 19, Nº 7, letra i de la Constitución Política; art. 69 de la Ley 16.744
sobre accidentes del trabajo; art. 40 inc. 2º de la Ley Nº 19.733 sobre Libertades de Opinión e Información y
Ejercicio del Periodismo, sucesora de la Ley de Abusos de Publicidad; art. 3 letra e) de la Ley Nº 19.496 sobre
protección de los consumidores.

Con lo expuesto, nada de extraño tiene que nuestra jurisprudencia se haya afirmado en la plena aceptación
de la indemnización del daño moral incluso en materia de abusos de publicidad (R.D.J., T. 38, sec. 1ª, p. 239;
T. 39, sec. 1ª, p. 203; T. 59, sec. 4ª, p. 28; T. 60, sec. 4ª, p. 47; T. 57, sec. 4ª, p. 229). Y sosteniendo que se
deben, aunque no se demanden (R.D.J., T. 72, sec. 4ª, p. 160) [sin embargo, la actuación de oficio de los
tribunales está vedada en términos generales y no existe una disposición que autorice, pero debemos
entender esta sentencia como confirmatoria de su existencia, pese a que no se hayan pedido].
Prueba del daño moral

En cuanto a la prueba del daño moral numerosos fallos sostienen que en determinadas situaciones el daño
moral no requiere de una acreditación por medios formales, ya que su ocurrencia se desprende de las
circunstancias en las que ocurre el hecho y las relaciones de los partícipes, como ocurre con la muerte de
un hijo.

Según una posición más extrema el daño moral no requiriría prueba puesto que la sola constatación de
una lesión a un derecho extrapatrimonial genera el perjuicio, quedando el juez atribuido de la facultad de
evaluarlo.

Otros en cambio, sostienen que como todo daño -requisito de la acción de responsabilidad-, el de carácter
moral debe probarse.

Avaluación del daño moral

Respecto de la avaluación del daño moral los tribunales se enfrentan a la dificultad de traducir lo que es un
concepto intangible en una realidad monetaria y lucrativa. Están contestes los tribunales en que la
avaluación del daño moral es una facultad privativa de los tribunales del fondo y no es susceptible del
control de casación (así, R.D.J., t. 95, sec. 1ª, p. 38).

Los criterios de avaluación que se emplean son las consecuencias físicas, psíquicas, sociales o morales que
se derivan del daño causado; las condiciones personales de la víctima; el grado de cercanía o de relación
afectiva que el actor (demandante) tenía con la víctima; la gravedad de la imprudencia de la conducta del
autor que causó el perjuicio; la situación patrimonial o económica del ofendido y del ofensor; la clase de
derecho o interés extrapatrimonial agredido; la culpabilidad empleada por el ofensor y la víctima; etc.
2º Daño emergente y lucro cesante.

El daño material puede ser de dos clases.

Daño emergente es el empobrecimiento real y efectivo que sufre el patrimonio de una persona.

Lucro cesante es la pérdida de una ganancia o utilidad que deja de percibirse, derivados del incumplimiento de
una obligación o del hecho dañoso.

No dice el Código expresamente en el Título 35 que ambos son indemnizables, como lo hace el art. 1.556 en
materia contractual, pero tanto la doctrina, como la jurisprudencia (R.D.J., T. 26, sec. 1ª, p. 234) en forma
unánime igual lo entienden así, dada la amplitud de los preceptos que establecen la indemnización delictual. En
efecto, el art. 2.314 al contemplar la obligación del autor del hecho ilícito a la indemnización, habla de “daño” sin
distinguir, y el art. 2.329 por su parte dispone que “todo daño” imputable a una persona obliga a ésta a la
reparación. Finalmente el art. 2.331 menciona expresamente para un caso especial -injurias- ambas clases de
daños.

El parágrafo 252 del Código Civil alemán (BGB) señala que “considérase ganancia frustrada la que
con cierta probabilidad fuese de esperar, atendiendo al curso normal de las cosas o a las especiales
circunstancias del caso concreto, y particularmente a las medidas y previsiones adoptadas”.

Véase Elorriaga de Bonis, Fabián: “Daño Físico y Lucro Cesante” en Derecho de Daños, LexisNexis,
Santiago, 2002, pp. 53-110, en que se hace un interesante análisis de la prueba y los diferentes
métodos de cálculo del lucro cesante, como también la incidencia que tienen en su fijación los
beneficios previsionales, seguros y liberalidades recibidos por la víctima, y las herencias y legados
que reciban quienes reclamen el lucro cesante.
3º Daños directos e indirectos

Los perjuicios pueden ser directos o indirectos, siendo los primeros


“una consecuencia cierta y necesaria del hecho ilícito” (Alessandri, ob.
cit., Nº 149, p. 232). Por oposición, el daño es indirecto cuando entre
éste y el hecho doloso o culpable han intervenido causas extrañas, que
impiden que pueda ser razonablemente atribuido a este último.

En el clásico ejemplo de Pothier para ilustrar el concepto de


daño indirecto, el suicidio del comprador de una vaca enferma,
que luego de ser introducida en el rebaño, contagia y causa la
muerte de todas las demás ocasionándole la ruina, no puede
atribuirse razonablemente al hecho del vendedor que oculta el
vicio.

En materia contractual, el art. 1.558 excluye los perjuicios indirectos de


la indemnización, y en materia delictual debe llegarse a igual
conclusión, porque respecto de ellos falta el requisito de la causalidad.
4º Daños previstos e imprevistos.

Los daños directos pueden ser previstos e imprevistos. Esta es una clasificación más propia de los
contratos, pues sólo se responde por regla general de los previstos al tiempo de su celebración, y de los
imprevistos únicamente en caso de dolo o culpa grave.

La distinción no cabe hacerla en materia de hechos ilícitos, pues, por las mismas razones anteriores (arts.
2.314 y 2.329), debe concluirse que se indemnizan tanto los perjuicios que pudieron preverse como los
imprevistos a la época de su comisión (R.D.J., T. 50, sec. 4ª, p. 40).

Alessandri señala: “Sea que se trate de un delito o de un cuasidelito, la reparación comprende tanto los
perjuicios previstos como los imprevistos que sean su consecuencia necesaria y directa. El art. 1558 es
inaplicable en materia delictual o cuasidelictual; se refiere a las obligaciones contractuales. Sólo en ellas
las partes han podido prever los daños que su incumplimiento podría irrogar. Tratándose de un hecho
ilícito, esta previsión no es posible: en materia delictual y cuasidelictual el daño es por su naturaleza
imprevisto” (Alessandri, ob. cit., Nº 458, p. 552).

Sin embargo, parte de la doctrina y jurisprudencia señalan como requisito de la culpa la


previsibilidad. “La culpa supone la previsibilidad de las consecuencias dañosas del hecho,
porque el modelo del hombre prudente nos remite a una persona que delibera bien y actúa
razonablemente, y como lo imprevisible no puede ser objeto de deliberación, dentro del
ámbito de la prudencia sólo cabe considerar lo previsible... Que la previsibilidad sea un
elemento esencial de la culpabilidad, tiene consecuencias en cuanto a los efectos de la
responsabilidad por culpa, pues si sólo respecto de los daños previsibles ha podido el autor
obrar imprudentemente, sólo estos daños deberán ser objeto de la obligación de indemnizar”
(Barros, Enrique: ob. cit., pp. 48-49) (R.D.J., t. LXIX, sec. 4ª, p. 168).
5º Daños en las personas y en las cosas.

El perjuicio puede repercutir en la persona, como la lesión que imposibilita para el trabajo; la muerte, para las personas que
vivían a expensas del difunto, etc., o en las cosas, si ellas se destruyen o menoscaban a causa del hecho ilícito, como un
automóvil que es chocado.

Ambos se indemnizan, pues el Código no distingue, y así, se refiere al daño en las cosas el art. 2.315, y en las personas el art.
2.329.

6º Daño contingente.

Es el que aún no ha ocurrido, pero que fundadamente se teme, y se refiere a él el art. 2.333.

7º Daño por repercusión o rebote.

Es el que sufre una persona a consecuencia del hecho ilícito experimentado por otra. (importancia de la relación de
causalidad)

El principal problema del daño por repercusión o rebote estriba en determinar quiénes son las personas que están
verdaderamente legitimadas para pretender ser indemnizadas por parte del causante de los daños, puesto que la cadena de
perjudicados a consecuencia de un hecho dañoso podría llegar a ser verdaderamente insospechada.

El art. 45 del Código de las Obligaciones de Suiza dispone que “en caso de muerte de un hombre, la indemnización
comprende los gastos, especialmente los de entierro. Si la muerte no sobreviene inmediatamente, la
indemnización comprende en particular los gastos de tratamiento, como el perjuicio derivado de la incapacidad
para el trabajo. Cuando, por causa de la muerte, otras personas han sido privadas de su sustento, tienen derecho
a ser indemnizadas en esta parte”. Agrega el art. 47 del mismo Código que “el juez puede, teniendo en cuenta las
circunstancias particulares, otorgar a la víctima de lesiones corporales o, en caso de muerte del sujeto, una
indemnización a la familia a título de reparación moral”.

Véase Elorriaga de Bonis, Fabián: “Del daño por repercusión o rebote”, en Revista Chilena de Derecho, vol. 26 (2),
1999, pp. 369-398.
Extensión de la reparación [1/2]

La Corte Suprema ha resuelto que la ley “obliga a indemnizar el daño, a reparar el perjuicio causado por el hecho ilícito,
reparación que, es obvio, deberá ser completa, esto es, igual al daño que se produjo, de modo que permita a la víctima
reponer las cosas al estado en que se encontraban a la fecha del acto ilícito” (R.D.J., t. 57, sec. 4ª, p. 424).

En opinión de Alessandri, de este principio emanan las siguientes consecuencias: 1º El monto de la reparación depende de
la extensión del daño y no de la gravedad del hecho; 2º La reparación comprende todo el perjuicio sufrido por la víctima
que sea una consecuencia necesaria y directa del delito o cuasidelito; y 3º El monto de la reparación no puede ser
superior ni inferior al daño (Alessandri, ob. cit., Nº 454, p. 545).

Por otra parte, la doctrina y jurisprudencia nacional están de acuerdo en que la indemnización debe incluir tanto el daño
material como el daño moral.

Además, la indemnización debe considerar elementos que permitan dejar a la víctima en la situación en que
probablemente se encontraría de no haber ocurrido el accidente, y en consecuencia, debe incluir reajustes e intereses.

Según Abeliuk (ob. cit., Nº 302, p. 254) hoy en día la jurisprudencia y la doctrina se han uniformado en torno a
aceptar la reajustabilidad, por dos razones: por la regla general del art. 2.329, de que todo daño imputable
debe indemnizarse, o sea la reparación debe ser integral y no lo sería si el acreedor la recibiera desvalorizada, y
porque sobre todo, a partir de la dictación del D.L. 455 (hoy reemplazado por la Ley Nº 18.010), la regla normal
de la legislación chilena es la reajustabilidad de las deudas de dinero.

Abeliuk (ob. cit., Nº 302, p. 253) y Alessandri (ob. cit., Nº 469, p. 558) creen que la única manera de que la
reparación sea cabal es que ella considere todas las variaciones ocurridas durante el pleito, y si la manera de
obtenerlo es el pago de intereses desde la demanda, el juez está facultado, dentro de la relativa libertad que
tiene en materia extracontractual, y siempre que ello le haya sido pedido, para fijarlos.
Extensión de la reparación [2/2]

Con todo, determinar el momento a contar del cual deban aplicarse los reajustes y los intereses ha sido objeto de discusión
en la jurisprudencia.

En relación con el daño patrimonial, algunas sentencias se pronuncian por aplicar reajustes e intereses desde la fecha del
ilícito. En otros casos se ha fallado que deben aplicarse aquí las normas que regulan la mora (art. 1551 del C.C.), y que en
consecuencia, los reajustes e intereses corren sólo desde la presentación o desde la notificación de la demanda. Por último,
algunos fallos han sostenido que los reajustes e intereses deben considerarse sólo desde la dictación de la sentencia que
impone la obligación de indemnizar, e incluso desde que ésta queda ejecutoriada.

Según Enrique Barros “En verdad sólo se cumple el principio de que la indemnización (del daño material) deba
ser completa si los reajustes e intereses son contabilizados desde que el daño se produce. Estos sólo expresan la
cautela del valor (reajustes) como el costo de haber estado privado del goce del bien perdido o lesionado
(intereses). Por lo demás, las normas sobre la mora tienen marcado carácter contractual, como se infiere del
análisis más detallado del art. 1551 del C.C. A diferencia de lo que ocurre en materia contractual, la obligación
indemnizatoria en sede extracontractual nace con ocasión del mero ilícito que causa daño; no existe una
obligación preexistente que se deba tener por incumplida como condición de la responsabilidad” (Barros,
Enrique, ob. cit., p. 114).

La jurisprudencia se inclina en materia de daño moral a que reajustes e intereses se calculan desde la presentación o
notificación de la demanda o bien desde la dictación de la sentencia.

“Tratándose del daño moral, en cambio, la determinación del cómputo del reajuste e intereses debe regirse por
reglas diversas. La valoración de esta especie de daño sólo puede hacerse en la sentencia que ordena
indemnizarlo, considerando las circunstancias relevantes del hecho; antes de la sentencia el daño moral no
puede ser cuantificado. Por consiguiente, debe preferirse la opinión de que corresponde aplicar reajustes e
intereses sólo a contar de la dictación de la sentencia” (Barros, Enrique, ob. cit., p. 114).
Prueba del daño

La prueba del daño corresponde a la víctima.

El daño material puede ser acreditado haciendo uso de todos los medios de prueba. En
lo que respecta al lucro cesante, estos medios consistirán usualmente en presunciones
e informes periciales.

Respecto del daño moral tanto la doctrina como la jurisprudencia mayoritaria coinciden
en señalar que no requiere prueba. Según la opinión dominante, basta que la víctima
acredite la lesión de un bien personal para que se infiera el daño, por ejemplo, la
calidad de hijo de la víctima que fallece en un accidente.

Naturaleza jurídica de la regulación del monto de la indemnización

Se ha considerado en general por nuestros tribunales que la determinación del monto


del daño es cuestión de hecho, no susceptible de revisión por la vía de la casación
(R.D.J., T. 22, sec. 1ª, p. 912; T. 39, sec. 1ª, p. 203; T. 95, sec. 1ª, p. 38), pero la
calificación de ellos, aunque se ha vacilado mucho, o sea, si es daño eventual, indirecto,
moral, etc., es cuestión de derecho (R.D.J., T. 32, sec. 1ª, p. 419).
La relación de causalidad

Para que una persona quede obligada a indemnizar un perjuicio no basta que éste exista y
que haya habido un acto culpable o doloso suyo; es preciso, además, que el daño sea por
causa directa y necesaria del hecho del autor, de manera que sin éste no se habría
producido.

No lo dice en esta parte la ley expresamente, como en materia contractual (art. 1.558),
aunque se puede deducir de las expresiones que utiliza: “inferir daño a otro”, “daño que
pueda imputarse a otro”, y por simple lógica: si la acción u omisión del demandado nada ha
tenido que ver con el daño no se ve a qué título tendría éste que indemnizarlo.

La exigencia de este requisito conduce a la exclusión de los daños indirectos.

En materia contractual, el art. 1.558 excluye los perjuicios indirectos de la indemnización, y


en materia delictual debe llegarse a igual conclusión, porque respecto de ellos falta el
requisito de la causalidad.

Finalmente, debe advertirse que en el daño indirecto hay una falta total de relación entre el
hecho ilícito y el perjuicio; si la hay, aunque sea mediata, como ocurre en los daños por
repercusión, existe obligación de indemnizarlos.
Pluralidad de causas [1/4]

En la pluralidad de causas el daño puede resultar de la concurrencia de varias causas, la ausencia de


cualquiera de las cuales habría evitado su generación.

[Es posible entender que lo normal sea que el daño tenga UNA causa, y estadísticamente puede que
así sea. Sin embargo, también es posible que la suma de acontecimientos culpables, aún
provocados por más de una persona, terminen causando un daño que deba indemnizarse. La
pluralidad de causas se ocupa de determinar cuál o cuáles son necesarias para producir el daño y
conforme a eso, quién o quiénes deben responder por éste. Existen, y estudiaremos, dos grandes
teorías, que buscan determinar responsabilidades, pero –creo- más importante que eso, es que
buscan facilitar el resarcimiento de daños a la víctima.]

Para facilitar aún más esta figura, piensen en una serie de hechos H1, H2 y H3 que dan lugar a un
daño indemnizable.
La relación causal debe darse entre ellas al generar el daño, es decir: H1 + H2 + H3 = Daño.
Puede ocurrir que H1, H2 y H3 sean causados por P1, P2 y P3, por lo que los tres serán responsables
de la indemnización; pero también puede tener lugar que H1 sea causado por P1, H2 por un caso
fortuito y H3 por P3; ante esta situación, el único responsable será P3 por su H3, ya que H1 perdió
su curso causal con el daño final provocado por el H3 al interponerse un caso fortuito (H2) no
imputable a nadie.]
Pluralidad de causas [2/4]

En la pluralidad de causas, entonces, el daño no se habría producido de no concurrir todas las causas que lo
provocan.

La pluralidad de causas e presenta en variadas circunstancias, como por ejemplo:

1.- cuando hay culpa tanto del hechor como de la víctima (víctima que expone imprudentemente al daño);

2.- cuando hay culpa del hechor y de un tercero (Un tercero no relacionado con el hechor, con o sin conocimiento,
aporta a la producción del daño);

3.- cuando hay culpa del hechor y del acaso (Una casualidad facilita la producción del daño iniciado por el hechor);

4.- en la responsabilidad por el hecho ajeno, en que concurren la culpa del hechor y del que lo tiene a su cuidado
(el que responde por otro no participa en el hecho, pero ha fallado en su calidad de guardián);

5.- cuando interviene una causa posterior que provoca o agrava el daño (Los efectos siguen produciéndose o
terminan de producirse una vez que el hecho que funciona como causa del mismo ha tenido lugar, por
circunstancias ajenas al mismo);

6.- En el caso de la ocurrencia de un ilícito que no hubiera tenido lugar si no hubiese sido facilitado por un tercero
(alguien roba un vehículo y causa un accidente culpable, habiendo negligencia del dueño –tercero respecto del
accidente- del mismo por haberlo dejado abierto y con las llaves puestas);

7.- etc.

Para determinar si hay responsabilidad en estos casos, existen principalmente dos tendencias en la doctrina:
Pluralidad de causas [3/4]

1º Teoría de la equivalencia de condiciones [Formulada por el jurista alemán Von Buri y que inspira, en gran parte, a
la doctrina y jurisprudencia francesas, y es seguida, entre nosotros, por Alessandri].

Tradicionalmente, la doctrina y jurisprudencia han estimado suficiente para dar por acreditada la causalidad que el
hecho sea una condición necesaria del daño, sin el cual éste no se habría producido, aunque concurrieren otras
causas.

Esta doctrina se conoce como de la equivalencia de las condiciones o conditio sine qua non*.

Todas las causas son equivalentes, en la medida que individualmente sean condición necesaria para la ocurrencia
del resultado dañoso.

Así, un daño tendrá tantas causas como hechos hayan concurrido para su ocurrencia.

Para determinar si un hecho es condición necesaria basta intentar su supresión hipotética:


a) Si eliminado mentalmente el hecho, el daño no se produce, de ello se sigue que tal hecho es causa necesaria de
ese daño.
b) Al revés, si suprimido el hecho, el daño igualmente se habría producido, la causalidad no puede darse por
establecida.** [Porque demuestra que, aún habiendo tenido lugar en el contexto de la producción del daño, no ayudó
a que este ocurriera (Una persona le dispara a otra a corta distancia y un tercero al darse cuenta del hecho que va a
tener lugar, le grita a la víctima para salvarla, pero la ésta se asusta, se paraliza y muere del disparo, no es posible
concluir que el tercero ayudó a la producción del daño, porque la victima hubiera muerto igual del disparo )]

* Literalmente “condición sin la cual no”. Acción, condición o ingrediente necesario y esencial —de carácter más bien obligatorio— para que algo sea posible y
funcione correctamente.
** O dicho de un modo científico “correlación no implica causalidad”: que dos eventos se den habitualmente –o no- de manera consecutiva, no implica que uno sea
causa del otro. Así, cuando llueve es más probable que truene, pero no es la lluvia la que causa los truenos.
Pluralidad de causas [4/4]

De este modo si en un resultado dañoso interviene una secuencia de causas necesarias, como en caso de lesiones
sufridas en un accidente del tránsito que devienen mortales por un erróneo tratamiento médico, cada una de ellas por
separado da lugar a un vínculo causal a efectos de determinar las responsabilidades civiles por la muerte de la
víctima.

Aplicando este criterio, si en la producción del daño han intervenido como condición necesaria otros hechos ilícitos
atribuibles a terceros, la persona obligada a indemnizar podrá repetir contra sus autores por la parte que a cada uno
corresponda, pero frente a la víctima estará obligada íntegramente por el daño causado (según la regla de solidaridad
contenida en el art. 2317 del C.C.).

Nuestra jurisprudencia ha aplicado en general –algunos han sido rechazados- la doctrina de la equivalencia de las
condiciones resolviendo en dos casos similares que, si una persona fallece de una gangrena sobrevenida a causa del
accidente, el daño es directo y debe indemnizarse, porque civilmente se responde de todos los daños inmediatos como
también de los mediatos o remotos que sean consecuencia necesaria del acto, pues a no mediar ese no habrían ocurrido.

Esta doctrina tiene a su favor su sencillez y el beneficio que otorga a la víctima, pero ha sido criticada, ya que puede
llevar a extremos absurdos, pues una causa insignificante culpable, entre muchas más determinantes, puede obligar
a la indemnización total.

La principal objeción que se le ha dirigido es de carácter conceptual. La supresión mental hipotética sólo es eficaz si
se ha hecho un juicio previo sobre si el factor suprimido es o no causa del resultado.

Roxin plantea esta refutación en los siguientes términos: “Si p. ej. se quiere saber si la ingestión del somnífero ´contergan`
durante el embarazo ha causado la malformación de los niños nacidos subsiguientemente..., no sirve de nada suprimir
mentalmente el consumo del somnífero y preguntar si en tal caso habría desaparecido el resultado; pues a esa pregunta sólo
se puede responder si se sabe si el somnífero es causal o no respecto de las malformaciones, pero si eso se sabe, la pregunta
está de más. En una palabra: la fórmula de la supresión mental presupone ya lo que debe averiguarse mediante la
misma” (Roxin, Claus: Derecho Penal. Parte General, trad. D. Luzón, M. Díaz y J. De Vicente, Civitas, Madrid, 1997, t. I, p.
350).
2º Teoría de la causa eficiente, adecuada o determinante.

Preconizada por el jurista alemán Von Kries, para la cual entre todas las causas que
concurren a la producción del daño debe elegirse aquella que normalmente ha de
producirlo, o sea, es necesario preferir el acontecimiento que ha desempeñado el
papel preponderante en la ocurrencia del perjuicio. Esta teoría tiende a abrirse paso
entre los autores y tribunales en Francia (Mazeaud, ob. cit., Parte 2ª, T. 2, Nº 566, p.
314).

Según la doctrina de la causa adecuada, la atribución de un daño supone que el hecho


del autor sea generalmente apropiado para producir esas consecuencias dañosas.

Si desde la perspectiva de un observador objetivo, la ocurrencia del daño es una


consecuencia verosímil del hecho, entonces se puede dar por establecida una relación
de causa adecuada y habrá lugar a la responsabilidad.

La causa no es adecuada cuando responde a factores intervinientes que resultan


casuales, porque según el curso normal de los acontecimientos con posterioridad al
hecho resultan objetivamente inverosímiles en la perspectiva de un observador
imparcial.
La pluralidad de causas en la legislación chilena

Nuestra legislación no tiene una solución directa al problema, sino parciales para ciertos casos.

Si existen varios responsables que actúan simultáneamente ejecutando un mismo hecho, el art. 2.317 las
hace responsables solidariamente frente a la víctima, esto es, cada uno está obligado a la reparación total.
[sin perjuicio de las restituciones que se deban entre ellos]

Si existen varios responsables por hechos distintos, todos los cuales son antecedentes necesarios del
daño (por ejemplo, el caso del peatón víctima de un accidente de tránsito ocasionado por la negligencia
concurrente de dos conductores), en principio, a esta situación no se aplicaría literalmente el art. 2317,
pues no se trata de un solo delito o cuasidelito, sino de hechos ilícitos distintos, que generan
responsabilidad separadamente para sus autores.

Sin embargo, como (1) el autor de cada hecho ilícito debe responder de la totalidad del daño, y (2) la
víctima en caso alguno puede obtener una indemnización que exceda el monto de los perjuicios
efectivamente sufridos, es necesario dividir la responsabilidad entre los autores de los diversos hechos,
en proporción a su participación en el daño. Este efecto, como se ve, es análogo al del art. 2317 que
establece la solidaridad: cada autor será responsable por el total del daño, sin perjuicio de su acción
contra los demás para obtener reembolso en proporción a sus respectivas participaciones.

En el caso de la concurrencia de la culpa de la víctima el Código atenúa la responsabilidad del hechor (art.
2.330). Usualmente, la culpa de la víctima contribuye a la ocurrencia del daño o colabora a aumentar su
intensidad. Así sucede, por ejemplo, cuando ésta omite usar el cinturón de seguridad al conducir, a
consecuencia de lo cual los daños ocasionados por el choque de otro vehículo son mayores a los que se
habrían producido sin esta circunstancia.
Intervención de una causa posterior al hecho (causa sobreviniente)

Hay más o menos acuerdo para concluir que si el daño se debe a una causa posterior al hecho ilícito, falta la relación de
causalidad; el daño es indirecto y no indemnizable.

El ejemplo en la materia también es clásico: una persona sufre en un accidente una herida levísima y sin ninguna
importancia o trascendencia. El hechor debe indemnizar, si tuvo culpa, el leve daño ocasionado, pero puede ocurrir que por
descuido de la víctima o error médico, la herida se agrave, llegando a producir la muerte de la víctima. Este daño es
totalmente indirecto y no responde el autor del hecho ilícito, porque su causa generadora es la negligencia de la víctima
o del médico.

Prueba de la relación causal

Por regla general corresponderá al actor probar el vínculo de causalidad, ya que es presupuesto de la obligación, salvo
los casos en que la ley lo presuma, como ocurre en los que establece el art. 2.329. Por ejemplo, si se remueven las losas
de una acequia o cañería en calle o camino, sin las debidas precauciones, y alguien cae en ellas, el actor no necesita probar
que se cayó por la remoción de las losas; al demandado corresponderá acreditar la causa extraña.

Calificación jurídica de la determinación de la causalidad

La Corte Suprema ha considerado que es cuestión de hecho determinar la concurrencia del vínculo de causalidad, y
como tal, privativa de los jueces de fondo (R.D.J., T. 32, sec. 1ª, p. 358; T. 39, sec. 1ª, p. 79; T. 50, sec. 4ª, p. 40; T. 51, sec.
1ª, p. 488; T. 89, sec. 1ª, p. 41), lo que según Abeliuk parece erróneo; de la misma opinión es Alessandri: “Los jueces del
fondo establecen soberanamente los hechos materiales de donde el actor pretende derivar la relación causal. Pero
determinar si esta relación existe, si el daño ha tenido o no por causa necesaria el hecho ilícito, es una cuestión de derecho
susceptible, por tanto, de ser revisada por la Corte de Casación”.

Véase Araya Jasma, Fernando: La relación de causalidad en la responsabilidad civil, LexisNexis, Santiago,
2003.

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