Apuntes de Historia de La Cultura Material Del Mundo Clásico de La Península Ibérica. de Iberia A Hispania
Apuntes de Historia de La Cultura Material Del Mundo Clásico de La Península Ibérica. de Iberia A Hispania
Apuntes de Historia de La Cultura Material Del Mundo Clásico de La Península Ibérica. de Iberia A Hispania
3r Curso
CURSO 2021-2022
TEMA 1. INTRODUCCIÓN A LA ARQUEOLOGÍA PRERROMANA DE
LA PENÍNSULA IBÉRICA
1. El MARCO GEOGRÁFICO. RECURSOS ECONÓMICOS Y VÍAS DE COMUNICACIÓN
A 1s del 1er milenio 1ª en la P.I. 1 fase de cristalización de los grupos que + tarde
describirán las fuentes grecolatinas y estos también se diferencian regionalmente entre
ellos. La geografía de la P.I., conyeva gran variedad climática, ∞ a la variedad de
influencias recibidas de Europa, el Mediterraneo y el Atlántico influyen mucho en las
corrientes culturales y étnicas que se producen en la P.I. en este periodo.
A fines del II milenio a. C. en la Baja Andalucía se desarrolla 1 formación cultural,
tecnológicamente adscrita al Bronce Final, a la que las fuentes griegas y latinas llaman
Tarteso. Esta cultura alcanzará bastante complejidad, al relacionarse con las redes comerciales de larga distancia,
sober los que no todos los investigadores están de acuerdo. Esta cultura se basa en la riqueza de sus fuentes minerales,
como oro, plata y cobre y agropecuarias, favorecidas por la fertilidad de las áreas ribereñas del Guadalquivir y lo apto
para el pastoreo de sus zonas limítrofes como la zona de los Alcores (Sevilla).
La presencia de fenicios, de forma estable a partir del s VIII a.C. y griegos, con contactos regulares a partir del VI
a.C., dan lugar a procesos de aculturación que van desde la baja Andalucía y se expanden hacia zonas periféricas que
incorporan Extremadura, la Meseta Sur, Alta Andalucía y Se peninsular, relacionándose económicamente y como
motor que potencia la expansión del fenómeno.
Este extenso territorio se encuentra cohesionado por importantes rutas de comunicación que funcionan como ejes
vertebradores del territorio y de la que es el mejor exponente el curso del Guadalquivir, conectando las zonas mineras
de Sierra morena con la baja Andalucía. Otra ruta terrestre, perfilada por la dispersión de los materiales tartésicos, fue
el eje N→S que enlaza zonas mineras onubenses con los valles medios de Guadiana y Tajo. Dicha ruta derivará en la
ruta de La Plata y partirán de ella caminos laterales a través de los valles fluviales que ayudarán a expandir el
fenómeno orientalizante.
Al hundirse tartesos, surgen a partir del s VI, influidas por estímulos orientalizantes y griegos, la génesis de las
culturas iberas de la Alta Andalucía y el Se, que se expande por el extremo S de la Meseta, todo el Levante y el
cuadrante Ne de la P.I., interactuando en este caso sobre 1 sustrato de los Campos de Urnas.
El pilar fundamental de la economía íbera fue la ganadería, pese a que su agricultura era muy productiva en
algunas zonas peninsulares (cuencas del Segura, Ebro y Guadalquivir) y complementarse con actividades cinegéticas y
pesqueras. La minería tenía 1 importante papel en la dinamización económica de algunas áreas, sobre todo después de
llegar los púnicos que ponen en explotación áreas de Cartagena.
Las actividades comerciales muestran la permeabilidad de las regiones íberas, abiertas tanto a contactos
comerciales mediterráneas como a otras regiones peninsulares.
Desde el ● de vista de las comunicaciones, la Alta Andalucía y el Se están conectadas por la
Sierra del Segura, favoreciendo la penetración de la influencia griega desde la costa. Otra vía
de acceso al Se de la Meseta y la Alta Andalucía fue la “vía Heraclea”, tramo que comunica el
Levante con la zona minera de Cástulo (Linares, Jaén) y que forma parte de la que en tiempos +
avanzados será la Vía Augusta. Esta ruta conecta con la que atraviesa de E→W la provincia de
Ciudad Real, haciendo llegar esta cultura hasta la zona minera del Sisapo. Hay que destacar el
papel del valle del Ebro como vía de penetración hacia el W peninsular, conectando con
cántabros y vascones.
En las reg int de la P.I. que incluyen el área E del Valle del Ebro, Ne y zona C de la Meseta,
se desarrolla la cultura Celtibérica. Se cree que su origen es 1 sustrato protocéltico
relacionado con el círculo atlántico entre el Bronce final y el Hierro I, descartando hipótesis
invasionistas. Al 1º del periodo se detecta continuidad de la cultura de Cogotas I ∞ a
influjos de los campos de urnas aragoneses. A partir del s V, 1an a aparecer elementos
mediterráneos y norpirenaicos.
La economía se basa en recursos ganaderos, con ganadería estacional ovina y prod de
hierro que dá lugar a 1 incipiente artesanía especializada en la producción de armas,
utensilios y adornos, dejando para la agricultura 1 papel 2º.
Vetones y Vacceos surgen de la celtización de 1 sustrato del bronce final + los influjos
procedentes del área íbera. Los 1 os se localizan en zonas W de la Meseta, entre los ríos
Tajo, Duero y Tormes (Ávila, Salamanca, W de Toledo y E de Cáceres), con penetraciones al N de Badajoz. Su base
económica es ganadera, pero no debe excluirse la agricultura del cereal. La prod de hierro tuvo 1 import papel con
prod de objetos de uso personal, armas y vajillas de hierro. Los 2os localizados en la cuenca ½ del Duero (Valladolid,
E de Zamora, Se de León y S de Palencia) hicieron de la agricultura cerealista la base de su economía en 1 sociedad
colectivista donde las actividades de pastoreo debieron tener cierta importancia.
La región atlántica entre el Duero y el Guadiana estuvo ocupada por lusitanos, célticos y túrdulos.
Sobre los orígenes de los lusitanos planean importantes dudas entre las que va tomando peso la de
su carácter indoeuropeo, pero no céltico. En el caso de los celtici y los turduli el componente céltico
se valora como una evolución in situ, tras el periodo orientalizante y con la introducción
de elementos similares a los existentes en la cuenca del Duero. La agricultura, desarrollada
a partir de cultivos de secano y la ganadería de equinos, ovina y caprina fueron los
motores básicos de su economía con especial importancia de esta última. A
esta economía ha de añadirse la potencialidad minera de la zona en mat
como el plomo, cobre, plata e incluso algo de oro.
El área galaica y W de Asturias, por 1 lado y el N portugués hasta el Duero,
por otro, con prolongaciones en las áreas geográficas limítrofes (León, Zamora,
Salamanca, Cantabria) se desarrolla la cultura castreña. El desarrollo de la
cultura castreña es un tema no aclarado del todo, siendo sus 1les componentes
el sustrato atlántico de la Edad del Bronce sobre el que incide la penetración
de influencias centroeuropeas a partir del s. VIII a.C., así como la llegada de
elementos célticos procedentes del W de Francia y las Islas Británicas a través
del Atlántico. Desde 1 punto de vista económico hay poco desarrollo de las
actividades prod con 1 modesta agricultura y 1 peso import de la recolección y
la ganadería. Sin embargo, destaca la import minera de estos territorios, sobre
todo oro y con 1 actividad metalúrgica dedicada a la prod de objetos
domésticos y armas. La riqueza mineral, sobre todo estaño, atrae la atención de
pueblos atlánticos y peninsulares, en relación con los 1os vía marítima y a través
de la ruta que es como la vía de la plata los 2os. El territorio cantábrico entre el
Navia y el Ansón estuvo ocupado por astures y cántabros. Aunque los procesos
de formación
de estos
pueblos no
son muy conocidos y pudo haber 1 sustrato de
Bronce Atlántico influido en época avanzada por la
cultura castreña y por procesos de celtización
llegados a través del Valle del Ebro y por los ●s de
paso entre la Meseta N y la cordillera.
La zona N del País Vasco y el área pirenaica se
mantienen ajenas a estos influjos, perviviendo en
ellas modos de vida y rasgos de sustrato antiguo
durante mucho tiempo.
TEMA 2. TARTESO S
Fuentes, metodología de estudio y corrientes de interpretación Concepto y etnogènesis.
La 1ª mención de la P. I. en las fuentes escritas es El Taršiš bíblico, ● de transición Prehistoria→Historia. Se + las
ref de autores griegos como Heródoto que aluden a 1 monarquía plasmada en el rey Argantonio (para la historiografía
desde el s. XVIII 1 precedente de la monarquía española) y las contenidas en la Ora Maritima de Avieno, que
describen 1 amplio territorio que va de la desembocadura del río Guadiana a la del río Segura.
El contenido histórico que se atribuye a Tartessos es el desarrollo de 1 sociedad de carácter urbano y estatal en el
Sw de la P.I., debido a su integración en las redes de comercio e intercambio atlánticas y mediterráneas, en 1 área con
cierta homogeneidad étnica, por los datos linguísticos conservados y de trayectoria común al - desde fines del
Neolítico o 1os del Calcolítico que cristalizará definitivamente en el Bronce Final.
El marco geográfico.
Se reduce a varias comarcas del Sw de la P.I., no extendiéndose por el Se, como se deduce de las ref de Avieno.
Esta área ocupada por los tartésicos evoluciona con el tiempo y se extiende de su
área central en los tramos ½ y bajo del valle del Guadalquivir y las comarcas del S
de la actual Extremadura en torno al valle del Guadiana, a otras zonas como el
Algarve y la desembocadura de los ríos Tajo y Sado. Para determinar esta área
nuclear tartésica el criterio utilizado es el linguístico y 1 cultura material cerámica
muy similar desde el Bronce Final. Ambas zonas se caracterizan por territorios llanos
y aptos para la agricultura y ganadería, que les permite sostener densas poblaciones.
Además, el área de separación entre ambos valles, la Sierra Morena, es rica en
recursos minerales, sobre todo de cobre y plata. Las desembocaduras de los ríos permiten puertos protegidos como
Onuba (Huelva) destino de las rutas comerciales. Estos factores provocaron el 1º y posterior consolidación del proceso
de creciente jerarquización social, urbanización y estatalización de la cultura tartesica.
Marco cronológico y periodización.
1.- Inicio cultura tartésica = Bronce Final (± 1000-825/800 a.C.): en el s X se dan varias circunstancias que sitúan
el 1º de la cultura tartésica. Fuentes clásicas: mención en la Biblia de los viajes a Tarsis en la época del rey Salomón
de Israel y del rey Hiram de Tiro. Fuentes arqueológicas: se exportan espadas tipo Huelva por los contactos con la
fachada atlántica y fíbulas de codo por las relaciones con el Mediterráneo C. Estas relaciones generan ↑ económico
que dá lugar a relaciones sociales cada vez + complejas que suponen la aparicion en la Edad del Hierro de 1 sociedad
urbana.
2.- Período orientalizante = I Edad del Hierro (fin del s VIII a último tercio del s VI): se puede subdividir en el
período de influencia fenicia desde fin del s VIII a 1os del VI y de influencia griega oriental (Focea, Samos “mito de
Argantonio”) desde 1os hasta el último ⅓ del s VI (finaliza con la batalla de Alalía entre foceos y coalición púnica-
etrusca en 535 a.C.).
3.- Época turdetana=II Edad del Hierro (520/510 a.C hasta s I d.C.): desarrollo cultura ibera , ocupación cartaginesa
desde 237 a.C. y posterior romana (206 a.C.) y completa romanización en la época de Augusto.
La P.I. abandona la Prehistoria camino hacia la Historia con las 1as ref escritas con el topónimo Taršiš, recogido en
los textos bíblicos (Libro de los Reyes), discutiéndose la localización de este topónimo en la P.I. es acertada. Se
mencionan 1s naves de Taršiš de los reyes Salomón de Israel e Hiram I de Tiro que estaban en ha Yam, el nombre que
los israelitas daban al mar Mediterráneo y que cada 3 años iban y venían trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos
reales hacia ½s del s X a.C.
La sig ref son las fuentes griegas sobre el topónimo Tartessos (de la misma raíz que Taršiš). Para los griegos es el
nombre de 1 región y de 1 río del Sw de la P.I. situados + allá del Estrecho de Gibraltar, por lo que identificaremos los
topónimos Taršiš y Tartessos y situándolos en el mismo espacio geográfico. Las 1as ref griegas las proporciona
Heródoto con el fabuloso viaje de Kolaios (Coleos) de Samos y las relaciones de los foceos con el rey Argantonio,
acontecidas antes del 545 a.C., momento de la conquista persa de su ciudad.
Ambas fuentes no dejan lugar a dudas sobre la ubicación geográfica de Tartessos, aunque es la Arqueología la que
nos aporta detalles culturales y materiales fiables.
La génesis del mundo tartésico. Indicadores culturales y materiales Período del Bronce final
(±1000-825/800 a.C.)
Urbanismo
Es dificil conocer las viviendas y urbanismo porque se construyen con elementos perecederos
y se han habitado en épocas post. En los asentamientos agrícolas aparecen estructuras excavadas
en el suelo llamadas fondos de cabaña sobre las que se erigía 1 armazón de postes de madera para sostener 1 cubierta
vegetal a veces manteada con barro. Los hogares y agujeros de poste de su int acreditan su uso doméstico. Se
reutilizaban como basureros una vez abandonadas.
Los asentamientos más sólidos estaban compuestos por cabañas de planta ovalada o circular construidas sobre
zócalos de piedra, de una única estancia con estructura de combustión en el centro y una entrada empedrada de forma
rectangular o trapezoidal como Ronda la Vieja-Acinipo (Ronda, Malaga).
Parece que ya en este momento existía una cierta jerarquía entre los asentamientos, con lugares centrales que
acogían a su alrededor una serie de poblados o granjas de pequeñas dimensiones y función básicamente agrícola, lo
que sugiere que ya en este momento surge en la zona una organización.
Estos lugares controlarían también el tráfico de metales desde las zonas mineras hasta las zonas de consumo y los
puertos de exportación hacia al exterior, como es el caso de Huelva. Se dotan de murallas con anchos y potentes
zócalos de piedra, en ocasiones reforzadas con bastiones. Es el caso de Niebla Cabezo del Castillo de Aznalcollar, Los
Castrejones de Aznalcollar o Carmona.
Durante el Bronce Final se produce importante aumento demográfico con un incremento notable del número de
asentamientos.
Mundo funerario
Práctica de rituales funerarios que no dejan huella en el registro arqueológico y siguen las tradiciones funerarias de
la fachada atlántica europea, donde el cuerpo del difunto se arroja a las aguas, por lo que no hay
ningún tipo de estructura funeraria y las únicas huellas que quedan de estos ritos son los
objetos metálicos que acompañan a los difuntos en estas ceremonias y que se traducirían en los
depósitos de bronces recuperados de las aguas en dicha zona, siendo el más importante el
descubierto en el área tartésica el de la Ría de Huelva, compuesto por armas (espadas, puntas
de lanza con sus regatones, puñales, cascos) y objetos de adorno como fíbulas.
El carácter de los objetos recuperados –armas y elementos ligados al banquete– relaciona estas piezas con la esfera
masculina de élite, concretamente con su faceta como guerrero, aspecto también exaltado en otro de los objetos más
característicos de la cultura tartésica del Bronce Final, aunque no exclusivos de ella, como son las estelas de guerreros.
Estas piezas, losas de piedra hincadas verticalmente en las que se representan diferentes tipos de armas ofensivas y
defensivas, carros, objetos de adorno y, en los ejemplares más recientes, la propia figura humana del guerrero que
puede ir acompañada de otros personajes, en general sirvientes, son objetos tradicionalmente vinculados a las
manifestaciones funerarias de estas poblaciones. Así, se pensaba que estas piezas se emplazaban junto a o sobre las
tumbas, en un primer momento como tapas de cistas de inhumación a la manera de las losas de las tumbas pero vistas
que en pocas ocasiones están asociadas a enterramientos ha llevado a buscar interpretaciones alternativas para su
función, como marcadores territoriales o monumentos conmemorativos.
Se han documentado escasos enterramientos, básicamente cremaciones en urna y alguna inhumación. Estas
cremaciones se generalizarán ya a partir del periodo siguiente y se convertiran en el rito funerario por excelencia del
Periodo Orientalizante tartesico.
Artesanado
Se inicia especialización artesanal en la producción de objetos cerámicos y, sobre todo, de metal, lo que solo se
explica dentro de una economía cada vez más compleja en un marco de aumento de la jerarquización social.
La cerámica, sin avances técnicos significativos, sigue siendo modelada a mano. No obstante, la aparición de
algunos tipos cerámicos con superficies tratadas más cuidadosamente y decoradas con técnicas como la retícula
bruñida (denominación de una tipología cerámica del primer período tartésico (Bronce Final en
el sur de la península ibérica), caracterizada por los motivos decorativos reticulares y superficie
bruñida. Es simultánea a de la “cerámica de tipo Carambolo”, asociada al tesoro de El
Carambolo). Prolonga su cronología hasta el siglo VII a. C., ya en el periodo orientalizante.) o
motivos geométricos pintados en rojo (cerámicas de tipo Carambolo) sugiere que
algunas cerámicas dejan de producirse en la esfera puramente doméstica para ser
manufacturadas en talleres de artesanos especializados.
En la metalurgia del bronce es donde se observan los avances técnicos y el aumento
de producción de objetos lo que supone relaciones con los centros productores de estaño. Se
generalizan los moldes de arcilla y también los moldes bivalvos en piedra, como el hallado en Ronda
para la fabricación de espadas de tipo Ronda- Sa Idda (Fig.6). Los objetos más abundantes son las armas
(significado social élite guerrera). Se hallan espadas tipo Huelva más antiguas y más recientes del tipo
Ronda-Sa Idda. Son también muy abundantes las puntas de lanza con sus correspondientes regatones y
los puñales, bien de tipo lengua de carpa que constituyen versiones cortas de las espadas, bien de tipo
Porto de Mos, aún en la tradicion del Bronce Pleno de hoja y empuñadura fabricadas en dos piezas diferentes (casi
todas estas armas localizadas en el depósito de la Ría de Huelva). También se fabrican cascos y objetos de adorno
como fíbulas.
En la orfebrería existen dos ámbitos tecnológicos bien definidos denominados Sagrajas-
Berzocana y Villena- Estremoz (Fig. 7). El primero de ellos se caracteriza por la fabricación de
torques de oro macizo con decoración incisa de carácter geométrico en los que se enfatiza
principalmente el abundante uso de este metal llamativo por su gran pureza. El ámbito tecnológico
Villena-Estremoz se caracteriza, al contrario, por el valor añadido proporcionado por el uso de
técnicas más complejas para su fabricación, como la de la cera perdida, que permite fabricar las características hileras
de púas y los baquetones propios de las piezas integradas en el mismo, principalmente brazaletes.
Este es el momento en que los fenicios introducen la metalurgia del hierro, bien atestiguada en Huelva por
numerosas escorias de este metal, y la fabricación de objetos, principalmente cuchillos.
Economía
La base de la economía es la agricultura de base cerealista complementada por la cabaña ganadera de ovicápridos,
bóvidos y suidos. A fines del siglo IX se introduce la vid como gracias a los contactos con otras regiones
mediterráneas.
Otro sector económico básico era la minería de cobre para autoabastecimiento y exportación a cambio de estaño.
Además de la extracción del mineral, en esas mismas áreas se documenta también su reducción, como atestiguan los
numerosos escoriales hallados en la Serranía de Huelva. Es muy verosímil que los metales se distribuyeran en forma
de lingotes, probablemente de forma planoconvexa. Al final del período comienza la explotación de plata que logrará
su cenit en el período Orientalizante bajo la demanda fenicia, así como la producción de hierro.
Organización socio-política
La sociedad tartésica se estructura en grupos de parentesco, linajes cuya unión forma una asociación mayor de
carácter tribal. Las fuentes de poder se logran mediante hazañas guerreras, controlando los intercambios de cobre,
estaño y oro o poseyendo ganado o tierras explotadas por gentes de menos capacidad a través de lazos clientelares.
Asociado a este control de los intercambios de metales está el de otros bienes de prestigio no locales de procedencia
atlántica y mediterránea, como fíbulas, espejos, peines de marfil, vasos de bronce, etc., lo usan las élites tartésicas
como elementos de su estatus. Este control marca el inicio de una jerarquización social que culmina a fines del s. VIII
en el período Orientalizante. El grueso de la población no es dependiente y se alían con las élites dependiendo de su bº.
Los contactos exteriores
Una de las principales novedades de este período es la reanudación de los contactos tanto con otras áreas de la
Península Ibérica como con la fachada atlántica europea y el centro y el Este del Mediterráneo. Se reanudan a finales
del II milenio y alcanzan su mayor intensidad a partir del transito entre el II y el I milenio a.C., caracterizándose
principalmente por la generalización de las espadas de lengua de carpa de los tipos Huelva y Sa Idda entre los siglos
X-VIII a.C. además de varios objetos de banquete como asadores y ganchos de carne. Sirvieron para la difusión de
novedades tecnológicas, así como para el intercambio de cobre y estaño.
Las relaciones mediterráneas se reanudan a partir de mediados del s. XI a.C., atestiguado tanto en las fuentes
escritas como en el registro arqueológico dando sentido al concepto de precolonización: contactos comerciales
anteriores a la fundación de los primeros asentamientos coloniales fenicios. Pocos objetos orientales en la Península:
el vaso de Berzocana (Badajoz) y los vasos con asas en 8 de Nora Velha y Casa del Carpio (Belvis de la Jara, Toledo).
Entre los objetos peninsulares hallados en el Mediterráneo oriental destacan la fíbula de codo de tipo Huelva y el
asador articulado de tipología atlántica en necrópolis de Chipre y fenicia y en la ciudad de Meggido en Israel datados
hacia mediados del s. X a.c. También hay restos en Cerdeña y Sicilia. En definitiva, los contactos exteriores fueron uno
de los factores dinamizadores que contribuyeron al surgimiento de una sociedad y una economía cada vez más
complejas, proceso que culminará y se acelerará con el establecimiento de colonos fenicios en las costas peninsulares
a partir de fines del s. IX a.C.
Religión y mundo ideológico
Poco se conoce de la religión y creencias de estas poblaciones más allá de las ya mencionadas estelas de guerrero y
de la deposición de armas en las aguas analizadas al tratar del mundo funerario, ya que apenas se han excavado
estructuras de carácter religioso.
Es muy posible que las estelas reflejen la heroización de los personajes representados, pertenecientes a la élite
social, especialmente en aquellos casos en los que las estelas aparecen asociadas a tumbas.
Los cadáveres y armas arrojados a las aguas plantean que servían como vía de acceso del difunto al Más Allá, una
idea vinculada al mundo indoeuropeo aún vigente en la fachada atlántica europea en época altomedieval, como refleja
la leyenda en la que el cadáver del rey Arturo es depositado en una barca para acceder al mundo de ultratumba y
también en la mitología griega con el cruce de la laguna Estigia para llegar al Hades.
Muy escasas son las estructuras de culto aunque cabe señalar que el “fondo de cabaña” de El Carambolo pudo estar
relacionado con alguna función religiosa dada su ubicación en la acrópolis y la existencia de sendos edificios que
pueden interpretarse como un templo y un palacio respectivamente en una fase posterior del yacimiento porque la
sustitución de las cabañas por estructuras de tipo más sólido y monumental tiene notables paralelismos con lo que
ocurre en el mundo lacial e itálico, donde cabañas con función religiosa son sustituidas con el paso del tiempo por
templos más monumentales.
La lengua
Poco se sabe de su lengua. Se cree que sería un antecedente de la lengua no indoeuropea hablada en época
orientalizánte y turdetana. Al norte del mundo tartésico se habla una lengua indoeuropea, el precedente del lusitano.
La dinamización de los cambios: hacia el inicio de la vida urbana
El Bronce Final es la etapa donde se sientan las bases del desarrollo que tendrá lugar en el Periodo Orientalizánte.
Los acontecimientos más importantes de este momento son: un importante crecimiento demográfico, básico para el
desarrollo de una economía compleja, una creciente especialización artesanal y el tránsito hacia el urbanismo. Si a
ello se une que la reanudación e intensificación de los contactos con el Atlántico y el Mediterráneo sirvió también
como acicate para aumentar el volumen de la producción de las poblaciones locales, ya están presentes todos los
ingredientes que explican el surgimiento a partir de finales del s. VIII a.C. de una sociedad de carácter urbano y estatal
en el Sudoeste de Iberia.
2.1. La plenitud de Tarteso: el período orientalizante (fin del s. VIII a último tercio del s. VI) La
colonización fenicia y el fenómeno orientalizante en el Mediterráneo.
La fundación de las primeras colonias fenicias entre las que destaca Gadir provoca un aumento de la interacción
entre colonos y autóctonos Así, en el mundo tartésico se produjo la adopción de tecnología, ideología y cultura
material fenicia readaptados en el propio contexto cultural local a través de un proceso denominado tradicionalmente
aculturación, pero que en la actualidad se llama cada vez con mayor frecuencia hibridación.
El fenómeno orientalizante es general a todo el Mediterráneo y responde al incremento de la interacción entre sus
diferentes áreas, que culmina con la fundación de colonias fenicias y griegas desde los s. XIX-VIII a.c. Pero es en la
Península Ibérica, principalmente en el Sudoeste, donde la transferencia de elementos coloniales fenicios y orientales
es más elevada, hasta el punto de que no solo se adoptan y adaptan los bienes de prestigio, la iconografía y la mitología
oriental, sino que la cultura material, principalmente la cerámica, es una copia exacta de las producciones fenicias,
fenómeno no atestiguado en otras áreas del Mediterráneo donde la presencia colonial es mucho más diversa.
Urbanismo: del mundo a la ciudad
Las estructuras arquitectónicas se construyen en este momento utilizando
materiales más duraderos lo que ha permitido su mejor conocimiento. No solo
cambia su aspecto (las cabañas de planta circular u oval de una única habitación
de la fase anterior son sustituidas por casas pluricelulares más complejas) sino
también las técnicas constructivas, ya que se generalizan los muros rectos propios
de la arquitectura fenicia construidos con un zócalo de piedra para aislarlos de la
humedad sobre el que se erigen paredes de adobe o tapial, y que aparecen bien
representadas por ejemplo en las excavaciones efectuadas en Huelva. Este tipo
de casas permite una organización más racional del espacio, al
estructurar los asentamientos en manzanas separadas por calles y
espacios públicos, que les proporciona un carácter completamente
urbano, lo que supone una importante novedad respecto al período
anterior. No obstante, la escasez de contextos habitacionales de
cierta extensión excavados ha impedido documentar y entender
bien tanto la propia organización de las viviendas como del
trazado urbano.
Otro rasgo que se generalizó desde finales del siglo VIII a.C.,
es la construcción de murallas alrededor de los principales asentamientos que en muchas ocasiones se van a reforzar
con obras de flanqueo como torres y bastiones, además de fosos, siendo una de las mejor conocidas la de Tejada la
Vieja (Escacena del Campo, Huelva). Se ha discutido mucho si estas murallas
tenían una función utilitaria (defensiva) o, por el contrario, esta era más bien
simbólica, enfatizando el status urbano del asentamiento como ocurría en el
Próximo Oriente. Ambas funciones no son contradictorias.
El carácter urbano de los principales asentamientos tartésicos viene acentuado
por su organización funcional, ya que poseen acrópolis en las que hay estructuras
constructivas de carácter religioso (templos, santuarios) y político (palacios),
aunque no se han podido identificar por el momento áreas de especialización
económica y artesanal por falta de excavaciones. Las acrópolis se sitúan en el
punto más alto del asentamiento y normalmente se separan del resto del mismo por
un muro perimetral que sirve para definir el carácter especial de este espacio en que
se sitúa el poder político y religioso. Las mejor conocidas son las de Montemolin
(Marchena, Sevilla) y El Carambolo (Camas, Sevilla). Los edificios construidos en las acrópolis son en general de
carácter más monumental y mayor tamaño que las viviendas normales. Tienen muros más gruesos que los habituales
en las estructuras domésticas y elaborados acabados decorativos, como las paredes con decoración pintada de El
Carambolo. Los núcleos urbanos tendrían entre 5 y 25 ha. y entre 500 y 2.500 habitantes.
Resumiendo: importante crecimiento demográfico que llevó a la organización del espacio de los asentamientos
plenamente urbana, con áreas con funciones específicas dentro de los mismos y una generalización de las
fortificaciones. Controlaban granjas y asentamientos rurales del territorio circundante.
Mundo funerario
Frente a la fase anterior, el ritual funerario orientalizante se caracteriza por
dejar huella en el registro arqueológico y por la monumentalización de las
tumbas, como los túmulos que cubren enterramientos tartésicos de los s VIII-VI
a.C.
A partir del s. VIII a.C. se generaliza la cremación del cuerpo del difunto,
cuyas cenizas se recogen durante los s. VIII-VII a.C. en una urna depositada,
luego en un hoyo junto al resto de piezas del ajuar funerario, mientras que en el
s. VI a.C. se dejan directamente en la fosa en que se realiza la cremación y en la
que también se depositaba el resto de elementos del ajuar. Pero, también hay
inhumaciones.
Se observan cambios en la organización social de este período por el tránsito de los cementerios del s. VIII a.C.,
organizados según los principios del parentesco propios del Bronce Final, a otros en los que a partir del s. VII a.C. se
confirma la consolidación de una clase aristocrática, algunos de cuyos miembros llegaron a adquirir un evidente
carácter regio. Así, mientras en el s. VIII a.C. los enterramientos de cremación en urna sin grandes diferencias en la
riqueza de los ajuares funerarios se agrupan generalmente bajo
un túmulo que los cubre enfatizando los lazos familiares de
los difuntos, como en la necrópolis de Las Cumbres (El
Puerto de Santa María Cádiz), desde fines de esa centuria, el
túmulo se usa exclusivamente para cubrir enterramientos de
élite con ricos ajuares funerarios, como es el túmulo A de la
necrópolis de Setefilla (Lora del Rio, Sevilla).
Los túmulos que cubren estos enterramientos –fosas o
grandes cámaras de mampostería– tienen unas dimensiones que pueden alcanzar los 30 m de diámetro, como en el de
Alcantarilla, y una altura de 4 m. Normalmente, el ajuar en ellos depositado incluye
un conjunto de piezas de bronce compuesto por un jarro piriforme de tipología
fenicia en los ejemplares más antiguos y griega en los más recientes, una bandeja de
bronce con unos soportes para las asas muy característicos y, frecuentemente, un
quemaperfume.
Sin embargo, junto a las necrópolis tumulares hay a lo largo de los s. VII-VI
a.C. un importante nº de cementerios en los que las tumbas no poseen ningún
monumento destacado al exterior ni los ajuares muestran marcadas
diferencias entre ellos. Estas necrópolis “urbanas” se vinculan principalmente a
asentamientos de carácter urbano y en ellas se entierra un importante sector de la
población no ligado directamente a la aristocracia.
Durante el s. VII a.C. las tumbas de estas necrópolis son de cremación en
urna depositadas en hoyos y a partir de 1os del VI se generalizan las cremaciones
1as en fosa y destaca la de Medellín (Badajoz). En estas tumbas no se depositan
ajuares tan ricos como en algunas tumbas tumulares, pero sí se documentan marfiles, joyas y peq objetos de bronce
como fíbulas y broches de cinturón.
Resumiendo, el panorama que se obtiene del análisis del mundo funerario muestra, al igual que ocurre con el
urbanismo, el paso de una sociedad medianamente jerarquizada a otra ya muy jerarquizada a partir de inicios del siglo
VII a.C., lo que sugiere la existencia de sociedades de tipo estatal. Finalmente, también se reflejan en la esfera
funeraria las transformaciones acontecidas en el siglo VI a.C., momento en que se rarifican y desparecen las ricas
tumbas aristocráticas bajo túmulo.
Organización socio-política
Las dos características más destacadas son:
La creciente jerarquización social respecto al Bronce Final.
El surgimiento como consecuencia de la urbanización de estas sociedades de ciudades- estados que
estructuraron los territorios del Sudoeste de la Península Ibérica.
Respecto a la jerarquización social, se atestigua la existencia de una pirámide en cuya cúspide se localizan en
primer lugar reyes de carácter sacro de tradición oriental, continuando con aristócratas, luego el resto de la población
libre y, casi con seguridad, en la base siervos y esclavos. La existencia de reyes se deduce por el hallazgo de palacios
y sepulturas tumulares monumentales en cuyo interior se depositaron ricos ajuares funerarios a lo que hay que unir las
referencias de Heródoto a Argantonio. Estos monarcas fueron el primus inter pares de los linajes de élite ya surgidos
en el Bronce Final y adoptaron las formas de la práctica y representación del poder propio de las sociedades del
Próximo Oriente. La base ideológica de su poder era principalmente de carácter religioso, como queda atestiguado en
la sustitución de armas y carros en los ajuares por objetos de bronce usados en las prácticas religiosas y por la
construcción junto a sus palacios de estructuras que se han interpretados como templos. No obstante, estos monarcas
no lograron nunca alcanzar el poder absoluto de sus colegas orientales, ya que en el Sudoeste peninsular no se alcanzó
ni el nivel de centralización de la producción ni la concentración demográfica necesarias.
Junto a los monarcas, la élite social la componía la aristocracia, que también adopta modas orientales, lo que la
llevará a entrar en competición con los monarcas por sus símbolos y fuentes de poder. De esta competición,
probablemente a inicios del siglo VI a.C., surge un concepto del poder más isonómico como consecuencia del propio
desarrollo urbano del mundo tartésico y de la llegada de una ideología política más igualitaria con las poblaciones
greco-orientales que comerciaban con Tartessos. Tanto de los reyes como de los aristócratas dependerían en régimen
de clientela una parte de la población.
La mayor parte de la población se integrará en el populus siendo individuos libres cuyo reflejo arqueológico se
plasma en las necrópolis urbanas con sus ajuares igualitarios. Ellos serían, junto a algunos miembros de la
aristocracia, los principales protagonistas de los cambios en la organización social observada en el siglo VI a.C. hacia
formas de poder isonómicas. Por último, los estratos más bajos de la población corresponderían a siervos y esclavos
encargado de los trabajos más penosos.
En cuanto a la forma de gobierno en Tartessos son las ciudades-estado, gobernadas por los monarcas sacros, las
que organizaban el territorio en diferentes unidades y que quizá en ocasiones se aliaban entre sí formando ligas. Estas
ciudades-estados, por su propia dinámica económica, urbana y de desarrollo demográfico, debieron proyectar parte de
su población al exterior en procesos de colonización que permiten entender la existencia de asentamientos con
topónimos tartésicos en Extremadura y la costa atlántica del centro de Portugal. Esta dinámica socio-económica
continuará en época turdetana, pero con la desaparición de los reyes de tipo sacro y el surgimiento de ciudades-estados
de tipo oligárquico.
Economía
Las bases son las mismas que en el período anterior: agropecuaria y minero metalúrgico. La agricultura
básicamente cerealista asiste a la generalización de la vid y el olivo (tríada mediterránea) introducidos en el período
anterior. Continuidad de la ganadería con las novedades introducidas por los fenicios de la gallina y el burro.
En el sector minero metalúrgico se asiste a un cambio del cobre por la plata y a una intensificación de la
producción, casi industrial por la demanda fenicia. Para obtener la plata de las piritas se creó una nueva técnica
llamada copelación mediante el uso del plomo. Se sigue comerciando con estaño, de ahí la aparición de asentamientos
tartesicos en el interfluvio Tajo-Sado y en la desembocadura del Mondego. Se generaliza la metalurgia del hierro,
aunque el número de objetos fabricados en este metal no fue muy elevado.
Artesanado
En este período se produce un proceso de especialización artesanal tanto por la mayor jerarquización de la
sociedad tartésica como por la adopción de tecnologías.
La aparición en la alfarería del torno rápido supuso la salida de la producción cerámica del ámbito doméstico para
adquirir carácter artesanal. Tras una primera fase de importaciones coloniales, a partir al menos del siglo VII a.C.
los talleres alfareros tartésicos comenzaron a producir ánforas, cerámica con decoración bicroma de bandas de pintura
roja alternando con líneas de color negro, cerámica de barniz rojo y cerámica gris por el uso de la cocción reductora
que continúa las tradiciones locales del Bronce Final en muchas de sus formas.
El trabajo del bronce no recibe nuevas tecnologías, pero sí la adopción de prototipos e iconografía de origen
oriental, aunque algunas piezas documentadas son verdaderas importaciones fenicias. De esta forma, se
documentan jarros piriformes de tipología fenicia, los llamados recipientes rituales con soporte de asa de
manos, quemaperfumes, todos ellos recuperados principalmente en contextos funerarios de élite y figuras
de bronce que siguen la tipología del smiting god fenicio. Sin embargo, las piezas de bronce más numerosas
producidas en este período son fíbulas y broches de cinturón, de los que se suceden varios tipos entre los s
VIII-VI a.C. que se caracterizan en general por su carácter local.
Destacan las fíbulas de doble resorte, surgidas hacia el 800 o poco antes y que estuvieron en uso hasta
1os del s VI a.C., momento en que empiezan a ser sustituidas por las fíbulas anulares hispánicas, el tipo +
común en época turdetana.
En el caso de los broches de cinturón, los diferentes tipos tartésicos con garfios sobre
placa rectangular de los s. VIII-VI a.C. se sustituyen en este siglo por los de placa
romboidal de presumible origen jonio, de los que derivarán posteriormente los broches de
cinturón de tipo céltico ampliamente atestiguados en la Meseta.
En orfebrería se tiende a + complejidad técnica en sus creaciones y se adopta la tecnología
del granulado y la filigrana dando + valor añadido a las piezas y reduciendo la costosa materia
prima. También, a partir de este momento es habitual alear el oro con plata y cobre, para
otorgar + dureza y dar la posibilidad de fabricar piezas + complejas. Entre los conjuntos de
orfebrería orientalizante destacan los tesoros de El Carambolo, la Aliseda y Ébora, existiendo
además multitud de piezas menores, sobre todo nazm (pendientes de nariz), pendientes,
cuentas de collar, etc.
Se generalizan los objetos de hierro, aunque estos nunca fueron muy abundantes. Se trata sobre todo de
cuchillos, muy habituales en los ajuares funerarios en las necrópolis de época orientalizante, y armas, en concreto unas
pocas espadas y puntas de lanza de grandes dimensiones con sus correspondientes regatones. Sorprende la ausencia de
objetos de hierro dedicados a prácticas artesanales y agrícolas, lo que refleja el valor social de una tecnología recién
introducida, que hace que solo se use en aquellos ámbitos más vinculados a la guerra, la religión y el status social.
El trabajo del marfil alcanzará un gran desarrollo y en el que se documenta la producción de piezas en las que se
combinan la iconografía oriental con la técnica de la incisión propia de la eboraria de
la Península Ibérica durante la Edad del Bronce, lo que se traduce en productos de
gran calidad abundantemente atestiguados tanto en el valle del Guadalquivir como en
la necrópolis de Medellín.
Religión y mundo ideológico
Disponemos de una mayor cantidad de datos epigráficos y arqueológicos, caracterizándose el período
Orientalizante, por los elementos de continuidad con la fase anterior, por la adopción de la iconografía oriental y
quizá, de la mitología fenicia.
Templos y santuarios quedan atestiguados en Coria del Río (Sevilla), El Carambolo (Camas, Sevilla), la casa-
palacio del Marqués de Saltillo de Carmona (Sevilla), Montemolín (Marchena, Sevilla) y quizá, la Mesa de Setefilla
(Lora del Río, Sevilla). Se interpretan como templos algunas estructuras por su monumentalidad arquitectónica, su
emplazamiento en las acrópolis de los asentamientos, la existencia de hogares o altares
en forma de piel de buey, la presencia de cerámica con decoración pintada
orientalizante y finalmente, su orientación geográfica, ya que las entradas de estos
edificios se orientan al Este. De gran interés por su valor icónico son los hogares y
altares en forma de piel toro de Coria y El Carambolo (reproducción de su forma en los
pectorales de oro del tesoro de El Carambolo). La forma de estos altares y de los
pectorales se relaciona claramente con el toro, lo que evidencia la importancia de este
animal en las creencias religiosas tartésicas. Un reflejo se podría encontrar en los
famosos toros de Gerión robados por Heracles.
Otro elemento para entender la religión tartésica son las imágenes de divinidades.
Estas son realmente escasas y de estilo e iconografía claramente oriental. Tenemos las
estatuillas de bronce halladas en el entorno de la isla de Sancti Petri, claramente vinculadas al templo gaditano de
Melqart. También las recuperadas en la Barra de Huelva, en el entorno de El Carambolo y las estatuillas con la
iconografía del smiting god de Medina de las Torres, además de las figuritas del dios que bendice a sus fieles de
Mérida y Entrerríos. En el caso de la Barra de Huelva, no se puede tampoco descartar su pertenencia a una estructura
de culto fenicia, mientras que en los demás la ausencia de datos contextuales impide saber si fueron utilizadas como
exvotos según su uso canónico en Oriente o reinterpretadas como imagen de culto de las divinidades dinásticas de los
monarcas sacros tartésicos.
Se asiste a una profunda hibridación entre la(s) religión(es) locales y la iconografía y probablemente la mitología
fenicia, lo que debió generar una práctica religiosa que no puede explicarse únicamente a partir de una de las partes.
Lengua y escritura
La adopción de la escritura por el contacto con los fenicios supuso un cambio drástico y fundamental. El alfabeto
fenicio fue adaptado para escribir una o más de las lenguas habladas en el Sudoeste peninsular. Sin embargo, el
alfabeto fenicio fue paradójicamente convertido en un semisilabario con signos puramente alfabéticos (las vocales y
algunas consonantes) y otros de carácter silábico. Esta primera escritura fue posiblemente usada para escribir la lengua
tartésica y de ella derivarían directamente, por un lado, la del Sudoeste y por otro, la meridional. De esta última
surgirá la ibérica levantina y, de esta, ya en un momento muy tardío, que como muy pronto se puede situar en el siglo
III a.C., la celtibérica.
La adopción de la escritura se data entre finales del siglo IX e inicios del VIII a.C. No obstante, la mayoría de los
grafitos o estelas conocidos se fechan ya en los siglos VII-VI a.C. La lengua de los grafitos y de las estelas no ha sido
identificada pero no pertenece a la familia indoeuropea. Se constata la continuidad linguística en la zona. La lengua
hablada en época orientalizante era la precedente de la usada en época turdetana.
2.2. La crisis de la cultura tartésica
El período Orientalizante tartésico llega a su fin aproximadamente en la 2ª mitad del s. VI a.C., la denominada
“crisis del s. VI”. A partir de entonces, numerosos asentamientos tartésicos muestran niveles de incendio y destrucción,
desaparecen las tumbas aristocráticas, se abandonan en muchas comarcas los asentamientos rurales y se observa un
importante descenso de la producción metalúrgica, todo lo cual sugiere la existencia de una crisis que se ha
relacionado con la crisis del sistema colonial fenicio tras el sitio de diez años que sufrió la ciudad de Tiro a manos del
rey babilonio Nabucodonosor II entre 583 y 573 a.C., como consecuencia de la cual desaparecería la demanda de
metales desde la metrópoli fenicia. De este modo, se observa una reorganización del sistema colonial fenicio de la
Península Ibérica desde inicios del siglo VI a.C., que se plasma en el abandono de numerosos asentamientos y la
concentración de la población en otros que se van a convertir ahora en verdaderas poleis, fenómeno que quizá pueda
ponerse en relación con la ruptura de lazos con la metrópolis.
Sin embargo, la demanda exterior de metales continúa como consecuencia de la intensificación de los contactos
con la Grecia del Este, y continuará al menos hasta el 546/545 a.C., momento de la conquista persa de la ciudad de
Focea. La caída de esta ciudad causó la emigración de buena parte de su población a Alalía, en Corcega y a Massalia,
la actual Marsella, lo que provocará importantes alteraciones en las redes de comercio de la zona y a enfrentamientos
bélicos de los exiliados y colonos focenses contra cartagineses y etruscos. Estas luchas afectaron a las rutas de
comercio entre ambos extremos del Mediterráneo y, por tanto, al desarrollo del comercio entre Tartessos y el
Mediterráneo Oriental provocando un descenso o el colapso de la demanda de metales.
Junto a todos estos eventos ajenos a la cultura tartésica, en la crisis del siglo VI a.C. existieron también factores
internos. Entre ellos cabe señalar, en primer lugar, el posible agotamiento de los filones de plata más superficiales y,
en segundo, una crisis del sistema de organización político basado en la monarquía sacra con un aparato e iconografía
del poder de origen oriental. Así, se ha planteado que el agotamiento de las minas fácilmente accesibles desde
superficie, habría provocado la necesidad de acceder a filones más profundos para cuya explotación aún no se
disponía de la tecnología necesaria. Igualmente, no se puede dejar de lado la existencia de una crisis social en
Tartessos en la segunda mitad del s. VI a.C., que se plasmó en la desaparición de las monarquías sacras y de algunos
de sus marcadores arqueológicos más característicos, como las tumbas bajo túmulo o los objetos de boato usados por
los reyes. La razón de todo ello hay que buscarla en que los reyes tartésicos de tradición oriental no fueron capaces de
mantener el poder en competición contra otros aristócratas y, sobre todo, ante una masa social plenamente urbanizada
que pretendía formas de organización social más isonómicas. Este proceso no es exclusivo del mundo tartésico, sino
que, en la misma época en otros lugares del Mediterráneo como Grecia, el Lacio, Tiro o Judea se asiste a la
desaparición de las formas de poder unipersonales. La interacción de todos estos factores explica la crisis y la
desaparición de Tartessos, pero existe una continuidad histórica que se manifiesta en los turdetanos y la génesis de la
cultura ibérica.
3.5.2. Coroplastia.
La coroplastia es una de las principales manifestaciones artísticas fenicia y púnica. La mayoría
aparecen en Ibiza, que junto con Sicilia y Cerdeña son los grandes centros de producción, mientras
que en la Península Ibérica casi no aparecen ejemplares. Se encuentran tanto en necrópolis como
en santuarios, con una concentración de ejemplares de los siglos VI- II a.C. Son representaciones
humanas de reducidas dimensiones, masculinas y femeninas, realizadas en serie, a mano, torno o
molde y estuvieron policromadas aunque en la actualidad apenas quedan restos. Algunas corresponden a imágenes
divinas, otras son figuraciones de devotos en actitud de oferente-donante o de orante- suplicante; también aparecen
figuras de animales y placas circulares con decoración geométrica, fitomorfa, zoomorfa y antropomorfa.
Los exvotos femeninos y masculinos, fabricados a torno, hallados en el santuario de Isla Plana son mucho más
esquemáticos y se asemejan a los de Cartago y Mozia. Algunas presentan el cuerpo acampanado, los brazos plegados
sobre el pecho o extendidos para sostener una o dos lucernas, a veces portan una segunda sobre la cabeza; otras
presentan cuerpo ovoide, un brazo curvado hacia el sexo masculino y el otro plegado hacia arriba; suelen estar tocados
con bonete y adornados con un collar de cordón.
En el santuario de la Cueva des Cuieram las terracotas forman 1 grupo homogéneo, de bustos femeninos con alta
tiara cónica y manto en forma de alas de ave convergentes en el pecho, con motivos simbólicos como la flor de loto,
roseta, palmeta, creciente lunar o
caduceo. A veces llevan pintura de
polvo de oro en el cuerpo que algunas
piezas conservan por ciertas zonas.
4.1.4. Los inicios de la presencia griega en Tarteso: fuentes literarias y testimonios materiales.
Sobre las fuentes literarias cabe destacar a Heródoto, fuente principal de información, que relata lo que podría
haber sido uno de los primeros viajes griegos a la península ibérica. (Heródoto, IV,152)
La historia de Coleo de Samos narra la historia de un patrón samita, sin duda un aristócrata, que pretende dirigirse
a Egipto y ve desviada su nave por diversas circunstancias hacia Tarteso tras pasar por la isla de Platea, donde los
tereos están iniciando la fundación de Cirene, lo que nos da una fecha en torno al año 30 del siglo VII a.C. Una vez
abandonada Platea el viento vuelve a desviarlo hacia Tarteso una vez franqueadas las columnas de Hércules. El resto
del relato nos cuenta los grandes beneficios obtenidos por Coleo en ese emporion y su ofrenda a la diosa de Samos,
Hera, en agradecimiento.
Las informaciones literarias, procedentes de Heródoto nos cuentan como en el último tercio del
s.VII a.C las ciudades de Jonia inician la búsqueda de nuevas fuentes de aprovisionamiento de
metales, teniendo buen cuidado en no dar pistas sobre las rutas seguidas. No queda demasiado
claro si los griegos se basaron en anteriores rutas fenicias o si se trató de exploraciones
individuales o de si se apoyaron en infraestructuras fenicias. Sea como fuere no parece que los
mercaderes griegos tuviesen demasiados problemas en Tarteso ya que sus productos parecen
valorados por los indígenas y de que pudieron beneficiarse de mecanismos de intercambio que
vinculaban a fenicios y tartesios.
Pero como atestiguan los restos arqueológicos, no parece que la presencia griega en la zona se realice en oposición
o en contra de los fenicios sino apoyándose en las infraestructuras fenicias. El hallazgo de cerámica griega, algunas de
origen samio, puede sugerir que los griegos están iniciando sus exploraciones a finales del siglo VII a.C. A pesar de
que algunos autores apuntan que esas cerámicas podrían formar parte de cargamentos fenicios, tanto las fuentes
literarias como la continuidad que tienen dichas cerámicas parecen apuntar en otra dirección.
4.1.5. Los griegos en la península ibérica. Siglos VI-V a.C. El comercio con Tarteso hasta mediados del s. VI
a.C.
En el momento actual es en Onoba donde podemos seguir con
más detalle los mecanismos comerciales empleados por los griegos
en sus relaciones con Tarteso. Excavaciones, llevadas a cabo a partir
de los 80, han proporcionado importantes hallazgos de cerámicas
griegas en las áreas bajas de la actual ciudad de Huelva, insertas en
un ambiente portuario y productivo. Estos hallazgos, que incluyen
áreas dedicadas al culto con edificaciones de gran calidad, sugieren
que se trata de un área delimitada de la ciudad indígena. Area donde
encontraran acomodo los comerciantes griegos, que aprovecharan el
papel de acogida y neutralidad aportado por los santuarios para introducirse en las redes comerciales de tartésicos y
fenicios.
Una visión histórica, cada vez menos aceptada, sugiere un conflicto entre fenicios y griegos por el control del
mediterráneo y el control de las rutas comerciales y sitúa su presencia en Tarteso en este escenario. Ni las fuentes
literarias ni las arqueológicas corroboran esta impresión por el momento, al menos en el caso tartésico.
La principal fuente literaria sobre como articularon los griegos su presencia vuelve a ser Heródoto, que compone
sus escritos cien años después del final de los contactos griegos con Tarteso, lo que puede hacer sus informaciones
algo vagas e imprecisas.
En el texto de Heródoto (Heródoto, I,163-164) narra la relación de los Foceos con el mítico rey Argantonio,
haciendo hincapié en la amistad que une a los griegos con el rey y la magnanimidad del monarca con los griegos. El
texto de Heródoto describe los mecanismos que imperan en la relación entre indígenas y griegos, siendo el pacto entre
el jefe local y los visitantes griegos el que está en la raíz de la fundación de ciudades griegas como Masilia, principal
colonia focea en occidente hacia el 600 a.C.
Heródoto nos ofrece un testimonio material de las buenas relaciones entre tartesios y griegos en la entrega de
dinero para la construcción de las murallas de Focea ante la presión de los medos. Las pruebas arqueológicas datan
esta muralla hacia el 590 a.C. y parece ser fruto de una súbita afluencia de riquezas en los decenios anteriores.
Aunque no se pueda asegurar que fue la entrega del rey tartésico la causa de esa riqueza tampoco debe descartarse que,
con el tiempo, comenzase a verse como un don lo que no había sido sino una rápida acumulación de capital fruto de
los negocios con el área atlántica de la península ibérica.
La arqueología arroja para el área onubense un periodo de inicio de la presencia griega en torno a finales del siglo
VII y principios del VI a.C., con productos de la Grecia del este principalmente y un apogeo entre el 590-560 a.C.,
comenzado a aparecer cerámicas áticas, quizás a través de mercaderes foceos. A partir del 540 la presencia de
cerámicas áticas es evidente, aunque se observa un cierto empobrecimiento de ese comercio. Dichas cerámicas no
dejaran de ser una minoría entre las producciones locales y fenicias, aunque llegan a al alcanzar proporciones del 20%
en algunos momentos. También es destacable el hecho de que la mayor parte de la cerámica griega encontrada en esos
momentos se haya vinculada a actividades de culto, sin descartar la fabricación in situ de algunas de ellas para atender
las necesidades griegas.
La impresión general de las estructuras de las áreas bajas de Huelva en ese periodo, a falta de un estudio conjunto
de estas, contempla la existencia de varios edificios, alguno de los cuales tendría funcionalidad religiosa que implicase
la rotura ritual de vasos unido al descarte de dichos recipientes una vez usados, siendo depositados en pozos. Restos
de diversos animales sugieren la celebración se sacrificios y el consumo de carne. También han aparecido zonas de
habitación y tal vez zonas artesanales en relación con el puerto, junto al rio Odiel.
La presencia griega en Huelva se rige según las reglas del emporio, lugar de comercio con reglas estables de
intercambio bajo la garantía de las autoridades locales y unas normas de funcionamiento interno puesto bajo la tutela
de las divinidades. La falta de hallazgos arqueológicos no posibilita percibir con detalle la relación de las élites
tartésicas con los objetos traídos por los griegos, solo algún hallazgo como el de la necrópolis tumular de Huelva
muestra esos objetos cerámicos como parte del ajuar funerario.
Sin embargo, las cerámicas griegas no eran el principal objeto intercambiado, existiendo un amplio comercio de
vino y aceite, testimoniado por las ánforas de transporte halladas, así como una amplia gama de productos
conseguidos en las amplias redes comerciales griegas a través del mediterráneo.
En Huelva se produce la presencia griega por más de setenta años, sin descartar que también tuviesen presencias
prolongadas en otros lugares tartésicos.
4.1.6. La exploración de las costas de Iberia y el descubrimiento de sus potencialidades
La riqueza en metales del núcleo tartésico de Huelva atrajo a los foceos y, con seguridad, a otros griegos que
hallaron en Onoba el lugar adecuado para sus transacciones con fenicios y tartésicos. Estos viajes permitieron a los
griegos ir conociendo el resto de las costas de la península ibérica, tanto por la navegación en cabotaje intrínseca a los
navíos de la época como por el interés en observar el potencial comercial de los distintos lugares. De esta manera los
marinos foceos y de otros orígenes fueron entrando en contacto con diversos lugares de la península ibérica haciendo
posible la distribución de cerámicas griegas en toda la costa meridional y oriental de Iberia, si bien esas cerámicas
aparecen en muy escaso número y con frecuencia son halladas descontextualizadas. Esto podría mostrar la existencia
de viajes constantes de naves griegas que realizan frecuentes desembarcos para aprovisionarse y negociar con los
habitantes locales, realizando transacciones que no debieron ser excesivamente intensas a juzgar por los escasos
restos hallados. El escaso conocimiento que se tiene sobre el registro habitacional y el ámbito funerario en el siglo VI
en esa región nos impide percibir como se produjeron esos encuentros.
Por el contrario, parece haberse producido una relación bastante intensa con los griegos en los centros fenicios,
incluido el castillo de Doña Blanca(Cádiz) y especialmente en el Cerro del Villar, Malaka y La Frontera, con
evidencias de perfumes, aceites y vino.
Las ciudades fenicias poseían la infraestructura y los medios para acceder a las exóticas mercancías griegas y serian
el lugar de aprovisionamiento y comercio de estos últimos.
Estos primeros intercambios van a permitir a los griegos hacerse una primera idea de la configuración poblamiento
y recursos de la península ibérica, siendo trasmitido en informes orales entre pilotos (periplo). Existen posibles
pervivencias de antiguos periplos, como el contenido en la obra de Avieno Ora Marítima, tal vez basada en un antiguo
periplo del siglo VI a.C. o el periplo de Pseudo Escilax. Estas primeras descripciones estarían en las bases de las
primeras descripciones científicas que los griegos realizarían de la península ibérica. Será Hecateto de Mileto el
primer autor al que se puede considerar como geógrafo e historiador haciendo la primera descripción de los territorios
y poblaciones en su obra Periegenesis o Periodos ges, rechazando mitos anteriores como el de Heracles y los toros de
Gerión. En la información aportada por el autor aparecen tanto lo que pueden ser centros indígenas como centros
fenicios, como el caso de Sexi, con la intención de dar una información geográfica. Otra cosa que llama la atención de
la obra de Hecateo es la gran cantidad de topónimos griegos que existe en la costa mediterránea, hecho que podía
responder a la asignación de nombres griegos a los lugares por los navegantes para facilitar identificaciones
comprensibles a los lugares.
4.2. LAS ESTRUCTURAS COMERCIALES Y EL MODELO COLONIAL
4.2.1. El desarrollo de nuevos mecanismos de intercambio: el emporion
Para el escritor Justino da como motivos para las primeras navegaciones y fundaciones de los foceos en el extremo
occidente la pobreza y escasez de sus tierras, se dedicaron a la pesca y al comercio como sustento de vida y, algunas
veces, a la pirateria (Justino, XLIII, 3, 5). Este panorama debió ser cada vez más frecuente en las ciudades de oriente,
por las razones explicadas anteriormente, siendo la respuesta de los jonios la dedicación a las actividades marítimas,
estos procesos culminan en una oleada colonizadora.
Las actividades marítimas jonias comienzan a conocer una gran expansión a partir de la segunda mitad del siglo VI
a.C. y no solo de los jonios, sino también de samios o milesios. A partir de esta época comenzará a abrirse al comercio
griego Egipto. Tendrá especial importancia la creación de Naucratis, en tierras del delta estableciéndose a golpe de
fuerza en un principio, a decir de Estrabón, para conseguir con posterioridad la autorización del faraón. El caso de
Naucratis ilustra como se van a desarrollar las relaciones griegas en los siglos VII y VI a.C. y que se centran en el
emporion. El emporion es, ante todo, el lugar donde se producen los intercambios comerciales, sus antecedentes se
pueden encontrar en oriente donde ya los fenicios habían ido creando lugares especializados para las transacciones
comerciales. Para el caso griego estos lugares especializados para el comercio empiezan a tener presencia en el
mediterráneo a partir del siglo VIII a.C., siendo un modelo difundido por los griegos del este.
Un aspecto fundamental del emporion es la existencia de lugares sagrados, que sean respetados tanto por los
griegos como por las autoridades locales, siendo estas últimas las que ostentan la titularidad del entorno sobre el que
se asienta el emporion. El emporion se convierte en lugar de contacto entre estructuras de poder y económicas
diferentes, sirviendo de mediador entre los intereses griegos en los recursos locales y el interés por los productos
griegos de los indígenas. En este marco se realizan las transacciones comerciales y se recaudan impuestos, por lo
general bajo la forma de ofrendas a las divinidades. Estas “ofendas”, en Naucratis alcanzaba el 10%, eran
administradas por las autoridades del emporion.
El establecimiento del emporion marca el cambio entre unas transacciones aristocráticas, basado en relaciones
personales, y otras mucho más reguladas, profesionalizado y sometido a normas estatales.
El modelo del emporion tiene un rápido desarrollo en la última mitad del siglo VII y el VI, ya que representa una
pequeña inversión para los indígenas y le proveía de importantes mercancías. Como mucho los locales podían
colaborar en la construcción y embellecimiento de los templos, aunque esto podía ser realizado también por los
griegos en tierras cedidas para tal fin. El espacio cedido no era en ningún caso demasiado amplio, ya que su función
última era desarrollar estructuras comerciales y, como mucho, pequeñas áreas artesanales y residenciales. Estos
lugares solían desarrollarse en la costa, tanto en Etruria como en la península ibérica.
El emporion permitía pues una relación más intensa entre griegos y autóctonos, al centrarse en unos lugares fijos,
así como más seguras, al estar garantizada su seguridad por los poderes locales.
4.2.2. Instrumentos del comercio griego en iberia. Finales del s. VI al V. La comercialización de productos
ajenos
Una característica del comercio que realizan los foceos a partir de los siglos VII y VI a.C., pero también otros
griegos, es la profesionalización de la actividad existiendo una diferenciación entre el productor y el transportista. Esta
característica, presente en siglos anteriores, tiende convertirse en el sistema predominante, inserto en un comercio a
gran escala que une puertos muy distantes. La razón de ser última de los emporia, siendo Naucratis uno de los más
importantes, es acoger los productos de este comercio internacional que se está desarrollando y servir de puntos de
intercambio con los productos exóticos.
De esta manera el éxito del comercio focense radica en la intermediación, en la que no eran demasiados los
productos propios objeto de comercio. La cerámica focea aparece poco en los lugares de presencia focea como
Masalia o Emporion, existiendo dudas sobre si provienen de la propia Focea o son cerámicas fabricadas in situ para el
consumo local.
Las cerámicas producidas en otros puntos como Corinto y Atenas son exportadas a todo el mediterráneo, aún
teniendo en cuenta que no eran el principal cargamento de las naves. Los minerales y los productos alimentarios, en
especial los menos perecederos como el vino, el aceite, los cereales o las salazones conforman el grueso de los
cargamentos que se realizan en el comercio marítimo.
La distinta procedencia de las ánforas de vino halladas en la P.I. coexiste con cerámicas de muy diversas
procedencias, lo que indica que vino y cerámica no se cargaban siempre en el mismo puerto. A la vista de los
hallazgos arqueológicos los cargamentos de las naves eran muy heterogéneos, siendo esta la razón del éxito del
comercio foceo que, libre de prejuicios transportaba aquellas mercancías que mejor salida pudieran tener en los
lugares que frecuentaban. Pruebas de estos cargamentos se hallan en los pecios hundidos como el pecio de Gela
(Sicilia) de fines del s. VI a.C., el pecio de Pointe Lequin o el pecio de la cala de San Vicentç donde se combinan
materiales de distintas procedencias. Estos 3 pecios muestran que los barcos mercantes antiguos iban cargando y
descargando productos en los distintos puntos, lo que explica la gran heterogeneidad de los productos hallados en su
interior.
Los griegos comercian con todos aquellos productos que pueden tener salida en cualquiera de los puertos en los que
va recalando la nave, el cargamento de la misma no refleja su “nacionalidad”, sino los puertos por donde ha pasado.
4.2.3. La intervención de los indígenas en los procesos de comercialización griegos
Una de las claves para entender el éxito de la presencia griega en la península ibérica consiste en, no solo analizar
lo que aportaron los colonizadores, sino en insertar su presencia en el seno de las tendencias económicas que se
desarrollan en las comunidades locales debido a la presencia colonial. En este sentido la presencia indígena en los
procesos de comercialización resulta de gran importancia.
Las fuentes literarias no son de gran ayuda a este respecto, dejando para las fuentes arqueológicas la detección de
esos procesos a través de la cultura material de las producciones íberas sea identificada, permitiendo elaborar mapas
de su distribución. Restos como el del pecio de Sant Vicenç demuestra que las mercancías íberas tenían cabida en las
naves griegas.
Sin embargo, serán dos fuentes epigráficas las que aporten, hasta el momento, el más valioso testimonio al
respecto.
La más antigua, la llamada “carta de Ampurias” es una carta escrita sobe una lámina de
plomo hallada en la Neápolis ampurditana que podría datarse del siglo VI y por la
que el dueño o administrador de una empresa escribe a su agente en Ampurias dándole
instrucciones para una serie de transacciones a realizar en Saigantha y con un individuo de
claro nombre íbero. El peso del indígena es relevante dado que se le ofrece una
participación en los beneficios. Saigantha puede ser el nombre en griego arcaico para la
ciudad de Sagunto mostrando el documento la amplia y sofisticada red del comercio de la época y la
implicación de los indígenas en el comercio griego con base en Emporion.
El otro documento procede de un oppidum del sur de Francia, Pech Maho, con datación de mediados del siglo V.
Se trata del registro de una transacción consiste en la compra de una o varias barcas y sus cargamentos en Emporion.
La transacción, llevada a cabo en moneda griega, tiene por testigos del pago a individuos de nombre no griego,
posiblemente íbero, todos ellos residentes en la zona donde se realiza la transacción. En algún caso podrían tratarse de
representantes de las autoridades locales.
Lo que estos documentos muestran es como desde el 1º los indígenas del área ibérica intervienen de distinto modo
en las transacciones realizadas en su territorio, teniendo a veces un papel protagonista en las mismas.
Otro tipo de fuente son los ponderales o pesas usadas para las transacciones comerciales, estos aparecidos en
diversos yacimientos, muestran que el desarrollo de las actividades comerciales entre íberos y griegos usaba
mecanismos de dosificación, como pesas y medidas de amplio uso, griegas y fenicias y de fácil convertibilidad.
Las secuelas en el mundo indígena: de la escultura a la escritura
Dado el gran peso del mundo indígena en las transacciones griegas este último asumirá algunos rasgos del mundo
griego, algunos tan importantes como la escultura en piedra y la escritura.
La escultura en piedra comenzará a encontrarse a partir del siglo VI a.C. para encontrar el apogeo en torno al siglo
V, perviviendo hasta el siglo IV con otros rasgos. La práctica escultórica ya había existido en los centros fenicios,
tanto figurativa como destinada a la elaboración de elementos arquitectónicos. Aunque no puede descartarse la que las
producciones de raíces fenicias tuvieran su hueco son, sin duda los temas de tipo griego y representados a la griega los
predominantes. Pese al debate sobre su comienzo parece claro que la escultórica ibérica surge como un arte ya
maduro, con un carácter profesional y con una iconografía griega, lo que puede sugerir su factura por artesanos
griegos.
La escultura ibérica puede surgir de la convergencia de varios factores. Por un lado, el incremento de la
complejidad social en el mundo íbero, iniciado en el cuadrante suroriental de la península ibérica, y que muestra como
las regiones ricas en recursos y materias primas comienzan a experimentar cambios sociales importantes que se
reflejan en los ritos funerarios, con erección de monumentos de piedra para los líderes más importantes. Este proceso
de formación de élites tiene lugar con anterioridad a la llegada griega, pero encuentra su apogeo mientras estos están
en la península aportando los materiales de prestigio (vajilla y objetos de lujo) para que las élites expresen su poder.
Por otro lado, el interés griego en ocupar el hueco dejado por la reorganización del mundo fenicio peninsular,
intensificándose el comercio griego en la península.
La unión de estos y otros procesos puede dar lugar a que los griegos proporcionen los escultores necesarios para el
cambio en la cultura funeraria como parte del proceso de intercambio, teniendo lugar este proceso en variadas formas
y lugares, hecho que explicaría la diferencias estilísticas e iconográficas que existen en la plástica íbera. La escultura
ibérica es un testimonio de la acción comercial griega sobre el mundo ibérico. Los deseos de emulación de las élites
íberas y la riqueza obtenida del comercio harán de estas élites clientes idóneos de los talleres escultóricos griegos al
tiempo que será un motor cultural dentro de la cultura íbera.
En lo referente a la escritura destaca el sistema “greco-ibero” que significa la adaptación de
un sistema alfabético griego en algún momento del siglo V. Esta escritura se extiende por la
provincia de Alicante y áreas limítrofes de las provincias de Murcia, Valencia y Albacete,
en el territorio de los contestanos, en una región donde se encuentra precozmente escultura
ibérica y con un intenso comercio, lo que explicaría el uso de la escritura por parte de esas
poblaciones íberas.
De esta manera la fuerte influencia griega introduce la escultura de raíz helénica y la
escritura tipo griego para transcribir su lengua.
Establecimiento de una red comercial costera, con intereses en el interior de iberia.
La relación existente entre la población indígena y los griegos se articula, por una parte, en la existencia de unos
puntos costeros donde se produce el contacto directo entre los comerciantes griegos y la población indígena
(emporia), y por otra en una red de distribución responsable de la comercialización de los productos griegos con el
interior, así como el traslado a la costa de los productos locales.
La arqueología ha proporcionado datos de entornos abiertos a las actividades griegas en torno al siglo VI a.C. y con
una mayor intensidad en el siglo V. El Grau Vell de Sagunto, que dependía de un centro ibérico parece ser un centro
de carácter de emporion donde tenían lugar intercambios de metales además de los productos manufacturados.
Si en algunos centros costeros pueden observarse los lugares donde se realizaban intercambios entre griegos e
indígenas, es en el interior donde pueden observarse los resultados de estos intercambios. Es la cerámica la que nos
dará una idea de los mecanismos de expansión de los artículos griegos en el mundo indígena, si bien estos artículos
pueden haber sido distribuidos a través de los circuitos comerciales de los propios íberos.
En un principio, primera mitad del siglo V a.C. aparecerán unos pocos materiales en bastantes yacimientos, en
especial costeros con una escasa penetración hacia el interior. No obstante, se comienza a observar algunos centros
indígenas con mayor concentración de productos griegos, no en gran cantidad, pero si en número suficiente como para
pensar que van surgiendo puntos privilegiados dentro de los intercambios comerciales entre griegos e indígenas.
No obstante, no será hasta la segunda mitad del siglo V cuando se produzca un gran aumento de los productos
griegos en el mundo indígena, quizá coincidiendo con el desarrollo urbano de la ciudad de Emporion. Por primera vez
estas cerámicas comenzarán a estar presentes con gran intensidad en zonas del interior, aunque su comercialización
está, casi con toda seguridad, en manos de comerciantes nativos. Su auge pone de manifiesto el desarrollo de las redes
comerciales indígenas, así como una autentica “inundación” de estos productos distribuidos desde Emporion. Cabe
destacar la presencia de la denominada “copa de Cástulo” (forma 42 A de Lamboglia), una
copa de paredes gruesas y recias asasaparecida en casi todos los yacimientos pertenecientes a
este periodo y muy especialmente en Cástulo.
4.3. LA COLONIZACION FOCENSE: EMORION Y RODHE
4.3.1. El establecimiento de puertos de comercio y el inicio de relaciones con la
población indígena: Emporion
Las relaciones establecidas por los griegos debieron seguir patrones diversos, no muy diferentes a los seguidos por
los fenicios. La creación de lugares dedicados al comercio dentro de los territorios indígenas denominados emporion
dieron lugar a unas relaciones mucho más reguladas y estables.
Emporion, actual Ampurias, será uno de los pocos casos en los que un establecimiento comercial del tipo emporion
(cuyo funcionamiento ya se ha descrito) termine cristalizando en una ciudad. Estrabón (III,
4, 8) asegura que el primer establecimiento tuvo lugar en una pequeña isla junto a tierra
firme a la que se le acabo llamando Palaia polis o ciudad antigua. No cabe duda de que ese
primer emplazamiento coincide con la ciudad de San Martin de Ampurias, en la parte
meridional del golfo de Rosas.
Alrededor del 580 a.C. tiene lugar una transformación del asentamiento ibero situado en
la isla, produciéndose cambios en las estructuras habitacionales y detectándose un aumento
de las cerámicas griegas. Durante la segunda mitad del siglo VI a. C. parece producirse una
reestructuración del mismo, apareciendo restos de actividades relacionadas con la metalurgia y la cerámica. A
mediados del siglo VI a.C. se produce también la ocupación del área al sur del asentamiento, que debió funcionar
como puerto del emporion y futura ciudad.
Esta zona se haya inserta en los circuitos comerciales fenicios y etruscos desde el siglo VII a.C., hecho que
aprovecharán lo griegos para, a través de Masalia, participar en dichos circuitos, desplazando con posterioridad a
fenicios y etruscos.
Al establecerse en el golfo de rosas los foceos no hacían sino reproducir un exitoso modelo de interacción entre
indígenas y griegos que tan buenos resultados les había dado tanto en Tarteso como en Etruria y Egipto. Estas
relaciones incluían la cesión de un espacio privilegiado que sería un sólido punto desde el que afianzar su comercio.
4.3.2. La ciudad de
Emporion. El inicio de la trama
urbana.
La ciudad de Emporion sufre un
importante cambio en torno a la
segunda mitad del s VI con la
expansión hacia la zona sur, creando
la zona portuaria y lo que se conoce
como Neápolis. La ocupación de
esta zona podría estar relacionada
con la llegada de una parte de la
población que huye de Focea con la
caída de esta en manos persas.
Estas poblaciones ocuparían los
lugares más estratégicos por una
parte la zona norte, junto al puerto y
por otro una zona elevada en el área
sudoccidental, sin descartar la
ocupación de la zona intermedia.
De todas maneras, son pocos los datos sobre su distribución que se conocen con anterioridad al s II a.C.
Es difícil saber si la ciudad se organiza como una polis desde el principio, sin embargo su aparición en la “carta de
Ampurias” y en el documento de Pech Maho, sugiere que la nueva entidad surgida junto al emporion haya asumido
ese estatus político.
En la parte norte de la ciudad se han encontrado restos de los que en apariencia podría ser un espacio de
almacenaje, en cuyo interior se halló la carta de plomo de Ampurias junto con otros materiales del siglo VI a.C.
En la parte meridional se detectaros restos de una torre, correspondiente con un recinto amurallado datable del
siglo V y una serie de edificios sacros extramuros de esa muralla.
El espacio existente entre ambos puntos es apenas conocido, por lo que no puede saberse si existía un urbanismo de
tipo regular ni de la existencia de espacios públicos como podría ser el ágora.
La formación de un territorio y la creación de un área de influencia próxima.
La posible existencia de un territorio agrícola que sirviese de base al nuevo carácter político que adquirirá la polis a
partir del siglo VI es un asunto de gran interés. Estrabón (III; 4, 9) le otorga en su época un territorio entre la Junquera
y el actual Coll del Panissar en el siglo II a.C.
La ciudad de Emporion no debió de superar un tamaño aproximado de unas 4 hectáreas, con una población de
1.500 habitantes por lo que, descartando propuestas maximalistas, su área de influencia podría haber estado entre el
sur de la ciudad y el sur del antiguo curso del Ter. No habríamos de perder de vista que, pese a la importancia de
poseer tierras, la base de su economía sigue siendo el comercio a larga distancia.
De esta manera parece de interés no tanto su
territorio agrícola si no su proyección por el
territorio. De esta forma comienzan a
observarse cambios en núcleos indígenas
cercanos, donde se pueden observar indicios de
un primer urbanismo o sistemas defensivos con
una clara influencia griega en los siglos VI y V.
Comienzan a aparecer en el siglo V una serie
establecimientos indígenas, situados a unos 20 km de media hacia el interior de la ciudad, dedicados tanto a la
producción cerealística como a su almacenaje en silos. Estos establecimientos aprovisionan a la ciudad, no tanto para
su consumo como para comercio con cereales en otros puntos de Iberia y el mediterráneo. En estos puntos se ha
detectado una recepción de cerámica griega que, sin duda, habría ido acompañada de otros productos más
perecederos.
Para Tito Livio (XXXIV,9) los hispanos carecían de experiencia en la navegación y aprovechaban la presencia
griega para aprovisionarse de productos de importación. Esto explicaría la presencia de Emporion y la existencia de
un intenso poblamiento indígena circundando la ciudad y intercambiando productos agrícolas por productos de
importación. Quedaría así explicado el interés griego en poseer no solo un territorio agrícola y político propio, sino de
establecer una influencia económica sobre los territorios próximos que servirían para su aprovisionamiento comercial.
Las élites indígenas se convertirían así en socios comerciales de los griegos mediante una tupida red económica que
implicaría a buena parte de las costas ibéricas.
La economía monetal en Emporion.
Da la impresión de que el inicio del fenómeno numismático entre los
griegos en iberia tiene lugar a mediados del siglo V, y parece razonable
atribuírselo a Emporion, que no hace sino seguir los pasos de Masalia. A
partir del último cuarto del siglo V ya se puede decir de manera más fiable
que se producen emisiones de series monetarias en nombre de los
ciudadanos de Emporion, tendencia que seguirá en el siglo IV.
La presencia de monedas en tesorillos aparecidos en diversos
lugares parece indicar que estas monedas desempeñaban un
papel en las transacciones comerciales con indígenas, aunque
quizá para estos lo valioso fuese la plata con la que estaban
realizadas.
Desde mediados del s. V los circuitos comerciales
peninsulares alcanzan 1 º de madurez importante, demostrado
por la amplia dispersión de los productos cerámicos y las
llamadas copas de Cástulo, distribuidas con la intermediación
ampurditana. De igual modo tiene lugar el inicio a gran escala de
los campos de silos en el área de interés de la ciudad de Emporion, así como la primera monumentalización de la
ciudad.
La introducción de la economía monetaria es tal vez causa y efecto de la nueva deriva de la ciudad y de su
necesidad de equipararse a otras poleis griegas que ya emiten moneda.
4.3.3. La consolidación de la presencia griega en iberia: Rodhe
El primer establecimiento griego en Rodhe tiene lugar en la segunda mitad del siglo V, coincidiendo con el
despegue económico de Emporion. Las fuentes antiguas atribuyen a la fundación de Rodhe un origen rodio y una
posterior ocupación por parte de Masalia o Emporion.
Pese a ello en la actualidad no suele aceptarse una fundación rodia, por lo que quedarían dos posibles comienzos
para la ciudad una fundación realizada por ampurditanos o masiliotas. Estas opciones no gozan de un consenso
historiográfico dado que unos postulados se decantarían por la fundación como una consecuencia de la necesidad
ampurditana de controlar el territorio mientras que, para otros, seria una respuesta de Masalia ante el empuje de
Emporion. Existe sin embargo una tercera opción, no demasiado explorada, que consiste en pensar que Emporion
siguiese vinculada a Masalia pese a poseer una amplia autonomía.
Los testimonios arqueológicos nos muestran una ocupación griega a finales del siglo V, siendo a inicios del IV
cuando aparecen datos de mayor entidad. En el segundo cuarto del siglo IV la ciudad se extiende hacia el sudeste del
primer asentamiento y es reestructurada toda la zona a fines del siglo IV y comienzos del III a.C. con la creación del
denominado barrio helenístico. En dicho barrio se detecta un urbanismo regular, así como la existencia de actividades
artesanales como la cerámica.
Rodhe pudo gozar, a partir del siglo IV de una situación autónoma comparable con Emporion a juzgar por la
acuñación moneda propia en estos momentos.
4.4. LA CULTURA MATERIAL Y LAS FASES DEL COMERCIO GRIEGO EN IBERIA
4.4.1. Cerámica
Durante el s. V y sobre todo durante el IV
a. C. se intensifican los contactos
comerciales griegos con el mundo ibérico,
como demuestran los hallazgos de cerámicas
áticas de figuras rojas y de barniz negro en el
Levante, destacando Cástulo como gran
centro redistribuidor de los productos
griegos hacia el interior. La distribución por
el interior de estas cerámicas y otros
artículos sigue rutas que conectan la costa
mediterránea con importantes centros indígenas como Cástulo, el distrito minero
del valle de Alcudia, en torno a Sisapo, y el área de la
Serena, donde destaca el palacio- santuario de Cancho
Roano (Zalamea de la Serena).
La cerámica griega se convierte en artículo
insustituible en los rituales funerarios de los indígenas
que la emplean, como elemento de lujo y de prestigio y
serán sobre todo cráteras de campana las piezas que los
iberos utilizan como urnas funerarias. Los temas que
decoran estas piezas se relacionan, con el uso al que se destinan, escenas de banquete, dionisíacas y amorosas, así
otros temas con variada iconografía mitológica. La gran cantidad de estas cerámicas griegas y el largo periodo de
utilización muestran la gran influencia y durabilidad de la acción comercial griega, siendo los Ampurditanos los
principales agentes comerciales que desarrollaron intercambios a larga distancia con los íberos.
A fines del s. VI a.C., la decadencia económica del mundo tartésico junto con la crisis de los centros fenicios
occidentales y los enfrentamientos militares en el Mediterráneo central y occidental entre griegos, etruscos y púnicos
provocarán la crisis del comercio foceo, desapareciendo drásticamente las importaciones griegas de Andalucía. En
este momento, y durante el s. V a.C., será Ampurias la receptora del material griego, principalmente vasos áticos,
tanto de figuras negras como de figuras rojas, que introducirá en los establecimientos griegos del sudeste y Levante
(lécitos de figuras negras, cílicas decoradas con barniz rojo coral, cráteras, ánforas…), llegando a poblaciones
indígenas de la costa desde Gerona hasta Huelva y a las áreas mineras de la Alta Andalucía hasta Extremadura. La
mayor parte de los lécitos que se han encontrado en la Península Ibérica proceden de las necrópolis de
Ampurias destacando los denominados de “fondo blanco”, cuya decoración polícroma acompaña la figura
dibujada en trazo negro, así como el enocoe en forma de cabeza femenina procedente de Ampurias.
Igualmente predominan los aríbalos destinados para guardar aceites perfumados y esencias.
Un vaso importado que tuvo gran aceptación es la llamada “copa Cástulo” resistente a un transporte a
larga distancia y que presenta un barniz negro brillante de muy buena calidad, al menos los del siglo V a.C.
A comienzos del siglo IV a.C. se produce un reajuste en el comercio del Mediterráneo occidental
donde la Ibiza púnica toma un papel protagonista.
La cerámica ática que se importa a la Península en el s IV a.C. es de baja calidad al popularizarse
su uso y disminuir su coste. Su presencia es más frecuente en poblados y sobre todo en necrópolis.
Los vasos de figuras rojas están realizados con temas estereotipados y de pintores mediocres.
De la misma época también es la cerámica de barniz negro usada como vajilla de mesa, que
sustituye a finales del siglo IV y principios del III a.C. a la cerámica ática. Uno de los centros
principales de este tipo de cerámica se encuentra en Rosas, el taller de las páteras de tres palmetas radiales; se
caracteriza por la arcilla color amarillo- rojizo o rojizo- anaranjado, barniz negro espeso y luciente,
amplia variedad de formas y tipos decorativos con su peculiar disposición en triangulo a partir de un
punto central. Esta cerámica se encuentra distribuida principalmente en el sur de Francia y costas del
Levante peninsular.
4.4.2. Escultura
La pieza más antigua conocida en Ampurias es una cabeza de felino, con los ojos
sesgados característicos y que representaría un león con las fauces abiertas, además de un
relieve de piedra caliza con representación de dos esfinges, procedente de San Martín de Ampurias, de finales del siglo
VI a.C. posiblemente formaría parte de la decoración arquitectónica del templo de Artemis.
La escultura más emblemática de esta ciudad es, sin duda alguna, la figura de Asclepio/Esculapio que se halló en
el interior de una cisterna del santuario dedicado a esta divinidad. Asclepio, cuyo culto se introduce en Atenas en el
412 a.C., es ampliamente representado a lo largo del siglo IV a.C., muchas veces en compañía de Higia, la
personificación de la salud.
La escultura ampuritana, fechada entre los siglos III y II a. C., mide 2,20 m y pudo ejecutarse en un taller
ateniense. La imagen va cubierta con himation y calzada con sandalias, la cabeza barbada y abundante cabellera
rizada. Algunos investigadores surgieren, sin embargo, que el personaje representado no sería Asclepio sino el
Agatodaimon, una divinidad protectora muy típica en el mundo helenístico, y que está documentado en Ampurias en
un mosaico de guijarros del s. I a.C. con una inscripción que dice “Agatodaimon sea bienvenido o saludado”.
Se halló también una escultura que representa a una serpiente y que durante mucho tiempo se creyó que
correspondía a esta estatua, aunque algunos autores lo descartan.
Junto a esta escultura se hallaron los pies de mármol de una 2ª estatua, también calzados con
sandalias y que, según interpretación de E. Sanmartí, podrían pertenecer a otra divinidad curativa, el
egipcio Serapis que se reconstruye como una divinidad sentada, envuelto en túnica y manto y
apoyado en su cetro; a sus pies si sitúa un perro del que se ha conservado una de sus garras.
Del siglo II también es una cabeza y un plinto con piernas y pilastras,
perteneciente a una estatua de mármol que se piensa que se trata del dios
Apolo, así como una escultura acéfala de mármol que se ha interpretado
como de la diosa Afrodita en el momento en el que sale del mar y se seca
los cabellos.
4.4.3. Bronces
Algunos autores realizan una clara distinción entre los
bronces hallados en las Baleares y los aparecidos en la Península.
Las piezas halladas en las Islas Baleares se fechan de fines del s. VI y el III a.C. y llegan a
las islas en manos de comerciantes púnicos que las adquieren en puertos de Etruria, Magna
Grecia o Sicilia. Las piezas más antiguas tienen iconografía variada.
El arquero o Toxótes de Lluchmayor en Mallorca (s. VI a.C.) representa a un arquero
desnudo con el carcaj sobre el hombro izq; siguiendo las concepciones de época arcaica, las
articulaciones de los miembros del cuerpo están señaladas y como en los kouroi avanza su
pierna hacia delante, en actitud de marcha. La figura se interpreta como Apolo, divinidad
popular entre los marinos y los jonios.
Entre los s. IV y III a.C. los temas iconográficos son menos variados y aparecen una serie de
guerreros desnudos con casco y lanza. Estas figuras, no parecen ser griegas y pudieron ser fabricadas
en las islas, al tener influencias de la Península Itálica.
Aunque muchas son hallazgos casuales, otras se encuentran en lugares relacionados con la
cultura talayótica y en otros puede tratarse de santuarios. También en Mallorca predominan las
figuras de guerreros sugiriendo la posibilidad de la existencia de un culto a Marte.
En la Península los ejemplares son mucho menos numerosos.
En Cataluña, se conservan pocos bronces a pesar de tener una gran influencia griega,
una cabeza de pantera del siglo VI a.C. que era un aplique de lanza de carro, una cabeza
de sirena, ambos de Emporion y un prótomo de toro procedente de un caldero.
De la zona sureste procede el centauro de Rollos de mediados del s. VI a.C., que reproduce
el modelo arcaico de centauro, con la parte anterior tronco cilíndrico y patas posteriores de
caballo; con una mano golpea las ancas, mientras que el otro brazo debía llevar ramas de las que se
conservan algunos restos.
De fines del s VI o inicios del V a.C. es el Sátiro Itifálico del Llano de la
Consolación en Albacete. De la zona de Badajoz y de la misma época es el Sileno
Simposiasta de Capilla que une algunos caracteres de sátiro como las orejas puntiagudas y el
cuerpo humano.
4.4.4. Terracotas
El elenco de terracotas es variado, se han hallado tanto en santuarios como en necrópolis, con función de ofrenda o
de exvotos. Están realizadas a molde y algunas de ellas conservan restos de policromía.
Del área sagrada del templo helenístico de Ullastret procede una serie de
fragmentos de cabezas femeninas, de los siglos IV-III a.C. También de la
misma época y con función ritual son los denominados “thymateria” o
pebeteros con cabeza femenina, considerados representaciones del busto de la diosa Deméter, que tuvieron una
amplia difusión desde Ampurias hasta el río Ebro, hallándose en el área ibérica, entre Alicante y Murcia, así como en
la Ibiza púnica.
De las necrópolis de Ampurias cabe resaltar las figuras de tortugas y un jabalí encontradas en una tumba fechada
en los años 480- 470 a.C., una figura representando un simposiasta, del segundo cuarto del siglo V a.C., una figura de
Hermes, fechado a finales del siglo IV a.C., y una muñeca tocada con kalathos y con las extremidades articuladas, del
siglo IV a.C.
También de Ampurias son dos figuras femeninas, del siglo V a.C., una vestida con peplos y
tocada con kalathos, que sostiene con la mano derecha un cerdo y con la izquierda un cesto con
granada que posiblemente represente a Core, la otra igualmente vestida con peplos está velada y
lleva con ambas manos un cisne, así como una cabeza de Sileno.
Las regiones interiores de la Península, donde habitaban los celtíberos, ocupando un territorio que presenta
distintas peculiaridades que obligan a individualizar la zona oriental en el Valle del Ebro y la occidental que
corresponde al este de la Meseta. Las diferencias entre ambas zonas se manifiestan tanto en aspectos arqueológicos,
como lingüísticos y también existen diferencias étnicas que responden a esta división.
La segunda área se sitúa en el suroeste peninsular entre el Tajo y el Guadiana y en la Beturia entre el Guadiana
y el Guadalquivir.
La tercera área es el noroeste, concretamente la Gallaecia Lucensis, y, finalmente no se puede olvidar la
mención realizada por algunos autores clásicos sobre la existencia de galos en territorio hispano.
Atendiendo a los análisis lingüísticos, existen dos zonas relacionadas con las lenguas indoeuropeas:
Una de ellas se corresponde con la Celtiberia, de donde proceden una serie de textos en lengua de tipo céltico
arcaico escritos con escritura ibérica o con alfabeto latino; se conocen téseras de hospitalidad, inscripciones rupestres,
leyendas monetales, inscripciones sepulcrales, grafitos cerámicos y los grandes bronces con documentos públicos
procedentes de Contrebia Belaisca (Botorrita, Zaragoza).
Otros testimonios epigráficos de lengua indoeuropea son las inscripciones procedentes del occidente peninsular
escritos en la lengua denominada lusitana que algunos autores consideran indoeuropea diferente al celta, si bien para
otros es un dialecto celta distinto al celtibérico. También es considerada celta por ciertos lingüistas la lengua de las
inscripciones tartésicas o del suroeste datadas en los siglos VII y VI a.C.
Para M. Almagro-Gorbea, las raíces celtas hispanas se encuentran en un substrato protocelta relacionado con el
Bronce Atlántico desde donde se extendería hacia la Meseta y cuyos restos materiales más significativos son los
hallazgos de armas en las aguas, las casas de planta circular y otros elementos afines a los celtas históricos. Así según
esta hipótesis, los celtas peninsulares proceden de la evolución in situ de un substrato cultural del Bronce Final en el
que influyen el mundo ibérico y el tartésico, influencias que le confieren la personalidad que los distingue de los celtas
europeos. Este substrato arcaico se ve absorbido con la expansión de la cultura celtibérica a partir del s. VI a.C. que
será el fenómeno que unifique a todos los pueblos célticos.
Así, la investigación actual entiende a los pueblos del interior peninsular como el resultado de un largo proceso
formativo que arranca de la Edad del Bronce y se ve matizado por el fenómeno de Campos de Urnas y por otras
tradiciones atlánticas y mediterráneas. Pero que, en esencia, se trata de poblaciones autóctonas que en cuestiones de
filiación o identidad nada o muy poco tienen que ver con los celtas, salvo un fondo indoeuropeo que explica
afinidades culturales y lingüísticas entre las diversas poblaciones de la Europa bárbara.
2. EL POBLAMIENTO CELTIBÉRICO
2.1. Situación geográfica.
Por celtas hay que entender fundamentalmente una categoría etnográfica, la de los "bárbaros de Occidente", en el
modelo de percepción externa de los griegos arcaicos. A medida que en los siglos siguientes aumenta el conocimiento
de las tierras y poblaciones de la Europa templada, los celtas constituirán un conglomerado de pueblos definidos por
su talante guerrero y espíritu indomable; en un retrato estereotipado -el de la feritas celtica- contrapuesto al modelo de
civilización grecorromana.
En el término celtibérico existe una cierta confusión y así algunos investigadores, basándose en criterios
tecnológicos como la cerámica pintada fabricada a torno, aplican esta denominación a un territorio muy amplio que
ocupa la mayor parte de las tierras de la Meseta y que se desarrolla entre finales del s. III hasta la conquista romana.
Otros, siguiendo la tesis de M. Almagro-Gorbea consideran que ya en el s. VI se puede hablar de cultura celtibérica y
que continúa hasta época romana e incluso en época posterior.
La nómina de pueblos celtibéricos no está definitivamente aclarada, aunque se incluyen como celtíberos los
arévacos, titos, belos, lusones y pelendones, si bien también pueden incluirse los vacceos, olcades e incluso
carpetanos.
Aunque existen discrepancias entre los investigadores a la hora de concretar su espacio, cuando Roma irrumpe en
la Península el territorio de la Celtiberia nuclear comprendía aproximadamente la margen meridional del Ebro medio y
la Meseta oriental hasta la cabecera del Duero, incluidos los valles del Jiloca, Jalón y alto Tajo.
2.2. Periodización.
La secuencia estratigráfica de hábitats y cementerios en conjunción con la evolución de los conjuntos materiales
(armamento, artesanado), permiten diferenciar una serie de etapas en la progresión de la cultura celtibérica. Esta
secuencia evolutiva comprende cuatro periodos que abarcan desde el s. VIII al s. I a.C.: uno formativo o
protoceltibérico y tres plenamente celtibéricos, denominados antiguo, pleno y tardío.
La génesis de la cultura celtibérica es un tema esencial desde los inicios de la investigación sobre este grupo
cultural. Existen dos tesis contrapuestas:
La tesis tradicional (Bosch Gimpera) relaciona a este pueblo con invasiones procedentes de Europa, lo que
planteaba una evidente dificultad en la investigación ya que el registro material no se relacionaba con el hallado en
Europa en la misma época.
La hipótesis alternativa (Almagro Gorbea) plantea que se debe buscar en un substrato protocelta relacionado
con el círculo atlántico y que se extiende hacia la Meseta en la transición del Bronce Final al Hierro. Es este substrato
protocéltico el que da origen a la cultura celtibérica, hecho que, además, explica las similitudes entre los grupos de
ambas zonas. Por otro lado, no debe desdeñarse la presencia de aportes étnicos de los Campos de Urnas en la zona de
la Meseta Oriental que quizás fueron portadoras de una lengua indoeuropea que precede a la celtibérica y que se
conoce por documentos epigráficos anteriores a los dos primeros siglos de la era.
Entremos ahora a analizar las fases de la periodización celta:
1. La fase formativa o protoceltibérica (s. VIII/VII-mediados del VI a.C.), se caracteriza por la escasa información
arqueológica, si bien se conoce una cierta continuidad poblacional con los elementos propios de Cogotas I a los que se
añade la irrupción de otros nuevos de los Campos de Urnas Recientes del Valle Medio del Ebro y que son el reflejo de
las relaciones entre ambas zonas. El yacimiento donde mejor se refleja esta relación es el de Fuente Estaca.
2. La fase inicial o celtibérico Antiguo (ca. 650/600 a 450 a.C.) es el momento en el que se documentan
importantes cambios:
a. En el ritual funerario con la implantación de la incineración (procedente de los Campos de Urnas).
b. En los asentamientos con la creación de poblados de nueva planta de carácter estable (procedente de los
Campos de Urnas).
c. En la tecnología con la aparición de la metalurgia del hierro.
Los ajuares funerarios permiten considerar una sociedad guerrera en la que se manifiestan los indicios de una
jerarquización social plasmada en los signos de prestigio como el armamento. Esta nueva organización sería la
responsable del crecimiento demográfico y de la concentración de la riqueza y poder por parte de quienes controlan
los pastos, las salinas y la producción de hierro, tan importante en la fabricación de armamento.
3. El celtibérico pleno (siglos V al III a.C.), periodo en el que se manifiestan variaciones culturales que dan indicio
de la existencia de grupos culturales que, en algunos casos, se pueden identificar con los populi que mencionan las
fuentes escritas.
a. Se introducen elementos materiales de procedencia ibérica como las armas, fíbulas, broches de cinturón y la
cerámica a torno que dará lugar a la cerámica pintada celtibérica.
b. Se generaliza el urbanismo de calle central con casas rectangulares de muros traseros corridos a modo de
muralla; se incorporan nuevos sistemas defensivos como las murallas acodadas y los torreones rectangulares que
conviven con las piedras hincadas de la época anterior.
c. Se observa una clara diferenciación social en las necrópolis, con la aparición de tumbas aristocráticas.
4. La fase del celtibérico tardío (finales del s. III-s. I a.C.), es el momento en el que el mundo celtibérico alcanza
un mayor desarrollo cultural.
a. La asimilación de elementos mediterráneos es uno de los rasgos más destacados, sobre todo los ibéricos con la
adopción del alfabeto y el consiguiente desarrollo de la escritura, así como la moneda.
b. Es también el momento de mayor apogeo del artesanado sobre todo en lo referente a la cerámica y la orfebrería,
que sustituye al armamento como factor de prestigio social.
c. Se inicia en esta fase el proceso romanizador que culminará con la conversión de la mayor parte de los oppida
celtibéricos en ciudades romanas durante el s. I d.C.
2.3. Poblados.
El castro es el tipo de hábitat más importante del mundo celtibérico, si bien no es el único. El castro celtibérico es
un poblado situado en un lugar de fácil defensa, reforzado por murallas, muros externos cerrados y/o accidentes
naturales, que defienden en su interior una pluralidad de viviendas de tipo familiar y que controla una unidad
elemental de territorio, con una organización social escasamente compleja y jerarquizada.
En la elección del emplazamiento de los castros se tienen en cuenta una serie de características relacionadas con la
defensa y el valor estratégico, de ahí que se elijan lugares elevados, buscando zonas con abastecimiento de agua,
próximos a cursos fluviales o a fuentes, con control de vías naturales de comunicación y con recursos agropecuarios o
mineros.
Las defensas artificiales son elementos esenciales y en los castros no hacen sino completar las defensas naturales
que ofrecen los lugares elevados elegidos como hábitats. La protección más habitual son las murallas que en ocasiones
se refuerzan con fosos simples o dobles y campos de piedras hincadas.
Las murallas son de piedra construidas en mampostería en seco, y constituidas por dos paramentos paralelos
verticales o ataludados, cuyo espacio interior se rellena con piedra o tierra; existen además ciertos poblados que
presentan algunos de sus tramos construidos con grandes sillares de tendencia ciclópea. La muralla se adapta a la
topografía del terreno, por lo que suelen ser lienzos curvos de trazado irregular.
También las torres constituyen un complemento del sistema defensivo de los castros celtibéricos, a veces son
simples engrosamientos de la muralla, pero también se han documentado construcciones circulares o cuadrangulares,
estas últimas posteriores al siglo III.
Otro sistema defensivo son los fosos, cuya existencia no se constata de forma homogénea en todo el territorio
y así en la Celtiberia aragonesa son el único sistema defensivo complementario a la muralla, mientras que en la
zona soriana no son frecuentes y cuando existen se asocian a las piedras hincadas.
Los denominados campos de piedras hincadas consisten en franjas de piedras clavadas en la tierra unas junto a
otras, generalmente son la defensa más externa y se sitúan delante del foso o de la muralla.
Numancia es la ciudad celta por excelencia. Se han documentado los perímetros
de tres ciudades diferentes, la más antigua que finaliza con el asedio del año 133
a.C., otra del s. I a.C. con la que se relacionan las conocidas cerámicas policromas y,
finalmente, la ciudad imperial que perdura hasta el s. IV d.C.
Numancia tenía una superficie de 8 ha y estaba rodeada por una muralla con
torreones y cuatro puertas defensivas. La organización del interior del poblado se
caracteriza por la calle central a lo largo de la cual se alinean las casas con muros
medianiles comunes y traseros que se cierran a modo de muralla o se adosan a ésta.
En Numancia las casas son rectangulares con tres estancias y un
corral; la base era de piedra y el alzado de postes de madera y adobes
recubiertos con un manteado de barro y paja, techándolas con gavillas
de centeno, y recubriendo los suelos con tierra apisonada. La
habitación central era el lugar de hábitat familiar con bancos adosados
a las paredes, la estancia posterior se dedicaba a despensa, mientras
que la anterior, a modo de vestíbulo, se dedicaba a actividades
artesanales como la molienda y los textiles; bajo esta estancia se
situaba una especie de almacén subterráneo.
3. EL RITO Y EL SÍMBOLO: NECRÓPOLIS Y PRÁCTICAS RELIGIOSAS
Apenas se han hallado restos arquitectónicos de carácter religioso en el interior de las ciudades, y solamente en la
acrópolis de Tiermes se ha localizado una estructura con oquedades comunicadas entre sí que podría relacionarse con
un templo o con una piedra de sacrificios. En la misma ciudad se ha documentado un edificio consistente en un
graderío tallado en la roca que se abre a una amplia explanada y que ha sido objeto de diversas interpretaciones,
edificio de espectáculos, lugar de reuniones públicas, recinto sagrado o lugar de sacrificios; las excavaciones en la
zona exhumaron una cueva en la que se hallaron distintas evidencias del uso religioso del lugar, tales como cuernas de
bóvidos y cérvidos, piedras con canales, hojas de cuchillo y azuelas curvas.
En la religión céltica, muchas de las divinidades aparecen vinculadas a los espacios naturales como bosques,
montañas, lagos, manantiales, etc., si bien existe una gran dificultad para la identificación de los santuarios al aire
libre por la falta de evidencias arquitectónicas y sólo se pueden reconocer por manifestaciones cultuales como
inscripciones, exvotos o cazoletas. El santuario más conocido de la Celtiberia es el de Peñalba de Villastar, Teruel,
situado en la cima de una montaña en la que se documentan las inscripciones y grabados con diversos motivos
geométricos, astrales, zoomorfos y antropomorfos.
Las necrópolis celtibéricas se ubican en zonas llanas o en las laderas de cerros, siempre en lugares próximos a la
población (en lugares más bajos que ésta, para su fácil control) y casi siempre cercanas a cursos de agua. Las primeras
necrópolis colectivas se documentan en los siglos VII-VI a.C., en el Celtibérico antiguo. Y en los siglos siguientes se
extienden en número y tamaño hasta alcanzar algunas la época romana, sin bien la mayoría dejan de utilizarse antes
del siglo I a.C.
Teniendo en cuenta la ordenación del espacio funerario se pueden diferenciar distintos tipos de necrópolis:
Necrópolis con tumbas marcadas por estelas y alineadas formando calles que, en algunas
ocasiones, están empedradas, y que pueden alternar con otras destinadas a la cremación, como se
observa en las necrópolis de Aguilar de Anguita, Alpanseque y Luzaga entre otras .
Necrópolis en las que no existe ordenación aparente, pero en las que aparecen estelas,
como en Atienza, Carratiermes o Carrascosa del Campo.
Necrópolis sin ordenación ni estelas.
En las necrópolis de mayor tamaño, por lo general, las sepulturas se alinean en calles o bien
se agrupan en sectores diferenciados, lo que responde a una distribución funeraria por clanes o
grupos familiares extensos, y es un indicador de la importancia del parentesco en la identidad de
los individuos.
Las estructuras funerarias halladas en las necrópolis son dos, los ustrina o áreas de cremación cuya localización no
se ha podido llevar a cabo por el momento, y los lugares de deposición del cadáver que pueden ser desde un simple
hoyo hasta complejas estructuras tumulares. Incluso dentro de una misma necrópolis los tipos de enterramiento son
muy variados y esta variedad podría ser indicio de diferencias sociales.
Existen simples deposiciones en hoyo con o sin protección pétrea, urnas cubiertas con tapaderas cerámicas o con
lajas de piedra; a veces el lugar señala con una estela consistente en una piedra sin desbastar o toscamente labrada y
sólo se conoce un ejemplar decorado con la representación esquemática de un caballo y una figura humana que
procede de Aguilar de Anguita.
Los enterramientos tumulares se conocen en numerosas necrópolis (Griegos, Valmesón, Molina de Aragón,
Sigüenza, Atienza, Carratiermes, Ucero y La Mercadera), si bien se conservan muy deteriorados y solamente en La
Yunta y en La Umbría de Daroca han podido definirse sus características constructivas; en La Yunta presentan forma
circular y rectangular y en La Umbría son circulares u ovales.
El ritual característico es el de cremación y el proceso seguido es la incineración en una
pira localizada en áreas concretas de los cementerios, los ustrina. Sin embargo, se cree que
pudo existir una manipulación post mortem del cadáver, ya que los restos hallados se
corresponden, principalmente, con fragmentos del cráneo o de las extremidades (lo que
hace suponer que existía un desmembramiento del cadáver y que la cremación se realizaba
únicamente de algunas partes del mismo).
Los restos cremados, junto al ajuar funerario se depositaban en una urna cineraria o
directamente en el suelo, envueltos quizás en una tela. Parte del ajuar se depositaba en el
interior de la urna y el resto, de mayor tamaño, alrededor de la misma; algunas de las
armas del ajuar como espadas, puñales, puntas de lanza y soliferrea se hallan inutilizadas en algunas ocasiones de
forma intencionada por motivos rituales o simplemente porque el espacio disponible no permitía la inclusión de armas
de tamaño grande.
Los objetos más frecuentes en el ajuar funerario son cuencos y vasos cerámicos para alimentos, adornos personales
(fíbulas, colgantes, brazaletes, cuentas de collar) útiles domésticos (fusayolas, punzones o instrumental agropecuario),
y más rara vez objetos asociados al fuego (parrillas, calderos o asadores). Algunas tumbas contienen también restos
faunísticos y otros alimentos relacionados con la celebración de banquetes honoríficos o, en determinados casos, con
el sacrificio de animales domésticos para propiciar buen tránsito al difunto. Denotando mayor categoría hay que
mencionar la presencia de armas en enterramientos, en casi todas las necrópolis, con distintas combinaciones, así
como de arreos de caballo, recipientes de bronce y excepcionalmente de cerámicas importadas y piezas suntuarias.
Parece lógico asociar las sepulturas de mayor riqueza a los grupos privilegiados de cada comunidad. Y en tal
sentido los ajuares que deparan equipos de armas, instrumental equino y bienes de prestigio, y que suelen coincidir
con los enterramientos tumulares, serían distintivos de las élites guerreras.
Aunque el ritual de cremación fue el más extendido entre los celtíberos, no puede considerarse el único ya que
tanto las fuentes literarias como las iconográficas permiten conocer el empleo de otros rituales como la descarnación o
la exposición de los cadáveres que se llevaría a cabo en los muertos caídos en combate, para ser devorados por aves y
carroñeros, y que eran transportados al más allá por un buitre, animal sagrado. Según G. Sopeña, esto rige de un ritual
de heroización, esto es, de comunicación directa con los dioses, como es la descamación cadavérica por los buitres y
su particular viaje consagratorio.
Así mismo, la mayor parte de los lusitanos, galaicos, astures y otros pueblos septentrionales practicaron ritos
funerarios que no han dejado huella tangible, como fueron el abandono de cadáveres o el arrojamiento de cuerpos y
cenizas a las aguas.
Los niños también eran objeto de rituales distintos y así en el interior de algunos poblados se constatan
inhumaciones infantiles bajo el suelo de algunas casas.
4. LA CULTURA MATERIAL Y LAS BASES ECONÓMICAS EN EL ÁREA
CELTIBÉRICA
4.1. Cerámica.
Es el elemento artesanal + abundante en el registro arqueológico, ya que en muchas ocasiones son los recipientes
cerámicos los únicos hallazgos de los poblados, sobre todo en las fases iniciales de la cultura.
Las cerámicas características se elaboran a torno, con cocción oxidante, produciendo pastas rojas u ocres y su
aparición se data hacia mediados del s. IV a.C. en la Meseta N. Además de la amplia gama de formas, sus superficies
reciben engobe y decoran con pintura negra o vinosa y sólo de forma excepcional son policromas.
La cerámica numantina es la producción céltica + singular de la P.I., se caracteriza
por la variedad formal de los vasos. Se distinguen 2 rasgos esenciales: la policromía y
la vinculación entre la forma del recipiente y la iconografía, siendo ésta la fuente para
conocer costumbres, armamentos, vestimentas y creencias religiosas.
En relación a las formas, entre las cerámicas policromas hay jarras, copas y
cuencos. Otras formas documentadas son vasos globulares u ovoides con dos o más
asas, vasos troncocónicos, otros con cuello cilíndrico, tacitas, biberones y también
grandes tinajas.
En relación al color, los vasos de pastas rojas se pintan en blanco y negro y las
decoraciones trícromas son escasas. La decoración se sitúa en el exterior y solamente las
copas y cuencos la presentan en el interior. Así mismo, la decoración policroma es
geométrica, zoomorfa y figurada y las 4/5 partes de la producción presentan motivos
geométricos.
El famoso vaso de los guerreros (fig. 6), es un cuenco hemiesférico incompleto, cuya
decoración se desarrolla en un friso bajo el borde en el que aparecen dos hipocampos
afrontados, dos grifos en la misma actitud y dos guerreros luchando; bajo los primeros hay
un ave que anida dos huevos en la copa de un árbol y en otro fragmento aislado aparece la
representación de una figura masculina cubierta con un manto.
Estas figuras no sólo son esenciales para conocer armamento y vestimenta, sino que también su interpretación
permite ahondar en las creencias. Los guerreros visten dos piezas, una camisola corta y un calzón ceñido con un
cinturón. El armamento es una lanza y una espada, además de otras clavadas en el suelo en las que se observa una
correa a mitad del astil que se interpreta como un impulsor para enviar el arma más lejos; las armas defensivas son una
caetra, los cascos y las grebas.
Otro elemento cerámico de esta cultura son las trompas de guerra con remates en forma de cabeza de carnicero con
fauces abiertas que se asemejan a los carnyx galos.
4.2. Armamento.
El armamento celtibérico constituye una de las manifestaciones materiales más significativas de esta cultura, ya
que su estudio aporta datos muy importantes para comprender la organización social, con un fuerte componente
guerrero. Para su conocimiento existen tres tipos de fuentes:
1) los restos arqueológicos hallados en necrópolis, poblados o depósitos, 2) la iconografía de la cerámica
numantina y de las series monetales y 3) las noticias de los escritores grecolatinos.
Aunque los restos son abundantes, el estudio no carece de dificultades ya que una parte del armamento (cascos,
petos, grebas, arcos y hondas) estuvo realizado con materiales perecederos como la madera y el cuero y no se han
preservado; la cremación del cadáver junto al ajuar en algunas ocasiones también ha influido en la deficiente
conservación y a ello debe añadirse la inutilización ritual del armamento.
La panoplia del guerrero celtibérico puede dividirse en dos categorías: las armas
ofensivas y las defensivas. Las armas de ataque se clasifican en dos grupos: las arrojadizas que son lanzas, soliferrea,
jabalinas, hondas y arcos y las armas para el combate cuerpo a cuerpo como las espadas y puñales.
Las lanzas se consideran el arma genuina del guerrero hispano y en los ajuares funerarios suelen aparecer dos
ejemplares. Presentan una hoja de hierro con enmangue tubular que sirve para insertar el astil de madera y en el lado
opuesto se sitúa el regatón. Los soliferrea son armas arrojadizas de hierro en su totalidad y que alcanzan una longitud
entre 160 y 200 cm. En las jabalinas la punta de hierro es de forma lanceolada y también presenta enmangue tubular
para insertar en astil de madera que termina en un regatón de hierro. Las hondas se conocen gracias a los glandes de
plomo o bolas de barro y los escasos vestigios de la existencia de arcos indican que su uso era escaso.
Las espadas suelen ser cortas, entre 50 y 60 cm., con hoja de doble filo y punta definida. Se fabrican en hierro o
con la hoja de hierro, con accesorios de bronce y apliques damasquinados realizados con plata.
Los puñales no siguen el esquema europeo de antenas, sino que adoptan el pomo en forma de frontón característico
del armamento ibérico y el proceso evolutivo continúa hasta los puñales
biglobulares que son adoptados por las legiones romanas.
El armamento defensivo incluye los escudos, cascos, corazas y
grebas o espinilleras realizadas, en parte o en su totalidad, con
materiales perecederos, por lo que presentan mayores dificultades para
su análisis. De los escudos sólo se conservan los umbos y las manillas
de lo que se deduce que debieron ser de tipo circular que se conoce con
el nombre de caetra.
4.3. Orfebrería
La orfebrería celtibérica se desarrolla a partir del s. III a.C. y de su estudio se pueden establecer una serie de
características como 1) la similitud con la orfebrería ibérica tanto en la utilización prioritaria de la plata como en la
búsqueda de prototipos, si bien éstos se reelaboran y de ello resulta una mayor simplificación técnica y 2) un
barroquismo que quizás tenga relación con la proximidad de la zona castreña del noroeste.
Las fuentes arqueológicas esenciales para el conocimiento de la orfebrería son las necrópolis. El resto de las joyas
celtibéricas forma parte de los tesoros encontrados en la zona meridional de la Celtiberia, en los que la práctica
totalidad de las piezas son de plata. Las joyas más significativas de estos tesoros son las fíbulas de doble resorte o
anulares, así como los torques, brazaletes y anillos; también se han hallado algunos ejemplares de vasos argénteos y
las placas con cabezas humanas.
Los pectorales son objetos de bronce cuya función aúna la utilidad de prendedor con la de adorno. Existen dos
modelos, el de espirales está formado por un vástago al que se enrollan espirales, distribuidas de forma simétrica a
ambos lados que en casos de mayor complejidad pueden llevar colgantes; en el modelo de placa rectangular en la
parte inferior se añaden colgantes y en la superior una placa recortada o espirales; la decoración se sitúa en la placa
central y consiste en hoyitos repujados, motivos incisos en zig-zag, círculos troquelados, animales como los cérvidos y
figuras humanas esquemáticas.
Los broches de cinturón son uno de los elementos característicos de los ajuares celtibéricos y también aparecen en
los poblados. Son piezas fundidas realizadas sobre una lámina de bronce y constan de dos partes, una pieza macho con
uno o más garfios y la hembra que consiste en una placa con una o varias hendiduras para su enganche; ambas piezas
se clavetearían al cinturón de cuero.
5. EL ÁREA DE LA MESETA. LA DIVERSIDAD REGIONAL DEL CENTRO DE LA
PENÍNSULA IBÉRICA
En la zona occidental de la Meseta conviven en esta época grupos diferentes desde el punto de vista espacial,
cultural y cronológico.
Uno de los grupos étnicos definidos y cuya existencia conocemos a través de las fuentes escritas es el de los
vetones, que habitan las tierras occidentales de la Meseta y cuya zona nuclear se sitúa entre los ríos Tormes, Duero y
Tajo. Entre los años 500-400 a.C. se producen una serie de transformaciones en la zona, cuyas manifestaciones
arqueológicas más notables son la fortificación de los asentamientos y la introducción del ritual funerario de
incineración, así como algunas novedades técnicas como la metalurgia del hierro y el torno de alfarero.
El segundo grupo étnico es el de los vacceos, que se situaban en el curso medio del Duero, ocupando la totalidad
de la provincia de Valladolid y parte de León, Zamora, Palencia, Burgos, Segovia, Ávila y Salamanca y de cuya
existencia en el s. III nos informan las fuentes escritas. Las fuentes arqueológicas nos permiten rastrear su origen en el
s. V, partiendo de la cultura del Soto de Medinilla, momento en el que comienzan una serie de transformaciones,
semejantes a las ya comentadas en relación al mundo vetón.
Para poder analizar las características de estos dos pueblos, es imprescindible una breve aproximación al proceso
de su formación que, según la documentación arqueológica, comienza a gestarse ya en la Edad del Bronce Final. La
admisión de una continuidad a lo largo del I milenio no implica la negación total de las aportaciones étnicas,
consideradas tradicionalmente como el motor del cambio, sino que se observa una cierta celtización del substrato
manifestada en la cultura material, tampoco debe desdeñarse la influencia que llega desde el territorio ibérico. Sin
embargo estas aportaciones no explican las diferentes facies regionales que dependen de la respuesta del substrato del
Bronce Final ante los nuevos aportes, de manera que se forman los dos grupos citados con una personalidad
característica, los vacceos en la cuenca sedimentaria del Duero y los vetones en los rebordes montañosos del Sistema
Central, cuyas diferencias comienzan a manifestarse durante la I Edad del Hierro, ya que en las poblaciones de la
Cuenca tiene un mayor peso la agricultura, mientras que la ganadería es el recurso principal de los pueblos del
occidente, donde además el poblamiento es más disperso y finalmente hay que tener en cuenta la influencia
orientalizante que no traspasa la línea del Duero. Por lo tanto, en el proceso histórico a partir del s. VI se observa ya
una cierta dualidad poblacional y socioeconómica que preludia las características de las etnias prerromanas.
6. EL HIERRO II EN LA MESETA: LA CULTURA VETTONA. 8
6.1. Poblados
En el área correspondiente a los vetones existe un importante aumento de la población a partir del s. IV a.C. El
aumento poblacional se ha relacionado con la llegada de nuevas gentes de origen céltico. En la secuencia arqueológica
estas aportaciones se materializan en el amurallamiento de los poblados y en la aparición de un armamento de
prestigio en las necrópolis que implica una sociedad jerarquizada de tipo gentilicio.
En el área suroccidental de la Meseta, correspondiente a los vetones, la población se concentra en grandes poblados
de forma paulatina entre los siglos IV y II a.C. y se alcanza su momento álgido con la presencia romana en la zona.
Suelen situarse en zonas altas de difícil acceso y junto a vías de comunicación, con una altura sobre el nivel del mar
que oscila entre los 700 y 1500 m., si bien también existen algunos situados en zonas de llanura cuya población se
relaciona con la agricultura. Las dimensiones son variables, desde pequeñas aldeas que albergan grupos familiares
hasta poblados de 20 a 70 ha que dan cobijo a comunidades de varios centenares de personas.
Existen cuatro tipos de emplazamientos:
1. En espigón fluvial. Estos emplazamientos suman más de la mitad de los asentamientos conocidos; se ubican en
cerros amesetados, sitos en la confluencia de dos o tres cauces de ríos.
2. En cerro o acrópolis. También se caracterizan por su ubicación en lugares con defensas naturales y cercanos a
los ríos, (Las Cogotas, El Raso, Sanchorreja, El Berrueco y Ulaca, citando sólo algunos de los más notables).
3. En meandro. Al igual que los asentamientos en cerro o acrópolis, también se caracterizan por su ubicación en
lugares con defensas naturales y cercanos a los ríos, (Las Cogotas, El Raso, Sanchorreja, El Berrueco y Ulaca, citando
sólo algunos de los más notables).
4. En ladera. Los más conocidos son Salamanca y Ciudad Rodrigo, situados en lugares donde el río es fácilmente
vadeable.
Las defensas naturales se completan con obras artificiales de fortificación, murallas, torres, fosos y piedras
hincadas. La característica común de las murallas es la adaptación a la topografía del terreno. Están construidas con
doble paramento de piedras asentadas en seco, relleno con piedras dispuestas en capas horizontales y trabadas; la zona
superior puede rematarse con una empalizada de madera o con postes entrelazados con ramas y palos y en ocasiones
existen bastiones sobre todo en las cercanías de las puertas o en la entrada. La estructura de las puertas es de dos tipos,
en embudo caracterizado por el estrechamiento de la entrada hacia el interior y en esviaje, cuando los dos lienzos de la
muralla adoptan una posición paralela dejando un espacio libre para pasar.
En raras ocasiones la muralla se complementa con un foso y lo más habitual es el sistema
de piedras hincadas en el suelo, puntiagudas y de aristas cortantes, situadas unas junto a otras
y que llegan hasta la base de la muralla, sobre todo en las zonas de las entradas, lo que
impediría la llegada de los atacantes. La mayor parte de los castros vetones presenta este
sistema defensivo, si bien no se constata en los poblados vetones más meridionales.
La organización interna de los poblados no es una característica esencial de los castros
vetones. Las Cogotas, con una extensión de 14’5 ha., está rodeado por dos líneas de muralla
con bastiones defensivos y puertas de acceso; la primera línea rodea la acrópolis y en su
interior se sitúan las viviendas adosadas a la propia muralla, el segundo recinto, interpretado
tradicionalmente como un cercado de ganado, encierra viviendas dedicadas a tareas
artesanales, como un taller cerámico.
Ulaca consta de 60 ha, fortificadas con aparejo ciclópeo; las calles distribuyen distintas
áreas, las monumentales y las de viviendas. La zona monumental se sitúa en la parte más alta del castro y consta del
denominado “Altar de Sacrificios” y la “Fragua”; el primero es una estancia tallada en la roca asociada a una peña en
la que una doble escalera esculpida en la roca conduce a una plataforma con concavidades talladas y comunicadas
entre sí; su función religiosa se ha podido deducir gracias a la comparación con el santuario portugués de Panoias en el
que las inscripciones latinas permiten conocer los sacrificios realizados, así se sabe que las entrañas de los animales se
quemaban en las cubetas y también en ellas se vertía la sangre. La “Fragua” es una estructura rectangular que consta
de una antecámara, una cámara de planta cuadrangular con dos pequeños bancos y un horno al que se accede por una
abertura tallada en la roca en forma de arco de medio punto; esta estructura se ha relacionado tradicionalmente con un
horno de metal, si bien en la actualidad se identifica con los edificios de uso termal del noroeste peninsular.
A comienzos del s. II a.C. se producen importantes cambios en los asentamientos vetones, que se fortifican con
murallas de piedra con torres cuadradas y se organizan interiormente en barrios, talleres, mercados, santuarios, etc.,
que se conocen con el nombre de oppida. Tradicionalmente se viene estimando que estas transformaciones se
producen tras el contacto con el mundo romano; la creciente demanda de materias primas y de mano de obra por parte
de Roma intensificaría el comercio y sería el origen de los cambios citados. Sin embargo, desde el s. IV se observa en
los asentamientos vetones una intensificación de la producción de hierro, bronce, cerámica, tejidos, etc., y en las
necrópolis la presencia de elementos materiales que proceden de lugares alejados, por lo que ya antes de la llegada de
los romanos existen indicios arqueológicos de una evolución hacia economías de base urbana que la presencia romana
no hizo más que acelerar.
Característicos de los poblados de la Cuenca del Duero son los denominados basureros o cenizales, que son
acumulaciones de tierra con huesos, escorias, adobes y cerámicas ubicados en zonas cercanas a los poblados y cuya
interpretación ha dado lugar a dos hipótesis:
Desechos producidos por el establecimiento temporal de ferias y mercados, hecho que encaja perfectamente con
la economía de base fundamentalmente ganadera.
En el urbanismo vacceo se detecta una disminución de los asentamientos en el paso del Hierro I a la época que nos
ocupa, en la que se detecta una gran heterogeneidad en la
elección de los lugares de hábitat. Los poblados vacceos son
centros urbanos de cierta entidad, la trama urbana se articula con
cierta regularidad mediante calles que delinean manzanas de
casas de módulo rectangular. Aunque no se han excavado casas
completas, en la ciudad de Pintia, Valladolid se documentan
casas con varias estancias con áreas de almacenamiento y
procesado de alimentos, así como espacios artesanales; las casas
eran de adobe, tapial y madera, con cubiertas de paja y suelos de
arcilla apisonada.
Por lo que se refiere a las fortificaciones, no se puede definir un tipo común, sino que parece evidente la adaptación
de uno u otro dependiendo de las necesidades defensivas. Los dos tipos de estructura más característicos son el foso y
la muralla de piedra o de tierra y no se han hallado restos de bastiones o de torres y nunca se duplican las líneas de
muralla
6.2. Necrópolis.
Del estudio de las necrópolis vetonas se pueden extraer dos consideraciones de carácter general:
1) la existencia de áreas aisladas que corresponden a conjuntos de tumbas separadas por áreas estériles que debían
corresponder a grupos de parentesco, cuya existencia también revelan los poblados y, 2) una sociedad jerarquizada,
que se manifiesta en la diferencia de riqueza de los ajuares, cuya cúspide estaba ocupada por una élite militar.
Entre los cementerios vetones destacan los hallados en la provincia de Ávila: Las Cogotas, la necrópolis de La
Osera, correspondiente al castro de La Mesa de Miranda y El Raso de Candelera. Un segundo grupo de necrópolis
vetonas se sitúa en la zona de la Alta-Media Extremadura, del que contamos con escasas referencias. Existen una serie
de características comunes:
1) situación frente a las puertas de los poblados, a una distancia que oscila entre 150 y 300 m., 2) proximidad a los
ríos y 3) concentración de tumbas en distintos sectores que pudieran corresponder a las distintas gentilidades o linajes.
En el ritual funerario se incinera el cadáver, depositando las cenizas en hoyos excavados
en el suelo sin protección, pero en ocasiones están cubiertos con pequeños encachados
tumulares, con estelas o coberturas de lajas. La aparición en el castro de Las Cogotas de
acumulaciones de restos de cenizas, de huesos y de metal en la zona situada entre el castro y
la necrópolis permite hipotetizar la existencia de lugares comunes de cremación.
Las necrópolis no se extienden por todo el territorio vetón y en la zona + W no hay
vestigios, lo que permite pensar en la influencia de la fachada atlántica con rituales que no
dejan restos materiales como exponer el cadáver a las aves carroñeras o depositarlo en el río
El armamento recuperado en las tumbas permite la identificación de distintos tipos dentro del grupo militar, así las
sepulturas de guerreros con panoplias completas que incluyen espada, escudo, una pareja de lanzas y arreos de caballo
y otras que únicamente conservan armas de asta y que corresponden al equipo del infante ligero. Así mismo, efigl
análisis de los ajuares realizado en la necrópolis de Las Cogotas permite distinguir una serie de estamentos sociales.
Los hallazgos en la zona vaccea se reducen a cuatro o cinco necrópolis, de las cuales sólo Las Ruedas,
correspondiente a la ciudad de Pintia, ha sido objeto de un estudio arqueológico exhaustivo. El ritual funerario es el
característico del área céltica peninsular, cremación en una pira funeraria y el posterior traslado de los restos
conservados en una urna, ajuares y ofrendas, que se disponían en un hoyo cubiertos con lajas calizas y señalado, en
ocasiones, con una estela.
6.3. Escultura.
Uno de los restos arqueológicos más significativos del territorio de los vetones son los denominados verracos,
esculturas zoomorfas de piedra que representan dos especies, el toro y el cerdo, si bien
también es posible diferenciar al jabalí. Están realizadas en granito y la postura es siempre la
misma, en pie y frontal y, aunque están representados con mucho esquematismo, los rasgos
esenciales identifican la especie y el sexo con los órganos sexuales masculinos muy
marcados. Sus dimensiones son muy variadas y entre los casi cuatrocientos ejemplares
conservados existen esculturas que no rebasan el medio metro, mientras que otras alcanzan
los 2’80 m.
La cronología no puede precisarse con exactitud, ya que se han hallado aislados y carentes de un contexto
arqueológico, si bien algunas asociadas a los castros permiten establecer una fecha que oscila entre mediados del s. IV
y el s. II a.C. La zona del Valle de Amblés, con centro en la provincia de Ávila, es el lugar de arranque y
posteriormente se extenderán por el resto del territorio. A un segundo momento, contemporáneo a la implantación
romana, corresponden las esculturas de medianas dimensiones y de talla más geométrica. Las esculturas más pequeñas
están asociadas a castros ya romanizados y a la misma época pudieran pertenecer las cabezas zoomorfas.
Según las interpretaciones clásicas, la función de los verracos es la de protección de la ganadería. Ello se dedujo
tras el hallazgo a la entrada principal del segundo lienzo de muralla del castro de Las Cogotas; en otros castros se han
hallado en las puertas o en los caminos de entrada, por lo que la función apotropaica puede extenderse al conjunto del
poblado y el mismo carácter debieron tener las cabezas exentas situadas en los muros.
En época romana, el carácter sacro de estas esculturas ya ha variado y algunos ejemplares son usados como
monumentos funerarios, muy próximos por su forma a las cuppae. Pudieron realizarse con tal finalidad y también
reutilizar los antiguos añadiendo la inscripción funeraria en latín.
Nuevas teorías señalan que los verracos eran delimitadores de áreas de propiedad ya que la tierra y los pastos eran
los recursos esenciales de la clase dirigente. Con la presencia romana se produce un cambio en la organización social y
también un cambio en el sistema de propiedad, por lo que es posible que el derecho a los pastos deje de estar
relacionado con los linajes, pasando a ser una explotación individual y ello produce un cambio en el significado de la
presencia de verracos.
6.4. Cerámica.
Las producciones cerámicas del área vetona se agrupan en tres tipos: la
cerámica a peine, la cerámica a torno y la cerámica pintada.
La producción de las cerámicas a mano con decoración a peine 1ª en el
Hierro Antiguo y llega a su apogeo en los s. IV y III a.C. desapareciendo en
el s. II a.C. con la introducción paulatina de la cerámica celtibérica.
La presencia de la cerámica a torno no implica un influjo celtibérico,
sino que la nueva técnica alfarera proviene de la zona meridional, desde donde ya en los siglos VI y V a.C. llegan
producciones ibéricas y desde el s. V cerámicas grises. Las producciones a torno de factura local aparecen en el s. IV y
son recipientes lisos influenciados por las cerámicas meridionales. Las pastas son rojas y claras y las formas más
características son los recipientes globulares, ovoides y de perfil acampanado.
La cerámica pintada aparece en el tránsito entre los siglos III y II a.C. y según los datos estratigráficos se extiende
desde el este al oeste y desde la zona meridional a la septentrional. Los motivos son geométricos durante los primeros
momentos y sólo a comienzos del s. I a.C. se incorpora la figura humana y zoomorfa, como se observa en los
hallazgos de Las Cogotas, que corresponden a la última fase de vida del oppidum.
Las producciones cerámicas vacceas carecen de identidad diferencial y no se puede hablar de formas originales,
ya que casi todas se hallan en otros lugares de la Meseta y del área celtibérica, si bien existen conjuntos regionales
caracterizados por ciertos detalles como la preferencia del color negro para la decoración de las cerámicas pintadas. La
alfarería vaccea refleja el impacto celtiberizador, con cerámicas realizadas a torno decoradas con
motivos geométricos pintados, lo que implica una estandarización de las producciones que lleva
consigo la industrialización y especialización del trabajo. Esta cerámica no se considera de lujo y
existen las llamadas producciones finas, de color gris oscuro y tacto ceroso, cuyos hallazgos son realmente escasos.
Las producciones realizadas a mano son los vasos trípodes y recipientes con decoración a peine muy frecuentes en
las necrópolis y fabricados en los mismos alfares que los torneados. Los vasos trípodes, realizados a mano, son una
producción original de esta época y no hay precedentes en la I Edad del Hierro. Las copas son abundantes, con fuste
sencillo o moldurado y poco frecuentes en otras zonas meseteñas. Otras producciones cerámicas – habituales y
características de la zona, son los sonajeros, cajitas, pies votivos y canicas.
6.5. Orfebrería.
La mayoría de los hallazgos en la Meseta, son los “tesoros” conjuntos de joyas y monedas, a veces encerrados en
recipientes de cerámica o de metal, que se han ocultado intencionadamente. Para interpretar los tesoros meseteños se
plantean 2 hipótesis: pudiendo ser ofrendas votivas, debe descartarse, ya que se han hallado en poblados y no en
lugares sacros, por lo que se sería 1 ocultación provisional relacionada con situaciones críticas, tensión social o bélicas.
En algunas de las joyas de los tesoros de Arrabalde, Palencia y Padilla se han podido observar pequeños signos
incisos que pueden interpretarse como las marcas de los orfebres o bien como signos de propiedad realizados por los
dueños. El hecho de que se hayan ejecutado con cierta torpeza puede ser el indicador de que han sido fabricados por
gentes ajenas a las labores orfebres; otro argumento a favor de esta hipótesis es la escasez de ejemplares con signos y
el hecho de que ningún otro trabajo artesanal de esta época haya sido sellado por el taller de procedencia. Todo ello
induce a concluir que los signos incisos son marcas de propiedad.
Los torques son las joyas más numerosas y entre los distintos tipos aparece como mayoritario el torques sogueado
con extremos rematados en formas piriformes o simplemente con los extremos vueltos. La mayor parte de los torques
son de plata y solamente en los tesoros de Arrabalde los encontramos realizados en oro, quizás por influjo de la
orfebrería castreña del noroeste.
Las arracadas son siempre de oro, de forma fusiforme, con extremos curvados hasta casi cerrarse, si bien este
esquema simple puede enriquecerse con remates en racimo, apéndice triangular, bellota o remate en forma de
campana.
El diseño de las pulseras se reduce a un junco grueso, que a veces presenta tres abultamientos, y que están
rematadas en los extremos por cabezas esquemáticas de ofidios.
Los brazaletes espiraliformes están realizados con largas cintas de plata que pueden alcanzar los 2 m. y que se
enrollan en un número de vueltas que oscila entre 7 y 14.
Entre las características de la orfebrería meseteña hay que destacar su dependencia de la orfebrería ibérica que se
manifiesta no sólo en la preferencia por la plata, sino también en algunos tipos como los torques sogueados, los
brazaletes de cinta y las arracadas, si bien existe una reelaboración por parte de los orfebres de la zona plasmada en la
profusa decoración; existen además algunos elementos ciertamente originales como las cadenillas, los adornos para el
cabello y algunos tipos de fíbulas.
El despertar de la Arqueología Clásica española fue algo más tardío que en el resto de Europa. Aunque aún pervive
en un pequeño sector una práctica continuista de los planteamientos positivistas que cultiva el análisis per se de piezas
o edificios aislados, los intereses de la investigación han basculado hacia campos influidos por los marcos teóricos
elaborados en el campo de la Prehistoria o de la Historia Antigua. Desde finales del siglo XX se han abierto nuevas
líneas de investigación que implican visiones multidisciplinares y la aplicación de nuevas técnicas de datación y
análisis de registro.
La Arqueología Clásica se configura hoy como una disciplina histórica interesada en el conocimiento mediante su
cultura material de las sociedades que poblaron el ámbito mediterráneo o interactuaron con él entre mediados con él
entre mediados del II milenio a.C. y el siglo VII d.C. y que hace uso de un conjunto ordenado de procedimientos
aplicado a dicho objeto de estudio. El conocimiento que se obtiene debe aspirar a ser objetivo, pero no es infalible.
Destaca J. Aróstegui (2001, 332) que la propia objetividad no deja de ser una construcción. No es factible pensar en
una reconstrucción certera e inamovible de los contextos que se excavan, en cuya interpretación es difícil que no
intervenga la posición intelectual y el sedimento cultural de quien lo investiga. Algunos autores propugnan que “la
práctica de las ciencias humanas se debe basar en la realización de estudios empíricos informados por modelos
teóricos robustos” (Criado, 2013, 103). En opinión de las autoras del manual, “el conocimiento arqueológico no es un
conocimiento cerrado, por lo que es posible (y deseable) cambiar el sentido de las preguntas, reformular los
planteamientos y reinterpretar el registro y la documentación cuantas veces sea preciso”.
La Arqueología Clásica se interesa por el estudio de los paisajes rurales analizando el impacto de las diferentes
formas de ocupación y apropiación del territorio, en un afán por superar el estudio de los grandes edificios rurales de
tipo villa y centrado en áreas residenciales con acabados suntuarios. En el ámbito urbano se analiza la composición y
estructura urbanística con perspectiva ideológica, social y económica. Es una forma de desplazar el sujeto de interés
desde las élites a la población, esa “gente sin historia” que es el grueso de la población a estudiar. Tiene también gran
importancia la investigación de las actividades económicas en el territorio hispano para obtener datos sobre su papel
en la articulación económica del Imperio romano e incide en conocer las estructuras de obtención y producción de
materias primas y su transformación en bienes y productos desde el enfoque de la Arqueología de la Producción.
Se han abierto paso perspectivas transversales como la Arqueología de Género que pretenden visibilizar a las
mujeres en el contexto histórico, más allá de las feminae privilegiadas por ascendencia social y económica.
Otra de las dimensiones que más ha influido en los cambios en la disciplina es la patrimonial. El desarrollo de la
arqueología en contexto urbano ha promovido en los últimos 30 años (con la legislación sobre el Patrimonio
Histórico) la recuperación de restos de las viejas urbes que afloraban en los solares de ciudades actuales. Muchas
ciudades como Mérida, Zaragoza, Valencia, Córdoba o Cartagena entre otras han hecho de su pasado un importante
foco de atracción turística, a la par que un nodo de desarrollo económico y cultural. La recuperación de espacios y
monumentos en varias ciudades les valió su inscripción en la lista de Patrimonio Mundial. Aquí entra en juego la
Arqueología Pública, que encauza las relaciones de la Arqueología con la sociedad. La excavación y musealización de
restos monumentales en estas ciudades ha hecho de ellas un buen campo de trabajo para generar las vías de acción que
permitan implicar a la sociedad más allá del rol de mero espectador.
Desde mediados de los 90 se han alzado voces, sobre todo en Reino Unido y Países Bajos, que rechazan el empleo
de “romanización” por considerar que no constituye una herramienta conceptual útil para hablar de las
transformaciones generadas por la expansión romana. Aunque se mantiene el consenso, que no unanimidad, pero sin
connotaciones ideológicas que tiene desde el siglo XIX, como defienden autores como Greg Woolf, Simon Keay y
Nicola Terrenato. El primero se fija en aspectos militares, y los otros dos, en los políticos.
El concepto de “romanización” ha variado de significado desde el siglo XIX. Es hijo de su época y nace
enmarcado de experiencias coetáneas, como el proceso de unificación alemana (Mommsen) o el imperialismo
británico (Haverfield).
La investigación moderna está abriendo un panorama más matizado. No se entiende la romanización a la manera
tradicional, sino entendida como un proceso complejo de interacción cultural que, aunque empujado por la potencia
dominante, va resultando realidades híbridas.
La idea principal de la consideración de la romanización en la tradición historiográfica española es que la conquista
de Hispania por Roma tuvo como consecuencia el inicio de un cambio cultural básico, determinado por la imposición
progresiva de los modelos culturales, usos y costumbres romanos, y la consiguiente desaparición de las culturas
vernáculas. Proceso que se tendría por concluido a fines de la República, según se “confirma” por autores como
Estrabón sobre los turdetanos. Sin embargo, el hallazgo de grafitos ibéricos y púnicos en cerámicas de los siglos I y
II d.C., y otros testimonios muestran que las lenguas vernáculas no se olvidaron tan rápido.
Solo se entiende el éxito de la conquista si Roma dispuso de una estructura válida en la que apoyar su dominio.
Resulta imposible encerrar en un solo término toda la diversidad histórica que encierra desde los inicios del ascenso de
Roma como potencia itálica hasta la división del Imperio en 476 d.C. Por mucho que desde una óptica post moderna
se rechacen “grandes narrativas” es necesario dar nombres específicos a los fenómenos históricos y hasta el momento
no parece hacer una alternativa preferible a “romanización”.
Fuentes:
-Hispania y la “romanización”. Una metáfora. ¿Crema o menestra de verduras? Bendala Galán, M.. 2006.
-Acerca del concepto de romanización. Beltrán Llopis, F.
En suelo hispano apenas se había documentado científicamente hasta hace unas pocas décadas. Aunque sean más
difíciles de identificar sobre el terreno, los recintos militares de tierra y madera debieron ser los más habituales durante
el periodo republicano. Son estructuras de construcción mucho más sencilla, que sacrifican la comodidad de las
estructuras pétreas ante la rapidez de ejecución. En entornos boscosos o parameras, donde el subsuelo no ofrece
piedra, el barro y la madera se convierten en los materiales constructivos por excelencia, sirviendo incluso para
recintos más duraderos, como sucede en las primeras décadas de expansión imperial romana hacia las llanuras
centroeuropeas. La conservación de la madera en la península ibérica, donde predominan suelos ácidos y secos y con
escasa cobertera de tierra, ha determinado que las obras hayan desaparecido casi por completo, a diferencia de países
como Alemania o Gran Bretaña, donde la humedad y las características edafológicas las han preservado mucho mejor.
Las fosase consisten en una o dos zanjas (a veces 6) que rodeaban el perímetro externo
del campamento, cuya anchura oscilaba entre 2,5 y 6 m, y con 1,2-2,7 m de profundidad, que
podían ser en forma de “V” (fossa fastigata), simple o doble (fossa duplex), con uno de sus
lados vertical (fossa punica), e incluso con fondo plano, algo propio de campamentos de
batalla. La tierra extraída del foso se acumula en terraplenes. La arqueología revela que pueden reforzarse mediante
vigas o travesaños interiores de madera e incluso construirse paredes de madera sujetas con postes y rellenas con la
tierra de los fosos y cubiertas por tablones de madera que configuran el camino de ronda. Cuando el terreno lo permite
se emplean caespites, trozos de cobertera arcillosa de forma rectangular (tepes o tapines) extraídos de zonas
pantanosas mediante palas, que una vez secos se apilan y se recubren con arcilla, constituyendo lo que se denomina un
murus caespiticius, sobre el que crece la hierba. El acceso al camino de ronda desde el interior del campamento se
realizaba mediante escalones tallados en la cara interna del propio terraplén (ascensi). Los campamentos de tierra y
madera a veces cuentan con refuerzos defensivos de las puertas de acceso, como el titulum (sección del agger
desplazada enel exterior del frente de la puerta) o la clavivula (curvatura de un lado del agger, generalmente en el
interior del área campamental).
Estos sistemas defensivos se conocen por los campamentos altoimperiales de Gran Bretaña y el limes
centroeuropeo. Recientemente documentados, del siglo II (Chões de Alpompé, Alpiarça, La Cabañera, Ses Salines) y
del I a.C. (Villajoyosa, Andagoste) presentan este tipo de estructuras temporales. Menos habituales son los terraplenes
de tepines o tepes de arcilla natural (murus caespiticius), que se extrae de zonas pantanosas o encharcadas, poco
habituales en suelos peninsulares y documentado en Villajoyosa, que es más habitual en el periodo imperial. Se ha
documentado en el campamento tiberiano de León (León II) y Rosinos de Vidriales.
Dichos recintos republicanos construidos en materiales perecederos conviven con
otros de carácter temporal, cuyas defensas han sido realizadas total o parcialmente
en piedra, la mayoría sin fosos. Suelen incluir una técnica constructiva consistente
en dos paramentos de opus incertum de piedras de dimensiones medianas y grandes
con la cara exterior alisada y trabajada para dar cierta apariencia de regularidad, y un
relleno interior de piedra menuda y tierra, el emplecton, término muy cuestionado por
algunos especialistas. Es el caso de recintos como Aguilar de Anguita, El Pedrosillo y
los campamentos del cerco numantino, con “murallas” de 1,8-2 m de ancho por 1-
1,4 m de alto. Esto nos indicaría que estaríamos ante parapetos con altura muy
parecida a las estructuras romanas militares contemporáneas realizadas con tierra y madera, que proporcionarían
protección a la vez que visibilidad y operatividad para emplear la artillería ligera (hondas, venablos). Otro modelo en
piedra lo representan obras masivas, de unos 4 m de anchura, pero edificadas con el mismo sistema, con tirantes o
muros interiores que traban ambos paramentos. Tampoco aquí los muros defensivos pudieron alzarse mucho más de
1,40- 1,60 m de altura, inferior a los 2 m., ya que el propio muro se habría desmoronado si alcanzaba más altura al
carecer de hormigón. Los alzados se podrían haber realizado en materiales perecederos, como adobe, como en el caso
de Cáceres el Viejo y los recintos III y V de Renieblas.
Dichos modelos constructivos en piedra no se verifican en la península durante el periodo augusteo y julioclaudio,
cuando parecen imponerse de forma generalizada los recintos de madera y tierra.
En el último tercio del siglo I d.C., en los campamentos estables construidos tanto en los limites del Imperio como
en las provincias interiores con guarniciones (Tarraconense), la empalizada y la cara externa del terraplén fueron
sustituidas por una muralla, manteniendo la caída interior del agger. Suele estar realizada en piedra, con dos
paramentos careados regularizados y núcleo de hormigón. En muchas ocasiones su cara externa se pinta en blanco con
las juntas pintadas de rojo imitando sillería. El proceso de petrificación impulsó el proceso de estandarización de la
planta rectangular.
En los extremos de las principales calles del campamento se abren las puertas, 4 o 6, las más importantes de las
cuales es la meridional o porta praetoria. Todas cuentan con torres rectangulares de flanqueo, dotadas de cuerpo de
guardia. Torres intermedias con proyección hacia el terraplén interior y escasa proyección exterior se colocan a
intervalos regulares a lo largo de las defensas y en las esquinas.
Un intervallum o vía de circunvalación (via sagularis) separaba las defensas de los edificios interiores. El más
destacado son los principia o cuartel general, centro administrativo y religioso del campamento donde se
encuentran dependencias como la armería o arsenal (arma o armamentarium), la basílica, destinada alas ceremonias
militares y a la impartición de justicia por parte del comandante de la unidad o la capilla (sacellum o aedes), donde
están los signa y vexila, emblemas y estandartes de la unidad, los retratos e inscripciones imperiales, las
condecoraciones de la unidad e incluso el tesoro o caja común, controlada por el signifer, además de todas las
dependencias y archivos imprescindibles. En campamentos legionarios puede ser una construcción monumental. Al
norte de ésta, se suele situar el praetorium o residencia del comandante. Otros edificios son los horrea o graneros, con
su característico doble suelo, el valetudinarium u hospital, que se suele identificar por la abundancia de material
quirúrgico, las thermae o baños, las fabricae militares, stabula o establos, almacenes de tipo diverso, etc. El resto del
espacio se dedica a barracones de tropa (centuriae), edificios alargados con pórticos subdivididos en contubernia, para
8 hombres, la unidad menor que reposa la organización militar que convivían en 2 reducidas habitaciones (arma y
papilio).
Este modelo se verifica en Hispania por primera vez en el caso del segundo recinto de la legio VI victrix en León
(León II), edificado a principios del reinado de Tiberio, que se dotó de un agger defensivo del tipo murus caespiticius.
El primer recinto con muralla de piedra fue el construido por la legio VII gemina sobre el
anterior en torno al 74 d.C. (León III), reaprovechando sus estructuras defensivas de forma selectiva, concretamente
la caída interior del antiguo terraplén tiberiano. Las estructuras interiores siguen el mismo esquema de los recintos
legionarios de las fronteras. El modelo de León será imitado por los fuertes destinados a unidades auxiliares, como
los fuertes de A Cidadela (A Coruña), Aquae Querquennae (Bande, Ourense) y Rosinos de Vidriales II (Zamora).
-Los asentamientos civiles exteriores.
En el entorno de los campamentos, tras su estabilización, se desarrolla una población civil dependiente,
jurídicamente adscrita al campamento. La visión más aceptada es que aparecen para cumplir las necesidades de
consumo y recreo de los habitantes de los campamentos y fuertes. Según la epigrafía, la composición poblacional de
estos enclaves era muy heterogénea, desde veteranos a población desplazada del entorno, entre los que destacaban las
mujeres. La oportunidad de beneficio condicionó la paulatina y creciente llegada de comerciantes, artesanos,
familiares, concubinas y esposas de los soldados, veteranos y esclavos empleados en los hogares de estos habitantes.
Las excavaciones en las fronteras renano-danubiana y británica, nos indican la preferencia por situar las diversas
construcciones a lo largo de las vías que conducían fuera de los campamentos, cerca de las puertas principales,
buscando la cercanía de los potenciales clientes de los negocios que allí se ubicaban, donde el tránsito era más intenso.
Sommer establece una tipología de vici militares a razón de su posición y estructura.
Los vici surgidos en la vecindad de campamentos militares parecen adoptar una planimetría mucho más
estandarizada que otras aglomeraciones secundarias rurales. El urbanismo, de tendencia ortogonal, se estructura a
partir de bloques constructivos de forma rectangular, con uno de sus lados cortos alineado con la calle principal.
Stricto sensu no se trata de manzanas (insulae), ya que en los lados cortos como mucho se detectan callejones, no
siendo extraño que las construcciones se adosen unas a otras. La parte delantera, abierta hacia la calle, alojaría tiendas
o tabernae y otros negocios como thermopolia, con apartamentos en las primeras plantas y sótanos o bodegas. En la
parte trasera estaría la zona de habitación, además de talleres, almacenes de todo tipo, establos, hornos, pozos, letrinas,
jardines y zonas de laboreo. A menudo alojan un tipo de viviendas muy característico de los vici militares, conocidas
en la bibliografía como casas-corredor, caracterizadas por sus estrechas fachadas y gran profundidad,que fueron
construidas tanto en piedra como en materiales perecederos.
Una cuestión problemática es la notable confusión entre los términos canaba y vicus aplicados a asentamientos
civiles surgidos al calor de los acantamientos militares. El primero se suele interpretar como campamentos de
barracones, cabañas, tenderetes, aludiendo a su fisonomía originaria. Fue utilizado solamente en el contexto de los
campamentos legionarios, pero tampoco tuvo un uso generalizado. No se documenta en textos clásicos y solo aparece
en evidencias epigráficas de algunos asentamientos concretos, por lo que tal vez perteneciera al lenguaje coloquial.
Donde mejor se atestigua es en las provincias danubianas. Vicus se utiliza para referirse a las aglomeraciones civiles
situadas en torno a los fuertes a los fuertes auxiliarescomo a los establecimientos surgidos al otro lado de los fosos de
campamentos legionarios. A veces se establece un doble asentamiento de carácter civil, uno surgido junto al otro lado
de losfosos campamentales y un segundo vicus surgido un par de kilómetros más allá.
Aunque hay evidencias aisladas en algunos campamentos legionarios altoimperiales hispanos, es León donde
mejor se constata esta realidad arqueológica. Vinculados a este campamento seconstatan dos asentamientos civiles,
uno junto a los propios fosos, muy poco conocido y un segundo vicus a 2,2 km junto al actual barrio de Puente Castro.
Los teatros provinciales son los edificios que mejor asumen la preponderancia que el nuevo urbanismo de la Roma
augustea confiere a los edificios públicos. Su presencia no es sólo como lugar de juegos. Son edificios de una
semántica muy acentuada, mayor que el circo y el anfiteatro, normalmente éstos desplazados del centro de las
ciudades.
Los teatros, situados normalmente en el corazón del casco histórico de las ciudades, vertebran y condicionan con el
símbolo de su presencia el paisaje urbano. Su edificación es fruto de un mecenas que se acerca así con magnificencia a
la clase dirigente. (Los teatros en Roma, los construyen los emperadores o los hombres de Estado, el primer teatro lo
construyó Pompeyo y luego otro Augusto). Su tipología y estructura, con la población ordenada en el teatro, significa
actuar legalmente y ser socialmente como “romanos”. En la antigüedad no existe el concepto de fiesta u ocio, como
tales, Así la actividad del teatro forma parte de una liturgia urbana sumamente intensa.
La presencia de capillas de culto en los teatros y la disposición de estatuas de la casa imperial en el frente escénico,
conectan estos edificios con los viejos dioses del panteón clásico y con los nuevos, los que viven en Roma, los
Césares.
En Hispania los teatros más importantes son los de las capitales provinciales, junto con el de Cartagena y Cádiz. A
los de la capital es donde acudía el gobernador de la provincia, así con él simbólicamente al de Córdoba acudía el
mismo Senado romano. Para el de Mérida y Tarragona el mismo emperador a través de su Legado.
El teatro de Colonia Patricia (15a.c.-5d.c.) fue el mayor de Hispania porque Córdoba fue la ciudad de mayor
riqueza de todo el Occidente. Con 125metros de diámetro y 32 de altura, fue el primero, siguiendo el esquema
arquitectónico de los teatros de Roma, con la mayor parte de su estructura construida sobre bóvedas, en este caso de
opus quadratum y plena permeabilidad funcional. La sociedad bética tenía su sitio preciso en este teatro, que debe ser
considerado como el de toda la provincia. El graderío era marmóreo por completo (asemejándose así al theatrum
marmoreo de Roma). Contó además con un programa iconográfico único que efigiaba a todas las naciones y gentes
del imperio. Los teatros son los + incomparables signos de “romanidad”.
La adhesión de las ciudades, sobre todo de sus clases dirigentes, a los valores cívicos y urbanos emanados de la
nueva Roma del princeps se comprueba en Italica. De época augustea la primera fase, 4 próceres locales, detentores
del culto al emperador Augusto pagaron las distintas partes que componen el teatro. Este teatro creció tres veces más
con el tiempo.
Un caso excepcional de permiso directo del emperador, con la participación directa de talleres marmóreos de Roma
es el teatro romano de Cádiz (20-10a.c.). Balbo el menor, a la vez que construyó el tercer teatro del Campo de Marte
en honor al Princeps, erigió otro en el punto triunfal más occidental, donde acababa la Via Augusta. El Finis Terrae.
Tipológicamente aunque la cavea resulta apegada a la ladera natural, incorpora, por primera vez como el de
Córdoba, el ambulacrum intermedio reservado al acceso de la orchestra de las clases dirigentes y puesto en práctica,
apenas pocos años antes, unicamente en el teatro de Marcelo en Roma.
El teatro romano de Mérida, junto con el de Cartagena, es quizás el más investigado de Hispania. El teatro
romano de Mérida es la estampa más impactante en España de la majestuosidad de estos edificios . Construido por
Agripa, hacia el 12 a.c., su frente escénico fue remodelado completamente en época de Domiciano o Trajano
conforme a dos órdenes superpuestos en altura profusamente decorados con mármoles de exquisitas proveniencias. Su
sacrarium, de culto imperial está situado en el pleno centro inferior del graderío. Se trató de un espacio con tendencia
rectangular reservado para sillas vacías de mármol, asientos dedicados a la familia imperial Julio- Claudia que
testimonian la presencia de y omniscencia de la casa imperial en estos edificios a ellos tan asimilados.
Cartagena también tuvo un teatro excepcional como corresponde a la ciudad más rica de la Tarraconense.
Construido hacía el año 4d.c., los dedicantes son los hijos de Agripa. Esto quiere decir que en este pacto de
convivencia entre élites locales y clase dirigente, no hay mayor honor que tener a la casa imperial como tutelar en la
edificación. La estructura de su escenario es conforme a 3 exedras semicirculares de fondo recto. Una arquitectura
mixtilinea rica en formas, que Roma solo incorporará en el s.III en el Septizodium y que claramente sugiere la
presencia de arquitectos de vanguardia.
Tarragona es un caso singular. En teatro que,en su fase inicial (final de época de Augusto). Tardío en respecto al
resto de capitales y ciudades de menor rango, se apoya en una ladera para disponer en tamaño mediano en cuanto
amplitud. Su escenario repite el esquema del teatro de Cartagena. Sobre todo este teatro tienen un formidable
programa estatutario de adhesión marmórea por encima de la materia y la arquitectura, lo que más importaba era el
telón marmóreo de la escena con la presencia repetitiva e incansable de la familia y la majestad del emperador.
Anfiteatros romanos de Hispania
Los anfiteatros arquitectónicamente conocidos e investigados en Hispania son:
- Baetica: Astigi, Carmo, Contributa Iulia, Corduba, Italica y Torreparodones.
- Lusitania: Emerita, Capera, Evora, Conimbriga y Bobadela.
- Tarraconense: Carthago Nova, Emporiae, Legia, Segobriga, Tarraco y Vergis.
Los anfiteatros son cosa de romanos. En principio en Roma y las ciudades de época repúblicana los combates de
desarrollaban en el foro, en pleno corazón de la urbe. No había temor a actos tan cruentos ni inseguridad. Poco a poco
desde época de Augusto, en adelante, cuando las ciudades ganan o privilegian la seguridad y el civismo estas
actividades se van expulsando hacia el extrarradio o directamente fuera de la ciudad.
En Hispania las 3 capitales contaron con anfiteatro, quizás el más imponente arquitectónicamente sea el de Itálica.
Mérida cuenta con 1 anfiteatro testimoniado epigraficamente desde el año 8 o 9 a.c. Sin embargo el actual es de
finales de siglo I, seguramente Mérida debió tener un anfiteatro más pequeño en época de Augusto, fundamentalmente
en madera, que se engrandeció enormemente a partir de que el Coliseo marcase el desarrollo edilicio más fecundo de
esta tipología.
Tarragona ofrece un teatro extramuros, construido sobre bóvedas, cuenta con la inscripción más larga del imperio q
testimonia su reforma del año 221 d.c. Y es el mejor ejemplo para comprender la ocupación de estos edificios por
parte de iglesias martiriales a partir del triunfo del Cristianismo. En su arena se situó la iglesia del s.VI que
conmemoraba el martirio de San Fructuoso, que todavía hoy puede apreciarse.
Córdoba ofrece seguramente el anfiteatro más antiguo de las capitales, fechado a finales de época julio-claudia y
por ello menos evolucionado arquitectónicamente.
Otro de los anfiteatros más antiguos y seguramente el más interesante es el de Carmona. Se ha demostrado su
apego al de Pompeya construido por Sila en el 80a.c. 1 edificio apegado a la ladera sin permeabilidad, que es un buen
ejemplo de cómo a la Bética llegan corrientes antes.
Itálica ofrece el mayor y más imponente anfiteatro de Hispania. Construido enteramente sobre bóvedas de opus
caementicium, su organización interna es simplemente perfecta. Cada espectador accede a donde deba, sin mezclarse
con quien no le esta permitido. Todo ello demuestra la enorme capacidad financiera de la ciudad más rica de Hispania
en el siglo II d.c. Promocionada por las élites cercanas a Trajano y a Adriano.
No sólo hubo anfiteatros en las grandes ciudades, también en localidades + pequeñas. Entre ellas Ampurias, que
tuvo un tamaño muy reducido y una estructura pétrea muy frágil que demuestra que, casos como el de Itálica son
financieramente excepcionales. En el resto de ciudades y capitales de conventus debemos pensar en la existencia de
estructuras aún más efímeras donde celbrar los juegos preferidos de los romanos: los cruentos.
Circos romanos de Hispania.
Los circos romanos arquitectónicamente conocidos e investigados son:
- Baetica: Carteia y Corduba.
- Lusitania: Emerita y Mirobriga
- Tarraconense: Calagurris, Tarraco, Toletum, Saguntum, Segobriga y Valentia.
Los circos son los mayores edificios para espectáculos de la Antigüedad. Herederos de los hipódromos griegos, por
su tamaño cuentan con el handicap de tener que disponer de un enorme terreno libre, mayor a 300 metros lineales para
las carreras de cuádrigas y bigas, por eso se explica que haya menos que teatros y anfiteatros.
En principio éstos pueden ser sólo una simple explanada fuera de las ciudades en las que realizar carreras de carros
o juegos de caza, y luego con el tiempo ir incorporando un graderío pétreo paulatinamente. Al igual que los teatros
estos edificios tienen un componente simbólico muy acentuado por lo que significan las carreras de carros, asimiladas
con el tiempo a los ciclos de los cultivos y las deidades, que como Apolo, protegían estas actividades.
De los circos romanos de Hispania destaca el de Tarragona, que es quizás el mejor ejemplo hispano de integración
de una enorme estructura arquitectónica en el tejido histórico de una ciudad superpuesta actual. Construido a fines del
s. I, tiene la peculiaridad de estar en el interior amurallado, de ahí que tenga sólo unos 325 metros de longitud, de los
cuales son disponibles para la arena 290. Se construyó sobre bóvedas de opus camenticium suturando la parte alta y
baja de la ciudad. Es decir, la fundación miltar del siglo II ac de la parte superior que acogerá el complejo al culto
provincial dedicado al emperador después en el siglo I d.c y la verdadera ciudad de Tarraco, más abajo. Ese límite
entre la vieja ciudad y el santuario imperial superior quedaría así engrandecido y ampliado, para que, el santuario de
culto imperial acabase quedando englobado dentro del mismo, ya que ningún templo dedicado al emperador puede
existir fuera del límite sacro del límite sacro de la ciudad.
El más canónico de todos sería el circo de Mérida. Los circos parecen hoy más del gusto de la Tarraconense, donde
se ha testimoniado un mayor número de ellos.
Terminología arquitectónica básica de los edificios de espectáculo.
Aditiae / Aditus: accesos comunes a los edificios de espectáculo. Los pasillos laterales de acceso directo a la
orchestra se llaman Aditus maximus.
Ambulacrum / Ambulacrae: corredor semicircular abovedado de distribución de los espectadores.
Arena: Lugar de lucha en el anfiteatro y pista para las carreras de caballos en el circo.
Auleaum / Aulaea: telón que da inicio a la representación en el teatro.
Balseus / Baltei: petril pétreo de separación de espectadores.
Basilical / Basilicae: salas extremas del cuerpo escénico de un teatro para el cobijo de espectadores o accesos a
los distintos sectores de altura del graderío.
Carser / Carceres: espacios (boxes) de salida de los caballos en las carreras del circo.
Cavea / Caveae (irna/media/suma cavea) gradería completo o parte baja, media o alta del graderío.
Pasillos radiales: Espacios normalmente abovedados de circulación radial en teatros y anfiteatros.
Cuneus / Cunei: cuñas en las que se divide transversalmente el graderío.
Fossa Bestiaria: infraestructura para el cobijo de las jaulas de las fieras situada bajo la arena en algunos
anfiteatros.
Frons pulpiti / Fronstes pulpiti: sector frontal del entarimado (lugar de actuación de un teatro romano)
Frons scaenel frontes scaneae: sector frontal del edificio escénico de un teatro romano.
Hypascaenium / Hyposcaenia: infraestructura situada bajo el pulpitum proscenium de un teatro romano destinada
a las maniobras relacionadas con los telones escénicos.
Maeniamum / Maeniana: maeniamum imum, médium o summum, es una terminología arqueológica simirar a irma
cavea, media cavea o suma cavea.
Muro escénico: soporte pétro estructural de scanae frons.
Parascenium / Parascaenia: espacios laterales al edificio escénico destinados a cobijar escaleras de subida a sus
distintos niveles de altura. También permiten acceso a los tribunales en los teatros.
Podium: muro que separa la cavea de la arena en anfiteatros y circos. Puede ser también el zócalo que sostiene la
scanae frons en el teatro.
Porta Libitinaria: puerta de salida de los luchadores muertos en el combate en un anfiteatro.
Porta Triumphalis: puerta de acceso de la procesión en la inauguración de los juegos en un teatro y de salida de los
vencedores.
Porticus in suma cavea: pórtico colummnado situado en el sector superior del graderío de un teatro.
Porticus post scaenum: pórtico columnado situado detrás de edificio escénico.
Postscaenium /Postcaenia: parte interior trasera a la scanae frons, parte del edificio escénico destinada a albergar a
los actores y tramoya de las representaciones.
Praecinctio / Praecintiones: pasillos de distribución exteriores del graderío que separan sus distintas alturas. ´
Proscaenium / Proscaenia: entarimado propiamente dicho.
Pluvinar: Pluvinaria: templo o lugar destinado a ls presidencia en el circo o el anfiteatro.
Scallum / Scallae: templo o capilla situado en el interior de la cavea de un anfiteatro o en la parte superior de la
cavea de un teatro.
Spina: construcción dorsal en la pista del circo que lo divide en dos ante la que longitudinalmente corren los
carros.
Subtrucciones: espacios abovedados que soportan el graderío de los edificios de espectáculos.
Tornavoz: techo de madera situado encima del escenario de un teatro que permite la difusión correcta de la voz
de los actores.
Tribunal / Tribunalia: lugar reservado a las autoridades y patrocinadores de las representaciones escénicas,
anfiteatros o circenses.
Valva regia: puerta central de la escena de un teatro.
Valvae hospitalis: puertas laterales de la escena.
Velum / Vela: toldo que a veces cubre el graderío de teatros y anfiteatros.
Versura / Versurae: puertas de comunicaciones entre las basilicae y el proscaenium en el
teatro.
Vomitorium / Vomitoria: acceso al exterior del graderío.
TERMAS PÚBLICAS Y BAÑOS PRIVADOS
Las termas públicas en el mundo romano
Los edificios termales son los restos constructivos más habituales en cualquier núcleo poblacional en los territorios
romanos. Ya sean grandes termas públicas (construidas principalmente a partir de la época imperial), modestos
baños de barrio, termas privadas abiertas al público, termas asociadas a sedes colegiales o balnea de ámbito
doméstico presentes tanto en residencias urbanas como en villae.
Aunque el hábito del baño ya se dio en el mundo griego fue en el ámbito romano donde se desarrollo plenamente,
convirtiéndose en una actividad diaria. Las termas así tienen su origen en el mundo griego donde el hábito de bañarse
se desarrollo en edificios integrados en los gymnasion. También estaban los balnearia, baños públicos integrados en
santuarios y otros edificios urbanos. El baño griego no requirió complejas instalaciones, dado su carácter higiénico.
En Roma aunaron en un mismo edificio las necesidades higiénicas que se venían llevando a cabo en los balaneia
griegos y en las lavatrinae itálicas con las necesidades terapéuticas desarrolladas en instalaciones denominadas
calidaria o sudatoria. La unión de ambas funciones, la higiénica y la terapéutica en un único edificio constituye el
germen de las instalaciones termales propiamente dichas que recibieron el nombre de Thermae y Balnea, vocablos que
serán empleados indistintamente para estos complejos balnearios, si bien la historiografía moderna viene aceptando la
utilización del termino Therma para aquellos edificios públicos con palestra.
El hábito del baño en público se convirtió en actividad diaria y se realizaba principalmente al finalizar la jornada
diaria antes de la cena. Las termas adquirieron así un papel muy destacado en la vida cotidiana y son un símbolo de
vida a la romana, convirtiéndose en uno de los principales escenarios de reunión y encuentro social. Este destacado
papel hizo que la construcción de termas, su restauración, ampliación,... se convirtieran en elemento privilegiado de
propaganda política.
Las termas públicas en Hispania: origen y desarrollo del fenómeno balneario.
En Hispania los últimos 20 años han supuesto un gran vuelco en el conocimiento de las instalaciones termales,
siendo actualmente uno de los territorios en el que mejor se conoce el surgimiento y evolución del fenómeno, tanto de
ámbito público, como privado.
En el caso de las termas públicas hispanas se reconoce la existencia de dos grandes generaciones que obedecieron a
tipologías arquitectónicas concretas. La más antigua surgió ya en época tardorepublicana, a mediados del siglo II a.c y
a ella se vinculan un número considerable de edificios situados principalmente en levante y valle del Ebro que
confirman la precocidad hispana en la implantación del fenómeno balneario en el Occidente romano. A este grupo
precoz pertenecen los edificios de Segobriga, Azaila, Arcobriga, Baetulo, Emporiae, Valentia, Ca L´Arnau (Cabrera
de Mar, Barcelona) y La Cabañeta (Burgo de Ebro, Zaragoza), que constituyen el grupo de termas republicanas más
destacado del Mediterráneo occidental.
Todas ellas presentan rasgos comunes que fueron sistematizados por J.Mª Nolla en un trabajo en el año 2.000. Se
trata de complejos situados desde época fundacional en zonas privilegiadas de las tramas urbanas. De pequeño tamaño
y caracterizados por la austeridad en los acabados. La presencia de bancos exentos de obra y su simplicidad en su
concepción planimétrica en la que destaca su ausencia de frigidarium y el predeominio espacial del caldarium que
carece aún de sistema de calefacción mediante hypocastoum.
A partir de época augustea surgió una nueva tipología termal (denominado modelo campano o de planta lineal) que
se generalizó en toda Hispania a partir de época flavia y que incorporaba ya calefacción artificial (hypocastum y
concameratio) además de frigidarium que era la última sala en la que el bañista terminaba su circuito.
Este modelo campano se incorporó tímidamente a Hispania durante los últimos años del siglo I a.c y los primeros
del I d.c para generalizarse en el 2ª mitad de esta centuria. Se trata de un modelo lineal en el que las principales salas
balnearias que conforman el itinerario básico (apodyterium, frigidarium, tepidaria, sudatio, caldarium) se suceden en
un eje longitudinal que, con todas sus variantes en función de la localización de las estancias (lineal angular, lineal
paralelo) constituye el modelo planimétrico más difundido en Hispania.
Previa a esta generalización es la presencia temprana de este modelo en algunos puntos de la península com
Carthago Nova, donde a principios del siglo I d.c se erigieron dos complejos termales que incorporaban no solo los
nuevos modelos arquitectónicos materializados en edificios de grandes dimensiones, sino las más avanzadas
soluciones técnicas en control y regulación del calor.
Ya en fechas más avanzadas del siglo I otros complejos como Baelo, Segobriga o las termas flavias de Lucentum,
que siguieron el modelo más simple, las termas de Los Bañales (Uncastillo, Zaragoza), Ilerda, Bilbilis que se
adaptaron a planes angulares o las termas de Gijón que en su primera fase siguió el modelo lineal paralelo.
La monumentalidad edilicia hispana se configura según el modelo campano por ½ de planes semisimétricos con
itinerarios duplicados a los que se acogieron los complejos de Conimbriga, Mirobriga, Edeta o Carteia.
Después del siglo II d.c apenas se constata la construcción de nuevas termas públicas en Hispania, siendo una
excepción las del puerto de Tarraco,del siglo III d.c. Siendo habitual las reformas y modificaciones.
El número de edificios públicos conocidos hoy en Hispania supera los 200. Éstas se colocaban en las zonas
centrales de las ciudades, habitualmente en las zonas forenses pero también en áreas periféricas e incluso suburbanas
que, en ciudades costeras ocupaban barrios portuarios. La ciudad de Emerita Augusta constituye el escenario más
privilegiado en el que analizar el fenómeno balneario en Hispania dado el gran volumen de información hoy
disponible sobre sus numerosas instalaciones balnearias públicas.
Las excavaciones e investigaciones más recientes nos permiten conocer nuevos datos, por ejemplo la proliferación
de palestras presentes incluso en edificios termales de dimensiones modestas, también de pequeños restaurantes en
ellos que poder almorzar.
En cuanto a la fuente de abastecimiento se sabe que al margen de la existencia de acueductos y ramales
construidos, también se conoce el aprovechamiento del agua de nivel freático, así como la existencia de sistemas de
pozo, noria y cisterna para hacerlo posible.
Las termas en el ámbito doméstico. El origen
Entre los edificios termales se encuentran también aquellos de carácter doméstico que la historiografía moderna ha
acordado denominar balneum/a, edificios inscritos en el ámbito de las casas urbanas y residencias rurales. Al igual
que ocurre con los públicos la investigación llevada a cabo en los últimos años permite tener un gran conocimiento de
ellos de modo que podemos afirmar que Hispania es el territorio romano del que más información existe hoy en día
con casi un millar de edificios analizados.
En el ámbito doméstico, la presencia de instalaciones termales está bien atestiguada desde fines del sigloI a.c.
Como en el ámbito público, el germen se encuentra en los lavatrinae de finalidad higiénica en los calidaria y
sudatoria de carácter terapéutico.
Los primeros ejemplos del balneum doméstico están presentes en Hispania en contextos domésticos
tardorepublicanos de la segunda mitad del siglo I a.c. Entre ellos podemos destacar el balneum de la DomusI de la
InsulaI de Bilibilis, un pequeño balneum de apenas 10m2 situado en una parte privada de la domus y formado por un
único ambiente separado, mediante un tabicado interior en tres espacios: un pequeño vestíbulo, un caldarium con
bañera y pila y una pequeña letrina. También en el ámbito rural atestiguamos la presencia de balnea desde finales de
siglo I a.c como evidencia entre otros el ejemplo de la villa tarraconense de el Vilarenc formado por dos espacios
termales apodyterium frigidarium y caldarium con alveus, dotado de hypocaustum alimentado desde un praefurnium.
Como en la península itálica, durante las primeras décadas del siglo I d.c quedo configurado el banleum
doméstico en Hispania donde asistimos a la generalización del fenómeno balneario en ambientes privados,
alcanzando toda la península durante el siglo II. A partir de entonces el balneum doméstico sigue 1 modelo
arquitectónico básico presidido de manera generalizada por la simplicidad planimétrica formado, al menos, por un
frigidarium, que también pudo cumplir la función de apodyterium, un tempidarium y un caldarium, salas esenciales
para asegurar el desarrollo de un completo recorrido del balneario, si bien existieron monumentales termas que
emularon a los complejos recorridos de algunas instalaciones públicas. Ejemplos: villa de Els Munts (Altafulla,
Tarragona).
A pesar de esta simplicidad planimétrica que preside la construcción de la mayor parte de los balnea, en función
del número de estancias y de su disposición en el edificio es posible reconocer, además del plan líneal más simple,
también planes lineales angulares y paralelos, así como edificios más complejos que se adaptan a modelos
semisimétricos que permitían hacer recorridos más variados como el magnífico balnea de la villae de Herrera (Sevilla)
.
Durante las dos primeras centurias de la Era, en el ámbito rural, los balnea, formaron parte esencial de las villae,
mientras que en el mundo urbano, solo las más ricas residencias pudieron incorporar salas termales.
En cuanto a la localización de los balnea en la domus,existieron termas integradas en la vivienda y termas que se
construyeron como edificios independientes. También aquí encontramos diferencias con las balnea urbanas y rurales.
Las termas de las domus urbanas estuvieron siempre integradas en la vivienda. La mayor parte de instalaciones fueron
incorporadas a viviendas ya existentes. Mientras que en las termas de las domus rurales es variada la localización de
éstas en la domus. En su mayoría aparecen junto a uno de los corredores del peristilo principal de la casa. Ejemplo:
domus del del Bisbe Caçador (Barcelona). Menos frecuente también se ha atestiguado a los balnea en patios
interiores, configurándose como espacios más independientes de la vivienda. Ejemplo: Casa de Cantaber de
Conimbriga. También de manera independiente a la casa, pero nunca evidenciado en el mundo urbano intramunario.
Ejemplos: villae de Murias de Beloño (Gijón) o la finca El Secretario (Fungirola).
A partir del siglo III d.c se observa tanto en las villae como en las domus urbanas una tendencia a la
monumentalidad y enriquecimiento de las termas que se convierten en uno de los espacios más relevantes de la casa
aristocrática. Evidencia de ello son las transformaciones a las que se sometieron algunas domus para poder incorporar
salas termales, antes ausentes, circunstancia muy habitual en en el mundo urbano a partir de mediados de siglo III
D.C. Ejemplo: La casa de los mármoles de Emerita Augusta , erigida en el siglo II d.c, el balneum se incorporó a la
residencia a inicios del siglo IV d.c Para ello hubo que inutilizar una tavernae que había a la entrada de la casa y que
fue reconvertida en balneum. Este fenómeno de privatización de espacios públicos para la construcción de termas
domésticas fue muy frecuente en los siglos III y IV d.c.
Otra característica de los complejos termales domésticos hispanos son las transformaciones atestiguadas en sus
frigidaria. Esta sala fue la última en incorporarse a las instalaciones termales. A partir del siglo III d.c., tanto en el
ámbito urbano como rural observamos una tendencia hacia la monumentalización del sector frío de las termas
domésticas: apodyterium y frigidarium principalmente. Esto supuso un desequilibrio planimétrico del sector frío
respecto a las salas calientes, convirtiéndose las primeras en privilegiados espacios de reunión para las élites.
Como lugar de encuentro entre el dominus con sus clientes e invitados las termas adquirieron un papel destacado
como escenario privilegiado para el desarrollo de las relaciones sociales de la élite tardorromana.
Si bien en Hispania fue el siglo IV d.c el momento de mayor esplendor para la arquitectura termal doméstica, con
edificios tan destacados como el balneum de las villae de La Olmeda y Quintanilla de la Cueza (Palencia) o Veranes
(Gijón), durante esta centuria se generalizó también el fenómeno del abandono y reutilización de muchos balnea que
definitivamente dejaron de estar en uso a partir de mediados del siglo Vd.c., con algunas contadas excepciones que
continuaron en uso e incluso fueron construidas en los siglo VI y VII (ejemplos: palacio del puerto de Tarraco, palacio
episcopal de Barcino). Esta circunstancia pone de manifiesto el inicio del lento proceso que conducirá a partir de
mediados del siglo V d.c hacia el final del mundo romano y el inicio de un nuevo sistema en el que el disfrute de
servicios termales dejó de tener un papel esencial en la vida cotidiana.
LAS OBRAS HIDRÁULICAS EN EL ÁMBITO URBANO.
El modo de vida romano exigía un abastecimiento de agua continuo y estable a lo largo de todo el año para
satisfacer, además del consumo humano directo, las necesidades generadas por los baños, talleres artesanales,
innumerables fuentes diseminadas por las ciudades o actividades como la minería y la agricultura. Buena muestra es la
existencia de diferentes sistemas de abastecimiento y almacenamiento de agua, desde los pozos hasta los acueductos,
pasando por las cisternas, presas, azudes y pozos. La investigación y los textos antiguos se centran especialmente en
los acueductos, y un poco en la legislación sobre la gestión del agua.
El primer acueducto hispano en contar con un estudio moderno es el de Almuñécar, analizado por Fernández
Casado en un artículo publicado en Archivo Español de Arqueología (1949). En 1972 publicó la primera monografía
sobre los acueductos romanos de la península (Acueductos romanos en España), una recopilación de trabajos
independientes sobre los acueductos de Tarragona, Mérida, Sevilla, Itálica, Almuñécar, Granada, Baelo Claudia,
Cádiz, Toledo, Barcelona, Alcanadre, Pineda, Sadaba, Chelva y Valencia de Alcántara. Este trabajo propiciaría
numerosos estudios monográficos en las décadas siguientes.
Al interior llegaban las aguas residuales. Los días de lluvia la evacuación de la escorrentía superficial se veía
favorecida por la sección ligeramente alomada que generalmente tenían las calles romanas. Allí era evacuada a
través de sumideros, que daban origen a canales que bajo la vía llegaban a la cloaca central. Si había pórticos
peatonales, el agua de las techumbres era recogida en canalones colocados bajo los aleros de los tejados y era
conducida mediante bajantes verticales que vertían directamente en los sumideros.
En los inmuebles aledaños existía una red integrada por diferentes canalizaciones que tendían a unificar su
recorrido buscando las salidas topográficamente más favorables hacia las cloacas. Estos conductos presentan gran
diversidad morfológica, pudiendo estar construidos con en ladrillos, mampostería, mortero de cal, etc., con o sin
cubiertas planas, a dos aguas, abovedadas o ser tuberías de cerámica.
El periodo de vigencia de redes públicas de saneamiento está condicionado por la evolución histórica de cada
núcleo urbano. En Lucentum el alcantarillado quedó colmatado entre finales del siglo I y principios del II, síntoma de
un temprano declive urbano que desembocó en un abandono definitivo de la ciudad en el siglo III. Otros, como Baelo
Claudia, Carmo, Carthago Nova y Emporiae, la inutilización fue a mitad de la segunda mitad del siglo II. Entre los
siglos III y V se generalizó este proceso, consecuencia, por un lado, de la falta de mantenimiento que provoca la
colmatación progresiva, y por otro de la pérdida o reducción del flujo de agua suministrada por los acueductos, que
también quedaron inactivos a lo largo de este período, dificultando la limpieza de las propias cloacas. El deterioro fue
un proceso gradual, mientras que determinados tramos fueron quedando inutilizados por el derrumbe de su estructura
o la acumulación de sedimentos, otros continuaron operativos, a pesar de la falta de mantenimiento.
En momentos de revitalización urbana en el siglo IV o el VI se instalaron otras conducciones de desagüe asociadas
a nuevos edificios o se recuperaron algunas antiguas cloacas vaciándolas de sedimentos y sustituyendo sus cubiertas.
Estas reformas y las nuevas canalizaciones construidas en época tardía se caracterizan por el empleo de materiales
reutilizados, incluyendo piezas de mármol recuperadas de edificios en ruinas.
Algunos tramos se siguieron aprovechando en época islámica en ciudades como Astigi, Augusta Emerita, Corduba
y Olisipo; llegando incluso al presente, como en Asido Caesarina, Asturica Augusta, Pax Iulia o Tarraco.
-La evacuación de desechos fisiológicos: letrinas y pozos negros.
Las civilizaciones antiguas tenían letrinas, aunque fue en la roma imperial cuando
alcanzan + profusión y desarrollo arquitectónico, sobre todo las de uso comunitario.
Reciben el nombre de latrina, aunque había sinónimos como secessus (excusado,
privado) o sella (silla) para aludir a los retretes privados o forica para referirse a las
grandes instalaciones de uso colectivo. Estas letrinas públicas se situaban en las calles
principales o junto a los edificios con gran afluencia de personas, como foros, edificios
de espectáculos, sedes colegiales, etc. Augusta Emerita, tiene un ejemplo con un grupo de tres letrinas en torno al
conjunto monumental formado por el teatro y anfiteatro. También era frecuente ubicarlas dentro de las termas
públicas, para aprovechar el agua sobrante de bañeras y piscinas, como en las termas de Capera, Carteia, Clunia,
Conimbriga, Emporiae, Lancia, Mirobriga y Tongobriga. En las termas republicanas de Valentia (s II a.C.) se
identifica una pequeña letrina que formaba parte del equipamiento original.
Las letrinas públicas eran salas comunitarias que podían ser utilizadas por unos pocos individuos o por varias
decenas de personas, que se colocaban sobre un banco de piedra, mármol o madera, que discurría junto a uno o varios
lados de la sala y que se encontraba perforado por una serie de orificios circulares en los que se sentaban. Bajo el
banco un profundo canal se encargada de recoger los excrementos y conducirlos hacia las cloacas urbanas más
próximas. Para su correcto funcionamiento era necesaria una cierta cantidad de agua, si no de forma continua, sí
periódica, para impedir acumulaciones. Por delante del banco, a los pies de los usuarios, había una estrecha canaleta
que proporcionaba agua limpia para aclarar las escobillas de fibra vegetal utilizadas en el aseo personal.
Las foricae hispanorromanas suelen tener un diseño sencillo, con plantas de tendencia cuadrangular o rectangular,
con calidad de materiales variable. Hay letrinas de cierta monumentalidad, provistas de columnatas interiores, como
las traseras del teatro de Augusta Emerita.
En los espacios domésticos, las excavaciones en Pompeya, Herculano y otros
lugares bien conservados indican lo habitual de estas instalaciones en las viviendas
romanas. La mayoría eran pequeños habitáculos, para uso individual, en los que no se
requería la utilización de agua corriente. Consistían en un simple orificio abierto en el
pavimento sobre el que se colocaba el asiento, teniendo que verter un cubo de agua
para mover los excrementos hacia el canal subyacente, dirigido bien hacia la cloaca
más próxima o a un pozo negro. La localización de estas salas era variable, pero en
Pompeya y Herculano están mayoritariamente asociadas a la cocina, tal vez para
facilitar la eliminación del agua sucia y los desperdicios generados en la preparación de comida.
En Hispania sorprende la escasez de letrinas domésticas, que puede deberse a un problema de visibilidad
arqueológica, dadas las escasas evidencias estructurales. Algunos de los casos propuestos, como en la Domus I de
Bilbilis o en la Domus de la Fortuna en Carthago Nova, responden al modelo de habitación de muy reducidas
dimensiones, para uso unipersonal, cuya operatividad no requería el empleo de agua corriente. También se conocen
letrinas más espaciosas y suntuosas, con un diseño y funcionamiento similar al de las foricae. En la Casa de Cantaber
o de la Casa dos Repuxos, dos lujosas mansiones de Conimbriga conectadas al servicio público de suministro hídrico
y en las que el uso copioso del agua en jardines, estanques, fuentes, baños y letrinas se convirtió en un claro símbolo
de riqueza y estatus; y en la Casa de la Exedra (Italica) se conserva un pavimento de tema nilótico en una letrina.
Una alternativa a las letrinas eran los pozos negros (o ciegos), utilizados en ciudades sin un sistema desarrollado
de cloacas. Son perforaciones en el terreno asociadas a un retrete que puede estar instalado directamente encima, o
en proximidad (habitualmente conectado a través de un canal). Su mejor funcionamiento se da en terrenos permeables
que facilitan la absorción de la parte líquida y retrasan las obligatorias tareas de limpieza y vaciado de estas cavidades.
Los mejores ejemplos se encuentran en las domus de Pompeya que contaban con estos pozos en jardines o junto a
alguna de las paredes de la vivienda.
Es muy escasa la información publicada sobre esto para las ciudades hispanorromanas, salvo en época
tardoantigua, cuando aparecen pozos negros en Carthago Nova y Tarraco, en una fase en que las redes de
saneamiento romanas ya estaban desactivadas. En otras ciudades como Astigi, Augusta Emerita y Caesaraugusta no
aparecerán hasta época islámica.
En torno a los residuos fisiológicos se creó una verdadera economía de los excrementos que sacaba provecho. La
materia fecal fue ampliamente utilizada como abono y fertilizante para lo cultivos. La orina, además de lo mismo, se
utilizó para actividades relacionadas con el cuidado del ganado y ciertos procesos industriales, como el curtido de
pieles y el lavado y teñido de textiles.
-La eliminación de los residuos sólidos: vertederos.
Los residuos sólidos son los materiales generados en las actividades de producción, transformación y consumo que
no poseen valor económico ni simbólico y que son abandonados. Cuando un objeto es rechazado suele ser depositado
en vertederos junto a otros residuos. Se entiende por vertedero, o basurero, el lugar destinado a la acumulación masiva
de materiales de desecho. Constituyen auténticos “archivos arqueológicos” de gran utilidad para tomarle el pulso
socioeconómico a una determinada ciudad, pues pueden aportar datos sobre múltiples aspectos vinculados a los
patrones de producción y consumo (dieta, manufacturas artesanales, circuitos comerciales, etc.). También puede
analizarse otras informaciones intrínsecas de gran interés, como la ubicación topográfica de las áreas de deposición, el
tipo de contenedor, el proceso de formación de su estratigrafía, etc., que nos ponen en relación con el problema de la
eliminación de los residuos, el propio urbanismo y el modelo de ciudad vigente en cada etapa histórica.
Desde época tardorrepublicana y altoimperial, los grandes basureros urbanos de carácter público solían estar
situados fuera del perímetro amurallado, lo que revela la existencia de regulaciones a nivel local que dirigían la
deposición de los residuos hacia lugares habilitados. De la información que proporciona la Lex Iulia Municipalis se
desprende que en Roma existió un servicio público de recogida de basura, aunque se desconocen sus características y
modos de operación. Es posible que se encargasen de estas tareas siervos públicos o cuerpos de especialistas, como
podrían ser los stercorarii, encargados de la recogida del stercus (“estiércol”), bajo la supervisión de los ediles y
funcionarios encargados del cuidado viario.
Otros núcleos urbanos debieron contar con servicios de limpieza semejantes, con modos de organización variables,
pudiendo recurrir a contratistas, personal civil o a munitiones o trabajos obligatorios de utilidad pública. Lo que parece
evidente es que las autoridades locales fomentaron la evacuación de los residuos sólidos fuera del perímetro urbano,
por lo general acumulados en vertederos. La legislación cuidó de que las calles quedasen expeditas de obstáculos y
desechos, buscando asegurar la salubridad y el decoro de sus ciudades.
Todo lo cual no quita que en el interior de las ciudades existieran pequeños vertederos, generados por propiedades
privadas, bien conocido el caso de las domus pompeyanas, que aprovechaban huertos o jardines traseros para
depositar los desperdicios de comidas y otros desechos domésticos. Allí la basura podía quedar oculta en fosas o los
propios pozos negros, o quedar depositada sobre la superficie del terreno, práctica que se ha identificado en viviendas
hispanorromanas localizadas en Caesaraugusta y Lucus Augusti. Otra solución fue la reutilización de “estructuras
negativas” sin uso, como cisternas, pozos, silos, etc., que al quedar inactivas se convirtieron en lugares idóneos para
ocultar la basura.
Los vertederos extramuros con frecuencia ocupan espacios muy próximos a los
encintados urbanos, llegando a cubrir parcialmente las murallas. En el flanco
oriental de Baelo Claudia se ha documentado un extenso vertedero, activo entre
mediados del s. I d.C. y el primer tercio del II, que llegó a ocultar buena parte del
alzado externo de la muralla. En Nemausus (Nimes) se ha identificado un cinturón
continuo de basuras junto al cuadrante noreste de la ciudad durante la época
altoimperial. En Augusta Emerita ocurre una situación similar en las zonas norte y
sur. En la propia Roma tres inscripciones recuerdan que durante la reforma de los Muros Aurelianos del 403, hubo que
retirar una ingente cantidad de escombros que habían aumentado la cota de circulación en el perímetro inmediato a la
muralla.
En el espacio suburbano las basuras compartían destino con otras actividades nocivas o contaminantes,
fundamentalmente las áreas funerarias y ciertas instalaciones artesanales. La ubicación extramuros de las necrópolis
responde a la obligación específica de enterrar fuera del límite el pomerium impuesta en la Ley de las XII Tablas y
reiterada hasta finales de la época imperial. Esto suponía una medida de salud pública y un precepto religioso que
tendía a separar espacialmente el espacio de los muertos del espacio sagrado intra pomerium. Las instalaciones
artesanales, especialmente las que no requerían hornos (talleres metalúrgicos o alfares), también eran espacios
elementos limitados al espacio exterior de la muralla. En la propia ley de Urso (cap 76) se prohíbe la localización
intramuros de los grandes talleres dedicados a la fabricación de tejas, quedando alejada del centro poblacional una
actividad por naturaleza molesta, contaminante y susceptible de provocar incendios. En relación a los establecimientos
artesanales se observa una mayor flexibilidad respecto a su ubicación que la que se ve en las sepulturas.
Dentro del espacio extramuros existían diferentes lugares susceptibles de ser utilizados como vertederos. Se
elegían masas de agua en el entorno de las ciudades y en algún caso parece que se utilizaron los vertidos de residuos
para desecar intencionalmente determinados acuíferos y así ganar terreno firme, como parece que sucedió en Tarraco
con los humedales situados entre le puerto y la margen izquierda del río Francolí, o en Valentia con los pequeños
canales fluviales que rodeaban la ciudad.
Otro lugar preferente eran las vaguadas o declives naturales y los rebajes antrópicos, no siempre distinguibles entre
sí a nivel arqueológico. Estos presentan morfologías variables y pueden ser fosas realizadas ex professo para eliminar
la basura, o cortes preexistentes, como antiguas canteras, áreas de extracción de arcillas, pozos, etc., que abandonados
son reutilizados para tal fin. En este grupo se integran los fosos defensivos que en ciudades como Augusta Emerita,
Barcino o Corduba comenzaron a colmatarse a partir del siglo I d.C., cuando habían perdido su sentido poliorcético
original y pasaron a ser un estorbo para el proceso de expansión de los núcleos urbanos.
Las mayores transformaciones topográficas son ocasionadas por vertederos en superficie o en área abierta,
formados directamente sobre la superficie del terreno. Su desmesurado crecimiento supuso la amortización de
estructuras aledañas, principalmente calzadas y áreas funerarias previas. Las dos principales áreas de vertido
localizadas en Augusta Emerita, una al norte y otra al sur, las descargas continuadas de materiales anularon un paisaje
monumental, en que destacaban grandes mausoleos que a partir del siglo I d.C. quedaron completamente sepultados.
La evolución en la dinámica de deposición de los residuos dependió de las circunstancias históricas de cada núcleo
urbano. El cambio más evidente fue la proliferación de vertederos intramuros sobre edificios (o partes de ellos) en
abandono, cubriendo directamente las estructuras con sucesivos aportes, o rellenando el interior de fosas que perforan
la estratigrafía precedente, muchas ejecutadas para expoliar materiales constructivos. En núcleos como Baelo Claudio,
Carmo o Carthago Nova se inicia entre la mitad del siglo II e inicios del III d.C., coincidiendo con un fenómeno de
decaimiento urbano que también se manifiesta en la obliteración del alcantarillado urbano. A lo largo de los siglos III
a V es cuando el fenómeno se generaliza. El cambio más radical se produce con la aparición de basureros dentro de
los antiguos recintos públicos, como foros y edificios de espectáculos que, abandonados a ritmos diferentes, sufren un
dilatado proceso de expolio y reocupación como lugares de hábitat y de producción artesanal y/o agrícola.
La proliferación de vertederos intramuros manifiesta una clara transformación en el modelo de gestión de residuos
urbanos, en el cual, ante la renuncia o incapacidad de los gobiernos locales, se optó por fórmulas de eliminación más
espontáneas y autónomas por parte de sus habitantes. Esto es fruto de un nuevo modelo de ciudad que se afianzará en
época tardoantigua, cuando espacios de hábitat, vertederos, instalaciones productivas, espacios de cultivo y áreas de
enterramiento se alternan en el interior de los núcleos de población, con un tejido urbano más desagregado y una
ocupación en el espacio más “ruralizada”.
10. LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS
El conocimiento del hábitat privado romano ha estado marcado por el descubrimiento de las Pompeya y Herculano
(ciudades campanas), donde se han conservado algunos de los mejores ejemplos de viviendas romanas. Estas, junto al
texto de Vitruvio, han dado lugar a la creación de un modelo típico de hábitat basado, por un lado, en la domus itálica
formada por un atrio, y, por otro lado, en la domus pompeyana de atrio y peristilo. Sin embargo, actualmente se
enciente que no existe "la casa romana" como tal, sino multitud de formas de viviendas romanas.
Antes de entrar a analizar los espacios domésticos como tal, es necesario aclarar una serie de conceptos
relacionados con los distintos tipos de viviendas romanas:
Domus, casas unifamiliares de las clases medias altas, que, en Hispania, se documentan en Italica,
Conimbriga o Caesar Augusta. Será a este tipo de viviendas a las que nos referiremos a continuación.
Insulae, residencias plurifamiliares de varios pisos. No se ha identificado ninguna en la Península Ibérica.
Villae o palatium, grandes residencias suburbanas o rurales, relacionadas con el emperador.
La edilicia privada romana en Hispania se conformó como una arquitectura dual porque reunió dos fenómenos
distintos: la unidad (reflejada en formas y espacios comunes, tales como atria, perystila, cubicula o comedores) y la
diversidad de modelos arquitectónicos (derivada de la adaptación de la unidad a las características propias del lugar y
de las personas).
10.1.La problemática de la identificación arqueológica de los espacios
Es difícil determinar la funcionalidad de las estancias de las viviendas romanas hispanas por dos motivos
principales: 1) las diferencias entre los restos encontrados en Hispania y los encontrados en Pompeya y Herculano
(donde resulta más sencillo determinar esta funcionalidad), y 2) la continua evolución de las viviendas durante varios
siglos, cambiando de propietario, de función e incluso de morfología.
Sin embargo, existen algunos elementos que nos permiten atribuir, casi con certeza, la función de una determinada
estancia, como, por ejemplo, la aparición de varios lechos de obra, que se atribuye a un triclinium, así como una
elegante decoración parietal y pavimental, que también nos indica el tipo de estancia ante la que nos encontramos.
Toda esta información se combina con otros criterios como son: la ubicación de la habitación dentro de la vivienda, la
metrología, su morfología o los restos materiales.
10.1.1. Espacios de representación: vestíbulos, triclinia y tablina
Con el término de espacios de representación nos referimos a los ambientes adaptados a la recepción de los
invitados por parte del dueño de la casa. Se trataba de estancias que, por sus dimensiones, decoración y posición
reflejaban la imagen que el dominus quería ofrecer de sí mismo a los visitantes. Dentro de este tipo de estancias
englobaríamos los vestíbulos, espacios convivales o comedores, los tablina y algunos cubicula.
1. Los vestíbulos eran el 1er espacio que las personas ajenas a la vivienda conocían dentro de ella. En ocasiones
se incluían en estos espacios elementos de seguridad, como la inscripción cave cane (incorrectamente escrita) de la
Casa de la Tortuga de Celsa (Velilla del Ebro, Zaragoza)o la presencia de determinados espacios (cella ostiaria)
vinculados a la vigilancia directa a cargo de una persona, como podemos ver en la estancia 2 de la Casa dos Repuxos
de Conimbriga.
2. El espacio físico donde tenían lugar los convivia (una de las costumbres más importantes en el mundo
romano) eran los comedores, entre los que distinguimos:
a. Triclinium, compuesto por tres lechos para comer recostados.
b. Biclinium, compuesto por dos lechos.
c. Stibadium, compuesto por un gran lecho semicircular.
En la Península Ibérica encontramos pocos ejemplos de lechos construidos de obra, entre los que destacamos el
stibadium de la villa de El Ruego, Almedinilla (Córdoba).
Por su parte, llamamos salón triclinar recoge un grupo de habitaciones, siempre lujosas, que por su amplitud,
ubicación y decoración pudieron funcionar como salones de recepción y espacios convivales donde después de la
comida se llevase a cabo la commistatio. Encontramos un claro ejemplo en la Casa de Likine, La Caridad (Teruel).
La decoración parietal de los comedores consistió en la división de la estancia en dos zonas. Por un lado, el espacio
perteneciente al banquete (dos tercios de la estancia) y, por otro, la zona dedicada a la entrada o recepción (un tercio
de la estancia). Esta bipartición se produce a través de diferentes efectos, como semicolumnas, lesenas, cambio de
decoración o colocación de diferentes elementos decorativos.
Por otro lado, podemos destacar la decoración de la pavimentación solar de la estancia, ya que, en muchos casos,
señala donde se encontraban los lechos y, en ocasiones, el espacio para la mesa. Así encontramos pavimentos en U+T
(entendiendo U como el lugar ocupado por los lechos y T el espacio central), como la casa de la c/ Añón esquina c/
Heroísmo de la colonia Caesar Augusta o la Casa dos Repuxos de Conimbriga.
3. El tablinum es una estancia ubicada en el centro de las casas canónicas de atrio junto a las alae. Estos tres
espacios constituían la cabecera del atrio, dando a la planta un aspecto de cruz latina.
La función de esta estancia es contradictoria. Plinio, Festo y Vitruvio lo definen como lugar donde se guardaban
los registros (tabulae) y las memorias relativas al desempeño de las magistraturas del dominus y Varrón considera que
eran comedores y que su nombre derivaría del mueble sobre la mesa de tablas de madera utilizada para comer.
Podemos reconocer estas estancias por sus características arquitectónicas: situación en posición central y abiertas
completamente al atrio. También cabría añadir aquellas que, coincidiendo con la inserción del peristilo, se abrieron a
ambos espacios, comunicando de esta manera el atrio con la parte posterior de la vivienda.
Como ejemplos en Hispania podemos destacar la Casa del Larario de Bilbilis, la Casa 2B de Ampurias y la Domus
de los Delfines de Carthago Nova.
10.1.2. Los espacios reservados: los cubicula
Eran estancias multifuncionales, que se mueven entre la accesibilidad de terceros y la exclusividad de la familia.
Reconocer los cubicula en el interior de las viviendas romanas, interpreta a través de elementos de orden
planimétrico, morfológico o decorativo. La característica fundamental de estas estancias es la bipartición del espacio
en un 1/3 para el lectus y 2/3 para la antecámara. Esta división fue marcada en los pavimentos por cambios de
decoración, tal y como podemos observar en la Casa da Cruz Suástica de Conimbriga o en la Domus II de Bilbilis.
10.1.3. Los espacios de servicio: la culina
El lugar donde se desarrolló el trabajo doméstico fue un espacio secundario, como queda reflejado
arqueológicamente en la planificación de la arquitectura residencial o en los sistemas decorativos.
Los elementos fundamentales para poder identificar arqueológicamente estos espacios son: la distribución
arquitectónica de la vivienda, los pavimentos, la decoración parietal y, sobre todo, aquellos dispositivos necesarios
para el desarrollo de las labores domésticas.
En Hispania encontramos un caso singular en las viviendas de La Caridad (Caminreal, Teruel), donde aparece una
estancia con hogar central (culina) flanqueada por dos habitaciones. La estancia 8 de la Casa de Likine estuvo
pavimentada por un suelo de tierra compactada, contando en la zona central con una superficie rectangular de arcilla,
y se reconocen los negativos de una estructura que rodearía el propio hogar. Este tipo de fuegos rectangulares
delimitados por cuatro bloques de piedra y ubicados en el centro de una estancia, característicos de las cocinas de
algunas viviendas griegas, han sido identificados como un pozo de ventilación para la evacuación de humos.
10.2 Algunos ejemplos de arquitectura privada romana en la Península Ibérica
Por su naturaleza privada, la vivienda no se configura según modelos canónicos o estandarizados, sino que estuvo
sometida a la disponibilidad del espacio para su edificación, a la capacidad económica de sus propietarios y a los
gustos personales. Sin embargo, sí prevaleció un patrón simplificado, muy práctico, que se reprodujo en todas las
partes del Imperio. Este consistió en la organización planimétrica de la vivienda en torno a un espacio central, en la
mayoría de las ocasiones abierto, que formó parte de un modelo difundido por toda la kioné greco-romana.
10.2.1. La Casa de Estríligo de Segreda: un ejemplo de vivienda con patio dentro de la koiné cultural
mediterránea
En la Península Ibérica, la Casa de Estríligo de Segreda (Poyo de Nara, Calatayud) es, por el momento, el eslabón
principal entre las morfologías derivadas de la koiné cultural mediterránea y su posterior difusión en Hispania. En esta
vivienda no se copiaron modelos directamente itálicos, sino que su espacio central se configuró según los tipos
provenientes del mundo heleno, tamizados por la cultura romana, que se difundieron por todo el Mediterráneo.
Se trata de la vivienda de patio central con esquema de recogida de aguas pluviales más antigua del valle medio del
Ebro, con fecha ante quem al 153 a.C. El patio central, enlosado parcialmente con lajas de yeso, se preparó para que
su inclinación convergiese hacia una poceta de planta rectangular, que podría corresponderse con un implivium,
aunque existen algunos puntos que hacen pensar que todavía no puede considerarse como tal: 1) la poceta no estuvo
situada en la parte central del espacio abierto y, 2) no tuvo suficiente entidad estructural para convertirse en
impluvium.
El patio es, en estos momentos, el centro de la vida cotidiana, pero no entendido como un espacio de
representación, sino como un lugar de transformación. Además, la adopción de este modelo arquitectónico llevará
implícita una especialización de los espacios domésticos, hecho que aumentará con el paso del tiempo, reflejando la
compleja y estratificada sociedad romana.
10.2.2. Las viviendas con atrio
El atrio, primer espacio común al que se accedía tras flanquear la puerta y el vestíbulo, era un ambiente público,
que articulaba en una única dirección la vivienda. La función que desempeñaba este espacio en la casa romana estuvo
totalmente relacionada con el rol social del propietario. También se convierte en un lugar de reunión o recepción, ya
que era el primer lugar donde se realizaba la salutatio.
El tejado de la casa podía tener un espacio abierto, denominado cavedium, bajo el que se situaba elemento que
sirvió para recoger el agua de lluvia, denominado inpluivium, ayudado por las canalizaciones compluvium. Los tejados
no tenían esta apertura se denominaban testudo, por la similitud al caparazón de una tortuga.
Veamos a continuación los distintos tipos de atrios existentes:
1. Atrio testudiano. Este atrio se caracteriza por poseer un tejado a dos aguas, lo que implica que desaguaría al
exterior de la vivienda. En este caso, por tanto, el atrio esté cerrado, por lo que no es necesario un sistema de drenaje o
canalización.
Los atrios testudinados poseen tres características fundamentales: 1) la existencia de una pavimentación, 2) indicios
sobre la clausura del atrio (como la ausencia de abastecimiento o evacuación de agua), y 3) coexistencia de espacios
que aportasen la luz necesaria e incluso solucionasen los problemas de captación de agua.
En la Península Ibérica podemos mencionar las viviendas celsenses (Casa A, Insula I, que posteriormente pasó a
formar parte de la denominada Casa de los Delfines) y la Domus de la Fortuna de Carthago Nova.
2. Atrio toscano. Se trata de un atrio compluviado, esto es, abierto, sin columnas y con impluvium en posición
central (este impluvium diferenciaría el atrio toscano de los patios de servicio). Para conseguir este tipo de atrio, era
necesario disponer las vigas de tal forma que las cuatro vertientes del tejado se inclinasen hacia el interior formando el
compluvium.
En la Península Ibérica podemos destacar, entre las viviendas con atrio toscano, la Casa de Hércules de Celsa y las
viviendas 2B, Casa H y la Domus de las Inscripciones en Emporiae (Ampurias).
3. Atrio tetrástilo. Se trata de un atrio con cuatro columnas justo en los puntos más débiles del compluvium.
Con la introducción de la columna se obtenía un resultado estructural y decorativo que monumentalizaba el atrio,
equiparándose a la arquitectura pública, además de reforzar su estabilidad.
El principal ejemplo de atrio tetrástilo en la Península Ibérica lo encontramos en la Casa del Médico de Ercavica.
4. Atrio corintio. Similares a los atrios tetrástilos, estos estarían dotados de más de cuatro columnas.
En Hispania únicamente podríamos citar el ejemplo de la Casa I de Ampurias, aunque se cree que este atrio fue el
resultado de la adición de dos columnas a un atrio tetrástilo durante la segunda mitad del siglo I a.C.
10.3.3. Las modas de los siglos I-II d.C.: las viviendas con peristilo
Su adopción en las casas campanas de Pompeya y Herculano durante los siglos II y I a.C. fue el reflejo de un
cambio cultural generado por el rápido crecimiento económico que experimentaron durante este periodo, ligado a la
conquista de Oriente, introduciéndose de esta forma en la península itálica el gusto por la opulencia helenística
(luxuria Asiatica). En consecuencia, peristilos, comedores, balnea, exedrae y diaetae (espacios provenientes del
mundo heleno) conformaron el plano formal e ideológico de la vivienda itálica a finales del siglo II a.C.
En Hispania, el 1er ejemplo de vivienda con peristilo es la Casa del Peristilo o 101 de Ampurias. Su peristilo
dispuso en su centro de un pozo, una cisterna y estuvo pavimentado por un opus signinum. Sin embargo, la
identificación arqueológica de este tipo de casas lleva implícita una grave dificultad: la imposibilidad de definir con
detalle cómo se configuró el espacio central del peristilo, es decir, si estuvo enlosado o decorado por un estanque con
jardín.
A continuación, veremos las principales tipologías derivadas de estas “modas”:
1. Peristilos con vididarium. Se trataría de la tipología más común dentro de la edilicia doméstica romana
perteneciente a una clase social acomodada. Dentro de esta morfología, el peristilo o cuadripórtico se encontraría
ajardinado, es decir, se configuraría como un viridarium. La vivienda de peristilo se encontró, por tanto,
profundamente relacionada con la posibilidad de disponer de un solar donde construir este pórtico con viridarium.
En la mayoría de los ejemplos hispanos, como la Casa 2B de Emporia o la Casa de Hércules de Celsa, el peristilo
se configuró cerrado en sí mismo, separado de los corredores de la vivienda a través de pequeños muros de
mampostería, cercas de madera o piedra (cancelli). En consecuencia, los espacios centrales fueron decorados con
fuentes, estanques, parterres o esculturas.
2. Viviendas con patios columnados. La inserción de columnas dentro de los patios abiertos generó un nuevo
modelo edilicio doméstico cuyo patrón arquitectónico fueron las viviendas helenas con cuadripórtico. En Hispania
este modelo se recibió tamizado por la cultura romana y alcanzó una amplia difusión durante una dilatada cronología.
En Hispania encontramos viviendas con patios columnados, como la Casa de Likine de Caminreal y la Casa del
Pretorio de Arcobriga.
TEMA 10: EXTRA MOENIA: EL PAISAJE EXTRAMUROS I
1. LA ARQUITECTURA SIMBÓLICA EN EL TERRITORIUM DE LA CIUDAD: LOS ARCOS
HONORÍFICOS.NO objeto de pregunta.
A partir del principado de Augusto las ciudades y vías hispanas se vieron monumentalizadas con un nuevo tipo de
construcción, el arco honorífico. Se levantaron tanto en los centros monumentales urbanos, sobre todo en los foros,
como en los puntos donde las vías de comunicación cruzaban un rio o limite jurisdiccional. No fueron siempre
erigidos para conmemorar una victoria militar (de ahí preferir el nombre de arco honorífico en vez de arco del triunfo).
Los romanos los conocían por 3 nombres: arcus, fornix e ianus. Nacido en Roma en época republicana, se difundió
rápidamente por las provincias a partir del periodo augusteo. Tan solo han llegado hasta nosotros los arcos de:
Alcántara (Cáceres), Cabanes (Castellón), Cáparra (Cáceres), Martorell (Barcelona), Medinaceli (Soria) y Mértola
(Portugal). En Hispania los hay de diversa tipología, de la más sencilla, con una sola abertura a cuadrifrontes. Han
sufrido modificaciones y restauraciones que han alterado su forma inicial.
En la Península Ibérica solo en las capitales provinciales tenemos constancia de la existencia de mas de un arco (en
Roma, del II a.c. al V d.c. se erigieron mas de 50). El nexo entre arcos honoríficos, vías de comunicación y puentes se
inaugura con Augusto en el 27 a.c., con la construcción de los arcos del puente Milvio (Roma) y de la puerta de
Rimini, al inicio y final de la vía Flaminia. En el punto donde la vía Augusta cruzaba el Guadalquivir, en el limite
entre las provincias Ulterior Baetica y Citerior, hubo un arco desde el s.I a.c. Si se conserva el de Martorell, donde la
via Augusta superaba el Llobregat, coincidiendo con el límite de Tarraco. Se levantaba en uno de los extremos del
puente, construido por las legiones IV Macedónica, VI Victrix y X Gémina en el 16/13-8 a.c.. En el siglo II d.c. se
levantó el puente arco de Alcántara, en honor a Trajano. Construido por 11 municipios de la Lusitania, tenía un claro
valor territorial.
El arco de Berá se erigió (finales del s.I a.c.) a 14 km de la capital de la Hispania Citerior, en la vía Augusta,
tradicionalmente asociado al senador y amigo de Trajano Lucio Licino Sura. Existieron otros arcos de carácter
honorífico en vías de comunicación erigidos por la iniciativa privada, mientras que otros tuvieron un carácter
funerario. Un bello ejemplo es el arco de Medinaceli, cercano a la vía que unía Cesaraugusta y Augusta Emerita.
Probablemente indicaba un límite territorial pero no puede descartarse que fuese un monumento privado de carácter
funerario.
Los arcos de Hispania se caracterizan por la sobriedad ornamental con relación a otros que se construían en otras
partes del imperio. Aunque hay que tener en cuenta que estaban generalmente coronados por estatuas que han
desaparecido. La existencia de elementos escultóricos en los arcos de Cáparra, Mérida, Tarragona o de Córdoba,
Málaga e Italica permiten intuir la construcción de arcos menos sobrios que han sucumbido al paso de los siglos.
2. LOS PAISAJES RURALES EN HISPANIA. ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y FORMAS DE OCUPACIÓN
RURAL.
2.1. Las villae romanas de Hispania: tres siglos de investigación arqueológica
La villa es, ante todo, una casa rural inscrita en una propiedad de explotación agropecuaria y de los recursos del
entorno. Constituye la base de la organización del mundo rural en época romana. Bajo esta concepción básica de la
villa se esconde una realidad muy diversa, puesto que no todas las villae explotaron dominios –fundi– de las mismas
dimensiones, riqueza y orientación productiva, ni contaron con las mismas instalaciones –pars fructuaria– para la
transformación de los recursos explotados (almazaras, bodegas, establos…), ni todas las construcciones residenciales
–pars urbana–, gozaron de las mismas comodidades (calefacción, baños, etcétera), monumentalidad y riqueza
(pavimentos marmóreos y musivos, pinturas murales…). Existieron así, desde pequeñas y modestas granjas,
denominadas por los autores tardorromanos como casae, tuguriae, aedificia, hasta grandes latifundios con residencias
como verdaderos palacios y de los que Hispania cuenta con extraordinarios ejemplos eminentemente erigidos o
transformados durante el periodo tardorromano (siglos IV-V d.C.). La monumentalidad arquitectónica y la riqueza
mostrada a través de los mosaicos de los espacios domésticos de las villae más opulentas han condicionado la
investigación, acaparando durante más de dos siglos la atención y conformando el conocimiento que hoy día tenemos
sobre las villae romanas de Hispania.
En nuestro país, en los últimos tres lustros, se han puesto en valor y musealizado más de una treintena de villae.
Estos proyectos museográficos materializados mayoritariamente a inicios del siglo XXI constituyen el eslabón final de
una investigación que arranco a mediados del siglo XVIII y cuyos hitos principales repasamos.
Las villae se encuentran entre los primeros yacimientos objeto de excavación. Así lo demuestran los pioneros
trabajos llevados a cabo en la segunda mitad del siglo XVIII en los asentamientos de Puig de la Cebolla (El Puig,
Valencia) por el arzobispo de Valencia A. Mayoral, La Norica (Jumilla, Murcia) por el canónigo J. Lozano, Cabriana
(Comunión, Álava) por L. del Prestamero o El Solao (Rielves, Toledo) por P. Arnal. Los trabajos supusieron la
exhumación de estructuras vinculadas con la pars urbana de las villae que contaron, en la mayor parte de los casos,
con salas pavimentadas por mosaicos que fueron el objeto principal de interés. Para alguno de los enclaves constituyen
aun hoy la información más completa. Es el caso de la villa toledana de El Solao de Rielves excavada, por mandato
del Conde de Floridablanca, a finales del siglo XVIII por el arquitecto y director de la Real Academia de Bellas Artes
de San Fernando, J. Pedro Arnal (Arnal, 1788). Los datos planimétricos disponibles de esta
importante villa, cuya ubicación es hoy desconocida, proceden exclusivamente de esta
publicación de 1788, en la que se identificaron los restos hallados como una gran
instalación termal. Casi doscientos años después M.C. Fernández Castro, a partir de la
revisión de esta planimetría del siglo XVIII considero los restos como el edificio
residencial de una rica villa, corrigiendo la interpretación inicial. Esta domus se caracteriza
por su amplio peristilo, rectangular en tres de sus flancos y semicircular en su extremo
meridional, al que abren distintas salas de representación, así como un posible balneum. De
los mosaicos tenemos constancia a través de unos excelentes grabados.
Los hallazgos y noticias sobre la aparición de restos romanos vinculados a villae se suceden a lo largo del s XIX y
1as décadas del XX en toda la península ibérica, resultando fundamental la labor de la Real Academia de la Historia y
las Comisiones Provinciales de Monumentos. En estos primeros momentos destacan, entre otros muchos enclaves
ahora sacados a la luz, las villae de Foz de Lumbier (Liedena, Navarra) descubierta en 1866, Milreu (Faro, Portugal)
excavada en 1877, Almenara de Adaja (Valladolid) excavada en 1887 o Veranes (Gijón) descubierta a inicios del siglo
XX, etc.
Estos hallazgos, producidos mayoritariamente de manera fortuita y fruto del movimiento de tierras asociado a
actividades agrícolas, dieron lugar a intervenciones arqueológicas, que propiciaron la redacción de breves artículos
(por ejemplo Berenguer, 1887 sobre los restos de la magnífica villa a mare excavada en su propiedad de Los
Alcázares) e informes –no siempre publicados– remitidos a la Real Academia de la Historia y las respectivas
Comisiones Provinciales en los que se informaba de las estructuras halladas, junto con planimetrías y fotografías, y en
los que la descripción de los mosaicos y los restos escultóricos ocuparon un papel muy destacado. Algunas de las
villae descubiertas e inicialmente excavadas durante el siglo XIX y primeras décadas del XX, no siempre fueron
correctamente identificadas como tales. Muchas veces fueron interpretados como restos urbanos asociados a perdidas
mansiones viarias citadas por los autores latinos. Los trabajos retomados ya bien entrado el siglo XX permitirían
conocer la realidad. No en pocas ocasiones, las estructuras descubiertas resultaron abandonadas a su suerte y
destruidas por labores agrícolas, expolios y actos vandálicos, como la monumental villa leonesa de Quintana del
Marco, descubierta en 1898, excavada precozmente en 1899 y que constituye uno de los casos más lamentables de
expolio y destrucción a pesar de su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) en 1994.
Durante la primera mitad del siglo XX se suceden intervenciones arqueológicas que conformaran el estado de
conocimiento sobre el campo hispanorromano durante décadas plasmado en los primeros comentarios de síntesis
surgidos en estos momentos (Lamperez, 1922; Melida, 1929). En ellos se incorporan los datos conocidos de Hispania
a la realidad del campo romano transmitida por los agrónomos latinos (Varrón, Catón, Columela) y materializada en
villae del entorno vesubiano exhumadas en esas mismas décadas. Destacan las páginas dedicadas al concepto de villa
por J. Puig i Cadafalch en las que se hace eco de los principales descubrimientos acontecidos desde el siglo XVIII,
prestando atención, no solo a las partes urbanae de las villae, sino también a las estructuras vinculadas con la
explotación y transformación de los recursos bien ejemplificadas a través de la amplia cella vinaria documentada años
atrás en la villa de Nuestra Señora de la Ermita (Sabadell, Barcelona) (Puig i Cadafalch, 1934).
Por la transcendencia que tendrá la figura de B. Taracena, destacamos sus trabajos en
las villae de La Dehesa de Soria (Cuevas de Soria, Soria) y Foz de Lumbier (Liedena,
Navarra) convertidas, junto a la extremeña villa de La Dehesa de La Cocosa (Badajoz)
excavada por J. de C. Serra Rafols en 1945, en verdaderos referentes de las villae
hispanorromanas, tanto en el ámbito nacional como internacional.
La villa de La Dehesa (Cuevas de Soria, Soria) Se conoce desde 1887 pero son las
excavaciones de B. Taracena en 1928-29 las que permiten sacar a la luz 1 amplia
superficie de la pars urbana cuyas habitaciones, muy pavimentadas por mosaicos, se
abrían a un amplio peristilo rectangular, destacando una gran sala de cabecera absidada en el eje del flanco norte, un
gran salón rectangular en el flanco este y las termas que ocuparon el extremo sureste. Fue ocupada desde fines del
siglo II d.C. hasta fines del V d.C., respondiendo su planta a las reformas de la villa durante el siglo IV d.C., momento
al que pertenecen los pavimentos musivos, buena parte de los cuales fueron extraídos y depositados en el MAN.
También a B. Taracena debemos el conocimiento de la villa navarra de
Foz de Lumbier (Liedena) localizada en una plataforma sobre el curso del rio
Irati. Descubierta en 1866 e inicialmente excavada en 1921, serán B.
Taracena y L. Vázquez de Parga los responsables de las intervenciones
arqueológicas que, entre 1942 y 1947, sacarán a la luz la totalidad de los
aedificia –ca. 13000 m2 construidos– vinculados a este fundus. Se trata del
primer ejemplo en Hispania de villa cuyas estructuras se conocen
prácticamente en su totalidad, lo que motivó la frecuente reproducción de su
planta entre los trabajos dedicados a la caracterización del campo romano. B. Taracena propuso la interpretación como
emplazamiento de milicias campesinas para las 44 dependencias localizadas en el flanco sureste del conjunto,
interpretación discutida a partir de los años ochenta en favor de su uso como almacenes, talleres o vivienda de los
trabajadores. Este hecho también es la causa de que haya sida recogida en numerosos estudios posteriores dedicados al
final de las villae y al papel jugado por las milicias campesinas en los siglos tardorromanos.
Estas intervenciones, junto a numerosas excavaciones durante la primera mitad del siglo XX permitieron sacar a la
luz amplias superficies de las construcciones de las villae hispanas y comenzar a caracterizar la arquitectura domestica
rural del periodo tardorromano (que salvo excepciones es la etapa a la que pertenecen). La monumentalidad de las
partes urbanae de las villae hispanas, con importantes programas decorativos (musivos, marmóreos y escultóricos), y
en las que de manera recurrente estuvieron presentes salas balnearias, ira conformando una imagen hegemónica y
sesgada de la ocupación del campo hispanorromano protagonizado casi en exclusividad por estos majestuosos palacios
rurales y en la que la alusión a las instalaciones vinculadas con la producción de aceite, vino o salazones, apenas
constituye –salvo puntuales excepciones como en Foz de Lumbier, El Vilarenc, Tossa de Mar o Can Sans–, menciones
genéricas a la actividad económica desarrollada en el seno de los fundi.
Esta etapa en el estudio de las villae hispanas se cierra con la publicación de varias monografías dedicadas a
alguno de los más destacados asentamientos rurales hispanos entonces conocidos. A estos estudios monográficos cabe
sumar el artículo de B. Taracena titulado Las construcciones rurales en la España romana (Taracena, 1944) que
supone el primer trabajo de síntesis –aunque breve– que engloba la información entonces disponible sobre las villae de
Hispania. En las páginas dedicadas a la vivienda en el campo en el capítulo sobre el Arte romano en la obra colectiva
Ars Hispaniae. Historia Universal del Arte Hispánico, publicada en 1946, Taracena concluye que la villa del campo
español fue más intensamente dominical que en otros países y que algunas como Cuevas de Soria solo pudieron servir
de residencia de temporada. Esta sentencia perdurara y lastrara la concepción de la villa romana de Hispania durante
décadas como confirma la afirmación realizada por M. C. Fernández Castro en 1982 de que las villas hispanas
“respondieron en su gran mayoría a una casa señorial en la que las actividades agrícolas, o bien fueron relegadas a
segundo término, o no existieron”.
La investigación sobre las villae hispanorromanas llega a 1 nueva etapa en los 50 del s. XX y se consolida durante
los sesenta, setenta y buena parte de los ochenta y que se caracteriza por el significativo aumento de datos procedentes
de intervenciones arqueológicas, en buena medida actuaciones de salvamento de mosaicos, pero también excavaciones
y prospecciones sistemáticas. Esta información será la base de las Cartas Arqueológicas Provinciales que ahora
comenzaran a ver la luz, recogiendo los datos contenidos en los Catálogos Monumentales provinciales y que permiten
reunir la ingente documentación generada durante más de dos siglos. También surgen ahora trabajos de conjunto y de
síntesis dedicados a las villae hispanas que actualizan los publicados en la fase precedente.
Como hemos mencionado, durante estas décadas (1950-1985) se ponen al descubierto amplias superficies de las
zonas residenciales de grandes villae hispanas; en algunos casos ya descubiertas e intervenidas en años precedentes y
en otros ahora sacadas a la luz. Podemos destacar las villae de Las Murias de Beloño (Gijón), La Olmeda en Palencia,
Fortunatus (Fraga, Huesca), La Sinagoga (Sadaba, Zaragoza), Torre Llauder (Mataró, Barcelona), El Val (Alcalá de
Henares), Gárgoles (Guadalajara), Balazote (Albacete), etcétera, todas ellas localizadas en el territorio de la provincia
Citerior. En territorio bético encontramos las villae de Mitra (Cabra, Córdoba), Fuente Álamo (Puente Genil,
Córdoba), Las Canteras (Alcalá de Guadaira, Sevilla), Rio Verde (Marbella), etcétera. Y en la Lusitania ejemplos
como Torre de Palma (Portalegre), Milreu (Faro) Los Términos (Monroy, Cáceres), etcétera. (2).
Es éste el escenario que posibilita la realización de las monografías de J.-G. Gorges (1979) y M. C Fernández
Castro (1982), verdaderos hitos en la investigación sobre las villae hispanas. En ellas se aborda su estudio desde
diferentes perspectivas, suponiendo los primeros trabajos de conjunto que englobaban y ordenaban una ingente
documentación generada durante más de dos siglos. Al magnifico catalogo del trabajo de Gorges, en el que se recopila
información sobre 1289 asentamientos rurales en Hispania, se suma el de Fernández Castro reuniendo las planimetrías
de 64 villae y estableciendo, a partir de las características arquitectónicas de ca. 200 yacimientos analizados, una
tipología que ha sido profusamente utilizada durante las décadas posteriores. Esta clasificación tipológica determina la
adscripción a uno u otro modelo en función de la planificación de las estructuras del fundus (plan diseminado o plan
compacto), de la articulación de las estructuras urbano-rusticas (villa de peristilo o de bloque rectangular) y un sinfín
de variantes tipológicas establecidas a partir de las construcciones documentadas en cada caso concreto y que se han
demostrado poco útiles según ha ido avanzando el conocimiento de algunos de estos establecimientos.
En ambos trabajos se ponen de manifiesto varias realidades ya evidenciadas en las décadas precedentes. Que el
estudio de las villae hispanorromanas sigue dependiendo casi de forma exclusiva del hallazgo y publicación de los
mosaicos. En 2º lugar, que prácticamente se desconocen las estructuras productivas de estas villae que llegan a
considerarse como inexistentes para la mayoría. Se desconocen las fases alto-imperiales de los establecimientos
amortizadas por los proyectos constructivos de los s IV y V d.C. Esta percepción de la villa hispanorromana, que en
décadas posteriores será matizada y refutada, refuerza la idea de un campo romano protagonizado por majestuosos
palacios ocupados solo temporalmente durante los siglos alto imperiales por una elite municipal que traslada a sus
residencias rurales las comodidades y riquezas disfrutadas en sus domus urbanas. Elite que huirá en época
tardorromana a estos palacios convertidos en residencias permanentes ante una decadencia generalizada de la ciudad,
imagen de declive urbano vs riqueza rural que acaparará la investigación durante las décadas posteriores.
De estas dos obras también se desprende la enorme desigualdad en el conocimiento de las villae de las diferentes
regiones peninsulares. Así, por ejemplo, frente a los 113 establecimientos catalogados por J.-G. Gorges para todo el
territorio portugués, se inventarían 194 en la provincia de Sevilla y 142 en la de Barcelona. Estos inventarios son
engañosos y esconden una realidad arqueológica también muy desigual puesto que la información sobre las villae
sevillanas procede en su inmensa mayoría de los hallazgos superficiales recogidos por M. Ponsich. Este dato contrasta
con las 142 villae catalogadas por Gorges en Barcelona cuya información parte de la existencia de la Carta
Arqueológica de la Provincia y la actividad arqueológica que permite conocer en profundidad más de una veintena de
establecimientos rurales. Esta desigualdad se aprecia también en el interior peninsular, donde se recoge información
de ca. 250 villae localizadas en la Meseta Norte frente a las apenas 50 villae catalogadas en la Meseta Sur.
Describimos las características de alguna de estas villae. Las Murias de Beloño
(Gijón) constituye uno de los más claros prototipos de villa de plan diseminado en
Hispania lo que ha condicionado su presencia en numerosos trabajos convirtiéndose,
además, en magnífico ejemplo de romanización en el territorio asturiano. Excavada
en 1956 por F. Jorda, de la villa se conocen tres aedificia organizados en torno a un
amplio espacio central abierto; la casa (Sector B) que responde a un modelo de
corredor central propio de las regiones más septentrionales, un edificio que reúne
espacios para actividades productivas y de almacenaje (Sector A) también
organizado en función de un corredor frontal, y un pequeño pero completo balneum
(Sector C) –dotado de apodyterium, frigidarium con piscina para el baño frio,
tepidarium y caldarium con alveus para el baño caliente– que cierra el complejo por
el flanco meridional. La ocupación de este enclave se desarrolló desde época Flavia
hasta finales del siglo IV o inicios del V d.C. Destaca la solidez y calidad de su edificación.
El inicio de excavaciones sistemáticas desde el momento de su
descubrimiento en las villae palentinas de Dueñas, La Olmeda y Quintanilla
de la Cueza supuso un hito en el conocimiento sobre las villae romanas de
Hispania. La Olmeda es, sin duda, una de las más importantes y
monumentales de la península, siendo convertida en paradigma mismo del
concepto de villa romana. Descubierta casualmente en 1968, un año después
se iniciaba la excavación arqueológica bajo la dirección de P. Palol, J. Cortes
y A. Abasolo, que ha continuado hasta la actualidad. La primera villa de La
Olmeda data de mediados o finales del siglo I d.C. y de ella conocemos parte
de unas estructuras habitacionales que resultaron amortizadas por la zona
rustica de la villa de mediados del siglo IV d.C. También de este primer asentamiento, conocemos la necrópolis. De la
última villa, la más monumental, se ha exhumado prácticamente por completo la zona residencial organizada en torno
a un gran peristilo y caracterizada por sus dos fachadas flanqueadas por torres y por un imponente conjunto termal. Su
ocupación se mantuvo hasta inicios del VI d.C., y nada conocemos de las edificaciones rusticas que, sin duda,
debieron existir. El estudio de los materiales cerámicos de la villa constituye también el eje para la creación de la
tipología cerámica de las producciones de TSHT cuyas cronologías han sido utilizadas como guía cronológica de los
siglos IV y V d.C. La villa destaca por ser 1 modelo de conservación in situ de los restos, protegidos por 1 cubierta
provisional sustituida por un proyecto museográfico inaugurado en 2009.
Esta segunda gran fase se cierra con las publicaciones de Gorges y Fernández Castro ya aludidas. Estas
monografías coinciden en el tiempo con importantes cambios que implicaran un aumento exponencial de la actividad
arqueológica en España durante las décadas posteriores. En el marco legislativo, la implantación del Estado de las
Autonomías (1978-1983), con la transferencia de las competencias en materia de cultura, y la Ley de Patrimonio
Histórico Español (16/1985, de 25 de junio), que sustituía a la Ley del Patrimonio Artístico Nacional de 13 de mayo
de 1933, supuso la proliferación de excavaciones y prospecciones arqueológicas que aumentarán las publicaciones
derivadas. Este escenario verá surgir en los años siguientes (entre 1991 para Andalucía y 2007 para Murcia)
legislaciones propias de las Comunidades autónomas y la realización de Cartas e Inventarios Arqueológicos
provinciales, fruto de una intensa labor de prospecciones y excavaciones sistemáticas, intervenciones de urgencia o
seguimientos arqueológicos realizados a las grandes obras de infraestructura civil construidas en los últimos treinta
años (autopistas y autovías, tren de alta velocidad, aeropuertos, etcétera). Estos hechos van de la mano, con la
implantación y generalización del método estratigráfico. Pero hay 1 dificultad para acceder a buena parte de la ingente
documentación generada, que permanece en gran parte inédita en informes y memorias depositadas en las
correspondientes administraciones competentes. Este hecho dificulta la incorporación de los datos derivados de estos
nuevos trabajos a la investigación sobre las villae, de tal manera que, en buena medida, seguimos manejando la
documentación aportada por las excavaciones precedentes que, en muchos casos, son consecuencia de intervenciones
arqueológicas inadecuadas desde el punto de vista metodológico. Esto lastra la resolución de cuestiones pendientes
como, por ejemplo, la determinación de la secuencia en la ocupación del campo en época romana a partir de una
sólida base estratigráfica.
Es también en este momento cuando da inicio la publicación de los fascículos del Corpus de Mosaicos Romanos de
España del CSIC, que se encargará del sistemático estudio de los pavimentos musivos. Durante este periodo asistimos
al descubrimiento de nuevas villas sacadas a la luz a consecuencia de las grandes obras de infraestructura civil
desarrolladas en los últimos
30 años en España y Portugal, que han generado, tras el desarrollo de las respectivas intervenciones de urgencia,
destacables publicaciones monográficas. A ellas, se suman decenas de excavaciones arqueológicas promovidas desde
la administración local, provincial, autonómica y estatal y que han tenido a la villa romana como protagonista. Nos
detendremos en alguna de ellas.
La actividad desarrollada en la villa navarra de Arellano (Navarra) desde los años
ochenta del siglo XX es un magnífico ejemplo de la renovada investigación llevada a
cabo. Descubierta a finales del siglo XIX e intervenida puntualmente durante las
primeras décadas del XX cuando fue extraído el mosaico que da nombre a la villa –hoy
expuesto en el MAN–, las excavaciones sistemáticas comenzaron en 1985 de la mano de
M. A Mezquiriz. Se ha puesto el foco de atención no solo en las estructuras residenciales
de las tres villas superpuestas entre los siglos I y V d.C., sino también en las evidencias
vinculadas con el culto a Cibeles desarrollado en época tardorromana y en las
instalaciones vinícolas (torcularium, fumarium y cella vinaria) recuperadas en un
excelente estado de conservación integradas en el ambicioso proyecto museográfico de
la villa abierto al público en 2004.
Destacable también es la villa de Veranes (Gijón), de cuyas estructuras se tenía
constancia desde inicios del siglo XX (Manzanares, 1968) y que fue objeto de una
primera etapa de excavaciones entre 1982 y 1987 de la mano de L. Olmo y A. Vigil.
No obstante, será a partir de 1997 cuando se desarrollen, bajo la dirección de C.
Fernández Ochoa y F. Gil, los trabajos de excavación e investigación sistemáticas
que han colocado este yacimiento entre los más destacados del panorama
peninsular, abierto al público desde 2007. Al margen de las monumentales
estructuras vinculadas con las partes urbana (balneum, triclinium, oecus, etcetera) y
rustica (horreum, cocina), destaca el esfuerzo en la recuperación de la secuencia
ocupacional del enclave, que arranca en época Flavia y se mantuvo hasta el siglo V
d.C., habiéndose detectado hasta tres proyectos constructivos sucesivos desarrollados
durante los siglos IV y V d.C., fase de mayor esplendor de la villa. A partir de un
momento no bien determinado de finales del V-VI d.C., sobre el solar de la antigua
villa, se instala una población campesina de la que se conocen estructuras
residenciales (cabaña), talleres (forja) y una amplia necrópolis desarrollada en torno
a un edificio de culto instalado sobre el antiguo triclinium. La villa de Veranes
constituye, además, un magnífico ejemplo de hacia dónde deben dirigirse los
intereses de la investigación sobre el mundo rural hispanorromano en los próximos
años; nos referimos al estudio diacrónico del fundus, de sus límites y su potencialidad
productiva a partir de una propuesta de estudio llevada a cabo en esta villa gijonesa.
Almenara de Adaja-Puras (Valladolid) es una de las + destacadas villae del valle del
Duero conocida desde el XIX, intensamente excavada en los años 40 y 60-90 del s. XX y
convertida en paradigma de las “villas-alfombra” en las que el interés por sus pavimentos
musivos ocupo buena parte de los intereses científicos durante décadas. La puesta en valor
del yacimiento como sede del Museo de las Villas Romanas –abierto en 2003–, propicio la
reanudación de excavaciones arqueológicas bajo la dirección de C. García Merino y M.
Sánchez Simón. Estos últimos trabajos han permitido completar la planta de la parte
residencial de la villa de mediados del siglo IV d.C., profundizar en el conocimiento de las
estructuras rusticas del enclave, establecer las fases de ocupación y profundizar en el
conocimiento de los contextos vinculados con el final de la villa acontecido a mediados del
s. V d.C.
Estas últimas décadas de intensa investigación sobre el mundo rural hispanorromano han
posibilitado la realización de numerosos trabajos que de manera monográfica han abordado el estudio del poblamiento
rural romano de regiones y villas concretas. A ello se suma la publicación de recientes trabajos dedicados al estudio
monográfico de diversos aspectos de la villa hispana como sus termas (García-Entero, 2001; id., 2005), la arquitectura
residencial leída desde distintas perspectivas (Bermejo, 2014; Hidalgo, 2016), las estructuras de fabricación de vino y
aceite (Pena, 2010; Noguera – Antolinos, 2011-2012), las instalaciones de almacenaje de productos agrícolas y el
proceso de transformación del cereal (Salido, 2011; Salido – Bustamante, 2014), la caracterización de las fases finales
de la ocupación de estos enclaves (Ripoll – Arce, 2001; Chavarría, 2007; Vigil, 2009), el estudio de la toponimia
derivada de los propietarios de las villae (Sabio, 2007), etcétera.
En el futuro, la investigación deberá incidir en algunas cuestiones aún pendientes de resolución como la definición
de sus fases iniciales y la caracterización de la dinámica de implantación del sistema de villa, el conocimiento de las
estructuras y edificios que formaron parte de la zona productiva de algunos enclaves de los que apenas conocemos sus
espacios residenciales y en la identificación arqueológica de los procesos productivos de las actividades llevadas a
cabo en la villa más allá de la elaboración de aceite y vino, o la definición y caracterización de las estructuras
relacionadas con los trabajadores del fundus. También de la arquitectura residencial y sus programas decorativos
haciendo hincapié, por ejemplo, en su papel como instrumento de socialización, pero también en el estudio tipológico
de cada uno de los espacios de la casa más allá de las termas o los salones de representación, así como en el análisis de
las técnicas constructivas y materiales empleados, de los programas decorativos, etcétera. El estudio y definición del
fundus es uno de los principales retos a abordar. Otro de los retos es el análisis de las dinámicas comerciales y de las
estrategias de comercialización de bienes de consumo en los que se integraron las villae en su calidad de centros
productores y receptores de bienes y para el que la numismática, junto con los elementos de la cultura material, jugara
un papel esencial. Por último, es necesario comenzar a identificar y definir arquitectónicamente los tipos de
asentamientos rurales romanos a los que aluden las fuentes clásicas y que hoy englobamos de forma genérica y
errónea bajo el amplio termino de villa.
1.-He seleccionado estas tres como muestra de una lista de 21 villae : San Julián de Valmuza (Salamanca)
descubierta en 1801, Milla del Rio (León), descubierta en 1816, Los Quintanares (Rioseco, Soria) descubierta en
1841, Carabanchel (Madrid) excavada en 1846, Los Alcázares (Cartagena, Murcia) excavada entre 1858 y 1860, Foz
de Lumbier (Liedena, Navarra) descubierta en 1866, Aguilafuente (Segovia) hallada en 1868, Daragoleja (Pinos
Puente, Granada) descubierta en 1870, Fuente Álamo (Puente Genil, Córdoba) excavada en la década de los 70 del
siglo XIX, Milreu (Faro, Portugal) excavada en 1877, Fortunatus (Fraga, Huesca) descubierta en 1879, Centcelles
(Constanti, Tarragona) reconocida como villa romana desde mediados del siglo XIX, El Vilarenc (Calafell,
Tarragona) excavada en 1882, Arellano (Navarra) descubierta en 1882, Navatejera (León) descubierta en 1885 y
excavada entre 1885 y 1887, La Dehesa (Cuevas de Soria, Soria) hallada en 1887, Almenara de Adaja (Valladolid)
excavada en 1887 y 1904, Noheda (Cuenca) y Gárgoles de Arriba (Guadalajara) descubiertas en 1893, El Ruedo
(Almedinilla, Córdoba) excavada en 1904, Veranes (Gijón) descubierta a inicios del siglo XX, Nuestra Señora de la
Salut (Sabadell, Barcelona) conocida desde el XIX y excavada por primera vez entre 1912 y 1916, Els Ametllers
(Tossa de Mar, Girona) excavada en una primera etapa entre 1914 y 1921, La Gabia (Gabia la Grande, Granada)
descubierta y excavada en 1920, La Vega Baja (Toledo) descubierta en 1923, Brunel (Quesada, Jaén), descubierta y
excavada en 1924, etcétera.
2.- Lista completa en el artículo: ”Podemos destacar las villae de Moraime (A Coruna), Las Murias de Beloño
(Gijon), El Prado y Almenara de Adaja en Valladolid, Santervas del Burgo y Los Quintanares de Rioseco en Soria,
Los Casarejos (Burgos), El Requejo (Zamora), Las Tamujas, El Saucedo y Pueblanueva en Toledo, Duenas, La
Olmeda y Quintanilla de la Cueza en Palencia, Fortunatus (Fraga, Huesca), La Sinagoga (Sadaba, Zaragoza), Torre
Llauder (Mataro, Barcelona), Can Tarres (La Garriga, Barcelona), Centcelles y Els Munts en Tarragona, Vilauba
(Girona), El Val (Alcala de Henares), Santa Lucia (Aguilafuente, Segovia), Gargoles (Guadalajara), Alcazar de San
Juan y Puente de la Olmilla en Ciudad Real, Balazote (Albacete), etcetera, en la provincia Citerior. En territorio betico
las villae de Mitra (Cabra, Cordoba), Fuente Alamo (Puente Genil, Cordoba), Gabia (Gabia la Grande, Granada),
Martos y Brunel (Quesada) en Jaen, Las Canteras (Alcala de Guadaira, Sevilla) y las malaguenas de Carniceria de los
Moros (Antequera), Torremuelle (Benalmadena), Manguarra y San Jose (Cartama), Torreblanca del Sol (Fuengirola),
Castillo de La Duquesa (Manilva), Rio Verde (Marbella), etcetera. Y en la Lusitania Torre de Palma (Portalegre),
Pisoes (Beja), San Cucufate (Beja), Rabacal (Coimbra), Milreu (Faro) y, ya en territorio espanol, El Saucedo
(Talavera de la Reina), El Hinojal y Torre Aguila en Montijo (Badajoz), Los Terminos (Monroy, Caceres), etcetera.”
2.2.- Trabajando los campos de Hispania. La vertiente productiva de las villas hispanorromanas
Hasta inicios de este siglo, la investigación arqueológica se había centrado de forma mayoritaria, y casi exclusiva,
en los ambientes residenciales de las villas. En la actualidad, aunque todavía persiste en muchos casos esta visión, se
ha incrementado nuestro conocimiento de las zonas productivas. No debemos olvidar que una villa presenta una doble
naturaleza: residencial, materializada en su pars urbana, y productiva, a través de las estancias que configuran su pars
rustica. Además, constituye el elemento básico de explotación del territorio en el mundo romano. Estudios sobre
aspectos económicos concretos, trabajos específicos en el seno de un número cada vez más creciente de villae, el
concurso de la arqueología preventiva –que no prioriza unos restos frente a otros– o la generalización de las técnicas
analíticas (arqueozoología, carpología, palinología, ictiología, arqueometría cerámica y pétrea, análisis bioquímicos,
etcétera) han hecho que la Arqueología de la Producción constituya hoy una de las líneas principales de investigación
de las villas romanas en Hispania.
Gracias a los textos antiguos conocemos la intensa actividad económica que se desarrollaba en estos enclaves
rurales. Autores como Columela, Plinio, Catón, Varrón y Paladio, entre otros, describen con precisión los trabajos que
se realizan. La relación es extensa y atiende tanto a la explotación de los recursos agropecuarios como al
aprovechamiento de los recursos naturales disponibles, o a la elaboración y reparación de las herramientas básicas.
Documentar arqueológicamente estas tareas constituye una empresa inalcanzable. La mayor parte de las tareas del
campo romano utilizaban materiales perecederos en su ejecución y, por lo tanto, pasan prácticamente desapercibidos
en nuestras excavaciones. También se reutilizaban constantemente las herramientas y enseres realizados en materiales
no perecederos, por lo que pocas veces podemos localizar estos artefactos dispuestos en su lugar original de uso para
así vincularlos con una actividad productiva concreta. Tampoco disponemos, en general, de la planta completa de
estos asentamientos rurales, y si solo conocemos fragmentos de villae solo conoceremos fragmentos de su actividad
residencial y productiva. Además, muchos de los espacios que documentamos no presentan rasgos que nos permitan
determinar para que fueron usados, lo que minimiza también nuestra capacidad de comprensión de los fenómenos
económicos que se desarrollan en el agro romano.
Dentro de los tres niveles de producción de las villas romanas (explotación agropecuaria, aprovechamiento de los
recursos naturales cercanos y elaboración y reparación de las herramientas básicas), el primero constituye el sostén
básico de la villa. No en balde, el propio concepto de villa aglutina también al territorio agropecuario que la sustenta.
Este territorio recibe el nombre de fundus, y es esencial en la propia configuración del enclave. La villa constituye la
unidad básica de explotación de los recursos agrarios y está estrechamente vinculada al arraigado ideal romano de
individualidad y autarquía económica.
Nuestro conocimiento arqueológico de la explotación agropecuaria en las villas hispanas se ha incrementado
notablemente. A la cabeza de estos espacios de producción se encuentran las bodegas y almazaras, conocidas ambas
en época romana con el nombre genérico de torcularium. Este nombre deriva de la presencia de un elemento central
idéntico en el proceso de elaboración de vino y aceite: la prensa, en latín torcus o torcular. La necesidad de estrujado
es común en ambos procesos y se utilizan los mismos sistemas de prensado. Los sistemas de estrujado documentados
en época romana son los mismos que se mantendrán en la agricultura tradicional hasta entrado el siglo XX. Así, se
utilizan ya desde época de Augusto las grandes prensas de viga y tornillo o viga y quintal en las grandes
explotaciones, así como las prensas de tornillo directo o de bastidor, en explotaciones menores. La utilización en estas
últimas de materiales perecederos, esencialmente madera y esparto, hace que arqueológicamente resulten casi
invisibles siendo solo detectable el uso de los grandes ingenios de viga. Los espacios de producción dotados de estas
prensas de viga dejan huellas estructurales y arqueológicas fácilmente identificables, de forma que actualmente
conocemos más de 750 espacios de producción de vino y aceite en la P. I., mayoritariamente enclavados en el seno de
las villae.
La bodega mejor conservada de toda Hispania está en la Villa de las Musas en el valle del Ebro, en Arellano
(Navarra). Se trata de una villa de peristilo bien conocida por sus pavimentos musivos, con una instalación vinícola en
la parte meridional, conectada directamente con el patio de la casa (la foto está + arriba). La excepcionalidad de esta
bodega deriva de su destrucción repentina debida a un incendio a finales del siglo III d.C. La techumbre caída selló el
espacio destinado a la fermentación, que no volvió a ser ocupado. De esta forma, se pudieron recuperar todos los
elementos presentes en el momento de producirse el incendio. Así, se hallaron 34 tinajas (dolia) con una capacidad
media de 250 l dispuestas en una sala semisubterránea, idónea para mantener estable la temperatura del vino. Se trata
de un gran espacio de 28,5 m x 7,10 m, con el suelo de tierra apisonada y muros de mampostería revocados y
enlucidos en blanco, que presenta once pilares centrales que aseguraban el sostén de una segunda planta a cota con el
peristilo central de la villa. El vino llegaba a este gran espacio de fermentación por gravedad desde la sala de
prensado, situada en el Angulo sureste del patio. Para el estrujado de la uva se utilizaban, tras el pisado, dos grandes
prensas de viga. Destaca también el excepcional hallazgo de un altar destinado al culto a los dioses Lares, divinidades
protectoras de la casa. Este altar se dispuso significativamente en la zona central del espacio de vinificación, como un
elemento propiciatorio para asegurar la correcta transformación del mosto en vino, un proceso mágico e indescifrable
en la Antigüedad en el que la protección divina siempre era bienvenida.
Conocemos un gran número de villas dotadas de instalaciones vinícolas, bien destinadas a crear un excedente para
el abastecimiento local o regional, como en el caso de Las Musas, bien vinculadas con el comercio marino
interprovincial. En esta segunda categoría se incluiría la villa de La Sagrera, recientemente excavada en el casco
urbano de Barcelona. En esta villa documentamos la segregación de la pars rustica y la pars urbana, que quedan
conformadas como edificios independientes pero anexos. En el caso de la pars rustica, no completamente excavada,
documentamos un torcularium vinícola en funcionamiento desde el último tercio del siglo I a.C. hasta un momento
indefinido del s IV d.C. Esta bodega va adaptándose a las distintas necesidades productivas de la villa durante estos
casi cinco siglos de funcionamiento. Así, el momento de máxima fabricación se fecha a mediados del s I d.C.,
momento en el que se construye una gran sala con cinco prensas de viga. Desde un depósito situado en el lateral de
esta sala, el mosto obtenido por el prensado era trasegado a la sala de fermentación (cella vinaria), en la que se
disponían como recipientes de vinificación envases cerámicos soterrados (dolia defossa).
En las villas hispanas encontramos, pues, dos sistemas de vinificación, como hemos visto para Las Musas y La
Sagrera. El primero de ellos utiliza recipientes cerámicos de vinificación de pequeño tamaño de en torno a 250 l que
se disponen exentos sobre el suelo de una sala de fermentación de dos o tres naves, con cubierta de teja, provista
generalmente de dos plantas y dotada de pilares centrales. Este tipo de cella vinaria se documenta en todo el territorio
hispano desde siglo I d.C., generalizándose en el Bajo Imperio. En el caso de los espacios de fermentación a cielo
abierto con dolia defossa, su utilización se concentra en la fachada marítima catalana durante todo el periodo imperial
y más residualmente en el resto de Hispania en época alto imperial.
Es habitual la presencia de espacios de elaboración oleícola en el seno de la villae hispanas. Entre numerosos
ejemplos destaca la almazara de la villa de Los Mondragones, debido a la monumentalidad de sus restos. Esta villa se
sitúa en el perímetro suburbano de la ciudad de Iliberri, la actual Granada, y presenta una reforma de carácter
suntuario en el siglo IV d.C. Esta transformación configura una villa de planta compacta, articulada en módulos
constructivos anexos, uno de los cuales alberga una almazara situada en el extremo meridional del asentamiento. Se
trata de un torcularium articulado a distintas cotas para favorecer los trabajos del aceite, en el que operan de forma
simultánea tres prensas de viga y tornillo. Esta almazara presenta una obra tremendamente cuidada, con un tamaño
casi colosal de los elementos que sustentan y posibilitan el estrujado del aceite, por lo que parece expresar el deseo del
dominus de la villa de marcar su preeminencia social y económica no solo a través de la configuración y decoración de
las estancias residenciales, sino también por la monumentalidad de este espacio productivo.
Junto a las villas con orientación productiva vinícola u oleícola, encontramos ejemplos de enclaves en los que se
combina la producción de vino y aceite de oliva como estrategia económica básica. Es el caso de la gran villa lusitana
de Milreu, situada en Estoi, en el Algarve portugués, en la que se elaboran estas manufacturas agrícolas desde la
segunda mitad del I d.C. hasta época tardo antigua. Encontramos
estructuras de prensado en las dos grandes fases constructivas de esta villa.
Así, en la primera gran edificación construida en época Flavia detectamos
un espacio residencial relativamente reducido, en la zona meridional del
yacimiento, que conecta a través de un gran patio con los edificios
destinados a la elaboración de vino y aceite . En el lateral occidental del
yacimiento se sitúa una gran almazara, dotada de cinco prensas de viga y
tornillo, mientras en la crujía oriental se dispone una bodega equipada con
al menos dos prensas de viga y un amplio espacio de fermentación a cielo
abierto con dolia defossa.
La bodega de esta primera fase es poco conocida, ya que servirá como base para la cimentación de las estancias
pavimentadas con mosaico de la fase posterior. Se observa, sin embargo, la presencia de dos salas de estrujado
independientes, en las que se pisaría y prensaría la uva. Junto con esta producción de vino, detectamos también una
gran producción de aceite de oliva destinada al abastecimiento de la cercana ciudad romana de Ossonoba, situada bajo
la actual Faro, y posiblemente también en conexión con las grandes rutas marítimas del Imperio. Se ha excavado, así,
una gran almazara, dotada de cinco prensas de viga y tornillo, articulada en terrazas para favorecer el trasiego y
decantación del aceite. En su parte inferior se ubica el molino, en el que se muele la aceituna con anterioridad a su
prensado, y en la parte superior las prensas que se conectan con un complejo sistema de decantación que utiliza
lebrillos, encastrados en un poyete, interconectados y situados entre el espacio de estrujado y el de molienda. Se trata
de una almazara de corte industrial, modulada y diseñada para simplificar y rentabilizar el proceso de elaboración de
aceite de oliva. Este espacio de prensado se mantendrá, sin cambios aparentes, en la segunda fase constructiva del
asentamiento, constatada a inicios del siglo II d.C. En este momento la villa se monumentaliza, quedando articulada en
torno a un peristilo al que se conecta directamente el torcularium oleícola. Ya en el siglo IV d.C. se produce una
modificación del espacio de producción vitivinícola, amortizándose las estructuras antiguas y construyéndose una
nueva bodega que se dispone en un edificio independiente, pero muy próximo a la pars urbana de la villa. Aunque
para finales del siglo IV d.C. se detecte una contracción de la producción vinícola y oleícola, esta se mantendrá hasta,
al menos, mediados del siglo VI d.C.
A pesar de la tremenda importancia que el vino y aceite poseen en época antigua, el producto agrario por
excelencia es el cereal, ya que constituye el elemento básico de la dieta. La explotación de los recursos agrarios en el
campo romano se basa en un cultivo extensivo, en el que –al margen del olivo, la vid y otros frutales– el cereal y las
leguminosas son el elemento nuclear. Sin embargo, la detección de estos rendimientos agrarios en el registro
arqueológico presenta evidentes dificultades. La transformación y almacenamiento de estos productos pocas veces
dejan una huella clara, ya que en general utilizan espacios que carecen de elementos estructurales que permitan su
detección. A pesar de ello, encontramos algunas estructuras que pueden vincularse con el almacenamiento de cereal y
leguminosas. Así, en las villae hispanas detectamos dos tipos de espacios de almacenamiento: unas estructuras
excavadas, conocidas con el nombre de silos (siri o putei, en latín), y unos edificios exentos, dotados de pavimentos
sobreelevados (horrea o granaria). El uso de estas estructuras de almacenamiento debió de ser residual en Hispania,
ya que frente a las más de 750 villae en la que se constata la presencia de bodegas o almazaras, apenas llegan a la
treintena los casos encontrados de horrea o silos. El almacenamiento de estos productos se realizó, por tanto, en
estancias sin marcadores constructivos, lo que obliga al empleo de técnicas analíticas vinculadas con la
arqueobotánica para su estudio. Los análisis de semillas (carpología), pólenes (palinología) y carbones (antracología)
son esenciales para caracterizar la producción agraria desarrollada.
Los ejemplos de campos de silos en las villas hispanas son muy escasos. Se trata de una técnica de almacenamiento
originaria del mundo ibérico, consistente en cavar en el sustrato natural una serie de fosas, a modo de pequeños
pozos, de forma ligeramente ovoide y suelo cóncavo, que eran herméticamente cerradas para generar un efecto de
vacío que permitiera la conservación del cereal, las leguminosas o la fruta. En época romana, el uso de estos silos será
muy reducido, generalizándose de nuevo en la Antigüedad Tardía. Su uso se constata en el caso de la Villa de El
Ruedo, en Almedinilla (Córdoba). Estas estructuras de almacenamiento aparecen dispuestas en torno al camino de
acceso a la villa, en dos agrupaciones a cielo abierto bien diferenciadas. 16 silos, distribuidos de forma irregular, con
una cronología de entre el s. I y el s. III d.C. Y otros 61 silos fechados en época tardorromana, distribuidos formando
hileras. Los silos tienen unas dimensiones entre 1,25 y 1,6 m de diámetro y una profundidad máxima de 1,12 m. En el
caso de la villa de El Ruedo, encontramos también evidencias de una intensa producción oleícola. con una gran cubeta
de 18.000l de capacidad conectada con un espacio de prensado todavía no exhumado (la mayor de las vinculadas con
la elaboración de aceite de oliva en la península), indicativa del gran volumen de producción alcanzado en esta villa
cordobesa. Las estructuras productivas documentadas en El Ruedo ilustran el tipo de explotación extensiva
desarrollada en el seno de las villae, en las que coexisten estrategias productivas agrarias diversas.
Respecto a los almacenes sobreelevados, conocidos como granaria, en el caso de estar destinados exclusivamente
al almacenamiento de cereal, o como horrea, si presentan una función genérica como despensas, su identificación y
estudio se ha incrementado notablemente en los últimos años. Paradigmática resulta la excavación y análisis del
horreum de la villa asturiana de Veranes. Este almacén constituye un edificio aislado, un elemento común a este tipo
de estructuras para evitar la propagación de incendios, localizado en la zona norte del yacimiento. Su construcción se
fecha en la primera fase constructiva del asentamiento en época alto imperial, con una reparación en el siglo III d.C.
(foto arriba el horreum). Se trata de una edificación de 103 m2 que poseería un suelo de madera sobreelevado,
apoyado en los muros perimetrales y en unos apoyos de obra distribuidos por toda la superficie de la sala. La
existencia de este suelo sobreelevado (tabulatum) permitía aislar el grano de la humedad y de los posibles daños
ocasionados por animales e insectos. El horreum de Veranes estaría destinado en su primera fase al almacenamiento
mayoritario de cereal, bien utilizando serones de esparto, bien dispuesto directamente sobre el tabulatum; aunque a
partir del siglo III d.C., sus excavadores plantean un uso más amplio, incluso como despensa central de la villa. En los
niveles vinculados con esta última fase de uso, se han recuperado abundantes restos óseos de animales, que tal vez
podrían vincularse con el almacenamiento de carne en conserva.
Este dato nos da pie para plantear la importancia de la explotación ganadera en el seno de las villas. La ganadería
constituye un elemento económico esencial en el mundo romano, no solo gracias al consumo de carne fresca o en
conserva, ahumada o salada, sino también por la tremenda importancia de los derivados lácteos y textiles,
esencialmente cuero y lana. Sin embargo, este elemento esencial de la economía antigua es difícilmente rastreable por
la arqueología, porque no requiere de espacios con elementos constructivos específicos, por lo que apenas conocemos
estancias que puedan ser interpretadas con certeza como establos en las villas romanas de Hispania.
En este sentido destaca el aprisco documentado en la villa del Saucedo, en Talavera de la Reina. Al igual que en la
villa de Las Musas, un incendio permite documentar un registro de uso inalterado, que ha permitido excavar bajo el
derrumbe de tapial y teja once esqueletos de ovicapridos en conexión anatómica, sin otros materiales asociados, lo que
permite identificar este espacio como aprisco o establo. Aparecen también otros indicios de la actividad ganadera
como cencerros, campanillas y tijeras de trasquilar. Es interesante señalar que el uso de este establo se produce en
época tardo antigua, momento en el que en esta villa constatamos también la reutilización de espacios residenciales
con un fin productivo. Así, a finales del siglo V o principios del siglo VI d.C., coincidiendo con la construcción de una
basílica cristiana sobre el frigidarium de las termas, se construye un horreum en el salón de recepción de la villa
(oecus), así como la de un torcularium destinado a la elaboración de vino o aceite.
Los espacios utilizados en las labores de molienda de cereal y leguminosas son difíciles de detectar, por carecer
también de elementos constructivos específicos. Los artefactos utilizados se corresponden mayoritariamente con
molinos de mano del tipo rotatorio cilíndrico, unas piezas fácilmente transportables y continuamente reutilizadas, por
lo que rara vez aparecen en su lugar de uso original. Encontramos puntualmente, sin embargo, el uso de elementos de
molienda más complejos destinados a elaborar grandes cantidades de harina, que podemos vincular con el
comercio local o regional y con el sustento de la mano de obra de estos grandes dominios agrarios. Este tipo de
molinos de corte industrial es muy escaso, hasta ahora, en la península ibérica. Debemos destacar entre ellos el molino
hidráulico de la villa de La Majona, en Don Benito (Badajoz), uno de los pocos ejemplares documentados hasta el
momento en las villae hispanas. Se trata de una potente estructura subterránea en la que se dispondría una rueda
vertical que se movería por la llegada de agua canalizada a través de un acueducto no documentado hasta hoy. El
movimiento de la rueda o rodezno, realizada en madera y por tanto no conservada, posibilitaría la rotación de la piedra
voladera del molino. En los últimos años, se ha puesto el acento en la investigación sobre la importancia de la energía
hidráulica en el mundo romano, demostrando un uso mucho más intenso de lo que se pensaba tradicionalmente. En
esta villa extremeña hay evidencias, de 1 gran producción cerealicola y también de vino y aceite.
Junto con la explotación agropecuaria del fundus la villa desarrolla un intenso aprovechamiento de los recursos
naturales presentes en su territorio inmediato. Así, la explotación de los recursos marítimos y fluviales; la apertura de
canteras para cubrir las propias necesidades constructivas del asentamiento y para la elaboración de cal; la extracción
de arcillas para la elaboración de artefactos cerámicos; el aprovechamiento de madera de las zonas boscosas, la
explotación de filones metalíferos próximos para la elaboración de ciertas herramientas y, por supuesto, la explotación
de los recursos cinegéticos, constituyen actividades esenciales dentro de las estrategias productivas de las villae.
Muchas de estas labores no son rastreables a través de nuestras excavaciones, pero aparecen claramente explicitadas
en los textos antiguos y también en las representaciones iconográficas.
Las villas situadas en la línea de costa explotaron los recursos pesqueros, como constatamos en el yacimiento de la
Finca del Secretario en Fuengirola (Málaga). Se trata de una villa romana ocupada desde el siglo I d.C. al siglo V en la
que se aprecia una fábrica de salazones de pescado y un alfar destinado a la elaboración de ánforas y otros repertorios
cerámicos. El complejo productivo se halla segregado del espacio residencial, disponiéndose a unos 30 m al sur de las
termas. Se han excavado ocho de las tradicionales piletas destinadas a la maceración del pescado, integradas en un
amplio edificio, en el que destaca la presencia de un gran patio donde se llevarían a cabo las labores de limpieza y
despiece de los productos piscícolas. En relación con la explotación de este recurso marítimo se encuentran los cinco
hornos cerámicos situados de forma anexa al complejo salazonero, en los que elaborarían las ánforas –destinadas a la
comercialización de este producto–, aunque también a la producción de cerámica común y, posiblemente, de material
latericio constructivo.
En las villae del interior se debieron explotar de forma habitual los recursos fluviales, aunque las evidencias
arqueológicas sean todavía leves. El estudio de la explotación de los paisajes fluviales apenas se ha desarrollado en la
Península Ibérica, pero contamos con testimonios indirectos a través de la iconografía. Así, cabe destacar la elección
de especies fluviales para la representación musiva del dios Océano en la villa de Carranque (Toledo), que debe
ponerse en relación con el aprovechamiento de los recursos pesqueros del rio Guadarrama. También la acuñación de
moneda con peces de rio, seguramente sábalos, por parte de la ciudad de Ilipa, la actual Coria del Rio (Sevilla). De
igual modo sucede con el aprovechamiento de los recursos cinegéticos. Las escenas de caza aparecen habitualmente
representadas en los mosaicos de las villas, atestiguando una actividad esencial del ocio aristocrático y en la que el
provecho cárnico no es despreciable. Los estudios sobre la fauna realizados en algunas villas hispanas así lo
demuestran. En el caso de la ya citada villa de Veranes, el estudio de los restos de fauna depositados en basureros
indica la importancia del aporte cinegético al consumo de carne. Jabalís, ciervos, conejos, liebres y perdices fueron
cazados en los entornos de esta villa.
Hay un tercer nivel productivo vinculado a la reparación y elaboración de las herramientas y útiles necesarios para
el funcionamiento de la villa, conocidos con el nombre de instrumentum domesticum. Arqueológicamente disponemos
de un conocimiento muy desigual de esta fabricación. Hay artesanías que dejan unas huellas más o menos claras,
como los talleres de vidrio o de metal, los alfares y los hornos de elaboración de cal. Mientras otras pasan
completamente desapercibidas, ya que utilizan herramientas realizadas en materiales perecederos y no dejan residuos
evidentes en su proceso de elaboración, como el trabajo de la madera, la cestería o la producción textil.
Dentro de las artesanías rurales mejor conocidas se encuentra la alfarería, un elemento central en las actividades
productivas de las villae. Hay muchos los ejemplos de la presencia de hornos destinados, bien a la elaboración de
envases en los que comercializar el excedente productivo, bien a la elaboración de cerámicas comunes o de material
constructivo: tejas y ladrillos esencialmente. Es habitual la aparición de alfares destinados a la elaboración de ánforas
en las villas en las que constatamos industrias del vino o del aceite de oliva y cuyo fin era su comercialización a larga
distancia. Así, encontramos habitualmente alfares en asentamientos con producción de aceite en el entorno del
Guadalquivir. En el caso de la producción de vino tarraconense, desarrollada entre el siglo I a.C. y el siglo II d.C. y
destinada al abastecimiento de la Galia primero y de la ciudad de Roma después, la presencia de alfares anafóricos
vinculados con los torcularia vinícolas es constante. Entre los muchos ejemplos disponibles cabe señalar la
producción vinícola y alfarera de la villa de Torre Llauder, en Mataró, Barcelona.
En este asentamiento rural se han documentado también hornos para la elaboración de vidrio, una industria que
debió de ser relativamente habitual en el seno de las villae, sobre todo a partir del siglo III d.C. En este momento se
generalizan en toda Hispania los talleres de vidrio, en los que se fundirían lingotes de vidrio prefabricado proveniente
de oriente o vidrio roto. En el caso de la Villa de Torre Llauder se documentaron
cuatro hornos fechados en el siglo II d.C. junto con abundante presencia de escoria de
vidrio y vidrio fundido.
Otra de las actividades artesanales, que debió estar ampliamente presente en las
villae hispanas, es la metalurgia, esencialmente la forja, tal y como indican Paladio y
Columela. A pesar de que estos trabajos dejan una huella muy evidente en el registro
arqueológico, la investigación hispanoportuguesa se ha preocupado poco hasta el
momento de estas actividades. Una excepción son los trabajos en la villa de Veranes.
Así, en el siglo IV d.C. hubo un taller de forja en el que se identifican tres hogares,
cuatro hornos, un yunque y una gran cantidad de escorias de hierro.
Como hemos visto en las villas se desarrolla una intensa y compleja actividad
productiva que alcanza al aprovechamiento de todos los recursos disponibles en el
territorio explotado por la villa. Sobre la diversidad de los trabajos del campo nos
habla la arqueología, pero sobre todo los agrónomos latinos y algunas
representaciones iconográficas. Para acabar hay que mencionar el espectacular
mosaico de Saint Roman en Gal (Rhone), descubierto de forma casual en 1891, y
actualmente visitable en el Museo de Saint Germain en Laye. En este mosaico se
disponen 40 paneles figurados en los que se muestran un buen número de las tareas
desarrolladas en el seno de las villae.
3. LA ARTICULACIÓN DEL TERRITORIO: INFRAESTRUCTURAS DE COMUNICACIÓN.
3.1.-INTRODUCCIÓN
Durante el proceso de conquista, ocupación e integración de territorios, Roma necesita implantar 1 extensa red de
calzadas. Los motivos son varios y se modifican según el periodo histórico y político. En Hispania, las necesidades
militares justificaron la construcción o adecuación de las primeras vías terrestres. Estas calzadas, normalmente
provisionales, salvaban los obstáculos geográficos con estructuras perennes, puentes de madera, y enlazaban
campamentos con áreas bélicas. Su principal función fue abastecer a las legiones con productos y contingentes. Tras
pacificar el territorio, Roma usó las vías construidas como base para tejer 1 red + densa que ordenase el territorio. En
muchos casos, se rediseñaba la red de comunicaciones, eligiendo las rutas óptimas para la circulación de mercancías,
con firmes + duraderos y ubicando mansiones y mutationes, puestos de descanso para los viajeros.
Dada su importancia, Roma creó una jurisprudencia para garantizar su protección y perduración. Gracias a la
conservación de algunos de estos textos legislativos, mayoritariamente tardo antiguos, disponemos de información
sobre su construcción, mantenimiento, financiación y control. Así, sabemos que las calzadas se construían en suelo
público, res publicae in uso publico, siendo de uso libre para el populus Romanus. En el Digesto, recopilatorio legal
del siglo VI d.c. que conserva uno de los conjuntos más importantes de leyes e información sobre vías romanas.
Escrito por Domicio Ulpiano en el primer cuarto del s.III d.c., en él se describen los actores principales en el
mantenimiento de los firmes y otros elementos como qué actividades estaban permitidas en esas vías.
Sin embargo, las fuentes literarias romanas no prestaron especial interés a las vías y solo aparecen documentadas
como elementos secundarios de otras historias. Por las fuentes solo conocemos algunos nombres propios de vías.
También sabemos que había distintas tipologías de calzadas, aunque su nomenclatura se confundía y mezclaba. La
palabra via se refería normalmente a los trazados más importantes, y actus a los caminos de tierra secundarios que las
unían. El iter era un camino aún más pequeño, de carácter particular. A partir del siglo III d.c. aparece el término
strata escrito sobre miliarios (y más tarde en documentos) para referirse a senderos empedrados o carreteras. En
épocas más tardías también se empleó el termino agger para los caminos empedrados. Otras palabras que aparecen en
fuentes son semita, una senda estrecha, callis, camino o sendero en las montañas, trames, atajo o travesía y
diverticulum, camino apartado o tortuoso.
3.2.-FUENTES HISTORICAS PARA EL ESTUDIO DE LAS VÍAS ROMANAS EN LA PENÍNSULA
IBÉRICA.
En la historiografía la primera aproximación al estudio de la red de calzadas romanas fue el análisis de los llamados
itineraria, conjunto de fuentes de diversos formatos que tenían en común la recopilación de rutas con listas de lugares
donde detenerse (mansiones) y la distancia que las separaba en millas romanas (Millie passum).
La fuente más importante para reconstruir la red de calzadas del Imperio romano es el Itinerarium provinciarium
Antonini Augusti. Solo se ha conservado éste a pesar de que se considera que fue un tipo de documento usual. Fechado
a finales del siglo III d.c. (basándose en la omisión y aparición de diversos topónimos), en el Itinerario de Antonino
cada ruta tiene un epígrafe donde aparecen las poblaciones que une, su distancia total y un listado de las mansiones
con la distancia entre ellas. Aparecen rutas de todas las provincias romanas, 34 de Hispania, que se suelen nombrar
siguiendo la numeración (del 1 al 34) que les dio Eduardo Saavedra en 1862.
Otro documento valioso es la Tabula de Peutinger, el mapa de las vías del Imperio más antiguo conservado
(parcialmente). En él se representan elementos geográficos como cordilleras o ríos junto a ciudades y mansiones de
las calzadas (con proporciones distorsionadas ya que la intención era mostrar las vías y ciudades que comunicaban
con Roma). La parte que contenía Hispania, Britania y el norte de África se ha perdido.
Los Vasos Apolinares o Vasos de Vicarello: son 4 vasos de plata encontrados en las termas de Aquae Apollinares,
cerca de Vicarello, Italia. Cuentan con 4 columnas donde se pueden ver las 106 mansiones principales de la ruta entre
Gades y Roma y la distancia entre ellas. Hay diferencias estilísticas entre los vasos, pero todos muestran una ruta
semejante pasando por Hispalis, Corduba, Saltigi, Valentia, Tarraco o Gerunda.
El Anónimo de Ravenna o Ravennatis Anonymi Cosmographia. Documento del siglo VII d.c. que aporta
información de las principales calzadas, también en Hispania. Pero no recopila las distancias entre mansiones.
Hay fragmentos de documentos referidos a la red de transporte hispana en época romana. Destaca el Itinerario de
Barro, encontrado en Astorga. Son 4 tablillas fragmentadas que describen diversas rutas del noroeste peninsular y la
desaparecida Tegula de Valencia, descubierta a fines del XVIII, con parte de la ruta costera de la Vía Augusta.
A parte de estos itineraria, citamos ahora textos de geógrafos e historiadores clásicos que nombran rutas o
describen territorios y sus calzadas:
El texto de Timeo de Tauromenio (s.IV-III a.c.): quizá la primera referencia al sistema viario peninsular. Se refiere
a una vía arcaica cuando describe el camino que hizo Hércules cuando recorrió las tierras de la Céltica, los celtoligures
y los íberos. De ahí que sea conocida como vía Hercúlea.
Textos de Polibio, una centuria más tarde, que dedicó su libro tercero a la historia y geografía de la península.
Mas tardías son las referencias de Cicerón (In Vatinium, 12), Julio César (Commentarii de bello civili I, 73;II 21,5),
Dion Casio (en su Historia Romana describe la ruta usada por Julio César), Nicolás Damasceno (los viajes de
Augusto) o Estrabón, uno de los autores que más referencias ha dejado sobre geografía ibérica en sus libros III y IV,
entre el siglo I a.c. y principios del I d.c.
Tito Livio, coetáneo de Estrabón. Ofrece informaciones sobre la movilidad en Hispania (Ab Urbe Condita, XXI,
60, 1-3), la llegada de Escipión a Empuries y su trayecto con tropas por el interior (XXVIII, 3, 5) o el reclutamiento de
tropas cercanas a la vía de Tarraco a Castulo (XXVIII, 13, 4)
Entre los autores del s I d.c. destacar a Plinio, que en su Historia Natural trató sobre elementos relacionados con
las vías romanas como los trofeos erigidos por Pompeyo. O el poeta Marcial, originario de Bilbilis, que comenta en
uno de sus epigramas la existencia de una vía de Tarraco a Cesaraugusta y el tiempo necesario para realizarla.
Las principales vías romanas se señalaban con grandes monolitos pétreos, miliarios, con información sobre la
calzada; nombre, emperador que la construyó o reparó, distancia al inicio de la vía. Son muy heterogéneos. La
mayoría con cipos cilíndricos de diversos tamaños., aunque también los hay rectangulares e irregulares, sobre todo del
Bajo Imperio. En algunos la información que contienen es extensa, pero otros son escuetos e incluso sin grabados,
miliarios anepígrafes, aunque pudieron ofrecer información de otro modo (pictóricos u otros soportes). El reparto de
miliarios en la península es muy desigual. En la Bética se han encontrado 81, en Lusitania 108 y en la Tarraconense
más de 900, con 644 en el extremo noroccidental. El inicio de su uso por Roma es desconocido, pero los más antiguos
de la península son de época republicana (encontrados en el noreste dedicados al procónsul de la Hispania Citerior
Manius Sergius, de alrededor del 120 a.c.) Pero la mayoría pertenecen a época imperial cuando con Augusto se
empieza a reestructurar y consolidar el diseño territorial y urbanístico de la península.
3.3.-ARQUEOLOGÍA DE LAS VÍAS ROMANAS. TÉCNICAS COSNTRUCTIVAS E INFRAESTRUCTURA
VIARIA.
La planificación y el uso de técnicas constructivas estandarizadas permitieron la implantación de una red viaria
extensa, combinando la fijación de algunos corredores históricos con la creación de nuevas rutas. Además de utilitaria,
las vías tuvieron una función propagandística, proyectando la grandiosidad de Roma por donde pasaban.
La ingeniería civil romana aplicó dos principios, la economía de materiales y el pragmatismo, dando lugar a firmes
resistentes y en ocasiones, sobredimensionados que en muchas ocasiones han pervivido hasta hoy. Su nivel técnico
constructivo no se superó en España hasta el siglo XVIII.
Dos elementos caracterizan una vía:
- su cuerpo viario: conjunto de obras que la forman, interdependientes entre sí. Incluyen las infraestructuras
técnicas para su fijación (terraplenes, zanjas, drenajes, puentes…) y el paquete de firmes, coronado por la capa de
rodadura. Además, contaban con elementos complementarios de demarcación, monumentalización o auxilio al viajero.
Distintos según estuviese cerca de una ciudad (tumbas y mausoleos) o alejada (miliarios, inscripciones, monumentos
honoríficos, mansiones y mutationes).
-su trazado: se planificó el trazado priorizando los tramos rectos y de suave pendiente, equilibrando costes y
rapidez de recorrido. Para salvar obstáculos, a menudo usaron soluciones creativas y arriesgadas. Cuando debían
cruzar cordilleras o sierras optaban por la ladera sur, menos húmeda y con menos heladas, y los puntos de paso más
bajos para evitar pendientes. Se ha discutido si pendientes superiores al 8% descartan la romanidad de la vía en
Hispania. Pero en Italia se han constatado pendientes del 10-12%, e incluso el 15-20% en áreas accidentadas. Si no
había otra opción se realizaban desmontes, con cortes estables, en talud o rectos según el tipo de terreno, minimizando
la erosión. En zonas muy montañosa siempre que era posible se creaban calzadas en cornisa. Solo como último
recurso se excavaban túneles (no conocidos en Hispania, pero si en Italia). En terrenos llanos, las ondulaciones y
depresiones se allanaban con terraplenes de gravas y piedras gruesas para aislar el paquete de firmes de la humedad. Si
era necesario se realizaban cunetas de drenaje laterales, recortadas en el terreno, en ocasiones en forma de
canalizaciones de obra de mampostería, sección cuadrada y cubierta de losas.
Si se necesitaban terraplenes de más entidad, se reforzaban los laterales con muretes de contención y en
hondonadas de más tamaño por auténticos viaductos. Los ríos y valles profundos se salvaban con puentes (ejemplo de
puente que ha perdurado es el de Alcántara, siglo II d.c. en Cáceres. Con 194m de largo y altura máxima de 57,
construido en opus quadratum almohadillado con seis arcos de medio punto. Cruza el
Tajo para la vía que unía Emérita Augusta y Conimbriga).
La composición y secuencia de los firmes ha sido ampliamente debatida, fruto de un
error histórico al extrapolar el texto de Vitrubio (De Arquitectura, 8.1) sobre la
composición de pavimentos domésticos a los firmes viarios. La voluntad de identificar la
secuencia perfecta de nucleus, rudus, statumen y pavimentum ha condicionado la
aproximación arqueológica a las vías romanas. La excavación de secciones de vías ha
permitido establecer cual es la estructura en realidad, con gran variabilidad según las
necesidades y condicionantes de cada tramo de camino .
En primer lugar se identifica una adaptación del suelo geológico para crear la plataforma viaria: con la excavación
de una zanja donde encajaría la calzada o con la aportación de tierras creando un terraplén o agger.
Como base de cimentación se colocan una o varias capas de piedras y materiales de mayor grosor, con espesores
considerables pero variables según la casuística, que funcionaban a su vez como sistemas de drenaje. En esta fase eran
importantes las obras auxiliares antes citadas, imprescindibles para superar los accidentes topográficos, gestionar el
agua y asegurar la viabilidad de la calzada.
La vía se completaba con la pavimentación final, formada por una o mas capas de gravillas y cantos rodados de
granulometría pequeña, arenas, arcillas o tierras. Por lo general el mortero de cal no se incluye entre los materiales,
solo de manera excepcional. El revestimiento final con grandes losas, imagen prototípica, no fue tan extendido. Tan
solo algunos tramos de determinadas vías, sobre todo cerca de las ciudades, lo emplearon. Además, los firmes de
áridos pequeños favorecían la estabilidad de los carros que circulaban a alta velocidad y el agarre de la uña desnuda
(sin herradura, prácticamente desconocida en época romana) de los animales de tiro
3.4.-LA RED DE CALZADAS EN HISPANIA.
3.4.1.-La evolución de la estructura
En la P.I. existieron antes de los romanos algunos grandes ejes de comunicación, destacando el que transcurría
paralelo a la costa mediterránea (mencionado por Timeo de Tauromenio s.IV-III a.c.). Esta vía fue seguida por el
ejército romano a las órdenes de los Escipiones en el s. III a.C para marchar desde Empúries al Guadalquivir. En el
valle del Guadalquivir seguiría el trazado de 1 vía turdetana que se dirigía al W peninsular. Hubo otras vías
relacionadas con las poblaciones locales y su interacción con griegos y fenicios. Aunque no hay restos físicos, solo
testimonios secundarios como la distribución de productos y noticias tardías, podemos determinar algunas posibles
rutas ibéricas. Entre ellas, la precedente a la Vía de la Plata, que vincula el W bético con los alrededores de Mérida e
iba al N, relacionada con el comercio de estaño. O una ruta que comunicaba Gades con el estuario del Tajo,
mencionada por Avieno en el s. IV d.c.
Antes de Augusto, Roma reutilizó algunas vías preexistentes para sus campañas militares de los siglos II y I a.c.
Pero fue a partir de la época imperial cuando se llevó a cabo una importante remodelación territorial. Principalmente
por Agripa, yerno de Augusto, que afectó a la distribución de ciudades, con la construcción de nuevas urbes como
Cesaraugusta, Asturica Augusta, Lucus Augusti, Bracara Augusta o Augusta Emerita entre otras. Así como el diseño
e implantación de una densa red de calzadas que las comunicaba.
4. EL ABASTECIMIENTO DE AGUA A LOS NÚCLEOS HABITADOS.
4.1.-INTRODUCCIÓN
El modo de vida romano exigía un abastecimiento de agua continuo y estable a lo largo del año. Además de para
consumo humano, para los baños, talleres artesanales, fuentes de la ciudad o actividades como la minería y la
agricultura. Por ello existían diferentes sistemas de abastecimiento y almacenamiento, desde pozos a acueductos o
cisternas para recoger agua de lluvia. Sin embargo, la investigación se ha focalizado en los acueductos, quedando
otros sistemas relegados en la historiografía. Lo mismo ocurre con los textos antiguos. El primer acueducto hispano en
contar con un estudio moderno fue el de Almuñécar en 1949.
4.2.-SISTEMAS DE CAPTACIÓN DE AGUA
- Aguas subterráneas: es muy frecuente su explotación mediante pozos (puteus-i). Eran simples perforaciones
verticales, mayoritariamente circulares, que en sus primeros metros podían tener algún tipo de encañado de sillares o
ladrillos para evitar su deterioro. En la superficie, solía estar rodeados de un puteal. En ocasiones podían tener
estructuras más complejas, como el pozo de Marroquíes Bajos (Jaén) del siglo I a.c. donde la perforación vertical se
complementa con dos pasillos escalonados para facilitar el acceso al agua. Un caso especial de captación de aguas
subterráneas es el aprovechamiento a partir de conjuntos kársticos, como los documentados en Tarraco y Clunia. La
primera lo abandonó en época imperial pero la segunda lo mantuvo. Conocido como Cueva Román, el conjunto
kárstico de Clunia está formado por lagunas y galerías bajo la meseta donde se asienta la ciudad. Sufrió
modificaciones en época romana para mejorar la interconexión de las lagunas, accediendo al agua a través de
múltiples pozos.
- Agua de lluvia: se empleaban cisternas, aunque apenas hay estudios que las analicen. Una de las pocas
excepciones es Ampurias, donde se han identificado cisternas «a bagnerola» o elípticas y cuadrangulares, de una o
varias naves, con cubierta plana o abovedada, revestidas en su interior con mortero impermeabilizante de opus
signium. Hay tanto cisternas en el ámbito privado como grandes cisternas públicas, como la gran cisterna de tres
naves descubierta en Monturque con capacidad para 850.000 litros.
También se emplean presas, acumulando el agua de 1 río. La pantalla o
muro cumple la función de impermeabilización y se estabilizaba la obra
construyendo 1 espaldón de tierras aguas abajo del muro o con contrafuertes
para contrarrestar la presión del agua. En ocasiones, como en la presa de Alcantarilla, se construyen contrafuertes
aguas arriba para contrarrestar la presión del espaldón de tierras cuando bajaba el nivel del agua. El concepto de presa
de gravedad, es decir sólo con el muro o pantalla, solo lo emplearon en obras menores, sobre todo azudes de
derivación de aguas fluviales.
4.3.-LA CONDUCCIÓN DEL AGUA. LOS ACUEDUCTOS
Tenemos amplia información sobre ellos. La fuente principal para conocer la legislación que les afectaba es el De
aquaeductu de Frontino, escrito tras ser nombrado curator aquarum, magistrado encargado de la gestión del agua de
la ciudad de Roma en el 97 d.c. Nos informa del derecho de aguas y la gestión. Aunque no exactamente igual, en
provincias la gestión sería similar.
Durante la república, la gestión estaba en manos de los censores, y en su ausencia de los ediles. Peo esto cambió
cuando Agripa acepta, tras el consulado, el cargo de edil, convirtiéndose en el primer curator aquarum, el primer
administrador vitalicio de las construcciones hidráulicas. Tenía a sus ordenes un cuerpo de trabajadores, la familia
aquaria publica a la que se añadió en época del emperador Claudio la familia aquaria caesaris. Ambos cuerpos
estaban formados por distintos especialistas, entre otros:
Vilicos: intendentes; castellarios: guardianes de los depósitos o castella; circitores: inspectores encargados de
examinar el estado de conductos, fuentes y depósitos; silicarios: empedradores, que levantaban y recolocaban el
pavimento cada vez que era necesario; tectores, etc.
En el caso de Hispania la información procede de las leyes municipales conservadas, esencialmente de la Lex
Ursonensis, deductio de la Colonia Genetiua Iulia Ursonensis, y de la Lex Irnitana, ley del municipio Flavii Irnitani.
Estipulan que la institución encargada de aprobar la construcción es el ordo decuriorum. La Lex Ursonensis establece
que el duumvir debe elevar la propuesta de trayecto y tierras a expropiar a los decuriones, debiendo estar 2/3 de ellos.
La Lex Irnitana también establece que el ordo decuriorum es el encargado de establecer las cantidades a gastar y
nombrar a las personas que dirijan las obras.
Un acueducto presenta 3 elementos fundamentales: caput aquae o sistema de captación, castellum aquae o depósito
terminal y la conducción propiamente dicha, con tipologías variadas.
caput aquae: el punto inicial, localizado a una altitud que garantizase la llegada del agua. Podía canalizar aguas
subterráneas, manantiales, un río o agua embalsada. Según Vitrubio, los romanos preferían las aguas subterráneas,
como el caso del Venero De Vallehermoso, uno de los puntos de captación del Aqua Augusta de Córdoba. También
manantiales, como el caso de la pileta augustea de la que partía el acueducto de Conimbriga. O agua de ríos redirigida
mediante azudes (acueductos tarraconenses del Francolí y del Gayá) o embalsada en presas (Alcantarilla en Toledo o
Proserpina y Cornalvo en Mérida).
Conducción: requerían una buena planificación para que la pendiente fuese lo bastante elevada para evitar
estancamientos, pero no excesiva para evitar que el agua alcanzase demasiada
velocidad. Para este estudio se empleaba un nivel de agua conocido como
chorobates. El tipo de conducción + frecuente era el canal de albañilería o
specus. Suelen ser de sección cuadrangular, revestidos interiormente para
impermeabilizarlos con opus signium y normalmente con algún tipo de
cubierta. Menos frecuentes eran las conducciones a presión, usadas en los
sifones y los sistemas urbanos de distribución. Podían ser de plomo, cerámica o
piedra. Los sifones, usados para salvar amplios valles o extensas llanuras, se
basaban en el principio de los vasos comunicantes, con el depósito de cabecera
más grande para que el sifón siempre estuviese lleno de agua. En los valles
profundos, la tubería se elevaba en la sección más profunda mediante
arcuatio/arcuactiones (arcadas) que Vitrubio denominaba venter. En caso de
desniveles pequeños el canal se elevaba sobre un muro continuo (substructio).
Otros elementos que podemos encontrar son: spiramina (pozos de registro); o
las piscinae limariae: para decantar los sólidos en suspensión. Menos
frecuentes eran los pozos de resalto, usados para reducir la presión y velocidad
excesiva causados por una subida de caudal o demasiada pendiente.
Castellum aquae: donde desemboca el
acueducto. Estas estructuras podían ser de
dos tipos: para distribuir agua únicamente o
también para almacenar grandes cantidades.
Los acueductos eran infraestructuras muy
costosas, lo que llevó a la historiografía tradicional a interpretar que el
emperador participó en la financiación de todos aquellos en los que
aparecía el epíteto Augusta. Sin embargo, la epigrafia lo ha
desmentido, ya que hay casos de acueductos denominados Aqua
Augusta financiados por evérgetas locales. También pudieron ser financiados con tributos o contribuciones
excepcionales de los vecinos.
4.3.1.-Algunos acueductos hispanos
La Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco, capital de la Tarraconense, contó con 3 acueductos. El más antiguo
recoge las aguas del río Gayá. Tiene 45km, la mayoría de un specus de opus caementicium con cubierta
abovedada. De probable época augustea es el que recoge las aguas del río Francolí, de 15km y con una arquatio en
opus quadratum de 200m (Puente del Diablo).
La Colonia Augusta Emerita: tuvo hasta 4. De época augustea es el Aqua Augusta o acueducto de Cornalvo que
recoge agua de un manantial. También del s.I d.c. es el acueducto de San Lázaro. Su aspecto más singular es que tiene
varios ramales de captación que recogen agua de filtración, manantiales y ríos. El último es el de Los Milagros, de
época Flavia o trajanea, que recoge agua de la presa de Proserpina. Tiene una arcuatio de 827m de longitud.
La Colonia Patricia Corduba tuvo al menos 4. El primero, Aqua Augusta o Aqua Vetus, del 19-14 a.c., 18,6 km y
una pendiente de 17m/km que se redujo con 40 pozos de resalto. Funcionó de nuevo en época omeya para dar servicio
a Medina Azahara. Tal vez en época de Nerón se construyó el acueducto occidental. Con Domiciano se levantó el
Aqua Nova Domitiana Augusta. El último se construyó en el siglo III o IV d.c.
La mayoría de ciudades contaban con 1 acueducto. El de Cádiz, con 75km es el más largo de la península. Su
cronología es compleja, pero parece que tras los Flavios se da el auge de su construcción en Hispania, relacionado con
la extensión del estatus municipal por parte de Vespasiano. El 1º del que se tiene constancia es el de Cartagena,
construido por Pompeyo tras las guerras sertorianas. La mayoría se levantan entre los s. I y II d.c. A partir de entonces
dejan de edificarse nuevos acueductos y sufren un paulatino abandono. Un caso particular es el de Recóplolis,
edificado en el s VI d.c., cuando casi todos los demás estaban en desuso. También fue muy común el caso de ciudades
que no contaban con ninguno, como Ampurias, que usaba pozos y cisternas o Clunia, aprovechan el conjunto kárstico.
4.4.-USOS DEL AGUA
En las ciudades romanas identificamos dos tipos de suministro:
- Destinado a autoabastecimiento: de determinadas propiedades o edificios. El agua procede de pozos o cisternas
(para el agua de lluvia) situados en la propiedad. Por ejemplo, las cisternas abastecidas desde el atrio o el peristilo de
las viviendas.
- Sistemas públicos: su máximo exponente son los derivados de los acueductos, pero también del
aprovechamiento de aguas subterráneas o grandes cisternas. Eran accesibles a la población a través de pozos o fuentes
(sencillas o monumentales) en calles y plazas. Según el texto de Vitrubio, el abastecimiento de fuentes públicas era
prioritario, pero también se daba servicio a termas públicas y casas particulares. Solo en casos concretos el agua
publica podía ser canalizada hacia propiedades privadas. Debía ser aprobado por los decuriones y debía ser muy caro.
Un tema controvertido es el uso de esa agua. Se ha asumido que sería agua de boca, argumentando que no
invertirían sumas tan grandes de dinero y trabajo en acueductos para llevar agua no potable. Sin embargo, un estudio
del uso del agua domestica en Pompeya demostró que, en las casas conectadas al sistema urbano de abastecimiento, su
uso fundamental eras las termas privadas y las fuentes ornamentales de los jardines, mientras la cocina y las letrinas
empleaban agua de lluvia almacenada en cisternas. Otro dato lo da el asedio del ostrogodo Totila sobre Roma en el
siglo VI. Cortaron el suministro de los acueductos para rendir la ciudad, pero los habitantes de Roma solo se quejaron
de que no podían usar las termas. El agua para beber se extraía de otros lugares.
Un uso probado del agua de los acueductos es el artesanal. Frontino señala en su obra que los talleres de lavado y
teñido de telas en Roma usaban aqua caduca, la que sobraba de las fuentes. De otros negocios no da datos. La factoría
de salazones de El Majuelo, en Almuñécar, se abastecía a partir de un ramal del acueducto. Las propiedades y talleres
periurbanos aprovecharon el paso cercano de un acueducto para derivar agua. Estas derivationes extra urbem se han
propuesto para instalaciones artesanales como el alfar romano de La Maja (Calahorra)
Fuera de las ciudades el agua también era importante. Como en la explotación minera de Las Médulas, con 600km
de canales (el más largo, de 143km captaba las aguas del rio Cabrera). Lo mismo ocurre en el ámbito rural con sus
explotaciones agropecuarias. La arqueología ha constatado que los establecimientos rurales también se abastecieron
con acueductos.
La escuela epicúrea: final de la República y primera etapa imperial. Se enfrenta a la muerte intentando despojarla
de supersticiones y de miedo, porque el alma moría con el cuerpo como culminación natural de un proceso biológico.
El pensamiento estoico: final de la República y primera etapa imperial. Niega la existencia de un Más Allá. Se
enfrentan a la muerte desde la razón y negando que el ritual sea efectivopara evitar que el alma muera o que sea
posible reconducir el destino.
El cristianismo era una postura filosófica opuesta a ambas escuelas, porque afirmaba que existía la vida después de
la muerte y basaba parte de su pensamiento en la existencia de un plan de salvación colectivo.
El ordenamiento legal: es muy conocida la prohibición de la “Ley de las XII Tablas” sobre los enterramientos
dentro de los recintos urbanos (pomerium), que podría deberse tanto a una medida higiénica como al deseo de evitar la
propagación de incendios originados por piras funerarias. También regulaba el carácter individual de la propiedad de
la tumba y se prohibía su uso, disposición o venta a los herederos, aunque sí debían mantenerla. El incumplimiento de
esta norma se penaba con multas, algunas impuestas por el propio difunto en su testamento.
11.2. La Arqueología de la Muerte en el mundo romano.
La Arqueología de la Muerte en la zona occidental del Imperio está en pleno proceso de renovación debido al
aumento de los trabajos de campo. Gracias a ellos se han descubierto importantes espacios funerarios, que permiten
realizar análisis antropológicos sobre grandes superficies excavadas sin limitarse a estudiar las estructuras funerarias
más monumentales y la composición de los ajuares. En la ciudad de Roma se ha empleado como base comparativa de
los cementerios de la Urbs, los menos conocidos hasta hace poco tiempo. Además, se empiezan a estudiar los rituales
a través de todas sus fases.
La arqueología estudia los comportamientos y actitudes gestuales que han dejado huella arqueológica,
completando las informaciones escritas.
Aunque es difícil restablecer gestos a partir de restos materiales, está claro que los rituales se realizan con una
intención determinada, según una creencia personal o una concepción religiosa. Por ejemplo, los esqueletos de
animales encontrados en las necrópolis romanas casi siempre están depositados junto al cadáver o en los restos de la
cremación, así que se deduce que son ofrendas en honor al muerto. También se han encontrado restos alimenticios
consumidos durante la cremación o en las visitas periódicas a la tumba. En cuanto a los vegetales, pueden haberse
depositado en la pira como un homenaje al difunto o formar parte de preparados alimenticios (pan…). Gracias a
diversas técnicas de análisis, en las necrópolis se han encontrado restos de semillas, frutas, legumbres o cereales.
En las inhumaciones se analiza el cadáver estudiando factores como su postura o sus enfermedades, para
conocer las causas de la muerte y sus condiciones físicas en vida. Estos análisis contribuyen a describir la calidad de
vida de las poblaciones antiguas y patologías específicas ligadas a determinadas condiciones económicas o al
desarrollo de prácticas concretas (alteraciones óseas por un intenso trabajo físico, dieta habitual… etc.).
11.3. El paisaje funerario.
Uno de los aspectos que más contribuyen a perfilar el paisaje funerario romano es la situación de las necrópolis
fuera del recinto urbano, como establece la Ley de las XII Tablas (s. V a. C.), que prohíbe los enterramientos dentro
del pomerium. Quedaban exentos los niños fallecidos antes de cumplir los cuarenta días de vida, que podían
inhumarse en el interior de las casas.
Esto hace que las tumbas fuera de las ciudades se alineen a ambos lados de las vías de entrada y salida.
El paisaje funerario romano urbano lo forman verdaderas “vías mortuorias” en las márgenes de
los caminos, dándole mayor protección. Las necrópolis también podían situarse en vías construidas
especialmente para eso. En cualquier caso, solían ser caminos públicos, para facilitar la visita a las
tumbas sin tener que atravesar terrenos privados, cuyo acceso también estaba regulado.
Desde el punto de vista material, los cementerios extraurbanos solían tener distintos tipos de
enterramientos, según la clase social del difunto y su capacidad económica. El paisaje real de estas
necrópolis todavía se ve en lugares como la Vía Appia de Roma. El tamaño de las tumbas variaba
mucho de un lugar a otro según el precio del suelo, ya que, según la “Ley de las XII Tablas”, los
enterramientos no podían invadir los terrenos fértiles, y la disminución de terrenos disponibles
encarecía su precio.
El crecimiento habitual a partir del pomerium y de la vía hacía que los enterramientos más cercanos
a las murallas y a la vía fueran, generalmente, los más antiguos, aunque, debido al alto precio del
terreno funerario, el más cercano al núcleo urbano sería también el más caro.
Además, hay que tener en cuenta los elementos de delimitación del espacio funerario. La
imposición de límites se debe al carácter religioso (loca religiosa) de las zonas funerarias y a la
propiedad privada del terreno fúnebre. Existieron diversos elementos para delimitar las tumbas según
las épocas, lugares y formas monumentales adoptadas. Los sistemas más comunes fueron los cipos de
límite, en forma de estela redondeada. Podían estar asociados o no a un recinto cercado (maceria). A
veces constaban las dimensiones del espacio funerario, indicando el largo y la profundidad del emplazamiento
romano. Los cerramientos podían ser de una familia o pertenecer a un collegium funeraticium.
Compra a la ciudad.
Compraventa.
Donación o concesión entre particulares.
Admisión en tumba privada.
Pertenencia a un collegium funeraticium.
Munificencia (generosidad) pública o privada.
Donación honorífica por parte del ordo decurionum.
La prohibición de enterrar en los límites de la ciudad estaba vigente en todo el Imperio. Además de las razones
legales, los posibles incendios que podían provocar las cremaciones justifican, que se
situaran extramuros. Aunque la función de los enterramientos era albergar a los difuntos,
para las clases sociales altas eran lugares de ostentación y de autorepresentación, que se
manifiestan en la grandiosidad del edificio, el esplendor de la decoración y la elección del
lugar. Hay mucha diversidad de monumentos funerarios romanos según las tradiciones, los
ritos funerarios, la posición social del difunto o incluso la moda.
Las sepulturas son una fuente de información primordial de las desigualdades sociales
tras la muerte, ya que el rico continúa mostrando su poder con un monumento y el pobre
debe contentarse con una tumba modesta, a menudo colectiva. La importancia de la tumba en el mundo romano se
manifiesta en la constitución de los collegia funeraticia que aseguraban, tras el pago de una cuota, un lugar en el
cementerio.
El ánfora, que suele estar rota por el cuello para poder introducir el cadáver y tapada por un fragmento de
terracota. Uno de los enterramientos más abundantes.
El ataúd de madera. No suele conservarse, pero la presencia de clavos es claro indicio de su existencia; a
veces están protegidos por otros de plomo o de piedra.
La cista es una caja construida con tegulae, placas de cerámica o lajas de piedra de
distintos tipos y con cubierta plana o a doble vertiente.
El sarcófago de plomo o piedra, liso o decorado. Algunos estaban expuestos en una
cámara sepulcral.
El monumento visible que señalaba el enterramiento.
Estas formas de enterramiento tenían símbolos exteriores, que podía variar. Los de tipo menor constan de una
forma arquitectónica, un campo epigráfico con inscripciones que recuerdan al difunto y decoraciones alusivas:
Placa: monumento plano en forma cuadrada o rectangular que señala un emplazamiento o que se coloca sobre
el nicho de los columbarios.
Cipo: bloque de piedra cilíndrico o prismático que suele estar decorado en una de las
caras, en la que hay una inscripción.
Estela: evolución del cipo. Bloque monolítico con diversos tipos de remate, y que
suele llevar inscripción y motivos decorativos.
Edículo templiforme: representa la fachada de un templo in antis,
con columnas o pilastras soportando los frontones.
Ara funeraria: cuerpo cuadrangular con basa y rematado por una
cabecera con pulvini (protuberancias a modo de volutas en la parte superior
del ara) y el focus (concavidad en la parte superior del ara) para las ofrendas.
A veces dentro del ara hay una concavidad para depositar la urna.
Cuppae: sillares que presentan una cara redondeada y que suele
encerrar las cenizas, con inscripciones y orificios para las libaciones.
Monumentos funerarios
Los ámbitos funerarios se monumentalizan para perpetuar el recuerdo, provienes del griego mimnesko, mnemo que
significa recordar. “Monumentalización”: proceso de construcción de edificios en piedra u otros materiales sólidos
para perpetuar la memoria de quienes los edifican. Los monumentos funerarios son construcciones de prestigio y de
autorepresentación social destinadas a exaltar al difunto.
Las tumbas de Roma de los siglos IV y III a.C. están casi destruidas, menos la tumba de los Escipiones.
Excavada en tufo, tiene una fachada arquitectónica en la que, tras una puerta abovedada, se accede al vestíbulo.
Dentro están los sarcófagos.
Las transformaciones sociales del siglo II a.C. se reflejan en las manifestaciones ante la muerte. La igualdad en las
costumbres funerarias desaparece debido a la fortuna y rango. Hay pocos restos arqueológicos de la época, aunque
destaca el monumento funerario de Servio Sulpicius Galba. A partir del siglo I a.C. aparecen los edificios colectivos
que construyen los libertos para presumir de su nueva condición jurídica.
Al final de la República e inicio de la época de Augusto aparecen nuevos tipos de monumentos funerarios:
1.1- Arqueología minera: fuentes para el estudio de la actividad minera y metalúrgica en época romana:
La Arqueología minera estudia la minería, su objetivo es reconstruir en el tiempo los procesos de búsqueda y
explotación de los yacimientos mineros y la transformación de los paisajes en las áreas de extracción y transformación
del mineral. La arqueología minera debe utilizarse como instrumento para comprender la economía, los intercambios
de una época determinada, en un espacio definido y sus procedimientos de control y gestión.
Para realizar estudios sobre la minería debemos integrar todas las fuentes disponibles y combinar los métodos,
técnicas y recursos. Es una ciencia interdisciplinaria, en la que son fundamentales los análisis arqueométricos y geo
arqueológicos.
1.2- Metales explotados en la Hispania romana.
La península ibérica era y es muy rica en toda clase de metales, hasta el punto de que los autores clásicos
consideraban Iberia como el país de los metales por excelencia. De ello son pruebas las referencias recogidas en la
literatura greco-romana: citas en la Biblia sobre el comercio de metales de Oriente con Tarsis, el testimonio de
Estiocoro en el siglo VI a.C. los relatos de Estrabón o la Historia Natural de Plinio el Viejo.
Los metales explotados en la Hispania romana fueron el oro, la plata, el plomo, el cobre, el estaño y el hierro. El
oro y el cobre aparecen en estado metálico en la naturaleza, por eso fueron los primeros en explotarse. Pero los
metales suelen aparecer formando parte de los minerales, estos contienen diferentes sustancias, por lo que el mineral
debe ser tratado para separarlas y eliminarlas, pueden utilizarse diversos tratamientos, pero fundamentalmente se hace
por tratamiento térmico (metalurgia), obteniéndose al fin el metal.
Los minerales se encuentran en los yacimientos metalíferos, primarios y secundarios:
1- Yacimientos primarios: formados durante las eras geológicas en la corteza terrestre y generalmente asociados a
episodios tectónicos. Podemos clasificarlos según su forma y función:
- Filones: masas mineralizadas aplanadas, entre dos planos paralelos insertados en la roca encajante. Sus
dimensiones son variables y pueden alcanzar profundidades de más de seiscientos metros.
- Stockwerks: red más o menos densa de vetas o venas mineralizadas diseminadas por la roca encajante,
normalmente acompañan a los filones.
- Yacimientos estratiformes: depósitos estratiformes que forman parte de la estratificación sedimentaria y pueden
estar relacionados con filones.
2- Yacimientos secundarios: producto de la erosión natural de los yacimientos primarios liberando las partículas
de metal del cuarzo (fundamentalmente el oro). Los materiales erosionados se extienden por la ladera, posteriormente
serán transportados por el agua a zonas más llanas donde originarán depósitos de más de cien metros de espesor (las
Médulas, León), durante el Cuaternario, al formarse la red hidrográfica actual, estos materiales, con partículas de oro,
se depositaron en las terrazas. La única forma de explotarlos ha sido y es mediante la minería hidráulica.
1.2.1- Oro:
Procedía por un lado de los yacimientos primarios, en estado nativo en el noroeste peninsular (Pino de Oro,
Zamora) y como pirita y calcopirita en las minas de Tres Minas en Portugal. Pero sobre todo de los yacimientos
secundarios del noroeste peninsular y los valles de los ríos Tajo y Duero.
1.2.2- Plata y plomo:
La galena argentífera es el mineral más común de plomo y plata. Tras fundirla y obtener el plomo con plata, se
separaba la plata mediante un proceso de copelación (introducido en la P.I. por los fenicios). El plomo era un
subproducto, ya que lo que se buscaba era la plata. Encontramos las explotaciones más importantes en los distritos
mineros de Cartagena, Mazarrón, Herrerías, Sierra Almagra y Sierra Morena. En Hispania también se explotó la
jarosita, con una alta ley de plata, pero que sólo se hallaba en los yacimientos piríticos del sudoeste de la P.I.
1.2.3- Cobre:
Los minerales de cobre pueden ser simples o asociados al hierro. El cobre fue el primer metal extraído por las
sociedades antiguas del Mediterráneo desde la Edad del Cobre. Es el metal principal para la producción del bronce,
junto con el estaño (posteriormente también se utilizaría el plomo para elaborar el bronce tripartito). Hispania fue el
principal productor de bronce de la antigüedad, localizándose las principales regiones productoras en Sierra Morena y
el suroeste peninsular, en la Faja Piratica (Tharsis, Riotinto, Sotiel Coronada o Aljustrel).
1.2.4- Estaño:
Fundamental para la elaboración del bronce. Apenas existe puro, aparece casi siempre en forma de óxido de estaño,
en depósitos de tipo masivo. Las explotaciones más importantes están en el noroeste de la PI y Extremadura.
1.2.5- Hierro:
Los minerales de hierro abundan en la P.I. pero no todos los yacimientos son rentables para su explotación. En
Hispania no existieron grandes distritos mineros en los que se produjera hierro, destacan las minas de Sierra Nevada,
Sierra de Baza, Sierra Culebra y Sierra Menera/Sistema Central.
1.2.6- Otros metales: el mercurio:
Podemos encontrarlo en estado nativo o por calcinación del cinabrio. La principal explotación de la P.I. se
encuentra en el entorno de Sisapo (Almadén). El cinabrio se mandaba inmediatamente después de extraerlo a Roma,
donde se trataba para extraer el bermellón y el mercurio.
1.3- Prospección y técnicas de explotación: primero buscar y luego explotar.
La explotación de los metales en Hispania la atestiguan autores antiguos y el registro epigráfico y arqueológico
que se conserva en la P.I. Los romanos recurren a técnicas sencillas tradicionales, generalizando técnicas
eficaces (utillaje de hierro) e inaugurando sistemas de explotación racionales a partir de los logros anteriores
(explotación por pozos y galerías-cámaras). Aunque su principal contribución tecnológica fue su organización, que les
permitió alcanzar niveles de producción tan sólo superados en la época industrial.
Lo primero que hay que hacer es localizar el yacimiento, aunque en muchas ocasiones explotaron minas que ya se
habían trabajado en épocas anteriores. Para ello fue fundamental la simbiosis entre los conocimientos de los nativos
sobre la minería en su propio terreno y los conocimientos técnicos o geológicos que aportaron los ingenieros romanos.
Las técnicas de prospección eran sencillas, guiándose fundamentalmente por signos externos del terreno, como la
existencia o no de vegetación o la presencia de emanaciones gaseosas. El principal indicio que debieron utilizar para
localizar los filones metalizados sería el color blanco de los afloramientos de cuarzo tintados con el azul de la azurita,
el verde de la malaquita, el rojo de los óxidos férricos, el plateado de la galena argentífera… Una técnica de
rendimiento muy discutido es la radiestesia, usando la vara de zahorí, relacionando las vetas de mineralizadas con
venas de agua. En el caso de los yacimientos auríferos, sería necesario batear muestras de placeres fluviales, hasta
hallar los grandes depósitos en las zonas más altas.
El siguiente paso sería realizar una serie de pozos o galerías de reconocimiento, para documentar la presencia o no
del mineral en el lugar elegido. Se realizarían varias catas, y se basaría en el método del éxito y el error, lo que implica
mucho tiempo y esfuerzo.
Los sistemas de explotación estaban condicionados por la diversidad de los yacimientos:
1- Yacimientos primarios: se utilizaban dos técnicas de extracción complementarias. El método utilizado dependía
de las características del mineral, de su localización en relación con la roca encajante y de la dirección y potencia del
filón.
- Excavación de trincheras o cortas a cielo abierto: aprovechando los crestones visibles en superficie de los
filones. Muy usado por los mineros romanos en Sierra Morena, Sierra nevada o Mazarrón.
- Trazado de pozos que conectarían con las galerías y cámaras de explotación. Este sistema requeriría una
planificación previa y mayor inversión económica, por lo que sólo se aplicaba en las minas más rentables. Los pozos y
galerías, también se utilizaron para la ventilación y desagüe de las minas. Los primeros tenían morfologías variables;
las segundas solían tener sección rectangular y podían ser de explotación, de desagüe o de prospección.
Dos cosas para tener en cuenta: la ventilación y la iluminación de los espacios de trabajo:
- Ventilación: En algunos lugares se han identificado sistemas de renovación del aire mediante el procedimiento
del sifón, excavar dos pozos gemelos que descienden en paralelo hasta una galería; en el fondo de uno se enciende una
hoguera, el aire viciado asciende, mientras que por el otro desciende aire limpio.
- Iluminación: Si no era muy profundo, se recurría a pozos de luz, que también servían como ventilación. Lo más
difundido fueron las lámparas de aceite (lucernas) que llevaban los mineros o que se colocaban en la pared rocosa.
Son uno de los elementos de la cultura material mejor representados entre los hallazgos arqueológicos de las minas.
También debía tenerse en cuenta los sistemas de desagües, hay que solucionar las filtraciones de las aguas
pluviales, para lo que se usaba estructuras externas de madera o piedra para proteger el acceso al pozo. Cuando la
excavación alcanzaba una cierta profundidad, se superaba el nivel freático; había diversos métodos:
- Desagüe manual, con cubas de madera, cerámica o metal.
- Galerías de desagüe.
- La Noria: una rueda de madera encajada en un eje central, provista de unos recipientes (cangilones) que se
llenaban de agua en su parte inferior descargándola en la más alta. Una variante es la polea con cangilones.
- El tornillo de Arquímedes: realizado en madera con la forma de un tornillo que gira dentro de un cilindro hueco,
situado sobre un plano inclinado. El agua entra y a medida que el tornillo gira asciende de espira en espira hasta llegar
a la parte superior del cilindro por donde se vierte.
- La bomba de Ctesibio: formada por do cilindros gemelos de bronce, situados a ambos lados de una cámara de
impulsión conectada un tubo vertical que remata en una boca en forma de V. Los cilindros contienen un pistón,
mediante el que el agua sigue el camino a que le obligan las válvulas y sale a gran altura por el tubo central llamado
trompa. Unas válvulas situadas en los cilindros y en la cámara de impulsión abrían o cerraban la entrada de agua.
Las técnicas de abatimiento + usadas fueron los picos, mazas y martillos que a veces combinan con el fuego porque
el contraste térmico y la acción de los vapores debilitaban la roca. Para subir los minerales a la superficie se usan
cestas de esparto trenzado a las que da rigidez 1 estructura de madera, movidas a mano o subidas por poleas y tornos.
2- Yacimientos secundarios: Para la explotación de depósitos auríferos del Noroeste hispánico, se usa 1 sistema
muy complejo técnicamente y que requiere gran trabajo. Emplea la fuerza hidráulica para abatir, arrastrar y lavar el
material aurífero. Se necesita construir depósitos en los puntos + elevados de la explotación, el agua llegaba allí por 1
red de acueductos; desde ellos se precipitan grandes torrentes de agua que destruyen los sedimentos y arrastran los
lodos hacia los canales de decantación (agogae) donde se recogen las pepitas. Este sistema, cambiaba drásticamente el
paisaje, como ocurre en la comarca de las Médulas en León (Patrimonio de la Humanidad).
1.4- El proceso metalúrgico: del mineral al objeto.
El proceso de concentración y transformación del mineral se realizaba en las instalaciones metalúrgicas (officinae).
En el caso de los metales nobles, se reducía a la fundición para eliminar las pequeñas impurezas. Las fundiciones se
encontraban normalmente en lugares colindantes a las minas, con abundante combustible, fuentes de agua cercanas,
viento y bien comunicadas.
El proceso de concentración y transformación se realizaba en varias fases:
1- La molienda: 1ª dentro de la mina, se repite tantas veces como sea necesario, hasta convertir los fragmentos de
mineral en arena. Se desmenuzan los materiales para separar el mineral de la ganga. Suelen hacerse a martillos o
percutores de piedra sobre base de roca dura con 1 cara aplanada, estos “yunques” se han hallado en los yacimientos.
2- El lavado: el agua colaboraba en la depuración del mineral. En lugares donde el agua escaseaba, podían
utilizarse grandes bandejas, incluso instalaciones provistas de grandes depósitos colocados en serie. El producto
resultante volvía a cribarse y lavar.
3- La tostación: transforma los minerales ricos en sulfuros en óxidos. Solía hacerse amontonando mineral y
madera en el suelo encendiendo fuego, para liberar el azufre y obtener óxidos fáciles de reducir.
4- Reducción: separar el oxígeno del metal presente en el mineral, arrastrando con él las impurezas.
5- Refinado: la técnica más utilizada para separar los metales preciosos era la copelación. El material para tratar se
introducía en una copela situada en una fuente de calor, el producto era oxidado mediante una fuerte corriente de aire.
Los metales base se consumían o transformaban en escoria, los óxidos los absorbían las paredes de la copela (la mayor
parte como óxido de plomo o litargirio), el oro y la plata quedaban en el fondo de esta.
6- Hornos de fundición: Generalmente contaban con una cámara excavada en el suelo sobre la que se levantaba
una estructura construida con materiales refractarios. La carga se realizaba por la parte superior, el oxígeno se
introducía por unas toberas cercanas a la base del horno. El combustible era madera y carbón de madera. El metal
líquido se convertía en lingotes o en tortas de fundición. Se conservan muy pocos hornos de época romana, destruidos
por las empresas mineras, aunque la mayoría se documentaron por los geólogos de estas antes de destruirlos. Esto
explica porque la mayor parte de los hallazgos arqueológicos son escorias de sangrado vitrificada y paredes de
estructuras de combustión, así como fragmentos de minerales, litargirio, crisoles, lingotes de metal, etc.
1.5- Organización y administración de las minas hispanas.
Las minas de los territorios incorporados por Roma pasaban a ser propiedad del Estado romano, que decidía que
sistema de gestión era el más rentable y conveniente. En los primeros años de la conquista, en Hispania, la gestión la
llevaron los gobernadores provinciales, que comenzaron a arrendar la explotación a publicanos (publicani) o
sociedades de publicanos (societates publicanorum).
Con Augusto se instaló un nuevo sistema, según la categoría de la provincia, la responsabilidad de la gestión de las
minas recaía en el Senado o sobre la administración financiera imperial.
En la etapa final de la dinastía julio-claudia, la mayor parte de las minas de interés eran controladas por el fisco
imperial. Se emplearon dos modelos de gestión: la explotación directa por el Estado romano usando sus herramientas
organizativas o una explotación indirecta mediante un sistema de arrendamiento, Roma concedía la explotación a un
individuo o a una sociedad obteniendo el Estado una parte de los beneficios. El arrendatario recibía la mina en alquiler
por la que debía pagar el canon con regularidad y no suspender la actividad minera, ya que podía perder sus derechos
por incumplimiento de contrato si estaba seis meses inactiva. Las leyes de Vipasca, tablas de bronce con una ley de
Adriano, informan sobre este y otros aspectos del trabajo de las minas.
Se distinguen dos categorías de emprendedores autónomos (según O. Davies):
- Pequeños arrendatarios: trabajan en sus concesiones bajo el control de los funcionarios imperiales.
- Grandes arrendatarios: de alta condición social (normalmente equites), sometidos a fórmulas de control muy
limitadas. Disponían de operarios que trabajaban las minas y realizaban las labores de transformación del mineral, ya
que la concesión también incluía el proceso metalúrgico.
El tipo de gestión condicionaba la forma de vida de los trabajadores de las minas y su estatuto jurídico. Algunas de
las tareas a realizar en las minas precisaban un conocimiento específico sobre materiales, técnicas de extracción y
topografía, por lo que probablemente se encomendaran a algunos sectores del ejército. Las labore contables y de
gestión administrativa debían confiarse a personal técnicamente preparado a quienes se sumaban los representantes de
las sociedades adjudicatarias de la explotación.
En cuanto a los trabajos propiamente mineros, las tareas a realizar eran muy variadas, como hemos visto
anteriormente, lo que implica un elevado volumen de mano de obra. El trabajo era francamente duro; la imagen
transmitida de las minas romanas nos lo presentan como exclusivo de esclavos y condenados a trabajar en las minas
(damnati ad metalla). No podemos mantener esta afirmación como generalizada, ya que las situaciones fueron
diversas y dinámicas en las diferentes provincias.
El trabajo esclavo debió de ser de gran peso durante la época republicana (Diodoro y Estrabón). Las fuentes
informan del trabajo de mujeres y niños en las minas. También sería importante la mano de obra indígena procedente
del entorno de los lugares donde se hallaban las explotaciones, dato que se deduce del conocimiento arqueológico del
poblamiento relacionado con las áreas productivas.
En tiempos alto-imperiales se impone la mano de obra asalariada. La explicación que se da para este cambio se
basaría en el bajo rendimiento de los esclavos, en su escasez o por necesitar trabajadores más cualificados. No
podemos generalizar esta afirmación, ya que hay pocos datos objetivos y los indicios varían de unos lugares a otros.
2- LA EXPLOTACIÓN DE LOS MATERIALES LAPÍDEOS.
2.1- La piedra en el mundo romano. Conceptos básicos y aspectos de su estudio en arqueología.
La piedra tuvo un papel primordial gracias a su resistencia, perdurabilidad y, en el caso de los marmora (rocas
susceptibles de ser pulidas y con características cromáticas o estéticas singulares) por sus cualidades estéticas. Fue
imprescindible para la construcción, la escultura, la epigrafía, como recurso decorativo (placas de revestimiento, opera
sectilia y mosaicos) y para confeccionar gran cantidad de objetos de uso urbano, doméstico y artesanal.
Estudiar estos materiales y la industria de su producción, nos da la oportunidad de recoger un amplio abanico de
información.
- Al no necesitar transformaciones intrínsecas, podemos rastrearla desde su punto de origen (la cantera) hasta el
producto final con relativa seguridad. Por eso, a priori, los materiales lapídeos son buenos indicadores para investigar
sobre los mecanismos de transporte, comercio, distribución y redistribución antiguos.
- Estudiándolo podemos saber cómo se produjo su extracción y cómo sus propiedades condicionan el modo de
trabajar cada material.
- Su estudio también nos permite entender el rol que tuvo la industria de la piedra en la estructura económica
antigua y los mecanismos económicos relacionadas con la piedra y su empleo como materia prima en el mundo
romano en todas sus vertientes.
Estudiar las canteras y sus productos, es un vehículo para acceder a la dimensión social, cultural y política de la
civilización que los buscó, extrajo, transportó y usó en la Antigüedad.
En el registro arqueológico encontramos todo tipo de rocas, seleccionadas en función de:
- Las necesidades específicas a las que se destinaron.
- La dureza de su talla.
- La disponibilidad en cada territorio.
- La facilidad de transporte.
2.2- Técnicas de extracción y tipos de explotaciones.
Las fuentes escritas son escasas, dependiendo el conocimiento de los estudios arqueológicos de las huellas que deja
en el terreno la obtención de estos materiales, que han permitido recabar datos acerca de las técnicas y estrategias de
extracción empleadas. En ocasiones podemos ampliar estos datos con las representaciones iconográficas que muestran
canteros en acción. Combinando estas fuentes, con el estudio epigráfico, podemos acercarnos a la organización y
gestión de la explotación en el seno de las canteras.
El estudio de los lugares de extracción demuestra la existencia de diferencias entre las canteras que suministraban
mármoles imperiales y aquellas cuyos materiales eran más modestos.
Cuando la piedra se destina a:
- Producción de material ornamental.
- Soporte para escultura, epigrafía y otros objetos en los que es importante el aspecto estético.
- Prod de mat const: sillarejo, elementos arquitectónicos (capiteles, molduras, columnas, etc.) o piedra en bruto.
No requiere operaciones de transformación, únicamente se cambiará su forma externa. Pero hay un cuarto tipo de
destino, el de aquellos materiales carbonatados (mármoles, rocas calizas o dolomías) a partir de los cuales se obtendrá
cal, aquí sí que habrá modificación a nivel composicional.
2.2.1 : Procesos y técnicas:
El primer paso consistía en la localización de los afloramientos, de ello se encargaban especialistas que
posiblemente trabajaran junto a agrimensores. Esta fase se dio en diferentes momentos: en el periodo inmediatamente
posterior a la llegada de los romanos a un territorio, posiblemente ligada a la presencia militar, ya que la piedra era
necesaria para la construcción de infraestructuras (vías, puentes, recintos amurallados). Y a partir de la pacificación y
desarrollo del fenómeno urbano, la demanda experimentó un gran aumento, lo que llevó a la búsqueda intensiva de los
recursos naturales de cada zona. En estos momentos se rastrean numerosas formaciones geológicas, en las que se
abren canteras. Para abrir una cantera se valoran:
- Aspectos geológicos: calidad de la piedra y la forma en que aparece.
- Aspectos geográficos: situación y topografía, fundamentales para facilitar el transporte hacia el lugar de empleo
como para disponer de lugares de almacenamiento y preparación.
Una vez localizado un lugar apto, se retiraba la capa más superficial o exterior, que solía ser poco aprovechable y
se iniciaba la explotación propiamente dicha, que podía realizar según dos grandes técnicas:
1- Extracción de bloques regulares mediante el corte de zanjas para delimitarlos y el empleo de cuñas para
arrancarlos del lecho de la roca. Es el proceso más identificado en el registro arqueológico. Se iniciaba delimitando los
primeros bloques a sacar, después se realizaban las zanjas perimetrales hasta la profundidad que requería el bloque,
mediante picos o escodas. A continuación, se practicaban oquedades en las que se incrustaban las cuñas que, mediante
la percusión con mazas o macetas, provocaban una fractura que permitía
desprender el bloque delimitado. Todo esto requería gran experiencia y
conocimiento del comportamiento de la roca por parte del cantero. El bloque
arrancado se levantaba haciendo palanca, para apartarlo del frente de cantera.
Se regularizaban las rugosidades resultantes mediante picoletas, cinceles,
picos o escodas y se volvía a empezar. El tamaño del bloque dependía de su
destino final, a veces se sacaban varios bloques de tamaños similares. La
repetición de este proceso daba lugar a frentes de extracción escalonados en
forma de bancales o terrazas, que una vez agotados podían originar frente
completamente verticales.
2- Aprovechamiento de los planos de estratificación y fracturas naturales de la roca, para extraer bloques usando
c uñas insertadas y golpeadas con mazas y barras de hierro. Esta técnica resulta más sencilla y eficaz, pero depende
de la existencia de los planos de estratificación y las fracturas. Por eso no se pueden controlar las medidas de los
bloques que salen y sus trazas son menos evidentes en el frente de cantera, lo que hace difícil evaluar esta técnica.
Ambas técnicas estuvieron omnipresentes desde los siglos posteriores al periodo clásico y la introducción de la
pólvora y el hilo helicoidal en época contemporánea. NO variaron ni la técnica ni las herramientas empleadas, por lo
que puede ser difícil discernir qué evidencias corresponden a extracciones romanas y cuales a extracciones de épocas
posteriores si no se cuenta con datos procedentes de excavaciones arqueológicas realizadas en esas canteras.
2.2.2 : Tipos de canteras:
Las canteras se dividen entre las que la actividad se realiza al aire libre y aquella en las que la extracción se hizo de
forma subterránea.
Canteras a cielo abierto: Según la clasificación de J-C. Bessac (2003), podemos distinguir varios tipos de canteras
en función del modo en el que se llevó a cabo la explotación:
1. Las que resultan de una explotación de tipo extensivo, prima la progresión horizontal y superficial:
Aprovechamiento de los bloques desprendidos de forma natural del sustrato o de escarpas verticales del terreno, a
veces sólo se recortaban o desbastaban in situ.
Extracción extensiva dispersa: se explotaban varios puntos de un mismo afloramiento rocoso. Se abren pequeños
frentes de extracción puntuales, en aquellos sectores donde la erosión natural ha puesto al descubierto lecho de roca de
calidad suficiente. Suele darse en zonas de planicie o el franco de colinas.
Extracción extensiva lineal: se extiende horizontal o subhorizontal, explotando varios niveles de 1 afloramiento.
Normalmente, proporciona materiales lapídeos de origen sedimentario, especialmente calizas, dolomías y areniscas.
2. Las que resultan de una explotación intensiva, realizada esencialmente en sentido vertical:
Canteras en pozo o fosa: muy habituales; la progresión de la extracción crea un hoyo de dimensiones variables.
Muchas de las canteras de rocas sedimentarias son de este tipo ya que la roca está menos alterada y fragmentada
cuanto más alejada está de la superficie.
Extracción en concavidades o mediante la yuxtaposición de pequeños frentes verticales. Mucho menos frecuentes,
sólo se han identificado en el macizo arenisco de Petra(Jordania), algunas canteras de arenisca con rasgos similares se
han documentado en la región de Nimes (Francia) y Gerona (España).
3. Canteras resultado de una explotación de tipo intermedio. Combina aspectos de progresión en horizontal y en
vertical. Bessac identifica 4 grandes grupos:
Canteras escalonadas o en terrazas, cada hilera de extracción es un pequeño frente en forma de escalón (o terraza)
generalmente de menos de 1 m de alto. Suelen encontrarse en laderas de montañas o colinas. La ventaja más evidente
es que facilita la circulación entre la parte alta y el fondo del área de explotación. Las diferentes terrazas permiten
extraer varios tipos de producto de forma simultánea. Suelen ser canteras abiertas en el mismo tipo de afloramiento
que las canteras en pozo y son bastante habituales.
Canteras por enrase general del afloramiento geológico: abiertas en una ladera o una pequeña elevación natural.
Presentan un único nivel de extracción en el frente de talla. Suelen ser afloramientos de rocas homogéneas y
relativamente blendas, hay una rápida progresión hacia el interior y laterales del frente.
Canteras en trinchera: situadas en ladera, con progresión hacia el interior, originando una especie de pasillo.
Ocasionalmente se abren trincheras secundarias según la necesidad de la explotación y la calidad de la roca, pero
siempre progresando horizontalmente.
A veces se obtenía la piedra como resultado de otras actividades, como la construcción de estructuras rupestres,
que preciaba de la intervención de canteros.
Extracción subterránea: Se adapta la técnica de extracción por zanjas y cuñas y se aplica en superficies verticales.
Canteras en cámara con sumideros de ventilación y/o iluminación. Como resultado de ampliar horizontalmente la
superficie de explotación según se gana profundidad, acaba obteniéndose una forma piramidal. Se relacionan con el
mundo púnico, su mayor exponente se encuentra cerca de Cartago (Al-Haouaria, Cap bon, Túnez).
Canteras en galería, se forman al avanzar desde un frente de cantera al aire libre preexistente para explotar los
niveles de roca de interés, se hacen más comunes a partir del periodo tardo antiguo.
Canteras con pilares exentos: como las anteriores, todo el espacio se vacía y dejan pilares para evitar el derrumbe.
Canteras relacionadas con estructuras rupestres subterráneas.
En la realidad se combinaban muchas de las estrategias extractivas incluso dentro de la misma cantera, para
adaptarse a las circunstancias geológicas y a la demanda.
En cuanto a la organización del trabajo y gestión de las canteras también podemos hablar de complejidad. El
número y variedad del personal variaba en función del tamaño de las explotaciones, del calibre de la producción y del
propietario. Según la síntesis de P. Pensabene consistían principalmente en:
- Obreros en general, incluidos canteros (fabrii).
- Los dedicados a trabajar la piedra y grabar inscripciones (lapidarii).
- Especialistas en labrar el mármol y otras piedras ornamentales (marmorarii).
- Operarios especializados (aciscularii).
- Los dedicados al primer desbaste de los bloques (quadratari).
- Especialistas en serrar (serrarii).
- Los responsables del proceso de extracción en los diversos frentes de la cantera eran los caesores o
lapidicaesores, que junto con el probator rendían cuentas al encargado de supervisar la extracción y las
infraestructuras necesarias para el correcto funcionamiento de la cantera (praefectus)
La actividad de la cantera se relaciona con otras actividades, como la metalurgia y producción de madera, con lo
cual se contaba con herreros (ferrarii) y leñadores (lignarii). En las canteras estatales (patrimonium caesaris) las
tareas más pesadas se encomendaban a los condenados (damnati ad metalla) y por encima de todos ellos el
procurator, o un magistrado municipal (aedilis) en el caso de propiedad municipal, se ocupaba de la administración
general de la cantera.
Una vez obtenido el material había que trasladarlo. Hay pocas evidencias directas acerca del modo de hacerlo, el
mecanismo debía adaptarse al tipo de cantera: en zanja o terrazas se arrastraban hasta la parte exterior, si era en
profundidad, se usaban grúas o maquinaria similar o se utilizaban rampas que facilitaban la bajada de los trabajadores
y la subida del material hasta el exterior. Allí se llevaba a cabo el control de calidad, del volumen de producción y se
realizaba un primer desbaste. Así se aseguraba la validez del bloque y se ahorraba peso para la fase posterior.
También se necesitaba espacio para el depósito de los escombros y así evitar el bloqueo del avance de los frentes
de extracción, un espacio que no podía estar muy lejos para que la evacuación no fuese muy larga y pudiese valorarse
si pudieran aprovecharse como material secundario para la producción de cal (rudus) o para acondicionar espacios en
la misma cantera (parte central de la cantera de El Mèdol, Tarragona y rampa de acceso a su interior).
La producción de piedra ornamental se debía siempre a encargos concretos, los marmórea, podían ser acumulados
en stock a la espera de ser vendidos o trasladados a su destino final. Raramente los espacios de almacenaje dejan
evidencias en el registro arqueológico, pero los casos de capiteles, sarcófagos o columnas esbozados o semielaborados
en diferentes grados hallados en canteras, así como las evidencias epigráficas sobre bloques de canteras, nos dan
información sobre la distribución final de la piedra. Estas marcas, de gran variedad y difícil interpretación, son claves
directas sobre los agentes implicados y su organización, normalmente están vinculadas con los mármoles imperiales,
los hallazgos de la cantera de El Mèdol y la presa de Muel (Zaragoza), demuestran que su uso no era exclusivo de las
canteras estatales de materiales ornamentales.
La epigrafía, combinada con la arqueología y fuentes históricas ayuda a comprender mecanismos del mercado de la
piedra, como las etapas de producción-distribución, medios de transporte y aspectos jurídicos de la explot.
2.3. Explotaciones de cantería en Hispania:
El estudio de la cantería en la Hispania romana adquirió interés cuando el estudio de la epigrafía, escultura y
arqueología de la construcción dirigió su mirada hacia los materiales empleados y su obtención. Ahora sabemos que
además de los marmora imperiales de otros territorios de la cuenca mediterránea, también se emplearon piedras
ornamentales de la península ibérica. Inicialmente llamadas “marmora de sustitución” por una coloración o aspecto
similar a los marmora imperiales, jugaron un papel más allá de reemplazarlos.
Es el caso de la piedra de Santa Tecla o marmor de Tarraco, o el broccatello de Tortosa, de gran distribución
peninsular, que destaca por ser la única roca de color hispana documentad en el norte de África y en Italia, cuyas
canteras tenían acceso directo al Ebro.
Hay pocas canteras romanas documentadas siguiendo el valle del Ebro:
- La que abasteció la presa de Muel.
- Los pequeños y dispersos frentes de extracción alrededor de los Bañales.
En los Pirineos, la explotación de la vertiente sur fue menor: mármol de Arties (Valle de Arán) y mármol de
Almandoz (Navarra).
Completan el grupo de rocas decorativas explotadas en el arco levantino español, la piedra Buixcarró de Xátiva, el
travertino de Mula y el mármol de Cabezo Gordo/Rambla Trujillo. También encontramos numerosas canteras de
piedra de construcción en Murcia, Elche y Cataluña. Destacan por su extensión y volumen de extracción las canteras
de El Mèdol y de Cartagena, que abastecieron a Tarraco y Carthago Nova, y las dels Clots de Sant Julià, entre
Ampurias y Gerona, de configuración semisubterránea y en forma de cámara con sumideros, las únicas de este tipo
identificadas hasta el momento en la península.
El Mèdol y El Ferriol merecen una atención especial. En el primero la excavación arqueológica se ha combinado
con un estudio de la topografía y territorio adyacente, se ha identificado un punto de control, una probable zona de
culto y el lugar desde donde los bloques eran embarcados hacia Tarraco. En las canteras de El Ferriol (Elche) se ha
podido delimitar un distrito cantero cuya cronología se extiende desde el periodo ibérico hasta época moderna.
Donde + marmora explotados, se han documentado es en la Hispania meridional, empleados desde la fundación de
Emerita Augusta junto a granitos locales, sus canteras están bien documentadas, no como las del Anticlinal de
Estremoz (Portugal) aún activas. En la Bética hay nos marmora en uso en época romana: Almadén de la Plata, Mijas y
Macael o las calizas de Cabra y Antequera. La zona de Almadén de la plata e Itálica, gracias a las evidencias
arqueológicas u epigráficas, permiten aventurar la presencia de pagus marmorarius (asentamiento o aldea donde se
centralizan las labores de trabajo del mármol al extraerse) cerca de Almadén y de un posible lugar de almacenaje de
marmora llegados de diferentes lugares en Itálica. Se sabe poco sobre las canteras de material constructivo, aunque
debieron existir.
A destacar la reciente incorporación de los mármoles gallegos y las calizas y conglomerados de Espejón (Soria);
las explotaciones conservadas son de dimensiones reducidas, pero la distribución fue más allá del ámbito local. Junto
con las canteras de Toledo, significan un gran avance en el conocimiento de los territorios septentrionales.
La alfarería es el arte de fabricación de objetos en barro cocido, creándose la cerámica. Es un proceso tecnológico
que se desarrolla en los talleres alfareros y que coincide con el ciclo productivo de la cerámica, que va desde la
obtención de la materia prima, hasta que el producto sale elaborado del taller para ser comercializado.
El número de yacimientos arqueológicos vinculados con la alfarería es elevado, pero los talleres excavados de
forma integral y que conservan todos los espacios vinculados al ciclo productivo son pocos (como el taller de
Ermedàs).
Los alfares, talleres de alfarería o figlinae, fueron instalaciones vivas, que se transformaron a lo largo del tiempo,
de modo que la descripción que hagamos de ellos es una visión modélica.
3.1- Estructuras humanas de producción.
Es uno de los elementos fundamentales, del que se tienen muy pocos datos, por lo que se recurre a la extrapolación
de datos procedentes de otros procesos:
- Algunos papiros de Oxirrinco en Egipto nos hablan de alquileres, gestión de espacios alfareros comunes,
transacciones comerciales, etc.
- La iconografía romana nos muestra alfareros durante el proceso de elaboración de las cerámicas, como frescos
en Pompeya o representaciones de alfareros en cerámica sigilata de Túnez. En estas representaciones podemos ver
diferentes personajes con indumentarias o rasgos faciales distintos, lo que hace pensar en maestros (con barba),
aprendices (sin ella). Sólo aparecen figuras masculinas (excepto en el “Hospitium de Pulcinella” pompeyano, donde
un personaje femenino sostiene varios vasos ya elaborados junto a un torno que usa un alfarero), puede hacer pensar
que el oficio se restringió al género masculino.
- La epigrafía cerámica: la aparición de sellos en productos cerámicos permite rastrear hombres libres o libertos
al frente de la propiedad de talleres o de la gestión de las transacciones comerciales unidas a ellas. Se han
documentado una variada gama de indicaciones relativas a la producción artesanal, los propietarios o la presión fiscal.
3.2- Estructuras físicas de producción.
Las acciones que se realizan para obtener cerámica pueden englobarse en tres bloques: trabajos de precocción,
cocción de las piezas y trabajos ejecutados tras ella y vinculados con estas tareas estarán los diferentes espacios o
zonas de trabajo:
- Trabajos de precocción: áreas de extracción de la materia prima, áreas de tratamiento de la materia prima, áreas
de modelado y área de secado.
- Procesos de cocción: hornos y áreas de trabajo anexo.
- Procesos postcocción: área de almacenamiento, vertederos y área de modelado para las piezas no necesarias.
3.2.1- Áreas de obtención de materias primas:
Importante la proximidad a las fuentes de materias primas: arcilla, agua y madera; así como a las vías de
comunicación terrestres, fluviales o marinas.
La arcilla se extraía de vetas al aire libre (cretifodinae) o mediante fosos de escasa profundidad (Castillo de
Azanaque o Rabatún). También se aprovechaban los limos y arcillas que se acumulaban en los cauces de los ríos.
Como desgrasantes empleaban las materias primas existentes en la zona, al igual que el combustible.
3.2.2- área de tratamiento de la materia prima:
Encontramos distintas estructuras vinculadas con la limpieza, purificación, decantación y preparación de la arcilla.
Habrá piletas de decantación y cubetas de almacenamiento de agua. La arcilla se depositaba en una serie de piletas
escalonadas e intercomunicadas, a las que se les añadía abundante agua para facilitar la decantación. Los productos no
arcillosos se depositaban en el fondo de las piletas superiores y las partículas arcillosas llegaban a las piletas inferiores
obteniéndose un barro en estado viscoso muy puro. Una vez depurado, el barro se pasaba a un depósito de
almacenamiento al aire libre que favorecía la oxidación. Este barro debía ser amasado, probablemente empleando
sistemas de tracción animal con rodillos o cilindros; otro sistema sería el pisado de la arcilla. Es en esta fase cuando se
añadirían los desgrasantes para modificar el gradiente plástico de la pasta según sus necesidades.
3.2.3- Áreas de modelado:
La herramienta fundamental del alfarero romano fueron sus manos (M. Beltrán). El procedimiento + empleado fue
el torneado. El torno rápido (rota figularis) estaba formado por 1 rueda de madera o piedra que giraba en torno a 1 eje
que se movía con el pi gracias a 1 disco fijado en su base. En algunos alfares se documentan estancias con pequeñas
fosas y bases de piedra o plataformas donde se insertarían los tornos. También se usaba la técnica del moldeado,
para la elaboración de productos como las series decoradas de terra sigillata, las lucernas o algunos vasos de paredes
muy finas. Se crean punzones, moldes matrices de estampillas de sellos y se guardan el resto de los útiles alfareros: la
esteca (en madera, hueso, cerámica o piedra) para cortar alisar o retocar las piezas, alisadores, desbastadores.
Los moldes eran de arcilla refractaria, con las superficies sin tratar. En sus paredes internas se estampaban las
decoraciones impresas cuando aún estaba blanda. Después se cocía y ya se podía usar.
3.2.4- Áreas de secado.
Para que las piezas pierdan el agua adquirida durante su modelado. Eran espacios ventilados al abrigo del sol para
evitar una deshidratación demasiado rápida. El modelo varía según la situación geográfica y su climatología.
3.2.5- Áreas de cocción:
Los hornos son las estructuras más llamativas al estudiar los talleres alfareros, buena parte de su estructura se
encuentra por debajo del nivel de uso de los talleres lo que favorece su conservación. Hay una gran diversidad de tipos
de estructuras.
Junto a ellos encontramos áreas de trabajo anexas, espacios donde se almacenaría el combustible y se controlaría el
fuego a través del praefurnium. Cuando existía más de un horno, podían disponerse dentro de un mismo programa
constructivo, en batería o formando un conjunto en torno a patios. Serían espacios cerrados perimetralmente y casi
siempre con techumbre (se han hallado pilares o huecos de postes que favorecen esta hipótesis).
En la mayoría de los casos los hornos constan de 2 pisos, el inferior donde se produjo el fuego y el superior donde
se coloca la cerámica, el calor pasa de 1 piso a otro por tiro directo. En algunos casos, en hornos datados de época
tardorromana se encuentra 1 cámara donde convivían combustible y cerámica, pero no es el ejemplo más común.
Distinguimos las siguientes partes:
- Praefurnium: Entrada para acceder a la cámara de combustión. Normalmente excavado en el subsuelo, podía
ser una simple abertura en la cámara de combustión o un corredor de acceso o pasillo abierto en una de las paredes.
Hay casos de un doble praefurnium con dos cámaras paralelas adosadas entre sí.
- Cámara de combustión: excavado en el subsuelo, en ella se realiza el fuego para la cocción de la cerámica. La
forma de la planta puede ser diversa, las más comunes la circular, cuadrangular o rectangular. Podemos encontrar
hornos con dos cámaras de fuego. En su interior encontramos el sistema de sustentación de la parrilla. Suelen
documentarse restos de arcos, muretes adosados a los cierres perimetrales, muros axiales, pilares centrales, etc.
- Parrilla: es el suelo de la cámara de cocción, que la separa de la de combustión. Sobre ella se colocan las
cerámicas para cocerlas. Tiene orificios alineados en filas, denominados toberas, por donde pasa el calor de una
cámara a otra, que pueden taparse para regular el calor que asciende.
- Cámara de cocción: o laboratorio (laboratorium) . En ella se colocan las piezas para su cocción. Se situaba a
ras de suelo, por lo que es el espacio que meno se conserva. La forma de cerrarla era variable, solía ser abovedado, a
veces era permanente y se dejaba un vano en la parte superior para que saliese el humo y un umbral en el suelo para
acceder a la cámara; otras veces era semipermanente, se tenía construido el zócalo, con un vano para acceder a la
cámara y según se colocaba la cerámica a cocer se iba cerrando la cámara. En otros muchos casos, cada vez que se
ponía en marcha un horno se construían los muros de cierre con el mismo sistema de los casos anteriores.
3.2.6- Área de almacenamiento:
Tras el proceso de enfriamiento, las piezas se trasladaban a estos espacios. El registro arqueológico nos informa de
zonas de almacenaje al aire libre y en interiores.
- Las interiores suelen asociarse a grandes naves rectangulares con techo a dos aguas sostenidos por muros
perimetrales y pilares dispuestos de forma longitudinal en el centro de ellas. En ocasiones ocupan algún lateral de los
inmuebles alfareros (articulados en torno a un patio central), en otras son dos naves paralelas.
- Las exteriores: todos los ejemplos documentados se refieren al almacenamiento de ánforas, existiendo dos
posibilidades:
Los recipientes se dispones unos junto a otros en una única hilada.
Alineaciones de ánforas en hileras formadas por varios ejemplares unos encima de otros. Aquí se inutilizaría el
primer nivel, las ánforas se clavaban en el suelo. Quizá se estabilizasen las hileras mediante cuerdas atadas a las asas.
3.2.7- Área de vertidos:
Cuando se produce 1 colapso de la cocción, se produce 1 pérdida de materiales y cuando se enfrian, las piezas
defectuosas se trasladan a los testares. En estas zonas de vertido también se arrojan las piezas que se estropean en otras
fases de producción. También hay testares donde hay cenizas, restos de hornos. Etc. Una vez agotadas las vetas de
arcilla, las fosas de extracción se rellenan por descargas del alfar. Lo mismo vemos en los hornos, que tras su
desplome se reutilizan como vertederos. En ocasiones se habilitan zonas ex profeso y se crean “tells” cuya excavación
permite definir la secuencia crono tipológica de los productos manufacturados.
3.2.8- Otros espacios funcionales:
Dependiendo de las características del complejo alfarero, dentro de los límites de las figlinae podían existir otros
espacios, como zonas de hábitat para los trabajadores. Se caracterizaban por la existencia de cubicula, cocinas con
hogares, etc. En otros yacimientos sean encontrado estancias con mayor refinamiento, con materiales constructivos de
mayor calidad, sin hogares o espacios destinados al hábitat, que se han relacionado con espacios de representación
donde podrían llevarse a cabo transacciones comerciales. Hay alfares conde se conoce la reserva de suelo y su posterior
uso como área de necrópolis y también se han documentado en los límites de algunas instalaciones muros de gran
extensión, que se ponen en relación con las cercas propias de las figlinae.
4- LA PRODUCCIÓN DE VIDRIO. Sólo pregunta práctica 4.1- La producción de vidrio en el mundo romano:
2- Vidrio modelado sobre un núcleo friable: el vidrio fundido en estado viscoso se modelaba alrededor de un
núcleo de material que estaba inserto en una varilla metálica para poder girar en la mesa del vidriero para ir dándole
forma. Cuando se enfriaba se retiraba el núcleo. Los bordes, las asas o la base se aplicaban en una segunda fase tras un
recalentamiento. Sólo se obtenían pequeños ungüentarios y anforillas de boca muy estrecha. La técnica se introdujo en
Asia y Egipto a finales de la edad de Bronce y se adoptó en el área mesopotámica a inicios del Hierro, desde allí se
difundió hacia el Mediterráneo. Hay producciones datadas entre fines del siglo VI e inicios del IV a.C. ligadas al
comercio griego; entre mediados del siglo IV y finales del III a.C. se datan producciones con motivos festoneados ,
quizás originarias de la Campania y Macedonia.
3- Moldeado monocromo: El procedimiento más simple era verter vidrio fundido en un molde con la forma del
objeto, pero podía hacerse moldeando una torta de vidrio viscoso sobre un molde con la forma del vaso. Técnica
introducida en época helenística, se empleó para la realización de piezas monocromas del grupo Canosa (fines del
siglo III-II a. C.) y para la realización de vajillas de época más tardía con formas similares a las de terra sigilata o los
cuencos con decoración de costillas.
4- Moldeado policromo o vidrio mosaico: técnica formativa y decorativa, denomina genéricamente a los vidrios
obtenidos mediante presionado-moldeado de elementos decorativos preformados. Una de las variedades más
características es la del vidrio millefiori, realizado aplicando en el molde, sobre una base de vidrio que serviría como
fondo, secciones cortadas de unas varillas formadas por hilos de vidrio de varios colores, que una vez en el horno se
fundían dando lugar a una superficie continua de flores multicolores.
5- Vidrio soplado: es la gran revolución en la historia del vidrio, porque redujo costes y transformó el vidrio en
un objeto de uso corriente. La técnica se introdujo en el área mediterránea oriental en la segunda mitad del siglo I a.C.
y consistía en insuflar aire en una masa fluida de vidrio a través de una varilla o tubo de soplado, formándose una
ampolla a la que se le iba dando forma sobre la mesa de vidriero con una pinza. La forma más antigua se realizaba
suspendiendo la pieza de vidrio del extremo de la caña de soplar y calentándola hasta que la masa se hacía más fluida.
Se requerían hornos más pequeños y temperaturas más bajas. Después del soplado al aire aparece el soplado en molde,
aplicado a la elaboración de recipientes poligonales. La primera fase consistía en soplar una porción de vidrio fundido
en un molde doble; después se extraía la pieza, se pulía y se le aplicaba el pie y las asas.
6- Vidrio camafeo: Técnica formativa y decorativa. Es vidrio con decoración en relieve que imita el contraste de
colores de las piedras semipreciosas. El procedimiento para conseguir este acabado consistía en la realización de un
recipiente son dos estratos de vidrio de diferente color. La decoración se realizaba tallando en frio los motivos sobre
el estrato externo, dejando al descubierto partes de la capa interna, las figuras quedaban resaltadas sobre el color del
fondo. Lierke ha propuesto que la decoración se obtenía estampando los motivos en negativo sobre las paredes del
recipiente, que se rellenaba en frío con una pasta de polvos de vidrio blanco y que tras su recalentamiento quedaba
adherido al cuerpo del vaso.
7- Diatreta: consiste en la talla de un vidrio de paredes muy gruesas, rebajando el fondo y dejando en relieve
elementos de decoración figurada. Daba la apariencia de un vaso encerrado en una jaula. No son abundantes, parecen
destinados a banquetes conviviales, como recipiente de prestigio para consumo de vino.
En cuanto a técnicas decorativas, las más frecuentes:
1- Depresiones: técnica decorativa en caliente, aplicada a todo tipo de formas. Pudo realizarse mediante soplado
de pieza en un molde con las depresiones en positivo o el uso de una herramienta metálica en caliente.
2- Pellizcos o pliegues: técnica decorativa en caliente. Se realizan pequeños salientes o pliegues mediante un
instrumento que pellizcaba la masa de vidrio mientras estaba aún en estado maleable. Frecuente durante los siglos III
y IV a.C.
3- Aplicaciones de gotas o hilos de vidrio: técnica decorativa en caliente. Aplicación de gotas o hilos de vidrio en
estado maleable sobre la superficie del vaso mientras se le hace girar. Los hilos se estiraban mediante un instrumento
punzante para formar motivos. Las gotas al estilo cabujones fueron frecuentes en el siglo IV d.C.
4- Borbotina de vidrio: técnica decorativa en caliente. Se aplica un chorro o gota de vidrio líquido. Frecuente en
contextos tardíos.
5- Pintura: técnica de decoración figurada con esmaltes coloreados, que se fijaban a la superficie del recipiente
mediante un segundo calentamiento a baja temperatura. Se extiende durante las épocas tiberiana y flavia.
6- Decoración de entalle: técnica decorativa en frío. Consiste en la talla por incisión de motivos sobre la
superficie del recipiente. Lo encontramos sobre todo entre los siglos II y III d.C.
En lo referente a las herramientas asociadas al ciclo productivo del vidrio, sabemos a través de las evidencias
arqueológicas que se tratan de utensilios sencillos, semejantes a los usados en los talleres hasta hoy para controlar la
masa de vidrio extraída del crisol: tijeras, alicates, tenazas, pinzas, una horquilla para dar forma y cortar la pasta
vítrea, varillas o cañas de soplado y recipientes, cucharas, espátulas y palas para la manipulación de la masa base.
5- LA EBORARIA EN HISPANIA.
5.1- Introducción.
La eboraria se refiere al trabajo de materiales óseos, destacados en la antigüedad por su dureza, flexibilidad y por la
facilidad para conseguirlos y trabajarlos.
La cantidad de materiales encontrados hacen pensar que pudo haber talleres donde se trabajaran de manera especial
pero también cabe la posibilidad de haber sido trabajados dentro del entorno doméstico.
Era frecuente la fragmentación de los objetos más delicados como agujas o alfileres, teniendo que volver a afilar las
fracturadas para reutilizarlas.
5.2- Tipos de objetos.
Dependiendo de su funcionalidad, los tipos de objetos encontrados en los yacimientos hispanorromanos pueden
ser:
1- Elementos de tocador: Es el más significativo de la época romana y pertenece exclusivamente al ámbito
femenino, al mundus muliebris (objetos de tocador). Los más significativos son:
Anus crinalis: Alfiler para sujetar y elaborar el tocado.
Aci discriminalis: Alfiler grande para dividir en crenchas el cabello y aplicar perfume. Capsas o pyxides: Cajas de
tocador para guardar elementos de este.
Pecten: Peine con dos filas de dientes.
Colchearia: Espátulas y cucharillas para preparar cremas y ungüentos.
2- Útiles de costura: Son los útiles empleados en las labores textiles. Algunos son:
Acus: Aguja. Se diferencia de la acus crinalis del punto en que tiene varios ojos en el extremo superior.
Subullae: Punzones. Usados para perforar materiales consistentes. Fusus: Huso. Sirven para retorcer las fibras para
transformarlas en hilo. Verticillus: Fusayola. Usada como contrapeso para tensar las fibras.
3- Instrumentos médicos:
Ligulae: Cucharillas terminadas en forma de lengua para aplicaciones de medicamentos o como especilum
(escalpelo).
Colchearia: Las espátulas y cucharillas usadas en los tocadores también se usaban en farmacia.
4- Objetos de adorno personal: No son muy frecuentes al ser poco valorados.
Armillae: Brazaletes.
Anuli: Anillos.
Pendientes, hebillas y broches.
Acus crinalis: Si el remate superior estaba decorado se usaban como adornos para el cabello.
5- Piezas para juegos: Usados para juegos de azar. Eran más comunes los de cerámica.
Calculi: Fichas de hueso
Tesserae: Dados Lusoria tabula: tablero
6- Utillaje doméstico: Los más comunes son los mangos de cuchillos y los apliques mobiliarios.
5.3- El procedimiento de elaboración.
El proceso de elaboración comienza con la elección de la materia prima adecuada, debiendo seleccionar ésta,
teniendo en cuenta las dimensiones, pues la mayoría se trabajan en una única pieza, primando los huesos largos, sobre
todo de bovinos. Otra característica para tener en cuenta era el espesor de este.
Después de seleccionarlo se limpiaba utilizando cal viva y se ablandaba, para trabajarlo mejor, con leche agria,
vinagre o agua caliente.
Después se procedía a la fabricación en tres fases. 5.3.1- Fase de extracción:
Primero se separaban los extremos o epífisis. Después se hacía un corte transversal al cuerpo del huevo o diáfisis.
Con martillo y cincel se dividía esa matriz en cortes longitudinales para extraer el embrión de futuros útiles.
Son varias las técnicas de extracción usadas:
1- Fractura: Es la más sencilla. Poco útil para objetos de morfologías predeterminadas. La fractura se produce
por percusión(activa, directa; o pasiva, indirecta), flexión (el más adecuado para piezas de poco grosor) o torsión
(doble movimiento giratorio opuesto). Atributos tecno morfológicos: astillamiento de la matriz, huellas de impacto del
percutor y fracturas por flexión o torsión dejadas en el soporte.
2- Aserrado: El favorito de los artesanos para un corte delicado del hueso. Dos tipos de sierras: de hoja y de hilo.
Las de doble hoja, poco usadas, para cortes poco gruesos. Atributos tecno morfológicos: las producidas por el raspado,
las líneas de fuga al salirse del surco de serrado.
3- Abrasión: Fricción de la materia prima sobre un soporte abrasivo para desgastarla. Sobre todo, para agujas,
alfileres y punzones. Atributos tecno morfológicos: aparición de estrías en la superficie de abrasión.
4- Fuego: Es la técnica más antigua. Se trata de carbonizar el hueso para rasparlo con un objeto puntiagudo que
atraviese la capa externa. Se fractura sin apenas esfuerzo.
5.3.2- Fase de elaboración:
Tienen lugar los procesos que suponen una transformación antrópica del soporte, como el desbaste hasta
conseguir la forma, el refinado y el pulido. 5 técnicas básicas:
1- Pulimento: La más importante y popular. Frotar el soporte óseo con abrasivos para eliminar rugosidades de
la superficie y restos del proceso de extracción, hasta dejarlo liso y uniforme.
2- Abrasión: Parecido al pulido, pero más tosco, usando arenisca de grano más grueso.
3- Raspado: El más usual para dar forma. Extracción de pequeñas astillas con un objeto cortante hasta darle la
forma deseada. Complementaria al pulido.
4- Perforación. Hacer orificios en tres etapas:
Preparar zona con pulido o raspado. Realización del orificio.
Acondicionamiento de este para su uso.
5- Vaciado: Eliminación del tejido esponjoso del canal medular empleando un movimiento de barrena con un
instrumento metálico o de piedra.
5.3.3- Fase de acabado:
Acabado de la pieza ósea, preparándola para su uso y comercialización. Las técnicas decorativas más empleadas
fueron:
- Limado: Terminado el objeto se lima hasta dejarlo pulido. Cuchillo, piedra pómez o arena.
- Lustrado: Acabado brillante mediante la aplicación de barniz.
- Fuego: algunos objetos de hueso presentan color tostado para lo que se utilizaría el fuego.
- Teñido: Se conservan pocos objetos. Se coloreaban mediante colorantes.
- Tallado: Ornamentación a base de incisiones realizadas con objetos punzantes. Algunos llegan a presentar
bellas figuras geométricas y figurativas de gran detalle.
13.6. LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS.
Los contenidos de este epígrafe podrán ser objeto de pregunta teórica o práctica. La parte práctica se preparará a
partir del archivo de imágenes proporcionado por el Equipo Docente.
-Producción agropecuaria. Las explotaciones agrarias: las uillae.
Las fuentes escritas recogen más de una veintena de términos referidos a distintas formas de ocupación del
territorio. Arqueológicamente también se constatan una amplia tipología de yacimientos rurales sin que se puedan
vincular con completa certeza con la terminología antigua. En éstas, destaca uilla como unidad básica de explotación
del territorio agropecuario.
Se correspondería con una finca agrícola, que cuenta con estancias de carácter residencial vinculadas al dominus o
propietario de la hacienda, designadas en las fuentes como pars urbana; y otras vinculadas al alojamiento de la mano
de obra, los trabajos del campo y la transformación de los productos (la pars rustica), diferenciando aquellas
vinculadas a la producción de productos agropecuarios (bodegas, molinos, almazaras, etc.) (la pars fructuaria). El
concepto de Uilla aglutina también al territorio que la sustenta (fundus).
La arqueología nos indica que en muchos casos la producción agraria deviene en producción comercial. Se
constata una explotación intensiva de los recursos naturales a modo de canteras de piedra, minas, salinas, instalaciones
de salazón de pescado (cetariae) o recursos silvícolas; además de la elaboración de una parte de las herramientas y
enseres necesarios (intrumentum domesticum). Así podemos encontrar alfares, talleres metalúrgicos, caleras y talleres
de vidrio, como dice Paladio (I, IV).
Entonces, articulado en torno a las uillae encontramos 3 niveles productivos:
-Vinculado a la explotación agropecuaria.
-A la explotación de recursos naturales.
-Elaboración y mantenimiento.
-Los sesgos arqueológicos.
La tecnología de la producción es mucho más amplia, compleja y variada de lo que podemos detectar a través de la
arqueología. Se debe tener en cuenta la existencia de un sesgo estructural derivado de la abundancia de espacios
productivos polifuncionales, a lo que se une el escaso número de contextos arqueológicos con elementos en posición
primaria de uso y la constante reutilización de los artefactos productivos; lo que determina la ausencia de elementos
muebles que nos permitan realizar una discriminación funcional.
- Sesgo conservativo. Una parte esencial del trabajo antiguo no puede ser rastreado porque utiliza instrumentos y
materias primas perecederas. Nuestro conocimiento de estos productos se ha basado tradicionalmente en la
información iconográfica, epigráfica, textual y etnográfica.
- Sesgo comercial. Hay que tener en cuenta que la elaboración de productos destinados a la consecución de un
excedente para su comercialización deja unas huellas arqueológicas más claras y evidentes que la que se destina al
autoconsumo. El volumen de producción determina los espacios, creando ambientes específicos; mientras que las de
autoabastecimiento se realizan en espacios polifuncionales, más difíciles de constatar.
- Sesgo cronológico y espacial. Se conocen siempre mejor las últimas fases de uso de los asentamientos y, en la
mayor parte, se desconoce la planta completa del yacimiento y su imbricación en el paisaje antiguo.
- Estancias y actividades vinculadas con la pars rustica de las uillae.
Los agrónomos latinos Catón, Varrón y Columela describen las dependencias de las uillae vinculadas con su pars
rustica y fructuaria. Se observan establos, almacenes, despensas, bodegas, almazaras, molinos, eras, campos de
cultivo y viviendas para la mano de obra. Algunos de estos espacios se identifican bien, esp los de la producción del
vino y aceite. Pero también se encuentra un buen nº de estas dependencias a las que no se les puede otorgar 1 finalidad
concreta: espacios aparentemente polifuncionales, no dotadas de elementos decorativos (como pintura o mosaicos),
por lo que tampoco se pueden definir como ambientes claramente residenciales (termas, triclinia, oeci, cubicula, etc) y
que quedan en la bibliografía, de forma genérica, como espacios agropecuarios. La presencia de este tipo de ambientes
indefinidos es habitual en la mayor parte de las uillae hispanas excavadas. En el caso de Carranque (Toledo) tenemos
una serie de estancias que presentan dos fases constructivas, que configuran un edificio aislado de c. 1300 m2, situado
a 1s 50 m del complejo residencial. No se han delimitado niveles de uso, ya que sus muros aparecen conservados en
cimientos, ni aparecen elementos constructivos que nos permitan caracterizar su función.
Solo cuando contamos con una destrucción abrupta del enclave, que permita conservar intacto el último uso, se
puede realizar una interpretación de la funcionalidad. El número de ejemplos en ámbito hispano es muy escaso. Entre
ellos está la despensa de la villa de Vilauba (Camos, Girona), donde un incendio permite conservar intacto el registro
arqueológico. Es una habitación de 45 m2, con pavimento de tierra, cuya cota de circulación se sitúa ligeramente por
debajo de la del corredor que le da acceso. Presenta un amplio vano de entrada para facilitar el trasiego de productos y
enseres y un banco corrido en dos de sus lados que actuaba a modo de vasar. La identificación ha sido posible gracias
a la aparición in situ, bajo el tejado caído, de una gran cantidad de objetos cerámicos y metal, que indican su uso como
despensa y alacena. Se han encontrado cerámicas de cocina y mesa, lucernas, botellas y trípodes de bronce, trípodes y
herramientas de hierro, algunos objetos de vidrio y cerámicas de almacenamiento (dolia, jarras, ánforas y anforetas),
que se vinculan con el acopio de vino, aceite y otros rendimientos agrarios como piñones, y aceitunas. El colapso y
abandono de la estancia se fecha a finales del siglo III d.C. Vinculado a las tareas ganaderas, en la uilla lusitana de
Saucedo (Talavera de la Reina, Toledo), en época tardoantigua se constatan diversas reutilizaciones productivas de
ámbitos ligados a la pars urbana de la villa, con la construcción de un horreum, una bodega y un establo.
La presencia de elementos estructurales permite la identificación funcional clara, pero en el último nivel de uso,
bajo el derrumbe del tapial y teja, se han documentado once esqueletos de ovicápridos en conexión anatómica, sin
otros materiales asociados, que permite identificar la estancia como un aprisco o establo. La presencia de cencerros,
campanillas y tijeras de trasquilar en otros puntos de la uilla constata la actividad ganadera del asentamiento.
La actividad ganadera es esencial en la economía romana, pero difícilmente rastreable en el registro arqueológico.
La información textual e iconográfica aporta información, pero es importante destacar el papel del análisis faunístico
del yacimiento rural de El Batán (Antequera), que ha permitido localizar una industria destinada a la salazón de carne,
fechada en los siglos IV y V d.C. La excavación de dos basureros colmatados en los que se localizan también
herramientas propias de los matarifes ha permitido identificar esta industria.
Es esencial el aprovechamiento de otros productos derivados de la actividad ganadera, como el cuero, la lana y los
derivados lácteos; de compleja constatación. Más fácil resulta la constatación de la realización de útiles en hueso, que
se registra en contextos domésticos urbanos y rurales sin necesidad de estructuras específicas. Se ha documentado un
taller de hueso en la villa de Torre Águila (Barbaño, Badajoz) en la que se constata la elaboración de agujas textiles
(acus), agujas para el pelo (acus crinalis), bisagras, punzones y mangos de herramientas fechados en los s I-II d.C.
Según las fuentes, la explotación de la abeja doméstica (apis mellifera) constituía una actividad económica
secundaria, englobada en la pastio villatica o actividades subsidiarias a la producción de vino, trigo o aceite. Dejando
a un lado que no conocían la conexión entre abejas y polinización, los múltiples usos de la miel (culinarios,
medicinales, cosméticos) y de la cera (iluminación, cosmética, trabajo en bronce, sellado, escritura, impermeabilizado,
etc.) justificaban su explotación. Es la única actividad económica que puede doblar su producción de año en año, ya
que en condiciones óptimas cada colmena se enjambra cada año, dando lugar a dos colmenas. La explotación agrícola
parece haber caracterizado más zonas de terreno difícil, aunque aparece también en terrenos agrícolas y en contextos
urbanos. Según la legislación bajoimperial y visigoda, este modelo parece haber continuado desde la Antigüedad
Tardía.
Las colmenas estaban fabricadas en su mayoría productos perecederos, como mimbre embarrado, madera o corcho,
aunque la explotación de abejas silvestres en árboles huecos era también recurrente. Las colmenas cerámicas eran
menos usadas debido a su baja capacidad de aislamiento térmico, aunque esto se solucionaba introduciendo dichas
colmenas en muros, que aislaban mejor. Tipológicamente, han sido muchas veces confundidas con tuberías, que son
cilíndricas y con dos bocas, aunque en la parte interior hay incisiones que permiten a las abejas fijar los paneles a las
paredes. Se tapaban por uno o ambos lados, siempre y cuando uno de los extremos tuviera un hueco para que las
abejas pudieran entrar y salir. Este tipo de colmena se utiliza desde el Neolítico en Palestina, y hay ejemplos de época
ibérica en la zona de Valencia, y de época romana conocemos explotaciones meleras en el territorio de Segóbriga y,
en contextos del siglo V, en Braga.
Hay ciertos tipos anfóricos que se han querido ligar al transporte de la miel, las formas cerámicas que han sido
confirmadas como tales son los “potes meleros”, identificados en Portugal, caracterizados por tener un segundo borde
en el cuello, antes de la carena para evitar por un lado que se derramara la miel al suelo, y por otro para que al llenarlo
de agua no pudieran trepar insectos.
Son clave en la economía antigua, y su elaboración fue recurrente en todas las provincias hispanas. Trascienden su
carácter dietético para ser usados como medicamento, conservante, combustible, base de perfume, insecticida…
además de su dimensión simbólico-religiosa.
Arqueológicamente, el número de evidencias son muy numerosas. En Hispania conocemos más de 750 enclaves
destinados a la elaboración de vino o aceite. La información llegada de la cultura material presenta tres problemas que
condicionan el conocimiento:
- Lo de los sesgos. Lagunas de información derivadas del intenso uso de materiales perecederos, sobre todo madera
(el sesgo conservativo). La mayoría del utillaje utilizado en la elaboración de vino y aceite ha desaparecido. Solo se
detectan las que estaban destinadas a conseguir un volumen medio-alto de producción (sesgo comercial). Requieren de
elementos estructurales que son rastreables en el registro arqueológico (sesgo estructural).
- La ambigüedad de los restos estructurales documentados. El vino y el aceite utilizan elementos similares en su
elaboración, ya que se apoyan en las mismas herramientas para su extracción, lo que impide en muchos casos definir
el producto elaborado en una determinada instalación. En latín solo hay una palabra para definir a bodegas y
almazaras (torcularium), que deriva del elemento central de estas instalaciones, el torcus o torcular (la prensa). La
identificación del producto recae entonces en la realización de análisis bioquímicos y de estudios arqueobotánicos y
con un grado menor de fiabilidad en la identificación de elementos tecnológicos distintivos de un proceso u otro.
Molinos y cubetas de decantación constituyen restos vinculados con exclusividad a la elaboración de aceite, y la
presencia de elementos destinados al pisado y fermentación permite identificar la producción vinícola.
En el yacimiento de Fonte do Milho (Oporto) se documentó una instalación de prensado fechada en época
tardorromana y tradicionalmente interpretada como destinada a la elaboración de aceite. Los análisis bioquímicos
sobre los recipientes cerámicos semienterrados (dolia defossa) localizados de forma anexa a la prensa, permitieron
localizar marcadores químicos vinícolas y modificar la interpretación inicial del enclave.
- Sesgo cronológico y espacial. En la mayoría de los casos conocemos solo parcialmente el enclave que acoge una
determinada instalación, no pudiendo constatar con claridad el modelo de asentamiento en el que se inscribe. En
algunos casos no podemos concretar si la almazara o bodega se inscribe dentro de una uilla o evidencia un esquema de
poblamiento rural distinto. El sesgo cronológico nos lleva a un conocimiento mucho más concreto de las fases finales
de ocupación, generando importantes vacíos cronológicos de información. Es esencial la información proporcionada
por la arqueología de gestión, que ha obligado a la excavación integral del yacimiento en ocasiones.
Esto pasa en la uilla de Sagrera (Barcelona), excavada de forma intensiva. Se ha identificado una larga secuencia
de uso desde el tercer cuarto del siglo I a.C. hasta época tardoantigua con una organización dual del espacio en el que
se identifica con certeza la pars urbana con un gran peristilo central, y la pars fructuaria, con estructuras destinadas a
la elaboración del vino. Se han detectado cuatro fases de uso diferenciadas estructuralmente en el seno de su bodega.
La misma producción vinícola de la uilla arranca desde su momento de construcción, a finales del siglo I a.C., con dos
reformas posteriores para aumentar la producción. La primera en época augustea y la segunda a mediados del siglo I
d.C., que modifica por completo la planta del complejo, generando un gran espacio de producción de corte claramente
comercial que se mantendrá en uso, con nuevas reformas hasta un momento indefinido en el siglo IV d.C. La Sagrera
añade importantes datos para nuestro conocimiento de la producción vinícola comercial.
El cultivo de la vid es posible en toda la península ibérica, por lo que podemos suponer la producción de vino en
todas las regiones hispanas. El aceite no se da en todo el tercio noroeste, pero que encuentra fácil sustitución nutritiva
en las grasas animales, por lo que podemos imaginar una elaboración más reducida. Los torcularia se distribuyen
entonces por toda Hispania, con una clara concentración en la fachada mediterránea y los valles del Ebro, el
Guadalquivir y el Genil. Esta concentración de evidencias arqueológicas debe ponerse en relación con la existencia de
tres grandes industrias agrarias destinadas al comercio a larga distancia. La producción de vino Tarrraconense está
concentrada en la costa catalana entre los siglos I y II d.C., mientras que la producción de vino y aceite de la Baetica
tiene su punto álgido en la época altoimperial. Gracias al estudio de las ánforas destinadas a la comercialización,
encontramos numerosas evidencias de una producción destinada al abastecimiento interno.
Estas almazaras y bodegas se integrarán en la pars rustica de la uillae, en la denominada por Columela como pars
fructuaria, que acogería las estancias e infraestructuras destinadas a las industrias de transformación agropecuaria.
Estos espacios se vinculan habitualmente con las zonas residenciales de las uillae, conformado por edificios
integrados o anexos a los espacios de la pars urbana como en Carranque. En ésta se han excavado dos espacios
diferenciados para la elaboración del vino y aceite articulados en torno a un patio, pero en conexión con las
dependencias residenciales de la uilla. También hay ejemplos en los que estos complejos se configuran como edificios
independientes, como La Sagrera. En el caso de la villa de Los Villaricos (Mula) están representadas estas dos
tendencias en sus dos espacios de prensado. Ésta sufre a principios del siglo IV una intensa reforma tendente a su
monumentalización, que incluye la construcción de los torcularia. El del vino se sitúa en conexión directa con la pars
urbana; y el otro para aceite, está segregado a unos 90 m del complejo residencial. Los Villaricos y Carranque sirven
para ilustrar la ausencia de un uso compartido para la elaboración del vino y aceite de las estructuras de estrujado. El
motivo está en los componentes grasos del aceite de oliva, imposibles de retirar por completo, que dañan
inevitablemente el vino y que obligan a utilizar superficies para la manipulación de ambos productos.
Sistemas empleados para el estrujado de uvas y aceitunas.
Desde el punto de vista tecnológico, el elemento central de la elaboración viene marcado por el sistema de
estrujado de la uva o la aceituna. Los sistemas utilizados y la elección de una tecnología dependerán de las necesidades
productivas específicas de cada uilla; por lo que nos encontramos con sistemas simples de extracción, que no dejarían
huella arqueológica, y con sistemas de gran complejidad técnica, que obligan a la construcción de espacios de trabajo.
En cuanto a la complejización tecnológica encontramos de forma genérica tres gradaciones. A mayor complejidad,
mayor grado de evidencia arqueológica y mejor conocimiento histórico. Entre los elementos más básicos de extracción
está la prensa de torsión. El fruto a prensar se introduce en un saco, que es girado en direcciones contrapuestas desde
sus dos extremos, en los que se insertan unas varas de madera que ayudan a incrementar la fuerza. Este sistema,
íntegramente realizado en materiales perecederos, está bien constatado iconográficamente desde épocas muy antiguas
y su pervivencia a lo largo del tiempo, confirmada por la etnografía.
Con 1os mecánicos + complejos y + rentabilidad están las “prensas de tornillo directo” o “prensas de tornillo
central”. Se trata de máquinas transportables, realizadas casi por completo en madera, que presentan un bastidor en el
que se insertan uno o dos tornillos verticales, que en su rotación mueven una plancha que presiona directamente sobre
la masa a prensar. Este sistema de prensado es el más empleado en el Mediterráneo, debido a su bajo coste, pequeño
tamaño y a su buena rentabilidad relativa. No requieren de estancias específicas de prensado, ya que son fácilmente
transportables y almacenables. Nuestro conocimiento arqueológico es muy limitado debido a la falta de conservación
de sus componentes, por lo que se conocen esencialmente por la información textual e iconográfica.
Apenas contamos con evidencias del uso de este sistema de estrujado en el ámbito hispano y se concentran en
contextos urbanos. En la Villa de La Cocosa (Badajoz) se han localizado las posibles huellas de una de estas prensas
de tornillo directo. En el ámbito meseteño se han documentado en el seno de algunas villas, como en el torcularium
vinícola de Carranque, estructuras de estrujado vinculadas al vino sin huellas de elementos mecánicos de prensado.
El sistema empleado para repercutir la fuerza sobre la viga varía, dando lugar a distintas variantes de este modelo
de prensa, dependiendo del mecanismo utilizado para incrementar la fuerza. En las prensas más sencillas, las “prensas
de viga manuales” se utiliza la acción humana, ayudada de pesas de piedra para incrementar la fuerza. Esto se
perfecciona introduciendo elementos mecánicos. Existen dos variantes de accionamiento mecánico, el realizado con
ayuda de un torno o cabrestante, que caracteriza a las “prensas de torno” y el que se apoya en la rotación de un tornillo
sin fin, que caracteriza a las “prensas de tornillo”.
En la “prensa de torno a cabrestante” este mecanismo es el encargado de conseguir la bajada del praelum con
ayuda de una cuerda y una polea. El torno se ancla a contrapeso, directamente el suelo de la sala de prensado o un
elemento pétreo dotado de entalles o una caja de madera enterrada rellena con piedras (arca lapidum). En el caso de la
prensa de tornillo, la subida y bajada de la viga se realiza gracias a un eje atornillado que la atraviesa y que en este
caso aparece necesariamente fijado a un contrapeso de piedra. Las prensas de tornillo son las más competentes de las
usadas en toda la época romana.
Arqueológicamente las prensas de viga se detectan gracias a sus elementos de infraestructura, las improntas que
dejan en el pavimento sus elementos de sustentación (arbores y stipites) y accionamiento y a la existencia de una zona
muy específica de prensado que aparece resaltada en el pavimento de la zona de estrujado (area, el pie de prensa). Las
prensas de viga requieren de espacios específicos para su localización, con unas características constructivas propias.
Junto a su solidez constructiva, el trasiego de líquidos recomienda la impermeabilización del pavimento de la sala de
prensado, que aparece dotada de distintos elementos de recepción y decantación (lacus y structile gemella), realizados
en obra. Otra característica de estas instalaciones es la ubicación de estas prensas en espacios con dos cotas distintas
de circulación, con lo que se asegura un incremento en la capacidad de prensado, gracias a la disminución del
recorrido vertical. En la parte sobreelevada, se sitúa la zona de prensado, y en la inferior el mecanismo de
accionamiento. Es habitual, para incrementar la fuerza de prensa, situar los contrapesos en un plano más bajo y en el
interior de una fosa.
La pavimentación de la sala de prensado es clave para asegurar el funcionamiento del proceso de trasiego de
líquidos. En Hispania conviven dos tradiciones: el uso de opus signinum u hormigón hidráulico (para asegurar la
estanqueidad de las superficies) y el opus spicatum, construido a partir de la disposición de ladrillos, en plano o de
cuña, en forma de espiga. Esta última se documenta de forma masiva en el sur peninsular, casi en exclusividad a la
elaboración de aceite.
El hecho de necesitar elementos estructurales para su funcionamiento permite localizar las improntas de estas
prensas. Las más de 750 bodegas y almazaras localizadas en ámbito hispano utilizan este tipo de prensa. Son
numerosas las salas de prensado dotadas de este tipo de prensas vinculadas a la producción vinícola tarraconense. En
la Villa de La Sagrera en su momento de máximo volumen de producción en época claudia, se utilizan cinco de estas
prensas de viga dispuestas en batería, accionadas mediante mecanismos de torno, que se anclan en una caja de madera
enterrada rellena con piedras (arca lapidum).
Se constata el uso de estas prensas de viga como el elemento tecnológico básico que sustenta la gran explotación
oleícola de la Bética, implementado ya desde época augustea la variante de tornillo. Encontramos almazaras de
pequeño tamaño, dotadas de una o dos prensas de viga, junto con grandes almazaras que presentan hasta seis de estas
prensas en uso de forma simultánea. Cabe mencionar la recientemente excavada Villa de Los Robles, a las afueras de
Jaén (Aurgi), donde se constata la construcción de una gran almazara, anexa a la pars urbana, en el siglo II d.C.
dotada de seis grandes prensas de viga y tornillo.
La presencia de estas enormes instalaciones de prensado no es privativa de las grandes industrias excedentarias de
época altoimperial, ya que se encuentran grandes almazaras y bodegas construidas a finales del siglo III d.C. Los dos
torcularia de Los Villaricos presentan hasta seis prensas de viga y tornillo en su almazara. También se detecta una
amplísima capacidad productiva en otras uillae de época tardía, como Carranque y Torre Águila.
El ciclo de elaboración del vino: los torcularia vinícolas.
Pisado, prensado y fermentación. Contamos con pocos ejemplos conservados de estructuras específicas de pisa
(calcatorium) tanto en Hispania como en el resto de regiones mediterráneas. Se debe a que en el caso de las
producciones autárquicas el pisado se realiza en bancos de madera y en el de las bodegas, la pisa suele realizarse en el
mismo espacio del estrujado mecánico. Cuando aparecen construidas de obra, son estructuras realizadas en opus
signinum que se configuran como superficies acotadas, de altura y extensión variable, con un orificio de salida para el
mosto que conecta generalmente con un depósito de obra (lacus), en hormigón hidráulico. En la península ibérica
estas estructuras se constatan en bodegas de gran tamaño en pequeñas instalaciones en las que no se documenta el uso
de prensas de viga, como se aprecia en el torcularium vinícola de Carranque, donde se constatan dos tanques de
estrujado conectados con dos piletas de recepción, que podrían interpretarse como estructuras de pisado en las que se
podrían utilizar también prensas de bastidor de tornillo directo.
La fermentación implica una transformación química esencial, por la que los azúcares de la uva se convierten en
alcohol. Las encargadas son unas levaduras llamadas saccharomyces cerevisiae, que están en la superficie de los
racimos y que son aportadas de forma natural por los insectos. Al entrar en contacto con el mosto inician el degrado
del azúcar, transformándolo en alcohol etílico. Anhídrido carbónico, calor y diversos tipos de ácido, como el acético y
el láctico. Permanecen activas de forma natural siempre que se asegure una temperatura comprendida entre 14 y 25-
30o hasta completar la degradación de todo el azúcar presente en el mosto.
La fermentación se inicia en el mismo momento de la extracción del mosto, en cuanto el líquido entra en contacto
con el oxígeno. Al principio la fermentación es muy intensa, debido a la gran presencia de azúcar (fermentación
tumultuosa). Se genera no solo alcohol, sino otras sustancias (anhídrido carbónico en estado gaseoso), lo que provoca
el burbujeo y la ebullición que dan nombre a esta fase. Se desarrolla en los depósitos asociados a las estructuras de
pisa o prensado (lacus). Son depósitos construidos en obra realizados en opus signinum, enterrados para asegurar la
solidez, sin desagüe y dotados de molduras con forma de cuarto de bocel en sus esquinas para asegurar su
estanqueidad. Se sitúan a una cota inferior a la de la superficie de pisado/prensado para que por gravedad el mosto
caiga en su interior. Presentan una depresión circular en su fondo para facilitar su vaciado de forma manual (pocillo de
limpieza). Tienen unas capacidades muy diversas, dependiendo del volumen de producción de la bodega; en ámbito
hispano los hay de 20.000 litros como los que no alcanzan los 500.
La sig fase se realiza en 1 sala anexa al espacio de prensado-pisado, dentro de las dependencias del torcularium: la
cella vinaria. En ella se disponen los contenedores donde el vino reposa 1 mínimo de 6 meses (en el vino del consumo
de añada) y de forma indefinida en el de vinos destinados al envejecimiento. Se usan toneles de madera (cupae),
recipientes cerámicos exentos (dolia/orcas) y recipientes cerámicos total o parcialmente enterrados (dolia defossa).
En la localización y análisis de estos espacios nos encontramos con los sesgos habituales. El sesgo estructural que
aparece unido al comercial, porque el proceso de vinificación no requiere de espacios con una definición
arquitectónica propia, a no ser que nos encontremos con grandes producciones que obliguen a disponer de espacios
específicos de fermentación. Los recipientes cerámicos exentos difícilmente se recuperan en su posición primaria de
uso. Y el sesgo conservativo nos impide descubrir el uso de tinas de madera para la fermentación del vino. Lo
contrario ocurre con los dolia defossa: quedará siempre la impronta de los agujeros en los que estaban encastrados y
eso nos permitirá identificar con certeza estas bodegas.
Es complejo definir los contenedores de vinificación utilizados en el mundo hispanorromano. Al margen de la
imposibilidad de cuantificar con certeza el uso del tonel, los datos parecen indicar un uso mayoritario de recipientes
cerámicos en las bodegas hispanas, detectando dos variantes: grandes tinajas enterradas o semienterradas a la manera
itálica (dolia defossa) y pequeños contenedores cerámicos que aparecen exentos y que tienen su origen en la tradición
vinícola autóctona, que pueden identificarse con las orcas que Varrón vincula a la tradición hispana.
El vino se fabrica en la propiedad agrícola donde se cultivan las viñas. Las instalaciones forman el barrio
productivo de la villa. Sobre los espacios empleados como bodegas, la gran producción tarraconense y posib la bética
se utilizan dolia defossa en espacios a cielo abierto, delimitados por estructuras murarias de cierre, como en las
grandes bodegas de la costa catalana Villa de La Burguera. Sobre su asentamiento anterior, dotado de un gran espacio
de almacenamiento de cereal (horreum) se construye en época tiberiana una gran bodega con un área residencial
anexa. Está dotada de cuatro prensas de viga y torno ancladas gracias al uso de cajones de madera enterrados rellenos
de piedras y material constructivo (arca lapidum) y presenta una amplia zona de fermentación al sur de las estructuras
de prensado. La zona destinada a la fermentación aparece como un espacio a cielo abierto con dolia defossa
semienterrados y alineados en un número superior al centenar. Según el módulo medio de estos contenedores
cerámicos para la región (800 litros), la bodega tendría una capacidad productiva superior a los 80.000 litros de vino.
Empezamos a conocer el uso de este sistema de fermentación en otras regiones hispanas, como Adaines II
(Sevilla), donde hay dos instalaciones para la elaboración comercial de vino y aceite. En el caso del vino, se constata
la presencia de una gran bodega muy arrasada en la zona norte del yacimiento, localizándose un espacio de
fermentación a cielo abierto de más de 300 m2 con dolia enterrados a media altura y dispuestos de forma alineada,
que presentan unas dimensiones menores que en el caso del vino tarraconense, con un diámetro de 60 cm y una
capacidad media de c. 450 l, más cerca de los recipientes exentos. El uso de estos dolia se constata también fuera de
las grandes producciones excedentarias, como en Fonte do Milho (Oporto) y en Cuesta de la Virgen (Madrid).
El uso de dolia exentos y cupae demanda de estancias cubiertas que pueden presentar o no una tipología
constructiva definida. En el caso de las pequeñas producciones, la fermentación se llevaría a cabo en estancias sin
elementos constructivos definidos, y en el de mayor volumen, se delimita un modelo constructivo específico para estas
cellae vinariae. Son grandes espacios alargados que se caracterizan por su compartimentación en naves gracias a una
o dos filas de pilares dispuestos de forma longitudinal. Aparecen pavimentadas con tierra, en conexión o muy cerca de
los espacios de estrujado y presentan un lacus para facilitar el trasvase de vino.
El mejor ejemplo conservado está en la villa de Las Musas en Arellano (Navarra). La destrucción repentina (un
incendio) y su falta de reocupación ha permitido localizar todos los elementos presentes en esta bodega en el momento
de su colapso. Se han recuperado 34 orcas con una capacidad media de 250 l -> 8.500 l de volumen total de
producción. Estos contenedores se disponen en un espacio situado al sur de la zona de prensado, en conexión con el
peristilo de la pars urbana. Esta sala de fermentación aprovecha la existencia de una terraza natural para situarse en la
planta baja de un edificio de dos alturas, que mantiene la superior a una cota con el resto de la instalación vinícola y
con el ambulacrum del peristilo. Tiene unas medidas de 28.5x7.10 m, con el suelo de tierra apisonada y los muros en
mampostería revocados y enlucidos en blanco. En el centro y longitudinalmente se sitúan 11 pilares que permitían la
cubierta de la sala y el sostén de la planta superior pavimentada con opus signinum y destinada a trabajos relacionadas
con las labores agrarias. Este esquema compositivo es similar al constatado en un buen número de ejemplos
documentados a lo largo de todo el territorio peninsular. Naves de fermentación similares hay en la bodega de Los
Villaricos. Hay que citar la instalación vinícola de Alto de Valdeparrillos, en Bollulos de la Mitación (Sevilla), donde
se ha localizado una sala de fermentación exenta, pero muy cercana al edificio utilizado para el estrujado (34x13 m ->
42 m2). El espacio se articula en tres naves por la presencia de dos alineaciones de pilares dispuestos
longitudinalmente. En su ángulo noroeste se detecta una caja de escalera, que evidencia la presencia de un segundo
piso que, a modo de sobrado, podría albergar otro tipo de rendimientos agrarios.
Entre los vinos más apreciados estaban el Falerno, el Surrentinum, el Varino, el Vesubinum, los de origen griego
como el lyttios y los producidos en Layetania y otros ámbitos de la Tarraconense.
Ciclo de elaboración del aceite de oliva: los torcularia oleícolas.
En el proceso de elaboración el aceite de oliva aislamos las siguientes fases: molienda, prensado y decantación. La
extracción viene determinada por la propia naturaleza y composición de la aceituna. Se trata de un fruto de gran
dureza, lo que dificulta el estrujado y provoca la necesidad de una molienda previa. Además, presenta una
composición que incluye (en un volumen medio de 20%) un residuo sólido, orujo, formado por la piel y el hueso que
suponen el 30 % del fruto, junto a un residuo acuoso, que incluye el agua de vegetación y diversos materiales
orgánicos solubles en agua. Este último compuesto líquido (el alpechín, amurca en época romana) ocupa en torno a la
mitad del volumen de la aceituna y es liberado junto al aceite en el prensado. Esta doble composición líquida obliga a
separar ambos compuestos tras la extracción mecánica, en una decantación favorecida por la distinta densidad de
ambas sustancias.
El primer paso entonces es la molienda de la aceituna con el objeto de crear una pasta homogénea (sampsa) que
ofrezca menos resistencia al prensado. Puede realizarse en una sala específica o compartir el espacio destinado a la
prensa. En las almazaras hispanas encontramos el uso de las dos variantes de molinos oleícolas utilizados en el mundo
romano. Por un lado, molinos de muelas verticales (trapetum), utilizados solo en la extracción del aceite, de origen
griego y tracción humana. Presenta una parte móvil, formada por una o dos muelas (orbes) que giran por rotación y
traslación sobre un elemento fijo (mortarium). De este tipo, hay dos variantes: molinos formados por muelas
semicilíndricas que giran dentro de un mortaium de piedra que se adapta a su forma y molinos con orbes de sección
circular dispuestos verticalmente sobre una solera plana de piedra. La presencia de este tipo es reducida en Hispania,
concentrándose su uso en la zona levantina y puntualmente la bética. Encontramos una intensa presencia de este tipo
de molino de muelas verticales, de la variante cilíndrica, en el entorno de Cartagena. Destaca también el hallazgo de
un mortarium de molino de muelas verticales hemiesféricas, reutilizado como contrapeso en la Villa de Los Robles.
Se constata el uso en los torcularia oleícolas hispanorromanos de molinos de muelas horizontales (mola olearia).
Se corresponden con molinos rotatorios cilíndricos vinculados de forma tradicional a la molienda del grano y a los que
debemos otorgar un origen en el mundo ibérico. Están formados por una parte fija (meta), de sección troncocónica y
base cilíndrica, a la que se fija con un bastidor de madera, una parte móvil (catilus), con forma de corona y sección
triangular. Estas piezas se disponen sobre una superficie circular de obra o piedra con un canal exterior en el que va
depositándose la sampsa. Las piezas destinadas a la molienda de la aceituna presentan estrías en las zonas de fricción
y son de mayor tamaño. Estos molinos se utilizan en las almazaras de Hispania de forma mayoritaria, aunque, debido
a la constante reutilización, pocas veces constamos su presencia en posición primaria de uso, detectando solo el
basamento sobre el que se disponen. Destaca la almazara de Los Villaricos, donde se ha localizado la sala de prensado
dotada de dos bases de molino horizontal, uno en piedra y otro de obra. En el nivel de amortización de esta sala, se
han localizado dos fragmentos de molino que se corresponden con un catilus estriado y parte de una meta.
Tras la molienda, la pasta obtenida se prensa usando algún sistema común a la producción vinícola y oleícola. En
el prensado se obtenía un líquido con una doble composición: el agua presente de forma natural en la aceituna (el
alpechín) y el propio aceite. La menor densidad del aceite propicia que, tras un periodo de reposo, esta sustancia suba
a la superficie, dejando en el fondo el desecho acuoso del prensado. La separación de ambas sustancias puede
realizarse de forma manual, retirando con un cazo el aceite de la superficie, o utilizar mecanismos más complejos. En
el primer caso, el aceite y el agua derivan a una cubeta de recepción (lacus). En el segundo, a varias cubetas dispuestas
en batería (structile gemella), que adquieren diversas formas y mecanismos para propiciar la decantación.
Los lacus tienen las mismas características que en la producción vinícola, también con capacidades variables
dependiendo del volumen de producción de la almazara, como se ve en La Quinta (Antequera). En la 3ª fase de uso (s.
IV d.C.) se dispone 1 prensa de viga y tornillo que vierte el aceite prensado a un lacus revestido de opus signinum, con
unas dimensiones de 1.5 x 1.3 m y 0.85 m, lo que arroja una capacidad total de unos 1650 l. Se llevaría a cabo una
decantación manual y el aceite sería trasvasado a los contenedores de almacenamiento o transporte.
Las cubetas de decantación pueden o no estar interconectadas. En el caso de la decantación manual no existe
conexión entre los depósitos, pero en el de la decantación mecánica sí hay una conexión física, por la parte alta o la
baja. Si es por la parte alta se propiciaría el trasvase del aceite hasta su decantación completa; y en el segundo, el
trasvase del alpechín que sería acumulado en el último de los recipientes de decantación. En Los Villaricos se
documenta en una primera fase constructiva una serie de lacus dobles conectados en su parte baja, vinculados con
cada una de las seis prensas del complejo. Este sistema permitiría tras dejar reposar el líquido prensado, trasvasar al
segundo de los depósitos el agua sobrante. En un segundo momento, hay una reforma de esta sala de decantación por
el que la primera línea de cubetas, en conexión con la zona de presión, es sustituida por 18 recipientes cerámicos de
boca ancha encastrados en un poyete de obra. La deficitaria conservación de las cerámicas impide determinar si
estuvieron conectados o no en su parte alta, lo que habría permitido una decantación mecánica. Este sistema, apoyado
en el empleo de contenedores cerámicos abiertos, constituye la variante más utilizada en las almazaras hispanas.
La producción de vino y aceite aparece constatada en un buen número de villas hispanas, atendiendo a la
generación de un excedente destinado a la comercialización. La explotación agropecuaria es una de las estrategias
económicas y comerciales básicas de las villas romanas, pudiendo afirmar que se trata de una práctica generalizada.
Por último, destacar que, a pesar de que el peso máximo de la producción la ostentaban las uillae, también existían
officinae oleariae y vinariae en las que además de la venta se llevaba a cabo la producción.
Cereales y otras siembras.
La presencia de espacios vinculados con el almacenamiento y la transformación de los cereales y otros productos
agrarios es bien conocida gracias a las descripciones de los textos clásicos, pero arqueológicamente son difíciles de
detectar debido a los sesgos. La presencia de estructuras específicamente destinadas al almacenamiento y
transformación del excedente agrario puede ser rastreada cuando presenta elementos constructivos específicos que nos
permitan ver la polifuncionalidad. La presencia de estos elementos estructuralmente identificables viene determinada
por la existencia de un excedente que supere las necesidades autárquicas de la villa. Se debe asumir la invisibilidad en
el registro arqueológico de una buena parte de los espacios de almacenaje y transformación del cereal. Juega un papel
esencial la realización de analíticas químicas y paleobotánicas.
La localización y excavación de las huellas de cultivo. Unas realidades cada vez mejor conocidas gracias a la
arqueología de gestión y al uso de metodologías precisas de registro. La excavación de los espacios agrarios cercanos
a las estructuras de las uillae se inició en el ámbito vesubiano y se ha ido generalizando a otras regiones del Imperio.
En el caso de Hispania se cuenta con un variado repertorio de estas evidencias, sobre todo vinculados al cultivo de la
vid. Mencionar la Villa del Batán, donde se ha localizado en las inmediaciones de la pars rustica, plantones cuadrados
y circulares, alineados en calles, que se han relacionado con árboles frutales, evidencias de un viñedo org en liños.
Sobre los espacios de almacenamiento, un buen número de estos almacenes no dispusieron de elementos
estructurales que nos permitan su identificación y formarían parte de esas estancias indefinidas agrupadas dentro de la
pars rustica. Recordemos como ejemplo que en la despensa de Vilauba la excepcional conservación de su último nivel
de uso nos ha permitido identificar su funcionalidad. Las primeras plantas abundantes pero muy mal conservadas en
Hispania, debieron jugar un papel esencial en esta función de almacenamiento. La sobreelevación de estos espacios
permitía aislar la producción agrarios de la humedad y de la acción perniciosa de animales e insectos. Esta función de
almacenamiento en altura ha sido estudiada en Herculano, en la que la mayor parte de las viviendas se reserva un
espacio en la primera planta como despensa. También se aprecia en las cellae vinariae de Valdeparrillos y Las Musas,
donde existió una planta sobreelevada que se debe vincular con esta función de despensa.
Respecto a los espacios y estructuras de almacenamiento con elementos estructurales identificables, en el caso de
Hispania detectamos sistemas de almacenamiento agrario realizados tanto en estructuras subterráneas excavadas (siri
o putei) como en edificios exentos, dotados de pavimentos sobreelevados (horrea o granaria). Del uso de los términos
de siri o putei no parece poder discriminarse una diferencia formal entre ellos, pudiendo ambos ser traducidos como
“silos”; mientras que horrea y granaria tampoco distingue una caracterización formal entre ambos pero sí funcional,
ya que en los granaria solo habría grano y en los horrea habría otros productos agropecuarios, englobando al más
específico de granarium.
El sistema de almacenamiento en silos es una peculiaridad ajena a las tradiciones itálicas, con una implantación
generalizada en Hispania. Arqueológicamente también se detecta la importancia de este sistema de almacenamiento en
época ibérica, lo que explicaría su continuidad, aunque con mucha menor presencia. Su uso volverá a generalizarse en
la Antigüedad Tardía, respondiendo a un nuevo modelo de explotación de recursos.
Son estructuras excavadas en niveles naturales, con forma ovoide con suelo cóncavo, con presencia o no de
revestimiento, completamente taponada para generar un efecto de vacío que permitiera la conservación del cereal, las
leguminosas o la fruta. Su tamaño oscila a lo largo del tiempo, presentándose los ejemplares de época romana con una
capacidad media de 20 hl. Plantean una problemática concreta, centrada en su correcta interpretación y excavación,
sobre todo cuando aparecen aislado y en pequeño número. Muchas de las estructuras negativas señaladas como silos
no parecen poseer una funcionalidad clara vinculada con el almacenamiento de productos agrícolas, por lo que es
esencial la realización de análisis paleobotánicos para determinar su funcionalidad.
Cuando encontramos grandes concentraciones de silos podemos determinar que nos encontramos ante almacenes a
cielo abierto vinculables con certeza con una producción agraria. Destaca el caso de la Villa del Ruedo (Almedinilla,
Córdoba). Dispuestos en torno al camino de acceso a la villa, se documentan dos campos de silos que presentan una
sucesión cronológica.
En la zona norte, se localizan 16 silos, distribuidos de forma irregular, con una cronología situada entre el siglo I y
el III d.C. La segunda concentración de estructuras de almacenamiento subterráneas se localiza al oeste de la pars
urbana de la villa y se fecha en época tardorromana, documentándose 61 silos distribuidos en hileras.
Respecto a los horrea o granaria, contamos con una serie de rasgos arqueológicos distintivos que nos permiten su
identificación. Primero, la existencia de un suelo sobreelevado (tabulatum) que permitía aislar el grano de la humedad
y de los daños ocasionados por animales e insectos. Este doble suelo es fácilmente identificable cuando posee una
suspensura realizada en materiales no perecederos. Otro rasgo distintivo, en el ámbito rural, es su carácter aislado
dentro de la planta general del edificio. La recomendación de aislar los graneros recogida por Vitrubio (De
Architectura, 6, 6, 5), para evitar incendios y conseguir aventar mejor el trigo, es corroborada por la arqueología y se
convierte en uno de los elementos discriminadores de la presencia de horrea. La orientación puede ayudar también en
la localización de estos almacenes. Los agrónomos latinos y la lógica campesina indican la necesidad de evitar la
insolación de estos edificios, por lo que una buena parte presentan una orientación NW-SE.
Existen almacenes de grano en madera, cuya localización arqueológica solo es posible con una cuidada
excavación. En el caso hispano no se ha documentado evidencias de este tipo de estructuras que necesariamente
debieron existir. En los últimos años, son muchos los ejemplos de horrea documentados en el ámbito peninsular, entre
los que destaca el excavado en la uilla de Veranes (Gijón). Al norte del complejo residencial se localiza un edificio
exento de 12.8 x 8.1 m, fechado en época altoimperial y sometido a diversas reformas que se caracterizan por
presentar un suelo sobreelevado, realizado en madera y dispuesto sobre unos apoyos de obra. Este almacén estuvo
destinado mayoritariamente al almacenamiento de grano, aunque se constata el almacenamiento de otros productos,
como carnes en conserva, según los estudios arqueofaunísticos. Otro ejemplo interesante es el del Cerro de los Vientos
IX (Jaén). Se trata de un edificio aislado, de 324 m2, con una orientación E-W fechado entre mediados y finales del s I
a.C. Presenta una planta alargada, de 40.5 x 8 m adaptada a la pendiente del cerro en el que se ubica, quedando situada
su zona central en la parte superior de la colina, asegurando una alta ventilación. En la zona central se localiza una
estancia de 24.5 x 8 m dotada de 4 apoyos cuadrangulares centrales que constituirían la base de un suelo sobreelevado
(tabulatum) posib realizado en madera, anclado también en los muros laterales de la sala.
Sobre los espacios destinados a la transformación del cereal, son especialmente escurridizos en el registro
arqueológico. Con la salvedad del uso de cierto tipo de molinos y la presencia de cierto tipo de hornos, no presentan
elementos estructurales de interpretación única. La utilización de métodos de flotación y análisis carpológicos
incrementaría nuestra capacidad de detección.
Los molinos empleados habitualmente en la preparación del cereal y las leguminosas se corresponden con los
molinos rotarios cilíndricos. Se trata de unas piezas que son fácilmente transportables y continuamente reutilizadas,
por lo que rara vez aparecen en posición primaria. En el ámbito de algunas uillae contamos con la presencia de
instalaciones molineras industriales destinadas a la venta de harina en los mercados de proximidad. Esto pasa en Doña
Ana II (Sevilla), donde junto a un horreum se localiza un gran molino de tracción animal y diversos dolia defossa que
se vinculan con el almacenamiento de la harina ya procesada.
Panaderías y molinerías en Hispania.
El consumo de grano se generalizó antes de la difusión del propio pan. Se consumía en forma de buccellata
(galletas), sopas y hervidos, siendo las gachas (puls) la receta más común, cocidas en agua y sal, a veces acompañadas
de alubias (puls fabata), lentejas, cebollas, repollos u otras verduras.
Se han localizado pequeños hornos de pan desde época prerromana, vinculados sobre todo a la manufactura
doméstica. Hay que esperar hasta el siglo III a.C. para que la producción del pan adquiera un carácter industrial y
comercial, como relata Plinio (Hist. Nat. 18, 107-108). En sus orígenes, su producción estuvo muy vinculada con la
artesanía cervecera por sus ingredientes comunes.
Una serie de consideraciones desde el punto de vista terminológico. Con el vocablo pistrinum (pistrina en plural)
las fuentes clásicas aluden tanto a los espacios de molturación de grano (los molinos) como a las propias instalaciones
para su venta (las panaderías/pastelerías). La misma problemática encontramos al buscar un término que aluda a la
producción de panes y pasteles, ambos referenciados por la voz panificia. Se encuentran diferencias cuando se alude
al componente humano con la palabra pistor (pistores en plural) para referirse al panadero y pistor dulciaris para el
pastelero. Esta terminología arroja confluencias directas entre ambas categorías profesionales, como las instalaciones,
recetas o su instrumental.
La producción de las uillae
La ind panadera, en función de su entidad, puede dividirse, a escala doméstica, asociada al consumo personal, o a
escala más amplia, como una actividad muy rentable desde el punto de vista social y económico. Para la producción
industrial se utilizó un tipo de hornos portátiles, los clibani, que permitían una manufactura muy puntual y asociada a
un núcleo familiar. Podían ser metálicos o cerámicos, pero no se han localizado ejemplos en la península ibérica.
En Hispania, se han hallado modelos de hornos panaderos en obra, en ámbito urbano y la pars fructuaria de
algunas uillae, que nos indican la manufactura en ambientes rurales, caso del de la Villa de Veranes (Asturias). Estas
instalaciones estaban acompañados de sus propias molinerías que permitían la molturación del grano, ahorrando
posibles costes de este primer estadio de la producción, como Veral de Vallmora (Barcelona).
Los textos clásicos aluden a estas actividades en ámbito rural, pero en 1 espacio relegado de la parte residencial
con el fin de evitar posibles incendios (Vitrubio, De Arch, 6, 6, 5). Los molinos estaban asociados a la tracción animal
como los ejemplos de Cortijo de Donadío (Córdoba) o Puente Grande (Cádiz) nos indican. Los molinos pueden ser:
-De tracción manual.
-De tracción animal, mola asinaria. Muy comunes los denominados como de tipo pompeyano conformados por
una parte fija (meta) y una móvil (catillus).
-De tracción hidráulica, como el localizado en Carranque.
Todos tienen 1 soporte pétreo, siendo muy comunes los manufacturados en materiales volcánicos y en basalto.
La producción de pan en contextos suburbanos.
La continua necesidad de suministro de grano y su transformación en harina generó que las ciudades gestionaran 1
compleja red de instalaciones en sus suburbia y no a mucha distancia de las mismas, lo que podría acelerar el
deterioro del grano molturado durante su transporte, Las molinerías fueron unas estructuras muy comunes en las
entradas y salidas de las ciudades, como en Asturica Augusta, donde se articuló un complejo sistema de canales que
transportaba el agua necesaria. Lo mismo ocurre en Pancaliente (Mérida), donde se interpretaron los restos de un
molino anterior bajo de época contemporánea; o en Baños de la Reina (Alicante) con un molino de tracción hidráulica.
Molinerías y panaderías en aglomeraciones urbanas.
El trigo desempeñaba un papel esencial como materia prima, como principal aporte de carbohidratos en la dieta
romana. El pan podía obtenerse de la harina de grano de primera (panis siligineus), de segunda calidad (panis
secundarius), otro menos refinado (panis plebeius), el más duro de los legionarios (panis militaris) y los marineros
(panis nauticus, bizcochos de larga duración) o el peor (panis furfureus, consumido por los más pobres o los perros).
La cantidad de harina que debió llegar a los centros urbanos fue muy amplia. Se llevan a las panaderías donde se
procede a su transformación en pan. Los ejemplos de panaderías en Hispania son pocos. Uno de los mejores está en
Mérida, a las afueras de la ciudad, en una edificación dividida en tres estancias. Tenía una entrada pequeña posicionada
en las proximidades de uno de los accesos de la ciudad. Dentro del complejo, se definía una gran habitación con un
poyete de obra para ubicar una mola asinaria y desde allí se accedía a dos estancias. La primera, al norte, presentaba
en su interior un horno de planta circular hecho con adobes con una parrilla formada por ladrillos que permitían llevar
una cocción directa del pan. Al sur de ésta, una pequeña habitación cuya definición funcional no se ha podido precisar.
En la zona trasera de ambos habitáculos, sin conexión arquitectónica para evitar que un posible incendio deteriorara lo
almacenado, se encontraría una serie de dolia que habrían contenido el grano a molturar dentro de la instalación.
Se debe hacer alusión a los pistrina de la Casa del Planetario y la Casa de los Pájaros (Itálica) que permiten definir
una organización arquitectónica muy similar a la de Mérida en la que el comprador accedía desde la calle pública y
tenía un contacto visual con todos los pasos del proceso. Se ha publicado una en la c./ Avinyó en Barcelona que
supone un aumento en la reducida nómina hasta el momento desconocida.
La problemática arqueológica en la definición de estas estructuras radica en la similar morfología de estos hornos
cuando se encuentran en niveles de cimentación con otros hornos productivos. Uno de los elementos más definitorios
son algunos de los aperos usados para su laboreo.
La producción de pan en ambientes domésticos.
No existen espacios específicos dentro de los ambientes domésticos, sino que fundamentalmente harían uso de
hornos polivalentes ubicados en las culinae (cocinas) o en su entorno más inmediato. Debido al reducido tamaño de
los hornos era necesario mantener una temperatura constante (aprox 200-250o) para lo cual se podía hacer uso de
planchas de metal que hicieran las veces de puerta. Se tendía a amontonar las brasas en uno de los laterales para
ayudar a la formación de una corteza robusta (crusta). Para evitar quemaduras durante su inserción, se usaban unas
palas de madera con un largo mango que permitía recorrer el horno sin que se tuviera contacto con el fuego.
Uno de los ejemplos más esclarificadores se ha localizado en el interior de la Casa del Anfiteatro (Mérida). Junto a
las lujosas habitaciones para nobles, en torno al atrio principal, se ubicó la culina que, además de un horno de planta
en omega, contaba con un molino y una posible amasadora, que podría haber ayudado a la mezcla de las masas
pasteleras. Otros ejemplos serían la casa de Salvius (Cartagena) o el localizado en Ampurias. Un caso excepcional la
localizamos en la domus I de Bilbilis (Calatayud) que contaba con un horno relacionado directamente con una posible
popina ubicada en la misma calle.
El instrumental asociado a la producción de pan y pasteles. Los molinos.
Tenemos atestiguados en la península ibérica tanto molinos del tipo Morgantina como los Pompeyanos. Los más
prolíficos son los Pompeyanos. Tradicionalmente se les ha asignado un posible origen púnico con un mayor desarrollo
a partir del siglo III a.C. paralelo a la expansión de los pistrina. Este molino está compuesto por dos partes, una fija
(meta) con forma cónica y una rotatoria (catillus) a modo de anillo que permitiría la fricción del cereal con la parte
fija, ayudando a la precipitación de la harina al suelo. Entre los ejemplos más significativos destacar el de la casa del
Anfiteatro de Mérida, el de la Villa del Cogoll (Villalonga del Camp) en Aquae Flaviae (Chaves, Portugal) o en
Astorga. Algunas de estas piezas presentan un origen foráneo resultado de un trasiego comercial. Ejemplo de ella
serían las del Museo de los Caminos de Astorga o la de Ampurias.
Las amasadoras.
Muy comunes en ámbitos panaderos. Consistían en una especie de cilindro pétreo que podía alcanzar hasta los dos
metros de diámetro y en su interior se contaba con un sistema de brazos metálicos sujetos perpendicularmente a un
eje, cuyo movimiento permitía que dichos apéndices fueran amasando la masa panadera o pastelera. En Hispania
tenemos el modelo definido para la Casa del Anfiteatro, inserto en la culinaria de la domus.
Los sellos de panaderos.
En muchas ocasiones los productos eran manufacturados en el seno del hogar y eran llevados a los pistrina para ser
horneados. Fue necesario proceder al marcado de estos para evitar errores una vez que el horneado estaba listo. Esto
generó una práctica que debió ser muy común: la del sellado. Éste podía llevar un intrínseco una serie de connotación
más amplia como la propaganda evergética de repartos comunales de alimentos y sirvieron como signo de distinción
votivo para su uso en determinados eventos.
Son dos los tipos de matrices localizados. El primero hace alusión a signacula en bronces que presentan en un lado
las letras a plasmar en positivo, y en su frente trasero cuenta con una especie de anillo que permitía su más fácil
aprehensión durante el sellado. Este tipo de sellos no han sido localizados en suelo hispano. El segundo tipo,
correspondiente a matrices de cerámica, sí han sido halladas en Hispania. Se trata de matrices circulares con un
diámetro oscilante entre los 10-15 cm y 3-5 cm de grosor. Suele presentar una cara con un motivo en negativo o
positivo; la otra superficie no aparece por lo general decorada y presenta un acabado poco cuidado y se plantean
signos que podrían ser alusivos al dueño de la matriz. Su tamaño coincide con la dimensión más común de los panes
desarrollados en época romana.
Los primeros estudios se realizaron a principios del siglo XX. Pasqui (1906) encontró varios moldes y sellos
insertos en unos dolía localizados en una posible panadería en Ostia. Su trabajo es considerado pionero. Müller (1909)
centró en su investigación sobre el posible uso de las estampillas de pan y planteó la hipótesis del carácter votivo de
estas piezas para su consumo en determinadas fiestas. En Hispania, destaca una colección de 18 ejemplares con variada
iconografía descubierta en Córdoba a principios de siglo.
A mediados del siglo XX, se llegó a un consenso sobre el propósito de estos objetos, espec en relación con su
carácter ritual. Este periodo es el más prolífico en términos de hallazgos y publicaciones como los ejemplares
localizados en Tamuda (Tetuán), la Alcudia o Badajoz. También hay interesantes ejemplos en la costa levantina.
El uso de los sellos está vinculado a la producción de las masas panaderas. Este dato se confirma por la
inexistencia de representaciones en positivo/negativo fuera de los discos cerámicos que indicarían que estamos ante
matrices que marcarían sobre soportes perecederos.
La función de estos objetos puede ser doble: comercial como marcador en instalaciones comunales y ritual por
poder participar en festividades del panteón romano. Esto se refuerza al aparecer representaciones alusivas a
divinidades protectoras de los ciclos agrícolas (como Ceres) o a ritos de paso, como las escenas de esponsales.
Desde un punto de vista tipológico, todos tienen la misma forma (circular) con similares dimensiones (10-15 cm)
que indican una producción homogénea. Están realizados en arcilla con representaciones en la zona central y
delimitado con una orla incisa que actúa de gráfila.
Se desconoce el contexto arqueológico de la mayor parte de los ejemplares hispanos, lo que dificulta su definición
cronológica, aunque no se duda de su datación altoimperial. La única pieza excavada con criterios estratigráficos
modernos se encontró en 2001 en Lucentum (Alicante) y se ha podido fechar en el siglo II d.C., gracias a los
materiales encontrados en el lugar. Su uso disminuye hasta que en el siglo IV comienzan a proliferar, con tamaños
reducidos y posib vinculados a la liturgia cristiana.
Moldes de pasteles.
También se han localizado moldes bivalvos en arcilla muy depurada y con una serie de características
morfológicas muy reiterativas. Debido a su continua aparición en ambientes culinarios (como en Ostia) se planteó la
hipótesis de que fueran matrices para pasteles. Hoy no existen duda sobre su funcionalidad alimentaria.
Con más o menos un tamaño estándar, 20-25 cm de largo, 9-12 cm de ancho y 2-3 cm de grosor. Algunos autores
los han comparado con elementos malacológicos. En forma y textura, tienen dos acabados diferentes: uno en el
exterior y otro en el interior con un fuerte cromatismo anaranjado que podrían provenir de El Djem, Nabeul o Cartago.
El interior presenta un relieve negativo con un marco liso que delimita la escena, de aprox 1 cm de grosor, que se
refuerza en la parte inferior para crear una peana gruesa. El acabado es exquisito, refinado y suave. Cada una de las
mitades cuenta con un mamelón en el exterior y pequeñas muescas en bisel. Ambos elementos, exclusivos de estas
piezas, se han definido como recursos que ayudarían al cierre con cuerdas de los moldes mientras que fraguaba la
masa en el interior.
Iconográficamente, los moldes para hornear presentan patrones y temas bastante repetitivos. La trama más
comúnmente reproducida son las escenas teatrales o gladiatorias. Estas últimas están dominadas por la variedad de la
fauna, con especies feroces (felinos) y dóciles (bovinos y ovinos). Ninguna deidad o elementos alegóricos aparecen
aquí. Este dato podría haberlos vinculado a rituales específicos.
Se cree que el detallismo en la representación hace que no se trate de panes o bizcochos, sino ante masas dulces,
como el mazapán que permitiría la fácil plasmación y mantenimiento de la figura representada quizás a partir del uso
o abuso (como dicen las fuentes clásicas) de la miel.
De los 10 ejemplos encontrados en Hispania, 3 están en Mérida, otros 3 en Elche (Alicante), otro en Córdoba, uno
en Ampurias, otro en Cartagena y otro en Cádiz.
En sus contextos de producción de la Byacena se han fechado en el reinado de Septimio Severo, momento de
mayor repunte de la actividad evergética. Para Hispania el único ejemplar en contexto publicado, el felino de Mérida
apareció en un paquete estratigráfico de mediados del siglo II d.C.
El reparto de figuras comestibles está ampliamente atestiguado en las fuentes clásicas tanto en los teatros como en
banquetes (Marcial, Epigramas, 11, 31, 9-10 y 14, 223, Suetonio Domiciano, 8, 4, 6). Algunas se relacionan con
posibles premios o regalos de los profesores a sus mejores estudiantes.
Sobre los artesanos.
El término usado para designar a los panaderos es pistor, y atendiendo a la especialidad se definieron subcategorías
como pistores dulciarii (Mart., 14, 222), crustulari (Séneca, Epist., 56, 2), placentarii (Catón, Agr., 86) o libarii
(Catón, 1agr., 85) que se refieren a sus especialidades, fundamentalmente dulces.
La profesión de panadero fue uno de los cometidos más reconocidos. Esta importancia social tiene un claro ejemplo
en Pompeya, donde aparecen alusiones directas a campañas electorales de los pistores para alcanzar cargos políticos,
como Cn. Helvius Sabinus. Podían asociarse en collegia profesionales y contaban con una serie de privilegios
económicos y políticos.
Para la península se reconoce una mención indirecta a un collegium de pistores localizada en Vgia (Utrera) donde
se impone una multa a unos panaderos. El hecho de que se impusiera una pena en conjunto y la alusión de manera
genérica a este grupo profesional ha perfilado su asociacionismo y la existencia de un posible collegium en este
ámbito geográfico.
Sobre los nombres de pistores en Hispania, destacar varias inscripciones funerarias como la de Nicephor o Eros en
Cartagena o Germanus en Mataró. Todas las inscripciones son de tipo funerario, con fórmulas asociadas a la
condición social de libertos y con una extendida origo griega.
Actividades haliéuticas en Hispania. De la pesca al garum.
Desde el Paleolítico tenemos evidencias claras de la relación del ser humano con el mar. A partir del siglo VIII a.C.
hay evidencias arqueológicas de dos indicadores que nos acompañarán hasta al menos la Antigüedad Tardía: las
ánforas, vasijas concebidas para el transporte marítimo a larga distancia, que se destinaron también al encasado del
pescado en salazón; y el instrumental de pesca, desde época fenicia al menos es en parte metálico y muy
especializado, contando con los primeros anzuelos de bronce que permiten reflexionar sobre las especies explotadas y
sobre la economía marítima. Roma supo aprovechar, reciclar, innovar y difundir estos saberes fenicio- púnicos sobre
los saberes que tradicionalmente llamamos haliéuticos por el tratado De la Pesca o Haliéutica, de finales del siglo II
d.C., escrito por Opiano, una de nuestras principales fuentes documentales.
Múltiples fuentes grecorromanas nos transmiten la importancia del atún para las ciudades litorales, esp en el sur de
Hispania. Michael Ponsich sentó las bases sobre los estudios haliéuticos en el Mediterráneo Occidental, marcando una
tendencia metodológica interdisciplinar. Consiste en una sabia mezcla entre la información que aportan las fuentes
literarias con la retrospectiva histórica, que a veces puede contar con datos de la tradición oral e incluso etnográficos,
como para el instrumental de pesca; permitiendo extrapolaciones y paralelismos. Supo demostrar que las pesquerías
forman parte de la macro-economía, pues los capitales que requerían las almadrabas dependían de las ciudades o de
los sectores más pudientes de la sociedad hispanorromana; el comercio del garum, a pesar de no estar fiscalizado,
seguía los mismos caminos y rutas que el aceite del Valle del Guadalquivir; y los calderos superaban los límites
jurídico-administrativos. Evidenció cómo la comprensión de estos procesos requería una afinada metodología, que
aunaba el conocimiento de las especies pescadas, la sal, los establecimientos de procesado o cetariae, las ánforas de
transporte, los hallazgos subacuáticos y todos los elementos de una interminable lista, que provocaba el estudio de los
alfares productores de ánforas salazoneras con los pecios donde las mismas se encontraban en tránsito.
El estudio de la pesca y la industria conservera requiere la comprensión y análisis de la cadena operativa del
proceso, empezando por la obtención de los recursos marinos y terminando en el análisis de los contextos de
consumo. Es el llamado “ciclo haliétutico” que aconseja la organización de la información en dos esferas (ámbito
productivo y comercialización), y cinco pasos-llave interconectados.
¿Qué se pescaba en las costas de Hispania? (Fase I).
La determinación de los recursos marinos objeto de explotación es el aspecto crucial. Hay diversas fuentes para
aproximarnos a esta etapa.
Tradicionalmente se han utilizado fuentes clásicas, pensando en el prestigiado atún gaditano o sexitano y en las
caballas; aunque existieron otros recursos muy diversos como ilustra Estrabón en su Geografía al referirse a Carteia
“bucinas y púrpuras de diez cótilas (…), el pulpo y los calamares”.
La moneda ayuda a entender este proceso, representando el atún la principal actividad económica de la zona,
además de estar protegido por Melkart en los anversos. Con otras fuentes iconográficas hay que ser cautos, como la
pintura mural o el mosaico, pues a veces las especies representadas aluden más a la moda decorativa o a los gustos del
dominus de la propiedad.
La fuente fundamental es la arqueozoología, el estudio de los restos del esqueleto de los organismos marinos que
encontramos en los yacimientos. Con dos sub-disciplinas específicas: la arqueo-ictiología (o caracterización de los
peces) y la malacología (estudio de los bivalvos y gasterópodos marinos). Se han multiplicado exponencialmente los
datos, gracias a técnicas adecuadas de muestreo: el empleo de mallas muy finas para el cribado del sedimento es clave
para la recuperación de las especies pequeñas (sardinas o boquerones); o la recuperación y almacenaje de sedimento
en las excavaciones, que permitan futuros estudios. Todo ha cambiado nuestra percepción actual, ya que los taxones
ícticos en los yacimientos bien estudiados son múltiples y muy diversificados, siendo los mejores ejemplos estudiados
en Hispania el Castillo de Doña Blanca, para época prerromana y Baelo Claudia para la Anntigüedad Clásica. Atunes
en toda la secuencia, desde época republicana al siglo V o VI d.C., son sin duda el recurso más valorado, por sus
propiedades y tamaño (se llegaron a capturar piezas de más de 300 k de peso). Por destacar algunas especies serían el
atún rojo, los estorninos o caballas, las sardinas y los boquerones. Las especies de peces documentadas en un
yacimiento bien estudiado (Baelo Claudia), la cifra se multiplica exponencialmente: además de las anteriores, se
constata la presencia de aligotes, borriquetes, brecas, lisas, llampugas, meros, mojarras, pargos, petos, salemas, sargos
o urtas, además de varios tipos de tiburones (marrajos, musolas, cazones o el tiburón gris) o incluso cetáceos, que
posiblemente eran objeto de pesca intencional. Una dinámica similar se encuentra en el caso de la malacofauna, mejor
estudiada por cuestiones de conservación. En la tinerfeña Bolonia se han identificado 12 especies de bivalvos y 15 de
gastereópodos, entre los que destacan las ostras por sus propiedades organolépticas y por su destino a los paladares
más refinados. También están las almejas en sentido amplio, las cañaíllas, las caracolas, las lapas y burgaíllos (éstos
recolectados a mano en el intermareal y separados de las rocas con lancetas metálicas).
Se trata de 1 mezcla entre la pesca recreativa, artesanal e industrial, que por sobre- explotación provoca tener que
recurrir a especies cada vez + pequeñas por agotamiento de las lucrativas. Ésta marcó la tendencia en la Hispania
costera, centrada en la explotación de grandes migradores: el atún o “cerdo del mar” (porque de él se aprovecha todo);
y en la pesca con red de peces medianos y pequeños. Las activas interconexiones marítimas y el comercio atlántico-
mediterráneo provocan la presencia de las “especies invasivas” pues algunas se llevaban incluso kilómetros de
distancia para satisfacer a los paladares más exigentes, como informan las fuentes documentales y el registro
arqueológico.
Artes de pesca, ¿cómo se pescaba y mariscaba? (Fase II).
La localización e identificación de anzuelos y pesas de red permite ilustrar la existencia de pesquerías. Se han
realizado estudios de detalle del instrumental pesquero, los cuales permiten hoy en día disponer de algunas tipo-
cronologías y de una metodología de caracterización que está aportando buenos resultados e interesantes perspectivas.
El instrumental de pesca se clasifica en tres grandes grupos: anzuelos, pesas o lastres y otro instrumental, además de
las agujas de red y las lanzaderas (elementos apuntados con sendos remates ahorquillados en los extremos) utilizados
para coser o para reparar redes.
Los anzuelos eran sobre todo de bronce, derivados de la tipología fenicio-púnica, casi siempre simples (con solo 1
punta) y con extremo de la pata martilleado, para facilitar la retención del sedal. Los escasos ejemplares dobles o
múltiples quizás sean poteras, destinados a la pesca de cefalópodos (calamares o pulpos). Su tamaño oscila (entre 1 y
10 cm), directamente proporcional al tipo de captura al cual están orientados, pero no hay que olvidar los problemas
de equi-finalidad: no es posible saber a través de su estudio la/s especie/s para cuya pesca fueron preconcebidos.
Las pesas permiten aproximarnos a las artes para las que se usaron. El material más habitualmente utilizado es el
metal, sobre todo el plomo por su mayor peso específico y por su resistividad a la corrosión. Aunque existen pesas
realizadas en cerámica y en piedra, las primeras son poco frecuentes, y las segundas mucho menos abundantes y
limitadas a algunos tipos de artes concretos. La tipología es amplia y diversificada (con más de 20 categorías) y
permite realizar inferencias, como en el caso de las de sección tronco-piramidal (con o sin orificio/argolla superior),
destinadas a la pesca con caña o sedal; las láminas plúmbeas de pequeño tamaño y peso, que martilleadas cobre el
cabo del perímetro exterior permitían lastrar las redes de mano conocidas como el amphiblestron, denominadas
atarrayas o esparaveles; o las grandes pesas cilíndricas de plomo y de cierto peso, también martilleadas sobre la relinga
inferior de los paños de red, a través de cuyo diámetro podemos inferir indirectamente el tamaño de las artes que
lastraban, discerniendo entre las jábegas jaladas a mano desde la costa por pocos piscatores a las almadrabas. El
restante instrumental es poco habitual, excepcionales en Hispania, como arpones o tridentes; mientras que sí existen
otros elementos aparentemente de origen local, como los ganchos o “bicheros”, utilizados para el izado de las grandes
piezas a las embarcaciones.
La iconografía es la fuente fundamental en este aspecto, especialmente la musivaria, ya que el pescador constituye
un motivo habitual en los paños decorados con teselas que ornaban domus, thermae y otros edificios públicos y
privados. Se conocen algunos ejemplos hispanos (Itálica o Vega Baja de Toledo), los mosaicos tunecinos son los más
útiles a estos efectos, como el conocido del siglo II d.C., donde se advierte la pesca desde pequeñas embarcaciones
usando sistemas diversos: caña, esparavel o red arrojadiza de mano, pequeñas redes de cerco y múltiples nasas (de
cestería) unidas por un cabo. Ésta es la gran complejidad: poder demostrar la existencia de determinadas técnicas de
pesca. Algunas son evidentes, como la pesca con caña, que aparece evidenciada en la conocida ceca de Carteia con el
motivo del pescador, fechada en época augustea. Para otras, solo podemos plantear conjeturas, como el caso de los
palangres (múltiples anzuelos unidos a un único cabo) propios de muchas zonas del litoral hispano y constatadas en
yacimientos del ámbito vesubiano, como Herculano o Villa de San Marco en Stabiae: no hay evidencias
arqueológicas.
Un caso especial lo representan las almadrabas. Son redes de cerco, de las que la más antigua es la denominada “de
tiro y vista”, consistente en varios paños de red concéntricos, armados desde la playa con botes, que rodeaban al
cardumen de túnidos que luego eran traídos a la playa jalando de las redes por medios manuales. Mosaicos tunecinos
como el de El Alia reproducen con precisión esta técnica, y Opiano la describe con detalle.
Actualmente, existe un debate entre autores que consideran que estas almadrabas móviles fueron las únicas
existentes en la Antigüedad y que las fijas, caladas a fondo y permanentes responden a desarrollos tecnológicos
llegados en época medieval avanzada desde Oriente y Sicilia. Otros valoran la posibilidad de que algunas artes fijas
existiesen ya en época preislámica, basándose en las alineaciones de anclas o de cepos localizadas en varias zonas del
Mediterráneo y el Atlántico.
Las inscripciones de Pario en el Mar Negro, de época tardoantigua, detallan con claridad los trabajos almadraberos
y la existencia de corporaciones de pescadores para gobernarlas. En Hispania carecemos de testimonios similares,
pero es muy probable que el esquema fuese muy similar (un arrendatario, jefes de redes, avistadores y patrones de
botes), pues es muy parecido al que encontramos desde época bajomedieval en las almadrabas del Ducado de Medina
Sidonia. La pesca con almadraba, muy lucrativa, requería de la inversión de grandes capitales y de ahí la necesidad de
contar con corporaciones (gremios) de pescadores y vendedores (piscatores et propolae), a veces citados en
inscripciones. Y concesiones municipales o al menos de la implicación de los municipia en uno u otro sentido.
Cetariae y las ciudades conserveras hispanorromanas. (Fase III).
El siguiente paso es el procesado. En el caso de los atunes grandes, su desangrado y eviscerado era posiblemente
realizado a pie de costa, lo que justifica que a veces encontremos “pudrideros piscícolas” en la playa, como en Bolonia
(Punta Camarinal). Se sabe de la existencia desde época prerromana de edificios centrados monográficamente en el
procesado de recursos marinos, bien conocidos desde al menos el siglo V a.C., esp en la bahía de Cádiz (Pinar Hondo
P-10 o Las Redes) o en Málaga (Cerro del Villar), pero cuya visibilidad arqueológica es reducida, que debieron ser
muy abundantes y resulta difícil identificarlos. Es precisamente el hallazgo de cubetas destinadas a la salazón el
indicador arqueológico más claro al respecto.
Las cetariae o fábricas de salazón romanas se conocen muy bien, pues responden a un modelo funcional bien
establecido ajustado a las necesidades del lugar. Se conocen unas 300 instalaciones en el Mediterráneo Occidental, y
de ellas las mejor conservadas son las de Cotta (Marruecos) y Baelo Claudia (Cádiz). La producción de salazones
podía ser tanto urbana (barrios conserveros instalados en el interior de las ciudades, como Baelo y otras ciudades hasta
Olisipo), periurbana (Sexi, Lixus o vicus productivos como Villa Victoria en Carteia), o rural, vinculadas a las partes
fructuariae de las uillae romanas (como en la Finca del Secretario de Fuengirola).
La cadena operativa requería la existencia de un thynnoskopeion (una torre para avistar atunes), que a veces se
situaba en la propia fábrica (Cotta) o algún altozano costero. Se requería de una sala para el procesado de las capturas,
pavimentada con opus signinum debido al empleo de agua, y a veces con cubetas para los residuos. Se requería de la
construcción de cisternas bajo las propias fábricas o bien de pozos; e incluso ramales de los acueductos o
canalizaciones del sistema de abastecimiento público eran desviados para nutrir las instalaciones fabriles. En
ocasiones se disponían largas mesas de madera, de las que nos quedan los muros de sustentación (Cotta), o se
reutilizaban grandes vértebras de cetáceos como mesas de corte (Iulia Traducta o Baelo). Estos pavimentos solían
constituir la parte central de las fábricas conserveras, y en torno a ellos se colocaban superestructuras de madera
usadas como secaderos de pescado y de otros productos. De las tareas de despiece quedan evidencias en los huesos,
cuyo análisis tafonómico permite reconstruir los procesos selectivos de corte (el llamado “ronqueo”), que ha podido ser
modelizado en Baelo Claudia, que evidencia la delicadeza y profesionalidad de estos menesteres.
A continuación, se pasaba al área de saladeros, donde en las piletas se maceraba el pescado. Existían dos tipos de
conservas: atún en salazón, llamado salsamentum, muy similar al bacalao salado y seco (que tenemos todavía en el
mercado). Se elaboraba en varias semanas, resultado de apilar en las cubas capas alternantes de sal y de tacos de
carne, lacerados en superficie para facilitar la penetración del “oro blanco” (la sal). Y en ocasiones condimentados con
especias aromáticas. La identificación en las excavaciones es muy compleja, ya que al tratarse de materia orgánica la
misma desaparece del registro, y solamente se puede verificar su presencia si los tacos de carne se salaron con piel
(Bolonia). El otro tipo de productos eran las salsas de pescado, el conocido genéricamente como garum, descrito en
las fuentes grecorromanas y en los recetarios y citados asiduamente en las inscripciones pintadas de las ánforas. Se
elaboraba en las piletas de salazón, en las que se maceraban las partes no cárnicas del atún (cabeza, piel, huesos,
vísceras o hipogastrios) en sal, para evitar la putrefacción; se le añadían al antojo del cocinero toda una amplia
variedad de ingredientes: desde vino a sangre, lo que provocaba la variedad del producto final (desde el reputado y
carísimo garum haimation o de sangre al oenogarum). A veces se elaboraba con peces pequeños completos, los cuales
se fermentaban en sal, lo que facilita la identificación en las piletas, al aparecer con miles de huesos en su interior. El
producto resultado era al final sometido a un proceso de filtrado, que provocaba la aparición de una fracción líquida,
el verdadero garum (a veces llamado también liquamen); y de un residuo sólido, denominado allec o hallex, similar a
un paté. De este proceso existen múltiples variedades y productos derivados, que van de la muria al laccatum o al
lymphatum. Han desaparecido de la dieta actual desde época tardorromana, aunque en otros ámbitos del globo (como
en Extremo Oriente) se conservan y consumen cotidianamente.
Investigaciones de los últimos años evidencian la importancia de los moluscos (bivalvos y gasterópodos marinos),
también usados en las cetariae para elaborar salsas y otras conservas: no hay que olvidar la importancia de las ostras y
su relación con las clases dirigentes y los banquetes de lujo. Quizás el producto “estrella” fue el machacado de los
murícidos para la obtención del tinte púrpura, fabricado en estas mismas instalaciones conserveras, como verifica el
hallazgo de concheros con cañaíllas, como en Metrouna o Gades. Para la obtención de un gramo del preciado tinte era
necesario el procesado de más de cinco mil cañaíllas, machacadas para la obtención de la glándula cnidamentaria que
se procesaba in situ, lo que provocaba la producción de cientos de kilos de carne de estos gasterópodos marinos que
era utilizada para preparados alimenticios diversos. Así debía producirse desde el Islote de Lobos en Canarias a las
Insulae Baleares, donde por cierto se encontraban los baphia o lugares de producción oficial de púrpura en época
tardorromana, pasando por el Fretum Gaditanum.
Investigaciones de la última década han demostrado el empleo de todo tipo de productos. Erizos, crustáceos y
cefalópodos para la elaboración del garum, como carne de tiburones y otros condrictios. Y mamíferos marinos
(delfines, focas y hasta ballenas) en salazón, y posiblemente subproductos derivados de éstos, casi invisibles en el
registro. También se salaba la carne de mamíferos terrestres de vaca, cerdo, oveja y cabra, como han demostrado los
hallazgos de las cetariae de Algeciras en época tardorromana. Eran muy abundantes los molinos rotatorios manuales,
usados para triturar la piel y los huesos, con el objetivo de elaborar harina y aceite de pescado e incluso pegamentos,
como nos informan las fuentes clásicas como Eliano en su Historia de los Animales, y como ha sido posible demostrar
científicamente analizando los residuos presentes en la parte activa de algunos de estos instrumentos de molienda.
En las cetariae eran imprescindibles almacenes para acopio de la sal pues, aunque el secado y ahumado eran
técnicas habituales, la salazón era el procedimiento + habitual. Las grandes plataformas en el intermareal facilitan la
obtención de sal por evaporación eran posibles donde la geomorfología lo permite, permitiendo 1 activo comercio de
sal.
Horrea también para el almacenaje de los recipientes destinados a la comercialización del producto, las ánforas; y
para la reparación, custodia y almacenaje de los aparejos pesqueros. En algunas fábricas conserveras se han localizado
calas calefactadas a través de hipocaustos, utilizadas quizás para acelerar los procesos de maceración de las salsas por
termo-alteración, aunque existen otros posibles usos (como el calentamiento de agua de mar para obtener sal por
ignición; o para procesar los subproductos de la caza de cetáceos).
No hay que olvidar la importancia de la acuicultura, según Sergius Orata el inventor de la piscicultura en los lagos y
costas de la Campania en época republicana. En Hispania encontramos estanques de acuicultura en algunas uillae
maritimae del s. I a.C., en adelante instaladas en la costa de la Tarraconense meridional y que llegan hasta el litoral de
la Baetica, como refleja la piscina del Cabo Trafalgar en Barbate. En ellas se cultivaban doradas, lenguados,
salmonetes o lubinas, además de las morenas, mejillones y ostras. Sabemos que se cultivaban en Algeciras en el s. V
d.C.
Algunas de las ciudades hispanorromanas contaron con tiendas para la venta de garum y salsamenta. Se
conocen con seguridad tres en: Emporiae, Barcino y Baelo Claudia. De la venta al consumo (Fase IV y V).
Los menesteres haliéuticos, junto a casos como el vino itálico o el aceite de Baetis, constituyeron los primeros
negocios de carácter internacional. Sabemos por los comediógrafos áticos y por yacimientos como Corinto, Atenas u
Olimpia que el garum Gaditanum llegó desde al menos el siglo V a.C. a los principales mercados del Egeo. No hay
yacimiento alguno del Imperio romano donde no se consumiesen los atunes salados, las caballas y las sardinas y
boquerones fermentados de las costas hispanas. No eran solo productos de lujo, sino que eran consumidos por toda la
sociedad, existiendo calidades distintas, asequibles para todos los bolsillos.
Los mercados de consumo de la salazón hispanorromana varían con el tiempo, pero encontraron siempre en las
ciudades y en los lugares de acantonamiento de las tropas, abastecidas por la annona, sus principales receptores.
Las ánforas fueron las encargadas del comercio a larga distancia de estos productos y los pecios hundidos dan
buena cuenta de su importancia y de las rutas comerciales: un buen ejemplo es el del Bou Ferrer en aguas alicantinas,
de época neroniana y con varios millones de ánforas salsarias gaditanas estibadas en su bodega, un cargamento
monográfico de más de un centenar de toneladas de garum. También se conocen a los agentes comerciales, navicularii
(armadores) y especialmente a los comerciantes (mercatores), gracias a las inscripciones pintadas de las ánforas, que
nos proporcionan sus tria nomina y que han sido estudiadas por epigrafistas y prosopógrafos, dando buena cuenta de
las relaciones de estos personajes con algunas de las familias hispanorromanas de alta alcurnia. De algunos de ellos
conocemos datos en la epigrafía lapidaria, como el malagueño P. Clodius Athenio.
Desde el punto de vista cronológico, hay que recordar que las pesquerías continuaron su andadura en época
romano-republicana. Si bien las mismas alcanzaron su momento de mayor productividad entre la época de Augusto y
momentos tardo-antoninos, como confirman todos los datos disponibles: más figlinae (talleres productores de ánforas)
activas y más pecios cargados con ánforas béticas entre los siglos I y II d.C. Y que, superado el momento de debilidad,
de la economía hispanorromana de mediados del siglo II y III d.C., las pesquerías continuaron en activo hasta muy
avanzada la Antigüedad Tardía: en la mayor parte de las instalaciones hispanorromanas hasta momentos más o menos
avanzados del siglo V según las zonas y en algunos lugares hasta mediados del siglo VI d.C., coincidiendo con la
presencia bizantina en tierras meridionales. Las ánforas a partir de mediados del siglo III son más pequeñas, reflejando
la reducción de la intensidad de los intercambios transmediterráneos.
El mundo de los piscatores y murileguli (mariscadores) era el de artesanos de baja extracción y consideración
social, pese a tratarse de trabajos refinados y muy especializados; fueron poco tratados por la literatura grecorromana.