Guía 2 Lengua y Literatura Primero Medio

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LICEO NACIONAL BICENTENARIO DE EXCELENCIA

San Bernardo

Guía de profundización N°2: Género fantástico y análisis del personaje


Unidad Unidad 1: La libertad como tema literario
Tema: El terror y lo extraño
OA OA 7: Formular una interpretación de los textos literarios, considerando:
- su experiencia personal y sus conocimientos
- un dilema presentado en el texto y su postura personal acerca del mismo
Asignatura Lengua y Literatura
Habilidades Comprender – Aplicar – Describir – Analizar – Explicar

Conceptos Clave Género fantástico – Personaje – Conflicto – Descripción física y psicológica

ANTES DE COMENZAR. ¿Cómo están? Les saludo estudiantes, esperando que estén bien. La siguiente guía
tiene como propósito profundizar en relación con la Literatura fantástica y valorar sus obras como un legado que
expresa una visión de mundo de un periodo literario. Durante las clases hemos estado leyendo y aprendiendo sobre el
género fantástico, elementos del Romanticismo, Realismo y literatura gótica. En la siguiente Guía N° 1 intentaremos
aprender las principales características de la literatura y obras fantásticas, reconociendo el mundo representado, sus
principales personajes y sus diferencias con la fantasía y el maravilloso. Así, también leeremos un texto fantástico para
ejemplificar características propias del género. Pueden trabajar la guía en grupos, si así lo deciden, respondiendo en
cada cuaderno, sin la necesidad de copiar las preguntas, siempre y cuando respondan con sentido completo. Los
quiere, un abrazo, Profe Caro. <3

PRIMERA PARTE: EL GÉNERO FANTÁSTICO


El género fantástico es un tipo de literatura que nace a comienzos del siglo XIX, junto con otro tipo de
relato muy conocido: el terror. Tanto el fantástico como el terror comparten características, y a veces es difícil
diferenciarlos. Sin embargo, diremos que el terror busca siempre provocar miedo en los lectores o
espectadores, y el fantástico, extrañeza e incertidumbre.
Las obras literarias y cinematográficas que pertenecen al género fantástico nos presentan un mundo
donde se representan los miedos y pensamientos más profundos de las personas. Los espacios, seres y
acontecimientos sobrenaturales que suceden son una representación de la mente y psicología humana, por lo
que es muy importante que nos preguntemos qué significado posee lo sobrenatural al interior de un relato
fantástico. Por ejemplo, un fantasma puede significar el miedo que poseemos las personas a la muerte.
Una primera característica de este tipo de obras artísticas es que su tema principal es lo
sobrenatural. Entenderemos lo sobrenatural como aquello que no tiene explicación científica y que va más
allá de las leyes naturales que rigen nuestro mundo. Del mismo modo, los personajes típicos que aparecen en
este tipo de historias son seres sobrenaturales, como, por ejemplo: vampiros, fantasmas o espíritus, magos o
hechiceros malignos, objetos inanimados que cobran vida, entre otros.
Sin embargo, la particularidad de lo sobrenatural en el género fantástico es el efecto de extrañeza o
perturbación que produce al interior de la narración y a nosotros los lectores. Los seres y acontecimientos
fantásticos no son normales en estas historias, sino que alteran al resto de personajes y dejan una sensación
de incomodidad. Por lo mismo, en la gran mayoría de los relatos fantásticos siempre hay un personaje que
duda y se cuestiona si lo que ve o experimenta es real o no. Esta última característica diferencia al fantástico
de otros relatos, como la fantasía o lo maravilloso, donde lo sobrenatural es aceptado como normal, como,
por ejemplo: en la saga de Harry Potter es normal que existan magos y que se vuele por los aires en una
escoba.

ACTIVIDAD 1
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A continuación, leerás un cuento llamado “Casa tomada” del escritor Julio Cortázar y deberás
responder las preguntas que lo acompañan.

Casa tomada
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más
ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno,
nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho
personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once
yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía,
siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar
pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces
llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor
motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta
años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria
clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día,
vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y
los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día
tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han
encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre
necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco
y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón
de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a
comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas.
Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades
en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me
pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está
terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor
lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor
para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses
llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba
una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas
yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era
hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres
dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un
pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina,
nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa
por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán,
abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo
que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá
empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir
por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno
que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora,
apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la
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puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos
Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el
aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las
carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento
después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su
dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el
pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando
escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla
sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo
después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes
de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de
nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía
un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que
queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una
botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días)
cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.

Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y
media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo
a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el
almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto
tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el
dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los
libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió
para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio
de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún
sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin
pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua
o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en
grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio,
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pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán
que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las
agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era
maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más
alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que
otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los
dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no
molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me
desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene
que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la
cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó
la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando
los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el
pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin
volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un
golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se
perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.

-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.


-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde
ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene
(yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta
de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera
en la casa, a esa hora y con la casa tomada. (Bestiario, 1951)

Actividad de comprensión lectora. Luego de la lectura comprensiva desarrolla las siguientes preguntas en tu cuaderno.
1. ¿Cuál es la complicación que se plantea en el relato? ¿Cómo se resuelve?
2. Durante el relato, el narrador hace algunas afirmaciones. ¿Qué piensan sobre ellas? ¿Cómo se imaginan que se
sentirían ustedes en su lugar y por qué?
3, ¿Qué actividad realizaba Irene todo el día y qué simboliza? Realice una investigación comparativa con esta actividad
atribuida a lo femenino en la antigüedad clásica
4. ¿Cuál es la reacción de los hermanos ante la toma de la casa? Explica
5. ¿Qué elementos del relato le confieren pertenecer al género fantástico? Ejemplifica con dos momentos del cuento que
marquen la presencia de lo fantástico.
6. Realiza un borrador del plano de la vivienda, tal como se describe en el relato. Traspasa a un original agregando las
palabras asignadas a los espacios de la casa, si hay palabras nuevas para ti, búscalas en el diccionario (DEL)
7. ¿Quién es el narrador del cuento? ¿por qué el autor eligió este narrador y no otro?
8. Hacemos inferencias y sacamos conclusiones: ¿Cómo es la vida en esa casa? ¿Cómo son los personajes?
9. ¿Quiénes tomaron la casa? ¿Por qué los hermanos salen? ¿Qué hubieran hecho en el lugar de los personajes?
Proponemos la escritura de otro final para Casa tomada.
10. ¿Qué les pareció el cuento? Explica utilizando como fundamento elementos de la narración, como personajes,
tiempo, espacio, entre otros.

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