La Convencionalidad Del Lenguaje

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La convencionalidad del lenguaje

Introducción

A lo largo de la historia la concepción acerca de la significación del lenguaje como


objeto de estudio ha sufrido variaciones. De esta manera, con la filosofía platónica emergen
dos corrientes teoréticas que ocuparán un lugar primordial en la posterior discusión que
entablará la filosofía del lenguaje en el siglo XX: el convencionalismo y el naturalismo. Sin
embargo, el desarrollo expositivo del presente ensayo se centrará en la defensa de la teoría
convencionalista, que se esboza por primera vez en los Diálogos (1987) de Platón,
específicamente en el Crátilo (383a- 440e). Este primer acercamiento a la convencionalidad
del lenguaje se origina como respuesta a la pregunta ¿en qué consiste la adecuación de los
nombres? Frente a la cual se plantea que proviene, esencialmente, del νόμος, en
contraposición a la φύσις. Es decir, ahora νόμος es comprendido bajo la noción de
costumbre, por lo cual aceptar la veracidad de la teoría convencionalista implica reconocer
que el lenguaje ha sido creado por las diversas sociedades con el objetivo de facilitar la
comunicación y, en esta medida, los nombres y sus significados correspondientes son
susceptibles de modificaciones a partir de un acuerdo colectivo, eliminando así la
posibilidad de que las cosas posean una designación inherente a ellas. Con base a lo
anterior, Jaime Buitrago Cely (1982) afirma que “En este caso la correspondencia de los
nombres con las cosas es accidental y la significación del nombre es una equivalencia
válida, validez que está basada en el previo acuerdo de los nombres (…)” (p. 215). Más
adelante, algunos filósofos analíticos retomaron esta cuestión y propusieron nuevos
complementos interpretativos al respecto, sin alejarse del eje temático central: el lenguaje
es una construcción social modificable, por ende, la totalidad de los hombres son quienes
determinan las denotaciones pertenecientes a la lengua simbólica que ostentan. En esta
línea de ideas, Wittgenstein en Investigaciones filosóficas (1999) expresa que “(…) este
lenguaje se basa, como cualquier otro, en la convención.” (p. 104) y, por su parte, Quine en
Palabra y objeto (2001) manifiesta que “Consideramos aquí el lenguaje como el complejo
de las disposiciones presentes respecto del comportamiento verbal.” (p. 40), donde las
disposiciones son las propiedades de las que disponen los objetos en un contexto social
determinado, y por la cuales son capaces de producir diferentes acciones. Por tal motivo, el
autor estadounidense asevera que el infante tiene una disposición verbal, por medio de la
cual puede identificar ciertas respuestas sonoras con divergentes estímulos que lo
circundan.

Desarrollo

En primera instancia, Platón en los Diálogos realiza una primera defensa de la


convencionalidad del lenguaje contra el radical naturalismo que defiende Crátilo, quien
argumenta que cada cosa existente en el mundo posee el nombre que le corresponde por
naturaleza, generando así un vínculo indisoluble entre el objeto designado y su
denominación. Contrario a esto, Hermógenes afirma con certeza que “(…) no tiene cada
uno su nombre por naturaleza alguna, sino por convención y hábito (…)” (384e),
eliminando, entonces, la conexión intrínseca del lenguaje y el mundo postulada por su
interlocutor. El término en cuestión proviene del griego νόμος que, en un primer momento,
hacía referencia al campo legislativo de la polis, pero con la aparición de los sofistas el
vocablo asume una nueva reinterpretación: comienza a ser concebido como aquella
expresión que indica consenso o acuerdo. De esta forma, en la creación social de los
nombres pertenecientes al lenguaje, la libre voluntad ocupa un papel fundamental, dado
que, al suprimir el nexo de las designaciones naturales, las denominaciones son
contingentes y pueden ser reemplazadas posteriormente por los miembros de una
comunidad lingüística.

Por su parte, la posición naturalista defendida por Crátilo se basa en considerar que
el lenguaje es esencialmente mimético y que, en este sentido, solo los nominadores pueden
llevar a cabo la tarea de imitar, empleando el lenguaje, todos los componentes del mundo
físico. Así, “según parece, el nombre es una imitación con la voz de aquello que se imita; y
el imitador nombra con su voz lo que imita.” (423b), por lo cual esta función social
desempeñada por el nominador (nomothétai) debe consistir en combinar letras, sílabas y
palabras de manera que se replique con exactitud la realidad objetiva. Tal acción
conllevaría una atribución semántica natural incluso a las letras, que son los elementos
mínimos del lenguaje; por tal motivo, Sócrates arguye que “Es manifiestamente ridículo
Hermógenes - pienso yo-, que las cosas hayan de revelarse mediante letras y silabas.”
(425d).
En esta línea de ideas, la teoría naturalista del lenguaje involucra la imposibilidad
del error discursivo, debido a lo cual la tesis pierde veracidad. Igualmente, el naturalismo
pretende una universalización del lenguaje, que no es factible porque existe una pluralidad
de idiomas y dialectos. El principio fundamental que ocasiona la estructuración del
lenguaje es la necesidad de la comunicación entre diferentes individuos, en virtud de lo cual
Platón, en el diálogo citado con anterioridad, concluye por establecer que las razones
subyacentes a que Sócrates, Crátilo y Hermógenes puedan entenderse son la costumbre y la
convención (syntheke), que permiten, a su vez, conocer parcialmente el pensamiento en
torno a un tema específico de los involucrados en el acto de habla. El pensamiento ocupa
aquí una condición fuertemente favorable, que en el naturalismo no sucedía; en función de
esto, Pilar Spangenberg en Platón contra el naturalismo: la dialéctica escalonada del
Crátilo (2016) expresa que

“La importancia de esta afirmación es enorme. En primer lugar, porque introduce un


elemento mediador central en el planteo: la dianoia. La adhesión entre palabra y cosa
pregonada por el naturalismo se quiebra al irrumpir el pensamiento como mediador entre la
cosa y el nombre39. En segundo lugar, reintroduce la dimensión intersubjetiva como
constitutiva de la relación entre el logos y la cosa.” (p. 244)
Conforme a la cita precedente, la convencionalidad del lenguaje se comprende a
partir de dos esferas complementarias: por un lado, desde el aspecto intersubjetivo que a
través del acuerdo lingüístico posibilita que diferentes hablantes puedan entenderse; y, por
otro lado, desde un talante subjetivo, en el cual el sujeto accede a utilizar los vocablos
pactados socialmente para exteriorizar lo que le acontece en sus pensamientos. Ahora bien,
Wittgenstein concibe el carácter convencional del lenguaje “como un predicado aplicable a
reglas y, de modo secundario y derivado según veremos, como un predicado de enunciados
o proposiciones.” (Alemán, A, 1994, p. 370), donde dichas reglas son categorizadas bajo la
noción de convencionalidad en vista de que aluden a características evidenciables en el uso.
Esta consideración se sustenta en que el autor austríaco en Investigaciones filosóficas
estima que los significados del lenguaje son determinados por el uso contextual de las
palabras, y lo manifiesta de la siguiente manera: “El significado de una palabra es su uso en
el lenguaje.” (p. 22). La convencionalidad de las reglas puede demostrarse apelando al
modo de justificación que poseen y a la utilización que de ellas se hace. En la primera
acepción, una regla de representación se enmarca dentro de lo convencional si la
representación elaborada no debe recurrir a la concordancia con la realidad. Esto significa
que, las reglas concernientes a la gramática son convencionales en cuanto el lenguaje
mismo lo es, y el argumento atribuido por Wittgenstein para fortalecer tal premisa es “que
el propósito de la gramática es el mismo que el del lenguaje.” (Alemán, A, 1994, p. 376), a
saber, su uso, y por lo tanto carece de referente en la realidad inmediata.

Paralelamente, el convencionalismo del lenguaje también se cimienta sobre la base


de una relación intrínseca entre la estructura lingüística y la comunicación. Es decir, al
intentar esbozar un significado acerca del término “comunicación” es necesario recurrir a la
dilucidación semántica del concepto lenguaje, dado que es este último el medio por el cual
el ser humano posee la capacidad de emitir sonidos inteligibles dotados de significación
colectiva. Por ello, es evidenciable la correspondencia mutua erigida en medio de los dos
vocablos en cuestión y “no parece haber modo de definir el concepto de comunicación
independientemente del concepto de lenguaje (…)” (Alemán, A, 1994, p. 376). Asimismo,
Wittgenstein manifiesta que las reglas gramaticales son convencionales porque no se puede
constatar su veracidad apelando al mundo físico, en vista de que estas reglas no son
universalmente estrictas y están sujetas a posteriores cambios. La justificación de las reglas
no es plausible puesto que, en este sentido, la realidad objetiva que está siendo designada
no es independiente al conjunto de normativas gramaticales. Por lo tanto, “La gramática no
es responsable ante ninguna realidad. Son las reglas gramaticales las que determinan el
significado (lo constituyen) y así ellas mismas no son responsables ante ningún significado
(…)” (Alemán, A, 1994, p. 379). En Investigaciones filosóficas Wittgenstein aboga por un
lenguaje que prioriza el uso como proveedor del significado verbal. El autor ofrece una
ilustración de este aspecto convencional a través de la estructura del ajedrez del siguiente
modo:

“Considera aún este caso. · Le explico a alguien el ajedrez; y comienzo señalando


una pieza y diciendo: «Éste es el rey. Puede moverse así y así, etc., etc.». — En este caso
diremos: las palabras «Este es el rey» (o «Esta se llama ‘rey’») son una explicación de la
palabra sólo si el aprendiz ya ‘sabe lo que es una pieza de un juego’. Es decir, si ya ha
jugado otros juegos o ha observado ‘con comprensión’ el juego de otros — y cosas
similares. Sólo entonces podrá también preguntar relevantemente al aprender el juego:
«¿Cómo se llama esto?» — a saber, esta pieza del juego.” (p. 18, §31)
En resumen, la viabilidad de la convencionalidad del lenguaje parte de que, si se
aceptara la verosimilitud de la posición naturalista tendría que reconocerse la validez de un
lenguaje uniforme y universal libre de error, lo cual es imposible. En discrepancia con lo
anterior, la primera corriente teórica permite la existencia de diversos idiomas
independientes, en los cuales las falacias, los errores y los ornamentos lingüísticos pueden
convivir en el interior de un entramado discursivo. Igualmente, la noción de comunicación
es el sustrato del lenguaje, ya que el ser humano es el único ser viviente que experimenta la
necesidad apremiante de producir expresiones fónicas que le posibiliten entender lo que el
otro piensa, siente u opina y viceversa. Respecto a esto, Quine en diferentes apartados de
sus obras indica que, en virtud de que el lenguaje es una construcción convencional, su
aprendizaje también lo es. De esta manera, él considera que es en la infancia donde el
individuo responde fonéticamente a los estímulos del entorno, debido a lo cual en Palabra
y objeto (2001) afirma que “El lenguaje, como conjunto socialmente inculcado de
disposiciones, es sustancialmente uniforme en toda una comunidad; pero es uniforme de
modos diferentes para sentencias diferentes.” (p.58). Así, el niño dispone de una inclinación
verbal, por lo cual puede pronunciar determinada palabra en un contexto estimulativo
específico, por ejemplo, aprende a decir “azul” ante todo lo que contenga esa pigmentación
porque observa esa misma respuesta en sus padres o cuidadores.

Finalmente, Quine, al igual que Wittgenstein, propugna que la esencialidad del


lenguaje estriba en el uso, definiéndolo como “un conjunto de disposiciones («virtus») a la
conducta verbal («lingüística»).” (Díez, J, 1998, p. 73). Las disposiciones mencionadas por
Quine consisten en la probabilidad de emisión en medio de circunstancias contextuales
diferentes, posibilitando la identificación de ciertos sonidos fonéticos con situaciones u
objetos del mundo. Progresivamente, Quine otorga otras alternativas epistemológicas del
lenguaje, argumentando que el ser humano aprende a comunicarse verbalmente mediante
confrontación directa e indirecta. La primera radica en el aprendizaje ostensivo, que se basa
en la asociación de palabras y objetos o eventos particulares. La segunda, por su parte,
engloba las definiciones y la contextualización, que posibilitan entender los vocablos
desconocidos recurriendo a oraciones más sencillas que actúan como traductoras del
término ignorado. De aquí se deriva otro método de instrucción lingüística propuesta por el
autor, a saber, la abstracción. Él “Lo define como aquél por el que «captamos el uso de una
palabra a partir de las oraciones en las que aparece»” (Díez, J, 1998, p. 82). Por
consiguiente, las palabras son comprendidas bajo la forma de fragmentos pertenecientes a
oraciones, vislumbrando así el significado y la función de cada una.

Conclusiones

A partir de la postulación del pensamiento platónico, la concepción acerca de la


génesis y funcionamiento del lenguaje se bifurcó en dos senderos dicotómicos: por un lado,
se hace una defensa poco plausible de la teoría naturalista, según la cual las cosas y
existentes del mundo poseen el nombre que les atañe por naturaleza, negando toda vía de
acceso a la creación de vocablos nuevos que se adapten a los cambios generacionales y
culturales. Por otro lado, la exposición de la teoría convencionalista resulta más
conveniente para la finalidad intrínseca del lenguaje, a saber, la comunicación, dado que es
susceptible de transformaciones sociales. Es así como en el Crátilo, un diálogo del autor
mentado al comienzo del párrafo, la tesis naturalista decae rápidamente ante la inviabilidad
de un lenguaje universal y homogéneo. Posteriormente, algunos comentaristas y filósofos
del lenguaje retoman esta cuestión y manifiestan contundentemente las razones por las
cuales el convencionalismo es la mejor alternativa teorética: en primer lugar, el lenguaje en
esta acepción se encuentra íntimamente vinculado con el concepto de comunicación,
permitiendo que las designaciones y los significados puedan ser establecidos mediante
consenso social, garantizando siempre unas buenas condiciones para llevar a cabo el acto
comunicativo. Igualmente, como en este contexto el lenguaje es creación humana, es
factible hablar de la existencia de una variedad de idiomas y dialectos que pueden ir
modificando progresivamente su vocabulario a fin de adecuarse a las necesidades socio-
históricas, además de introducir en su estructura la mentira o los discursos falaces, que en el
naturalismo son inconcebibles.

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