18.1. Corax - Forja de Almas - Gav Thorpe

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A pesar de la corrupción de los

planes de Corax para reconstruir su


legión después de la masacre del
Desembarco, los Guardia del
Cuervo supervivientes permanecen
desafiantes. Mientras abordaban
una nave de los Portadores de la
Palabra dañada muy por detrás de
las líneas del frente, encuentran
evidencias de una nueva alianza
entre los traidores y el mundo forja
de Constanix II; con rumores de
nuevas máquinas de guerra
aterradoras que acechan los
campos de batalla de todo el sector,
es una amenaza demasiado grande
para ser ignorada. Corax debe
infiltrarse en el corazón del
sacerdocio Mechanicum en
Constanix si es que quiere ganar
algún aliado para la guerra por venir,
a pesar de que probablemente se
verá obligado a enfrentarse a la
verdad de su propia naturaleza
misteriosa en el camino…
Gav Thorpe

Corax: Forja de
almas
La victoria es la venganza
Warhammer 40000. Herejía de
Horus 18.1
ePub r1.0
epublector 24.02.14
Título original: Corax: Soulforge
Gav Thorpe, 2013

Editor digital: epublector


ePub base r1.0
Es un tiempo de leyenda.

La galaxia está en llamas. La gloriosa


visión del Emperador de la Humanidad
yace en ruinas. Su hijo predilecto,
Horus, se ha apartado de la luz de su
padre y abrazado el Caos.

Sus ejércitos, los poderosos y temibles


Marines Espaciales, están enfrascados
en una brutal guerra civil. Hace
tiempo, estos guerreros definitivos
lucharon codo con codo como
hermanos, protegiendo la galaxia y
devolviendo a la humanidad a la luz
del Emperador. Ahora están divididos.

Algunos permanecen leales al


Emperador, mientras otros se han
puesto del lado de Señor de la Guerra.
Por encima de ellos, los líderes de esas
legiones de miles de hombres son los
Primarcas. Magníficos, sobrehumanos,
son el mayor logro de la ciencia
genética del emperador. Avanzan a la
batalla para enfrentarse unos contra
otros, la victoria es incierta para
ambos bandos.
Mundos enteros arden. En Isstvan V,
Horus asestó un golpe atroz y tres
legiones leales quedaron casi
destruidas. La guerra ha empezado. Un
conflicto que envolverá a toda la
humanidad en sus llamas. Mentiras y
traiciones han usurpado el lugar del
honor y la nobleza. Asesinos acechan
en cada sombra. Se reúnen los
ejércitos. Todos deben elegir un bando
o morir.

Horus reúne sus fuerzas, Terra el


objetivo de su ira. Sentado en el Trono
Dorado, el Emperador espera la vuelta
de su hijo rebelde. Pero su verdadero
enemigo es el caos, una fuerza
primordial que busca esclavizar a la
humanidad a sus caprichosos antojos.

Los gritos de los inocentes, las súplicas


de los justos resuenan junto a las
carcajadas de los Dioses Oscuros.
Sufrimiento y desolación aguardan si el
Emperador fracasa y la guerra se
pierde.

La era del conocimiento y la


iluminación ha terminado. La edad de
las tinieblas ha comenzado.
DRAMATIS
PERSONAE

XIX LEGIÓN
GUARDIA DEL CUERO

CORVUS
Primarca
CORAX
Comandante de
AGAPITO
los Garras
Comandante de
SOUKHOUNOU
las Águilas
Comandante de
BRANNE
los Rapaces
STRADON
Tecnomarine
BINALT
NAVAR HEF Sargento Rapaz
XVII LEGIÓN
DEVORADORES DE
MUNDOS

AZOR Brujo-
NATHRAKIN Bibliotecario
SAGITHA
Navegante
ALONS
adscrito
NEORTALLIN

MECHANICUM DE
CONSTANIX II

Archimago.
DELVERE Maestro de
Iapetus
Cognoscenti.
VANGELLIN Magokritarch de
Atlas
Cybernetics.
LORIARK Magos del Tercer
Distrito
Magos Biologis,
Primus
BASSILI
Cogenitor,
Tercer Distrito
Magos Biologis,
FIRAX
Tercer Distrito
SALVA KANAR Magos Logística,
Tercer Distrito
Cogitatoris
LACRYMENTHIS Regular, Tercer
Distrito
UNO

No se había sentido así hacía mucho


tiempo. No en las décadas desde que
había luchado junto al Primarca para
librar su casa de sus esclavizadores
tecnocráticos. Agapito había poseído tal
vigor. Le quemaba a través de él,
dándole una fuerza más allá de su físico
transhumano, cada golpe de su espada
de energía, excitado por la pureza de su
causa.
Rectitud.
Era un odio que hervía en el
interior del comandante de la Guardia
del Cuervo, enviándolo
inmediatamente sobre los malditos
esclavos de los Portadores de la Palabra.
Seguir a Corax en la Gran Cruzada del
Emperador había dado a Agapito un
propósito y determinación, pero la rabia
que lo llevaba a la batalla ahora era de
un orden muy superior al deber y
dedicación.
Era el destino el que había
entregado al odiado enemigo en manos
de la Guardia del Cuervo. Un
encuentro casual en el borde del
sistema Cassik, donde los Portadores de
la Palabra estaban atrapados con
problemas en el motor de disformidad y
sin poder huir. Agapito no dejaría pasar
la oportunidad a la ligera.
«Era la providencia», pensó Agapito
pese a no saber nada de altos poderes,
ni le importaba. Los asesinos de sus
hermanos serían a su vez asesinados. La
traición de Isstvan sería vengada, un
traidor cada vez si es necesario. Los
recuerdos de miles de Guardias del
Cuervo sacrificados como parásitos por
los cañones de los Portadores de la
Palabra eran como dagas en el pecho
del comandante, un aguijón penetrante
que lo impulsaba.
Divisó un legionario traidor entre la
tripulación que se había situado a lo
largo de los pasillos para defender su
crucero de ataque contra el abordaje de
la Guardia del Cuervo. La vista del
Portador de la Palabra le trajo una
avalancha de recuerdos: los cañones y
las guadañas del fuego a través de la
depresión Urgall, dejando decenas de
hijos de Deliverance muertos a cada
andanada, la voxnet inundada por los
gritos de los moribundos y el impacto
de la traición; guerreros con los que
había luchado a su lado durante
muchos años arrancados del mundo de
los vivos por asesinos de sangre fría.
Los servidores mitad humanos y
esbirros deformes del legionario traidor
no fueron obstáculo, apartados a un
lado fácilmente por la carga de Agapito.
En los confines del crucero de ataque,
el Guardia del Cuervo no tenía rival.
Agapito causó una ruina sangrienta con
las cuchillas y el puño, cortando y
golpeando en la presa de enemigos
mutados, sin respiro para las cuchillas y
mazas traqueteantes de su armadura.
Elevándose sobre la masa de
esclavos monstruosos, Agapito pudo ver
como el Portador de la Palabra traidor
exhortaba a sus seguidores a lanzarse
contra los guerreros de la Guardia del
Cuervo. Decenas de esclavos cayeron,
sus cuerpos convertidos en horribles
guiñapos, mientras Agapito y sus
legionarios avanzaban por el pasillo.
Tras destrabarse de la multitud, el
comandante se detuvo, con los ojos fijos
en su objetivo mientras el legionario
rojo blindado esperaba a pocos metros
de distancia. El Portador de la Palabra
levantó su espada sierra a la parrilla de
su casco. Un saludo burlón y un desafío
a un combate mortal.
Agapito no estaba aquí para un
duelo, para el intercambio de golpes y
paradas en un esfuerzo para determinar
al mejor. Estaba allí para vengarse, para
castigar, para matar.
Un disparo de su pistola de plasma
atravesó y cauterizó el pecho acorazado
del Portador de la Palabra mientras
bajaba la hoja, convirtiendo ceramita y
carne en escoria grasosa. El portador de
la Palabra cayó de bruces a la cubierta
cuando Agapito corría adelante,
trinchando a las criaturas sub-humanas
que servían a la Legión de Lorgar.
Unos segundos más de ráfagas de
golpes y tiros y Agapito quedó de pie
junto a un montón de enemigos
muertos. Un escuadrón de sus garras,
todos supervivientes de Isstvan
también, se reunieron en torno a su
líder.
—Cuadrante despejado,
comandante —informó el sargento
Ashel. La negra y brillante armadura
del legionario estaba recubierta con
sangre fresca. Miró los restos del
enemigo. Los cadáveres eran de
hombres y mujeres retorcidos y
mutados, con ojos y piel como las
serpientes, y dientes afilados llenando
sus bocas anchas—. Vil porquería.
—No tan vil como aquellos que los
comandan —gruñó Agapito.
Escuchó la voxnet durante unos
segundos, eligiendo los informes
intercalados y mensajes de otras fuerzas
desplegadas a través del crucero
enemigo. Los escuadrones Chovani y
Kalain estaban encontrando una
resistencia más fuerte que las demás,
más Portadores de la Palabra.
—Nos dirigimos a estribor —dijo el
comandante a sus compañeros—.
Seguidme.
—La cámara del reactor está en la
popa, comandante —respondió Ashel,
permaneciendo donde estaba mientras
Agapito daba un paso—. Las órdenes
del primarca eran que…
—El enemigo está a estribor —
espetó Agapito—. Igual que las
lanzaderas de escape. ¿Deseas que
eludan su castigo? ¿Has olvidado
Isstvan tan rápido?
Ashel volvió a mirar a su equipo por
un momento, y sacudió la cabeza.
—Por Isstvan —dijo el sargento,
levantando su bólter.
—Por Isstvan —respondió Agapito.

***
El asco llenaba el interior de Corax
mientras sacaba las hojas de su garra
relámpago del cuerpo del tripulante. El
líquido que roció el pasillo no era
sangre humana, sino un líquido
verdoso sucio, alimentando al esclavo a
través de un cilindro de latón clavado
en su espalda. Muchos otros, alterados
de manera similar, yacían muertos a su
alrededor. Al principio Corax pensó que
las criaturas eran sirvientes
descerebrados, pero el miedo y la
desesperación en sus ojos habían
traicionado a una chispa de vida que no
se ve en las creaciones de medio
humanas del Mechanicum. Eran
hombres y mujeres en plenas
facultades, modificados y sujetos a
experimentos por sus maestros, los
Portadores de la Palabra.
La repugnancia del primarca no
surgía por las figuras lamentables que se
arrojaban contra él en su camino, pero
sí por los traidores que los habían
creado. Los seguidores de Lorgar se
habían convertido en cosas inhumanas,
malvadas, una parodia retorcida de los
legionarios honorables que habían sido
una vez.
A la luz roja del conducto, sus
cuchillas relámpago brillaban. Hechas a
mano por su propia mano en
Deliverance, después de la victoria en la
Fortaleza Perfecta, las armas lo hacían
sentir completo otra vez. Las garras del
cuervo, llamadas así por sus hermanos,
tanto un símbolo de la Legión como de
su determinación de luchar a pesar de
sus pérdidas como armas terribles.
Corax había renunciado a sus
retrorreactores ante los estrechos límites
de un abordaje, pero se sentía tan
cómodo en los pasillos serpenteantes y
con arcos como si estuviese a cielo
abierto.
Le habían enseñado a luchar en un
lugar como este, un laberinto de
ferrocemento y metal, donde cada
rincón escondía un enemigo potencial.
En la cárcel, donde se había criado, los
pasillos interminables habían
convertido en su coto de caza. Nunca
había olvidado las lecciones aprendidas.
No se dirigió directamente al
strategium, pero eligió un camino
menos evidente para eludir las defensas
más fuertes. El crucero de ataque era
como tantos otros en diseño, con un
pasillo central a modo de eje en casi
toda la longitud de la nave, pero en su
lugar, Corax se abrió paso a lo largo de
las cubiertas de armamento, ya
devastadas por la artillería del Vengador
durante la batalla, el anticipo del
abordaje. En algunos lugares, el casco se
había roto por completo, dejando que
las baterías se abriesen al vacío
congelante. El primarca, con un
esquema memorizado de la última
detección previa a los ataques del
Vengador en mente, encontró rutas
alrededor de las secciones voladas,
moviéndose arriba y abajo a través de
las cubiertas, para mantener a los
defensores en la incertidumbre de la
ruta de la Guardia del Cuervo.
Con él llegó una compañía del
Vengador, pero por el momento los
legionarios eran poco más que
espectadores mientras el primarca
hallaba su camino hacia el strategium
de la nave. Parecía que los Portadores
de la Palabra habían pensado que era
más prudente dar rienda suelta a su
horda de creaciones mutadas antes que
enfrentarse elos a la ira del propio
primarca.
No estaban equivocados.
Avanzando rápidamente, Corax
encontró varias decenas más esclavos en
la siguiente galería, armados con nada
más que llaves, martillos y cadenas.
Algunos habían recibido injertos
cibernéticos, otros llevaban los tanques
de icor artificiales que ya había visto.
Todos ellos tenían la piel pálida perlada
con el sudor del esfuerzo y el temor, los
ojos inyectados en sangre. No gritan
ningún grito de guerra cuando se
abalanzaron contra el primarca, ni
había resignación, tal vez incluso alivio
en sus ojos mientras sus cuchillas
relámpago los tajaba a izquierda y
derecha, despedazándolos a manos
llenas.
Ninguna de las criaturas de la
tripulación sobrevivió el tiempo
suficiente para golpear a Corax cuando
él los atravesó, con los puños en energía
enfundados, convirtiendo metal en
astillas y carne en salpicaduras. Al mirar
por las ventanas de la galería vio al
Vengador en paralelo al buque
apresado, y más allá de él el brillo de los
motores de plasma del Triunfo y
Aeruginosis, mientras más lejos todavía
esperaba el resto de la flotilla Guardia
del Cuervo.
Si hubieran llegado dos o tres días
más tarde, los Portadores de la Palabra
podrían haber continuado su camino,
causando cualquier maldad que
pretendieran. La buena fortuna de los
Guardia del Cuervo, había traído al
enemigo fuera de la disformidad a unos
pocos miles de kilómetros de donde la
Legión se estaba reuniendo. Incluso
antes del bombardeo de la Guardia del
Cuervo, la nave traidor ya tenía signos
de combate prolongado, con los
dañados motores disformes entre sus
cicatrices de guerra más obvias. Lo que
había obligado al crucero de ataque a
viajar en ese estado tenía que ser
importante.
Así que por eso Corax trató de
capturar el barco y conocer sus secretos,
en lugar de destruirlo sin más.

***
La resistencia se intensificaba conforme
la Guardia del Cuervo se acercaba a su
objetivo. Asegurando las cámaras y
salones que rodeaban el strategium, el
Primarca y sus guerreros crearon un
cordón alejado de los enemigos. Las
habitaciones estaban extrañamente
carente de decoración. En las pocas
ocasiones que Corax había pasado
tiempo en las naves de los Portadores
de la Palabra, antes de la traición del
Señor de la Guerra, se había
maravillado con las tallas, las banderas,
iconos y murales dedicados a la gloria
del Emperador y sus obras. Lo que
debería haber sido una zona de oficiales
ahora eran cascarones vacíos, carentes
de decoración y embellecimiento, como
si todo lo que antes alababa al
Emperador hubiese sido expurgado.
Los portales del strategium, dos
juegos de enormes puertas dobles
selladas por inmensos pernos,
resultaron ser sólo un obstáculo menor;
las cuchillas relámpago de Corax
cortaron a través de una de las puertas
en unos cuantos golpes, enviando el
plastiacero reforzado al suelo de la
cámara de mando a oscuras.
Corax se sorprendió por un
momento la calma. Había esperado una
lluvia de fuego para saludarle a su
llegada, y su carga en el entrepiso justo
encima del puente, flaqueó cuando no
encontró resistencia.
Echando un vistazo alrededor de la
cámara, el Primarca fue confrontado
por grupos de servidores enterrados con
consolas brillantes, con las caras medio
muertas y brazos marchitos casi tan
blancos como el resplandor de la
estática que llenaba la pantalla
principal. Las luces parpadeaban y se
apagaban en la oscuridad, el rojo y el
ámbar de los sistemas fallando,
mientras el cableado expuesto zumbaba
y brillaba con luz mortecina. La cámara
estaba llena con un ligero olor a
descomposición, procedente de los
servidores, de carne poco a poco
pudriéndose, mezclándose con el aceite
y el óxido.
—¿Dónde están los Portadores de la
Palabra? —preguntó el comandante
Soukhounou. Como había irrumpido
en la strategium detrás Corax, él
también había llegado a un punto
muerto, confundido por la ausencia de
enemigos.
—Aquí no —fue la única respuesta
Corax podía dar.
Su mirada fue atraída a una figura
envuelta en túnicas ensangrentadas,
atravesado por muchos tubos y cables,
en el corazón de la strategium. La
cadavérica delgadez de la figura
mostraba su esqueleto humano, a pesar
de la profusión de mecanismos
implantados. Todo lo que podía ver de
su cara era una boca abierta mostrando
unos dientes amarillentos rotos, el resto
de la cabeza estaba encerrada en un
casco de muchas facetas de ceramita
por la que pasaban decenas de
filamentos en espiral.
Corax descendió los escalones de la
sala principal, sus pasos resonando en el
murmullo silencioso de los servidores y
el zumbido de los circuitos pobremente
blindados. Para sorpresa de Corax, la
mujer se movió. Levantó la cabeza
como si estuviera mirándole, una
pequeña joya negra fijada en la frente
del opresivo casco.
—Liberadme —susurró. Salivaba
sangre, salpicando baba por entre los
labios agrietados, la lengua oscura
colgando en las encías primas—. No
puedo serviros más.
—No somos sus captores —dijo
Corax a la mujer cuando se detuvo a su
lado. Ahora, más cerca, vio el destello
de hilo de plata en los jirones de sus
ropas. Los patrones estaban rotos, pero
en conjunto los restos revelaron que la
mujer era una navegante—. Soy Corax,
de la Guardia del Cuervo.
—Corax… —respiró el nombre y los
labios se torcieron en una sonrisa
espantosa—. Mátame. Usted es el señor
de Deliverance y necesito que me
liberes de este tormento.
El primarca movió una de sus garras
relámpago hacia el Navegante, pero
vaciló antes de conceder su deseo. Le
desgarraba su conciencia, pero una
parte más fuerte de él, la parte que
había enviado ojivas nucleares a las
ciudades de Kiavahr para matar a miles
de inocentes, permitiéndole pacificar
mundos que se resistían al
sometimiento, detuvo su mano.
—Pronto, te lo prometo, pero
primero necesito respuestas —le dijo.
La navegante se desplomó, provocando
que las tuberías y los cables
traqueteasen ferozmente como el
temblor de las cuerdas de una grotesca
marioneta.
Antes de que Corax pudiera
comenzar su interrogatorio desvió su
atención al vox, distraído por un
intercambio entre Branne y Agapito en
el canal de control.
—No podemos abrir brecha por aquí
—dijo Branne—. Se suponía que
flanquearías a las fuerzas que defienden
el reactor, hermano.
—Estaré con vosotros en breve —
contestó Agapito, respirando con
dificultad—. Uno de esos hijos de puta
ha huido, el muy cobarde. Lo tendremos
acorralado pronto.
Pese a la larga distancia, Corax
podía sentir a Branne mantener su
temperamento bajo control, no sin gran
esfuerzo.
—Las lecturas de los reactores
indican un punto crítico —respondió
finalmente Branne—. El reactor se
fundirá si no lo tomamos. Podemos
hacer frente a los Portadores de la
Palabra una vez que la nave es segura.
—¿Agapito, cual es la causa de tu
retraso? —preguntó Corax, irritado por
la tardanza del comandante en cumplir
su misión.
—Yo… —La voz de Agapito se
apagó. Cuando habló de nuevo, un
momento después, había contrición en
su voz—. Mis disculpas, lord Corax.
Iremos a marchas forzadas a la cámara
del reactor.
—Como deberías haber hecho,
comandante. Hablaremos de esto más
tarde.
—Sí, Señor Corax. Perdona mi
distracción.
—Si seguimos vivos en diez
minutos, lo consideraré —respondió
Corax. Se arrodilló junto a la navegante
encarcelada y le habló con suavidad—.
Lo siento, pero tengo que atender otro
asunto primero. Sé fuerte.
Se puso de pie y se volvió hacia
Soukhounou.
—Mira lo que puedes hacer para
disminuir la sobrecarga del reactor
desde aquí —dijo Corax, señalando a la
estación de ingeniería donde un
sirviente ojos legañosos murmuraba un
monólogo de los informes de estado—.
Quiero tomar esta nave intacta.

***
Luces de emegencia rojas iluminaban a
lo largo de los pasillos que rodeaban la
cámara de núcleo de plasma. Las
sirenas que las acompañaban habían
cesado abruptamente desde el
strategium, pero la penumbra rojiza era
un recordatorio al comandante Branne
que el buque estaba lejos de ser seguro.
—Cavall, Nerror, Hok —Branne
llamó a tres sargentos cercanos—.
Flanco derecho, una cubierta arriba.
Sus escuadrones se desprendieron
por una escalera mientras Branne
dirigía al resto de la compañía hacia
adelante. Las oleadas de esclavos
grotescas habían cesado por el
momento, sin duda retirándose para
formar una última defensa en torno al
reactor en sobrecarga. Branne no sabía
si eso era un acto final de despecho de
los Portadores de la Palabra, o para
evitar que la Guardia del Cuervo
descubriese el propósito de la
tripulación en el sector. Él sabía que
lord Corax no había emitido
advertencia de una evacuación y en los
siguientes dos minutos sería demasiado
tarde para que los grupos de abordaje
pudieran escapar de la nave condenada.
Los Rapaces de Branne luchaban
bien y sintió un momento de orgullo al
verlos barrer a lo largo de la cubierta de
la ingeniería, eficientes y mortales. Su
sangre había sido probada en la
Fortaleza Perfecta, y en posteriores
enfrentamientos contra las fuerzas de la
Guardia de la Muerte en Monettan, y
en la incautación de varios buques de
guerra traidores al Ejército Imperial que
habían sido interceptados durante un
ataque en Tholingeist. Con cada batalla
ganaban una valiosa experiencia.
Se habían transformado de
instintivos combatientes superiores a
disciplinados y eficaces guerreros.
Incluso aquellos que se habían
modificados por las mutaciones de la
semilla genética habían superado sus
dificultades físicas, luchando de igual a
igual entre sus hermanos limpios de
apéndices. Branne se había
familiarizado tanto con sus habilidades
de que apenas se dio cuenta de las
deformidades que les mancillaban.
Todos eran simplemente sus Rapaces,
aunque sabía que había otros en la
Legión que no confiaban en ellos por
completo.
El sentimiento de orgullo pasó, para
ser reemplazado por una omnipresente
sensación de profunda responsabilidad.
Los Rapaces, tanto los perfectamente
formados como los que habían sufrido
las mutaciones eran una nueva
generación de Guardia del Cuervo, el
futuro de la Legión, llamados así por
lord Corax. El primarca ciertamente no
tuvo reparos en utilizar las capacidades
de los Rapaces, realzados por sus
armaduras Mark VI. Como Corax había
prometido, los Rapaces fueron tratados
como cualquier otra fuerza de lucha de
Deliverance, dándoles amplias
oportunidades de demostrar que eran
dignos de ser legionarios.
Una enorme explosión delante de
Branne le sacó de sus contemplaciones.
Por un segundo pensó que las salas de
plasma han sido voladas, con sus
escuadrones Rapaces recortados contra
la hoja de fuego blanco en erupción a lo
largo de las paredes y el suelo, creando
una viñeta rígida.
El instante pasó mientras el fuego
bañó a Branne durante varios
segundos. Alertas de advertencia de
temperatura sonaron en su oído, pero
para los sistemas de su traje no eran
más que un reto, vertiendo líquido
refrigerante del generador de la
armadura a los sistemas secundarios. La
pintura se ampolló y burbujeó y un
sudor espeso salió entre los poros de
Branne, no recibió ningún daño
permanente. La conflagración pasó en
instantes, dejando al comandante para
evaluar los daños.
—¿Qué fue eso? —preguntó,
caminando hacia delante. Por delante
de él los Rapaces más cercanos de la
explosión no habían tenido tanta
suerte. Los restos rotos de un puñado
de sus guerreros yacían en la parte
superior de la escalera, donde la
explosión se había originado.
Los Rapaces supervivientes se
levantaron y recuperaron sus sentidos.
—Una carga improvisada,
comandante —informó el sargento
Chayvan—. Un proyectil de una torreta
de proximidad, creo.
—Un ataque suicida —añadió
Streckel, uno de los guerreros de
Chayvan—. Era llevando por uno de los
esclavos. Loco bastardo.
—¿Qué tienen que perder? —
respondió Branne al llegar a la escalera.
Los peldaños se habían convertido
escoria a una docena de metros por
debajo de él, las paredes salpicadas de
gotas de plastiacero fundido—.
Manteneos alerta. Habrá más de ellos.
Quiero que los eliminéis antes de
inmolarse.
Respuestas afirmativas resonaron a
través del vox mientras Branne miraba
por el hueco. El tramo de escaleras
hasta el piso superior había sido
incinerado, dejando varados al
comandante y a sus compañeros por
debajo de la entrada hacia las cámaras
de los conductos principales de plasma.
Miró el cronómetro.
Ochenta segundos en el reloj. Aún
no había habido ninguna palabra de
lord Corax.
Los Rapaces se desplegaron por los
pasillos, barriendo con sus auspex cada
escalera o elevador. No desperdiciaron
ni un segundo en duelo a los caídos,
pues todo el mundo sabía compartirían
el mismo destino si no podían detener
la sobrecarga del reactor.
Había un calmado, medido
fatalismo sobre los Rapaces que Branne
encontró tranquilizador. Tal vez algo en
la naturaleza de su fundación, o tal vez
su propio punto de vista había dado
forma a su comportamiento. Cualquiera
que sea la causa, consideraba a los
miembros de su compañía entre los más
sobrios de la XIX Legión; su
exuberancia juvenil había dado paso
rápidamente a una profunda seriedad,
a la luz de la guerra civil galáctica y la
posibilidad muy probable que los
Rapaces pudieran ser la última
generación de legionarios de la Guardia
del Cuervo.
Branne sabía que su compañía
siempre estaría un paso alejada del
resto de la Guardia del Cuervo, a pesar
de las palabras del primarca y los
lugares comunes con los otros oficiales
de alto rango. Eran diferentes, no sólo
físicamente, sino también en el
temperamento. No era nada nuevo.
Siempre había habido divisiones sutiles
entre los guerreros de la Legión.
Estaban los terranos, que habían
luchado al lado del emperador y su
legado remonta al comienzo de la Gran
Cruzada. Sin embargo, a pesar de su
legado, con los terranos nunca habían
compartido el mismo vínculo íntimo
que con lord Corax disfrutaban aquellos
que habían luchado por la salvación de
Deliverance. Los ex-presos, Branne uno
entre los muchos miles de personas que
habían participado en la rebelión,
habían aceptado a Corax como uno de
los suyos, primero como protectores y
luego como seguidores. Los terranos
trataban con reverencia y respeto a
Corax como padre genético, pero toda
su historia con él era como guerreros
servidores del Emperador, nunca como
iguales.
Ahora se añadían los Rapaces a la
mezcla. Todos compartían dos
experiencias comunes: habían sido
iniciados en la Legión después de
revelarse la traición de y que no habían
sufrido la masacre del Desembarco y las
batallas posteriores. Esto era lo que los
diferenciaba tanto de los nacidos en
Deliverance y los terranos. No eran
guerreros de la Gran Cruzada, tenían
un tono más oscuro, pero un no menos
importante objetivo. Los Rapaces no
fueron entrenados para la pacificación
de los mundos que no se sometían ni
para la erradicación de xenos, sino para
la simple tarea de destruir a otros
Marines Espaciales.
Los supervivientes de Isstvan
seguían obsesionados por su
experiencia, ya sea por enojo o culpa,
llevando una carga de pérdida que
Branne nunca podría compartir. Tal vez
esta fuese la razón de Corax por la que
había elegido a Branne para liderar a
los nuevos reclutas, con la sensación de
que compartiría una afinidad con esta
generación sin mácula que nunca
podría recuperar con los supervivientes
de la masacre. Sería propio de la
sabiduría de Corax y su aguda
percepción de la mente de sus
guerreros.
—Contactos enemigos, varios
cientos —informó el sargento Klaverin
desde uno de los escuadrones a la
cabeza—. Más de una docena de
Portadores de la Palabra dirigen la
defensa, comandante.
—Entendido. Eliminad toda
resistencia. El acceso a la cámara de
plasma es altísima prioridad.

***
Agapito abatió otro enemigo; la
brillante hoja de su espada de energía
cortando carne que estaba moteada de
un azul pálido, la extraña cara canina
del tripulante dividida de la frente a la
barbilla. El comandante llevó su
siguiente golpe contra un esclavo-
mutante de ojos saltones y lengua
bífida, conduciendo su hoja por el
pecho de la espantosa criatura.
—¡Cien metros más! —ladró,
blandiendo su espada para instar a los
Guardia del Cuervo a su alrededor.
Sólo había un puñado de
Portadores de la Palabra entre Agapito
y la cámara del reactor, pero eso no
hacía progresar más fácil. Quizás
deseando terminar con sus miserables
vidas, la tripulación deformada había
inundado las secciones de popa de la
nave, utilizándose a sí mismos como
una barrera para evitar que la Guardia
del Cuervo accediese a la cámara del
reactor. No era un plan malévolo de los
esclavos para llevarse a los grupos de
abordaje con ellos, pero si un sacrificio
calculado por los Portadores de la
Palabra. La crítica situación del reactor
de plasma sólo hubiera sido posible si lo
ponían en sobrecarga justo en el
momento de haber sido descubiertos.
Al otro lado del vox de Agapito
escuchó los informes de otras escuadras
que avanzaban para enlazar con Branne
y sus Rapaces, tratando de encontrar
una línea coherente a través de la masa
de los defensores, para acceder a través
de conductos y salas de máquinas.
No había ningún pensamiento de
retirada ni insinuación de que deberían
abandonar la nave. La inteligencia era
la llave con la que libraba la guerra la
Guardia del Cuervo; el conocimiento de
donde era más débil o mas fuerte el
enemigo era esencial para la estrategia
de Corax. La nave era demasiado
valiosa como para perderla y Agapito
luchó como un Berserker de la XII
Legión para expiar su anterior
distracción.
Finalmente, la Guardia del Cuervo
se abrió paso entre la presa de los
defensores, dejando el corredor
atascado con cuerpos desmembrados
tras ellos, mientras llegaban al pasillo
que conducía a la bóveda principal del
reactor. Agapito dejó dos escuadras
como retaguardia y condujo al resto,
unos setenta guerreros, directamente a
la sala de control del reactor.
Una puerta blindada de emergencia
trababa su camino al final del pasillo,
pero tres granadas de fusión bien
colocadas por las garras hicieron un
agujero, lo suficientemente grande para
que los legionarios blindados pasasen a
través de él al corazón de la cubierta del
reactor.
El sargento Chovani fue el primero
en atravesarlo, justo por delante de
Agapito.
—¡Alto el fuego! —gritó el sargento,
quitando su bólter de la posición de
disparo.
Por delante de ellos había un
escuadrón de Rapaces, los desgraciados
mutados que habían sobrevivido a los
últimos implantes de semilla genética
hechos por el primarca. Algunos
estaban envueltos en túnicas,
demasiado voluminosos incluso para
llevar una servoarmadura. Otros aún
podían usar sus trajes, aunque con
grandes modificaciones.
Agapito no pudo evitar comparar a
los Rapaces de última generación con
los esclavos mutantes que había
destruido. Piel escamada, ojos
inhumanos, manos con garras,
mechones de pelo hirsuto y nódulos de
hueso y cartílago desfiguraban a los
guerreros de la Guardia del Cuervo. Su
sargento tenía un aspecto encorvado,
todavía capaz de llevar armadura, pero
las orejas alargadas y una cresta de
hueso por la frente le impedían llevar
casco. Toda la piel que Agapito podía
ver, bien pelaje o lisa, parecida a la de
un lagarto o con verrugas, era casi de
color blanco. Todos tenían el pelo negro
como el azabache y la comparación con
la carne blanquecina y los ojos negros
de lord Corax era inevitable.
A pesar de sus similitudes físicas
con los esclavos de buques, los Rapaces
no podían haber sido más diferentes en
porte y actitud. Estaban protegiendo un
hueco de escalera, atentos y alerta,
manteniéndose con tanto porte como
sus retorcidos cuerpos les permitían.
Todos los abusos físicos acumulados
sobre ellas no podían ocultar el orgullo
y la fuerza de su formación legionaria,
pero su aspecto todavía trastornaba a
Agapito, especialmente en comparación
con los monstruos creados por los
Portadores de la Palabra. Pensando en
ello, la existencia de los Rapaces
deformes no era fácil de aceptar.
—Comandante Agapito —dijo el
sargento, inclinando la cabeza en un
saludo deferente. Sus labios delgados y
oscuros revelaban las encías y la lengua
al hablar, pero su voz era muy
tranquila, con un tono juvenil—. El
comandante Branne ha asegurado la
cámara del reactor mientras hablamos.
—¿Y tú eres…? —preguntó
Agapito.
—Sargento Hef, comandante. Navar
Hef.
—Enlace con mis Garras, Navar —
dijo Agapito, señalando con el pulgar
por encima del hombro hacia los restos
de la puerta—. Creo que el enemigo se
ha roto, pero pueden quedar suficientes
para intentar algún tipo de
contraataque.
—Los tecnomarines están
asegurando las salas de plasma en este
momento, comandante —dijo Hef—. El
comandante Branne me ordenó que le
pidiese que se reuniera con él en la
cámara principal.
«Estoy seguro de que lo hizo» pensó
Agapito, pero en voz alta dijo:
—Muy bien, sargento. Adelante.
Agapito centró su atención en el trío
de sargentos que se habían unido a él,
en espera de órdenes.
—Bloquead toda la zona y enlazar
con otros rapaces —les dijo—. Nada ni
nadie pasará la línea.
El comandante ya les estaba dando
la espalda, sus pensamientos de vuelta a
Branne mientras los sargentos
asintieron y regresaron a sus
escuadrones. La ruta hacia el reactor
principal llevó a Agapito a un piso
superior, encontrándose con dos
escuadrones Rapaces que estaban
custodiando las escaleras y a lo largo de
un pasillo corto. La zona estaba bien
cubierta dentro del perímetro y envainó
su espada y enfundó su pistola mientras
se acercaba a la cámara del reactor.
Branne lo recibió en la puerta,
marchando por el pasaje mientras
Agapito se dirigía hacia la cámara, sin
duda informado de la llegada de su
compañero comandante. Branne no
dijo nada al principio, pero dio un paso
más allá para hacer frente a la escuadra
de la Guardia del Cuervo al final del
pasillo.
—Esta zona es segura, bajad tres
pisos —ordenó Branne. Hubo unas
cuantas miradas a los dos comandantes;
estaba claro que no se les trasladaba por
razones estratégicas, pero los legionarios
salieron sin hacer ningún comentario.
El sonido de sus botas en los escalones
de metal se hizo más débil.
—Hermano, lo sien…
Branne agarró el borde de coraza de
su hermano con su puño y empujó a
Agapito contra la pared.
—¡Sentirlo no es suficiente! —
Aunque Agapito no podía ver nada de
la expresión de su hermano dentro de
su casco, la postura y la voz de Branne
transmitían la rabia igual que cualquier
mueca o fruncir el ceño—. Nuestras
órdenes eran simples. ¿Qué te ha
pasado?
—Estaba matando Portadores de la
Palabra, hermano —contestó Agapito,
tratando de mantener la calma frente a
la furia de Branne—. Es lo que hacemos
ahora. Matamos a los traidores.
Agapito trató de zafarse de las
garras de Branne pero su hermano lo
empujó contra la pared una vez más,
agrietando la capa de yeso con el
impacto.
—Un minuto —dijo con voz áspera
Branne—. Un minuto más y todos
estaríamos muertos.
—¿Valoras tanto tu vida? —
preguntó Agapito, arremetiendo con
sus palabras, picado por la arrogancia
de Branne de nombrarse a sí mismo
juez—. Tal vez deberías haber luchado
más.
Branne alzó un puño enguantado,
el brazo tembloroso, pero no dio el
golpe.
—Corax está en esta nave,
hermano. ¿No pensabas en él mientras
llevabas a cabo tu venganza personal
contra los Portadores de la Palabra?
Esta vez Agapito no hizo ningún
intento de controlar su ira. Golpeó el
brazo de Branne apartándolo y le
empujó, a punto de enviarlo a la
cubierta.
—¿Venganza personal? Setenta mil
de nuestros hermanos murieron en
Isstvan V. ¿Crees que es sólo por querer
vengarlos? ¿Y qué decir de las otras
legiones? ¿Los Salamandras y los Manos
de Hierro? Ferrus Manus fue asesinado,
probablemente lord Vulkan también.
¿Y lord Corax? Vi a esos bastardos de
Lorgar y Curze tratar de matarlo
mientras tú estabas en el otro lado de la
galaxia, por lo que no me digas que
puse al primarca en peligro.
Branne se alejó, sacudiendo la
cabeza.
—Desobedeciste las órdenes. Una
orden directa del Primarca. ¿Es en esto
en lo que te has convertido? —la ira en
su voz se había convertido en tristeza—.
No se puede cambiar lo que pasó en
Isstvan. Nuestros hermanos muertos no
te darían las gracias por poner en
peligro la misión en su memoria.
—¿Qué sabes tú? —le espetó
Agapito. Se tocó el lado de su casco con
un dedo—. Tú no tienes los mismos
recuerdos que yo porque tú no estuviste
allí, hermano.
—Un destino que nunca dejas de
mencionar cuando se presenta la
oportunidad —dijo Branne con un
suspiro. Miró al sello gris que apenas se
podía ver contra el negro de la
hombrera izquierda de Agapito—. El
honor de la campaña en Isstvan que tus
Garras llevan es una señal de respeto
por los caídos, no una insignia de
vergüenza. Muchos murieron allí. Tú
no lo hiciste. Se agradecido. No tienes
nada que expiar.
—No estoy tratando de expiarme —
dijo Agapito. No podía encontrar las
palabras para expresar la mezcla de
sentimientos que se arremolinaban en
su interior al pensar en la masacre del
Desembarco. Se dio por vencido y se
alejó de su hermano—. No te culpo por
tu ausencia, hermano, pero nunca lo
entenderás.
***
La devastada cara de la navegante se
volvió hacia Corax mientras él ponía
una mano suave en el hombro.
—Constanix —susurró—. Ese es el
sistema que usted busca. Ahora, por
favor, libérame de esta esclavitud.
Adentrarse en su memoria
enciclopédica, Corax recordó que
Constanix II era un mundo forja a
menos de cincuenta años luz de su
posición actual. Su lealtad en la guerra
civil que se había sumido el Imperio era
desconocida, pero el hecho de que los
Portadores de la Palabra habían estado
allí, o se dirigieran hacia allí no
presagiaba nada bueno en absoluto.
—¿Qué propósito tienen allí los
traidores? —preguntó en voz baja.
—No lo sé. Dos veces hemos
viajado al sistema, ya que escapamos de
Calth y no nos atrevimos a entrar en la
Tormenta de Perdición.
—¿Tormenta de Perdición? —Corax
no había escuchado el término antes.
—El tumulto de la disformidad —
jadeó la navegante—. Es un artefacto de
los seguidores de Lorgar. Ellos me lo
hicieron, me infectaron con…
Convirtieron mi mente en un recipiente
para uno de sus aliados guías
inhumanos.
—Lord Corax, la nave es segura —
anunció Soukhounou. El comandante
se había quitado el yelmo y un brillo de
sudor perlaba la piel oscura bajo las
luces ámbar de las pantallas del reactor.
Se pasó una mano por el corto, rizado
pelo negro, con evidente alivio. Su
sonrisa torcía las pálidas cicatrices
grabadas en su rostro, tatuajes tribales
que le marcaban como un ex alabado
seguidor de la Liga del Sahel en Terra
—. Contención de plasma estabilizado.
Los comandantes Branne y Agapito
vienen al strategium para informar.
Corax asintió, pero no respondió,
volviendo su atención a la Navigator
roto.
—Esa cosa que colocaron dentro de
ti, ¿está todavía ahí?
—Huyó. —La navegante se
estremeció y se quedó sin aliento, los
cables y tuberías que atravesaban su
carne traquetearon y se balancearon
mientras todo su cuerpo tembló ante la
idea. Aún cegada por su máscara, ella
miró Corax con mandíbula apretada—.
Sé lo que me vas a pedir que haga.
—No es necesario —dijo Corax.
Movió su mano para que la punta de
una de sus garras estuviese a milímetros
de su garganta, justo debajo de la
barbilla—. Nuestros propios navegantes
pueden llevarnos a Constanix.
—Los poderes a los que ruegan los
Portadores de la Palabra vigilan el
sistema. Os bloquearán. Ellos conocen
al Kamiel, esta nave. Puedo llevaros a
través de sus defensas disformes. —
Tomó una respiración larga y desigual
—. Aguantaré un poco más para ver las
obras de mis verdugos destruidas, la
malicia de su abuso debe ser frustrada
por vuestros esfuerzos. El Emperador
no esperaría nada menos.
—Tendré a mis Apotecarios
atendiéndote lo mejor que puedan.
—Las heridas de mi cuerpo son las
lesiones menos graves que he sufrido.
No pueden hacer nada por las agonías
acumuladas sobre mi alma. Sólo la
muerte va a limpiar la mancha. —La
navegante se enderezó aún más,
dejando entrever el porte y la elegancia
que debió haber poseído una vez antes
de ser degradada por las atenciones de
los traidores—. Soy Sagitha Alons
Neortallin, y serviré al señor de la
Guardia del Cuervo como mi último
acto.
Corax retiró su garra de un rayo y se
puso de pie. Dando un paso atrás,
inclinó la cabeza en reconocimiento del
sacrificio de Sagitha.
—Con tal espíritu y valor como el
tuyo, Horus será derrotado. Serás
honrada.
El sonido de las botas en la cubierta
anterior llamó la atención de Corax y se
volvió para ver a Branne y Agapito en la
barandilla del balcón. Señaló a
Soukhounou que lo acompañase
mientras se abría camino hasta la
escalera. La Guardia del Cuervo, que
montaba guardia en el portal de la
strategium no necesita ninguna
instrucción para irse en silencio dejando
a sus comandantes libres para hablar.
—Los Portadores de la Palabra
tienen algún vínculo con el mundo
forja de Constanix II —dijo Corax a los
otros—. Por el momento sólo podemos
adivinar que nuevas pesadillas inventan
allí.
—Un dilema —dijo Soukhounou.
Miró a Branne y Agapito, cuyo silencio
traicionaba las nuevas tensiones entre
ellos—. La flota está lista para atacar a
los traidores en Euesa, pero no será una
campaña rápida. Cualquiera que sea el
plan de Portadores de la Palabra en
Constanix puede llegar a buen término
mientras nosotros combatimos a los
discípulos de Fulgrim.
—El comandante Aloni y los
Therions nos esperan para reforzar su
asalto a Euesa, no podemos dejarlos sin
apoyo —replicó Branne—. Todo tipo de
problemas podría esperarnos en este
mundo forja y retrasar
considerablemente nuestra llegada.
—La mayor victoria obvia es el
Euesa —dijo Corax—, porque si
limpiamos ese mundo de la influencia
traidora, toda la Extensión Vandreggan
probablemente seguirá siendo leal al
Emperador. Pero no me gustan las
maquinaciones de los Portadores de la
Palabra. Constanix es estratégicamente
insignificante, un mundo forja de
menor importancia en el esquema del
Imperio. Si el mundo hubiera sido más
prominente su propósito sería más
claro, pero el control del Constanix
haría poco por ayudar a los esfuerzos de
guerra de Horus. No me gustan los
misterios.
—Cualquier misión que signifique
más traidores muertos es una misión
que vale la pena —dijo Agapito—. Lord
Corax, no necesitamos todas nuestras
fuerzas en Euesa. Déjame llevar a
algunos de mis garras contra los
Portadores de la Palabra en Constanix y
sus planes serán detenidos con certeza.
—Nuestra Legión es demasiado
pequeña —sostuvo Branne, sacudiendo
la cabeza—. Dividir nuestras fuerzas
ahora nos debilitaría aún más.
—¿Así que tu plan es permitir que
los Portadores de la Palabra den rienda
suelta a su deseo de más destrucción?
—espetó Agapito. Llegó a dominar su
ira y se volvió a Corax, en un tono casi
suplicante—. Señor, hay que combatir a
los traidores en todo momento y el
daño infligido a la causa del Emperador
por los Portadores de la Palabra puede
ser considerable si no se ataja. Propagan
el odio de Terra con tanta seguridad
como en el pasado proclamaron su
lealtad. Constanix no será el último
mundo que traten de corromper si
permitimos que escapen.
—No tengo ninguna intención de
ignorar los Portadores de la Palabra —
respondió el primarca.
—Pero el ataque a Euesa…
La mano levantada de Corax calló la
protesta de Branne.
—Soukhounou, ¿cuál es tu
valoración?
—Perdóneme lord Corax, pero
estoy seguro de que ya ha tomado una
decisión —dijo Soukhounou con un
encogimiento de hombros—. No creo
que mi consejo te convenza de otro
curso.
—¿No tienes una opinión?
—Creo que sigue siendo su
intención que llevemos el castigo a los
rebeldes dondequiera que se
encuentren, señor. Debemos atacar al
enemigo, tanto en Euesa como en
Constanix. O por lo menos, las
actividades de los Portadores de la
Palabra deben ser investigadas y
evaluadas.
—Aunque Agapito puede tener una
motivación diferente para desear la
persecución de los Portadores de la
Palabra, apruebo su estrategia —dijo el
primarca. Se alejó de sus comandantes y
miró a través de la strategium. Llegaron
junto a él, permaneciendo en silencio
por sus órdenes—. El enemigo en Euesa
ha sido bien identificado y localizado.
Branne, Soukhounou, sois más que
capaces de dirigir la campaña con
Aloni. Tengo plena confianza en que va
a ganar otra victoria para la Legión.
—¿No va a venir con nosotros? —
Branne estaba sorprendido por el
pronunciamiento.
—Mi presencia será más útil con
Agapito en Constanix. Tomaremos sólo
trescientos guerreros. A juzgar por los
restos de los Portadores de la Palabra
que se quedaron en la nave, no
debemos esperar un contingente mayor
esperándonos.
—¿Y si Constanix ha caído ante
nuestros enemigos? —dijo Soukhounou
—. Puede ser un mundo forja menor,
pero todavía tendrá muchos miles de
soldados Mechanicum y máquinas de
guerra.
—Si la oposición resulta
insuperable, haremos lo que siempre
hacemos.
—Atacar, retirarse y atacar de
nuevo —corearon los comandantes
después de una breve pausa.
—Así es —les dijo Corax con una
sonrisa. Hizo una pausa y recuperó lo
que sabía del mundo forja de las
profundidades de su mente—. Voy a
tomar esta nave, redotarla de nuestras
propias naves para garantizar nuestra
llegada no es detectada. Agapito,
destaca doscientos legionarios para que
nos acompañe. Soukhounou, voy a
necesitar un centenar más de tus
equipos de vehículos auxiliares,
armados como tropas de asalto.
Constanix está dominado por océanos
ácidos, con pocas masas de tierra
importantes. Hay ocho ciudades
principales que se mantienen en las
capas altas de la atmósfera por
tecnologías antigravitatorias, por lo que
tendremos que pensar aéreamente.
Necesito guerreros equipados con
retrorreactores, además de una gama
completa de Thunderhawks,
Shadowhawks, Stormbirds, cañoneras
Fire Raptor y las naves de asalto más
pequeñas de las que flota pueda
prescindir e instaladas en las bahías de
lanzamiento. Y un equipo de la
armería. Los motores de disformidad
del Kamiel y otros sistemas importantes
necesitan ser reparados rápidamente si
nuestra llegada ha de ser oportuna. Si
somos capaces de derrotar a los
Portadores de la Palabra con esta
fuerza, todo estará bien. Si no… Bueno,
la Legión tendrá su próximo objetivo.
Los comandantes asintieron y
estuvieron de acuerdo. Con un gesto,
Corax les envió a sus deberes, pero
llamó a uno llegar a la puerta principal.
—Y Agapito, hay al menos siete días
de camino a Constanix. Tú y yo
tendremos mucho tiempo para hablar
de tus acciones de hoy.
El comandante de los Garras
pareció hundirse dentro de su
armadura.
—Sí, lord Corax —respondió
Agapito.
DOS

El Shadowhawk se deslizó en silencio


sobre la noche, su casco negro casi
invisible contra las densas nubes que
tapaban la luz de las lunas y las
estrellas. Paletas de amortiguación
térmica sobresalían astutamente del
dosel negro aceitoso, haciendo parecer
a la nave de desembarco un enorme
escarabajo espinoso con las alas
extendidas. A sólo unas decenas de
metros por debajo de la espuma
salpicaban los mares ácidos de
Constanix, iluminados por la
bioluminiscencia de bacterias indígenas.
A lo lejos, a varios kilómetros de senda
de planeo del Shadowhawk, las luces de
navegación de los barcos multicasco de
arrastre brillaban con luces
estroboscópicas; destellos rojos y verdes
casi perdidos en el diluvio de lluvia que
repiqueteaba en el casco de la nave de
desembarco. Luminosas estelas batían
detrás de los barcos que surcaban de un
lado a otro, sus quillas reforzadas
dragando miles de toneladas de rica
materia orgánica para los procesadores
del Mechanicum y biolaboratorios.
Dos kilómetros más adelante,
flotando a medio kilómetro por encima
del océano, la ciudad-barcaza de Atlas
flotaba a través de la lluvia, dejando un
rastro rojizo a su paso del humo y el
vapor de sus hornos y fundiciones. Un
resplandor rojo de decenas de fábricas y
fundiciones iluminaban el corazón de
sus diecisiete kilómetros de ancho de
edificios. Grúas y plumas con lámparas
de color ámbar dispuestas a lo largo de
su longitud se extendía desde los
muelles que Atlas tenía como anillo
exterior, sus resplandores anaranjados
poco más de pinchazos en la oscuridad.
Entre la luz de los muelles y el aura
de fuego del centro de la ciudad había
una penumbra de niebla y oscuridad.
Fue hacia allí donde se deslizó la
Shadowhawk, sólo la brisa susurrante de
sus puntas de las alas traicionaban su
presencia. El piloto guió la nave en una
empinada subida que se convirtió en
una inmersión rápida, sin pasar por los
muelles brillantes y buscando el refugio
de las calles envueltas en sombras de la
ciudad.
El suave zumbido de los motores
antigravedad subió hasta el sigiloso
Lander mientras este se lanzó hacia un
descampado cubierto de montones de
escoria y los esqueletos de máquinas
antiguas con cicatrices por el ácido. La
niebla se arremolinó en grandes
cantidades al aterrizar, con el
Shadowhawk enclavado
cuidadosamente entre una gran pila de
piezas de motores desechados y una
pendiente de escombros degradados.
Envuelta en oscuridad, la rampa
trasera de la nave de desembarco se
abrió sin dificultad. No había luz su
interior y las figuras vestidas de negro
que surgieron apenas emitieron un
sonido. Huellas mórficas en sus botas
camuflaron sus pisadas mientras diez
legionarios Guardia del Cuervo se
desplegaron en un perímetro alrededor
de su nave. Corax les siguió saliendo a
través de la abertura, su armadura del
color de plumas de cuervo, ocultaba su
cara de piel blanca detrás de una capa
de camuflaje negro. En su juventud
había escondido su cuerpo con el hollín
de los hornos de Lycaeus, en estos días
un compuesto más sofisticado que
había desarrollado con el Mechanicum
de Kiavahr le servía mucho mejor.
Dijo algunas palabras, apenas
oyéndose las sílabas. Incluso si había
algún observador casual lo
suficientemente cerca para escuchar, no
habría tenido ningún sentido lo que
hubiese oído. La voz del primarca era
una combinación de viento, susurros y
suspiros delicados, casi indistinguible
del lamento de la brisa a través del
páramo, el tallado argot de la Legión,
con comandos básicos que podrían ser
emitidos en total secreto.
Separándose en pares, la Guardia
del Cuervo se dispersó a lo lejos
mientras Corax se dirigía hacia los
edificios cercanos. El páramo, tal vez de
diez hectáreas de ancho, estaba
rodeado por tres lados por altos
habitáculos. Aunque altos y reforzados
con columnas de plastiacero, los
edificios se parecían a los hábitats de
trabajo de Kiavahr, pero las vallas de
alambre de púas en la cima y ventanas
enrejadas le recordó a varios de los
complejos-prisiones de Lycaeus y el
recuerdo se agitó inquieto en el
primarca. Una luz amarilla débil
brillaba de un puñado de ventanas
hendidas en los pisos superiores, pero
había escogido la parte más oscura de la
noche para hacer su inserción —entre la
medianoche y el amanecer, cuando los
equipos de trabajo estarían
profundamente dormidos por el
agotamiento— y podía oír la ausencia
de actividad.
El cuarto borde del descampado
acababa en un patio de ferrocemento
contiguo a la cáscara vacía de una
fábrica en expansión. El lugar parecía
haber sido despojado de todo lo útil
salvo las paredes del edificio en sí. Fue
fácil concluir que Constanix había sido
aislado, incapaz de recibir las materias
primas necesarias para sus fábricas
debido a la Tormenta de Perdición y
otros efectos de la guerra civil que se
extendía por toda la galaxia. Los
gobernantes del Mechanicum se habían
visto abocados a canibalizar sus propios
recursos, para un fin que Corax aún no
sabía. Estaba decidido a averiguarlo.
Después de dar una orden a sus
guerreros para proteger la zona de
aterrizaje y usar fuerza no letal contra
cualquier intruso, si es posible, el
Primarca partió en solitario hacia la
fábrica vacía. Más allá de las paredes de
losas grises que podía ver el templo
principal de la ciudad del sacerdocio
Mechanicum remontándose desde el
corazón de la ciudad, una estructura de
trescientos metros de altura. Torretas
secundarias y bastiones rompían sus
líneas curvas y vías de acceso y los
motores de elevación llenaban aún más
sus niveles escalonados. En la cumbre
se quemaba una llama blanca rodeada
de pequeños incendios, chimeneas
masivas que parecían braseros
ceremoniales de esta distancia.
Fuera del páramo, Corax se dirigió
directamente a través del
manufactorum abandonado. El viento
avanzaba despacio través de las
ventanas vacías y entrepisos medio
derrumbados. La oscuridad no era
obstáculo para el primarca y se deslizó a
través de espacios desolados que alguna
vez habían sido las cadenas de montaje.
Incluso las puertas de las oficinas de los
capataces habían sido tomadas, creando
un vasto interior cavernoso.
Ferrocemento agrietado separaba las
distintas vertientes de trabajo, aquí y
allá, cubiertos con manchas de líquenes
y plantas raquíticas.
Corax se dio cuenta de que la lluvia
que había caído en la Shadowhawk al
romper la capa de nubes no caía en la
ciudad como lo hizo los mares.
Mirando hacia las nubes bajas, sólo
podía ver la falta de definición leve del
escudo protector climático de Atlas.
Probablemente no era la única defensa
energía que poseían las barcazas
ciudades. Aun así, el aire estaba
cargado de humedad, el sabor acre del
aire contaminado con químicos de una
refinería de hielo.
El complejo se extendía cerca de un
kilómetro, una distancia rápidamente
cubierta por las largas zancadas del
primarca. Al salir del otro lado de los
edificios, descubrió un amplio camino
que marcaba el perímetro interior de la
fábrica. Sus baches y anchas ronchas en
la superficie mostraban la falta de
mantenimiento extendida más allá de la
manufactorum. No había luces de la
calle, pero unas pocas luces se
deslizaban desde las ventanas de las
viviendas circundantes, que se elevaban
a ambos lados como las paredes de un
barranco.
Esta tranquilidad era diferente a
cualquier mundo forja que había visto
nunca. Normalmente el Mechanicum
mantenía sus líneas de producción día y
de noche, turno tras turno de
Tecnosacerdotes, trabajadoras y
trabajadores por la gloria de su Dios-
Máquina. Atlas era casi silencioso;
muerto de hambre del mineral y otros
materiales que necesitaba, el único
sonido de fondo era el zumbido
eléctrico de los generadores que
alimentan los habitáculos trabajadores.
El Primarca estaba allí para reunir
información de inteligencia, pero por
un momento no sabía acerca de dónde
encontrar la información que desea. La
entrada furtiva del Shadowhawk había
impedido cualquier tipo de análisis de
corto alcance que pudiera haber sido
recogido por la red de sensores locales,
por lo que su primera prioridad era
establecer la ordenación general y la
disposición estratégica de la ciudad.
Igualmente importante era la necesidad
de saber si la élite gobernante del
Mechanicum estaba aliada con los
Portadores de la Palabra, o si el mundo
forja simplemente había sufrido un
ataque de la Kamiel.
La primera sería una simple
cuestión de navegar por la ciudad de un
lado al otro. La mente superior de
Corax podría catalogar todo lo que veía
en detalle, teniendo en cuenta las rutas
laterales, elevaciones, posiciones de tiro,
puntos de estrangulamiento y todo lo
que necesitaba saber. La segunda era
una propuesta mucho más difícil y
requeriría observación o la interacción
con algunos de los locales de primera
mano cuidadosamente. Por tanto, el
tiempo era limitado. No sabía cuándo
comenzaría el turno de trabajo por la
mañana, pero sería en pocas horas.
Corax dio un paso hacia la carretera
y luego se detuvo. Alguien lo estaba
observando.
Echó un vistazo a los bloques
crecientes a su alrededor y vio una
silueta en una de las ventanas
iluminadas. Era una mujer, pero estaba
de espaldas. Ella sostenía un niño
inquieto, dándole palmaditas suaves en
la espalda mientras él miraba hacia
abajo con los ojos abiertos al guerrero
gigante.
No estoy aquí, pensó Corax,
aprovechando la fuerza interior que
tenía que empañar su presencia en la
percepción de los demás. Del mismo
modo que había funcionado con los
guardias de la prisión y los traidores, su
habilidad innata pasó a los
pensamientos conscientes del niño, que
negó con la cabeza, confundido y luego
apoyó su mejilla sobre el hombro de su
madres, contenido.
Aunque poderosa, su capacidad no
era ilimitada. Sería mejor buscar una
ruta menos observable en la ciudad.
Todavía envuelto en su aura byhis de
distracción, Corax activó sus alas de
retrorreactores. Las plumas de metal se
extendieron con un zumbido suave.
Dio dos pasos y saltó en el aire, con sus
alas elevándole hacia la niebla que
cubría los tejados de las viviendas.
Tras posarse en la cima plana del
más cercano, Corax echó a correr con
los ojos explorando a izquierda y
derecha para captar el trazado de la
ciudad mientras corría a lo largo de la
pared en el borde del techo. Otro límite
lo llevó al otro lado de la carretera,
deslizándose silenciosamente a través
de la oscuridad como un murciélago.
Vagaba de un edifico a otro,
cruzando los bloques de trabajo
compactos mientras se abría camino
hacia el corazón del Atlas. Entre los
barrios bajos notó una mancha de luz
entre los vapores que envolvían la
ciudad. Con las alas artificiales dirigió
su camino hacia la iluminación,
pasando por entre los bloques
habitacionales para establecerse en una
pasarela metálica con vistas a la escena.
Bajo él había un templo
Mechanicum pequeño, mucho menor
que el zigurat principal. Tenía forma de
pirámide truncada, tres plantas de
altura, con la luz amarilla que
desbordaba sus ventanas arqueadas
proyectando sombras del signo del
cráneo-cog del Dios-Máquina en la
bruma. Vigas como columnas de hierro
corrían por las paredes, convirtiéndose
en un andamiaje abovedado por
encima de la cima del templo. Aquí el
latón e iconos plateados colgaban de
pesadas cadenas, brillando a la luz de
forja fuego arrojada desde claraboyas
en el techo, medio ocultas en el
remolino de contaminación de doce
chimeneas cortas.
El murmullo de las voces,
silenciadas por gruesos muros, llegó a
oídos del primarca y desde su atalaya
vio figuras encapuchadas moviéndose
más allá de las ventanas del piso
superior. Salió de su percha y atravesó
la niebla, apuntando al metal arqueado
por encima de uno de los grandes
ventanales. Agarrándose al metal
desnudo, enrolló sus alas y se acercó
más.
El piso era una sola cámara, en cuyo
corazón había un horno quemando, sus
puertas de persiana abiertas de par en
par para derramar luz y calor a los
tecnosacerdotes reunidos. Corax contó
cinco de pie en un grupo, a su derecha,
en tanto que servidores pala en mano
caminaban laboriosamente ida y vuelta
de una rampa de combustible a la
izquierda, alimentando los fuegos
sagrados del Omnissiah con cubitos de
combustible pálidos.
Corax buscó medios de entrada y
salida, analizando la situación de
manera táctica. El motor y la caja de un
elevador estaban cerca de la ventana y
una escalera de caracol en el lado
opuesto de la cámara llevaría hasta el
techo del templo y hacia abajo a los
niveles inferiores. Los cinco
tecnosacerdotes estaban cerca uno del
otro, un grupo de objetivos, y con el
carro de transporte que ya están en este
piso sólo los servidores del horno
ofrecían alguna amenaza potencial
adicional pero parecían monotarea,
incapaces de llevar a cabo cualquier otra
acción.
Las paredes rojizas de la sala del
templo estaban adornadas con
incrustaciones de metales preciosos
labrados con signos alquímicos y
fórmulas, ecuaciones extensas aparecían
como textos sagrados. Centrándose en
el horno, el suelo de baldosas estaba
incrustado con una piedra de obsidiana
parecida en forma a un gran engranaje,
con diamantes modelados como
calaveras incrustadas en el material
negro en cada uno de los doce dientes.
Gran parte de la sala estaba llena
por un desorden de instrumentos de
metal antiguos en estantes y altares.
Astrolabios y cuadrantes se colocaban
en paños de terciopelo, junto a
torquetums y complejos planetarios.
Teodolitos grabados permanecían
frente a los estantes llenos de
alambiques y espectrógrafos,
barómetros, microscopios,
magnetógrafos y osciloscopios, pinzas y
nano-acopladores. Algunos eran
claramente las réplicas de tecnologías
más antiguas, otros parecían estar listos
para usarse. No parecía haber ningún
patrón en la colección, un
conglomerado al azar de objetos de
ninguna utilidad para el trabajo de los
tecnosacerdotes, pero mantuvo en este
museo en el temor como artífices del
Dios-Máquina.
Las capuchas de los sacerdotes
Mechanicum envolvían sus rostros en la
sombra, pero los cristales no eran tan
espesos como para evitar que sus
palabras llegasen al primarca. Sus voces
bajas hacían vibrar la superficie de la
ventana lo suficiente para que sus
agudos oídos recogieran cada palabra,
ahora que estaba cerca.
—Esta última solicitud de nuestros
recursos no puede ser ignorada —dijo
uno de los tecnosacerdotes. Un brazo
cibernético acabado en garra sobresalía
de la manga izquierda, brillando por la
luz del horno—. Vangellin dejó en claro
que si no liquidamos el Tercer Distrito
nos quitaría y condenaría a la
servidumbre.
—¿Realmente volvería a los Skitarii
contra los suyos? —preguntó otro.
Corax identificó al dueño, un hombre
alto, fornido, con lentes parecidas al
zafiro brillando a la sombra de la
capucha.
—Más que a los Skitarii… si los
rumores de Iaeptus… son ciertos —dijo
un tercero. Su respiración era trabajosa,
la parte delantera de su túnica abierta
alrededor de una máquina de bombeo
zumbante puesta en su torso. Cada vez
que hablaba, los pistones en el pulmón
artificial caían—. Las palabras pueden
venir… de Vangellin, pero sabemos…
que los comandos vienen de…
Archimagos Delvere. Cuenta con el
apoyo de… los Cognoscenti… así que
debemos obedecer.
—Delvere habla las palabras de
otro. —Esa cuarta voz era artificial,
recortada y metálica—. El portador de
la Palabra Nathrakin comparte la culpa.
No se puede confiar en él.
—La confianza es irrelevante —dijo
el segundo tecnosacerdote—. La fuerza
gana a todos los argumentos.
—Los Cognoscenti no han
decretado eso —dijo el quinto miembro
del grupo. Era bajo, no más de un
metro y medio de altura, con la espalda
doblada y encorvada más por una
expansión de tubos curvados desde su
columna vertebral a botes alrededor de
su cintura—. Los Skitarii son leales pero
no seguirán ciegamente órdenes de
actuar en contra de sus amos.
—Es una locura pensar la resistencia
armada —dijo el primer tecnosacerdote
—. ¿Qué perdemos cumpliendo? Los
Portadores de la Palabra traen garantías
de Marte. Delvere sigue la voluntad del
fabricador General.
—Esas garantías… puede ser
fácilmente… falsificadas. El Portador de
la Palabra busca… es desafiar al
Omnissiah. Sus creaciones son…
detestables. No podemos apoyar esto de
buen… grado.
—No es propio de ti, Firax, ser tan
desdeñoso ante la innovación —dijo la
primera voz—. El señor Nathrakin ha
abierto nuestra investigación a áreas
que creíamos imposible. ¿Son estas
nuevas creaciones más repugnantes de
lo que hacemos con los campos Geller y
motores de disformidad?
—Azor Nathrakin es un mentiroso
—dijo la voz metálica—. El
conocimiento puro no reside en la
alternativa, sino en la realidad que
habitamos. Ha corrompido el
pensamiento de Archimagos Delvere.
—No voy a ser parte de esta
rebelión —dijo el primer
tecnosacerdote, dándose la vuelta.
—Lacrymenthis… no te precipites
—gritó Firax mientras el tecnosacerdote
recalcitrante se dirigió hacia la jaula
elevadora.
—Una rebelión contra los rebeldes
—dijo el pequeño—. Sin duda, una
contradicción. Una paradoja.
El primarca captó la mirada en los
ojos del sacerdote disidente cuando
abrió las puertas de la jaula. Vio
convicción y desafío en esa mirada y
supo al instante que tenía la intención
de traicionar a sus compañeros. Había
visto esa mirada en los ojos de los otros
traidores.
Actuó al instante, estrellándose a
través de la ventana en el templo,
rompiendo el cristal que conducía a la
habitación. Antes de que los
tecnosacerdotes reaccionaran estaba al
lado del adepto disidente. El primarca
golpeó la mano, calibrando su fuerza
para que el golpe sólo dejara al hombre
semimecánico en el suelo en lugar de
pulverizar su cuerpo.
—¡No os alarméis! —ladró Corax a
los demás, reprimiendo con la
autoridad en su voz su instinto de
gritar. Continuó antes de que el susto
de su aparición se desvaneciera—. Soy
Corax de la Guardia del Cuervo,
primarca del Emperador. Buscamos un
final similar a la presencia de los
Portadores de la Palabra aquí.
Los servidores continuaron su
perseverante monotarea mientras
primarca y tecnosacerdotes se miraban
unos a otros, inmóviles. En ese
momento Corax calculó su siguiente
ataque si los sacerdotes del
Mechanicum se oponían: media docena
de pasos y cuatro pasadas de sus
cuchillas relámpago dejaría a todos sin
cabeza en dos segundos.
—El libertador… de Kiavahr —
jadeó Firax, levantando su mano
retorcida en un gesto de paz—. En
Constanix… nada menos.
—¿Está muerto? —preguntó el
sacerdote con ojos de zafiro, haciendo
un gesto hacia la forma supina de
Lacrymenthis.
—Todavía no —respondió Corax,
enderezándose—. Él sabe más de lo que
usted le ha dicho.
—Consulta —dijo el tecnosacerdote
de voz artificial. ¿Qué trae al señor de
Deliverance a nuestro planeta?
—Mi entrada atraerá la atención de
los demás —dijo Corax, haciendo caso
omiso de la pregunta mientras miraba
por la ventana rota y luego al elevador.
¿Es un lugar seguro?
—No hay… otro —dijo el
tecnosacerdote sibilante—. Sólo
nosotros cinco aquí… y sirvientes
descerebrados. Soy Firax, Magos…
Biologis del Tercer… Distrito. Nuestra
heredad ha… caído en desgracia y…
nuestros adeptos se fueron.
—Loriark —dijo el tecnosacerdote
con voz metálica—. Cybernetics. Magos
Senioris de este templo.
—Yo soy el Magos Logisticae, Salva
Kanar —dijo el jorobado al primarca,
tirando hacia atrás la capucha para
revelar un verrugoso y marcado rostro
deforme. Este señaló al tecnosacerdote
caído—. Ese es Lacrymenthis, nuestros
Cogitatoris Regular. Siempre pensé que
era lacayo de Delvere. Nunca me gustó.
Corax centró su atención en el
adepto con lentes como zafiros, que
parecía estar obsesionado con el
tecnosacerdote inconsciente. El adepto
notó el silencio y miró a Corax.
Persianas parpadearon rápidamente
sobre sus oculares azules con sorpresa.
—Bassili, Primus Cogenitor de los
Biologis —dijo bruscamente. Volvió su
vista al derribado tecnosacerdote,
sacudiendo la cabeza con asombro, su
voz un susurro reverente—.
Lacrymenthis fue aumentado con
destreza, aunque usted lo derribó con
tanta facilidad como un bebé.
—Soy un Primarca —respondió
Corax simplemente—. No es más que
un hombre. ¿Comandas alguna fuerza
relevante?
—Algunos comandantes Skitarii
todavía pueden responder ante mí —
dijo Loriark.
—Más podrían escuchar… la
palabra de un… primarca —añadió
Firax—. Tú eres la esencia… del
Omnissiah hecho realidad. Tal vez…
incluso Delvere… prestase atención a
tus palabras mientras nuestras…
protestas caen en oídos… sordos.
—Si vuestro Archimagos recibe
órdenes de los Portadores de la Palabra,
no tengo palabras para él —dijo Corax,
levantando una garra rayo—. Sólo los
hechos.
—Entonces, ¿qué necesidad tiene
usted de nuestros guerreros, cuando la
Legión de la Guardia del Cuervo espera
tus órdenes? —preguntó Loriark.
La pregunta sorprendió a Corax, lo
que le causó un momento de pausa.
Vio expectativa en los rostros de las
tecnosacerdotes, en aquellos cuyos
rostros eran capaces de moverse.
Loriark de era simplemente una
máscara de acero, con una parrilla
respiradora y agujeros para los ojos
detrás de la cual orbes ennegrecidos
consideraban al Primarca sin emoción.
—Tengo suficientes legionarios
conmigo para la tarea —dijo Corax—.
El resto de mi legión seguirá la guerra
contra Horus en otros mundos.
¿Y cómo se propone llevar a
Delvere la justicia imperial? —preguntó
Loriark, con palabras implacable, y
aunque el tono monótono irritaba a
Corax la verdad de la cuestión le
molestaba más—. ¿Su flota aniquilará
Iaeptus desde órbita?
—No —respondió con vehemencia
Corax. Que no tuviera flota era
irrelevante—. No voy a condenar a
miles de inocentes a la muerte a la
ligera. Nuestra lucha es con el
Archimagos y los Portadores de la
Palabra, no la gente de Constanix. Esta
brutalidad es el arma de los enemigos,
no la Guardia del Cuervo.
—Usted no mostró tanta
misericordia con los hombres y mujeres
de Kiavahr —dijo el Kanar jorobado.
—Un mal necesario, para evitar aún
más bajas —respondió Corax en voz
baja, moviendo la cabeza—. La
amenaza de una mayor destrucción
puso fin a la guerra. No creo que
Delvere y este comandante Portador se
vieran influidos por tales medidas.
—¿Podría tal vez usted volar a
Iaeptus esta noche y asaltar el gran
templo solo? —sugirió Loriark. Su voz
artificial hacía imposible juzgar si estaba
siendo sarcástico.
—Podría considerar la posibilidad
—respondió el primarca—. Quizás sería
mejor obtener el control del Atlas en
primer lugar, todo en igualdad de
condiciones. Con el poder de una
barcaza-ciudad controlado podemos
enfrentarnos a Delvere sobre una base
más firme.
Un silencio siguió mientras el
primarca y sus potenciales aliados lo
consideraban entre ellos. Corax se
preguntó si podía confiar en estos
hombres a medias. Partiendo de su
experiencia con el Mechanicum que
había venido a Kiavahr, sabía que sus
motivos y agenda eran diferentes de los
de pura carne y sangre. Como un grupo
que parecía estar alineado con los
Archimagos, pero individualmente
Corax no tenía medida de ellos o de su
confianza.
Ahora que se había revelado a sí
mismo, sólo dos cursos se presentaban:
hacer una alianza con los sacerdotes de
este distrito o matarlos ahora. Niro
Therman, una de las madres adoptivas
de Corax en Lycaeus, había hablado al
joven primarca largamente sobre la
santidad de la vida. Corax se resistía a
matar con sus manos, pero había
mucho más en juego que la vida de
cinco tecnosacerdotes.
Kanar parecía haber llegado a la
misma conclusión, el pensamiento del
cerebro aumentado casi era tan rápido
como el del primarca.
—Sólo podemos ofrecer nuestras
garantías de causa común —dijeron los
magos, sus caras retorciéndose en una
mueca fruncida—. Aparte de nuestra
vida no hay fianza que le podamos
darte por nuestro buen
comportamiento.
—No tenemos nada que perder —
añadió Loriark—. Lacrymenthis tenía
razón en una cosa: obedecemos al
Archimagos o nos considerará enemigos
que deben ser destruidos. No estamos
solos. Las ciudades de Pallas y Crius se
han trasladado a las corrientes del sur,
lejos de Iaeptus y sus Magokritarchs se
han retirado del consejo de los
Cognoscenti. Debemos presumir que las
otras ciudades están de acuerdo con el
Archimagos.
—¿Cuántas ciudades?
—Cinco, incluida la capital. Por el
momento, Delvere cuenta a Atlas entre
sus amigos. Magokritarch Vangellin es
del Templum Aetherica, al igual que el
Archimagos. Incluso ahora, Atlas viaja
la corriente capital hacia Iaeptus.
Corax absorbió esta información,
comparándola con lo que había oído y
sabía de otras sociedades Mechanicum.
No había dos autoridades mundiales
forja iguales, y la naturaleza específica
de las ciudades independientes de
Constanix habían dado lugar a un
acuerdo confederal que podría ser
explotado. Los Archimagos ostentaban
claramente el centro del poder, pero
sólo por el acuerdo de los Cognoscenti,
que parecían ser las autoridades
supremas de cada una de las barcazas
ciudades. A menos que la influencia de
los Portadores de la Palabra se hubiere
extendido mucho en la estructura del
Mechanicum, poco probable teniendo
en cuenta que su presencia era reciente
y los tecnosacerdotes eran
tradicionalmente conservadores hacia
cualquier interferencia externa, sería
posible recuperar el mundo con el
eliminación de Delvere y los Portadores
de la Palabra.
—Vangellin, vuestro Magokritarch,
¿creéis que podría ser persuadido para
alinearse contra los Archimagos? —
preguntó Corax.
Los tecnosacerdotes se miraron con
expresiones dudosas.
—Con la suficiente influencia…
puede volverse contra Delvere —jadeó
Firax.
—Y el resto de los Cognoscenti,
¿cómo estarían de unidos al respecto?
—preguntó el primarca—. ¿Alguno
sería un sucesor natural del
Archimagos, leal a nuestra causa?
—Esas cuestiones son complicadas
—respondió Loriark—. No es decidido
por la carne, sino sólo a la voluntad del
Dios-Máquina.
Por supuesto que sí, pensó Corax,
esas mentes brillantes entre la
Mechanicum todavía se aferraban a
tecno-teología primitiva y al misticismo.
Los gremios de Kiavahr, pese a todos
sus pecados, nunca habían pretendido
servir a un poder sobrenatural. Que el
emperador se viera obligado a tratar
con tal culto supersticioso era una
prueba de la importancia de Marte para
el Imperio pensó, una importancia que
Corax se veía obligado a reconocer en
ese preciso momento.
—La influencia se aplica a través de
una mezcla de promesas y amenazas —
dijo en voz alta, citando a otro de sus
mentores de prisión—. ¿Qué promesas
hace Delvere que podemos
contrarrestar?
—Sólo uno de nosotros tal vez
pueda responder a esa pregunta —
replicó Kanar, haciendo un gesto hacia
el inconsciente Lacrymenthis.
—¿Puedes despertarlo? —preguntó
Corax.
—Es bastante fácil —dijo Kanar. Los
magos deformes cruzaron la cámara y
se inclinaron sobre su compañero caído.
Kanar alargó la mano a la capa del
hombre, pasando los dedos por detrás
del cuello. Lacrymenthis se contrajo
una vez, lo suficientemente fuerte como
para levantar todo el cuerpo desde el
suelo. Continuó temblando
ligeramente, con los dedos y pies
crispados por instantes. Su garra
metálica rayaba las baldosas, dejando
tres marcas irregulares.
—Reinicio cerebral —dijo Kanar a
modo de explicación—. Se lo instalé yo
mismo.
Lacrymenthis abrió los ojos
inyectados en sangre, ausentes durante
unos segundos mientras miraba al
techo. La vida volvió mientras se
sentaba, con sus generadores
zumbando en algún lugar dentro de su
cuerpo. Corax cambió a una postura de
ataque con una mano llevada a la
espalda, mientras la mirada del
tecnosacerdote se encontraba con la del
primarca.
—Asegúrense de que él no hace
ninguna transmisión —dijo Corax al
resto, su mirada mortal fija en
Lacrymenthis.
—Su señal al circuito de interfaz del
templo ha sido desconectada —dijo
Loriark—. Ninguna alarma será
activada.
—La carne es irrelevante —dijo
Lacrymenthis, centrándose en Corax—.
La amenaza de la tortura física es
intrascendente. Mis receptores del
dolor se han reducido a la mínima
recepción.
—El núcleo neuronal de volcado de
memoria hace innecesaria la coerción
—dijo Kanar—. La función de descarga
del núcleo revelará las interfaces del
receptáculo de memoria. Su
cooperación, ganada o no, es
irrelevante.
—El acceso a la memoria principal
provocará hemorragias en los procesos
orgánicos-protestó Lacrymenthis,
flexionando su mano metal. —Un fallo
catastrófico de personalidad sería
irreversible. Mi lealtad a los deseos del
Archimagos y Magokritarch no debería
traducirse en ser sujeto a la terminación
total de la subjetividad. Traté de actuar
en beneficio del Tercer Distrito.
Y al hacerlo… actuaste en contra de
la… orden terminate… de
cumplimiento establecida por… tu
Magos director Superior —dijo Firax.
Hizo un gesto con la mano hacia Corax
—. Las perspectivas de… continuidad el
tercer distrito… preeminencia y
prosperidad… han sido alteradas.
—Yo soy capaz de alterar mi
percepción de la situación también —
afirmó Lacrymenthis—. Parece
perjudicial para la causa del templo
desafiar la voluntad de la fuerza
superior, pero la presencia del Primarca
ajusta considerablemente los
parámetros.
—Por desgracia para ti —dijo Kanar
—. La lógica dictaría que el interés
mayor del Tercer Distrito pasaría por tu
promoción a Magos Superior, no
volverás a cruzar propósitos con Delvere
una vez más. Para demostrar la lealtad
debes probar que ulteriores alteraciones
de lealtad son inviables.
—Preferiría que no lo mataran, si se
pudiera evitar —dijo Corax,
entendiendo un poco la denuncia de
Lacrymenthis. Cuando los
tecnosacerdotes habían tomado su
decisión de romper con sus compañeros
habían preferido el cumplimiento de las
demandas del Archimagos en lugar de
ser reemplazados por otras personas
que simplemente harían los deseos de
Delvere de todos modos. Corax quería
castigar la ignorancia con excesiva
severidad.
El primarca no era ajeno a
compromiso moral. Durante los
levantamientos en Lycaeus había
necesitado todo hombre y mujer
disponible para sus luchadores por la
libertad, y no todos los presos en la
Luna eran presos políticos. Algunos
habían sido asesinos justamente
condenados, violadores, ladrones y
miserables de la peor calaña. El
derrocamiento del régimen corrupto
significaba reducciones de pena —y la
justicia para las víctimas— a estos
sinvergüenzas, pero tal era la necesidad.
A su vez, una vez que los tecno-cultos
fueron derrocados a los supervivientes
se les concedió el perdón por sus
acciones durante la guerra, como Corax
se había visto obligado a prometerles.
Para los agentes de la Mechanicum,
la lucha entre las fuerzas de Horus y el
Emperador podría parecer una
situación moralmente ambivalente.
Horus había hecho en ganarse al
fabricador general de Marte para su
causa antes de que su traición
conociera, pero ahora no podría
garantizar si cualquier mundo forja
individual era un potencial aliado o un
enemigo de la Guardia del Cuervo.
—La asimilación total de
personalidad con el templo aseguraría
que no hay malversación o falsificación
—anunció Loriark. Hizo un gesto a
Kanar y Bassili para agarrar a
Lacrymenthis—. La precisión es
fundamental.
Lacrymenthis no hizo protestó, los
hombros caídos dentro de su pesada
túnica, resignados a su suerte.
—Su núcleo de datos renunciará a
sus secretos en las próximas horas,
primarca —dijo Kanar—. Si nos
apresuramos en el proceso nos
arriesgamos a corromper datos.
—Dudas de la fuerza de nuestra
dedicación a la alianza, pero ¿cómo
vamos a saber lo que se propone para el
futuro de nuestro mundo? —dijo
Loriark, volviendo su atención a Corax
—. Antes de sacrificar a uno de los
nuestros, ¿nos puede asegurar que no
vamos a sufrir el mismo destino que
Kiavahr?
La discusión había llegado a un
callejón sin salida, con ambos lados
unidos de común necesidad pero aún
incapaces de demostrar el compromiso
necesario para lograr sus planes. Corax
no le gustaba usar sus dones dados por
el emperador para coaccionar su
voluntad —tales medidas dejaban
raramente secuelas— pero se irguió en
toda su estatura, su cabeza casi
raspando el techo del templo y permitió
que la grandeza de su esencia de
primarca se mostrara. Su carne pálida
ardía bajo el camuflaje ennegrecido,
revelando una cara de fantasmal
blanco, con los ojos de Corax
convertidos en orbes de completa
oscuridad. Él levantó sus garras; una
orden mental envió frondas azules de
crepitante energía a lo largo de su
longitud.
—Si lo deseara podría mataros a
todos ahora y marcharme. Me iría sin
que mis enemigos se enterasen, para
volver con mi legión a arrasar el planeta
y erradicar cualquier amenaza que
presenta. Ningún mundo está más allá
de la jurisdicción del emperador y sus
agentes. Siete legiones fueron enviadas
a destruirme a Isstvan, pero sobreviví.
No piensen ni por un momento que
este mundo tiene el poder para
destruirme. Cualquiera que se mueva
en contra de la XIX Legión lo veré
muerto por mi propia mano, tan seguro
como que el hierro se oxida y la carne
falla. Vuestra necesidad es mayor que la
mía, no despreciéis la oportunidad de
mi presencia.
El efecto sobre los tecnosacerdotes
no se hizo esperar. Aturdidos por la
magnificencia y la ferocidad de la
criatura ante ellos retrocedieron,
inclinando las cabezas ante la autoridad
del Primarca.
Corax permitió que su presencia se
desvaneciera, retrayendo de nuevo su
natural majestad ofhis detrás de las
paredes de la disciplina y humildad. La
fachada se había construido durante los
años escondiéndose entre los presos de
Lycaeus, sintiendo como un retorno a la
normalidad en lugar de enjaular su
fuerza. Siempre había sido su
preferencia para inspirar a sus
seguidores con obras y palabras en lugar
de la fuerza de la sumisión por la
coerción. Sus ojos se apagaron mientras
miraba a los magos acobardados.
—Tal es la amenaza —dijo en voz
baja. Tendió una mano, ofreciendo
tranquilidad y amistad—. La promesa
es liberar Constanix de la tiranía de
Delvere y los Portadores de la Palabra.
No os equivoquéis, una alianza con los
de su clase condena a vuestro planeta a
la esclavitud o la destrucción. Elegid
bien.
TRES

Tres Whispercutter pulcras rozaron el


cielo de Atlas, sus tripulaciones de diez
hombres invisibles en los últimos
minutos de oscuridad. Los
Whispercutters eran poco más que
motores antigravedad con alas, en los
que la Guardia del Cuervo se aferraba a
sus lados expuestos a los elementos, ya
que se elevaba por encima de los
tejados de las refinerías y de los
habitáculos de los trabajadores.
Lanzados a gran altura por debajo de la
panza de un Stormbird, las sondas eran
casi indetectables.
—Viraje pronunciado a babor —
advirtió Stanz, cambiando su peso.
Agapito se agarró al asidero más
fuerte mientras el piloto aprovechó la
cúpula para orientarse justo en frente
del comandante llevó al Whispercutter
en una curva cerrada, en dirección al
centro de la ciudad. Las otras dos naves
se separaron de la formación hacia sus
destinos, asignados durante la sesión
informativa de Agapito antes de que
hubieran abandonado el Kamiel.
Bajo ellos, Atlas era un torbellino.
Los faros de una columna Skitarii
avanzaba a lo largo de una avenida
principal hacia el Tercer Distrito, donde
tres incendios ardían; incendios en
ruinas vacías elegidas por Corax para
llamar la atención a la población sin
ponerla en peligro innecesariamente.
Aquí y allí, no muy lejos de las llamas,
el golpeteo de los disparos de los
conventillos y manufactoría hacían eco.
Lenguas de fuego destellaban en varios
tejados, apuntando a una de las
estructuras abandonadas.
Sobre el terreno, los escuadrones de
soldados pasaron de calle en calle,
callejón a callejón, edificio a edificio. La
mayoría eran hombres normales,
criados bajo la égida del Mechanicum,
dedicados al culto del Dios-Máquina,
pero no aumentados. Sus jefes de
escuadra y los oficiales si lo estaban,
algunos con cibernética y augmentos,
algunos a través de la terapia genética y
la mejora biológica dependiendo del
templo y magos a los que prestaron
juramento.
A la vanguardia de la búsqueda de
los esquivos atacantes de la ciudad
había un pequeño grupo de
pretorianos. Estos eran los guerreros
favorecidos del Mechanicum, algunos
con cuerpos deportivos casi
completamente artificiales. Cada uno
era único, ya sea liso y rápido o
voluminosos y armados hasta los
dientes, llevando espadas de energía
crepitante o lanzacohetes múltiples.
Dirigidos por tecnosacerdotes menores
en la jerarquía de Atlas, los pretorianos
eran tanto dedicatorias al Dios-
Máquina como combatientes de carne y
sangre.
Mirando hacia abajo, Agapito se
alegró de que Atlas y de hecho toda
Constanix en su conjunto por lo que la
inteligencia decía, no tenía herakli. Las
bestias monstruosas, fuertemente
armadas de que habían ayudado en la
lucha contra los rebeldes por los tecno-
gremios durante la última insurrección
en Kiavahr hubieran sido un reto difícil
de enfrentar. Aun así, el enemigo tenía
tanques, caminantes blindados y
transportes en abundancia, pese a que
varias compañías de infantería eran
leales a los magos aliados a lord Corax.
Eran sobre todo estas fuerzas
desgajadas las que actualmente se
llevaban la peor parte de la represalia
del Magokritarch Vangellin contra el
Tercer Distrito.
Los trabajadores se habían visto
obligados a abandonar sus hogares en
las horas antes de cada turno, llenando
las calles con multitudes aturdidas y
fatigadas que dificultaron los
movimientos de ambos bandos. Para su
crédito, los Skitarii de Vangellin eran
tan reacios como los de Loriark y sus
compañeros para poner en peligro a los
no combatientes en la barcaza ciudad.
—¿Cuál es el primer axioma de la
Victoria? —preguntó el teniente Caderil
Agapito, que estaba preparado por el
lado de la Whispercutter detrás del
comandante. Veterano terrano, Caderil
habría sido comandante de compañía
ya si la Legión no hubiese sido
devastada en la Masacre del
Desembarco. Le respondieron por el
vox, ya que a esta altura el viento les
hubiera hecho gritar por sus
comunicadores externos.
—Estar donde el enemigo no quiera
que estemos —respondió Caderil.
Agapito volvió su atención a otro de
la guardia de honor que había escogido
para la misión.
—Harne, ¿cuál es el primer axioma
del sigilo?
—Estar no donde el enemigo cree
que estas —fue la aguda respuesta del
legionario.
—Entonces, ¿qué podemos hacer
para obtener la victoria con sigilo? —
continuó el comandante.
—Atacar al enemigo donde no nos
espera, mientras fingimos nuestra
presencia en otra parte —dijo Caderil.
Señaló hacia el centro de la ciudad
flotante—. El templo principal es
nuestro objetivo, pero está muy bien
defendido ante un asalto directo.
Tenemos que sacar a las fuerzas
enemigas, dejando el templo vulnerable
al contraataque.
—Al igual que en la Fortaleza
Perfecto —dijo Harne.
—Y Copatia y Rigus III, y muchos
otros lugares —dijo Agapito—. No
tenemos los números o potencia de
fuego para un plan de ataque-finta
aquí. Vangellin y sus tecnosacerdotes
no agotará sus defensas a menos que
realmente lo necesiten, por lo que el
ataque es un segundo asalto de
distracción. Tenemos que hacer creer al
enemigo que tenemos una fuerza
mucho mayor de lo que realmente
somos.
—Corax dará el golpe mortal —dijo
Harne con un movimiento de cabeza—.
Lo entiendo.
—Parece que hay algo que no
entiendes, Harne.
—Si los Portadores de la Palabra
están en Iaeptus, ¿por qué estamos
luchando para tomar el control de
Atlas?
—Caderil, ¿cuál es tu análisis? —
Respondió Agapito.
—Una simple misión de
decapitación tiene pocas posibilidades
de éxito sin el elemento sorpresa, y con
las defensas de la capital en contra de
nosotros nos falta el tiempo necesario
para preparar un asalto adecuado. Atlas
es sólo alcanzable gracias a la presencia
de Loriark y sus disidentes. No hay
garantía de que tendríamos ningún
apoyo en Iaeptus. Simplemente no
tenemos los números sin la ayuda de la
Skitarii. Una vez controlemos Atlas,
tendremos una base de operaciones
estable así como la potencia de fuego de
una barcaza ciudad a nuestra
disposición.
—Y cualquier Skitarii que sobreviva
se alineará probablemente con los
ganadores, independientemente de
quién los esté ordenando en este
momento —añadió Shorin desde el otro
lado del estrecho fuselaje del
Whispercutter.
—Una buena evaluación —dijo
Agapito.
—Cuatrocientos metros para el
punto de lanzamiento —advirtió Stanz.
El Whispercutter comenzó a descender
a tierra.
—Aumenta la potencia —ordenó
Agapito. El gemido de retrorreactores
reverberó a lo largo de la longitud de la
nave mientras las turbinas cobraban
vida.
El Whispercutter viró bruscamente
entre dos chimeneas de humo
eructando, descendiendo con el
resplandor de una cadena de montaje
al aire libre. Las cabinas excavadoras
estaban apegadas a sus chasis, línea tras
línea de obreros servidores con sopletes
y mascarillas injertados iluminando el
suelo con chispas blancas y líneas de
goteo de metal al rojo vivo. Como
fantasmas por encima de ellos, la
Guardia del Cuervo pasó inadvertida.
Alineado en la carretera más allá de
la fábrica, el Whispercutter se deslizó
hasta los cincuenta metros de altura. En
las lentes del casco de Agapito una
retícula objetivo brillaba vívida,
centrada en un cruce por delante. Los
medidores de la cuenta atrás pasaban
rápidamente a su lado.
—Lanzamiento —espetó cuando la
cuenta regresiva llegó a cero.
Como uno los Guardia del Cuervo
soltaron los pasamanos y cayeron a
tierra. Stanz había activado el piloto
automático del espíritu-máquina en los
momentos antes de soltarse, dejando al
Whispercutter ascender rápidamente en
la oscuridad y dirigirse al mar antes
lanzarse al mismo.
Los diez Marines Espaciales cayeron
a la carretera, activando sus
retrorreactores a pocos metros del
impacto para frenar su descenso. Aun
así golpearon el suelo con fuerza,
agrietando el ferrocemento bajo sus
botas.
—Caderil, arriba y a la izquierda. —
Agapito daba órdenes sin un momento
de pausa, moviendo a la mitad de ellos
con su segundo al mando hacia una
estación de ferrocarril elevada en la
esquina noreste de la intersección.
Dirigiéndose directamente a la derecha,
el comandante llevó a los otros cuatro
guerreros a la sombra de un gran silo.
Un vistazo momentáneo en su casco a
la cartografía local confirmó que
estaban a poco más de un kilómetro del
templo principal, fuera de su red de
defensa primaria.
—Seguidme —le dijo a la escuadra,
encendiendo su retrorreactor mientras
se dirigía hacia su objetivo.
LA RED ESTRATÉGICA del
Mechanicum era una forma
agradablemente eficiente de conducir la
guerra, concluyó Corax. Emitió otra
serie de órdenes a los lexmecánicos y
logísticos reunidos en torno a él en la
planta baja del templo. Sin dudarlo, los
aumentados cultistas-máquina
tradujeron y difundieron la
información a sus subcomandantes que
luchaban por toda la ciudad.
Neuralmente conectados a los canales
de mando, los jefes de sección actuaron
rápidamente, rompiendo con los
combates en los que era probable que
fuesen abrumados, concentrándose de
nuevo donde el enemigo era más débil.
A diferencia de la capilla en la parte
superior del templo del distrito, la
cámara de mando era puramente
funcional. Comunicaciones y servidores
de control transmitían información a los
lexmecánicos, que analizaban el flujo de
datos para extraer la información
pertinente que luego pasaban a los
logistas, actualizando la pantalla del
despliegue de batalla. Los sistemas que
se usaban más frecuentemente para la
selección de las materias primas,
combustible, mano de obra y la
producción eran igualmente adecuados
para hacer lo mismo con soldados y
máquinas de guerra.
—Su interfaz de estrategia me
recuerda a una de las muchas
simulaciones de combate diseñadas por
mi hermano Guilliman —comentó
Corax a Salva Kanar, que estaba
supervisando a la camarilla de
ayudantes. Al igual que entonces, las
escuadras y los tecnoguardias actuaban
por voluntad de Corax, moviéndose sin
esfuerzo de una posición a otra
mientras el primarca inspeccionaba la
escena representada en un proyector
hololítico tridimensional de Atlas,
centrándose en el Tercer Distrito. Las
actualizaciones de inteligencia eran
rápidas y precisas, mucho más de lo que
era posible con sus aliados de las
cohortes Therion.
—He oído que el Primarca de los
Ultramarines probaba constantemente
sus teorías y estratagemas de guerra
durante la Gran Cruzada en los
artificiales motores metriculator, así
como con verdaderos guerreros —
respondió el magos.
—Incluso la simulación más
sofisticada es bruta en comparación con
la guerra real —comentó el primarca—.
Guilliman trató de aprender todo lo
posible de las experiencias de sus
hermanos cuando por primera vez se
reunió con ellos. Constantemente
estaba molesto con él las, quejándome
de que se centraba demasiado en las
distintas unidades militares, sin tener
en cuenta una posible participación de
civiles. Para él había una línea entre
combatientes y no combatientes que no
veía. Antes de nuestro primer
encuentro con Guilliman, sus tratados
se enfocaban en descartar a las fuerzas
de combate disminuidas por bajas como
incapaces, ya que estaba tan
acostumbrado a esgrimir batallones
enteros y capítulos en lugar puñados de
guerreros. He demostrado el error de
estas creencias en varias ocasiones,
creando una resistencia eficaz con tan
escasos recursos que Roboute lo hubiera
considerado inviable.
—Un suceso del que estar orgulloso,
estoy seguro —dijo Kanar sin tono.
—El grito de «sin retirada» no tiene
sentido a la Guardia del Cuervo —
explicó Corax—. Un alarde orgulloso
más que una doctrina táctica sensata.
No fue hasta nuestro tercer
enfrentamiento que Guilliman se dio
cuenta de esto por sí mismo.
—Superar a uno de los mayores
estrategas del Imperio es una hazaña.
Hemos sido bendecidos por su
presencia.
—No es algo de lo que me
enorgullezca —respondió Corax con
una sonrisa torcida—. A partir del
cuarto combate simulado me tenía
marcado y no lo pude vencer. Él
aprende bien, mi hermano, y tiene
mucha más visión que yo. Mientras
estaba liberando un solo mundo de la
esclavitud, él ya estaba construyendo
un imperio de cientos. He ganado
batallas contra él, pero no una guerra.
Corax se permitió un momento de
reflexión. No había recibido ninguna
palabra de Roboute Guilliman desde
antes de la traición de Isstvan, aunque
había asumido que los Ultramarines
lucharían contra Horus dada la
incuestionable adhesión de su primarca
a las órdenes del Emperador en el
pasado. Ellos habían estado operando
lejos al este galáctico, en torno a su
reino floreciente de Ultramar, lejos de
la carnicería que las fuerzas de Horus
habían forjado durante los siguientes
meses. Aislada por las feroces
tempestades en la disformidad —la
Tormenta de Perdición, como Sagitha la
había llamado—. Ultramar bien podría
haber estado en otra galaxia por
completo.
Sin embargo, la navegante que
había sido encarcelada a bordo de la
Kamiel había sido capaz de
proporcionar más información sobre la
XIII Legión. Los Portadores de la
Palabra habían intentado destruir
Guilliman y sus fuerzas en la zona de
reunión de Calth, y aunque su
emboscada no había logrado borrar a
los Ultramarines como una amenaza,
los guerreros de Guilliman fueron
duramente acosados en los muchos
mundos de su dominio.
Era poco probable que hubiera una
victoria rápida en el este galáctico, y la
determinación de Corax para frenar y
contrarrestar el avance de Horus estaba
siendo vindicado con todos los mundos
arrancados de su mano, cada aliado
potencial endurecido contra las
promesas de los primarcas traidores.
Esto era lo que daba tanto peso a la
lucha aquí en Constanix II. Los recursos
de un solo mundo, incluso un mundo
forja, eran insignificantes en sí mismos
en un Imperio de más de un millón de
planetas, pero cada sistema que caía
ante Horus podría inclinar la balanza a
favor del Señor de la Guerra.
Por desgracia, las fuerzas leales al
Magokritarch Vangellin se beneficiaban
de las mismas instalaciones estratégicas
como Corax, aunque carecían de la
brillantez de un primarca para
orquestarlo todo. Menos de dos
minutos habían pasado antes de que
Corax necesitase hacer ajustes a su plan
de batalla una vez más.
—Sus adeptos han llegado —
anunció la voz metálica de Loriark
desde la puerta detrás de Corax.
—¿Adeptos? —dijo el primarca
mientras se giraba.
Con el magos estaba Stradon Binalt,
el jefe tecnomarine de la pequeña
fuerza de Corax. Su casco estaba
colgando de su cinturón y su expresión
era de frustración.
—Perdóneme lord Corax, pero me
dijeron que los magos habían dado su
aprobación a nuestro trabajo —dijo el
tecnomarine.
—Me aseguraron plena cooperación
—respondió Corax, volviendo la mirada
hacia Loriark—. ¿Hay algún problema,
magos?
—Los métodos de trabajo del
adepto Binalt son muy poco ortodoxos,
Primarca —dijo el tecnosacerdote con
un movimiento de cabeza—. Manipula
mecanismos complejos sin los ritos
apropiados. Aunque hay mucho mérito
de su plan, se corre el riesgo de
desactivar uno de nuestros principales
activos de combate si se ignoran los
procedimientos correctos.
—No tenemos tiempo para
murmullos e incensarios oscilando mi
primarca —protestó Stradon—. Lo
hemos hecho una docena de veces
antes en las naves, sabemos lo que
estamos haciendo.
—Estoy de acuerdo —dijo Corax—.
Magos Loriark, por favor asegúrese de
que mis tecnomarines pueden seguir
sus modificaciones sin interrupción.
Loriark inclinó la cabeza en señal de
conformidad, pero el movimiento de
sus hombros comunicaba su
descontento sin palabras.
Corax se volvió hacia Stradon.
—Todo está bien. Regresad a la
bahía de amarre y aseguraos que el
trabajo se termina a tiempo. Según mis
cálculos, el comandante Agapito hará
su movimiento en un poco menos de
cuatro minutos. Tenéis veinte para estar
en posición.
—Estaremos listos —dijo el
tecnomarine, marchándose con rápidos
pasos.
Había gran recelo en la postura de
Loriark y aunque Corax no tenía
tiempo para las supersticiones de la
Mechanicum, era importante que él no
hiciera nada para alienar
innecesariamente a sus aliados.
—Cuando se gane la batalla en
curso, podrá realizar cuantos ritos y
comprobaciones que considere
necesarios —dijo a los magos.
Apaciguado por esta concesión,
Loriark hizo una reverencia y se fue.
Corax volvió su atención al proyector
hololítico. Las fuerzas de Vangellin
estaban empujando en tercer distrito
desde el este y norte, como había
planeado Corax. Retiró a un par de
unidades para atraerlos más al complejo
principal del templo, ampliando la
brecha que Agapito debía explotar. Al
lado del Primarca, Kanar miraba
pensativamente la pantalla mientras las
runas rojas de sus enemigos se
acercaban a menos de dos kilómetros
del templo.
—Relájate —le dio Corax, calmando
las preocupaciones del tecnosacerdote
con un tono tranquilo—. Sabremos si el
plan ha funcionado en cuestión de
minutos.
—¿Y si ha fallado? —preguntó
Kanar.
—Quedaría mucho tiempo para
poner en marcha otro. —Corax puso
suavemente una mano tranquilizadora
sobre el hombro del magos—. ¿Confías
en mí?
Kanar miró a la cara del primarca y
vio su rostro honesto, a pesar de las
preocupaciones de Corax.
—Sí, señor primarca, sí lo hago.
—Entonces, envía la señal —dijo en
voz baja Corax, comprobando los
cierres de su armadura, listo para partir
—. Abre un camino al templo. Una
invitación que Vangellin no puede
ignorar.
Pasó la orden a Kanar y sus
compañeros de tecnosacerdotes. Si
pensaba que le iban a traicionar,
entonces esta sería la mejor
oportunidad. Pero con una fuerza tan
pequeña a su disposición, el primarca
no tenía otra opción.

***
Una explosión a kilómetros de distancia
iluminó el horizonte del Primer Distrito
en el corazón del Atlas. Agapito sabía
que eran los cánones establecidos por el
equipo de sargento Chamell, destruir
una línea de alimentación de una
refinería al otro lado del complejo
principal del templo. Vio cómo la bola
de fuego ascendía a los cielos sin crecer,
con su servoarmadura funcionando con
el mínimo de energía mientras él y los
dos escuadrones con él se agacharon
sobre el techo de una terminal de
tránsito vacía a medio kilómetro de la
entrada principal.
Apagados, los Guardia del Cuervo
eran estatuas gigantes de negro en la
oscuridad, su armadura operando sólo
los sistemas esenciales. Sin cronómetro
en la pantalla para realizar un
seguimiento del tiempo, Agapito
mentalmente contó la cuenta atrás de la
explosión, dando tiempo a Vangellin de
reaccionar y enviar fuerzas para el
contraataque. Cuarenta y tres segundos
pasaron antes de que una ráfaga de
skimmers anti gravedad ascendieran a
través de las luces del templo y se
dirigieran al sur, hacia el fresco
resplandor. Las sirenas resonaron por
las calles desiertas mientras una
columna de blindados cuadrúpedos de
color rojizo emergieron de las puertas
en apertura, de la clase Syrbotus,
llamados así por Corax, seguidos por
infantería a docenas que salían a la
carrera.
El comandante de la Guardia del
Cuervo esperó pacientemente a que los
diez vehículos giraran en una calle
lateral, alumbrando el camino en la
dirección del ataque de Chamell. La
infantería con armadura roja les seguía
de cerca, con sus rifles láser brillando a
la luz del incendio en la refinería. El
último de la columna casi había salido
por la puerta cuando Agapito ordenó a
los escuadrones moverse. En el borde
de su visión, vio al pelotón del sargento
Korell moviéndose en un curso
convergente desde la izquierda,
mientras el escuadrón de combate de
Caderil se aproximaba desde la
derecha.
Su precisión fue perfecta.
La energía inundo los sistemas de
sus servoarmaduras y el retrorreactor
Agapito llameó mientras saltaba a través
del camino hasta la siguiente azotea,
con sus guerreros moviéndose igual a su
espalda. Su pantalla táctica volvió a la
vida junto a las retículas de orientación
surgiendo dondequiera que mirara.
Tras aterrizar tomó tres pasos rápidos y
saltó una vez más hacia su siguiente
objetivo, una grúa pórtico montada en
la siguiente calle.
Cubrieron los primeros trescientos
metros en quince segundos,
reuniéndose de nuevo encima de las
torres en las esquinas de lo que parecía
un puesto avanzado, vigiladas por los
cañones de la puerta. A su derecha,
fuera de su vista, más detonaciones
sacudieron los edificios cuando las
minas de plasma ocultas por Chamell
eliminaron a las fuerzas de vanguardia.
El superior oído de Agapito y los
escáneres de su casco le permitieron
escuchar los gritos de pánico y las
confusas conversaciones de los
conmocionados Skitarii.
Lideró a los Guardia del Cuervo sin
necesidad de una orden; todos sabían
qué hacer.
Los veinte legionarios cayeron sobre
los escuadrones de retaguardia de la
columna, lanzando granadas de
fragmentación para anunciar su llegada
mientras aterrizaban en la carretera con
los retrorreactores y bólters ardientes.
Agapito cayó de lleno sobre un
soldado con un brazo biónico,
aplastándolo por el peso de su cuerpo
blindado. Arremetió con su espada,
cortando el abdomen de otro. Las
torretas de armas en el perímetro del
templo permanecían en silencio,
imposibles de disparar por sus
protocolos amigo-enemigo
automatizados mientras la Guardia del
Cuervo destrozaba la retaguardia sin
esfuerzo. Agapito podría imaginar
fácilmente a los desesperados
tecnoadeptos dentro de la torres de
defensa tratando frenéticamente de
anular esos protocolos.
Con más de medio centenar de
enemigos muertos en pocos segundos
Agapito ordenó a sus escuadrones
trasladarse, saltando de vuelta a la
muralla de la torre exterior segundos
antes de los cañones de la pared del
templo abrieran fuego, destruyendo
una veintena más de sus propios
combatientes. Evidentemente, alguien
había anulado los protocolos.
Varios caminantes blindados se
habían vuelto ante el ataque a su
columna y fueron levantando sus armas
torreta hacia la posición de Agapito.
—Dividíos por cinco, cuadrantes
tres y cuatro —ordenó, activando su
retrorreactor para lanzarse hacia los
caminantes entrantes.
La Guardia del Cuervo se dividió en
escuadras de combate, en abanico a
ambos lados de la columna, con las
cubiertas de los techos para acortar
distancias mientras la infantería abría
fuego. Proyectiles incendiarios y misiles
de plasma se estrellaron contra los
edificios, rompiendo ferrocemento y
fundiendo plastiacero en salpicaduras
de metal fundido rojizo. Los legionarios
eran demasiado rápidos para seguirlos,
esprintando y saltando hacia los
Syrbotae.
Cada escuadra cayó sobre un
objetivo diferente, bombas de fusión en
mano, sobre las losas del techo de las
máquinas de guerra. Achaparrados
puestos de armas de fuego escupieron
balas mientras las tripulaciones de los
caminantes trataban de llevar su fuego
contra sus atacantes, pero la respuesta
fue demasiado lenta; los legionarios
estuvieron encima de las creaciones
Mechanicum blindados en instantes.
Agapito cayó pesadamente cuando
una de las máquinas de criados a su
encuentro, su casco mostrando señales
de aviso ámbar mientras los
compensadores tensaron las piernas de
su servoarmadura por el impacto.
Gruñendo por el dolor sordo en sus
rodillas estrelló una bomba de fusión en
forma de disco en una escotilla y dio un
paso atrás. Un segundo después la carga
detonaba, perforando a través de la
cúpula para dejar un blanquecino
agujero irregular. El cadáver
carbonizado de un tripulante que había
estado preparando para abrir la
trampilla cayó a un lado cuando
Agapito empujó la pistola de plasma a
través de la brecha y disparó hacia la
cabina del conductor. El Syrbotus se
estremeció como si lo hubiesen herido,
y se detuvo.
Dos granadas de fragmentación
cayeron por el agujero para asegurarse
de que nadie sobrevivía para tomar el
lugar del conductor muerto.
Alrededor del comandante el resto
de la Guardia del Cuervo estaban
volando y rasgando en su camino a la
otra Syrbotae. El fuego láser de la
infantería acompañante rebotaba en sus
servoarmaduras y repiqueteaba contra
los cascos blindados de sus objetivos.
Varios de los legionarios volvieron su
atención a los escoltas, disparando hacia
ellos con ráfagas de bólter que
desgarraron a través de las corazas
blindadas y trajes acolchados de la
infantería no aumentada.
Uno a uno, los Syrbotae restantes
fueron derribados por detonaciones
internas, sus tripulaciones muertas y
partes vitales destruidas. Más lejos
todavía en el camino llegó una nueva
tormenta de fuego, cuyo objetivo no era
la Guardia del Cuervo, sino sus
enemigos. Estableciendo un aluvión de
fuego de plasma y cohetes, los guerreros
de Chamell cubrieron a Agapito y sus
escuadrones mientras se separaban,
dispersándose una vez más a los cuatro
vientos.
Como era de esperar, más fuerzas
brotaron de las puertas del templo
durante los siguientes minutos.
Transportes descapotables llevaban
escuadrones de infantería pretoriana
fuertemente armada, acompañados por
orugas con múltiples torretas que
arrasaron las calles, desatando una
tormenta de proyectiles y fuego de
cañón láser mientras Agapito y los
guerreros de Chamell se retiraron,
desapareciendo en la noche.
Las torres artilladas más arriba en la
enorme pirámide templo lanzaron una
lluvia de bolas de plasma y cargas
incendiarias sobre la ciudad a sus pies,
destrozando edificios mientras los
tecnosacerdotes no ocultaban su rencor,
la falta de consideración ante los daños
que estaban causando en su propia
ciudad. Algunos legionarios fueron
capturados en campo abierto, sus
armaduras destrozadas por las
detonaciones, sus cuerpos chamuscados
por las explosiones de promethium al
rojo vivo, pero el comandante llevó a la
mayor parte de ellos a lugar seguro.
Con tejados y callejones para
protegerse de los vengativos cultistas,
los marines espaciales se retiraron de su
objetivo. Para los defensores de
Mechanicum, parecía como si el asalto
Guardia del Cuervo en las torres de la
puerta hubiese sido frustrado.
Nada podría estar más lejos de la
verdad.

***
Sobre Atlas, Corax dio un rodeó gracias
a su retrorreactor y la ayuda de las
térmicas que surgían de una veintena
de edificios en llamas. Observó la
escena que se desarrollaba abajo con
una mirada calculadora, viendo a los
escuadrones de la Guardia del Cuervo
dispersarse hacia Tercer Distrito
mientras regimientos Skitarii leales a
Loriark y sus compañeros se trasladaron
hacia el este, sosteniendo el peso del
contraataque procedente del Segundo
Distrito.
Parecía un error fatal la retirada,
una apertura que Vangellin
evidentemente vio, enviando una
columna de tanques y guerreros que
avanzaba por una amplia avenida como
una lanza roja dirigida, lejos del templo
rebelde. Un puñado de Guardias del
Cuervo lanzaron bombas de plasma y
misiles disparados desde la cobertura de
puertas rotas y ventanas destrozadas,
obligando a los pretorianos medio
máquina a volver a sus transportes y dar
la ilusión de que el ataque no había
sido abandonado por completo. Los
legionarios se refugiaron en las sombras
antes de que el fuego de respuesta de
las carabinas láser y pistolas de energía
crepitantes les alcanzase, desbaratando
el avance de las fuerzas del
Magokritarch por unos cientos de
metros.
En el otro extremo de la avenida la
nublada noche brillaba rojiza,
iluminada por la ciudad en llamas.
Había una niebla profunda entre la
columna que avanzaba y el templo del
Tercer Distrito, casi indetectable
aunque Corax sabía que estaba allí.
Como si coalesciera desde la capa
de humo que se extendía sobre Atlas, el
Titán Warlord Castor Terminus
desactivó sus escudos reflexivos recién
adaptados y activó sus armas.
El inmenso caminante caminaba a
horcajadas sobre el bulevar como un
coloso de leyenda, su blanca y azul
pálida superficie remarcada en el cielo
nocturno mientras focos de búsqueda
se activaban y las ventanas en la cabina
de su cabeza se iluminaron como
brillantes ojos azules. Constanix no
tenía una Legio Titán propia, pero
varias máquinas de guerra de la Legio
Nivalis, los Gigantes de Hielo, fueron
desplegados entre las ciudades del
planeta. Las modificaciones de los
escudos de vacío del titán con
tecnología reflexiva procedente de
Kiavahr le habían permitido moverse
sin ser visto por los sensores de las
fuerzas de Vangellin, atravesando
cuatro kilómetros de la bahía de amarre
al sur del Tercer Distrito.
El Castor Terminus abrió fuego con
sus cuatro principales sistemas de
armas. Un multicañón láser
desintegrador colgaba del montaje del
hombro derecho, mordiendo a través
de media docena de tanques,
encendiendo motores y depósitos de
municiones con una ráfaga de rayos
blancos. El macro-cañón del brazo
izquierdo golpeó en los inmensos
depósitos, destruyendo a docenas más
de vehículos que arremetían. Del
caparazón almenado del Titán
lanzadores de micro-munición lanzaron
cientos de dardos explosivos guiados al
aire, cuyas detonaciones rodaron por la
calle como un huracán de fuego,
envolviéndolo todo a su paso.
Los tanques y los pretorianos fueron
tomados por sorpresa y apenas un tiro
se desató como respuesta durante
treinta segundos de fuego y furia.
Chatarra y cadáveres cubrieron la
amplia calle, además de detonaciones
secundarias y combustible ardiendo que
iluminó el bulevar, el sonido del metal
quebrarse y balas incendiarias
disparadas desde los edificios contiguos.
Tan pronto como apareció el Castor
Terminus volvió a desaparecer cuando
los escudos reflejos se activaron de
nuevo. Corax echó un último vistazo a
la máquina de guerra inmensa
alejándose hacia el este mientras los
cañones del templo lanzaron proyectiles
hacia su anterior posición. Sin escudos
de vacío, la sorpresa ha sido mayor
defensa del Titán y ahora el prínceps se
retiraba con su misión completada.
—¡Picado! —mandó el Primarca
arrojándose a tierra. No había tiempo
que perder, ya que Vangellin se había
dado cuenta de que su contraataque
fallaba y retiraba sus fuerzas para
proteger el templo.
Detrás del primarca, un helicóptero
de combate Shadowhawk cayó de las
nubes de gases contenidos en el escudo
climático del Atlas, una mancha de
negro contra el cielo oscuro. Cuatro
juegos de monturas triples de bólters
pesados abrieron fuego, sus impactos
rizándose a lo largo de la calle mientras
segaban a través de una avalancha de
infantería que se retiraba a las puertas.
La pasada ametralladora del
Shadowhawk era la última de la larga
serie de fintas, desviando ráfagas de
fuego trazador de las torretas antiaéreas
del templo mientras pasaba de largo y
brillantes focos buscaron en la estela de
la nave de desembarco pero sin
localizarle.
Inadvertido, Corax se dejó caer
hacia los pisos superiores del templo.
Apuntó a un balcón en el nivel más
alto del zigurat, frente a una ventana de
arco alto. El primarca se permitió una
sonrisa triste; a menudo reflexionó que
si hubiera poseído un retrorreactor
durante el levantamiento de
Deliverance, podría haber tomado la
Guarida del Cuervo él mismo y ahorrar
semanas de dura lucha.
Apenas desacelerando, Corax se
estrelló en el templo con los pies por
delante, rompiendo el crystalflex de
centímetros de espesor con sus botas
con garras. La Alfombra de lujo y
piedra del suelo fueron convertidos en
jirones mientras se detenía en el piso
interior.
De pie, delante de una pantalla de
visualización masiva estaba Vangellin el
Magokritarch, reconocible por sus
largas túnicas rojas cosidas con runas
doradas del Mechanicum. Llevaba un
cogitador personal de oficina en una
mano, en la otra una garra ganchuda
que se crispó espasmódicamente
cuando el gobernante de Atlas se volvió
hacia el intruso.
Tres corpulentos sirvientes de
combate caminaron pesadamente hacia
Corax con sus armas rotatorias ganado
velocidad y los engranajes chillando.
Sobrecargando sus garras, el primarca
envió chispeantes arcos de energía a dos
de los brutos mitad máquina. Saltó a la
derecha cuando el tercero abrió fuego,
nadando entre la lluvia de proyectiles
que surgieron de sus cañones gemelos.
Un paso y un salto permitieron a Corax
sobrepasar su enemigo mecánico para
luego clavarle su garra relámpago a
través de su estómago e intestinos
pasando por la columna vertebral,
cortando al servidor por la mitad.
Cuando la sangre y el combustible
fueron arrojados a través de la sala por
Corax este centró su atención en tres
tecnosacerdotes situados en el banco de
consolas a su derecha, justo acabándose
de dar cuenta del intruso en medio de
ellos. No había tiempo para sutilezas,
para medir sus voluntades individuales
sin lesiones; los golpes mortales eran
desafortunados pero necesarios.
Su siguiente ataque tomó la cabeza
de la más cercana, una adepta femenina
alcanzando su pistola del cinturón.
Detrás de ella, el siguiente
tecnosacerdote apretó un puño de
metal articulado. El apéndice biónico
fue enviado volando a través de la
cámara con el barrido de Corax
mientras el siguiente le destrozó el
hombro y se hundió profundamente en
su pecho lleno de tubos. El tercero, de
ojos reemplazados con lentes de color
rubí abrió la boca para gritar una
advertencia momentos antes de que la
garra de Corax se clavase ascendente a
través de la parte inferior de su
mandíbula, sobresaliendo por la parte
superior de su cuero cabelludo con un
spray de líquido azulado.
Corax liberó su arma y se volvió
hacia el Magokritarch. El primarca lo
quería vivo.
Vangellin encaró su bastón hacia
Corax, vomitando rayos de energía
desde la punta. Corax había sido
advertido del arma por sus aliados y
estaba listo, esquivando una descarga
que destrozó diales y medidores detrás
de él. Un salto y una patada le enviaron
ante el Magokritarch, volando a través
de la cámara para chocar contra un
panel de pantallas con una erupción de
chispas cobalto.
Cerniéndose sobre Vangellin,
reflejado en la placa de ébano pulido
que componía casi la mitad de la cara
del magos del Mechanicum, Corax
levantó la garra en preparación de un
nuevo golpe.
—Detén a guerreros de abajo y
ríndete —gruñó.
El ojo que le quedaba a Vangellin
consideró a la torre de terror
demasiando humana del Primarca.
Sangre grasa goteaba de una herida en
la frente del tecnosacerdote, nadando
alrededor de los remaches que corrían
en fila por el centro de la cara.
—Basta —jadeó el señor del Atlas
—. Tienes mi rendición.
CUATRO

La cámara del templo principal de Atlas


se llenó de tecno adeptos atendiendo a
los circuitos de control de daños y
mecanismos que comandaban y
monitoreaban las defensas de la
barcaza-ciudad, la red de energía y una
docena de otros sistemas vitales.
Agapito había escoltado a Loriark y los
otros magos del Tercer Distrito de
Corax unos minutos antes, junto con
un séquito de otros recintos. Estos
fueron rápidamente llevados fuera de
nuevo cuando bombardearon el
primarca con preguntas y demandas.
Ahora sólo Loriark, Firax y Agapito
permanecían, y entre ellos se sentaba el
anterior Magokritarch Vangellin,
encorvado en una silla con la mano
natural en sobre su abollado pectoral de
metal. Fulminó con la mirada a Corax.
—Su victoria durará poco tiempo. —
Expuesto por su túnica rasgada, su piel
pálida estaba cubierta con manchas de
espesa sangre seca—. ¿Crees que accedí
libremente a las exigencias de Delvere?
Él empuña un poder más grande que el
de un primarca incluso.
—¿El poder del Omnissiah? —dijo
Agapito, de pie al lado de su señor—.
¿Su Dios-Máquina lo salvará de la
venganza?
—El poder de la disformidad. —Lo
poco que se podía ver de los labios
agrietados de Vangellin se retorcieron
en una mueca de desprecio—. La
disformidad desatada.
—¿Lo has visto por ti mismo? —
ralló Loriark. ¿Qué clase de creaciones
forja el Archimagos en Iaeptus?
—¿Qué has aprendido de los
almacenes de memoria de tu
compañero? —preguntó Corax,
ignorando la postura del Magokritarch
—. ¿Sabía lo que está planeando
Delvere?
—Nada más allá de lo que
podríamos haber imaginado —
respondió Loriark con un movimiento
de cabeza—. Delvere es un gran
estudioso de la mecánica y el arte de la
disformidad y con la ayuda del
portador de la Palabra, Nathrakin,
están creando nuevos motores que
aprovechasen su poder.
—No sólo aprovecharlo, sino
llevarlo a la vida, ¡darle una divina
forma mecánica! —espetó Vangellin—.
La disformidad es infinita sí, eso es lo
que él ha conseguido. La síntesis de los
material e inmaterial. La simbiosis entre
lo físico y lo incorpóreo. Incluso me
amenazó con su poder, me mostró las
alturas de la grandeza a la que
Constanix ahora puede aspirar.
Rivalizaremos con Anvillus,
Gryphonne, tal vez incluso con Marte
misma cuando nuestro poder sea
revelado.
—¿Más poderosos… que el
sagrado… planeta rojo? —incluso con
sus trabajosas palabras, la incredulidad
de Firax era distinguible—. Si te crees…
tales mentiras entonces… eres idiota. Es
nuestro derecho resistirnos a sus…
delirios.
Corax se apartó de los demás y se
detuvo ante los restos destrozados de la
ventana. El amanecer se estaba
extendiendo por Atlas, ahora
extrañamente tranquilo a la luz rosada.
Vangellin había sido fiel a su palabra de
rendición, entregando formalmente el
poder a Loriark a cambio de su vida. La
lucha había durado sólo unos pocos
minutos más mientras había corrido la
voz de que se restablecía el orden,
merced a la velocidad de la red de
comandos que tanto servía para
restaurar la paz como para romperla.
Loriark había enviado una breve
declaración a los distritos exteriores
declarando que Vangellin había sido
acusado de tecno-herejías y se
enfrentaría a juicio por sus compañeros
magos en su momento. Liberados de las
amenazas de Vangellin los otros
templos del distrito habían sido rápidos
en reconocer la declaración de Loriark,
apoyado como estaba por más Guardias
del Cuervo llegados desde la órbita
durante la madrugada.
Los escuadrones de soldados y
máquinas de combate se habían
retirado, para ser reemplazados por
equipos de trabajadores y equipo de
reparación. Grúas y elevadores
graníticos, equipos de trabajo cyber-
reticulares y una miríada de otros
hombres y máquinas estaban limpiando
los escombros, apuntalando de edificios
dañados y sofocando las llamas que
dejaron sólo tres horas de combate a
corta distancia.
—Si los estudios de Delvere sobre la
disformidad son tan avanzados, ¿cómo
podría un legionario de los Portadores
de la Palabra ayudarle? —preguntó
Agapito. Corax miró por encima del
hombro para ver al comandante de pie
sobre Vangellin, sus brazos cruzados
sobre el pecho—. ¿Qué podría saber
Nathrakin de la disformidad que el
Archimagos no?
—El tipo equivocado de
conocimiento dijo Corax antes de que
Vangellin pudiera contestar. —¿Te
acuerdas de los Portadores de la
Palabra en Cruciax? O de esas pobres
criaturas en la Kamiel. ¿Las bestias
horribles que cayeron sobre nosotros en
Isstvan V?
La mueca de Agapito mostró
claramente que se acordaba de los
guerreros mutantes que habían seguido
a Lorgar durante la masacre del
Desembarco. Corax sabía que había
habido susurros y rumores desde
entonces sobre misteriosos poderes en
juego.
Había estado demasiado centrado
en la reconstrucción de la Legión y
contraatacando a Horus para acallar el
parloteo, pero ahora era el momento de
dar a conocer ciertas verdades. Las
verdades que habían sido reveladas a él
directamente por el Emperador, las
verdades que hasta ahora se insinuaban
en los recovecos de su mente, donde
todavía perduraban las últimas
memorias que el Emperador había
pasado a Corax, como sombras en el
fondo de un barranco.
Confiaba en Agapito, y lo había
hecho desde que habían permanecido
juntos por primera vez hace muchos
decenios. Pese a su cabezonería de los
últimos tiempos, tenía que conocer la
naturaleza de los enemigos a los que se
enfrentan ahora, toda la Guardia del
Cuervo lo merecía después de haber
sufrido mucho a manos de ellos.
—Hay criaturas que viven dentro de
la disformidad —dijo Corax. Agapito
hizo un gesto de comprensión y estaba
a punto de responder, pero el primarca
lo interrumpió—. Cosas que no sólo
están en la disformidad, sino que
vienen DE la disformidad. Las criaturas
que pueden consumir una nave si sus
campos Geller fallan. Las criaturas que
los navegantes llaman «depredadores
del empíreo» y el Emperador demonios.
Agapito murmuró con disgusto
mientras una risa cruel surgía de
Vangellin. Los otros tecnosacerdotes
escuchaban con interés, aparentemente
lejos de preocuparse.
—Sí, demonios —dijo Corax—.
Seres no de carne, pero del material de
la disformidad sí.
—Pero ¿qué tiene eso que ver con
los Portadores de la Palabra? —
preguntó Agapito.
—Vi ese poder en ellos, y yo lo vi
escrito en los ojos de Lorgar cuando me
enfrenté a él. Hay otro nombre para la
disformidad, que el emperador sabía y
ahora lo recuerdo. Caos.
Hubo un destello de
reconocimiento en los ojos de Agapito
al oír la palabra que había sido
susurrada entre las filas, pero nunca
hablada directamente. Corax continuó.
—Los Demonios del Caos no
pueden existir en nuestro mundo sin
un conducto. Ellos están hechos de la
realidad disforme y como sanguijuelas
extraen su poder de la misma. Los
Portadores de la Palabra contra los que
hemos luchado, los guerreros retorcidos
a los que nos enfrentamos, se
convirtieron en tales conductos.
Renunciaron a una parte de su carne,
parte de sus mentes, de modo que estas
criaturas pudieran residir en ellos.
Agapito volvió su rostro hacia
Vangellin y lo agarró por el cuello y lo
arrastró de la silla.
—¿Delvere y Nathrakin están
infectando a la gente de Iaeptus con
esta maldición demoníaca? —gruñó—.
¿Usted sabía de esto y se alió con ellos?
—Nada tan crudo —susurró
Vangellin—. La carne es temporal, no
permanente. La máquina… la máquina
es inmortal, apropiada para las huestes
de los Grandes Poderes.
—Déjalo irse —dijo en voz baja
Corax. Agapito obedeció sin hacer
ningún comentario, dejando caer al
Magokritarch depuesto en su asiento. El
primarca miró a Loriark y Firax—. ¿Es
posible? ¿Podría el Caos manifestarse
en una creación de hilos y circuitos,
adamantium y plastiacero?
—Si es posible, Delvere encontrará
una manera —dijo Loriark—. En el
nivel más pequeño, la carne no es más
que un mecanismo también, compuesto
de impulsos eléctricos e intercambios de
información. La vida no es más que una
máquina biológica.
Corax respiró hondo y apretó los
labios. Había pensado que tal vez los
Portadores de la Palabra habían llegado
desesperados a Constanix, en busca de
reparaciones o armas y armaduras
frescas. La realidad era mucho más
grave, e hizo al primarca aún más
contento de haber seguido su instinto
para venir al mundo forja. Constanix II
no había sido elegido por Nathrakin
porque era rico en recursos, sino por la
razón opuesta. Era intrascendente,
fuera de la vista y de la mente. ¿Qué
mejor lugar para llevar a cabo
experimentos de la naturaleza que se
estaba discutiendo?
—Cualquier avance hecho por
nuestros enemigos debe ser detenidos
—dijo a los otros—. No sólo hay que
destruir las máquinas que han creado,
el conocimiento para su creación no
puede dejar este mundo.
—¿Y los Portadores de la Palabra?
—Agapito hizo la pregunta de forma
casual, pero Corax podía sentir la ira
oculta bajo la calma del comandante.
—Ellos serán tratados en su
momento —respondió el Primarca con
cuidado—. La misión es librar
Constanix de su influencia corruptora.
Frustrar sus planes será suficiente
castigo. No es el momento de la
venganza. La victoria es venganza.
Agapito no respondió, y era
evidente que las palabras del primarca
no eran de su agrado.
—Hay mucho más en juego que la
simple venganza contra los traidores
que trataron de exterminarnos —dijo
solemnemente Corax, tratando de
hacer entender a Agapito—. Fue este
tipo de errores de juicio, el deseo de
poner la necesidad personal y la
ganancia por encima de deber y servicio
lo que ha llevado a tantos tras el Señor
de la Guerra en su traición. Es la
ambición de los débiles lo que los
demonios del Caos buscan explotar.
Incluso en este caso, sus tentaciones
han atraído a los Archimagos por un
camino corrupto, torciendo la búsqueda
del conocimiento en algo mucho más
oscuro.
No estaba claro si el comandante
comprendió plenamente la amenaza
que la alianza de Horus había desatado,
pero asintió de acuerdo y dio un paso
hacia la puerta.
—Tengo que ver a la organización
de los Garras que llegan de la Kamiel —
dijo Agapito—. ¿Si me disculpa, señor
primarca?
—Un momento más, comandante.
Loriark, ¿cuándo cree usted que
Delvere conocerá lo que ha sucedido
aquí?
—Un breve examen de los registros
de transmisión muestran que la
comunicación con la capital fue escasa
durante la batalla —respondió el magos
—. Delvere sabe que ha habido un
levantamiento y deducirá de la falta de
contacto que ha triunfado. No hay nada
que indique que conozca su presencia.
—Bien —dijo Corax, mirando de
nuevo a Agapito—. Asegúrate de que
todos los sistemas de armas de Atlas
está en funcionamiento. Coordínate
con los magos y comandantes Skitarii
para crear compañías de asalto. Revisaré
los preparativos en dos horas.
—¿Compañías de Asalto? —jadeó
Firax—. Seguramente debemos… velar
por la defensa de… Atlas primero. La
probabilidad más alta… es que la
respuesta de Delvere… será un
contraataque.
—No vamos a darle la oportunidad.
Tenemos la iniciativa y la
mantendremos. Magokritarch Loriark,
establece Atlas en un curso de la
capital. Vamos a atacar Iaeptus lo antes
posible.

***
Casi perdidas en la omnipresente nube
baja de Constanix, estelas de vapor
atravesaron el cielo del mediodía. Corax
los vio acercarse desde el Observatorio
de la cima del templo principal de
Atlas, mirando hacia el cielo con
Loriark a su lado. Destellos de motores
se levantaron de la barcaza ciudad para
interceptar la nave que se acercaba
desde Iaeptus. Desde este punto de
vista también podía ver el mar gris
espumado extenderse sin interrupción
hasta el horizonte, acompañado de una
niebla baja que subía de las aguas
ácidas.
Repulsores antigravíticos y unidades
de plasma masivas mantenían la ciudad
en lo alto, y aunque los escudos
mantenían a Atlas protegida de las
tormentas de ácido que en ocasiones
surgían en su camino no hacía nada
para evitar el frío aire a quinientos
metros sobre el nivel del mar. Para
Corax el frío no tenía importancia, pero
él era muy consciente de las molestias
que causaba a la población no
aumentada de la ciudad. Ellos hacían la
mayor parte del trabajo duro en las
fábricas de municiones, fabricando
proyectiles y paquetes de energía para
los Skitarii y sus máquinas de guerra.
Corax había hecho todo lo posible para
que la gente de Atlas se sintiese tan
parte de este esfuerzo como sus
guerreros y los soldados del
Mechanicum; los turnos de
trabajadores de la fábrica tenían mucho
que perder en la batalla que se avecina
y ya habían sufrido bajas en la lucha
por la posesión de Atlas.
—¿Estás seguro de que es sensato
dejar que se acerquen tanto? —
preguntó el tecnosacerdote.
—Es esencial —respondió Corax.
Vio cómo los dos escuadrones
convergían sobre la nave de
reconocimiento de la división de capital
mientras los seis interceptores Lightning
Primaris rompieron en dos para
elevarse por encima de ellos—. Quiero
que Delvere vea Atlas y piense que se
enfrenta sólo a las fuerzas Mechanicum.
La presencia de mi Guardia del Cuervo
está mejor escondida detrás de la
inteligencia falsa. ¿Sus pilotos han sido
informados correctamente?
—Permitirán que una de las naves
espía enemiga evada la destrucción y
vuelva a Iaeptus, como comentamos.
—Entonces tengo que hacer lo que
el resto de mis tropas y hacerme
invisible.
Corax se dirigió por la amplia
escalera al nivel superior del templo,
con Loriark a sus talones. En el centro
de control los adeptos de la barcaza-
ciudad controlaban los grupos de
escáneres, intentando determinar la
ubicación actual del capital. Habían
tardado casi tres días para cubrir más de
mil doscientos kilómetros, pero ahora el
primarca sentía que su objetivo estaba,
en términos relativos, a la mano. La
nave de reconocimiento sobre sus
cabezas tenía un rango de cientos de
kilómetros, pero parecía poco probable
que Delvere hubiera retrocedido en la
cara de la barcaza-ciudad que se
aproximaba. En todo caso, los
tecnosacerdotes predecían que Iaeptus
estaría muy probablemente en un curso
de interceptación para aplastar a Atlas.
Moviéndose a toda velocidad las dos
ciudades era probable que venga a la
vista el uno del otro tiempo en las
próximas diez horas.
Era lamentable que la Kamiel
debiera permanecer oculta a los
considerables sensores de Iaeptus y sus
cañones de defensa cuando un escáner
orbital habría situado Iaeptus con
facilidad. Como estaban las cosas, el
crucero de ataque capturado se había
visto obligado a irse al espacio profundo
después de despachar su carga de
legionarios y naves relámpago, para
evitar ser detectado por las estaciones
orbitales del Mechanicum y las naves
patrulla. Esos mismos activos orbitales
estaban sin duda fijos en el actual
rumbo de Atlas y Delvere sabría
exactamente donde estaban sus
enemigos. Y era por esta razón que
Corax había permitido el vuelo de
reconocimiento, y con ese el enemigo
podría aprender algo más de lo que ya
conocían, y la oportunidad de engañar
al enemigo tenía que ser ocultada,
girando en torno a la desventaja.
Si Corax no podía estar en un lugar
distinto del que su enemigo creía que
estaba, un buen compromiso consistía
en fingir menos fuerza hasta el último
momento. Tal como lo había previsto
en la doctrina de combate de la Legión,
si el total ocultamiento era imposible, la
ocultación parcial seguía siendo
preferible a ninguno.
El jorobado Salva Kanar se acercó a
Corax y al Magokritarch con un gesto
deferente de la cabeza.
—El análisis de las emisiones de
radio ha detectado una confluencia de
señales a aproximadamente trescientos
kilómetros de distancia en demarcación
cero ochenta. El avión espía arriba en
un drone y estamos tratando de rastrear
el origen de sus señales de control. Esto
nos permitirá triangularla con nuestras
otras lecturas.
—Prepare las baterías antiaéreas
para disparar —dijo Corax, señalando a
Loriark a los servidores y adeptos
manejando los cogitadores de las armas
—. Nuestra nave de desembarco está
oculta lo mejor posible, pero no
dejemos al enemigo la oportunidad de
tener demasiado tiempo.
Loriark obedeció sin hacer ningún
comentario, parecía haber aceptado la
autoridad de Corax con bastante
facilidad, pero el primarca sabía que era
por necesidad más que cualquier lealtad
más profunda. Corax
inconscientemente comprobó que los
cinco legionarios Guardia del Cuervo
estacionados en la cámara de mando
estaban alerta, y se alegró de ver a los
guerreros con armadura negro
prestando mucha atención a todo lo
que pasaba. Si se les diera la
oportunidad, Loriark bien podría
decidir sacrificar la Guardia del Cuervo,
en un intento de negociar la paz con
Delvere. El primarca no estaba
dispuesto a permitir al Magokritarch esa
oportunidad.
Un distinguible zumbido acompañó
a ligeras vibraciones en el templo
cuando se abrieron los canales de
energía y los sistemas de armas del
Atlas se activaron. Era probable que
sólo Corax diese cuenta del cambio,
registrando no sólo el minúsculo
temblor, sino también la sutil alteración
en el campo electromagnético que
forraba la barcaza-ciudad. Cualquier
objetivo más allá de un kilómetro
estaba más allá del escudo de energía y
apuntar a los aviones de
reconocimiento eran necesarias
calibraciones muy cuidadosas entre las
baterías de cañones y la frecuencia
interna del campo.
—Listos para disparar, señor
primarca —le informó Loriark.
—Abrid fuego —respondió Corax
con un movimiento de cabeza.
El campo de energía balbuceó
durante unos microsegundos, tiempo
suficiente para que los láser de las
torretas antiaéreas lanzasen una salva
de disparos hacia la nave enemiga
sobrevolando.
—No hay impactos —informó uno
de los adeptos.
—Nave enemiga retirándose del
espacio aéreo inmediato —confirmó
otro desde los bancos de sensores.
—Los líderes de vuelo Lightning
solicitan autorización para la
persecución —anunció un tercer
adepto.
—Autorizados durante veinte
kilómetros, ni uno más —ordenó Corax
—. Despejad el espacio aéreo de Atlas y
luego volved a mantener la cobertura
aérea.
—Sí, señor primarca.
Corax observaba pacientemente
mientras runas brillantes se deslizaban a
través de las pantallas, mientras que los
interceptores estratégicos perseguían a
la nave de reconocimiento hacia el
sureste. Se fijó que la dirección de la
huida de la misma se ajustaba a la
anomalía de radio detectada antes, por
lo que Iaeptus estaba casi directamente
en el camino de Atlas.
—Magokritarch, convocaremos un
consejo pre-batalla en una hora. Todas
las fuerzas en máxima alerta. Nuestro
enemigo está cerca. Envía el mensaje a
todas las estaciones, escuadrones y jefes
de compañía de hacer los preparativos
necesarios.
Tras recibir el gesto afirmativo de
Loriark, Corax salió del nivel de mando
y caminó por las escaleras centrales del
templo, ya que era demasiado indigno
para él agacharse dentro de las jaulas
elevadoras que transportaban a los
pequeñas tecnosacerdotes desde las
plantas a ras del suelo.
—Agapito —dijo por encima del vox
— Nos vemos puerta de la entrada
principal del templo. Tengo planes que
necesitamos discutir.
—Sí, lord Corax —fue la respuesta
del comandante—. Estoy supervisando
el montaje de la primera columna de
asalto. Estaré en el templo en siete
minutos, con su permiso.
—Muy bien. Asiste a las
preocupaciones inmediatas primero,
comandante. Yo vendré a vosotros.
Corax ignoró las miradas de la
multitud de tecnosacerdotes mientras
se abría camino hasta el nivel del suelo.
El primarca estaba alerta en todo
momento, consciente de que cualquiera
de los Mechanicum cultistas podría
haber sido influido a la causa de
Delvere. No temía un ataque, ni
siquiera en conjunto estos hombres-
máquina eran un reto para él, pero si
ver alguna señal de traición. Si Delvere
y sus aliados iban a recibir aviso de que
se enfrentaban a un Primarca, toda la
estrategia de Corax se pondría en
peligro.
Medir de las emociones de los
tecnosacerdotes no era tan fácil como
con los hombres normales. Muchos
tenían sus rostros ocultos tras máscaras,
o sus características fueron muy
modificadas con la biónica y
augmentos. Algunos eran incapaces de
expresar emociones en absoluto, su
conciencia estaba transferida a
Cogitadores inorgánicos que los hacían
criaturas de pura lógica. Eran estos
metriculatii los que más preocupaban a
Corax. El miedo a las represalias
mantendría a la mayoría de las
tecnosacerdotes en el saco, pero si las
circunstancias cambiaban lo suficiente
para que el curso de acción lógico fuese
volver la Guardia del Cuervo contra
aquellos entre el culto en Atlas lo
harían en un nanosegundo. Era la
intención del Primarca para asegurar
que su curso de acción resultaría
beneficioso lo que eliminaría la
posibilidad de la traición.
Fue con esos pensamientos y su
expresión reservada con la que Corax
salió del edificio del templo principal
hacia el complejo. Al levantar la vista,
vio las estelas de vapor de la pelea de
perros se disipándose rápidamente en
los fuertes vientos.
—Te he enseñado lo que querías
ver —susurró para sí mismo—. Ahora
ven a buscarnos.
***
El traqueteo de las remachadoras, el
quejido de la ceramita y el silbido de los
soldadores de chispa sonaba con fuerza
en todo el hangar como si de una
fábrica de armas del Cuarto Distrito se
tratase. Supervisados por tecnoadeptos
vestidos de rojo, cuadrillas de
trabajadores se movían a través de tres
líneas de tanques de oruga, armas de
asalto y transporte de personal,
colocando placas de blindaje adicional
en la parte delantera de los vehículos.
Agapito caminó entre las líneas de
vehículos blindados y behemoths con
torretas, echando un ojo sobre el
trabajo que se realizaba.
Todo se estaba desarrollando de
manera oportuna y ordenada. Los
equipos de trabajo trabajaban con
determinación y en silencio mientras los
capitanes de tripulación y líderes de
escuadrones inspeccionaron las
modificaciones que se realizaban para
sus vehículos con gran interés; serían
estos hombres y mujeres los que se
lanzarían de frente contra la defensa
del enemigo, y sus vidas estaban
apostadas a las actualizaciones
improvisadas.
Detrás de las columnas de vehículos
blindados se alineaban baterías de
cañones y piezas de artillería
autopropulsada. Cañones láser, cañones
rotatorios y ametralladoras
permanecían junto a los lanzadores de
rayos más esotéricos y rayos de fusión,
destructores sónicos y proyectores de
conversión. Muchos de los diseños le
eran familiares al comandante de la
Guardia del Cuervo, pero en todos los
años que había luchado por la Legión
nunca había confiado en los diseños
más extravagantes del Mechanicum.
Estos podrían ser devastadores cuando
funciona, pero el mantenimiento
requerido y la constante atención de los
tecnosacerdotes los hacía poco prácticos
al código del Primarca de
autosuficiencia y flexibilidad. Él prefería
un legionario entrenado con un
lanzador de misiles a cualquiera de las
máquinas de guerra a la vista.
El sargento Caldour anunció que
Corax había llegado al complejo de
arsenal y Agapito dejó el taller principal
para encontrarse con su primarca en
una de las galerías sobre el piso de
manufactura. Encontró a Corax al pie
de la escalera y se agitó al preceder al
primarca al nivel superior.
—¿Todo está progresando? —
preguntó el primarca, hablando por el
vox. Corax había hecho hincapié en la
necesidad de mantener estricta
seguridad sobre las comunicaciones de
Atlas y el canal de mando del vox era lo
más seguro disponible. Las claves
cambiaban cada hora y cifrados a cada
transmisor individual situado en la
servoarmadura cada Guardia del
Cuervo. Sería casi imposible para
cualquiera de los Mechanicum
intervenirla.
—Dos horas más y todo se hará de
acuerdo con tus órdenes lord Corax. —
Agapito mantuvo su respuesta formal,
sin saber por qué el Primarca había
venido a visitarlo. El comandante se
preguntó si estaba bajo escrutinio por
sus acciones recientes y quería mostrar
una apariencia de disciplinada
confianza.
—¿Qué piensas de los recurso de
nuestros aliados? —Los dos llegaron al
descansillo superior y Agapito llevó
Corax a la balconada de una mesa de
trabajo con vistas al arsenal—. ¿Crees
que servirán a nuestros propósitos?
—Bien armados y con las mejoras
en el blindaje frontal serán capaces de
absorber gran cantidad de daños al
contactar con el enemigo, señor —
respondió Agapito. Sin embargo irán
lentos, más lentos de lo normal con el
peso extra. Esto no va a ser cualquier
asalto relámpago.
—No —dijo en voz baja Corax. El
primarca se detuvo un momento,
obviamente pensando—. Demasiado
lentos tal vez. He vuelto a evaluar el
plan de batalla y hecho algunos ajustes.
Quería informarte primero. Voy a
informar a la Magokritarch y los demás
cuando sea el momento adecuado.
—¿Qué cambios, lord Corax? He
reunido cuatro columnas de ataque a
través de los distritos de proa de Atlas
en preparación de un asalto de tres
puntas y una reserva móvil a medida
que lo solicite. Tomará algún tiempo
reubicarlos.
—Las fuerzas del Mechanicum
desplegarán como estaba previsto, no
hay necesidad de una reorganización en
esta etapa. Son nuestros guerreros cuya
función he cambiado.
—¿No quiere que actuemos como
soporte móvil para las columnas de
asalto? Atlas no puede compararse con
los defensores de Iaeptus en un uno-
contra-uno. Tenemos que mantener la
Guardia del Cuervo como un elemento
móvil para crear puntos de avance.
—Lo haremos, por eso tengo un
nuevo papel para ti y tus legionarios,
Agapito. —Corax puso una mano
tranquilizadora sobre el hombro del
comandante y miró a las máquinas de
guerra reunidos—. Tengo la intención
de tomar Japeto de la misma manera
que hicimos en Atlas. Nos acercamos a
las fuerzas de Delvere y luego hacemos
un golpe de decapitación en el templo
principal.
—¿Irá a por Delvere y Nathrakin
solo? —Agapito nunca podría adivinar
las decisiones de su primarca, ni
subestimar su valor en la batalla, pero
un ataque en solitario parecía suicida.
—Tomaré dos escuadrones
conmigo, en Shadowhawks. El ejército
de Atlas es simplemente demasiado
lento para lograr la victoria que
necesitamos. —El primarca se cruzó de
brazos y miró a través del área del
arsenal, aunque su mirada parecía
mucho más distante, como si estuviera
mirando a otro lado a su destino—. Si
Delvere siente que está perdiendo hay
muchas posibilidades de que se trate de
evadirse. Si lo hace, se trasladará a otra
barcaza-ciudad o incluso dejar
Constanix. El conocimiento que ha
obtenido a partir de los Portadores de la
Palabra no puede dejar este planeta.
Tenemos que tomar el control del
complejo de templos y contener a los
traidores lo antes posible,
preferiblemente antes de que Delvere
de cuenta del peligro de perder la
guerra.
—Entonces, ¿cómo luchará los
Garras, lord Corax? —Agapito había
recuperado algo de su compostura,
reconociendo el razonamiento de su
primarca—. Es posible que haya
Portadores de la Palabra protegiendo la
capital, así como los soldados
Mechanicum y no tenemos ni idea de
cuanta escoria de Lorgar ha venido
aquí.
—No puede haber muchos
Portadores de la Palabra —dijo Corax
—. Al parecer, la Kamiel es el único
contacto que han hecho con Constanix,
e incluso con plena dotación no llevaría
más de quinientos legionarios. Por lo
que contó la navegante, los Portadores
de la Palabra fueron separados de varias
formaciones de Calth y los
supervivientes fueron abanderados bajo
Nathrakin. Además, si Nathrakin
tuvieran un mayor contingente,
entonces le interesaría desplegarse en
todas las barcazas-ciudades para
establecer un control más amplio, en
lugar de concentrar sus fuerzas en un
solo lugar. Un seguidor de Lorgar no
duda en extender la influencia y el
proselitismo su credo si se les da la
oportunidad. No, debo asumir que los
Portadores de la Palabra no nos
superan en número aquí. Muy por el
contrario, de hecho.
—Pero no podemos ignorarlos como
una amenaza militar, señor —dijo
Agapito—. Con los mismos números
pudimos tomar el control del Atlas. Si
luchamos contra ellos cara a cara,
simplemente negaríamos la ventaja de
nuestra presencia.
—Eso es exactamente por lo que nos
enfrentaremos a los Portadores de la
Palabra directamente, sino dejarlos a la
mayor cantidad de la Skitarii. Debemos
concentrar nuestro esfuerzo y fuerza en
el logro del objetivo central: el templo y
Delvere.
—No puedo ordenar a los Garras
que ignoren a los Portadores de la
Palabra, señor —protestó Agapito,
aunque el argumento era más por sus
propias sensaciones que por sus
legionarios—. Nuestros guerreros
tienen cuentas que saldar.
—Los legionarios harán lo que se les
ordena —gruñó el primarca, volviendo
su negra mirada a Agapito, dejando
claro que le incluía Agapito en ese
comentario. El comandante se
estremeció como si hubiera sido
golpeado—. Llevamos muchos años
luchando juntos, Agapito, pero no
pruebes nuestra amistad más allá. Yo
soy tu primarca, comandante de la
Legión y no me vas a desobedecer. Los
Garras siguen tu ejemplo. Darás el
ejemplo correcto.
—Sí, lord Corax —Agapito echó
abajo su mirada, avergonzado por las
palabras de Corax—. Será como dices.
—Bien. —El enojo del Primarca
desapareció tan rápidamente como
había aparecido—. Delvere y Nathrakin
estarán esperando un ataque de los
tecno-guardias. De hecho, creo que van
a tratar de atacar primero, forzando a
Atlas a ponerse a la defensiva. No
podemos permitir que eso suceda. Para
asegurarme de que la sorpresa está
maximizada, la Guardia del Cuervo será
la primera ola de ataque. Toda nave
Shadowhawk, Whispercutter y otra que
puedas reunir llevarán una única fuerza
de asalto al corazón de la ciudad
enemiga. Tus garras deben ser como un
imán, arrastrando el enemigo a la
batalla, lo que le obligará a abandonar
su perímetro para enfrentarse a un
ataque desde el interior de sus líneas.
—Serán duros combates —dijo
Agapito—. El mejor lugar para nosotros.
¿Supongo que no habrá posibilidad de
extracción?
—Sólo si la aniquilación es la
alternativa. Esta no es una misión sin
retorno. Comandante, espero que ganes
con el menor número de bajas posibles.
Maniobra, ataca y se veloz.
—Atacar, retirarse, atacar de nuevo
—dijo Agapito con un movimiento de
cabeza—. No es mi primera batalla, lord
Corax.
El primarca sonrió y negó con la
cabeza.
—Por supuesto que no. Cuanto más
tiempo puedas permanecer en combate,
más fuerzas se sentirán atraídas por ti y
el ejército de Loriark podrá crear un eje
de ataque para mi asalto. El templo está
situado en el cuadrante de estribor de
la ciudad, así que calcularé las mejores
rutas y los ángulos de ataque para
desviar la atención del enemigo a los
distritos portuarios y luego lo haré solo
vez y reclamaré el premio.
—Entiendo señor —dijo Agapito.
Golpeó el puño contra su pecho e
inclinó la cabeza—. Puede confiar en las
garras.
—No os dejéis rodear, comandante
—dijo Corax con una expresión sombría
—. No habrá reservas para abrir brecha
hacia tu posición. Enfréntate al enemigo
y aléjalo del templo. Esa es tu única
preocupación.
Agapito volvió a asentir, sin saber si
la insistencia del primarca era una señal
de duda o simplemente el deseo de
asegurarse de que le había entendido.
No había más garantías que pudiera
ofrecer el comandante a su señor. Si las
décadas de servicio valiente y dedicado
no eran suficientes para convencer a
Corax de su intención, las palabras no
ayudarían.
Corax asintió con una despedida y
se marchó, dejando a Agapito con
pensamientos contradictorios. El
comandante sabía que si el primarca
tenía serias dudas entonces no dudaría
en cambiar Agapito como comandante.
Caderil y otros estaban bastante
preparados para el papel. Por otro lado,
Agapito no sabía si podía confiar en sí
mismo. El primarca había ordenado
expresamente que los Garras no debían
ir tras los Portadores de la Palabra, pero
si los Portadores de la Palabra venían a
ellos entonces tal vez no rehuiría la
posibilidad de exigir un poco de
venganza.

***
El humo elevándose de las
concentraciones de chimeneas y hornos
de Iaeptus manchaban el horizonte, a
pesar de que la propia capital estaba
todavía fuera de la vista. Atlas se acercó
paso a paso al frotis oscuro, navegando
a quinientos metros sobre el mar. En los
cielos de ambas ciudades nubes de
aviones giraban como aves carroñeras
viendo un cadáver. Los últimos
estruendos de las sirenas de alarma
resonaron por las calles vacías de Atlas,
enviando a los gallardos rezagados a los
sótanos y búnkeres cortados en el
manto rocoso de la ciudad.
Bajo el gemido constante de
motores anti-gravedad masivos llegó el
ruido de motores de vehículos y el
ruido sordo de las botas, acompañado
por el zumbido de guerreros
biónicamente aumentados. Columnas
de Skitarii se reunieron a medio
kilómetro de los muelles de proa. Los
equipos realizaron comprobaciones
finales en sus vehículos. Los jefes de
escuadra llamaron a los últimos
reclutas. Dentro de la cámara de
control, Corax monitoreado las
posiciones relativas de las dos barcazas
ciudad, a poco menos de cincuenta
kilómetros de distancia, o dos horas y
media si Atlas seguía a su velocidad
actual. Iaeptus se había detenido,
permaneciendo en el mismo lugar
mientras Delvere esperaba que los
sublevados hicieran su movimiento.
—Extended la pantalla de cazas a
treinta kilómetros —ordenó el Primarca
—. No habrá vuelos de reconocimiento
en esta ocasión.
Un lexmecánico transmitió la orden
en un aburrido tono monótono y un
servidor farfulló una explosión de argot
de los tecnosacerdote, la lingua-technis,
como una corriente de sílabas sin
sentido penetrantes y gruñidos roncos.
Mientras que el primarca esperaba
pacientemente, Loriark iba y venía tras
él, con las manos perdidas en las
mangas de su túnica se agarraba de la
cintura y sus pasos cortos agitaban su
túnica. Corax no permitió que el
comportamiento del Magokritarch le
distrajera; cada uno afrontaba la tensa
calma anterior a una batalla a su
manera y forzar Loriark a cesar sus
deambular sólo serviría para perturbar
más al tecnosacerdote.
Con los brazos cruzados sobre el
pecho, Corax se quedó mirando las
pantallas y paneles de los escáneres,
alerta a cualquier señal que advirtiera la
intención de Delvere. Era probable que
el Archimagos no fuera un veterano de
la guerra, pero con el Portador de la
Palabra para guiarlo no debía ser
subestimado.
Si había una lección que el Primarca
había tomado de Isstvan V era que
nunca esperases la victoria como un
derecho, e incluso cuando echó una
mirada a través de pantallas
parpadeantes calculó el estado de
ánimo de los tecnosacerdotes
supervisores. Por el momento parecían
lo suficientemente tranquilos, dadas las
circunstancias, pero la batalla que se
avecinaba no ofrecía espacio para la
duda o error.
El modo de hacer la guerra de
Corax fue finamente sincronizado; el
compás perfecto, las maniobras precisas.
Pensado bajo una sencillez brutal, un
ataque envolvente diseñado para
separar la mayor parte de los enemigos
del templo principal de Iaeptus, los
planes de asalto de la Guardia del
Cuervo y Skitarii eran un proceso
intrincado de coreografía, ideado a
través tras muchas horas de estudio de
diseño de Iaeptus más lo que se conocía
o se suponía de las fuerzas bajo el
mando de Delvere.
—Busqué en sus archivos
precedentes de esta batalla —dijo Corax
coloquial, tratando de involucrar a
Loriark y distraer al tecnosacerdote de
los escenarios fatalistas que estaba
considerando. Aun así, la mirada del
primarca no se desvió de los bancos de
monitores—. Hubo una guerra civil en
Constanix durante la Larga Noche, pero
pocos detalles han sobrevivido.
—Es cierto. —La voz artificialmente
modulada de Loriark tenía un solo
volumen y tempo, por lo que era
imposible medir su estado de ánimo—.
Han pasado mil doscientos sesenta y
ocho años desde los años de Peligro y
mucho de lo que se conoce fue
destruida en la guerra. Los magos leales
a la pureza de la religión del Dios-
Máquina prevalecieron, pero a un gran
coste. Se han perdido datos que nunca
se recuperarán. Un gran revés para
nuestra causa.
—¿Usted ha estudiado las viejas
grabaciones y los registros?
—He pasado gran parte de mi vida
con ellos, señor Primarca —dijo
Loriark. Era imposible saberlo a ciencia
cierta, pero parecía que había
resignación en la postura de magos y
sus fuertes gestos, tal vez resentimiento
de que Corax pensara que Loriark
ignoraba la historia de su mundo—.
Estoy familiarizado con los registros de
la batallas entre ciudades. Parecen
destructivas y derrochadoras de
recursos. Las disposiciones de los
Cognoscenti es una forma muy superior
de resolución de conflictos.
—Estoy de acuerdo.
—Sin embargo, usted es un
guerrero y un general, señor primarca.
Es su naturaleza para hacer la guerra.
Corax hizo una pausa antes de
responder, diciéndose que la intención
del tecnosacerdote no era insultar, sólo
una observación. Eligió sus palabras con
cuidado, tratando de resumir la filosofía
de toda una vida en unas pocas frases.
—La guerra es una necesidad para
lograr la paz. Algunos de mis hermanos
son belicistas, puros y simples, pero no
lo soy. Algunos, como Rogal Dorn son
arquitectos, tanto de las fortalezas como
de mundos. El imperio de Guilliman es
un destacado testimonio de sus
habilidades como estadista, así como de
líder militar. El Emperador nos creó
como guerreros perfectos y
comandantes, pero los primarcas son
mucho más que simples caudillos.
¿Y qué es lo que construye, señor
primarca? —los ojos oscuros de Loriark
fijaron una larga mirada a Corax—. Si
Horus no se hubiese rebelado, ¿cuál
sería su legado sino un rastro de
mundos conquistados, una multitud de
personas viudas y huérfanos?
—Construyo esperanza en los
corazones de los hombres y las mujeres.
Yo les muestro que de la Larga Noche
podemos salir a la iluminación. Nunca
perseguí a los vencí y nunca negué la
rendición a quienes se la ofrecí
sinceramente. He derramado la sangre
de culpables e inocentes, arrasado
civilizaciones por la causa del
emperador, pero nunca llevado la ruina
sin necesidad. Cada muerte se colocó
como un sacrificio a un futuro mejor,
una vida libre de represión y tiranía.
—¿No diría los mismo un tirano?
Nadie se cree capaz de hacer el mal.
—Ningún tirano estaría dispuesto a
renunciar a su poder una vez todos sus
enemigos fuesen desbaratados. Yo
estaba preparado para tal eventualidad.
—No hablo de ti, sino del
Emperador. ¿Qué hace su visión de la
galaxia algo más pura que la de Horus,
la tuya o la de Mechanicum? Es posible
que hayas sido el arma usada por el
Emperador contra una galaxia de
enemigos, pero era su poder el que
ejercía, desatado sus legiones contra los
que se oponían a él.
Una vez más Corax se vio obligado
a pensar por un momento, formular su
respuesta de forma que un nudo
instinto y simple conocimiento pudiera
se desanudado en algo más razonada.
—El emperador es todo lo que él
desea ser. Ha sido un tirano y
compasivo, sin piedad y misericordioso.
Pero le he visto a él, y he tocado las
mentes con él en una forma que ningún
otro puede. Y en el centro de lo que
otros ven es un hombre de humildad y
aprendizaje y sabiduría. Él es un
hombre movido por la racional. Ansía
la dominación como un tirano, pero
lleva su poder como una carga, la
responsabilidad de toda la humanidad
sobre sus hombros. Él es todo lo que
tiene que ser, no por deseo, sino del
deber y necesidad.
Loriark no dijo nada, y era
imposible saber si creía a Corax o no.
Hablar del Emperador siempre le hacía
sentirse agradecido y humillado.
Agradecido por el padre genético
que lo había creado.
Humillado por el poder del
gobernante que lo había guiado.
La rebelión del Señor de la Guerra y
los primarcas que se habían aliado con
él hacía aún más claras las tentaciones y
peligros venían con un poder casi
ilimitado. El hambre de gloria, el deseo
de la ambición personal, el
resentimiento y el odio habían hecho
mella en las creaciones más poderosas
del emperador. ¿Qué fuerza de
voluntad se necesita para que el
emperador no sucumba a la misma?
¿Qué mente inhumana podría gastar
miles de años viendo la caída galaxia a
la ruina y sin embargo no abandona ni
una sola vez la visión de un futuro
mejor? Corax había sido puesto a
prueba, desde el momento en que
había despertado en las cuevas de hielo
del Lycaeus hasta este mismo
momento, pero nunca se acercó a
conocer las decisiones que pesaban
tanto sobre su maestro Imperial.
Envuelto con estos pensamientos,
que él consideraba los monitores con
cierto pesar. Más morirían hoy,
soldados y civiles por igual. No podría
contar el número muertos por sus
acciones durante su larga vida de
derramamiento de sangre. Miles de
millones, sin duda. Sin embargo, al
igual que el emperador lleva el peso de
su responsabilidad sin quejarse,
también lo haría Corax.
Y si alguna vez la verdadera paz
estaba por venir, entonces él miraría
hacia atrás en su sangrienta vida sin
remordimientos, sabiendo que la causa
siempre había sido justa.
***
Agapito tecleó un ritmo rápido en la
placa de armadura de su pierna,
mientras esperaba en los confines de la
Shadowhawk. Se obligó a detenerse,
consciente de que podría ser visto como
un signo de nerviosismo y fuese
probablemente irritante para el otro
Guardia del Cuervo, aunque ninguno
jamás se quejaría.
A dos horas de Iaeptus.
Dos horas que podían pasar lentas,
sus pensamientos vivos de
posibilidades, entre ellas su muerte y la
muerte de sus compañeros, la victoria o
la derrota, la venganza o el fracaso.
Trató de llevar sus pensamientos a otra
parte, a los ritos de la batalla y el diseño
de la ciudad de destino. Recitó
mentalmente las doctrinas de Corax,
pero ya no eran el mantra calmante que
habían sido una vez.
Dos horas, no de miedo, sino de
anticipación. Golpeó sus dedos no como
una respuesta al miedo sino a la
emoción.
Dos horas hasta otra batalla. Dos
horas hasta que la justicia se reclamara
de nuevo y pudiera ahogar los gritos
inquietantes de sus hermanos muertos
en el fragor de la guerra.
Sin pensamiento consciente, sus
dedos empezaron a tocar de nuevo.
CINCO

Durante las largas décadas de los Años


de Peligro, las barcazas-ciudades de
Constanix habían evolucionado a través
de un sangriento proceso de armas y
contra-medidas, el ataque y la defensa
por lo que se habían convertido en casi
inexpugnables a los asaltos de las
demás. Forzados por un sangriento
punto muerto llegó el consenso, y los
gobernantes de las tecno-templos no
habían hecho la guerra desde entonces.
Sin embargo, todavía quedaba un
camino ordinario para hacer la guerra
entre ciudades, un proceso que Corax
había estudiado cuidadosamente,
tratando de derribar el dogma de siglos
de sabiduría recibida.
Los escudos de energía de Atlas y
Japeto significaban que un ataque de
largo alcance sería una pérdida de
energía y municiones: para maximizar
sus capacidades de bombardeo, en un
esfuerzo por sobrecargar las defensas de
su oponente, una barcaza-ciudad
tendría primero que debilitar su propio
escudo para permitir que sus armas
disparasen, lo que la dejaba vulnerable
a un rápido contraataque.
En lugar de estos intercambios de
artillería, la aproximación de Atlas a
Iaeptus fue anunciada por una batalla
en el cielo.
Los campos de energía
proporcionaban una barrera para
aviones y ambas partes tejían caminos
enredados unos contra otros en su
intento de llevar sus cargas útiles de
penetración sobre la ciudad enemiga; si
un bando ganaba la mano sería capaz
de dirigirse a los generadores de campo
de energía del enemigo, neutralizar sus
defensas y dejarlos expuestos a
aplastantes barreras de artillería y las
explosiones devastadoras de cañones
vulcano. Otra opción era destruir los
motores y matrices gravíticas que
mantenían la ciudad enemiga a flote,
pero Corax no tenía ningún deseo de
ver Iaeptus hundirse en el mar. No sólo
la pérdida de vidas sería increíble, sino
que no habría garantía de que Delvere
y sus aliados simplemente no escaparan
de la destrucción de la capital por
helicóptero de combate u otra nave.
Mientras las dos fuerzas aéreas se
batían sobre sus cabezas, decenas de
embarcaciones de ataque
intercambiaron misiles, munición bólter
y fuego de cañón pesado, ambas
intentando atravesar el cordón enemigo
y abrir un camino para los bombarderos
pesados y naves de ataque a tierra.
Explosiones florecieron contra las nubes
oscuras junto a senderos ardientes de
los combatientes y los restos
destrozados de cazas cayendo hacia el
sacudido mar.
—¿Por qué estamos desacelerando?
—preguntó Corax preguntó al notar el
empujón suave desaceleración—. Yo no
le di esa orden.
—Hasta que el campo energético de
Iaeptus sea debilitado debemos
defender nuestra postura —respondió
Loriark—. La potencia se está
desviando a las torres de defensa aérea
en caso de avance enemigo. Los activos
aéreos de Delvere superan a los
nuestros, por lo que tenemos que tomar
medidas de precaución.
—Continuad a toda velocidad —
ladró Corax ladró a la manada de
tecnoadeptos de pie junto a los
controles del motor de la ciudad. Se
volvió hacia Loriark—. No tengo
ninguna intención de esperar mientras
perdemos la batalla aérea.
—En nuestro curso actual vamos a
chocar con Japeto —dijo el
Magokritarch, aunque si se trataba de
una protesta o simplemente una
observación no estaba claro.
—Esa es mi intención —respondió
Corax—. Vamos a tratar esto como una
acción de abordaje. Tal vez el más
grande que la galaxia verá siempre.
Atlas espoloneará a Iaeptus y luego nos
trasladaremos fuerzas de tierra de
nuevo.
—¿Espoloneará? —Los magos
parecían paralizados por la palabra
simple—. Es más lógico incapacitar la
red de defensa de Japeto y luego atracar
a baja velocidad para precipitar el asalto
por tierra.
—La guerra no es siempre cuestión
de lógica, Loriark —dijo Corax con
calma.
—Pero si el campo de energía
enemigo sigue funcionando, tendremos
que dejar nuestras propias defensas
para evitar un ciclo de
retroalimentación de proporciones
posiblemente devastadoras.
—¿Cómo de devastadoras?
Loriark se volvió hacia los demás
tecnosacerdotes y hubo un breve
intercambio crepitante de lingua-
technis indicando que consultaron
entre sí. Sacudiendo la cabeza, Loriark
volvió su atención a Corax.
—No estamos seguros.
Posiblemente catastróficas. Altamente
desaconsejable.
—La guerra es una serie de
catástrofes intencionales, Magokritarch
—dijo Corax severamente—. Continuad
a toda velocidad, rumbo fijado para
Iaeptus.
Ninguna otra protesta era
inminente, aunque más intercambios
zumbaban entre los tecnosacerdotes
cuando la orden se llevó a cabo.
Comprobando del visor principal, Corax
podía ver claramente Iaeptus, a sólo tres
kilómetros de distancia. El gris de los
mares turbulentos entre las dos
barcazas ciudades parecía encogerse con
una lentitud glacial, pero en realidad
Atlas se acercaba a cerca de veinte
kilómetros por hora. Aunque la fusión
de los escudos de energía no causara
daños extensos, el impacto sin duda lo
haría.
Alarmas gritaron estridentemente
en la cámara de control, y red de
comunicaciones se llenó de runas rojas.
Un lexmecánico emitió una
advertencia de proximidad.
—Doscientos metros para la
superposición de campos de energía.
Las sirenas sonaron por toda la
ciudad una vez más y la red de
comunicaciones se llenó de
advertencias para que las tropas
expuestas se agarrasen y tomar
cualquier cobertura disponible.
A cien metros el aire ionizado entre
los dos escudos de energía crepitaba
mientras que el mar comenzó a agitarse
abajo, emitiendo fuentes de vapores
ácidos cientos de metros en el aire.
A cincuenta metros, arcos de rayos
coloreados ondeaban a través del
espacio estrechándose, una tormenta en
miniatura hirviendo entre las ciudades
agrietándose y tronando como una
descarga de artillería en plena marcha.
Cuando los bordes exteriores de los
dos campos se tocaron, a un kilómetro
de la proa de Atlas, el rayo formó dos
cúpulas masivas, una encima de cada
ciudad. El cielo ardió de energía y
chispas bailaron sobre la piel de Corax.
Varios tecnoadeptos tropezaron y
cayeron, dos de ellos gritando mientras
la carga electromagnética que penetra la
atmósfera partes sobrecargaba de sus
cuerpos cibernéticos.
El proyector de voz de Loriark
emitió un gemido agudo y horquillas de
electricidad grillaron lo largo de su
brazo biónico que se tambaleó hacia
atrás. Corax agarró la parte delantera de
su túnica para evitar que el
tecnosacerdote cayera, sintiendo una
oleada de tensión hasta el brazo en el
contacto. Venas oscuras palpitaban bajo
la piel pálida del primarca.
El templo se encontraba en el
epicentro de la tormenta eléctrica, un
miasma de energía arremolinándose
sobre su cumbre. Una tempestad doble
envolvió el recinto principal de Iaeptus
y las barcazas-ciudades se sacudieron
como generadores sobrecalentados
establecidos en sus bases.
Finalmente no pudieron aguantar
más la titánica presión.
El generador de campo de estribor
del Atlas explotó primero, acabando
con dos bloques de viviendas vacías y
un Manufactorum abandonados en una
explosión que disparó los restos medio
kilómetro en el aire y la lluvia de polvo
y escombros sobre dos distritos. Una
segunda detonación estalló en el
Séptimo Distrito, en la parte trasera de
la barcaza de la ciudad, rugiendo a
través del océano, enviando todo un
kilómetro de astilleros y muelles hacia
el mar. Explosiones similares fueron
afectando a Iaeptus, derribando
edificios y columnas de fuego en el aire
atormentado por encima de la capital.
Los campos de energía combinados
estallaron en una explosión
ensordecedora, enviando olas tan altas
como un titán ondeando al otro lado
del océano. Los cazas enfrascados en
peleas de perros fueron arrojados
dando vueltas y picados por la
explosión.
—¡Fuego, todas las baterías! —
espetó Corax, así como las tecnoadeptos
se arrastraron de vuelta a sus puestos—.
Objetivo las concentraciones de armas
enemigas y el perímetro de la ciudad.
Quiero un manto de fuego para cubrir
nuestra aproximación.
Desde las torretas en la cima del
templo principal y otras a través de la
ciudad, macro-lásers y cañones
rugieron como un volcán en erupción.
Proyectiles del tamaño de carros de
combate se arquearon en el aire hacia
Iaeptus mientras haces de color rubí
surgieron entre las dos ciudades. Los
lanzacohetes enviaron resplandecientes
misiles corriendo a través de la brecha
por la conflagración, en un rumbo
aparentemente errático antes de
alcanzar a sus objetivos designados.
Ráfagas de explosiones iluminaron
los sectores cercanos de la capital,
donde los rayos convergieron, cortando
a través de torretas blindadas y troneras
blindadas. Las conchas de los cañones
cayeron, aplastando edificios en una
línea a lo largo de los distritos
portuarios. Otro segundo más tarde y
los cohetes golpearon en casa, sus
cabezas perforaron la base de Japeto
antes de explotar, abriendo inmensos
cráteres desgarradores en la superficie
como los agujeros de bala en la carne.
Proyectiles de racimo y sub-municiones
hicieron llover destrucción incendiaria
en la ciudad ya herida, provocando
incendios cuando las líneas de gas y
tanques de combustible detonaron,
mientras los depósitos de armas fueron
convertidos en escombros dispersos.
Delvere y su cohorte fueron más
lentos en reaccionar, pues la cuarta
andanada de Atlas estaba cayendo
incluso cuando las armas supervivientes
de la capital respondieron al fuego.
Atlas fue sacudida por el impacto,
temblando bajo el tonelaje de los
proyectiles que descendían sobre sus
calles y edificios. Corax apretó los
dientes cuando los cohetes impactaron
en la cubierta acorazada del edificio del
templo y se alegró de que una de sus
primeras órdenes había sido blindar las
ostentosas pero vulnerables ventanas.
La ceramita gruesa y el
revestimiento de ferrocemento
revestimiento aguantaron, aunque el
templo tembló bajo los impactos que
enviaron a varios servidores y adeptos
desmadejados.
El intercambio de tormenta de
artillería continuó mientras Atlas se
acercaba a su objetivo, descendiendo a
medida que el fuego de contra-batería
destruía las mismas de la otra ciudad.
Durante más de cinco minutos, los
bombardeos continuaron hasta que las
dos barcazas-ciudades no eran más que
terrenos baldíos en ruinas, salpicados
de ruinas de los edificios como dientes
mellados, las plantas de energía y
fábricas destruidas echando humo y
gases.
Corax sabía que habría bajas, pero
él no tenía por qué conocer los detalles.
Se había llegado a un punto de
compromiso en el momento que habían
puesto rumbo a Iaeptus, ahora lo único
que quedaba era soportar el dolor y
llevar su carga hasta la victoria. Más
tarde las pérdidas podrían ser lloradas,
pero por el momento todo su intelecto y
voluntad estaba enfocada hacia la
destrucción de sus enemigos.

***
Agapito trepó a la cabina para mirar por
la cubierta después de que los primeros
proyectiles impactasen. Había visto
muchas cosas en su vida sembrada de
batalla, tanto emocionantes como
lúgubres, pero la visión de dos ciudades
volándose en pedazos la una a la otra
casi eclipsó a todas. Tal vez sólo un total
bombardeo orbital de la flota podría
compararse con la gran cantidad de
potencia de fuego que estaba siendo
desatada.
Los irregulares, enmarañados restos
de los muelles de Iaeptus aparecieron
ampliamente desde su punto de vista.
La capital estaba tratando de levantarse,
con la esperanza de evitar el rumbo de
colisión, pero Atlas estaba ascendiendo
también, conduciéndose de forma
directa a la ciudad en poder del
enemigo. Sólo unos pocos cientos de
metros separaban a las dos naves
gigantescas y el comandante regresó al
compartimento principal y se sentó en
el arnés de soporte.
—Preparaos para el lanzamiento.
Piloto, quiero estar en el aire antes de
que estos dos hijos de puta se reúnen
choquen sus cabezas.
—Afirmativo, comandante —
respondió Stanz.
—Agapito a todos los comandos,
preparaos para el asalto.
Una serie de confirmaciones se hizo
eco al otro lado del vox mientras
extendía los dedos, forzándose a
relajarse. Sacó la espada de energía libre
del montante encima de la cabeza y la
puso en su regazo, creando con sus
dedos un tatuaje traqueteo lo largo de
su vaina ébano.
La espera casi había terminado.
Agapito sintió al Shadowhawk rodar
fuera del bunker blindado donde se
había escondido, y unos segundos
después sintió que se levantaba en el
aire. Volvió la cabeza para mirar por la
visión del puerto junto a él en forma de
hendidura. No había casi nada que ver
a través de la bruma de fuego y humo,
pero donde las ráfagas de viento
abrieron las nubes, vio como Atlas
embistió Iaeptus.
La proa devastada de la barcaza de
la ciudad se estrelló contra los astilleros
igualmente en ruinas de la capital. Los
mástiles y restos de las grúas de carga se
doblaron como la hierba al viento
mientras las placas blindadas se
cortaban entre sí, enviando astillas
volando y girando durante metros por
el aire. Como las ciudades parecían caer
lejos debajo de él, Agapito podía ver
más simas abriéndose a lo largo de las
carreteras, dividiendo los restos
destrozados de los edificios.
Una enorme nube de polvo fue
arrojada por el impacto, envolviendo la
Shadowhawk y enviándola
tambaleándose al puerto, mientras que
los residuos sacudían el casco.
—Perdiendo altura. Esto va a ser
difícil —advirtió Stanz.
Un instante después, la turbulencia
arrojó a la nave de desembarco a
estribor. Los arneses de restricción
crujieron y la Guardia del Cuervo
murmuró maldiciones cuando cayeron.
El casco retumbó con los impactos y el
gemido de la tensión sobre el metal
resonando a su alrededor.
Mientras luchaba Stanz la nave
fuera de su rollo salvaje, Agapito miró
por la rendija de la visión de nuevo. Los
edificios altos en ambos lados de la
colisión fueron derribándose unos sobre
otros, un espectáculo lento, majestuoso
y terrible de presenciar. Él sabía que la
mayor parte de población de Atlas
estaba segura profundamente en la base
rocosa de la ciudad pero ¿había
mostrado Delvere una preocupación
similar para los ciudadanos de la
capital? Parecía poco probable. Con
toda probabilidad, miles de personas
morirían.
La preocupación pronto fue
reemplazada con otra emoción. Agapito
flexionó sus dedos enguantados y los
envolvió alrededor de su espada,
sonriendo cuando el odio calmado de la
justicia se apoderó de él.
El banco de humo tapando el cielo
sobre Iaeptus fue cortado por las
siluetas de una docena de elegantes
aeronaves flechadas hacia el centro de
la ciudad. Los Shadowhawks y
Whispercutters cayeron casi invisibles a
través del miasma, pero esto no era una
aproximación sigilosa. Armas de fuego
pesado vomitaron fuego desde la nave
mientras ellos rozaron los tejados
inclinados y calles en ruinas,
escupiendo muerte a los Skitarii
traidores bajo ellos. Bombas de plasma
cayeron desde un Stormbird mientras
que dos dardos como interceptores
pasaron a lo largo de las anchas calles
con cohetes antitanque y cañones
automáticos.
Agapito quería el enemigo supiera
exactamente dónde estaban.
Con los motores jet al máximo, los
Shadowhawks bajaron a la plaza central,
dominada por los restos destrozados de
grandes esculturas abstractas, en su
momento planteadas en alabanza a los
artificios del Dios-Máquina. Parecía que
no había un edificio intacto ante aceras
y calles salpicadas de restos, bloqueadas
en lugares donde los edificios más altos
se habían derrumbado hasta sus
cimientos. Las naves permanecieron
flotando a unos metros sobre el suelo
irregular, mientras que su carga de
guerreros negros blindados
desembarcó, derramándose en una
onda con los retrorreactores
encendidos. Los Whispercutters
rodaban silenciosamente arriba,
pilotados por simples espíritus-
máquinas espíritus que transmitían
información visual, audio y escáner a
través de la red estratégica a los líderes
de la Guardia del Cuervo.
Con la facilidad que otorga la
práctica la fuerza de asalto se dispersó,
entrando en los edificios, mientras los
escuadrones de armas pesadas
establecieron fuego de cobertura de
entre los escombros, haciendo
retroceder a los defensores
desorganizados y dispersos.
Rápidamente, sin descanso, la
Guardia del Cuervo siguió adelante,
golpeando con explosiones de granadas
y ráfagas de lanzallamas, anunciando su
progreso a medida que avanzaban de
una habitación destrozada a otra.
Había cuerpos aplastados entre los
escombros, pero Agapito no les hizo
caso mientras conducía a la primera
escuadra al siguiente conjunto de
ruinas, los restos caídos de una planta
de producción de alambre. Cintas
transportadoras articuladas y motores
de elevación sobresalían de las
montañas de mampostería rota y
retorcidas barras de plastiacero
reforzado.
Un sirviente de combate acorazado
vigilaba desde arriba, desatando un
torrente de fuego con su bólter pesado
cuando el comandante se metió entre
los restos de una puerta. Parecía poco
probable que hubiera trepado hasta el
piso más alto por sí mismo y debía de
haber sobrevivido milagrosamente
cuando el resto del edificio se había
derrumbado.
Con los proyectiles bólter ardiendo
en los escombros a su alrededor,
Agapito cortó a la derecha, sorteando el
fuego del autómata medio hombre.
Activó su retrorreactor y saltó hasta la
siguiente planta cuando el fuego de
respuesta de un equipo en la planta
baja convergió en la máquina centinela.
El haz blanco de un cañón láser cortó a
través de sus orugas, enlaces de
dispersión y los restos fundidos de
ruedas de radios amplios, rebanando al
sirviente de la cintura al cuello.
Subiendo aún más, Agapito buscó
un punto de vista desde el que ver la
ciudad. Al llegar a la cima de una
escalera rota, fue capaz de ver hacia
Atlas y resaltando sobre toda la ciudad
al edificio imponente del templo
principal.
La inserción relámpago de la
Guardia del Cuervo había logrado una
completa sorpresa, pero los defensores
de Iaeptus estaban ahora respondiendo.
Un trío de caminantes ligeramente
armados rodearon un cruce a
trescientos metros por la calle. Tenían
lentes bulbosas con sensores, como los
ojos brillantes de una araña y una gran
variedad de platos de comunicaciones y
antenas.
—Caminantes de reconocimiento —
dijo el comandante de la compañía—.
Que nos vean y luego destruidlos.
El sargento Varsio llevó a su equipo
a la calle, saltando con sus
retrorreactores de un montón de
escombros a otro directamente frente a
los vehículos espías enemigos. Los
caminantes de reconocimiento se
volvieron al unísono, sus falsos ojos
brillantes fijos en las figuras que se
movían. Medio minuto pasó cuando
Varsio y sus guerreros desapareció en
las ruinas de un bloque habitacional
opuesto, el tiempo suficiente para que
los exploradores enviarán de vuelta la
señal de su descubrimiento.
Los misiles y fuego de plasma
surgieron de los niveles superiores de
un cercano puerto de atraque de
transporte perforaron la delgada
armadura de los caminantes con
facilidad y convertirlos en tres ruinas
humeantes en cuestión de segundos.
—Bien. Designad el templo
principal como marcación cero. El
punto de inserción es cuadrícula uno.
Compañía, reubicaos en las cuadrículas
cuatro y seis. Cannat, Garsa y Hasul,
romped a la derecha y cread un comité
de bienvenida desde la torre de
comunicaciones al final de la carretera.
La empresa ad-hoc se movió como
ordenó, formando un perímetro
desigual alrededor de un kilómetro
cuadrado de la ciudad con la plaza
central en su corazón.
No pasó mucho tiempo antes de
que los Skitarii llegaran, con las
unidades de vanguardia transportadas
en vehículos oruga de techo abierto que
eran blanco fácil para las armas pesadas
que habían sido puestas en posición
para darles la bienvenida. Guerreros
parcialmente cibernéticos lograron caer
de los restos ardiendo de los dos
vehículos de vanguardia, mientras que
los otras rápidamente trataron de dar la
vuelta, sólo para ser atrapados en un
fuego cruzado de granadas de plasma y
fuego de bólter de un par de
escuadrones de la Guardia del Cuervo
que se había movido a su espalda a
través de la cobertura de un complejo
habitacional demolido.
El resto de la fuerza de
contraataque se acercó con más cautela.
Agapito pasó de una posición a otra, lo
que garantizaba que las líneas de visión
de cada equipo se maximizaran,
creando zonas de matanza donde fuera
posible, dejando algunas vías abiertas
para alentar al enemigo a aventurarse
más delante en la creencia de estar a
salvo. Él había estudiado con el propio
Corax y atendía los pequeños detalles
de la disposición de su fuerza con el
mismo cuidado con el que un
tecnosacerdote puede administrar el
mantenimiento de los circuitos de un
cogitador.
Mientras se movía, evaluó la fuerza
enemiga. Cerca de quinientos infantes,
pasando por delante de una docena de
carros de combate y tres armas de fuego
de apoyo. Los comandantes de
vehículos eran comprensiblemente
cautos de avanzar demasiado en el lío
de edificios rotos y montones de
escombros al azar y en su lugar
enviaron a la brigada de infantería para
despejar un camino primero.
Agapito destacó tres escuadrones a
seguirlo mientras se dejaba caer hasta el
nivel del suelo. Se reunieron a la
sombra de un montante ferroviario
inclinado, el resto del puente había
caído para bloquear el camino tras ellos.
Abriéndose paso con seguridad entre
los escombros, la Guardia del Cuervo
rodeó por la izquierda alrededor de los
escuadrones de infantería destacados.
Ocultos por la nube de humo usaron
sus detectores de calor para seguir el
progreso de sus enemigos, esperaron.
Un minuto más tarde, los Guardia
del Cuervo estacionados alrededor de la
línea de avance enemiga abrió fuego,
desgarrándola con sus bólters. Varias
docenas fueron partidos por la mitad
con la salva de inicio. Nada dispuestos a
permanecer al descubierto, los soldados
del Mechanicum rompieron filas y se
trasladaron a la cobertura de los
edificios en ruinas, momento en el que
Agapito hizo su movimiento.
Dividiendo su fuerza, el comandante
dirigió la carga contra el enemigo, con
la espada de energía en una mano y su
pistola de plasma en la otra.
Pese a que sus corazas de plastiacero
y extremidades biónicas hacían de los
Skitarii superiores a los soldados no
aumentados del Ejército Imperial, no
podían competir con treinta y un
guerreros de las Legiones Astartes.
Agapito no hizo uso de su pistola, en
lugar cortó en pedazos a un puñado de
enemigos en los primeros segundos del
combate. Granadas de fragmentación
explotó delante de él mientras otra
escuadra cargaba en la refriega,
combinando la metralla de las cargas
con fragmentos de mampostería de
fábricas de las montañas de restos en
una tormenta de fuego mortal.
En una lluvia de disparos de bólter,
movimientos de espada sierra y
puñetazos salvajes la Guardia del
Cuervo rompió al enemigo sin pausa.
Los enemigos que eligieron retirarse del
asalto se estrellaron con el fuego de los
legionarios que seguían esperando
detrás, y en cuestión de minutos todos
menos un puñado yacían muertos o
agonizantes. Unos pocos legionarios
negros blindados yacían entre los
caídos, cogidos por golpes afortunados
o tajos desesperados de las armas
energía de los jefes de escuadra Skitarii,
pero Agapito calcula rápidamente la
tasa de muertes en un satisfactorio
setenta a uno o más.
Privados de su apoyo de infantería
los tanques se retiraron, cubriéndola
con una andanada de proyectiles de sus
armas principales y una lluvia de fuego
de las armas secundarias, creando aún
más polvo y escombros pero sin infligir
bajas a la Guardia del Cuervo.
Cuando el rugido de los motores
retrocedió, Agapito pudo oír el ruido
sordo de los cañones de gran calibre en
la distancia, el principal avance de las
propias tropas de Atlas. Quinientos
soldados de infantería y tres caminantes
de exploración no era ni de lejos el
suficiente daño como para facilitar el
ataque de los acólitos Mechanicum. El
comandante tenía que hacer algo más
que un arañazo si el enemigo debía ser
encauzado a un ataque total.
Activó su enlace de control con los
Whispercutters patrullando, la mitad de
su representación visual parpadeó de
uno a otro, mientras se forjó una idea
de las fuerzas enemigas circundantes.
Una columna combinada considerable
avanzaba desde la demora uno-setenta,
directamente opuesta a la aproximación
al tecno-templo, a un kilómetro de
distancia y acercándose.
Ellos eran de poco interés por el
momento.
De mayor interés eran los titanes
exploradores clase Warhound
abriéndose camino a lo largo calle llena
de escombros a dos kilómetros a su
izquierda, en demora dos-seis-cinco.
Con ellos llegaban cañones de asalto y
al menos un millar de soldados de
infantería, muchos de ellos con los
aumentos de pretorianos, apoyados por
destructores láser Rapier con orugas,
lanzacohetes móviles y otras armas
pesadas.
—Reagrupamiento, cuadrícula siete
—ordenó, cerrando la conexión—.
Comando Shadowhawk, ataque de
interdicción sobre los titanes avanzando
en la cuadrícula cuatro-seis. Grupo de
Asalto, continuad, vectores de ataque
ocho, dos-dos, dos y tres. Aproximación
sigilosa. Es hora de que nuestra
presencia realmente se note.

***
—El progreso es demasiado lento —
gruñó Corax, mostrando una mirada
furiosa hacia Loriark—. Sus Skitarii
tiene que tocar tierra más rápido y
empujar al enemigo por el flanco
izquierdo.
—Pasaré sus instrucciones, señor
primarca, pero se enfrentan a una
oposición obstinada.
—Cuanto más tiempo tome, más
terca se hará. Avanzad rápido y los
defensores no tendrán tiempo para
reforzar sus posiciones contra nuestro
ataque.
Loriark no dijo nada, sino que
simplemente bajó la cabeza en señal de
conformidad y volvió a consultar con
sus compañeros de tecnosacerdotes.
Corax fulminó con la mirada la
pantalla principal. El grueso de las
fuerzas de Atlas se había desplegado y
todavía no habían hecho más de cuatro
kilómetros en las calles de Iaeptus.
Durante dos horas de combate,
simplemente no eran lo suficientemente
buenos y el Primarca había esperado
algo mejor.
Se centró en las formas rúnicas que
representaban la ubicación de la
Guardia del Cuervo y se sintió más
positivo. Agapito y sus garras habían
estado convirtiéndose en un problema
constante para las fuerzas de Delvere,
empujando más y más hacia el templo
del Archimagos mientras atraían a los
Skitarii, lejos de la lucha con el ejército
de Atlas. No podrían continuar
indefinidamente sin embargo. Tarde o
temprano los soldados de Loriark
tendrían que abrirse paso hacia Agapito
o la Guardia del Cuervo sería
finalmente sobrepasada y destruida.
Corax se quedó mirando la pantalla
como si por sola voluntad pudiera
alterar el curso de la batalla.

***
Agapito había perdido alrededor de
una quinta parte de su mando, pero
ahora el enemigo estaba tomando en
serio la Guardia del Cuervo. Cada vez
más infantería en particular había
estado fluyendo a través de las calles,
tratando de ahogar a los Marines
Espaciales sólo por números. La
inteligencia obtenida de los dos
Whispercutters que aún quedaban en el
aire señalaba un asalto masivo por la
derecha, lo que empujaría a la Guardia
del Cuervo hacia los muelles en ruinas
al borde de la ciudad.
Alertados del peligro, Agapito
ordenó a la fuerza de asalto contraerse
en su posición, para crear un solo
elemento móvil que sería capaz ser
extraído en cualquier momento. La
bestia que era las fuerzas de Delvere
finalmente había despertado para
golpear con todo su poder y no serviría
a los propósitos de la Guardia del
Cuervo ser capturados fuera de posición
cuando el golpe cayera.
Saltando por los tejados destrozados
con su retrorreactor, Agapito se reunió
con sus guerreros mientras se
reorganizaban en los edificios que
rodeaban un cráter masivo lleno de
escombros. Arriba los Shadowhawks
pasaban borrosos, quedando ocultos
una vez más, hasta que se necesitaran
para atacar. Según los cálculos del
comandante, cerca de seis mil soldados
y al menos un centenar de ingenios de
batalla se estarían preparando para
lanzar un ataque frontal en toda regla.
La Guardia del Cuervo se retiraría en el
primer asalto y los envolverían en la
cuadrícula uno, en la plaza, arrastrando
al enemigo más cerca de la punta más
avanzada del asalto desde Atlas y lejos
del templo del Archimagos.
Para confirmar la razón de ser de su
plan miró a través de los ojos artificiales
de los Whispercutters, en busca de
cualquier detalle que se había perdido.
No vio nada inesperado y estaba a
punto de cortar el vínculo cuando una
confusión de colores le llamó la
atención, de color rojo oscuro contra el
sudario gris de niebla. Envió una señal
hasta el planeador blindado,
desviándolo en un círculo cerrado que
vendría de la dirección opuesta.
El Whispercutter reveló figuras rojas
blindadas avanzando a través de
edificios destrozados a un kilómetro de
distancia, un poco separados del cuerpo
principal de los defensores. Cambio a la
vista térmica, contando más de
cincuenta señales, los penachos de calor
característicos de legionarios en una
carrera rápida.
Los Portadores de la Palabra habían
venido a hacer frente a la Guardia del
Cuervo. Ellos eran los que trataban de
flanquearles.
La rabia comenzó como una
hinchazón de calor en el estómago,
difundiéndose a través de su cuerpo
mientras el pensamiento de venganza se
apoderó de la mente del comandante.
Al igual que con el descubrimiento de
la Kamiel, la providencia estaba
ofreciendo la oportunidad de vengar a
sus hermanos caídos en Isstvan. En la
pantalla del Whispercutter ondeaba
una bandera, harapienta y sucia, pero
sin lugar a dudas cubierta de escritura
de oro alrededor de una brillante laurel
rojo en un campo blanco.
Agapito había visto esa misma
bandera entre las filas de los cachorros
de Lorgar en el Desembarco de Isstvan,
sostenida en alto con orgullo mientras
los Portadores de la Palabra volvieron
sus armas a sus primos en la Guardia
del Cuervo. En las semanas que
siguieron a la masacre, un brutal
comandante de capítulo de la XVII
Legión llamado Elexis había perseguido
a los Guardia del Cuervo
supervivientes. A pesar de las súplicas
de Agapito al primarca, cada
oportunidad de devolver el golpe había
escapado… Pero ahora, Elexis había
venido a Constanix. Los recuerdos se
amontonaron en los pensamientos del
comandante, cada uno un cuadro de
destrucción y muerte que clamaba por
su atención. Los gritos de batalla de sus
hermanos se hicieron más fuertes en los
oídos, el olor de la sangre y ceramita
quemada saturaron su nariz.
Agarró la empuñadura de su espada
de energía con fuerza, su respiración
entrecortada en ásperos jadeos. Esta era
una segunda oportunidad, Agapito
mataría al portador de esa bandera y
verla tirada y pisoteada, con Elexis
aplastados como su propia Legión fue
aplastados una vez.
—¿Comandante? —la voz del
teniente Caderil sonaba fuerte en el
vox, llena de preocupación—.
Comandante, el enemigo se está
moviendo dentro del rango.
Cada fibra de Agapito le instaba a
ordenar el ataque y sabía que los Garras
con mucho gusto obedecerían una vez
que vieran el blanco. Sus corazones
martilleaban y la sangre fluía a través de
su cuerpo, cubriéndole de rabia.
Una explosión sacudió el edificio al
otro lado de la calle cuando la primera
de las máquinas de guerra Skitarii
resonó en rango, enviando una
avalancha de mampostería rota en el
camino.
Agapito apenas se dio cuenta de la
explosión.
Estaba allí para vengarse, para
castigar, para matar.
Sin embargo, en el corazón ardiente
de su ira había un núcleo frío, formado
por puro odio. No alimentaba su ira
pero cortaba a través de él, regalándole
claridad, taponando la fuga de ira que
nublaba sus pensamientos.
—La victoria es venganza —
murmuró el comandante.
—Por favor, repita comandante,
¿cuáles son sus órdenes?
—La victoria es venganza —dijo
Agapito, más fuerte y con más
confianza. Veía a los traidores con sus
propios ojos, ahora, unos pocos cientos
de metros de distancia, atravesando un
barrio de templos bombardeado. Más
allá de ellos divisó formas más grandes
que se desplazan a través de la
oscuridad del humo, los refuerzos del
Mechanicum. Si la Guardia del Cuervo
atacaba, entonces sin duda les
rodearían, aunque destruyeran a los
Portadores de la Palabra.
Frío, el odio racional ganó furia
ciega.
—Retirada a la cuadrícula uno, a
toda velocidad. —Él dio la orden con
los dientes apretados, como si las
palabras saliesen forzadas por sí mismas
de su garganta.
—Afirmativo comandante —
respondió Caderil, sonando aliviado. La
Guardia del Cuervo corrió y saltó hacia
la oscuridad, dejando a Agapito mirar a
los Portadores de la Palabra en la
distancia, con su bandera a la
vanguardia.
—Mañana Elexis, mil veces cobarde.
Mañana, descubrirás cómo lucha la
Guardia del Cuervo cuando no
tenemos salida. Mañana, os mostraré
cabrones la misma misericordia que nos
mostrasteis en Isstvan.
SEIS

Escupiendo chispas con sus cuchillas


relámpago, Corax cortó la cabeza de
otro ciborg pretoriano y pasó por
encima del cuerpo retorciéndose para
reunirse con sus compañeros. Le
flanqueaban dos escuadras de
legionarios estableciendo una franja de
fuego bólter, bólter pesado y proyectiles
explosivos atravesando a más élite
Skitarii.
El complejo del templo central de
Japeto cubría más de un kilómetro
cuadrado de la ciudad, con el principal
zigurat rodeado de pequeñas forjas y
hornos-casas. Mientras que un par de
Shadowhawks atacaban contra una de
las pocas torres de defensa que quedan
en la muralla Corax y sus guerreros
atravesaron a los cultistas del
Mechanicum. Fuego láser, balas y rayos
cruzados atravesaban los gases y el
humo, los edificios circundantes
resonando con la cacofonía de la
batalla. Más arriba, entre las columnas
de humo que salía de la ciudad los Fire
Raptors patrullaban, atentos a cualquier
nave o helicóptero de combate que
tratara de escapar del santuario del
Dios-Máquina.
Entre los pretorianos se movían
escuadrones de enemigos fuertemente
armados, soldados cuya armadura se
había fusionado a su carne y sus
cuerpos convertidos en armas. El fuego
bólter no provocó daños en sus
caparazones ferrosos, mientras que los
guerreros brutalmente aumentados
respondieron al fuego con arcos de
relámpagos y ráfagas de plasma. Fueron
designados como Thallaxii, máquinas
más que los hombres, con los nervios
muertos para soportar la agonía de la
inserción en su armadura, los lóbulos
de su cerebro reemplazadas por
máquinas de cálculo, convirtiéndolos en
eficientes asesinos insensibles.
Corax se precipitó a los thallaxii
mientras su Guardia del Cuervo se
retiraba con cuatro legionarios muertos
por las armas devastadoras del
enemigo. Un rayo de plasma se estrelló
contra el hombro izquierdo de Corax,
quemando a través de la ceramita de su
armadura para incendiar de dolor su
brazo. Hizo caso omiso del mismo y
alzó el vuelo, haciendo arder su
retrorreactor mientras saltaba hacia el
cielo. Luego torció y se lanzó en medio
de los thallaxii como un cometa,
tajando con sus garras afiladas a
izquierda y derecha, quebrando
exoesqueletos reforzados con sus botas
blindadas.
Alentados por el ataque de su
primarca la Guardia del Cuervo siguió
su estela, vaciando sus cargadores en
fuego automático a los guerreros del
Mechanicum heridos, vertiendo más y
más potencia de fuego a los que
intentaron evadir el asalto de Corax.
Uno a uno, los thallaxii fueron
triturados por cuchillas relámpago y
fuego de bólter, y aun así lucharon
hasta el último guerrero en lugar de
retirarse.
La fuerza de asalto seguía siendo
objeto de considerable fuego de
troneras en lo alto del templo y otros
edificios. Corax partió el pelotón,
enviando una escuadra hacia una gran
casa-forja a la derecha, tomando a los
demás con él mientras se dirigía
directamente a la puerta principal del
templo.
—¡Primarca!
Corax se giró ante el grito de
alarma, justo a tiempo para ver a tres
inmensas bestias mecánicas que salen
de la cámara del horno. Cada uno era
más grande que un carro de combate,
de pie sobre seis partes mecánicas, una
plétora de cañones y armas de fuego
que salpicaban su casco de forma
extraña. Lo que parecían músculos y
tendones brillaban entre su cubierta de
blindaje de ceramita, manchados de
líquido orgánico. Las máquinas de
guerra estaban armados con enormes
garras, haciendo girar los discos de
sierra y cuchillas sierra brillantes. Lo
peor de todo, su armadura fue tallada
con iconos extraños, runas
perturbadoras que se retorcían con una
energía oscura propia. Corax había visto
algo semejante en la batalla con Lorgar
y sus legionarios, y supo de inmediato
lo que eran los sellos, un enlace del
poder del Caos a una forma mortal.
La Guardia del Cuervo se quedó
paralizada por las creaciones medio
demoníacas que cargaban hacia ellos.
Corax respiró; las advertencias de los
tecnosacerdotes hacían poca justicia al
horror de los propios monstruos
furiosos.
Los motores impulsados por
demonios emitieron rugidos y aullidos
extraños, ya que cayeron sobre el
pelotón Guardia del Cuervo con hojas y
garras con cuchillas. Los legionarios no
tenían ninguna posibilidad contra los
gigantes aracnoides, sus rayos y sus
hojas eran ineficaces contra la
armadura inscrita de sus atacantes.
Corax rompió en un sprint,
impulsándose directamente a las
máquinas de guerra con las garras listas
para el ataque. Llegó demasiado tarde:
el último del pelotón Guardia del
Cuervo fue arrojado al aire por una
patada de una de las máquinas,
cayendo a tierra a varias decenas de
metros de distancia sobre el duro
rococemento.
Con un gruñido de pura rabia,
Corax se lanzó hacia el ingenio más
cercano.
Las garras de ambos se encontraron.
Rayos ondularon sobre el blindaje
segmentado de la bestia mecánica.
Servos potenciados por la disformidad
competían contra los músculos
genéticamente modificados de Corax,
que apretó los dientes y el ingenio
demoníaco a su vez dejó escapar un
grito de lamento que era más animal
que mecánico.
La potencia bruta del Primarca
prevaleció sobre el artificio de la
disformidad cuando Corax cortó a
través del brazo del ingenio, enviando
la traqueteante garra al suelo. De un
puñetazo perforó lo que podría haber
sido su pecho, para luego lanzarse hasta
su altura, girando la máquina hacia la
izquierda. Esta lanzó su brazo bueno,
una hoja azul que pasó silbando a
centímetros de la cara de Corax,
contrayendo sus piernas en su intento
de mantenerse en pie.
Con un gruñido, Corax tiró de la
criatura por la espalda y dirigió sus
puños al bajo vientre, separando las
placas de armadura con sus garras. Un
burbujeante líquido verde aceitoso
brotó de la herida mientras la
neumática jadeó y la criatura
mortalmente herida emitió un gemido
desgarrador.
Cuando Corax liberó las manos,
algo se apoderó de su brazo derecho
por detrás. Él se levantó en el aire
mientras otra garra agarró a su pierna.
Sostenido en alto, no tenía opción de
luchar contra el agarre del segundo
ingenio demoníaco. Su armadura se
torcía y agrietaba bajo la tensión, más
fracturas de presión a lo largo de la
longitud del brazo y la pierna del
primarca.
Se volvió como pudo y arremetió
con su garra libre, cortando a través de
los cables de arrastre hidráulico. La
garra enclavada en su pierna se abrió de
golpe, dejándolo colgando de un brazo.
Antes de que pudiera repetir el
movimiento, el ingenio de guerra tiró al
primarca hacia el suelo, restregándolo
con fuerza contra el rococemento.
Aturdido, Corax no podía hacer nada
más mientras era dos veces más
golpeado contra el suelo, con el hombro
casi desgarrado con cada oscilación del
ingenio demoníaco.
La tercera máquina se acercó con
sus cuchillas circulares girando. Pero
antes de que pudiera atacar, dos
explosiones le sacudieron por detrás. El
rugido de los jets de plasma ahogó su
grito de dolor mientras los Shadowhawk
descendían escupiendo fuego bólter
pesado. Otro misil surcó por debajo,
perforando con su arremetida la
armadura del ingenio demoníaco,
detonando los depósitos de municiones
en el interior de su caparazón
segmentado.
Arponeado de dolor en el pecho de
su lesión en el hombro, Corax inclinó
su brazo y columpió los dos pies al casco
frontal del demonio que lo sostenía. El
impacto tronó una abolladura profunda
en el metal pintado de rojo, pero lo más
importante es que dio al primarca el
impulso que necesitaba.
Activando su retrorreactor se
impulsó lejos de la máquina, con su
garra relámpago libre cortando a través
del apéndice. La armadura se apartó en
una lluvia de chispas negras, cableado y
líquido vil derramándose del rasgón.
Dejando que la contraída extremidad
cayera de sus dedos, Corax se elevó en
el aire y luego cayó como una piedra,
usando su propia masa para chocar
contra la parte superior de la máquina
de guerra.
La construcción demoníaca explotó
como si fuera golpeado por un
proyectil, estallando en una bola de
fuego que dispersó su maquinaria y
consumió su combustible. Mientras las
llamas se disipaban, Corax se quedó
agazapado en las ruinas, quemado pero
vivo, su pálida piel ennegrecida con
aceite y hollín.
Sabiendo que Delvere y
posiblemente Nathrakin no estarían
lejos de sus creaciones demoníacas, se
dirigió hacia la fragua de donde habían
surgido las máquinas.

***
LAS ANCHAS PUERTAS de la casa-
horno estaban abiertas, dejando al
descubierto una escena infernal en su
interior. Iluminada por una luz rojiza-
púrpura lo que parecía ser una cadena
de montaje monstruoso gigantescas
fabricaba arañas mecánicas. Las ramas y
las placas de armadura curvas colgaban
de grúas y cadenas de elevación,
mientras que por debajo bandas de
obreros encapuchados y servidores
trabajaban. Aquellos capaces de pensar
libre arrojaron sus herramientas y
huyeron cuando Corax entró al acecho
en el interior terrible, mientras que los
drones más descerebrados continuaron
con las tareas que estaban programadas
para llevar a cabo, ajenos al asesino en
medio de ellos.
Un escuadrón de Portadores de la
Palabra cargó desde la penumbra con
sus bólter ardiendo. Los impactos
llovieron sobre Corax pero él restó
importancia a las detonaciones y se
abalanzó hacia los legionarios traidores,
perforando al primero con la punta de
la garra, cortando la cabeza y el brazo
en un segundo. Mientras partía por la
mitad al tercero, Corax pudo ver sobre
las cabezas de los renegados, en las
profundidades de la forja infernal.
Las paredes estaban llenas de jaulas,
en cuyo interior figuras desnudas
miraban fijamente hacia fuera. Sus
cuerpos estaban manchados de mugre y
sangre, sangre de las profundas runas
talladas en su carne. Ellos gritaban de
desesperación, sacando sus manos entre
los barrotes de su prisión, cabezas
rapadas relucientes a la luz natural. Las
mismas jaulas estaban cubiertas de
largas cuerdas de cable anudado que
ardía y chispeaba como si absorbieran
su miseria, y los cables perdían en
bucles de cadenas hacia las
profundidades de la forja.
En el otro extremo se había
levantado un pedestal grotesco, una
amalgama de metal, piedra, huesos y
calaveras, conectado a las jaulas prisión.
Estalactitas artificiales extrañamente
rectangulares sobresalían de esta pila,
formando enormes púas cuyas
longitudes fueron talladas con más de
esas runas condenables. Entre ellas el
aire brillaba con energía natural,
inundando la sala del horno con la
pulsante no-luz del immaterium.
Una espada sierra se estrelló
súbitamente contra el muslo de Corax y
él golpeó de vuelta con el dorso de su
puño, lanzando a un Portador de la
Palabra a través de la cámara para luego
chocar contra un bloque de motor
colgando. Un tiro se estrelló en el pecho
de otro traidor incluso cuando las
garras de Corax barrieron para destripar
a un tercero.
Al lado del remolino de la grieta
disforme estaban dos figuras. A la
primera Corax reconoció por la
descripción Loriark le había dado: era
claramente Delvere. El Archimagos
estaba envuelto en rojo al igual que sus
compañeros, con la cara oculta por la
sombra de la capucha. De su espalda se
extendían media docena mecadendritos
retorciéndose, cada uno con una hoja
dentada chispeante, zumbante o una
espada sierra chirriante.
La otra figura no podía ser otra que
Nathrakin, vestido con gruesa
armadura de exterminador pintada con
los colores distintivos de los Portadores
de la Palabra y cincelado con runas
doradas y líneas de escritura
cuneiforme. No llevaba casco y el cuero
cabelludo y el cuello estaba perforado
con serpenteantes bobinas de alambres
y cables que latían bajo la piel, brillando
con energía psíquica. Un ex
bibliotecario, sin duda, ahora
convertido en hechicero.
Cuando el último de los Portadores
de la Palabra cayó ante Corax, el
primarca levantó una garra hacia la
pareja y gritó su desafío.
—Rogadme por unas muertes
rápidas y yo os las concederé —dijo
caminando entre las líneas de piezas
mecánicas y los humano encarcelado
gimoteantes.
—¿Demasiado tarde para pedir
clemencia? Nathrakin respondió.
—Sin piedad —gruñó Corax,
echando a correr.
El par de renegados se dividió.
Delvere se mantuvo firme, alzando los
brazos biónicos para levantar un cañón
rotatorio de gran tamaño hacia el
primarca embistiendo. Nathrakin
caminó hasta el montículo-altar del
Caos y con una mirada despectiva hacia
Corax metió la mano en el vórtice
girando.
La primera salva de Delvere chilló
por el pasillo, lo que obligó Corax a
desviarse a su izquierda como cáscaras
malvados parpadearon hacia él. Los
presos soltaron grandes alaridos de
agonía mientras las balas perdidas les
rasgaron, penetrando a través de la
carne, donde los proyectiles infernales
incendiaron oscuros fuego en su
cuerpo, quemándolos rápidamente
hasta que estuvieron casi consumidos.
Cambiando su ruta, Corax saltó
entre las partes de máquinas colgando,
dirigiendo su paquete de vuelo entre las
cadenas balanceándose y caparazones
meciéndose. La siguiente descarga de
Delvere desgarró el techo encima,
dividiendo junturas metálicas y
cortando a través de las placas
blindadas.
Corax aterrizó junto al Archimagos
mientras las rondas ardientes abrasaron
junto a la cabeza del primarca, su garra
rayo atravesando los cañones rotatorios
de un solo golpe. Los tentáculos-
mecadendritos de Delvere arremetieron
hacia delante como un nido de
serpientes, desatando una ráfaga de
golpes en el pecho y el hombro de
Corax, con una fuerza combinada
suficiente para lanzarlo a varios metros.
El primarca barrió con una garra
relámpago, cortando los extremos de la
mitad de los zarcillos y provocando un
gruñido de dolor al Archimagos.
Mientras Delvere se tambaleaba
hacia atrás, los mecadendritos restantes
ondularon salvajemente, Corax golpeó.
Se abalanzó hacia delante, con la garra
izquierda extendida como una lanza,
hojas y los dedos bombardeando el
pecho del Archimagos. Dedos como el
acero desgarraron a través de las placas
de metal y órganos mecánicos, rasgando
a través de una columna recubierta en
plastiacero para salir por la espalda de
Delvere. El Archimagos chirrió en un
staccato lingua-technis mientras Corax
lo levantó.
—El castigo para los traidores es la
muerte —gruñó el primarca.
Pasó la otra garra por la cabeza de
Delvere, separando las vértebras y
esquilando la parte superior de su cuero
cabelludo. Dejando que el cadáver
decapitado cayera al suelo, Corax se
volvió hacia Nathrakin.
El portador de la Palabra estaba de
pie, frente del portal disforme pulsante
con llamas rojas y púrpura parpadearon
a lo largo de su brazo. Zarcillos de
energía antinatural se adherían a él
desde el círculo de energía radiante,
como si pasaran por su cuerpo, dejando
un rastro pulsante bajo su piel. Su
rostro estaba encerrado en una mueca
rictus, los ojos ardiendo con fuego.
Las placas de su armadura de
exterminador se combaron y se
fundieron, burbujeantes como la carne
escaldada, expandiéndose y
fundiéndose. Mientras más poder
disfrome fluía hacia él, Nathrakin crecía
en estatura, sus extremidades alargaron,
se ensanchó su torso. Garras como el
acero estallaron de sus dedos y tres
cuernos encrespados brotaron de su
frente, cada uno con una runa dorada
en la punta. El generador y la placa
posterior se ensancharon, extrusiones
de ceramita y adamantium formaron
un arco de sierra por encima de su
cabeza como un halo deformado.
Corax dio un paso hacia el traidor,
pero se detuvo, temeroso de acercarse
demasiado a las energías rapaces que
arrojaba la grieta disforme. Sombras
violetas y verdes bailaban alrededor de
los pies del Portador de la Palabra.
Desgarrando su mano de círculo
palpitante de la energía, Nathrakin dio
varios pasos hacia el primarca. Cuando
sus botas tocaron los cráneos y los
huesos fusionados, dejó piscinas de
fuego negro. Levantó los brazos y
sonrió, mientras cuatro espadas de
hueso con filo de adamantium
surgieron de cada una de sus muñecas,
en una parodia retorcida de las propias
garras de Corax.
Cuando habló, la voz deformada
del traidor era profunda, reverberando
a través del pasillo, resonando con ecos
de poder.
—Acabas de encontrarte con tu
desafío, primarca —se burló Nathrakin.
Dejó caer los brazos con llamas
brotando de sus puños, que ardieron
con fuego negro—. Nada puede resistir
el poder del Caos Inmortal.
—Probemos ese alarde, inmundo
traidor.
Después de que la aprehensión
volase, Corax saltó sobre Nathrakin con
las garras extendidas. Con una
velocidad que casi igualó la del
primarca, el hechicero se hizo a un
lado, golpeó con las hojas de sus brazos,
rascando virutas en el blindaje de
Corax. Sin pausa, Corax recuperó el
equilibrio y se giraba cuando Nathrakin
se estrelló contra él, conduciendo a
ambos a la pila del altar profano.
Corax embistió una rodilla en el
estómago de su enemigo, levantando
Nathrakin del suelo y liberándose de su
control. Un vapor tenebroso fluía desde
el portal disforme, rodeando al mago
con un aura pulsante mientras se
empujaba a sí mismo de nuevo con sus
pies, flexionando sus garras, dejando un
mechón delgado que lo conectaba con
la grieta.
Nathrakin rio.
—¿Lo ves? Cualquier mortal,
incluso un Marine Espacial, habría sido
asesinado por ese único golpe. Siquiera
me has dejado sin aliento, Corax. ¿Qué
se siente al enfrentarse a tu última
batalla?
Corax golpeó como un borrón,
haciendo llover golpes sobre el
advenedizo campeón del Caos, sus
garras rastrillando y acuchillando,
triturando armadura y derramando
sangre en un frenesí contra los brazos
en alto de Nathrakin. El ataque del
primarca lo alejó del portal paso a paso,
pero la cuerda inmaterial que unía al
Portador de la Palabra a la fuente de su
poder permanecía.
—¡Basta! —el rugido de Nathrakin
casi ensordeció a Corax. El hechicero se
destrabó con un puñetazo directo que
conectó con la mandíbula del primarca,
lanzándolo de nuevo una docena de
metros antes de chocar contra una
pierna mecánica colgando. Llamas
negras se arrastraron por la cara del
primarca, tratando de comer su carne,
picándole los ojos.
—Nunca es suficiente —respondió
Corax con gravedad mientras las llamas
en la cara resbalaban—. Nunca me
derrotarás.
Los dos cargaron al otro, pero en el
último momento Corax saltó,
encendiendo su retrorreactor para
ejecutar un salto mortal girando sobre
su oponente. Aterrizando detrás de
Nathrakin, Corax embistió con ambos
conjuntos de garras en la espalda del
traidor. Crepitantes rayos atravesaron
blindaje y carne, su sangre saliendo por
la herida hirviendo.
Las alas de Corax se aplanaron
mientras saltó hacia arriba, la llamarada
de los cohetes propulsaron a ambos
hacia las vigas anchas que sostenían el
techo de la sala de calderas. Girando y
girando, el primarca estrelló a
Nathrakin contra el techo, golpeando
su cabeza el acero, aprisionándole en
los puntales. El campeón del Caos gritó
de frustración en lugar de dolor,
incapaz de poner sus garras para
guardarse contra su atacante.
Girando hacia el suelo el primarca
se zambulló, conduciendo a él mismo y
Nathrakin al suelo como un meteoro.
La onda de choque de su impacto hizo
que el conjunto de cadenas y
componentes de motor colgando se
golpeasen y chocasen. Retirando sus
garras, Corax se puso sobre el traidor y
lo pisoteó, chocando su pie una y otra
vez en la espalda de Nathrakin,
agrietando y astillando el piso de
rococemento desnudo bajo él.
El campeón del Caos se quedó
inmóvil y Corax dio un paso atrás,
respirando con dificultad. Escuchó. El
débil latido de los corazones gemelos
seguía. Rasposas y superficiales
respiraciones todavía pasaban por los
labios de Nathrakin.
En el momento antes de que Corax
atacara de nuevo, Nathrakin rodó sobre
su espalda, echando los puños fuera.
Fuego ébano arrojó sus manos,
salpicando la cara y el pecho de Corax,
haciéndole retroceder.
Recuperando la verticalidad,
Nathrakin rio una vez más.
—¿Eso es todo lo que puede ofrecer,
Corax? Y pensar que casi batiste a lord
Aurelian.
Corax miró al Portador de la
Palabra. Su armadura estaba abombada
y agrietada, sangrando por docenas de
heridas. Su rostro era poco más que
puré de carne con labios partidos,
dientes rotos, la nariz achatada. Uno de
sus cuernos se había roto.
—Pareces ser un pobre juez sobre
quién está ganando esta pelea —dijo el
primarca—. Solo acabo de empezar.
Los dos cargaron sobre el otro de
nuevo, garras chocando contra garras
con una fuente de energía eléctrica y la
energía disforme pulverizándose en el
aire. Corax se encontró cara a cara con
su enemigo, empujando lentamente los
puños de Nathrakin más y más, las
garras del primarca desplazándose hacia
la garganta del traidor.
—Vamos a ver te jactas sin cabeza,
mierda renegada. Voy a destruir toda
criatura generada y contaminada por el
Caos criatura de la galaxia antes de
morir.
La mirada rubí de Nathrakin
parpadeó lejos de Corax por un
momento, mirando rápidamente hacia
abajo, a las hojas crepitantes sólo
milímetros de su garganta.
—Deberías comenzar tu búsqueda
un poco más cerca de casa, primarca.
El hechicero miró directamente a
los ojos de Corax y el primarca vio su
reflejo allí, un gigante de piel blanca y
ojos como el carbón.
Nathrakin rio.
—¿Pensabas que los primarcas eran
algo puro?
En ese momento pensó Corax en los
pobres Rapaces que habían sido
transformados por la manipulación de
su semilla genética y de repente temió
qué era lo que había desatado en ellos.
¿Tenía su apariencia bestial algo que ver
con los genes que habían usado,
provenientes de su primarca?
Nathrakin sintió su vacilación y se
burló.
—¿Cómo podría el emperador crear
los semidioses con ciencia por sí sola?
¿Guerreros que pueden soportar
proyectiles de tanques? ¿Líderes cuyas
palabras deben ser obedecidas?
¿Criaturas con poderes mucho más allá
de cualquier guerrero del trueno o
legionario? ¿Por qué crees que el
emperador decidió no simplemente
recrear sus hijos cuando se perdieron?
¿Con qué dones únicos de la oscuridad
te dotó?
El momento de duda de Corax fue
todo lo que Nathrakin necesitó. Con un
grito triunfal, el Portador de la Palabra
echó hacia atrás al primarca, revelando
marcas de quemaduras en la garganta.
Gotas de fuego negro goteó de sus
hojas-hueso a medida que avanzaba.
—¡Lorgar vio la verdad! Es hora de
que la veas también. Acepta la
naturaleza del caos y únete a tus
hermanos en el verdadero camino de la
justicia.
Corax había oído lo suficiente, y
arremetió con una velocidad
asombrosa.
—¡Silencio!
Atrapado en su burla, Nathrakin
reaccionó con demasiada lentitud. Una
garra rayo rebanó la cabeza del
Portador de la Palabra de los hombros y
la hizo volar en la oscuridad.
Jadeante, Corax cayó en cuclillas,
sacudiendo la cabeza. El traidor había
estado mintiendo, tratando de salvar su
pellejo. El Emperador había jurado
destruir el Caos, se lo había dicho a
Corax en persona. Destellos de la
memoria del emperador empujaron en
la conciencia de Corax, imágenes de su
creador en su laboratorio atendiendo a
los cigotos nacientes que se convertirían
en sus hijos genéticos inmortales.
—No —Corax se puso de pie,
disipando sus dudas. El emperador no
podía haber mentido, lo habría visto—.
No soy ninguna criatura del Caos.
Se dio cuenta entonces que el aura
que rodeaba el cadáver de Nathrakin se
espesaba, el zarcillo de energía disforme
ondulante desde el portal moverse más
rápidamente.
El cuerpo se crispó.
Corax sintió un escalofrío de
ansiedad al oír una risita.
El blindaje delantero de Nathrakin
se movió, dividiendo su abdomen en
una boca llena de dientes de
adamantium y ojos de rubí que
empujaban hacia fuera de sus
pectorales. Una lengua serpentina
delgada se deslizó sobre colmillos como
agujas mientras el campeón del Caos se
sentó.
—El Cahos no puede sher
destruhido —ceceó la boca deformada
con labios de ceramita moldeados de la
armadura—. Esh eterno.
Corax sacudió la cabeza con
incredulidad cuando Nathrakin se puso
de pie. Con un estremecimiento, una
cola de aguijón en la punta surgió tras
él, moviéndose por encima de su
hombro. Del muñón del cuello
crecieron púas de metal, formando una
boca bestial. Las llamas negras
envolvieron sus manos una vez más.
—Shométete o se ashesinado. Es
Shimple.
Tomando dos zancadas, Corax
golpeó con las garras de su puño
derecho en la nueva cara del caído
campeón y lo levantó. El negro fuego
fluía alrededor de ambos puños
mientras Nathrakin chillaba y los
golpeaba contra la cabeza y el rostro del
primarca, desgarrando piel, carne y
metal. Corax ignoró el dolor y se
tambaleó hacia la brecha disforme
abierta.
—El Caos puede ser inmortal —
gruñó, lanzando al Portador de la
Palabra hacia el portal—. La carne no lo
es.
Con un rugido, Corax lanzó a
Nathrakin al remolino de energía.
Se dirigió brillante mientras el
portador de la Palabra parecía pegarse a
su superficie. Rostros demoníacos
aparecieron dentro del círculo brillante,
riendo y sonriendo lascivamente.
Manos con garras atraparon al brujo y
lo arrastraron más en sus
profundidades, hasta que él fue
eclipsado por la energía crepitante.
Corax golpeó, derribando la
estalagmita más cercana sustentando la
grieta. Dio la vuelta al altar monstruosa,
sus garras rompiendo a través de las
elevaciones de metal y hueso, haciendo
que el portal pulsara cada vez más
salvajemente cuando cada uno era
derrocado. Cuando se cortó la última
punta sobresaliente, la brecha
implosionó. Corax sintió el impacto de
la misma en el centro de su ser, como si
un puño se apretó alrededor de su
corazón.
El momento pasó.
—Mentiras —murmuró, dándose la
vuelta—. El emperador me dijo también
que las mentiras y el engaño son las
únicas armas esgrimidas realmente por
el Caos.
Sin embargo, las palabras sonaban
huecas mientras las decía, porque él
también sabía que las mentiras más
convincentes eran las envueltas
alrededor de un núcleo de verdad.
Las heridas en la cara picaban y en
su hombro dolorosas, pero quedaba
mucha lucha por hacer. Iaeptus no
podía ser aún reclamada por el
Emperador.
EPÍLOGO

Corax permanecía sobre el puente de la


Kamiel, a solas con Sagitha Alons
Neortallin.
—Iaeptus está bajo mi control y los
que te hicieron esto están muertos —
dijo a la navegante—. El Mechanicum
tiene una nave que puedo utilizar para
reunirme con mi legión. Conoce ahora
la paz.
El primarca vaciló, recordando las
palabras de Nathrakin. Se preguntó qué
vio Sagitha cuando ella le miró. ¿Qué
clase de criatura tuvo que ver con ese
ojo de la disformidad suyo?
—Eres un buen hombre —le
susurró, de alguna manera, en
respuesta a su pregunta no formulada
—. Un buen y fiel sirviente del
Emperador. Nada más y nada menos.
Una lágrima rodó por la mejilla con
cicatrices de la navegante mientras
Corax colocaba la punta de una garra
debajo de la destrozada barbilla.
—Gracias —susurró ella.

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