Modernidad - Kant

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MODERNIDAD Características

KANT - ÉTICA
Conceptos de la modernidad que nos van a servir para situar el planteo ético de Kant:

1- La razón como centro de interés. El sujeto racional es el eje a partir del cual se
organizan el saber, la ciencia, el arte y la moral. Se confía en ella como la fuerza
transformadora de la sociedad y de la historia.
2- Primacía de la libertad frente a la naturaleza. El mundo del espíritu es el ámbito
de la libertad y de las producciones humanas más elevadas (ciencia, arte, moral
religión, filosofía); mientras que el mundo de la naturaleza es el ámbito del
determinismo.
3- Especialización de la cultura. Se separan los distintos ámbitos de la cultura,
ciencia, ética, arte, cada uno con su objeto propio, constituyendo esferas que
abordan sus cuestiones en forma específica.

CIENCIA ÉTICA ARTE


Aspectos Verdad Deber Belleza
específicos
Problemas que trata Conocimiento Prácticos y Derecho El gusto estético
Finalidad Ciencia objetiva Moral Universal Arte autónomo

En el tema que estamos desarrollando podemos decir, que el esfuerzo predominante en


la modernidad consistió en construir una ética universal racional, válida para todo
hombre, independientemente de sus creencias religiosas y de sus circunstancias
particulares.

Kant y la ética del deber Siglo XVIII


La pregunta central de la ética para Kant es qué debo hacer. Con lo cual podemos ir
pensando, entonces, que la moral tiene directa relación con el deber, con la pregunta por
lo que debe ser hecho y lo que debe ser evitado.
Atendemos a dos rasgos centrales de la ética para éste filósofo. La ética debe ser
universal, sus principios deben ser válidos para todos los seres racionales de un modo
absoluto y necesario. La moral que se basa en la experiencia particular de un sujeto,
sólo tiene un valor contingente y particular. La moralidad no puede deducirse de los
casos particulares, más bien debe partir de un principio universal con el cual confrontar
las acciones. Este principio de moralidad reside en la razón y no puede derivarse de las
sensaciones, inclinaciones o deseos sino que debe determinar a priori a la voluntad. A
priori quiere decir independientemente de la experiencia y de todo objeto de la
sensibilidad. Recordemos que, a diferencia de Kant, Aristóteles reconoce en las
tendencias naturales una inclinación al bien.
La pregunta por lo que debo hacer no significa qué me gustaría hacer, ni qué deseo
hacer, ni qué necesito hacer. Es decir, no es una pregunta por la cual el sujeto pueda
pensar en el placer, ni en su propio interés individual. Ninguno de éstos puede ser
móviles de la acción moral. El único móvil válido de ésta reside en la razón, única
capaz de determinar a la voluntad a obrar libremente. Esto significa entonces que la
ética debe ser racional.
Kant argumenta que la naturaleza le dio, a nuestra voluntad, la razón como directora. Si
el fin de la voluntad fuese la felicidad, la naturaleza se habría equivocado al darle la
razón como la encargada de realizar este propósito. Este fin lo hubiera conseguido
mucho mejor a través del instinto, ya que la razón le exige muchas veces sacrificar los
intereses de los impulsos y con ellos la propia felicidad. De aquí deduce Kant que
“debe de haber un propósito más digno que la felicidad al cual está destinada la razón y
al que deben subordinarse todos los fines particulares del hombre” y con ellos la
felicidad. Ese propósito más digno consiste en “producir una voluntad buena en sí
misma, y para esto la razón es absolutamente necesaria”. Aquí también se puede
establecer una clara diferencia con el planteo de Aristóteles.

El deber y la buena voluntad


¿A qué llama Kant una voluntad buena? En principio digamos que la voluntad es la
capacidad para determinarse a sí mismo a obrar según un principio universal de la
razón. Porque nada es en sí mismo bueno ni malo. “Los talentos del espíritu; el valor,
la decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del temperamento, son
sin duda en muchos respectos buenos y deseables: pero también pueden llegar a ser
extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad que ha de hacer uso de estos dones
de la naturaleza (…) no es buena”.

También el poder, la riqueza, la fama, el éxito, la felicidad dependen de una buena


voluntad que los acomode y ordene a un fin correcto. Esto ocurre necesariamente así,
ya que la voluntad humana no siempre está conforme enteramente con la razón, sino
que está sometida a condiciones contingentes y subjetivas, esto es a impulsos y deseos.

Cuando el motivo que determina a la voluntad a obrar es un objeto que se desea, este
principio a partir del cual se actúa es material o empírico. La decisión depende del
sentimiento de agrado o desagrado que cause ese objeto, es decir, del propio trabajo
importante que tienen que presentar al otro día, o bien, no devolver un dinero que pidió
prestado pudiendo hacerlo, porque quiere irse de vacaciones.

En cambio cuando el principio que determina a la voluntad es una ley de la razón, este
principio es formal, y la voluntad se determina a priori, esto significa que el principio
por el cual actúa no lo saca de la experiencia, sino que lo encuentra en sí misma.

O sea que la voluntad no depende de ninguna sensación de agrado o desagrado, de


ningún deseo, ni de ninguna necesidad, sino sólo de sí misma, de lo que la razón
determina.

Una voluntad buena en sí misma es aquella que:


1) actúa por deber y no conforme al deber;
2) es autónoma porque es de suyo legisladora, es decir, es libre para darse a sí
misma su propia legalidad.
Con respecto a la primera afirmación, Kant está indicando la diferencia entre moralidad
y legalidad. Una voluntad moralmente buena actúa siempre por deber. Pongamos un
ejemplo: cuando un comerciante, pensando en mantener y aumentar su clientela, cobra
lo justo por las mercaderías que vende sin estafar a sus clientes, decimos que su
proceder es honesto. Pero entonces nos preguntamos, ¿es éste un comportamiento
moral? Kant diría que de ninguna manera se lo puede considerar un acto moral, porque
si bien se cumple con el deber, la acción realizada es un medio para su satisfacción.
Esta es una acción conforme al deber pero que no tiene valor moral. En cambio, una
acción es hecha por deber cuando el sujeto la realiza sin otro fin que el deber mismo.
Es la de aquel comerciante que cobra lo justo porque es lo que debe hacer, y no para
sacar beneficio de ello.
De aquí podemos derivar dos afirmaciones: sólo una acción hecha por deber tiene valor
moral; y el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley.

El imperativo categórico
¿Cuál es esa ley que toda acción debe respetar para ser considerada moralmente buena?
Para responder esta pregunta, Kant plantea la diferencia entre máximas y leyes
prácticas. Las primeras son todas aquellas reglas que rigen la conducta de un individuo
pero que son válidas sólo para él mismo. Las máximas son principios subjetivos de la
acción. Las leyes prácticas en cambio, son principios objetivos de la acción, o
imperativos, es decir, “un deber ser que expresa la obligación objetiva de la acción”.

Los imperativos mandan a obrar porque indican lo que toda persona debe hacer. Porque
si bien el hombre es un ser racional, no es la razón el único motivo que determina a la
voluntad.
Ésta también puede dejarse determinar por las inclinaciones, los deseos, las necesidades.
Dicho de otra manera, como el hombre no quiere siempre lo que debe, es necesario que
se rija por imperativos que le dicta la razón.
Ahora bien, éstos pueden ser imperativos hipotéticos o categóricos. Los primeros
determinan la voluntad en función de cierto fin deseado, son más bien preceptos de
habilidad. Decir, por ejemplo, que “se debe trabajar y ahorrar en la juventud para no
morir de hambre en la vejez”. Este precepto práctico de la voluntad surge de la razón
pero no se puede exigir por igual a todos los hombres. De lo cual se desprende que este
imperativo está condicionado a la capacidad y a las condiciones de cada sujeto.

En cambio, un imperativo es categórico cuando manda a obrar de un modo necesario a


todos los hombres por igual, independientemente de sus condiciones subjetivas, y
siempre de esa manera, independientemente de cualquier circunstancia. Por eso, sólo
estos últimos son leyes prácticas. Dice Kant que la ley moral es “un imperativo que
ordena categóricamente porque la ley es absoluta; la relación de la voluntad con esta ley
es de dependencia, con el nombre de obligatoriedad, que significa una imposición (…)
para una acción que se llama deber”.

Esa ley no indica que debe hacerse esto o lo otro, sino que conserva sólo la forma pura
de la legalidad Esa ley dice así:
“Obra de tal manera que quieras que la máxima de tu voluntad se convierta en ley
universal”.
Dicho de tal manera muy sencilla, lo que vale para una persona debe valer para todos en
esa misma situación. Éste es el imperativo categórico, única ley moral, principio
absoluto y fundamento de la moralidad, porque es principio objetivo universal. La
acción realizada por respeto a la ley es el deber, y cumplir con éste es la condición de
una voluntad buena en sí misma.
Esto quiere decir que, ante la pregunta de qué debo hacer, la respuesta es: debo hacer
que mi máxima, el principio subjetivo que orienta mi acción, pueda valer como ley
universal para todo ser racional.
Atendamos al siguiente ejemplo: Si voy por la calle y veo que a alguien se le cae su
billetera y sigue su camino sin darse cuenta, y en ese momento nadie está mirando lo
que sucede, ¿qué debo hacer? Puedo quedármela porque total nadie me está viendo y la
persona interesada no se percató de lo sucedido, o bien puedo devolvérsela. ¿Quién
determina en este caso lo que está bien y lo que está mal? Kant contestaría: la ley
moral. ¿Cómo debo proceder? Debo confrontar el principio subjetivo de mi acción con
la ley moral: si cumple con lo que esta ley indica la acción es buena y debe ser
realizada, si no, es mala, por lo cual debe evitarse.

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