4.coercion Sexual Como Un Juego
4.coercion Sexual Como Un Juego
4.coercion Sexual Como Un Juego
net/publication/331354919
Manzelli, H., 2005. “Como un juego: la coerción sexual vista por varones
adolescentes” , en E. A. Pantelides y E. López (eds.), Varones latinoamericanos.
Estudios sobre sexualidad...
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Hernan Manzelli
Centro de Estudios de Población
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1. Introducción
La coerción sexual afecta la salud física y mental de las personas que son expuestas a estas
situaciones. También constituye una incuestionable manifestación del estado de subordinación genérica en
el que se encuentran las mujeres en nuestra sociedad, pues ellas aparecen con mayor frecuencia como
víctimas y los varones como perpetradores. A pesar de ello existe un gran desconocimiento sobre este
fenómeno lo que constituye un serio inconveniente al momento de plantearse políticas y campañas efectivas
contra este tipo de conductas. Aún menos explorada ha sido la perspectiva de los varones, en tanto actores
genéricos, sobre este tema.
El objetivo de este capítulo es analizar los significados que los varones adolescentes construyen
sobre algunas conductas relacionadas con la coerción sexual.; nos basamos para ello en resultados de una
investigación cualitativa realizada en Buenos Aires que tiene por objetivo explorar y analizar los factores
sociales y culturales que intervienen en la adopción de conductas coercitivas en el campo de la sexualidad
en varones adolescentes. Desde un enfoque de género, nos guía el supuesto teórico de que la forma en que
es construida culturalmente la identidad masculina (en relación con una identidad femenina) crea espacios
de legitimidad para conductas coercitivas.
En primer lugar, presentamos algunos elementos conceptuales que dan cuenta del interés teórico y
práctico del estudio de la coerción sexual. Explícitamos aquí el concepto de coerción sexual con que
trabajamos y resumimos el estado del arte sobre el tema en la Argentina. En segundo lugar, detallamos la
metodología utilizada en esta investigación. En tercer lugar, mostramos algunos resultados de la
investigación: ¿qué es y no es coerción sexual para estos varones adolescentes?, ¿por dónde pasa el límite
entre lo permitido y lo prohibido?, ¿cuáles son las conductas concretas de coerción sexual?, ¿qué influencia
1Este artículo presenta resultados de una investigación realizada en el marco de una beca de posgrado del Consejo
Nacional para la Investigación en Ciencia y Tecnología – CONICET- con sede en el Centro de Estudios de Población.
1
tiene el grupo de pares en las conductas sexuales y reproductivas?. A modo de conclusión, recapitulamos y
ofrecemos una reflexión sobre las implicaciones de los resultados expuestos.
La definición del concepto de coerción sexual es compleja, ya que las percepciones sobre lo
que es o deja de ser coerción varían de acuerdo a diferencias sociales, culturales e individuales. Como
señalan Pantelides y Geldstein (1999) "lo que se entiende por coerción sexual, tanto por los investigadores
(perspectiva "etic") como por los actores (perspectiva "emic") dista de ser claro" . Para este trabajo se ha
adoptado la siguiente definición:
Desde la perspectiva de los actores resulta complicada la percepción de coerción, ya que, como
escriben Heise, Moore y Toubia, incluye una amplia gama de comportamientos que van desde la violación hacia
áreas no tan bien delimitadas como las presiones verbales o las expectativas culturales. Si se tiene en cuenta
que en esta sociedad patriarcal, donde predominan valores que prescriben que la iniciativa sexual debe ser
tomada siempre por el varón, un hombre difícilmente puede rehuir una relación sexual y que el acto de presionar
para obtener ciertos "favores" sexuales es parte de la definición de lo que es el rol masculino "esto hace
necesario adaptar la definición de coerción sexual, entendiéndola como una continuo donde el valor cero rara
vez sea la norma" (Pantelides y Geldstein, 1999). Ahora bien, ¿cuáles son los factores que están influyendo en
estas diferenciadas percepciones de conductas coercitivas?
Desde un punto de vista teórico, el fenómeno de la coerción sexual ejercida por varones
sobre mujeres aparece como una de las más evidentes cristalizaciones de las relaciones sociales de
dominación por género. Si partimos de un enfoque constructivista, en el que se descarta que la violencia
masculina sea el resultado mecánico de la biología, debemos encontrar la explicación de esta violencia en
las condiciones sociales y psíquicas en las que se adquiere la masculinidad. Esta perspectiva nos brinda la
oportunidad de indagar en los mecanismos sociales y culturales mediante los cuales la agresión es
legitimada como parte inmutable de la sexualidad masculina. Por otro lado, al enfocar en la perspectiva
masculina sobre la violencia, la virilidad y el poder, nos adentramos en el espacio de la construcción de las
identidades (Brittan, 1989; Cornwall y Lindisfarne, 1994; Kaufman, 1995; Kimmel y Messner, 1992; Kimmel,
1992; Seagal, 1990; Seidler, 1994; Conell,1995; Brod y Kaufman,1994). La problemática que se explora en
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este trabajo tiene dos ejes teóricos. En primer lugar, nos preguntamos por la importancia constitutiva que
adquieren las relaciones asimétricas de género en la construcción de una identidad social masculina.
Subyacen implícitas en este interrogante otras preguntas que tienen interés político: ¿qué otras opciones
hay?, ¿es posible un cambio? En segundo lugar, intentamos incursionar en los significados sociales de esta
sexualización de la violencia. En otras palabras, si, contra una postura esencialista, ya no son los genes ni
las glándulas sexuales los que determinan la violencia sexual, ¿por qué este tipo de violencia que asume el
carácter de “sexual” sigue teniendo como dirección casi exclusiva de los hombres hacia las mujeres? Las
preguntas “políticas” que nos hacemos aquí son: ¿son las relaciones sexuales en sí un medio para perpetuar
las relaciones de dominación y subordinación? y ¿cómo puede cambiarse esto?.
Desde un punto de vista práctico, esta línea de estudios tiene la intención de proveer a los
trabajadores de servicios de salud y otras instituciones de acción social, conocimientos necesarios para la
prevención del intercambio sexual no deseado y de los problemas de salud con los que se asocian las
conductas coercitivas. Como señalan Heise, Moore y Toubia (1995), este tipo de conductas está
estrechamente relacionado con algunos de los más importantes problemas de salud reproductiva: embarazo
no deseado, iniciación sexual violenta, comportamiento sexual de alto riesgo (como sexo sin protección, con
múltiples parejas y prostitución), enfermedades de transmisión sexual, mortalidad materna y neonatal y
trastornos ginecológicos. Además de los efectos de la coerción sexual sobre la salud física, otros estudios
también mencionan sus efectos sobre la salud mental: depresión, ansiedad, estrés postrauma y disfunción
sexual, llegando finalmente a efectos mortales como el suicidio y el homicidio (Figueroa, Stern y Medina
1999: p. 45).
En el caso particular de Argentina, la investigación sobre coerción sexual es muy escasa, y nula
aquella dedicada a captar la percepción masculina de la misma. Sin embargo, existe cierto conocimiento
acumulado de investigaciones en el área de sexualidad y salud reproductiva que permiten no dudar de la
existencia de este fenómeno y de que puede ser mensurable (Pantelides y Cerrutti, 1992; Kornblit y Mendes
Diz, 1994; Necchi, Schufer y Méndez Ribas, 2000; Pantelides, Geldstein e Infesta Domínguez, 1995; Infesta
Domínguez, 1996a). Otra línea de estudios, comienza a producir, a mediados de la década del noventa, una
serie de investigaciones que indagan en la construcción social de la masculinidad como una herramienta útil
para el análisis de los comportamientos sexuales y reproductivos, en las cuales también podemos rastrear
alguna información indirecta sobre coerción sexual (Infesta Domínguez, 1996b; Villa, 1996).
Hasta el momento de escribir este capítulo, según nuestro conocimiento, el único estudio que abordó
específicamente el tema de la coerción fue una investigación sobre iniciación sexual en mujeres adolescentes
de bajos recursos, realizada en el Area Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) (Pantelides y Geldstein, 1999).
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En dicha investigación se exploraron y describieron las circunstancias y correlatos de la iniciación sexual
para establecer la presencia o ausencia de coerción. También se intentó detectar en qué medida las propias
adolescentes vivían la situación como una de presencia o ausencia de coerción; y establecer cómo las
adolescentes definían la presencia de coerción en las relaciones sexuales (cuál era su umbral de
percepción). Se encontró que “las adolescentes entrevistadas detectan la coerción por parte del varón
aunque ésta no represente el uso de la fuerza física ni la amenaza de su uso" (Pantelides y Geldstein, 1999:
p.52). Por otro lado, las autoras señalan situaciones donde es difícil determinar tanto para las adolescentes
entrevistadas como para las investigadoras si la coerción estuvo presente. Esta “zona gris” incluye aquellas
situaciones en las que las adolescentes declaraban el motivo de su inicio sexual con respuestas como “él me
convenció” y “vergüenza de decir que no”, pero también cuando citaban el amplio “por amor”. Se señala que
la mayor edad y el mayor nivel educativo actúan como factores protectores de una iniciación sexual forzada.
Esta investigación significa un importante antecedente para nuestro trabajo ya que nos permite contrastar las
actitudes y las representaciones de los varones con las de las mujeres, desde una perspectiva que analiza
las construcciones simbólicas del sistema de género como proceso relacional.
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percepción de coerción sexual en los varones . ¿Hasta dónde los adolescentes varones reconocen el
ejercicio de la coerción sexual sobre sus parejas? ¿cómo justifican o explican (se justifican o se explican)
esta acción?
Kornblit y Mendes Diz (1994) estudiaron las conductas, representaciones sociales y valores acerca
de la sexualidad y el hecho reproductivo en jóvenes de 13 a 19 años de sectores medios de la ciudad de
Buenos Aires, y en adultos en contactos con ellos (padres y docentes). En concordancia con otras
investigaciones, encuentran que “existe un estereotipo acerca de la autonomía entre relaciones sexuales y
afectividad por parte de los varones que es fuerte y sostenido homogéneamente por los tres grupos
estudiados [jóvenes, padres y docentes]” (Kornblit y Mendes Diz, 1994: p. 104). Esta teoría de la autonomía
entre relaciones sexuales y afectividad de los varones tendría su contraparte en una teoría de la sujeción de
las relaciones sexuales al compromiso afectivo en las mujeres. Las autoras señalan que “con respecto a la
socialización atinente a la sexualidad, puede concluirse también que ella continúa siendo diferencial según
los géneros: a las mujeres se las socializa enfatizando la asociación amor romántico-sexo (92% de mujeres
y 34% de varones contestaron que sólo tienen relaciones sexuales con alguien de quien están enamorados”
(Kornblit y Mendes Diz, 1994: p. 107). Estos estereotipos reflejan un discurso hegemónico en el que se
evidencian las desigualdades de poder que implica pertenecer a uno u otro género. Es a partir de este
contexto discursivo (en el que subyace una clara asimetría de género) donde las y los adolescentes orientan
sus conductas sexuales.
Necchi, Schufer y Méndez Ribas (2000), realizaron una investigación en 1994 entre adolescentes
escolarizados de la ciudad de Buenos Aires de entre 15 y 18 años. Encontraron que una quinta parte de las
adolescentes mujeres entrevistadas tuvo su primera relación sexual motivada por “provocación, seducción o
insistencia de la pareja”. A pesar de que esta categoría es amplia y heterogénea, podemos inferir que esta
proporción de mujeres adolescentes pone en el otro (su compañero sexual) el motivo para iniciarse
sexualmente. Igual que en estudios anteriores, también aquí se observó un comportamiento diferencial
según el sexo con respecto a las motivaciones para tener la primera relación sexual: “las mujeres concentran
sus respuestas en el deseo de tener una relación más profunda con sus compañeros, una motivación que se
inscribe en una concepción de las relaciones de pareja en las que el romanticismo no es ajeno(...) Los
varones dan un abanico más abierto de motivaciones, aunque el impulso sexual aparece como
predominante” (Necchi, Schufer y Méndez Ribas 2000: p. 238). Por otro lado, los autores destacan la
influencia del grupo de pares como motivo que lleva a los adolescentes varones a tener su primera relación
sexual, mientras que este motivo no aparece declarado por ninguna de las entrevistadas.
Pantelides, Geldstein e Infesta Domínguez (1995) analizaron la relación entre las imágenes de
género y la conducta reproductiva de los/as adolescentes con el objetivo de “explorar algunos de los
mecanismos a través de los cuales la desigualdad de género afecta la conducta reproductiva en la
adolescencia” (Pantelides, Geldstein e Infesta Domínguez, 1995: p.8). Las autoras señalan que “la enorme
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mayoría de las mujeres se iniciaron sexualmente con el novio; es así que el amor, estar enamorada, fue para
ellas el motivo más frecuente de iniciación de relaciones sexuales, al que siguen en importancia el deseo y la
curiosidad –más frecuentes entre las chicas de clase baja-. También fueron ellas las que con mayor
frecuencia, aunque no de manera exclusiva, mencionaron la presión de la pareja, e incluso la violencia,
como el motivo de su iniciación sexual, y calificaron a esta primera experiencia como “desagradable”. (...)
Existe gran consenso entre los encuestados respecto de que muchas chicas que no desean mantener
relaciones sexuales no se atreven a decir que no por temor al enojo y el abandono del compañero”
(Pantelides, Geldstein e Infesta Domínguez, 1995: pp. 113-114). En esta investigación encontramos
nuevamente esta “complementación” entre una iniciación motivada por el “amor” y por la iniciativa del otro,
que declara la mayoría de las adolescentes mujeres, y una iniciación basada en el deseo y/o las ganas,
como principal motivo de iniciación para los varones. También aparece la presión del grupo de pares como
motivo para la iniciación sexual de los varones adolescentes (motivo casi inexistente entre las mujeres).
Respecto a la motivación para tener relaciones sexuales, diferencial entre adolescentes varones y mujeres.
explican las autoras que “... en tanto la sociedad reconoce el deseo sexual del hombre, tiende a negar el
deseo sexual de la mujer y a ver su manifestación como una actitud desviada. Las lógicas consecuencias de
esto son que el hombre no encuentre demasiados obstáculos para reconocer su propio deseo sexual y, por
ende, tampoco en satisfacerlo naturalmente. Las cosas no son tan sencillas para las mujeres, que debieron
recurrir al famoso “lo hice por amor” para evitar la sanción social que recibirían si reconocieran que “lo hice
por deseo” (Pantelides, Geldstein y Infesta Domínguez, 1995: pp. 113-114). La pregunta que subyace a este
enunciado es ¿cuán “naturalmente” satisfacen estos hombres su deseo sexual? ¿Es la coerción una forma
“natural” de satisfacer el deseo sexual? ¿No estamos perdiendo de vista, tal vez, los condicionantes sociales
que intervienen en las formas de satisfacción del deseo sexual masculino?
Las investigaciones de Villa (1996) y de Infesta Domínguez (1996b) son las primeras investigaciones
en sexualidad y salud reproductiva de Argentina que incorporan el concepto de construcción de la
masculinidad. Este tipo de estudios, actualmente en fuerte crecimiento, toma como principal vertiente de
análisis la producción teórica que ve a la masculinidad como el resultado de una construcción resultante de
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la interacción social y que surge a mediados de los años ochenta influida por la teoría del género ( Infesta
Domínguez y Manzelli 1998).
El trabajo de Villa (1996) tiene por objetivos explorar la influencia de la vida reproductiva de los hombres
de entre 17 y 45 años, habitantes de poblaciones urbanas de extrema pobreza, en los procesos de salud-
enfermedad e indagar en los conflictos subjetivos que plantea la vida reproductiva a estos hombres en el seno
de las relaciones familiares y sociales. Un aspecto importante que surge de esta investigación es la
subordinación de las diferentes sexualidades masculinas a una cultura masculina hegemónica. El autor señala
que “habría aquí una primer gran contradicción inherente al mismo proceso de construcción de una identidad de
género varón: contradicción entre la búsqueda de una identidad personal y un sometimiento de los varones de
sus propios ejercicios de la sexualidad a una cultura masculina impersonal, compartida con otros hombres.
Construcción de una identidad personal que quedaría alienada radicalmente en la socialización con otros
hombres, ya que la fuerte adhesión de los varones a una identidad de género prescripta socialmente en
términos de comportamientos sexuales, limitaría el reconocimiento y el despliegue de singularidades
personales” (Villa, 1996: p. 57). Este marco o estructura, esta “cultura masculina impersonal”, va a condicionar
la forma en que los hombres se relacionan con las mujeres y también con otros hombres, generando
determinado tipo de identidades genéricas.
Infesta Domínguez (1996b) analiza los factores sociales, culturales y psicosociales que inciden en el
comportamiento sexual y reproductivo de varones adolescentes de entre 15 y 19 años, que residían en el
AMBA y de estrato bajo y medio/alto. En coherencia con los hallazgos de su investigación anterior ya
mencionada, la autora encuentra que “varios entrevistados reconocieron haber tenido relaciones sexuales
con mujeres que no deseaban hacerlo pero, en estos casos, ellas no se lo informaron así a sus parejas,
excepto los casos en que éstos las interrogaron al respecto” (Infesta Domínguez, 1996b: pp. 130-131). Una
dimensión importante que se trabaja en esta investigación es la referida a las presiones que soportan los
adolescentes varones, quienes constantemente deben dar pruebas de su masculinidad. “Tales presiones –
fundamentalmente, de los pares pero también pueden provenir del propio padre – los lleva muchas veces a
iniciarse sexualmente más tempranamente de lo que querrían hacerlo – por no sentirse aún preparados para
tal situación, por ejemplo-, o a mantener relaciones sexuales sin desear hacerlo realmente” (Infesta
Domínguez, 1996b: pp. 184-185). Estos hallazgos nos llevan a reflexionar sobre los condicionantes sociales
y culturales de una sexualidad masculina “hegemónica” que, al igual que la femenina, tiene sus posibilidades
de realización claramente delimitadas.
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A partir del análisis de la producción científica en Argentina 2 sobre el tema de la sexualidad
adolescente surge claramente que la coerción sexual no es la excepción. Estas investigaciones nos
muestran la existencia de relaciones de género asimétricas, en las que la actividad sexual de las
adolescentes mujeres aparece subordinada a un imperativo romántico, mientras que la de los varones
adolescentes se presenta enmarcada en un discurso de autonomía entre relaciones sexuales y afectividad.
Estos hallazgos nos hacen reflexionar sobre algunos aspectos poco analizados: ¿hasta qué punto la
coerción sexual expresa una negación del deseo sexual femenino y una permisividad (o “natural”
satisfacción) del deseo sexual masculino?, ¿hasta dónde estos deseos masculinos no son también
fomentados (siguiendo la hipótesis foucaultiana) por determinados dispositivos de control de la sexualidad?
Lejos de la victimización de una “masculinidad deteriorada” o “en crisis” que plantea cierta corriente teórica
en los estudios de masculinidad (Bly, 1990; Moore y Gilette, 1993) , nos preguntamos por los mecanismos
que, parafraseando al sociólogo francés Pierre Bourdieu, dominan a los dominadores (Bourdieu, 2000: p.
89).
4. Estrategia metodológica
La investigación que sirvió de base para este capítulo utilizó una aproximación metodológica
cualitativa. Se trabajó con datos primarios obtenidos a partir de entrevistas en profundidad a varones
adolescentes de dos estratos socioeconómicos: bajo y medio-alto. Las entrevistas fueron realizadas durante
los meses de agosto y septiembre de 2001. La muestra quedó conformada por treintidós jóvenes con
edades que iban de lo 15 a los 19 años que residían en Buenos Aires y el conurbano. Del total de
entrevistados, doce eran de estrato medio-alto y veinte de estrato bajo o medio-bajo. Para identificar el
estrato socioeconómico utilizamos el nivel educativo del adolescente, el nivel educativo de los padres; la
ocupación de los padres y otros indicadores que dieran cuenta de su situación económica. De los
entrevistados siete ya se habían iniciado sexualmente. Todos eran solteros y ninguno había tenido hijos.
Diez de estos varones estaban cursando el secundario en el momento de realizarse las entrevistas y dos el
ciclo básico común para ingresar a la universidad. Tres entrevistados se encontraban trabajando, y otros tres
mencionaron haber trabajado anteriormente en ocupaciones relacionadas con el comercio o administrativas
(cadetes). El resto de los entrevistados (5) no se encontraban trabajando ni buscaban trabajo. Diez de los
entrevistados habían nacido en la ciudad de Buenos Aires, uno en la provincia de Santa Fe y otro en la
provincia de Chubut. Todos residían en la ciudad de Buenos Aires o el conurbano.
2 En nuestra revisión bibliográfica el material analizado se refiere a la región del AMBA y que no encontramos material
sobre esta temática referido a otras regiones del país.
3 Sobre el proceso de análisis, codificación e interpretación de datos cualitativos: Glaser y Strauss, 1967; Strauss, 1987;
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5. Actitudes de los adolescentes hacia la coerción sexual
Del análisis de las entrevistas surge claramente que si bien la mayoría mantiene relaciones de común
acuerdo con su compañera sexual, cierto grado de presión aparece como necesario para mantener relaciones
sexuales con una mujer adolescente. Con el objetivo de identificar los diferentes tipos de coerción que estos
adolescentes reconocían y las líneas argumentales por las cuales justificaban o reprobaban dicho
comportamiento, trabajamos con cinco ítems que dan cuenta de diferentes aspectos de nuestra definición
teórica de coerción4.
En el primer ítem de la entrevista se le presentaba al joven un caso hipotético en el que él tenía ganas
de tener relaciones sexuales con una chica y ella le decía que no y se le preguntaba qué haría frente a esa
situación. En la misma línea se indagaba si pensaba que las mujeres necesitaban un poco de presión para que
accedieran a tener relaciones sexuales. Con este ítem apuntábamos a detectar si identificaban la insistencia
verbal como forma de coerción.
Pero tal vez más interesante que su no reconocimiento de la insistencia verbal como coerción, es
analizar las líneas argumentales por la cuales justifican esta “pequeña” presión, en las que predomina la idea
de que la iniciativa sexual debe ser tomada por el varón:
Entrevistador:: ¿Y vos ves como necesaria esa actitud, por ahí de los chicos de insistir...?
Emiliano: Sí... sí, porque si no... cómo te puedo decir... es como si vos mismo la estás
aconsejando... Eh... quizás que una piba no se va a apoyar en su amiga o en sus padres,
por decirles... ponele, yo a mi viejo voy con una mina, dame plata porque me voy a un telo
con una mina o le digo: me fui a un telo... Y la piba no puede hacer lo mismo con el padre o
4 Algunos de estos ítem nos fueron sugeridos por los utilizados en la inbvestigación de Pantelides y Geldstein (1999).
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con la madre o con otras amigas, entendés... Entonces... a veces no... no se sienten... cómo
te puedo decir... para... para confiar en alguien y preguntarle...
(Emiliano, 19 años, estrato bajo)
Gastón: No sé, porque no se animan a decirte: vamos a hacer el amor o... o tengo ganas,
siempre esperan que el hombre le diga.
Entrevistador: Ajá, están como a la expectativa de lo que hace el otro.
Gastón: A veces tratan de excitarlo para que el hombre le diga, pero ella no se anima...
Entrevistador: Esto de tratar de excitarlo... así, ponele, hacerse la linda, sería buscando pero
sin... esperando que el otro...
Gastón: Sí, que el otro le diga.
(Gastón, 18 años, estrato bajo)
También se argumenta la incapacidad personal de las mujeres para expresar su deseo sexual
(por tímida o recatada) y la incapacidad de expresar su deseo sexual, seguramente debido a la doble moral
sexual que les genera la preocupación por no ser considerada como “una cualquiera” o una chica fácil.
Maximiliano: No sé por qué, pero yo siempre creo que a una mujer la presionás un poquito
y después termina aflojando... eh... pero la verdad, si me preguntás por qué no sé por
qué... Por ahí para ser un poco más recatadas o algo así...
(Maximiliano, 18 años, estrato bajo)
Bernardo: Sí, hay algunas que son muy tímidas, son muy tímidas y... y hay que llegar a
insistir, insistir hasta que... pero en el momento, no así de... de llegar a convencerlas en el
momento, así, te convenzo ahora de algo... Por ejemplo mi mamá si no quiere dormir en un
lado vos la apretás, la apretás: dale, dormí ahí, dormí ahí y la convencés y va y duerme
ahí.
Entrevistador: ¿La tenés que convencer de a poco?
Bernardo: La tenés que convencer... obligarla... y de alguna manera... qué sé yo, tratar de
que tenga confianza y confíe en vos y así qué sé yo, te haga caso.
(Bernardo, 16 años, estrato bajo)
Tomás: Claro, puede ser, ahí creo que tienen miedo a ser catalogadas como fáciles, en
algunos casos. Después cuando la mujer es virgen tiene miedo, para mí, de ser,
digamos..., privadas de su virginidad y abandonadas. Porque muchas tienen mucho miedo
de perder la virginidad, no sé por qué...
(Tomás, 17 años, estrato medio-alto)
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Un aspecto interesante que apareció en los varones adolescentes más jóvenes y especialmente en
los no iniciados sexualmente, fue el tema de la herida en la autoestima que significa un rechazo inicial ante
una insistencia verbal para tener relaciones sexuales.
Francisco: Muchas veces me ha pasado de decir... de ser: no... Así dos veces solamente y
quedás ahí en el medio, no sabés qué decir... quedás descolgado... y... quedás mal, porque
si te dice que no te bajoneás, estás ahí a un costado, mal, no es que te vas a poner a llorar
ni nada por el estilo, pero... te bajoneás... no sé...
(Francisco, 15 años, estrato bajo, no iniciado sexualmente)
Esta herida en la autoestima puede estar dando cuenta de la presión internalizada que los
adolescentes varones tienen de autolegitimarse en su masculinidad a través de la expresión de su
sexualidad, “ganando” mujeres. Esto puede llegar a asumir una imagen de batalla en la que es necesario
replantear posiciones para no quedar como perdedor.
Entrevistador: ¿Si tenés ganas de tener relaciones sexuales con una chica y ella te dice
que no qué hacés?
Claudio: La mando a la mierda (risas), de una... o la bardeo5 así, mal y...
Entrevistador: ¿La bardeás cómo, qué le decís...?
Claudio: No sé el comentario pero en el momento me sale bien y queda mal ella, en el
momento me sale, me agrando, me agrando más... O sea, no me queda otra, si no sabés
qué... me dice: no y yo me voy tranquilo... peor... claro, se agranda ella encima... No, le
demuestro como que no... nada...
(Claudio, 19 años, estrato bajo)
5.2 No es sí
En el segundo ítem de la entrevista se les pedía que reflexionaran sobre la frase que dice cuando las
mujeres dicen no quieren decir sí. Aquí indagábamos si reconocían que la insistencia verbal frente a una
negativa de la otra persona constituía una forma de coerción.
En general esto tampoco fue identificado como presión, ya que para estos adolescentes todas las
chicas inicialmente dicen que no y, como vimos en la sección anterior, es función del varón revertir ese no.
Sin embargo, aquí sí encontramos algunas diferencias por estrato social. Los adolescentes de estrato
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socioeconómico medio-alto parten de la idea de que un no generalmente es un no, pero que dependiendo
del tono de voz con el que la chica lo diga esto es cierto o es un consentimiento disimulado:
Agustín: A veces no quiere decir no (...). Y no sé, depende la situación, depende el tono de
la voz, a veces te dicen un NO es no, si te dicen un: noooo, nooo, no, es un sí, o sea... se
está haciendo la difícil por lo que te dije antes...
(Agustín, 17 años, estrato medio-alto)
Luis: Y no... bah, depende el tono que lo diga, según el tono que lo diga, porque por ahí
dicen que no para buscar el pie a... a que avance él.
(Luis, 16 años, estrato medio-alto)
Rodrigo: Claro, depende el tono también, obviamente, pero... te das cuenta... si te dicen
no, así... te das cuenta cuando es por el tono... generalmente el no es no.
(Rodrigo, 18 años, estrato medio-alto)
En los adolescentes de estrato socioeconómico bajo aparece más la idea de que el no de una chica
para acceder a tener relaciones tiene un doble sentido y que ella está probando el interés que tiene el varón
en esa relación. Depende del ingenio del varón, del “chamuyo” 6 que tenga, que logre convencer a la chica
para que tenga relaciones sexuales.
Emiliano: Es como te dije antes... eh... lo dicen... aparte... a veces lo dicen con doble
sentido, ese no es a ver cómo es tu respuesta, qué piensa el hombre después que dijo no,
o: tomátelas o la seguís queriendo, entendés... Pero las pibas saben decir con doble
sentido, entendés...
(Emiliano, 19 años, estrato bajo)
Gonzalo: Pero que vos... o sea... vos la estás... o sea... cómo te puedo decir... a ver cómo
te puedo decir, vos estás con una piba y... o sea, te dice: no, no, no y qué sé yo, y vos te
das... hay veces que te das cuenta que la piba quiere, por las situaciones o el lugar y esas
cosas, qué sé yo... y... o por conocerla como es o... entendés... A mí me pasó que yo
conocía a una piba cómo era, que sabía cómo era, que era así, qué sé yo, que se hacía de
rogar... y cuando estuve con ella también, dice que no, no... qué sé yo... y está tirada en la
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cama ahí, sin los pantalones, qué sé yo... y terminás... igual terminan, algunas terminan,
terminás con las pibas...
Entrevistador: ¿Tenés relaciones?
Gonzalo: Claro, a mí me pasó también que... que a veces que estás con una piba y... estás
en la cama y todo así y dicen que no, te dicen que no, pum y por nada se levantan, así, se
cambian, se empiezan a cambiar... y vos te quedás re-colgado, viste... Claro... no
entendés... Y es una forma de demostrar que... que... o sea, quieren que vos te intereses
por ellas, entendés, algunas llegan hasta ese límite y algunas otras no, algunas lo hacen
de otra forma, entendés. O te quiere probar...
Entrevistador: Ajá, a ver qué hacés en esa situación.
Gonzalo: Claro.
(Gonzalo, 19 años, estrato bajo)
Tanto en la línea argumental que sostiene que un no es un no, pero que puede llegar a ser un sí
dependiendo del tono, de la manera en que la chica lo diga ( argumento que se da principalmente en los
adolescentes de estrato medio-alto) como en la que encontramos principalmente entre los adolescentes de
estrato bajo, (que el no es un sí potencial, y depende de los artilugios que despliegue el hombre de
trasformarlo en un sí) permanece la noción de que es necesario descifrar un lenguaje que no es evidente
(el tono, el cómo lo diga, la actitud que tome mientras te lo diga). Aparece también la cuestión de que la
reputación de la mujer (el tipo de mujer que es) es un elemento a tener en cuenta para decodificar su
mensaje.
Ignacio: Claro, depende mucho de... de la... la mujer y cómo sea... Hay algunas... le dicen
ligeritas a las pibas, como se visten y todo eso, hay algunas pibas que son así, digamos,
ligeritas y te dicen que no pero te están agarrando la mano, entendés. Y hay mujeres que
no, que te dicen no y la tenés que entender, porque no es no.
(Ignacio, 20 años, estrato bajo)
En el tercer ítem se le daba al entrevistado un ejemplo sobre un chico y una chica que se conocían en
un baile, tenían un acercamiento íntimo y se excitaban mucho. Ella no quería tener relaciones sexuales, pero él
no aceptaba que le dijera que no, diciendo que ella lo había calentado y no lo podía dejar así. Con este ítem
explorábamos si los jóvenes identificaban como coercitivo el hecho de presionar a la chica una vez que ya
habían comenzado a tener alguna aproximación y ella no quisiera continuar.
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En general, todos los entrevistados reconocían que esta situación implicaba algún tipo de presión y
que el “deber ser”, lo que correspondía hacer, era no insistir más en el tema.
Rodrigo: Y... bueno, que para tener... si te dicen que no es no, es de los dos... Cada uno
tiene derecho a parar cuando quiere.
(Rodrigo, 18 años, estrato medio-alto)
Ignacio: Este... pero... como decía antes, si... al menos yo pienso que si no tenés ganas no
podés obligar a la otra persona a que... está bien, te puede calentar a full, porque te puede
calentar una mujer, pero bueno, no quiso, no quiso. Intentalo... ponele, el otro sábado.
Claro...
Entrevistador: Más adelante...
Ignacio: Y va a ser... vas a gozar el doble porque vas a quedar con la calentura: ah, sí, el
sábado pasado me dejaste con las ganas, ahora vas a ver...
(Ignacio, 20 años, estrato bajo)
Ahora bien, este deber ser se ve teñido por dos factores que están hablando de representaciones
sobre los roles de género que crean intersticios de legitimidad para tomar conductas coercitivas. Por un lado
subyace el supuesto de que el hombre es dueño de una “sexualidad indomable” y no puede controlar sus
impulsos. En cambio, la mujer, puede manejar su sexualidad, jugar con el hombre. Aparece la visión de
chicas que excitan a los hombres, como si ellas no fueran susceptibles de excitarse también:
Francisco: Y, siempre los chicos se calientan más cuando estás transando con una chica y
tienen más deseo de tener relaciones sexuales que los chicos, que las chicas digo. Y... si
una chica dice que no, no la podés obligar a que tenga sexo con vos.
(Francisco, 15 años, estrato bajo)
Antonio: Eh... y pienso que... por ahí es verdad eso... eh... no sé... hay minas que son así...
te excitan mucho, como en ese ejemplo y después le decís de tener relaciones y te dicen
que no. Por ahí tienen un poco la culpa a veces... eh... pero... son calienta pavas y
después no toman el mate.
(Antonio, 18 años, estrato medio-alto).
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Por otro lado, nuevamente aparece el tema de la reputación de la mujer para descifrar el lenguaje:
dependiendo de las características de la interlocutora se interpreta lo que está diciendo:
Emiliano: Según cómo viene la mano... si la piba era una prostituta, bah, una piba que
estaba calentándolo y no quiere... eh... no sé, hay que respetarla pero también... eh... sí,
hay que respetarla... Cada uno tiene que hacer lo que quiere pero... eh... no... no se
debería hacer... porque si lo calienta como dice ahí... bancátela... porque estás haciendo
un papel de...
(Emiliano, 19 años, estrato bajo)
Félix: Yo de ese tipo no soy, si se da se da, si no, no. Creo que está mal apurar a una piba
a tener relaciones sexuales si la conocés esa noche y ya la querés apurar, depende cómo
sea la chica... Si la ves muy cara de... bueno, muy de atorranta... sería... pero depende...
Entrevistador: ¿Si tiene cara de atorranta es apurable, digamos?
Félix: Claro, si se da se da, si ella busca, también si vos buscás se da, si no... depende la
chica.
(Félix, 18 años, estrato bajo)
En el cuarto ítem se les daba un ejemplo en el que un chico quiere tener relaciones sexuales con su
novia pero ella no se siente preparada y él le dice que si no tiene relaciones con él, la deja. Aquí indagábamos si
reconocían que la amenaza de terminar una relación por no acceder a tener relaciones sexuales en el marco de
una pareja más o menos estable podía llegar a ser codificada por el otro actor (en este caso la pareja) como una
forma de coerción.
En este caso, todos los entrevistados reconocen que se está presionando a la chica y lo reprueban
moralmente. Sin embargo, también se crean espacios de legitimidad para conductas coercitivas al
mencionar que si “la quiere” esto está mal, hay que “darle un tiempo”. Si no la quiere, esto sólo es un recurso
para acceder a tener relaciones sexuales.
Emiliano: Me parece que el chico está equivocado, si realmente la quiere... eh... Ahora si
es una que conoció un día y al otro día... está bien, pero si la quiere realmente no, le tiene
que dar un tiempo para esperarla.
(Emiliano, 19 años, estrato bajo)
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Diego: Y, que si la piba no está preparada yo diría... que el pibe si la quiere mucho... que
se la aguante y que... y que siga esperando hasta que la piba esté preparada, si la quiere,
si no... va a ser como... como dice éste, se va a ir y la va a dejar.
(Diego, 17 años, estrato medio-alto)
En los adolescentes de estrato medio-alto, aparece también esta idea pero en términos de
“proyectos” a corto y a largo plazo:
Agustín: Y me parece que el chico no quiere tener un proyecto a futuro con la novia, quiere
hacer un... solamente quiere tener bah... tener sexo, nada más, o sea, no le importa si la
quiere o no. Yo le respetaría los tiempos, creo que uno tiene que respetar los tiempos.
Entrevistador: ¿Y en general cómo ves que es eso?
Agustín: No, creo que no, que no se respeta, se la presiona mucho a la novia...
Entrevistador: Vos ves que...
Agustín: Sí, se las presiona mucho...
(Agustín, 17 años, estrato medio-alto)
5.5 Fantasías
El quinto ítem preguntaba sobre si le parecía que era placentero tener relaciones sexuales con una
chica que se resiste. En este ítem indagábamos sobre la creencia en que las situaciones de presión constituían
parte del deseo sexual masculino.
En este punto encontramos bastantes diferencias según el estrato socioeconómico y las edades de los
entrevistados. Mientras que los adolescentes de estrato socioeconómico medio-alto y los más jóvenes
sostenían que no encontraban placentero tener relaciones sexuales con una chica que se resiste, los
entrevistados de estrato bajo y más grandes veían en mayor medida esta situación como excitante.
Joaquín: Porque le cuesta más, entendés... es más costoso que otras, que fueron más
fáciles, que hubo menos chamuyo, entendés, fue más rápido, con una que se resiste es
mejor, porque sabés que te costó más chamuyarla, que es diferente...
(Joaquín, 15 años, estrato bajo).
Entrevistador: ¿Te parece que es placentero tener relaciones sexuales con una chica que
se resiste?
Rodrigo: Sí.
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Entrevistador: ¿Por qué?
Rodrigo: Porque buscás... más difícil... no es todo regalado, no sé, te lo ganás vos...
(Rodrigo, 18 años, estrato medio-alto)
Gastón: Sí, es más excitante. No sé, lo veo más excitante, con la otra ya es muy común...
Como el macho de la manada..
(Gastón, 18 años, estrato bajo)
Y este último término del “macho de la manada” remite a la idea de grupo de pares que hay detrás
de esta legitimación de su masculinidad, la “conquista” de su masculinidad.
La mayoría de los adolescentes entrevistados reconoce haber presionado de alguna forma a una
chica para tener relaciones sexuales. Esta presión, la mayor parte de las veces, se trata de insistencia
verbal, de convencerla, de “hacerla agarrar confianza”. Pocos casos, en general de estrato socioeconómico
medio-alto, más jóvenes y en relación de noviazgo, dicen no haber presionado nunca a una chica para que
accediera a tener relaciones sexuales y declaran que las relaciones sexuales que tuvieron siempre fueron de
mutuo acuerdo. En los adolescentes de estrato bajo aparece la cuestión del “chamuyo” para “ganar” a la
chica, el tema de la “presión necesaria”.
Joaquín: Claro, la convenzo de que si quiere... que no va a pasar nada, que está todo bien
y así, despacito, entendés, vamos ganando... y siempre quieren.
(Joaquín, 15 años, estrato bajo)
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Solamente uno de los entrevistados relató una experiencia en la que había insistido a una chica para
que tuviera relaciones sexuales pero no reconocía que esto fuera presión, ya que ella lo había acompañado
hasta la casa de él con intenciones de tener relaciones sexuales y después se había negado. El entrevistado
interpretó esto como una situación de “histeriqueo” (provocación) en la que él debía convencerla de tener
relaciones.
Leandro: Después que te dice que sí, no, no, no... qué no, ahora ya está, no hay... no hay
vuelta de página... Ahora vas a tener relaciones sexuales sí o sí... Porque después de todo
yo no te amenacé para venir acá, entendés... qué te pasa... a qué estás jugando, a la
escondida?
(Leandro, 19 años, estrato bajo)
Los límites entre este juego y la presión aparecen confusamente delimitados. Cuando se compara estas
conductas concretas de presión con lo que relatan adolescentes mujeres (Pantelides y Geldstein, 1999) lo que
allí es reconocido como presión, aquí no es concebido como tal. Por otro lado, la insistencia verbal y el
convencimiento del varón hacia la mujer aparece con frecuencia en las experiencias que relatan los varones.
Ahora bien, cuando analizamos las situaciones en los que ellos mismos se ven como víctimas de
coerción, encontramos que pocos adolescentes varones reconocen haber sido presionados por su pareja para
mantener relaciones sexuales. Esto aparece directamente vinculado con la concepción de que un varón no
puede negarse a tener relaciones sexuales o desperdiciar la oportunidad de un encuentro sexual. Los que
reconocían haber sido presionados por un chica para mantener relaciones, lo relataban como algo jocoso, con
escasa trascendencia en su historia sexual y como parte de su disponibilidad sexual, aunque las situaciones que
describen son bastante semejantes a las que relatan cuando ellos presionan a otras chicas:
Maximiliano: No, fue una gorda... fui con un pibe, hace un sábado... fue una gorda, un
monstruo era... No, había unos pibes grandes que estaban con nosotros y dijeron: vayan a
pelear, a mí, a la mina y al otro pibe, y fuimos a la casa del pibe este y el chabón se la dio...
Y bueno, no, fue un garrón... No bueno, entonces fui yo y me quería matar...
Entrevistador: ¿Pero quién era, fuiste a lo de un amigo y...?
Maximiliano: No, fuimos a bailar, y ahora para con nosotros, cayó una piba de ahí del
barrio, que es re-trola, es un monstruo, no es fea, es re-gordita, viste, tiene unas tetas
bárbaras... Y está todo del día: eh!! garchaste7!!, se garchó a varios pibes de ahí, viste, y la
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otra vez me tiró la onda a mí, esto que el otro, bueno, sí, vamos al garage del pibe este,
viste. Y sí, sí, sí... entonces fuimos, a bailar, volvimos, fuimos al garage... a garchar... Pero
no, así... a lo último me quería morir... porque la vi en bolas a la gorda, me quería matar...
me quería pegar un tiro en la gamba...
Entrevistador:¿ y qué fue lo que te llevó a tener relaciones?
Maximiliano: La calentura.
Entrevistador: Ajá.
Maximiliano: Me habrá calentado. (...) Sí... zarpa re-mal, es un demonio... No, pero no es
que me obligó, yo porque tenía ganas... me vino de arriba, bueno: tomá...
(Maximiliano, 19 años, estrato medio-alto)
Entrevistador: ¿Alguna vez tuviste relaciones sexuales sin tener realmente ganas?
Juan Gabriel: Sí.
Entrevistador: ¿Y esa vez qué fue lo que te llevó a tener relaciones sexuales?
Juan Gabriel: Porque me insistía la piba, la chica.
Entrevistador: ¿Qué era, una amiga o...?
Juan Gabriel: Una amiga.
Entrevistador: Ajá. ¿Estabas saliendo?
Juan Gabriel: No, no.
Entrevistador: Y quería tener relaciones con vos...
Juan Gabriel: Claro.
Entrevistador: Ajá. Y vos accediste...
Juan Gabriel: Vamos a complacerla... (risas).
(Juan Gabriel, 17 años, estrato bajo)
El grupo de pares (amigos, compañeros del colegio, primos mayores) también aparece como un
espacio donde al adolescente varón se lo insta a que tenga relaciones sexuales pero esto no es reconocido
como presión por ellos.
Gustavo: Sí, presionado no... Presionado puede ser... una o dos veces, que estás con una
piba y te dicen: dale, andá, transátela... ésa va a los hechos de una... -no, porque esta
después es zorra y me voy a quemar, viste... te dicen: dale, dale y si no te entran a gastar
una semana, dos semanas y de última arrancás, arrancás y decís: bueno, dale, vamos.
(Gustavo, 16 años, estrato bajo)
Entrevistador: ¿alguna vez tuviste relaciones sexuales sin tener realmente ganas?
Leandro: Sí, sí.
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Entrevistador: ¿Qué fue lo que te llevó a tener esa vez relaciones?
Leandro: Qué es lo que me llevó...
Entrevistador: Sí.
Leandro: El qué dirán...
Entrevistador: Ajá. ¿Qué era, una amiga, una novia...?
Leandro: No, una piba del barrio...
Entrevistador: Ah.
Leandro: Que te jodan adelante de todos los pibes... te querés matar...
Entrevistador: ¿La piba?
Leandro: Claro.
Entrevistador: Ah, como que te apuró...
Leandro: Claro, delante de todos... te querés matar... la concha de tu madre, te querés
matar... te
Entrevistador: Ah, ¿y al final tuviste relaciones?
Leandro: Sí, claro.
Entrevistador: Pero no tenías ganas...
Leandro: No, no, no.
(Leandro, 19 años, estrato bajo)
Esta presión cobra especial relevancia en el tema de la iniciación sexual de los adolescentes
varones:
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Bernardo: No, creo que los hombres le dan más importancia [al sexo], porque están esos
amigos que apuran, te dicen: eh... ¿vos ya cogiste?... qué sé yo... te mandan a un sauna8...
(Bernardo, 16 años, estrato bajo)
Esta presión “interna”, que está sin decirla, sin nombrarla pero actuada, da cuenta de la presión
masculina sobre los otros varones para que legitimen su masculinidad como heterosexual y su disponibilidad
sexual permanente.
A lo largo de este capítulo hemos analizado el concepto de coerción sexual y algunos aspectos de la
relevancia teórica y práctica que tiene para los estudios en sexualidad y salud reproductiva. Aunque el concepto
teórico dista de ser claro en su aplicación práctica, nos permite identificar algunas dimensiones que dan cuenta
de relaciones sociales de dominación por género.
Mientras que la situación de violación aparece claramente delimitada y definida por los adolescentes
varones (como acción violenta contra la voluntad de la víctima), se abre una amplia gama de conductas
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sexuales que implican relaciones asimétricas de género, pero en las cuales es difícil determinar si se trata de
coerción sexual o un consentimiento disimulado. Esta “zona gris” de la coerción de la que hablan Pantelides y
Geldstein (1999) para el caso de las mujeres, también toma cuerpo cuando se analiza la perspectiva de los
varones adolescentes. El imperativo social de que los varones son los responsables de tomar la iniciativa sexual
sumado a una concepción esencialista de la sexualidad coloca a estos adolescentes en un marco de acción en
el que se hace difuso el límite entre juego de seducción y el directo avasallamiento de los derechos sexuales de
la otra persona. Y es que este actuar con códigos que dependen del tipo de persona con la que se interactúa,
que obligan a descifrar de lo que le está diciendo la otra persona y a interpretar cuando una chica le dice no
(diferente a cuando un varón dice no), revela estructuras internalizadas de dominación.
Estos resultados sobre las actitudes y conductas concretas de coerción sexual (como perpetradores
y como víctimas) nos guían hacia la necesidad de un análisis más profundo del grupo de pares como
instancia crucial en la construcción de una identidad masculina y la factibilidad de intervenciones en este
nivel. Además nos sugieren una hipótesis de relación entre las imágenes de género y la posibilidad de
percibir que se está coercionando (en relación con conductas concretas de coerción).
Coincidimos con Michel Foucault en que resistirse contra una forma de poder “no puede satisfacerse
con denunciar la violencia o criticar una institución. No basta con denunciar la razón en general. Lo que hace
falta volver a poner en tela de juicio es la forma de racionalidad existente” (Foucault, 1990: p.139). Tal vez el
poner en “tela de juicio” la racionalidad de estos mecanismos que llevan a gran parte de los hombres a
avanzar sobre la decisión de gran parte de las mujeres nos permita comenzar a quitarle legitimidad a esta
relación social de dominación.
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