Hidalgo 2018 Programas
Hidalgo 2018 Programas
Hidalgo 2018 Programas
Mª Victoria Hidalgo
Lucía Jiménez
Universidad de Sevilla
Convertirse en madre o padre constituye una de las transiciones vitales más relevantes
de la adultez y una fuente de satisfacción, si bien en la actualidad son muchas las
mujeres y hombres que afrontan el ejercicio de este rol con inseguridad, dudas y
necesidades de apoyo. En cierta medida, la creciente complejidad y dificultad percibida
en las tareas relacionadas con la maternidad y la paternidad tiene que ver con los
importantes cambios sociales que nuestra sociedad ha experimentado en las últimas
décadas. En relativamente poco tiempo, las relaciones familiares han evolucionado
mucho, haciéndose cada vez más diversas, igualitarias y complejas. El reparto
tradicional de roles por género y basado en la autoridad de los padres (especialmente
el varón) ya no está presente en la mayoría de los hogares, al tiempo que hijos e hijas
han pasado de ser objetos de protección y cuidado a sujetos con derechos y
responsabilidades. Asimismo, son muchas las parejas que al convertirse en padres no
cuentan con la ayuda y conocimientos de las familias de origen, tradicionalmente, la
principal fuente de apoyo e información en la crianza de los hijos e hijas. Finalmente,
todo lo relativo al cuidado y crianza de los hijos e hijas ha adquirido un valor social que
nunca antes había tenido; de hecho, aunque las prácticas parentales dentro del
contexto familiar son de carácter privado, la parentalidad tiene un componente social
relacionado con lo que cada sociedad entiende y espera de un comportamiento
parental adecuado (Rodrigo, Máiquez, Martín y Rodríguez, 2015).
Este nuevo contexto social en el que las familias tienen que afrontar sus
responsabilidades educativas ha contribuido a que, en la actualidad, se considere que
para un ejercicio adecuado de la maternidad y la paternidad se requiere contar con un
1
amplio conjunto de competencias parentales así como con la capacidad de reflexionar
sobre el propio rol parental, que no todos los adultos desarrollan satisfactoriamente
sin apoyos formales. Ante esta realidad y especialmente en las situaciones de riesgo
psicosocial, los programas de educación y apoyo parental son intervenciones que
tratan de ayudar a madres y padres a desarrollar las habilidades, conocimientos y
competencias esenciales para que puedan tener un desempeño adecuado y
satisfactorio de sus tareas educativas y, con ello, promover tanto el desarrollo de sus
hijos e hijas como el bienestar familiar (Smith, Perou y Lesesne, 2002).
2
promueven el desarrollo saludable de niños, niñas y adolescentes. Así, en el contexto
europeo, se espera que madres y padres tengan un desempeño positivo de su
parentalidad, esto es, que sean capaces de promover relaciones positivas con sus hijos
e hijas; unas relaciones que deben estar fundamentadas en el ejercicio de la
responsabilidad parental, que garanticen los derechos de niños y niñas, y promuevan
su desarrollo y bienestar en el seno del contexto familiar (Daly, 2007).
3
poner en marcha programas destinados a la promoción de competencias parentales
dentro de los servicios de preservación familiar para asegurar el bienestar de los
menores (Comisión Europea, 2013).
4
En una aproximación histórica a la educación parental, Martín, Máiquez,
Rodrigo, Byrne, Rodríguez y Rodríguez (2009) diferencian entre programas de primera,
segunda y tercera generación. Según estos autores, los programas de primera
generación focalizaban la intervención hacia la mejora de las pautas educativas
parentales. En concreto, se trabajaba con los padres contenidos relacionados con el
desarrollo infantil y cómo estimularlo con el objetivo de que éstos proporcionaran a
sus hijos ambientes estimulantes. Estos programas fueron los predominantes en la
década de los setenta y se corresponden con enfoques unidireccionales en la
comprensión de la parentalidad. Posteriormente y respondiendo a planteamientos
bidireccionales, durante los años ochenta empezaron a aparecer los programas de
segunda generación, que situaban el foco no tanto en la actuación de los padres como
en la calidad de los procesos interactivos entre padres e hijos en la vida cotidiana.
Finalmente, los programas de tercera generación, que se desarrollan en la actualidad,
se caracterizan por tener como objetivo la calidad del funcionamiento familiar como
sistema, planteando intervenciones comprehensivas duraderas, multi-dominio y multi-
contexto (Martín et al., 2009).
5
necesidades específicas de apoyo que pueden tener algunas familias (por ejemplo, con
menores con algún tipo de necesidad educativa especial). Por otro lado, además de en
función de los destinatarios, la diversidad de los programas de educación y apoyo
parental viene dada por la modalidad que adopten. En concreto, como veremos con
más detalle en el apartado siguiente, existen programas de apoyo domiciliario en los
que un profesional interviene con una familia dentro de su propio hogar, hay muchos
programas que adoptan el formato grupal, y también contamos con programas de
índole comunitaria.
6
creencias propias (Máiquez et al., 2000). Finalmente, los programas que se plantean
desde un modelo experiencial pretenden llevar a cabo la reconstrucción de los
conocimientos y creencias sobre la parentalidad en un escenario sociocultural. A
diferencia de los modelos anteriores, no se trata de aprender contenidos teóricos o
entrenar nuevas técnicas. Se trata de reflexionar sobre el propio modelo educativo
para reelaborar ideas, sentimientos y conductas de la vida cotidiana. Como veremos en
un apartado posterior, los datos disponibles muestran que los programas
experienciales son los más efectivos para promover una parentalidad positiva.
A pesar de esta enorme diversidad, hay unos mínimos comunes en todas estas
actuaciones que pueden ayudarnos a definir los programas de educación y apoyo
parental actuales: se trata de intervenciones estructuradas de carácter psicoeducativo
que tienen como objetivo la promoción de las competencias parentales; es decir,
tratan de promover un ejercicio positivo de la parentalidad con el fin de facilitar un
adecuado funcionamiento familiar que promueva el bienestar de todos sus miembros
(Asmussen, 2011). Acorde con los contenidos de este manual, nos centraremos a
continuación en analizar en profundidad las principales características de los
programas psicoeducativos como estrategia para promover la parentalidad positiva en
familias en situación de riesgo psicosocial.
7
3. Los programas psicoeducativos como estrategia para promover la parentalidad
positiva en familias en situación de riesgo: principales características.
8
Frente a otros tipos de intervención con familias en situación de riesgo, lo más
destacable de este tipo de programas es su carácter formativo y educativo. Se trata de
ofrecer a los padres oportunidades de aprendizaje y desarrollo; suponen una acción
formativa que pretende optimizar el desempeño parental mediante el fortalecimiento
de competencias y no desde planteamientos más tradicionales de superación de
deficiencias (Rodrigo et al., 2008). Acorde con estos planteamientos, este tipo de
programas abandona la idea de un modelo ideal de padre/madre al que todos los
hombres y mujeres deben aspirar. Aceptando la pluralidad que existe en la
configuración de los contextos familiares y en el desempeño del rol parental, los
programas de educación y apoyo parental tratan de apoyar a mujeres y a hombres
para fomentar y promover sus habilidades parentales desde el reconocimiento de las
diferencias individuales y de la diversidad de familias y contextos socio-culturales.
Cada mujer y cada hombre, cada familia, tiene que configurar su propio escenario
familiar, único e irrepetible por un lado, pero similar en un aspecto con todos los
demás: en todos los casos hay que asegurar que los padres sean capaces de construir
un contexto familiar adecuado para el desarrollo de todos los miembros y en el que se
garantice el bienestar de los menores (Hidalgo, Menéndez, Sánchez, Lorence y
Jiménez, 2009).
9
riesgo hace que los programas de educación y apoyo parental para atender a esta
población muestren una notable diversidad en función de las características
específicas de los destinatarios, a continuación se describen las características
generales que presentan estos programas.
10
relacionados con el aprendizaje que suelen explicar los procesos de cambio de los
programas de educación y apoyo parental se fundamentan en una visión
constructivista, social, situada y dialógica del aprendizaje, y tienen en cuenta tanto los
principios del aprendizaje adulto, como la diversidad de estilos de aprendizaje
(Jiménez e Hidalgo, 2012; Jiménez et al., en prensa).
11
objetivos de los programas actuales incluyan la optimización tanto de la competencia
parental a nivel individual como de la dinámica familiar a nivel relacional y sistémico
(Lundahl, Nimer y Parsons, 2006; Ponzetti, 2016).
3.2. Contenidos
12
Por ello y con la finalidad de promover tanto competencias parentales como de
desarrollo personal, los programas psicoeducativos para familias en situación de riesgo
integran entre sus contenidos los más tradicionales relacionados con las tareas
educativas (características del desarrollo infantil, organización de la vida cotidiana,
establecimiento de vínculos afectivos, estrategias de comunicación y resolución de
conflictos, estrategias de control y supervisión de la conducta infantil, estimulación y
apoyo del aprendizaje, etcétera), con otros de carácter más personal y relacionados
con la agencia parental (autoestima y percepción de competencia parental, estrategias
de afrontamiento del estrés, satisfacción con el rol parental, etcétera).
13
de los programas que adoptan esta modalidad (Escudero, 2009). Este formato de
intervención es especialmente útil para promover cambios en las conductas parentales
relacionadas con la salud, el cuidado y la vinculación emocional con los hijos. Aunque
los programas de apoyo domiciliario no están exentos de dificultades (pueden
fomentar la dependencia del profesional y no resuelven las situaciones de aislamiento
social), permiten el uso sistemático del modelaje, el apoyo psicológico individual y el
acompañamiento continuado, aspectos especialmente importantes en los casos de
familias con mayores dificultades (Máiquez et al., 2015). Se trata de un recurso
particularmente valioso para ayudar a padres y madres a transferir lo aprendido a su
vida familiar cotidiana. En concreto, el apoyo domiciliario resulta muy útil para ayudar
a madres y padres a generalizar el uso de las competencias y estrategias aprendidas en
un contexto concreto a otras situaciones similares, así como a incorporar tales
recursos en la resolución de tareas más complejas.
14
construcción colectiva, los programas comunitarios de apoyo familiar suelen consistir
en actuaciones que promueven la utilización normalizada de los recursos de la
comunidad (a través de ludotecas, centros de día, programas de ocio familiar,
etcétera), potencian el asociacionismo y las redes de apoyo informal, y facilitan la
coordinación de actuaciones y el trabajo en red de las distintas instituciones y
profesionales que trabajan en esta línea en una misma comunidad (Máiquez et al.,
2015).
15
adopción de perspectivas y el aprendizaje de comportamientos alternativos (Jiménez
et al, en prensa). Por otro lado, el formato grupal facilita el intercambio de
experiencias entre personas que están en situaciones similares y, con ello, el fomento
de las redes de apoyo social informal, tan necesarias siempre para el desempeño
positivo de la parentalidad y especialmente en situaciones de dificultad (Hidalgo et al.,
2009). Normalmente, el trabajo grupal sobre los contenidos del programa se lleva a
cabo mediante la utilización de diferentes tipos de dinámicas de grupo (lluvia de ideas,
debates, juego de roles, análisis de casos, trabajos en pequeño grupo y puesta en
común posterior, etcétera) que facilitan la re-elaboración de los propios esquemas, el
perspectivismo y el aprendizaje de comportamientos alternativos.
16
reconstruir conjuntamente esas situaciones cotidianas de la vida familiar. Para ello, la
metodología experiencial requiere emplear la elaboración lingüística de las propias
experiencias para compartirlas con los demás participantes, así como promover el
entrenamiento reflexivo con objeto de desarrollar conocimientos compartidos. En
definitiva, la metodología experiencial implica la reconstrucción del conocimiento
experiencial de la tarea de ser padre o madre mediante una reflexión sobre situaciones
concretas de la vida cotidiana (primero hipotéticas y después personales) para
promover cambios en el funcionamiento familiar. Para que esta metodología sea
efectiva, es fundamental fomentar la participación activa de todos los padres de modo
que doten de significado personal a los aprendizajes realizados y, como señalábamos
anteriormente, contar con un coordinador o coordinadora que funcione como guía o
mediador y que apoye la transferencia de los aprendizajes a la vida familiar cotidiana.
Así, en estos programas, la figura del profesional no es la de un experto que transmite
conocimientos, sino la de un mediador que facilita a los miembros del grupo la
construcción de esos conocimientos (Rodrigo et al., 2015). Así mismo, el profesional
tiene un papel fundamental en ayudar a padres y madres a adquirir compromisos
familiares, a poner en práctica lo aprendido en el día a día, y a generalizar y consolidar
los aprendizajes (Jiménez et al., en prensa).
17
que, además de ayudar a promover y guiar la reflexión, resultan sencillas y
gratificantes para las madres y los padres, reforzando así su participación (Hidalgo et
al., 2009; Jiménez et al., en prensa; Jiménez e Hidalgo, 2012).
Los datos disponibles sobre la eficacia de los programas de educación y apoyo parental
revelan con claridad que es tan importante que los programas cuenten con un buen
diseño (objetivos, contenidos y características metodológicas), como con unas
estrategias de implementación de calidad (Fixsen, Naoom, Blase, Friedman y Wallace,
2005). De hecho, la importancia de cuidar las condiciones de implementación queda
de manifiesto a partir de las evidencias existentes sobre cómo hay programas con un
buen diseño que fracasan por problemas en la implementación (Durlak y Dupre, 2008).
18
psicoeducativos para familias en situación de riesgo son: el compromiso institucional,
la formación de los profesionales, la fidelidad en la aplicación, las estrategias de
selección de los participantes y la flexibilidad del programa para adaptarlo a contextos
distintos (Hidalgo, Jiménez, López, Lorence y Sánchez, 2016).
19
y asesoramiento continuado por expertos durante el proceso de aplicación de los
programas (Small, Cooney y O’Connor, 2009).
20
Finalmente, los programas psicoeducativos para familias en situación de riesgo
cuidan especialmente la selección de los participantes y la composición de los grupos.
Habitualmente, la selección de los participantes se realiza mediante entrevistas
personales que posibilitan la formación de grupos moderadamente heterogéneos que
sean representativos de la población a la que se dirigen y evita la estigmatización de
los participantes (Rodrigo, Byrne y Álvarez, 2012). En este sentido, los datos
disponibles muestran que los programas de educación parental para familias en
situación de riesgo consiguen mejores resultados cuando los grupos se conforman con
participantes, por ejemplo, con distintos niveles socioeconómicos pero con interesas y
necesidades parecidas por tener hijos e hijas de edades similares (MacLeod y Nelson,
2000). En todo caso, es importante asegurar que el grado de heterogeneidad y la
composición elegida permitan que se cubran las necesidades específicas de todos los
participantes y permita un desarrollo adecuado del grupo.
3.6. Evaluación
La evaluación de los programas es una tarea compleja que puede ser abordada
con diferentes objetivos y utilizando distintas estrategias. Así, existe un considerable
número de taxonomías y tipos de evaluación de programas en función de la finalidad,
las estrategias utilizadas, quien la lleve a cabo, etcétera (Anguera, Chacón y Blanco,
2008). Sin entrar en describir esta notable diversidad, sí es importante destacar que
existe un importante acuerdo en considerar que para demostrar su efectividad y estar
basados en evidencias, los programas deben contar con evaluaciones de eficacia,
eficiencia, así como con garantías para la diseminación (Flay et al., 2005).
21
De cara a demostrar su eficacia, los programas deben contar con un diseño de
evaluación que permita comprobar si la intervención consigue los objetivos
propuestos. Para ello, los programas de educación y apoyo parental habitualmente
utilizan diseños que implican la comparación entre medidas antes (pretest) y después
de la intervención (postest), lo que habitualmente se conoce como evaluación de
impacto o sumativa (Anguera et al., 2008). Para poder interpretar el cambio
experimentado entre antes y después de la intervención como éxito del programa, es
necesario demostrar cambios con tamaño de efecto relevantes, mediante análisis
estadísticos apropiados y empleando medidas de evaluación robustas. Asimismo, para
considerar que un programa cuenta con evidencias rigurosas de eficacia se considera
que los cambios deben haber sido probados mediante diversas evaluaciones externas
de impacto, incorporando algún tipo de grupo de comparación y realizando
evaluaciones de seguimiento al menos a medio plazo (Flay et al., 2005, Jiménez e
Hidalgo, 2016).
22
Finalmente, es importante destacar en relación con el tipo de estrategias de
evaluación más comunes para demostrar la efectividad de un programa que nos
encontramos en un momento de redefinición. La evaluación de programas
psicoeducativos y psicosociales es en gran parte heredera de la evaluación en el
ámbito de la salud, caracterizada por un marcado carácter experimentalista, y que ha
situado a los estudios experimentales con grupo control de asignación aleatoria como
el máximo estándar en materia de evaluación (Jiménez e Hidalgo, 2016). En la
actualidad, cada vez son más los expertos en materia de evaluación de programas en
el ámbito del apoyo a las familias que adoptan una postura crítica ante este enfoque y
que apuestan por una visión plural de la evaluación (e.g., Boddy, Smith y Statham,
2011; Henry, Tolan, Gorman-Smith y Schoeny, 2017; Moran, Ghate y van der Merwe,
2004; Yarbrough, Shulha, Hopson y Caruthers, 2011). Este enfoque plural de la
evaluación asume que, además de los aspectos científicos, los éticos y de la práctica
profesional deben también tenerse en cuenta para dar lugar a estrategias de
evaluación rigurosas pero ajustadas a un contexto cultural dado (Canavan, en prensa).
Así, además del rigor científico, un enfoque plural de evaluación parte de una
perspectiva de derechos que tiene en cuenta la voz de los menores y de las familias, así
como una relación de doble dirección con la práctica profesional. Es decir, se nutre del
saber experiencial profesional y devuelve resultados a la práctica, parte del contexto
real y está comprometida con la promoción del pensamiento evaluativo en el contexto
profesional (Jiménez e Hidalgo, 2016). Desde esta perspectiva, no se considera que
exista una única estrategia ideal de evaluación, sino que distintos objetivos de
evaluación pueden responderse mediante diversas estrategias, lo que nos llevaría a
hablar de una matriz de estrategias de evaluación más que de una jerarquía de las
mismas (Fives, Canavan y Dolan, 2014).
23
Asimismo, hay un importante consenso en reconocer que los programas
psicoeducativos constituyen una estrategia especialmente beneficiosa para abordar
ese objetivo. En este sentido, el debate actual no radica en si es pertinente o no aplicar
este tipo de programas, porque existen evidencias empíricas de que apoyar a los
padres en el ejercicio de su rol parental tiene repercusiones positivas para el bienestar
infantil, sino que el acento se sitúa en el modo en que estas actuaciones tienen que ser
articuladas (Jiménez e Hidalgo, 2012).
Con objeto de responder a esta cuestión, en los últimos años hemos asistido a
un importante esfuerzo por intentar identificar los criterios que definen la calidad de
los programas de educación y apoyo para familias, es decir, cómo deben diseñarse y
llevarse a cabo estos programas para garantizar el éxito de la intervención (Asmussen,
2011; Axford, Elliot y Little, 2012; Flay et al., 2005; Gottfredson, Cook, Gardner,
Gorman-Smith, Howe, Sandler y Zafft, 2015). A este respecto, contamos con diversas
plataformas que se están ocupando de describir cuáles son estos estándares de calidad
y que, en muchos casos, evalúan programas existentes de acuerdo con tales criterios.
En la Tabla 1 se presenta una selección de algunas de las plataformas más relevantes
en esta materia.
Tabla 1.
24
families and communities infancia y familia
Estándares de calidad de los programas
Programas y prácticas basadas en la
evidencia en el ámbito de la
The California evidence- preservación familiar
based Clearinghouse http://www.cebc4cw.org Estándares de calidad de los programas
for Child Welfare Orientaciones y recursos para la
implementación de programas de
preservación familiar
https://www.cwla.org/our-
work/cwla-standards-of-
Child of Welfare League of Estándares de calidad de los servicios de
excellence/standards-of-
America preservación familiar
excellence-for-child-welfare-
services
Catálogo y valoración de programas y
National Registry of prácticas basados en evidencias en el
https://www.samhsa.gov/nrep
Evidence-based Programs ámbito de la salud mental y el abuso de
p
and Practices sustancias
Estándares de calidad de los programas
Joint Committee on Estándares de calidad en materia de
Standards for Educational www.jcsee.org evaluación de programas
Evaluation psicoeducativos
25
Figura 1.
Formación, Probada
Condiciones de asesoramiento eficacia y
Información
implementación y supervisión eficiencia
sobre costes
Modelo
de cambio
Identificación
Herramientas Probadas
de
de evaluación garantías de
componentes
y seguimiento diseminación
clave
26
Hemos optado por representar los principales de criterios de calidad de los
programas de educación y apoyo parental como un sistema de piezas engranadas, ya
que el cumplimiento de estándares de calidad de los programas no es una cuestión
dicotómica de todo o nada, sino un tamiz complejo y multi-dimensional (Jiménez e
Hidalgo, 2016). A este respecto, no existe una postura unánime sobre cuáles son los
estándares más relevantes. De hecho, en nuestra opinión, la selección y aplicación de
programas constituye un proceso de toma de decisiones por parte de las instituciones
y los profesionales responsables del apoyo a las familias que no debe producirse de
forma automática, y que debe contemplar otros criterios relacionados con aspectos
éticos y prácticos, además de los estándares científicos que nos permiten hablar de
programas basados en evidencias. A continuación se describen los principales criterios
que en nuestra opinión deberían guiar la selección y aplicación de programas de
educación y apoyo parental para familias en situación de riesgo psicosocial:
27
una revisión de los propios modelos que guían la práctica profesional, de cara a
seleccionar y aplicar programas de educación y apoyo parental acordes con
tales modelos.
En este sentido, como se ha señalado, el trabajo con las familias desde una
perspectiva preventiva, constructiva, experiencial, capacitadora y basada en el
fortalecimiento de las competencias es fundamental para la promoción de una
parentalidad positiva, especialmente, con familias en situación de riesgo.
28
En los programas de educación y apoyo parental al igual que en la intervención
familiar en general, la evaluación del proceso de intervención constituye un
aspecto fundamental. Los servicios de apoyo a las familias deben impregnarse
de una cultura de evaluación que permita monitorizar el progreso de los
participantes, revisar el proceso de implementación, comprobar la efectividad
del programa en aplicaciones concretas, y tomar decisiones que permitan
mejorar el servicio que se ofrece a las familias en situación de riesgo
psicosocial.
29
personales de los progenitores y con el objetivo de conseguir la autonomía y la
competencia que estos padres necesitan en sus comportamientos y decisiones. Como
se ha tratado de dejar de manifiesto a lo largo de estas páginas, la finalidad última de
este tipo de intervención familiar es, desde un planteamiento preventivo, conseguir
promover la parentalidad positiva y la dinámica familiar para, con ello, garantizar y
proteger el desarrollo de estos niños y niñas en sus contextos familiares de origen.
Para asegurar la consecución de estos objetivos, debemos aspirar a seleccionar y
aplicar programas de educación y apoyo parental basados en evidencias, esto es,
programas que hayan demostrado con procedimientos científicos que realmente
consiguen efectos beneficiosos en las familias en situación de riesgo y, sobre todo, en
los menores que crecen en estos contextos. Además de los estándares de calidad
relacionados con el rigor científico, habrán de incorporarse criterios de viabilidad, de
validez ecológica, relativos a la práctica profesional y éticos para la selección y
aplicación de estos programas en un contexto concreto.
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