Pontón, Gonzalo. La Lucha Por La Desigualdad

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 40

GONZALO PONTÓN

LA LUCHA
POR LA DESIGUALDAD
Una historia del mundo occidental
en el siglo xvm

Prólogo de
JOSEP FONTANA

PASADO PRESENTE
BARCELONA
«¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que tanto vales
cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos
hay en el mundo, como decía una agúiela mía, que son el tener
y el no tener, aunque ella al de tener se atenía.»

MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha,
Segunda parte, capítulo XX
PROLOGO

Este es un libro extraordinario, y lo es por muchos motivos. Por


ejemplo,
como obra de un historiador que obtuvo su título universitario hace cuarenta
años y que presenta ahora su primer libro,
que no es, como hubiera cabido
esperar, un modesto ejercicio de investigador primerizo, sino Una historia
del mundo occidental en el siglo xvi11, de una
amplitudy una ambición
impresionantes.
El secreto reside en que Gonzalo Pontón, tras acabar sus estudios en la
universidad, dedicó toda su actividad a la edición, un oficio que aprendió
en Anel, que ejerció de 976 a 2009 en Crítica, y
que, desde la jubilación
forzada que le obligó a abandonar esta empresa, que él había fundado, ha
seguido desarrollando en Pasado E Presente. Lo cual le ha proporcionado
un doble aprendizaje con los libros, muchos de ellos «de historia», que ha

y
publicado, con la relación con aquellos que los producen -autores, edito-
res, censores...-, todo lo cual se ha acabado convirtiendo en un formidable
complemento de su formación como historiador.
Fue a los sesenta y cinco años, cuando su salida de Crítica le obligó a
permanecer dos años al margen de la actividad que le había ocupado hasta
entonces, cuando comenzó a escribir este libro, pensado desde mucho antes
y completado en siete años de duro trabajo, como podrá comprobar quien
y
consulte la bibliografía que ha empleado valore después, en las páginas
del libro, que esta ha sido una bibliografía leída,y no simplemente citada;
una cuestión a la que me referiré más adelante.
Pero lo realmente excepcional del libro no reside en estas circunstan-
clas biográficas, que en todo caso le añaden mérito, sino en algo que está
por completo al margen de ellas, que es su calidad. He mencionado ya la
amplitud de su propósito una historia global del siglo xvi occidental (de
una
Europa a la que se añaden la América europezada y las Indias). El
resultado ha sido una obra extensa -el
manuscrito con el que trabajo tie-
ne 813
páginas- con una primera parte, la «trama», que va repasando la
12 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

historia de la población (sus formas de vida, la alimentación, la enferme-


dad, los grupos sociales...), la agricultura («elfundamento de la opulen-
¡

cia» en una Europa esencialmente agraria, que iba a moderntzarse a costa


de los campesinos), las manufacturasy la llamada revo ución industrial
el «dulce comercio» (que proporcionaría «una rica gama de bienes de con-
sumo» a unos pocos), el ejercicio del poder político (los estados, sus recur-
sos y sus guerras, a costa de cerca de cuatro millones de muertos),
para
acabar esta primera parte con un capítulo -«Contra el orden natural de
las cosaso- dedicado a las protest
asy rebeliones de las clases subalternas
en los años fina subalernas
les del siglo, con la gran conmoción de la Revolución fran-
cesa en último lugar.
Tras esta primera parte, la segund la «urdimbre», nos lleva a una di-
a,
mensión distinta, la de la educación
(como medio de separación social, pro-
curando que las clases subalternas «se mantuvieran en el
lugar que la divina
providencia les había asignado»), los usos de la cultura (con una am
plia
atención a los libros) un
y
capítulo final, «La vigilia de la razón», que se
ocupa delpensamie
filosóficoy científico, de los philosophes, de la Enci-
clopedia y, en su conjunto, de lo que se suele llamar la Ilustración
europea,
que se desarrolla de Gran Bretaña a Rusia, incl
uyendo el caso peculiar de la
península Ibérica, «a diez mil leguas de Europa Esta
». segunda parte, que
es la que contiene los
argumentos fundamentales de la obra, resulta dema-
stado rica y com
pleja como para tratar de resumir aquí su contenido.
Lo que acabo de describir
pudiera ser el índice de una síntesis de la his-
toria del mundo occidental en el
siglo XV11-no digo un «manual»,
una extensión de más de ochocientas porque
páginas se acomoda mal a este con-
cepto- que comenzase con el desarrollo material y culminas
e con las dos
celebraciones habituales de la
Revolución frances
como libertadoras de los a y
de la Ilustración,
cuerposy las mentes. Teniendo en cuenta la
qa de la información aco rique-
piada en estas páginas, este sería en todo
caso un
trabajo meritorio, que podría recomendarse
como una
ra, sin duda aportación que mejo-
las sínt
alguna, esis existentes.
Lo que ocurre es
que no es nada de esto. La
estructura ordenada
descrito no está construida que he
para ofrecernos un relato
trando en cada plano que vaya mos-
capítulo los avances del
progreso a lo largo del
para desarrollar el argu siglo, sino
mento que expresa su título La
sigualdad, un planteamiento lucha por la de-
a
que primera vista
la acotación de parece que casa mal con
síntesis de la historia
del siglo
lo. Para entender
esta apa rente que figura en el subtitu-
discrepancia hay que tomar en cuenta
que Gonzalo Pontón ha que lo
qu erido contarnos
aquí no es la historia del de
«siglo
PRÓLOGO
13

las luces», sino


la de los orígenes del capitalismo, como una
referencia ne-
cesaría para comprender nuestra realidad actual.
«Lo que pers 1go con este libro -nos advierte en la introducción- es
r la naturaleza de la desigualdad actual», para lo cual, aña-
llegar a entende
de, «trato de averiguar cuándo, dónde, cómoy por qué se dieron los procesos
materiales e intelectuales que llevaron a las sociedades occidentales a expe-
rimentar un salto cualitativo en los niveles de su desigualdad interna tan
firmey poderoso que iba mantenerse (...) hasta nuestros propios días.»
a
Este pudo haber sido un argumento para un ensayo crítico sobre los va-
lores de la Ilustración, pero lo que ha hecho Pontón es construir una máqui-
na de guerra que lo desarrolla poderosamente, paso a paso. Los progresos
económicos de la nueva agricultura y de la industrialización se nos mues-
tran como recursos para expulsar a los campesinos de sus tierras y a los arte-
sanos de sus oficios con elfin de convertirlos en los proletarios que necesita-
ban terratenientes e industriales, a la vez que se discuten interpretaciones
ión del consumo» o «revolu-
generalmente aceptadas como la de la «revoluc
1

ción industriosa» de De Vries. El capítulo dedicado al estado al poder


y 4

en la
político, por su parte, nos muestra la importancia fundamental que
actividad de los estados tenía la guerra, concebida con una finalidad econó-
mica en su dimensión de lucha por la desigualdad.
«La segunda parte de este libro -

sigue está dedicada al análisis


-

del pensamiento político y económico» que proporcionó «cobertura intelec-


tual» al ascenso de la desigualdad. Un pensamiento que inspiró la tarea de
crear una educación destinada a marginar a las clases subalternas, sepa-
rándolas de las elites que se preparaban para repartirse los beneficios el y
este argumento es la deconstrucción del
poder. La culminación lógica de
mito de esta Ilustración supuestamente redentora de la razón, reducida a
una denominación que abarca el «conjunto del pensamiento filosófico, eco-

nómicoy político del siglo XVI».


Una Ilustración que en el transcurso del siglo X4 envió a las planta-
ciones americanas seis millones y medio de esclavos africanos por unos mo-
tivos que Montesquieu, un personaje que aparece muchas veces citado en
«el azúcar sería demasiado caro si no
A

este libro,
expresó con toda claridad :
medio de esclavos». Un ra-
se hiciese
trabajar la planta que lo produce por
en el mismo
to0namiento que no debería escandalizarnos porque es,
elfondo,

que ha inspirado la revolución industrial, donde las innovaciones tecnológ:-


cas
cumplían su función de reducir los costos, según argumenta
Jane Hum-
de mujeresy niños. Lo
Phries, facilitando el empleo del trabajo malpagado

cual, si le agregamos el uso del trabajo esclavo en las plantaciones que pro-
14 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

ducían la fibra, explica el auge de la industria algodonera


británica, que
fue la más importante del mundo hasta 7900.
Es al llegar a esta parte de la obra cuando viene a cuento lo que he di.
cho acerca de la diferencia entre citar y leer. En el marco establecido de los
a

estudios sobre la Ilustración encontramos una jerarquía consagrada de


nombres, escuelas y obras, cada uno de ellos con la indicación de los rasgos
que definen su lugary su significación en el argumento globalpreestableci-
do. Pontón se ha apartado de esta norma
por dos vías distintas; en primer
lugar utilizando toda una serie de autores que no f1guran en este repertorioy
que resultan fundamentales para aclarar aspectos que quedan al margen de
la visión ideológicamente correcta. Pero también, esto es lo más
y impor-
tante, releyendo las obras de las figuras consagradas de una manera direc-
ta, en su propio contexto histórico 0y en sus lenguas originales, a salvo
de las malas traducciones que tanto abundan). Por este camino, como era de

esperar, llega a conclusiones que se apartan con frecuencia de los tópicos


establecidosy que producirán, sin duda, más de un escándalo.
Su objetivo confesado, ayudarnos a entender los orígenes de un sistema
del que hemos recibido la desigualdad que hoy nos agobia, le había de llevar,
a resultados muy distintos de los que obtienen quienes buscan en el
pasado la legitimación delpresente. A diferencia de las investigaciones que se
limitan a medir la evolución de la desigualdad, e incluso acaban considerán-
dola como un rasgo permanente de la historia
-que puede definirse con una
fórmula de validez universal e intemporal, como r>g-,
Pontón se ha dedi-
cado a estudiar cómo ha evolucionado a
partir de los orígenes del capitalismo.
Una visión histórica de esta naturaleza correspon a las necesidades
de
intelectuales de una época en que son muchas las voces
que anuncian la
quiebra inevitable del capitalismo. Voces como la de Wolfgang Streeckt,
para quien el imparable ascenso de la desigualdad es uno de los tres rasgos
que definen esta crisis, junto al estancamiento de la produccióny al aumen-
to del endeudamiento públicoy
privado.
Para enfrentarnos a un futuro amenaza
dory confuso, necesitamos una
visión renovada de la que se hayan eliminado los mitos
que con"
tribuían a hacernos creer que vivíamos en el
mejor de los mundos posibles
que bastaba con que nos dejásemosllevarpor la imparable corriente del pro-
greso para seguir mejorando, Son libros como este los
que pueden ayudar
nos a ver más claro.

JOSEP FONTANA
Barcelona, 23 de junio de 2016
INTRODUCCIÓN

Entre el 6 y el 8 de septiembre del año 2000 se aprobó en la sede de las


Naciones Unidas, en Nueva York, una resolución de la Asamblea Ge-
neral de jefes de estado y de gobierno. Se la llamó, pomposamente, la
Declaración del Milenio y en ella se relacionaban ciertos valores consi-
derados fundamentales para el siglo xx1. En el valor «Igualdad» se dice
específicamente: «A ningún individuo ni a ninguna nación se le puede
negar la oportunidad de beneficiarse del desarrollo. Hay que establecer
derechos y oportunidades iguales para hombres y mujeres ... para el
año 2015 [debería quedar] reducida a la mitad la proporción de la gente
que pasa hambre».
Muy poco después de esta declaración de intenciones, aquellas só-
lidas palabras se disiparon en el aire. El desarrollo del que todo el mun-
do podía beneficiarse involucionó: la brecha entre los sexos se hizo aún
mayor; no solo aumentó el número de los que pasaban hambre, sino
que la pobreza extrema creció espectacularmente: en 2008 el incre-
mento medio de los salarios en Asia (sin China) fue del -2 por ciento;
el 10 por ciento de la población mundial más pobre solo experimentó
un incremento de menos de 3 dólares anuales en sus ingresos; en todo
el mundo el coeficiente de Gini (uno de los que miden la desigualdad)

empeoró sensiblemente y llegó a alcanzar un promedio mundial de 62


(la desigualdad máxima es 100) en el año mismo -el último del siglo
en que se lanzaba al mundo la Declaración del Milenio, conti-
nuadora de la Carta de las Naciones Unidas.
Dieciséis años después, el 18 de enero de 2016, OXFAM Inter-
national publicó el informe An Economy for the %, en el que revela-
2

ba que la
riqueza de 3.500 millones de personas (la mitad del plane-
ta) había disminuido en un billón de dólares en solo seis años, un
38 por ciento, pese a
que la población global se había
incrementado en
400 millones entre 2010 y 2016. Si en 2010 388 personas tenían la mis-
16 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

ma riqueza que la mitad de la población mundial, en 2011 eran


177; en
2012, 159; en 2013, 92; en 2014, 80 y en 2015, 62. La riqueza de
estas
62 personas se había incrementado en el mismo plazo en más de
medio,
billón de dólares. Y revelaba que en 201 el por ciento de la
1
pobla.
ción mundial ya era más rico que el resto de los seres humanos
juntos,
Este informe de OXFAM denunciaba que:

la preocupación de los líderes mundiales sobre la escalada de la


desigual.
dad no se ha traducido hasta ahora en nada concreto; el mundo se
ha
convertido en un lugar mucho más desigual y esta tendencia se está ace-
lerando. No podemos seguir permitiendo que cientos de millones de
per-
sonas pasen hambre mientras que los recursos que podrían
aplicarse a
ayudarles son sorbidos (sucked up) por los de arriba.

La cuestión de la desigualdad entre los seres humanos se ha vuelto


tan visible, tan escandalosa, tan «de moda» que el
presidente de los Esta-
dos Unidos Barack Obama ha proclamado que es «el desafío
que carac-
teriza a nuestra era», sin que se sepa muy bien qué
quiere decir con ello,
pero que en cualquier caso coincide con las preocupaciones del capitalis-
mo realmente existente. El World Economic Forum (es decir, el
órgano
del Foro de Davos) también ha dicho en un informe
que «la desigualdad
es uno de los retos clave de nuestro
tiempo», pero a diferencia del polítn-
co norteamericano ha explicado por qué: «Los de no
peligros prestar
atención a la desigualdad son obvios: la gente, sobre todo la
gente joven,
excluida de la corriente económica general, termina sintiéndose
despoja-
da de sus derechos y se convierte en fácil carne de conflictos ...
Corregir
la desigualdad es bueno para los
negocios, ya que crea una nueva masa
de consumidores que amplían así el mercado
para beneficios y servicios
e incrementan las oportunidades de
conseguir [más] beneficios». Que es,
también, lo que dice la ONU, aunque en un lenguaje políticamente co-
rrecto: «La desigual concentración de renta reduce la demanda
y riqueza
agregada y puede retardar el crecimiento económico».
Es curioso, e instructivo, que los líderes del
capitalismo denuncien
la extrema desigualdad
para que el capitalismo siga funcionando: «Co-
rregir la desigualdad es bueno para los negocios porque crea una nué-
va masa de consumidores»,
Pero, «como al león por sus garras», al ca-
pitalismo se le reconoce inmediatamente lo
por la desigualdad que
caracteriza. Parece que ahora de lo
que se trata es de cortarle las garrá5
al león... para
que le vuelvan a crecer más fuertes.
INTRODUCCIÓN 17

Y es que la desigualdad ha formado parte integral del proyecto so-


cial del capitalismo
desde sus inicios, y si ahora se ha hecho más evi-
dente, más brutal, «más peligrosa», no quiere decir que no haya reco-
rrido, con altibajos, toda su historia en la edad moderna. Desde los
albores de la industrialización hasta finales del siglo x1x o, quizá, hasta
la primera guerra mundial, no se produjo ninguna disminución estruc-
tural de la desigualdad; por lo menos hasta 1860 los salarios reales no
solo se estancaron, sino que su poder adquisitivo regresó al que tenían
un siglo antes, tanto en Gran Bretaña como en Francia, mientras que,
en el mismo periodo, las rentas del capital experimentaron un fuerte
crecimiento (Piketty).' En realidad, la desigualdad solo ha disminuido
cuando una fuerza irresistible se le ha opuesto, aunque fuera temporal-
mente. La primera vez que se pudo medir un descenso de la desigual-
dad fue hacia los últimos años del siglo xtx y primeros del xx, cuando
la creación de la Primera Internacional (1864), el espanto ante una
revolución que ya no era burguesa (1871), el recelo por la creciente
presión sindical y una nueva amenaza revolucionaria, la bolchevique
(1917), pusieron sobre el tapete el riesgo de que el sistema económico
de mercado pudiera irse al traste. Las dos guerras mundiales redujeron
la desigualdad porque las elites, y los trabajadores, no iban a consumir
más que todo tipo de armas y de material bélico con el que consumir, a
su vez, la vida o la salud de, quizá, cien millones de personas. Entre

medias, el crash de 1929 volvió a elevar a las nubes la desigualdad, dan-


do a los nazis un arma que sabrían amartillar con presteza. Las conse-
cuencias económicas de la guerra, es decir la necesidad de reconstruir
el mundo y la vida tras la segunda guerra mundial, crearon una situa-
ción propicia para la productividad, el crecimiento económico y el
consumo que, junto con la entonces enorme fuerza sindical y el fantas-
ma del comunismo, que ya no recorría Europa sino el mundo entero,
cambiaron los términos de transacción. Aquellos fueron los «años do-
rados», los de la U invertida de Kuznets, que se manipuló para impug-
nar la «igualdad» de la Unión Soviética con la igualdad que, con un
poco de paciencia, se iría abriendo paso en el sistema capitalista. Pero
duraron poco: hasta que la crisis del petróleo de 1973 produjo una re-

1. En 1742 el coeficiente de Gini para las Provincias Unidas se ha calculado en


correspondiente a Francia antes de la Revolución. En Gran Bre-
69, y era parecido el
taña fue de
40 en 1759, de 52 en 1801 y de 1 en 1867. Hoy, Gran Bretaña tiene prác-
ticamente el mismo coeficiente
que en 1759.
18 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

cesión que sería el primer eslabón de una cadena que ya no se iba a in-
terrumpir: la crisis de la bolsa estadounidense en 1987; el hundimiento
de la bolsa japonesa en 1990; el «tequilazo» mexicano de 1994; el con-
tagio asiático de 1997; el desastre del mercado financiero latinoamer;.
cano causado por la política liberalizadora del FMI; la suspensión de
pagos de la deuda rusa; la burbuja de las dot.com; el caso Enron (fray.
des contables en las empresas que cotizaban en bolsa), la quiebra de
Lehman Brothers y la «Gran recesión» de 2007, en la que seguimos
instalados diez años después.
Con la desaparición del espantajo comunista, los teóricos del
neoliberalismo diseñaron una nueva libertad para la producción y el
comercio basada en la extraterritorialidad, la deslocalización de em-
presas y el ninguneo del estado nación para crear un ordine nuovo: el
de la «revolución conservadora anglosajona» (Piketty), que consi-
guió expugnar la fortaleza sindical, rebajar los salarios de los trabaja-
dores y desmontar el estado del bienestar. Así se logró que entre los
años 2000 y 2010 la concentración de la riqueza en los Estados Uni-
dos superara el récord de 1910-1920. Ahora la «Gran recesión» ha
disparado la tendencia secular del capitalismo a recuperar sus señas
de identidad.

Lo que persigo con este libro es llegar a entender la naturaleza de la


desigualdad actual, es decir, escribir «una genealogía del presente»
(Fontana), como hace cualquier historiador preocupado por su tiem-
po. Para ello, trato de averiguar cuándo, dónde, cómo y por qué se
dieron los procesos materiales e intelectuales
que llevaron a las socie-
dades occidentales a experimentar un salto cualitativo en los niveles de
su desigualdad interna tan firme
y poderoso que iba a mantenerse,
cuando no a cobrar nuevas fuerzas, hasta nuestros
propios días. «La
finalidad de la historia es el estudio de los
cambios, la dinámica de las
sociedades humanas», ha escrito Pierre
Vilar, pero sin duda lo es tam-
bién comprender las causas de la
permanencia de esos cambios, SU
arraigo indemne al tiempo.
El gran paleoantropólogo norteamericano Gould
Stephen Jay
acuñó hace cuarenta años el término (o
«equilibrio interrumpido»
«puntuado») para denotar el fenómeno que tiene «cuando pa"
te de la población de un
lugar
linaje se escinde del resto, en un entorno
ferente al cual se
adapta, y evoluciona hacia una nueva especié"
INTRODUCCIÓN
19

Pues bien, si algún paso en la historia de las sociedades humanas mo-


dernas pudiera asimilarse al «equilibrio interrumpido» de Gould, es
el que deberíamos situar en el siglo xvt1 y, concretamente,en su úl-
timo tercio. A lo largo del siglo, la desigualdad había formado
parte
del paisaje humano como había ocurrido antes en la historia, en una
«estasis», Como diría Gould, pero a partir de la segunda mitad, con el
crecimiento de la población y el gran desarrollo del comercio mun-
dial, el ímpetu de la burguesía, es decir, el éxito diferencial «de una
parte de la población de un mismo linaje», que quería transformar en
poder político su potencial económico, se enfrentó a los estamentos
feudales, ya quebrantados política y económicamente, que tuvieron
que luchar sin descanso por mantener sus privilegios y su estatus, es
decir, su desigualdad respecto a la nueva fuerza en ascenso y frente a
los comunes. Esa lucha la iban a perder por las buenas (Provincias
Unidas, Gran Bretaña) o por las malas (Francia), para acabar siendo
fagocitados en las filas de la riqueza burguesa (Provincias Unidas,
Gran Bretaña) o desposeídos y exiliados, aunque por breve tiempo,
hasta su reconversión económica y social (Francia). Pero «la nueva
especie» emprendió a su vez una lucha por la desigualdad más dura-
dera, y al cabo más triunfal, que la de los viejos estamentos del Anti-
guo régimen: la que la enfrentó a las clases subalternas de las que se
había escindido y que habían de ser, ahora, sus vasallos como antes
lo habían sido de los señores feudales, pero con un cambio funda-
mental en los modos, en las formas y en el lenguaje: ahora los comu-
nes serían libres para contratar su fuerza de trabajo con la nueva cla-
se dirigente. Se iniciaba así un nuevo avatar del capitalismo, ahora
como sistema social y forma de vida que excluía toda alternativa.
En la primera parte de este libro analizo cómo a lo largo del siglo se
fueron construyendo las bases del «equilibrio puntuado» que se iba a
producir en los países occidentales y sobre todo en los que formaban
parte de lo que he llamado el círculo de Flandes (Provincias Unidas,
Países Bajos austriacos, zonas de Renania, Hamburgo, el norte de
Francia, Inglaterra...). Concretamente en Gran Bretaña, una elite de la
tierra, del comercio y de los negocios, que controlaba el gobierno des-
de la revolución «Gloriosa»
(1688), introdujo una serie de cambios
técnicos y jurídicos en la propiedad rústica que supuso la recuperación
del control de la tierra mediante leyes del
por los terratenientes que,
Parlamento, concentraron las propiedades, las vallaron, las convirtie-
ron en orientadas a producir para el
pastos o en granjas especializadas
20 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

mercado? y desahuciaron a los campesinos que las habían


trabajado
desde hacía generaciones. Mediante leyes ad hoc y coerciones de
todo
tipo, la elite terrateniente inglesa logró quebrantar la vieja economía
moral campesina y expulsar de la tierra quizás a un millón y medio de
familias que se quedaron sin medios de producción y de vida y se vie.
ron abocadas a emigrar a unas ciudades que durante la segunda mitad
del siglo habían crecido con fuerza. En ellas, se procedió a barrer las
pocas restricciones gremiales que quedaban y se declaró la «libertad de
trabajo», con lo que centenares de miles de hombres, mujeres y niños
tuvieron que emplearse en lo que se ofrecía en Londres,
Manchester,
Liverpool, Birmingham y otras ciudades. Todo este «ejército de la mi-
seria», al que se sumó el excedente poblacional pobres-los pro-
ducto del auge demográfico, fue la carne de cañón para el crecimiento
y desarrollo de las manufacturas.
Una vez que se dispuso de la fuerza de trabajo necesaria, y de la de
reserva, los manufactureros británicos no tuvieron que recurrir más
que a la energía orgánica de toda la vida: la función clorofílica y los
combustibles fósiles que, en teoría, no podían constituir una propiedad
privada, sino común: «la herencia del hombre». En todo caso, los dos
grandes pilares del desarrollo industrial de Gran Bretaña fueron, efec-
tivamente, el algodón y el carbón, y las técnicas aplicadas fueron toda-
vía las medievales, llevadas a su rendimiento extremo. Quienes deten-
taron los medios de producción apenas tuvieron necesidad de capital,
porque las máquinas de hilar o la combustión del carbón no requerían
de grandes inversiones. No fue pues el capital constante, sino el capital
variable el corazón de la industria. Y, desde luego, los buenos burgue-
ses británicos, que eran bien conscientes de ello, trataron desde el pri-
mer día de gestionar hábilmente ese capital variable: los salarios que
pagaron fueron de mera subsistencia, como verá el lector en las pági-
nas que siguen y, siempre que pudieron, y fueron muchas veces, susti-
tuyeron el magro salario masculino por el de las mujeres y niños, que
equivalían a la mitad y a un tercio del salario adulto respectivamente.*
A la vez, reorganizaron el trabajo en las factorías para obtener una di-

Esa llamada «revolución agraria» significó


2. las
para los terratenientes doblar
rentas de sus tierras. En los años 80 el coste de los arrendamientos se
duplicó y volvió
a hacerlo de nuevo en los
go.
3- Los salarios reales no crecieron hasta el último tercio del siglo XIX, pero
el

precio de los alimentos se duplicó a lo largo del siglo xv11.


INTRODUCCIÓN 21

favoreciera esa mano de obra femenina e infantil, estable-


visión que
cieron una organización y disciplina laborales férreas, cuasirreligiosas,
tornos y telares a la medida de los niños de asilos correc-
y diseñaron y
cionales para que pudieran manipularlos sin pérdida de tiempo de tra-
bajo. Esos burgueses
industriales se hicieron inmensamente ricos
y
vía herencia, el mantenimiento de la desigualdad
aseguraron, que ha-
bian conseguido, es decir, «el éxito diferencial de la nueva especien.?
Contaron para ello con la connivencia y la protección del estado
británico, que, contra toda la retórica al uso, fue un gran regulador de
la economía, con los aranceles proteccionistas más altos de Europa,
con a las exportaciones, con incentivos para la renovación tec-
premios
nológica y, sobre todo, con su intervención decisiva en defensa del «li-
bre comercio» mediante los cañones de su flota. Gracias al control de
los mecanismos del estado, los capitalistas británicos dispusieron de un
mercado nacional unificado, de una buena red de transportes, un apa-
rato comercial excelente, créditos baratos (letras de cambio) y una de-
manda potencial de productos manufacturados muy superior a la de
Francia, Renania, las Provincias Unidas o los Países Bajos austriacos,
tanto en su mercado interior como en los grandes mercados mundiales
(India, América), a los que estaban en condiciones de atender directa,
indirectamente o por la fuerza.
En unos momentos en que las grandes epidemias habían desapare-
cido, el hambre había sido prácticamente erradicada, sobre todo desde
que se generalizó el consumo de la patata americana, y se iniciaba la
lucha científica contra las enfermedades comunes (Jenner), había mu-
chas puertas que abrir hacia una vida mejor, pero la que escogieron los
manufactureros británicos fue la de la producción masiva de artículos
de las
de consumo
para los miembros de su clase, basada en el trabajo
subordinadas y en la explotación esclavista colonial. La única finalidad
y el objetivo de laproducción es el consumo, les habían dicho. Y a ello
se lanzaron abriendo precisamente aquella puerta y cerrando todas las
que llevaban a disponer de «tiempo para una formación humana, para
desarrollarse espiritualmente, para cumplir funciones sociales, para el
trato y la de las fuerzas vitales y
compañía, para el libre movimiento
espirituales» (Marx).

ca-
4 Enlostérminos de Piketty consiguieron que la tasa de rendimiento de su
la renta y la
Pital fuese mucho más
elevada a largo plazo que la tasa de crecimiento de
Producción: su ya famoso
y engañoso r >g.
22 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

El alud de productos baratos británicos que se abatió sobre el mun.


do y la agresiva competitividad de los capitalistas británicos,
respaldada
por la marina de guerra más poderosa de aquel tiempo, estimuló en to.
das partes el desarrollo de un capitalismo de consumo que fue
reprodu.
ciendo, y en algún caso superando, los patrones originales
(Francia,
Alemania). El mundo occidental se transformó para desarrollar una
economía desde el lado de la oferta, que llevaba a supeditar la vida a
la
consecución de los recursos económicos necesarios para el gasto ince-
sante, a la abolición del ocio y a la renuncia a la educación y a la
cultura,
a la dilapidación, hasta entonces desconocida, de materias
primas semi-
elaboradas y a la extenuación de los recursos naturales del
planeta, que
es, aún, el modelo de sociedad de nuestros días. Erik O. Wrigh ha es-
t
crito que «[la gente] no está interesada en incrementar su consumo hasta
el infinito, sino más bien en mejorar sus opcion entre
es trabajo, ocio y
consumo». Pero los dirigentes del capitalismo no se lo
preguntaron.
La segunda parte de este libro está dedicada al análisis del
pensa-
miento político y económico prom
ovido por el linaje que quería «evo-
lucionar hacia una nueva especie»,
para que le proporcionara cobertu-
ra intelectual en su lucha
por la desigualdad. En un ascenso imparable,
las clases burguesas se habían dotado de un «entorno en el
diferente»,
que se produjeron simbiosis, parasitismos, depredaciones y extincio-
nes, al igual que en todos los procesos evolutivos naturales. El
prime-
ro de ellos en el tiempo fue, sin duda, su educación. Desdeñaron las
escuelas primarias para formarse en sus casas con tutores crearo es-
y n
cuelas específicas para ellos e instituciones académicas exclusivas
para
su formación, huyendo de las
viejas e inútiles universidades. Al mis-
mo tiempo, lucharon enconadamente contra la alfabe
tización y esco-
larización de las clases subalternas
, especialmente las campesinas, para
que se mantuvieran en el lugar que la divina providencia les había
asignado. Contaron para ello con la inestimable ayuda del estado de
y
la iglesia y, sobre todo, con la encendida
defensa que los llamados
«ilustrados» hicieron de la
desigualdad burguesa y su cruel desprecio
por los humildes.
Desde sus afinidades electi
vas, estas clases ahora elitarias constru-
yeron ámbitos propios de socialización, el «entorno diferente»
no en el que gouldia-
pudieron trazar un excelente sistema de
«desigualdad cate-
górica» (Tilly), constituido
por una red de vínculos familiares, sociales
y comerciales que les permitió
acaparar las máximas oportunidades
a
cooptando miembros de la
vieja aristocracia o del alto funcionariado
INTRODUCCIÓN
23

Activaron, así, la ósmosis social que habría de facilitarles


del estado.
la
oner pie en política, emparejarse y obtener prebendas e información
sus negocios,
rivilegiada para
En Gran Bretaña las «casas de café», las sociedades selectas o las
«lunares» constituyeron
los espacios de encuentro
preferidos de estas
se reunían e intercambiaban información sobre merca-
elites. donde
dos. sistemas y
técnicas y establecían sinergias a través de clusters ma-
nufactureros que les ahorraban gastos de transacción. Este papel lo
ejercieron en Francia,
sobre todo, los salons, donde la
burguesía de los
relacionarse con escritores y periodistas
negocios pudo que les fueron
muy útiles como portavoces de su discurso, cargado de semántica
ideológica, que elevaba la noción que ellos tenían del progreso a la ca-
tegoría de
una soteriología laica. Por eso fundaron y controlaron
pe-
riódicos y revistas y alentaron aventuras editoriales de todo tipo, como
la Enciclopedia, que fue un sostén de la lucha burguesa contra los pri-

vilegios de la nobleza y de la iglesia, y protegieron y financiaron a los


philosophes en general, quienes, con su defensa de la razón frente a
los desacreditados argumentos de autoridad del Antiguo régimen y
con su temor a «las masas», que por otra parte despreciaban, fueron sus
mejores aliados en la lucha por la desigualdad que libraban en dos
frentes. Como lo fueron igualmente los economistas políticos en Gran
Bretaña, los cameralistas en Prusia y Austriao los jurisdiccionalistas
en Italia. No hay mejor ejemplo que lo que hemos dado en llamar
«Ilustración» para verificar, una vez más, que la cultura que prevalece
es la cultura de la clase dominante.
Estas elites económicas e intelectuales, que dispusieron de poder
político y de un proyecto económico y social claro, tuvieron la visión,
o el
espejismo, de imaginar un mundo pletórico de riqueza en el que
ellos -decían-iban a encarnar el papel de redentores de una huma-
nidad indigente. En realidad estaban conduciendo al mundo hacia una

desigualdad brutal que ya no estaría basada tan solo en el reparto de-


sigual de la renta, porque a la plusvalía económica vital para el capita-
lismo iba a sumarse una conmoción emocional ante el paro forzoso que
habría de traducirse en dramas individuales y en patologías sociales a
la Medida las crisis econó-
del impacto de los ciclos depresivos con que
micas recurrentes habían de a la mayor parte
golpear desde entonces
de la
humanidad. Góran Therborn, para quien la desigualdad consti-
'uye una violación de las humanas, distingue dos tipos de
capacidades
"sigualdad más la «desigualdad
aparte de la de recursos económicos:
24 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

vital», que se refiere a una mayor mortalidad, una menor esperanza de


vida, peores expectativas de salud, menor desarrollo físico, etc., y la
«desigualdad existencial», que afecta a la dignidad de las personas, a sy
grado de libertad y a su derecho al respeto y al desarrollo personal, E1
profesor Michael Marmot, del International Centre for Health and So-
ciety, ha publicado varios artículos en Lancet en los que afirma que «la
injusticia social es discapacitante: priva a las personas del control sobre
sus propias vidas» y revela
que el riesgo de morir por enfermedades
crónicas de los grupos socioeconómicamente
bajos es superior entre
un 25 y un 0 por ciento al que tienen los
grupos altos. Aunque lo peor
son los niños: a partir de un extenso estudio de
campo realizado en
Nueva Jersey y el sur de la India, y publicado en la revista Science
en agosto de 2013, Amandi Mani,
profesor de la Universidad de Warwick,
deduce que «el desarrollo mental infantil deficiente está asociado a
la
pobreza» y afirma que la incertidumbre económica provoca una «mer-
ma de los recursos cognitivos»
, y que ser pobre significa «no solo
afrontar la falta de dinero, sino también la de recursos
cognitivos. Los
pobres son menos capaces no a causa de rasgos heredados, sino porque
el contexto mismo de la
pobreza les impone una carga y bloquea su
capacidad cognitiva», concluye.
Cuando escribo estas líneas no sabemos cómo acabará ni si se aca-
bará la «Gran recesión» que se cebó en 2007 con el estallido de la bur-
buja inmobiliaria en los Estados Unidos y en Europa, que constituían
en efecto un mundo pletór
ico de riqueza, en el que una humanidad in-
digente también fue redimida, con las consecuencias que sabemos,
por
una elite capitalista del linaje de la del
siglo xv111. En cualquier caso,
como ha dicho la ONU en un inform «el
e, impulso hacia una menor
desigualdad no será automático» y, desde el
luego, capitalismo, con «la
crueldad de su admirable, de su fecundo ardor creativo»
(Bloch), se-
guirá ofreciéndonos nuevas, infinitas, posibilidades de consumo, ya
sean las impresoras en tres
dimensiones, los robots personales o las
aplicaciones lúdicas del grafeno. Pero la desigualdad no está en los ge-
nes, no es una fuerza telúrica irresistible ni una maldición de los dioses:
políticas. Y las decisiones políticas pueden y
es producto de decisiones
deben cambiarse, también con la
política.
Este libro sobre la lucha
que se llevó a cabo en el siglo XVI por
mantener y ampliar la
desigualdad pretende poner al lector ante las
decisiones políticas
que se tomaron, ante sus consecuencias sociales Y
ante la engañosa retórica
que la intelligentsia utilizó entonces para ha-
INTRODUCCIÓN
25

con E 1 fin de que pueda preguntarse qué había «tras las


bbuenas,
cerlas
no abrimos» y que pueda reflexionar sobre la actitud
nertas que que
ante las alternati vas el mundo del
deberá
tomar que siglo xx1 va a ofre-
cerle.
A él y a Sus hijos.

al lector que este libro es un ensayo de historia, no una


Debo advertir
ca ni tampoco un manual, aunque tenga, tal vez
contribución académi
de ambos, lo que me parece ventajoso porque
inevitablemente, rasgos
ser beligerante en las polémicas histo-
me ha o, por ejemplo,
permitid
más ásperas (las que se refieren a las llamadas revolución
riográficas
revolución industrial o revolución industriosa; el nivel y la
agrícola,
calidad de vida de las clases subalternas; la transferencia de riqueza, vía
desde estas clases a las privilegiadas; el «resbalón» de la Re-
impuestos,
volución francesa; o la falacia de la «Ilustración» como redentora de la
humanidad), desde la aproximación más académica, o poder ofrecer
una visión ica, por lo general ininterrumpida, del desarrollo
panorám
económico y social de los distintos países de Europa y América desde
los presupuestos del manual. Pero como ensayo histórico que trata de

comprender la construcción de
una nueva desigualdad y su extraordi-
nario arraigo en el tiempo, no se interesa por la exposición exhaustiva
ni la síntesis dosificada propias de los manuales. Quiero decir con esto
una narración deta-
que el lector no va a encontrar aquí, por ejemplo,
llada de los avatares de la guerra de los Siete años, porque lo que me
interesa es explicar a quiénes beneficiaba y quiénes la pagaban con su
sangre y sus impuestos; o que cuando
menciono a Lavoisier lo hago
porque lo que me interesa de él es su papel
como fermier général y como
luchador por la desigualdad en Francia, y no sus indudables méritos
como padre de la química moderna. He escrito este libro pensando en
un público llaman un educated people,
culto, eso que los anglosajones
capaz de sacar sus propias conclusiones a partir
de los datos que ofrezco.
Por eso, de un sin jerga, y, POr otro, está
lado, contiene análisis, pero
escrito en un estilo -
creo-
sencillo y cómodo, aunque atravesa-
do Por una veta me es impo-
irónica (en alguna ocasión cáustica) que
nada a los usos
Sible
reprimir y que, desde luego, no se adecua para
Y Costumbres académicos. Me he también dejar algunas
permitido bien
tas, sobre todo en la del libro, en su idioma original,
segunda parte su sustancia,
Porque no me viera de traducir íntegram ente
capaz
bien me resultara irresistible,
porque la belleza de la escritura original
26 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
3

aunque el contexto las aclara suficientemente. Por cierto que he pres.


cindido de las notas bibliográfico-notariales a pie de página,
indispen.
sables aún en España en un libro académico y las he sustituido
por
otras que me han parecido más útiles para el lector con el fin de
am.
pliar, aclarar o matizar el texto. Con la bibliografía comentada que
aparece al final del libro, los especialistas encon trarán rápidamente la
procedencia de la cita o el comentario que busquen. Los lectores gene.
ralistas tardarán algo más y, tal vez, deberán leer varias
páginas del l;.
bro en cuestión. Pero eso no les hará ningún daño.

Que este libro no se hubiera podido escribir sin el inmenso trabajo an-
terior de especialistas y generalistas es algo tan obvio que me da
reparo
decirlo. Me complace, sin embargo, explicar que he saque
ado, inmise-
ricorde, la obra de los autores-y, sin embargo, amigos que he ido
publicando a lo largo de más de cincuenta años: Carlo M. Cipolla, Ed-
ward P. Thompson, Eric J. Hobsbawm, Pierre Vilar,
grandes maes-
tros, todos ya desaparecidos, de los que aprendí mucho en encuentros,
conversaciones y correspondencia También confieso mi deuda hacia
.
otros autores publicados por mí felizmente vivos
y trabajando en los
diversos campos de la ciencia histórica: Jordi
Nadal, Pedro Ruiz, Ra-
mon Garrabou, Ramón Moncho Villares, Antonio
Miguel Bernal, Car-
los Martínez Shaw, Francisco Comín,
Enrique Llopis, Juan Carlos
Garavaglia, Jaume Torras, Jordi Maluquer de Motes, Joaquim Alba-
reda, Ricardo Robledo, Ricardo García Cárcel... Pero sin ninguna
duda quien más ha influido en mí,
quien más me ha enseñado -no
solo de historia- ha sido mi maestro y amig
o Josep Fontana, quien
el
leyó original de este libro, me orientó a darle una arquitectura mejor
y me hizo observaciones y sugerencias que he tenido en cuenta. Y no
solo eso: ha tenido la generosida de escribir el
d prólogo a este ensayo.
También han sido generosos -no solo con este libro- mis
conm igo
hijos Gonzalo y Ferran, que lo leyeron en origin
al y me ayudaron a
mejorarlo con sus críticas, que, sin embargo, no fueron tantas ni tan
duras como el libro sin duda merece. Si el
filo de su crítica me ha part-
cido embotado, no
dejo de comprender que se debe a su piedad filial.

Sant Cugat del Vallés, 30 de


septiembre de 2016
ÍNDICE

Prólogo de Josep Fontana


11

Introducción 15

PRIMERA PARTE
"TRAMA

1. LoS DOS LINAJES 20


«Todos anhelan su aumento y desean saberlo» 31
El pan nuestro de cada día 34
Sargas y terciopelos 38
Cottages y cháteaux 39
Libera nos apeste, fame et bello 48
La «corrección» de la pobreza 56
62
«¿Qué haríamos sin azúcar ni ron?»
La desigualdad y la subordinación 67

2. EL FUNDAMENTO DE LA OPULENCIA 71

Vieja y «nueva» agricultura . 72


Los señores de la tierra -
90
Los nuevos ricos 121
Los campesinos 124
«Malos años» y «Edad de oro» 140
¿Lapsus freudiano o premonición prusiana? ........ 147

3- LA ERA DE LAS MANUFACTURAS . 149


El sistema de producción doméstico ... .. 150
Círculo de Flandes: el modelo británico. 157
Círculo de Flandes: el modelo belga oo» 175
DESIGUALDAD
780 LA LUCHA POR LA

El modelo absolutista 184


El camino de los ingleses Los
Los oficios «viles y mecánicos» 208
El ejército de la miseria 21 7

4. EL DULCE COMERCIO 227


La formación del mercado nacional 227
El mercado europeo 2363
«Una sola ciudad ... una sola familia» Ñ
44
La «gran empresa» de Indias 25
«Una rica gama de bienes de consumo» 27 y

5. Los MÚSCULOS DEL PODER 2 93


«El único móvil del estado» 296
La deuda nacional 308
El nervio de la guerra 320
El codiciado negocio del asiento de negros
325
El elefante y la cacharrería
340
La oreja del señor Jenkins
344
El lino de Silesia
346
Imperio del este, imperio del oeste
349
«Volvemos a ser una pequeña isla»
359
Guerra a la Revolución
370

6. CONTRA EL ORDEN NATURAL DE


LAS COSAS
La economía mora 379
Por la jornada de 14 horas 381

La protesta prepolítica 392


. 400
Rebeliones
La revolución .
409
421

SEGUNDA PARTE
URDIMBRE

7. LA EDUCACIÓN Lo
PUEDE TODO
Leer y escribir 439
Los peligros de la .439
enseñanza ..
442
ÍNDICE
781

Ratio studiorum ypublic schools


460
Panteones vacíos
472

8. LOSUSOS DE LA CULTURA . 483


El acaparamiento de oportunidades 485
Los papeles periódicos . 493
«Preceptores y papas» 508

9. LA VIGILIA DE LA RAZÓN 553


Los philosophes 561
Jerarquía, propiedad y libertad 594
Una sociedad bien constituida 612
La edad de oro del josefismo 624
Nuestra Señora de San Petersburgo 631
El reino de la iglesia no es de este mundo 633
A diez mil leguas de Europa 643
El siglo filosófico 664

Bibliografía comentada 671


Cronología 711
Índice alfabético 733
Procedencia de las ilustraciones 773

Cuadrosy gráficos TIT


56 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

63.000 varones recogidos en las levas entre 1730 y 1789,


tipificados
como «vagos», es decir, delincuentes según la legislación, se
EXCeptua.
ron «los que no gozaran de la robustez necesaria para el ejército
y la
marina, los viejos [sic] que tuviesen más de 36 o 40 años y los mucha.
chos que no llegasen a los 17». Estos iban a parar a los hospicio
s,
En Austria el servicio militar era obligatorio para
campesinos, ar-
tesanos y pequeños comerciantes, no para eclesiásticos, nobles ni
pro-
pietarios, y en Prusia se recurrió a una mezcla de servicio obligatorio
(solo para los campesinos) y voluntariado. Esta forma de recluta se
prohibió en Rusia para que los siervos no escaparan de su condición,
Pedro 1 instituyó el servicio militar obligatorio para nobles, no
por ra-
zones de equidad, sino para tenerlos controlados, pero fue abolido
muy pronto, en 1762, cuando convino a los intereses de Catalina II.

LA «CORRECCIÓN» DE LA POBREZA

Si las guerras eran fatales para los hombres de18 a 40 años, la pobreza
endémica del siglo golpeaba más a los más débiles: a los ancianos, los
enfermos, los tullidos, las mujeres y los niños. En Inglaterra se les lla-
maba «impotentes» por oposición a los «capaces
», que, aun siendo
muy pobres, no vivían de la beneficencia. Gregory King, que, como
hemos visto, hizo un detallado estudio sobre los
ingresos de la pobla-
ción inglesa, distinguía entre aquellos que aumentaban la
riqueza de la
nación y los que la disminuían y estimaba
que estos últimos eran más
de la mitad de la población total, unos dos millones de
personas, para
quienes Edmund Burke recetaría años más tarde «paciencia, laboriosi-
dad, sobriedad, frugalidad... y religión». Es cierto que existían leyes de
beneficencia, las poor laws, desde el reinado de Isabel 1, pero no se dic-
taron tanto para socorrer a los desamparados como
para estigmatizat-
los socialmente, haciéndoles sentir la
vergiienza de su fracaso y el daño
que causaban a toda la comunidad con su torpeza o inepcia. A los po-
bres que recibían la ayuda pública se les en
obligaba a llevar prendida
sus ropas la letra «P»
y perdían su libertad porque no podían abando-
nar la parroquia que les socorría sin un certificado del *
juez de paz y,
lograban salir de ella, ninguna otra los acogía para no incrementar SU
fondo de asistencia,
por lo que no tenían más remedio que regresa!
grado o por la fuerza de los alguaciles. Si €
teatro de su derrota de les
LOS DOS LINAJES
57

fuera de su parroquia, mendigando, se les


encontraba azotaba hasta
cosa que podía ocurrirle tanto a un
esangraran, a
mendigo como a u n
en busca de trabajo. Era una
desempleado ley contradictoria que les
de sus parroquias cuando ya se defendía la función
rohibía salir regu-
mercado y la «libertad» de trabajo. En 1791 se creó el sis-
adora del
tema de Speenhamland, que consi
stía en ayudas económicas deter-
el tamaño de la familia y el precio del pan, destinado a
minadas por
sin trabajo y que recibió siempre las más duras críticas de
jornaleros
los pudientes obligados a cotizar. En el fondo, estas malhadadas leyes
de pobres, que Dorothy Marshall calificó de «ineficaces, estúpidas y
brutales», ponían en evidencia el enfrentamiento entre quienes se aco-
a ellas y los contribuyentes, que les despreciaban por «vagos» y,
gían
además, insolentes.
Las autoridades de toda Europa crearon asilos y casas de acogida
que en realidad eran instituciones destinadas a tener controlados a los
a hacerles trabajar, como estos advertían perfectamente. Es-
pobres y
tas «casas de trabajo».?' fueron creadas por primera vez en
Bristol en

1697, pero en 1775 ya


había en Gran Bretaña más de 2.000 de estas se-
micárceles, que Jeremy Bentham calific
aba de «molino que convierte
en hones tos a los delincuentes en industriosos a los vagos». Allí el
y
el sustento y aprendería disciplina y religio-
pobre tendría que ganarse
sidad. Estas casas de trabajo estaban privatizadas y podían aportar
so-
buenas ganancias a sus gestores a costa de la salud de los internos,
bre todo de la de losniños, quetenían una esperanza de vida de un mes
en una workhouse, por lo que morían como en la noche
de la matanza

de los Inocentes. La tasa de mortalidad infantil en la


workhouse de St.
del roo por cien. Se sabe que
George, en Middlesex, era simplemente
de los 2.339 niños ingresados en las workhouses londinenses
entre 1750
no exageraba.
y 1755 solo sobrevivieron 168. Dickens
Los economistas, sin embargo, consideraban que la explotación
el bienestar de la na-
económica de estos desgraciados era vital para
ción. El comerciante, policía y estadístico escocés
Patrick Colquhoun
decía que «la pobreza es ... un ingrediente muy necesario indispensa-

en Alemania,
31. Tuchthuizen en las Provincias Unidas, Zuchtháusern
en Francia. En Suecia,
Prusia, workhouses en Gran Bretaña, Aópitaux généraux
ser en
eran, a la vez, hila-
algunas manufacturas también servían como casas de trabajo que
hombres como
turas y correccionales «donde la gente mala, falsa y discola, tanto
el sustento».
Mujeres, podía ser encerrada y trabajar para ganarse
58 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

ble de la sociedad sin el cual naciones y comunidades no


podrían exis-
tir en un estado de civilización».
En Francia, los «hospitales generales» inspirados por san
Vicente
de Paul, que se crearon en 1656 con fondos procedentes de la
caridad
al
cristiana, proporcionaron gobierno la idea de encerrar a los pobres
(«un projet du grand renfermement des pauvres») a vagabundos
y
mendigos, huérfanos e inadaptados sociales, vectores a la vez de
gér-
menes epidémicos y de fermentos revolucionarios.* A los válidos
se les conminaba a encontrar trabajo en quince días, de lo contrario se
les enviaba a la cárcel o al ejército. En 1764 se renunció al eufemismo
y empezaron a llamarse, con más propiedad, depóts de mendicité, don-
de morían el 20 por ciento de los menesterosos acogidos. Turgot
y
Necker apoyaron la creación de bureaux de charité, pero sin soltar ni
una libra de las arcas del estado: lo dejaron a la generosidad de la ca-
ridad cristiana, con lo que el total de recursos que se consiguieron
divididos por el número de pobres no llegaba ni para comprar una li-
bra de pan para cada uno de ellos. Ante el consiguiente fracaso, Tur-
got y Necker implantaron en 1770 ateliers de charité para poner a tra-
bajar a los pobres en obras públicas y sacaron el dinero de los fondos
extraordinarios de la talla, un impuesto que aplastaba a los campesi-
nos y con el que se pretendía mantener a los pobres en esos talleres:
en un alarde de solidaridad, el estado invirtió en los ateliers una livre
por cabeza y año. Vauban, en su Díme Royale de 1707, nos dice que
la décima parte de la población francesa, es decir, más de dos millo-
nes de personas, vivía de limosna a principios de siglo. El Comité de men-
dicidad del gobierno de la Montaña calculaba que el número de mendi-
gos oscilaba entre 4 y 5 millones de personas, de ellas 1.900.000
niños.??
El Catastro de Ensenada estima en 60.985 los mendigos existen-
tes, «con sus respectivas familias», es decir, entre 250.000 y 300.000
personas, aunque aparecen como jornaleros muchos mendigos que,
de vez en cuando, alquilaban sus brazos y otros que esquivaban el
empadronamiento para huir de las levas. Si añadimos los mendigos

de los
32. Nunca solucionaron el problema de los pobres pero sí de los bolsillos
administradores que invirtieron en el «sistema» de Law y especularon con bonos del
gobierno hasta llegar a la quiebra de algunos, como sucedió en Provenza.
C! entó
33. El economista y premio Nobel Robert Fogel sostiene que el 20 por
de la población de Francia estaba
compuesto por mendigos.
LOS DOS
LINAJES
59

de la
Corona de Aragón, podemos estimar en un millón como
en España.** Los gobernantes poco
Jos existentes Q
españoles, ampomanes
eran muy partidarios de las «casas de
o Jovellanos, que trabajo», si-
los métodos de las workhouses inglesas: se debía combatir
guieron la
O la delincuencia, pero
yagancia aprovechando la ocasión para obte-
ner mano de
obra barata, como se hizo,
por ejemplo, con los gitanos
el de la Ensenada quería exterminar: al final se contentó
que marqués
con una redada general de gitanos españoles que alcanzó a 7.760 per-
sonas, que sufrieron 16 años de encierro, las mujeres en hospicios y
casas de misericordia, alejadas de los hombres para que no procrea-
ran y se extinguiera su etnia, y los hombres forzados a trabajar en los
arsenales de La Carraca, La Graña y Cartagena para el proyecto
de «paz armada» de Ensenada. Tras el indulto que consiguieron en
1763, la desconfianza hacia los gitanos y su presunción de culpabili-
dad no desaparecieron, se mantuvo prohibida su lengua y su vesti-
menta y se procedió a su control riguroso, medidas que, sin embar-
go, no disuadieron a los gobernantes de seguir pensando en el modo
de acabar con ellos, como prueban las propuestas de deportarlos a las
colonias americanas, como hizo, por ejemplo, Bernardo Ward en
1779, en su Proyecto económico, donde sugería enviarlos a las orillas
del río Orinoco.
Los hospitales españoles, que eran también albergue de peregrinos
y refugio de desheredados, eran instituciones de caridad, se financia-
ban con herencias y donaciones piadosas y eran extraordinariamente
a unos 1.000 enter-
corruptos. En los hospitales de Madrid se atendía
mos, pero, de no haber existido la corrupción, se podría haber
atendi-
do a cuatro veces más, nos dice Matías Velázquez. Pero la condición de
los hospicios era mucho peor. A comienzos de los años 70 el Hópital
des enfants trouvés de París recibía 25 veces más niños y recién naci-

34. Tanto Jaume Vicens Vives como Pierre Vilar, siguiendo en esto a Campo-
a mediados de siglo.
manes, solo estiman en 150.000 los mendigos que tenía España
No parece razonable esta tanto
cifra, lo expuesto en el texto como porque no se
por
sostiene frente a los dos millones de menesterosos franceses (con una población mu-
cho ni sobre el millón
mayor, de 20 millones, pero en un país más rico que España),
de de habitantes, más O
mendigos británicos de que habla King (sobre 8 6 9 millones
Menos como rico y con protección parroquial
España pero incomparablemente más
a los
pobres). Bernardo Ward calculaba que los menesterosos a mediados de siglo
eran dos eran medio millón.
millones, cantidad que parece excesiva. Para Jovellanos
No
hay forma de saberlo a ciencia cierta.
60 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

dos que un siglo antes." Nueve de cada diez morían en seguida,


En
las «casas de misericordia» u hospicios eran 101 en
España, 1797, te.
nían un carácter penal, represivo, y los allí asilados trabajaban en Sus
talleres de manufacturas en condiciones muy duras y sufriendo
Casti.
gos corporales. Cuando Townsend visitó en 1785 el hospicio de Bar.
celona, halló que había 1.460 acogidos, de los cuales mil trabajaba
como tejedores de algodón, lino o lana bajo el sistema de putting
Out,
hacían jornadas de diez horas e ingerían menos de 2.000 calorías dia.
rias, obtenidas básicamente de pan moreno y una escudilla de
arroz,
legumbres, vísceras, tocino y carne de carnero. Las inclusas eran insti.
tuciones de caridad que recogían a los recién nacidos expósitos solo
para que murieran en seguida. De cada cien niños ingresados en los
hospicios solo un tercio llegaba a los cinco años de edad." Antonio
Bilbao, administrador de la inclusa de Antequera, publicó en 1789
Destrucción y conservación de los expósitos, denunciando su situación de
abandono con estas palabras: «Mueren de hambre a racimos ... mueren
cubiertos de costras y de lepra a los ocho días de nacer limpios ... mue-
ren abandonados, hechos cadáveres antes de serlo».
Claro que las cárceles eran mucho peores, sobre todo para los
bres, que eran sus principales moradores. Los ricos siempre hallabanel ;

modo de salir del mal paso: cuando Voltaire estuvo encerrado en la


Bastilla en 1717 compartía mesa y mantel con el alcaide, el
y marqués 4
¡

de Sade, que estuvo brevemente en la misma cárcel


poco antes de ser j
tomada por los sans-culottes, disponía allí de lecho
propio, se llevó su 1

gran ropero, una biblioteca, su escritorio y sus cuadros. Madame Ro-


land, que fue encerrada en la cárcel en junio de 1793, alquiló una celda
individual adonde llevó sus libros y enseres donde le servían sus
y pla-
tos favoritos. Hasta llegó a
disponer de una espineta.
A lo largo del siglo, los códigos penales se hicieron cada vez más
feroces. Si en 1689 se pronunciaron 50
penas capitales en Inglaterra y

35. 312 en 1670, 7.676 en 1772. Pero la historiadora social


Gwynne Lewis S0s-
tiene que entre 1670 y 1789 fueron abandonados más de
400.000 recién nacidos en la
Maison de la Couche de París.
36. Para una descripción del trabajo a domicilio,
putting out o Verlagssystem,
ver el capítulo 3,
37. Entre 1786 y 1790, de 3.167 niños
ingresados en el hospicio de Santiag0
murieron 2.676; en Barcelona, de
2.789 murieron 1.0701 y en villas pequeñas como
Cartagena, de 333 murieron 266; en Lucena, de de
699 murieron 586. En el hospicio
Madrid las muertes rondaban el
90 por ciento.
LOS DOS
LINAJES 61

la Black Act añadió 50 delitos más que merecían la


en 1723 muerte, en
sentencias a la a
últim pena fueron 200, no
¡800 las porque hubiera más
sino porque se decretó la pena de muerte
asesinatos, para toda una se-
riede delitos contra la propiedad, como or p
ejemplo robar a un vian-
dante más de un chelín o «distraer» merca ncias por más de cinco. Tam-
de muerte a los que destruían casetas de
pién se aplicaba pena peajes,
o
telares, maquinaria tejidos de seda. Entre 1749 y 1771, solo 72 de las
en Londres y Middlesex eran asesinos, mien-
678 personas ejecutadas
tras que el 81 por ciento de los ahorcados en Surrey lo fueron por deli-
tos contra la propiedad. Los delincuentes que atacaban al estado o a su
credibilidad, por ejemplo los falsificadores de moneda, eran condena-
dos inexorablemente a la horca, aunque en 1789 se hizo una excepción
con una mujer monedera falsa: fue quemada en la hoguera.
Las obras de Henry Fielding** están llenas de víctimas de la emigra-
ción a Londres, que llegaban del campo y acababan en la miseria, la
en-

fermedad, la locura y la muerte, víctimas


sobre todo de la ginebra bara-

ta, que creó durante casi


todo el siglo en Gran Bretaña una marginalidad
de dependencia y embrutecimiento muy bien retratada por Hogarth,*
solo comparable a la de las casas de fumar crack de los Esta
dos Unidos
en los años 80 del siglo xx. La mayoría de los cons
umidores crónicos
acababa sus días en la cárcel compartiéndola con mile
s de deudores en-
deudas de dos libras,
cerrados sin juicio por sus acreedores, a veces por
as distintas de las
cárceles llenas de carne humana embutida en celd muy
casi la mitad de los que
ensoñaciones de Piranesi. En la década de los 70
estaban en la cárcel de King's Bench eran deu
dores. Las prisiones, como
los alcaides, a veces
las workhouses, estaban privatizadas, por lo que
hací an exce lent es beneficios alquilando celdas indivi-
gran des seño res,
vend iend o licor a los presos. Tho-
dual es a quienes podían pagarlas y
mas Bainbridge, alcaide de la cárcel de la Flet
e en la década de los 20,
a deudores que conseguían el dine
-
aceptaba sobo rnos por dejar esca par
invirtió 5.000 libras
ro necesario. Uno de sus sucesores, John Higgins,
hace rse con el a las que sacó un excelente rendimiento co-
para puesto,

El novelista y su herm ano John fueron los creadores de la primera policía


38.
sacar abundante ins-
los Bow Stree t Runn ers, de donde Henry debió de
londinense,
Piración, a
UN ado brue gueli ano que muestra
39. Por ejemplo en Gin Lane, de 1751, grab des-
Una en el suelo , que deja caer a su hijo pequeño
mujer embriagada, desmadejada
de lo alto de unas escaleras.
62 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

brando cinco libras por cada celda individual. En otra prisión


londinen -
se, la de Wood Street, los encarcelados por deudas compartían
Celda,
de unos diez metros de largo por cinco de ancho. Hacia finales de 1,
de.
cada de los 90, se hacinaban en una de estas celdas, infestada de insec.
tos, 39 deudores, de ellos siete con sus mujeres e hijos. Robert Casta]
autor de The Villas of the Ancients, fue encarcelado por deudas en la dé.
cada de los 30, y allí se encontró a merced de sus carceleros. Como
que
el pobre no pudo pagar los costes de su prisión, lo metieron en una celda
llena de enfermos de viruela, se contagió y murió.
Lo peor de las cárceles de España no era tanto el hacinamiento, la
mala alimentación, los castigos físicos, la falta de ventilación y de
luz,
que también, sino que se mantenía a los presos sin juicio durante my-
cho tiempo para tratar de que, en algún momento, confesaran. En
1796, 149 presos, mujeres y hombres, se encontraban en la cárcel de
Corte, 46 en régimen de incomunicación cuya duración podía oscilar
de unos pocos días a seis meses, excepto si el estado necesitaba manos
para el ejército o las obras públicas. Pero mientras tanto, eran presa de
las extorsiones de los alcaides y de la rapiña de los funcionarios, co-
rruptos y sobornables. Todavía en 1805 un jurista denunciaba que en
la cárcel de Corte los reos que pagaban 360 reales se alojaban en pabe-
llones separados del resto, y los que podían pagar 1.500 compartían un
cuarto con el alcaide. Los reos de delitos atroces eran enviados a traba-
jar a las minas de Almadén. Si eran débiles o caían enfermos, se les
despachaba a los presidios del norte de África. Los penados por delitos
de gravedad menor iban a parar a los arsenales del Ferrol, Cádiz o
Cartagena, y a los que solo habían cometido delitos leves se les llevaba
a trabajar a los caminos y canales públicos. La
galera, o cárcel de muje-
res de Madrid, era a la vez sanatorio y prisión.

«¿QUÉ HARÍAMOS SIN AZÚCAR NI RON?»

Aun se podía ir un paso más allá en la degradación humana. Contra la


opinión establecida, lo cierto es que durante todo el siglo «ilustrado»
se practicó la esclavitud dentro de La
Europa, y se hizo intensamente.
servidumbre de la gleba formaba de
parte de la estructura social
Francia, donde en 1789 aún había un millón y medio de siervos, 0
de España, donde la el
monarquía disponía de esclavos para trabajar
LOS DOS LINAJES
63

minas de Almadén, obras públicas, arsenales y galeras.** Pero


Jas
los particulares: todavía en 1820 el gobernador de Barcelona
cambién
a sus ciudadanos sobre el número
edía información públicamente >

sus esclavos. Los había también en


condición y precio pagado por
Rusia y los Balcanes. En Rusia la
Dinamarca, Austria,* Polonia,
social de «esclavo» desapareció nominalmente al imponér-
categoría
en 1723, pero siguieron siéndolo por deudas. Aunque
seles la capitación
los siervos eran sujetos legales por
razones estrictamente fiscales, su
la de un esclavo: en 1754 aparecían en el código
vida era exactamente
el epígrafe de «propiedades de la nobleza» y los terrate-
penal bajo
nientes podían por
lo tanto transferirlos de una propiedad a otra, exi-
no
liar a Siberia a los más díscolos e incluso acabar con sus vidas,
directamente pero sí infligiéndoles castigos que les lle-
ejecutándolos
varan a la muerte, aunque ya no estuviera de moda por
entonces que
se les azotara salvajemente con el knut.*
Los siervos rusos eran tan
que los zares ni siquiera se molestaban en pedirles que
prescindibles
les prestaran juramento. A los nobles rusos les gustaba
calcular su ri-
en términos de carne humana, como hacían los enco-
queza y poder
tantos
menderos españoles en América: tengo tantos siervos, tengo
indios. Alexandr Menshikov, uno de los favoritos del zar
Pedro l, lle-

gó a poseer cerca
de 100.000 SIervos, pero el conde Piotr Shereme-
más ricos de Rusia, contabilizaba
tev, que era uno de los hombres
la ser-
más de 185.000. Con los gobiernos de la «ilustrada» Catalina,
en Ucrania.
vidumbre se abatió sobre nuevos territorios, sobre todo
ex-
Al conceder a los nobles que la habían aupado al poder grandes
tensiones de tierras junto con sus
campesinos, estos se convirtieron
en siervos, con lo que su número se incrementó
en un millón más.
en
Así, Karol Radziwill a la fabulosa cifra de 300.000 siervos
llegó
los siervos constituían
1790. Sabemos por el censo de 1794-1796 que
el 53 por ciento de todo el campesinado y el 49 por
ciento de la pobla-
No hay
ción total de Rusia, es decir, unos 14 millones de personas.

adonde fueron a parar la mayoría de los gitanos


40. Que es, como hemos visto,
exterminar.
españoles que el marqués de la Ensenada hubiera preferido
no lo hizo por razones humanitarias, sino
41. Si José 11 abolió la servidumbre,
en detrimento de los ingresos
Porque los nobles sangraban en demasía a sus siervos
le reclutarlos para
emperador y porque su condición de glebae adscripti impedía
del
sus ejércitos,
sus siervos en la déca-
42.La condesa Daria Salrykova asesinó a más de cien de
da delos
50. Como castigo por sus crímenes fue
recluida en un convento.
64 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

duda de que la productividad agrícola de Rusia era baja, pero 1,


Ver.
dad es que el costo de la mano de obra era muy atractivo,*
Pero también eran siervos -esclavos los mineros de
-

lo, ya;
_

mientos carboníteros de Escocia, hombres y mujeres vinculados de


vida al dueño de la mina por leyes promulgadas por el Parlamento,
eran vendidos y comprados con las minas exactamente como «e
hacia E

con los siervos de la gleba. Como que la condición servil pasaba de


pa
dres a hijos, hasta 1799, en que se abolió esta esclavitud, familias enter
eran propiedad de los dueños de las minas. Pero no le parecían esclavry
a Adam Smith, que razonaba así: «Tienen privilegios que los esclavos no
tienen ... solo pueden ser vendidos si se vende la mina, pueden disfrutar
del matrimonio y de la religión». También eran esclavos los británicos
(sobre todo escoceses e ingleses pobres) que, arruinados y endeudados,
cambiaban la cárcel por el exilio en las colonias americanas." A cambio
de que les costearan el pasaje para una travesía en la que moría el 14 por
ciento, firmaban con sus coyotes contratos en los que se obligaban a tra
bajar por un número indeterminado de años, con un mínimo de cuatro,
que, en ocasiones, se alargaba casi indefinidamente, como sucede hoy
con la trata sexual, que ya no es de blancas, sino de cualquier color. Y no
hay que forzar mucho el lenguaje para considerar esclavos a los «mo-
ros» que en Palermo, Sevilla o Cádiz servían en los hogares de los ricos,
unas veces como criados, otras como palafreneros, otras como luchado-
res para diversión de sus amos, como los famosos
negros «ingleses»
Tom Molineux o Bill Richmond, siempre como seres inferiores que en
aquella época se habían reducido a una especie de bibelots para las damas
más encopetadas, como el jamaicano Julius Soubise, esclavo de la du-
quesa de Queensbury. También Isabel Farnesio poseía un «moro corta-
do» (esclavo liberto) al que convirtió
caprichosamente en «arquitecto» de
la fábrica de porcelanas del Buen Retiro de Madrid.

Un campesino ruso que


43- poseyera una yunta ganaba 6 copecks al día en
ir
vierno y 16 en verano. Si no
disponía de caballos, ganaba 4 y 5 copecks respecuvy
mente.
44. Entre 1713 y 1775 se enviaron a las colonias unos
30.000 presos ingleses
13.000 irlandeses y solo 700 escoceses nde
porque Escocia tenía un sistema penal
pendiente. En enero de 1788 se enviaron los de
primeros presos a Australia. Muchos
los convictos
que llegaron a Nueva Inglaterra fueron lantado
de la bahía de comprados por los p
Chesapeake, se adquirían por un periodo de 7 a 14 años en función
3
delito cometido costaban solo
y un tercio del
precio de un esclavo negro. Llegar"
ser 20.000 entre
hombres y mujeres,
LOS DOS LINAJES
65

y desde luego lo eran sin dudarlo los indígenas de las encomiendas


eran
de «las Indias» españolas, que explotados al igual que los esclavos
en un régimen más rentable para los encomenderos
aunque porque no
desembolso inicial como en la compra de un esclavo africano
exigía Un
ni había que preocuparse de alimentarlos, y, en cambio, los indígenas
tenían que pagar al encomendero o a la Corona un tributo (o sea, una
de un peso y media fanega de maíz al Como tam-
$

«protección»)
bién lo eran los de los repartimientos, ya fuera el coatequil de Nueva
España, la
mita de Bolivia y Perú, la minga en Ecuador o el manda-
miento en Guatemala, que significaba muchas veces el desplazamiento
de poblaciones enteras a distancias considerables de sus aldeas. Estos
trabajadores forzados se empleaban en la construcción urbana y en el
laboreo de tierras y minas, como las terribles de Huancavelica y Potosí
donde los mitayos morían como chinches, o en la extracción de las
esencias de la planta del añil, que provocaba el envenenamiento y la
muerte de los indígenas guatemaltecos. En compensación, las autori-
dades les pagaban cuatro reales todos los meses. Como escribió un
biógrafo de Carlos III: «A todo el mundo consta ser estos miserables
indios más que esclavos, trabajando toda la vida para el logro de cuatro
pícaros que vienen a formar caudales con la sangre de los pobres».
Pero no cabe duda de que la gran masa de esclavos del siglo xvIH1
estuvo constituida por los nativos del África subsahariana, captura-
dos por traficantes árabes y portugueses no solo cerca de las costas,
sino adentrándose hasta aldeas remotas del interior, donde casi no era
preciso capturarlos, pues muchos de ellos, tras un par de cosechas
perdidas, se vendían a sí mismos para que sus familiares pudieran
co-
mer. Los caladeros de los europeos se encontraban en las costas de
África, en la oriental, donde se fue abandonando porque como la tra-
vesía duraba un mes más la mortalidad era más alta que en la atlántica,
donde se practicaba desde Mauritania hasta el desierto del Kalahari.
Las cuotas de captura se repartían entre ingleses, holandeses y dane-
ses, que tenían sus depósitos en la costa de Ghana, y entre portugueses
y franceses, que controlaban la «costa de los esclavos» (Dahomey,
Togo y Nigeria), aunque los pombetros portugueses se internaban en
Angola para intercambiar esclavos por sal y tejidos de rafia. El precio
medio de un esclavo era de 15 libras esterlinas, que se podían pagar

45. La Corona se dio cuenta de que podía aumentar el tributo


sobre los indíge-
ñas y
ya no le interesó la encomienda, que se abolió en 1726.
66 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

en tejidos o en
con su contravalor en barras de hierro, en latón, ¿ on.
chas (cauris).
Los españoles no practicaron directamente la trata en el siglo XVI
mercantil se dejó en manos de los Portugueses
porque esa especialidad
entre 1580 y 1640, que desarrollaron una clara ventaja
COMParativa,
sino que se limitaron a comprar la mercancía, sobre todo a los
ingleses,
con quienes la aristocracia peninsular y criolla, y sobre todo el
rey,
fue en aumento
compartió los beneficios de un negocio que durante
todo el siglo, ya que la trata ascendió entonces a unos ocho millones de
esclavos. Los británicos embarcaron más de tres millones," los por.
tugueses casi tres millones más, los franceses algo más de uno, y quizás
otro entre holandeses y daneses.
La carga humana salía de los puertos del Congo o de Gabón para
ser transportada a las Antillas y al continente americano, desperdigán-
dola a lo largo de un arco que iba desde Virginia hasta el actual Uru-
guay. En los barcos negreros, los esclavos eran estibados como sardi-
nas en lata, aherrojados y mal alimentados, básicamente con plátanos
y
frutos cítricos para evitar que enfermaran víctimas del escorbuto. En
las sentinas se cargaban dos cosas fundamentales para evitar pérdidas
de mercancía durante la larga travesía: una barrica de agua
por esclavo
y aceite de palma para tratar las llagas causadas por los grilletes e impe-
dir que se infectaran. Pese a estas precauciones, se calcula
que a lo lar-
go del siglo la tasa de mortalidad a bordo osciló entre el 1o y el 15 por
ciento en cada viaje; es decir que, de los esclavos embarcados en el si-
glo xviut, alrededor de un millón de ellos murieron en la travesía de
hambre o a causa de alimentos y agua en mal estado
que provocaban el
«flujo de sangre» (la disentería). Pese a ello, como veremos con más
detalle en el capítulo 4, el negocio de la trata
proporcionó excelentes
resultados económicos, primero a Londres más tarde a Bristol Li-
y y
verpool, hasta la década de los 80, cuando ya Adam Smith había pues-
to de relieve que el trabajo esclavo era costoso e ineficiente e inhibía el
desarrollo industrial y el adelanto técnico. Solo entonces a
empezaron
aparecer las organizaciones que pedían la abolición de la esclavitud,

46. Es difícil establecer la cantidad total de africanos América


desde que se inició la
transportados a
trata, pero los historiadores se ponen de acuerdo en una can"
dad no inferior a 10 millones ni 1
superior a 15. Algunos años se llegó a raptar
100.000 africanos.
47. Solo en las décadas de los 86
y 9o, al final de la trata, 656.000.
LOS DOS LINAJES
67

la Sociedad para
la Abolición del Tráfico de Esclavos del reve-
como
William Wilberforce, que nació en mayo de 1787 y que condu-
rendo
Gran Bretaña, a la Ley de Abolición de 1807, cuando ya hacía
ciría, en
que
los esclavos de Haití se habían rebelado contra sus amos.
16 años
momentos había un millón de esclavos africanos en Brasil,
En aquellos
EN los Estados Unidos, otros 575.000 en el Caribe francés,
75.000
en las Indias occidentales británicas, 350.000 en la América
467.000
más un millón de libertos aproximadamente.
española,
Sin embargo, para los negreros más dados a la épica, el comercio
de esclavos
era «cimiento de nuestro comercio, sostén de nuestras co-
nuestra marina y primera causa de nuestra industria y
lonias, vida para
En unos versos satíricos, el poeta William Cowper, chismo-
riqueza».
incorregible, revela el
cinismo de la gente bien:
so

No me gusta comprar esclavos.


Canallas son los que con ellos trafican,
tanto se cuenta de penas y maltratos
la
que hasta las piedras piedad predican.
Lo siento por ellos, pero no alzo mi voz
sin azúcar ni ron?
porque ¿qué haríamos

LA DESIGUALDAD Y LA SUBORDINACIÓN
se separaba en los
A principios de siglo, la población europea aún
sociales del tiempo feudal: los señores y los vasallos,
grandes bloques
con estos
divididos los primeros en eclesiásticos y nobles, que, junto
los «tres estamentos» qué solemos encontrar en
últimos, constituían
los manuales. Pero, a medida que transcurrió
el siglo, y sobre todo a

de la década de los sesenta, este modelo se fue reestructurando


partir
en las relaciones de producción.
por los cambios que se produjeron
comerciantes de las ciudades y manufac-
Burócratas, labradores ricos,
de la vieja y mo-
tureros dieron un gran impulso al rápido crecimiento
aristócra-
desta capa social intermedia entre los grandes terratenientes
tas y los de las ciudades, tomaron consciencia de
pobres del campo y
las señales de fatiga del
Anti-
sus
capacidades potenciales y vieron, en
esa fuerza en poder
económico
8uo régimen, la
posibilidad de traducir
llamamos, de mieux, la
8
poder ser, también político: lo que faute
Ñurguesía, La de tres, y
bilateral se convirtió en cosa
vieja desigualdad
68 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

sus privilegios ante esos exigentes


las elites tuvieron que defender Par.
desde el principio sus
venus. Estos, a la vez, marcaron diferencias con
De ese modo, la
la gran masa del pueblo de la que procedían. lucha
y social se derramaba en
por la desigualdad económica, política Cascada
del
desde el grande de España hasta el jornalero campo andaluz, visua.
daban lugar los reaco.
lizándose no solo en el cambio de estatus a que
modos de riqueza, sino manifestándose también externamente en los
de la vida, como el alimento, el vestido y la
aspectos más elementales
habitación, que acabamos de ver. Estos distanciamientos físicos visua.
lizaban a la perfección la enorme distancia que dividía a los europeos
según su posición económica.
No disponemos de datos fidedignos sobre el reparto exacto de las
sociedades occidentales europeas en estados o clases. Mucho menos de
las que vivían al este del Elba. Pero gracias a demógrafos e historiadores
educated guess, como
sociales, podemos trazar un cuadro plausible (una
dicen los anglosajones) de los grupos sociales de tres países occidentales:

Cuadro 2: Grupos sociales (hacia 1760)

Gran Francia España Total % sobre


Bretaña población

Grandes 200 300 500 1.000

Señores laicos
y eclesiásticos 150.000 540.000 300.000 990.000 (2,3)

Hidalgos 1.000 10.000 400.000 411.000 (1)

Burgueses 2.000.000 2.000.000 100.000 4.100.000 (10)

Clérigos 10.000 100.000 200.000 310.000 (0,7)

Campesinos
y obreros $-000.000 23.000.000 8.400.500 36.000.000 (85)

TOTAL 7.161.200 25.650.300 9.400.500 42.212.000 (100)

Parece evidente que la burguesía tenía im-


ya un peso numérico
la
portante a mediados de siglo. Pero en términos de población total,
británica suponía el 28 por ciento, mientras
que la francesa solo
alar
a
zaba un 8 por ciento la
y española era minúscula. La inmensa
de la población estaba mayor
de a
compuesta por trabajadores del campo Y
LOS DOS LINAJES
69

de los que se puede afirmar, en términos generales, que lleva-


ciudad, la peor parte en esta lucha por la
COM mucho, desigualdad: sus in-
ron, a
n siempre remolque de los precios, sobre todo a partir de
resos fuero
de los sesenta, con lo que se exacerbó el proceso de empobre-
la década
de los que ya eran pobres y de enriquecimiento de los mejor
cimiento
al medio capitalista por su nacimiento, sus relaciones so-
adaptados
SUS capacidades, abriendo un gap más que secular que se ha
ciales O
aún más en nuestros días quizá porque nuestras propias
ensanchado
las «ilustradas» ideas del doctor Samuel Johnson,
elites comparten
«los hombres son más felices si se hallan en la desigualdad y
para quien
Los que carecían de bienes, de educación, de con-
la subordinación».
tactos, los desin
formados y los desvalidos (los have-nots) tuvieron que
además de de sus viejos enemigos de siempre, el
defenderse ahora,
hambre, la enfermedad y la guerra, del nuevo bloque, cada vez más
se fue constituyendo con las alianzas e igualaciones
homogéneo, que
Es decir, siguieron con-
económicas de nobles y burgueses (los haves).
tando la inmemorial historia de
los dos linajes: «el de tener» y «el de no
de Sancho Panza.
tener», como bien sabía, desde el siglo xv, la abuela
BIBLIOGRAFÍA COMENTADA

INTRODUCCIÓN

United Nations, Millennzum Declaration, 55/2, Nueva York, 8 de


septiembre de 2000; United Nations, Inequality Matters, Report of the
World Social Situation, Nueva York, 2013; OXFAM International,
An Economyforthe %, 18 de enero de 2016; World Economic Forum,
7

Deepening Income Inequality, Agenda 2015; Michael Marmot, «Social


determinants of Health Inequality», The Lancet, 365 (9464), pp. 1099-
1104; Michael Marmot, «The Health Gap: The challenge of an unequal
world», The Lancet 386 (10011), pp. 2442-2444; Amandi Mani et al.,
«Poverty impedes cognitive function». Scrence (341 (6149), pp- 976
-

980: Erik O. Wright, «Análisis de clase» y «El análisis de clase de la


pobreza, en J. Carabana, ed., Desigualdady clases socrales (Visor, Ma-
drid, 1995); Góran Therborn, La desigualdad mata (Alianza, Madrid,
2015); Thomas Piketty, El capital en el siglo xx (RBA, Barcelona, 201 5);
Karl Marx, El Capital, libro 1, en la traducción de Manuel Sacristán
(Grijalbo, Barcelona, 1975-1976).

CAPÍTULO 1: LOS DOS LINAJES

Demografía

La obra de referencia sigue siendo, pese al tiempo transcurrido, la de


M. Reinhard A. Armengaud, Historia de la población mundial (Ariel,
y
con Nadal, Histo-

e
Barcelona, 1966), que hay que complementar Jordi
ria de la Barcelona, 1966), en origen un ane-
Población española (Ariel,
xo ala obra de Reinhard Armengaud, y con la clásica de E. A.
Wri-

y
672 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

gley y R.S. Schofield The Population History of Englana, 1541-1871


(Edward Arnold, Londres, 1981) para Gran Bretaña. Importante para
nuestro periodo es Michael W. Flinn, El sistema demográfico europeo,
¿500-1820 (Crítica, Barcelona, 1989), donde se examina la población
en el Antiguo régimen, la inestabilidad de la fecundidad y mortalidad
y los movimientos migratorios. Es muy conveniente acudir a tres libri-
tos excelentes: Carlo M. Cipolla, Historia económica de la población
mundial (Crítica, Barcelona,1978), que €s, posiblemente, la mejor sín-
tesis sobre el crecimiento de la humanidad desde la revolución agrícola
a nuestros días, Massimo Livi Bacci, Afistoria de la población europea

(Crítica, Barcelona, 1999) y Massimo Livi Bacci, Un largo viaje (Pasa-


do 8z Presente, 2016), que es una obra deliciosa sobre la expansión de
la humanidad desde sus inicios hasta hoy mismo. Para una visión des-
de la «gran historia», cf. David Christian, Mapas del tiempo (Crítica,
Barcelona, 2005), que une los grandes trazos de la vida natural a la
historia humana. En este sentido, ver también Richard Ham
blyn, Te-
rra. Tales of the Earth (Macmillan, Londres,
2009), especialmente su
capítulo primero.

Sociedad:

Es interesante empezar con el libro de Norman G.


J. Pounds, Geogra-
fía histó rica de Europa (Crítica, Barcelona, 2000), para situarse en el
espacio, y seguir con otro libro del mismo auto La vida cotidiana.
r,
Historia de la cultura material
(Crítica, Barcelona, 1992), que se refiere
al trabajo cotidiano,
pero que también trata de la població del trans-
n,
porte y de las enfermedades. Jan de Vries, La
urbanización de Europa
(Crítica, Barcelona, 1987) es imprescindible
para entender el desarro-
llo urbano del siglo xv111; Leonardo
Benevolo, La ciudad europea (Crí-
tica, Barcelona, 1993) describe sintéticamente la red
urbana europea;
Klaus J. Bade, Furo'pa en movimiento
(Crítica, Barcelona, 2003 ) sobre
la emigración desde el
siglo xv111 Massim O Mon
abundancia (ericaes tanari, £l hambrey la
Barcelona, 1993) demuestra cómo la alim
enta-

O
ción empeoró en el 1 siglo xv111;
George Ru Mode ro en el
La aristocraciay el pa siglo liza
desofo burgués (Alianza, Mad
las estructuras de las
sociedades euro ea dlesd e que aalia
>

than Dewald, La noble 1713 hasta 1789; Jona-


(a europea, 2400-1800 (Pre-
2004), un estudio de la evolución del Textos, Valencia,
estamento arj stócratico en toda
BIBLIOGRAFÍA COMENTADA
673
o rechazo a los cambios
guropa
SU
y adaptación
Flinn y J
C. Smout, eds., in
del
Essays Social Histor"Y (Oxford
e
Antiguo régimen 5

M- yy. Uni-
Press, Londres, 1974), que se Ocupa en excl
Usiva de Gran Bre-
yerstty
Para nuestro periodo, c f. Caps. 1 al 6.; Frederick
taña. Krants, ed., His-
Below. Studies in Popular Protest and Popular
tory from Ideology (Basil
Oxford, 1988) y específicamente el capítulo de Pierre H
glackwell,
la esclavitud y Carolyn Fick sobre la revolución hait1
Boule sobre ana;
Vernon, Hunger. A Modern History (Harvard University Press,
James
tema abarca el continente entero; Ca.
Cambridge (Mass.), 2007), cuyo
tharina Lis y Hugo Soly, Pobreza y capitalismo en la Europa preindus-
rial, 735-0850 (Akal, Madrid, 1984), que es una buena síntesis del
el aumento correlativo de la
desarrollo del capitalismo y pobreza en
atención a Bélgica; Stuart Woolf, Los pobres en la
Europa, con especial
donde se intenta una ta-
Europa moderna (Crítica, Barcelona, 1989),
xonomía de los marginados; David 1. Kertzer y M. Barbagli, La vida
de la era moderna, 2500-2789, 3 vols.(Paidós, Bar-
familiar aprincipios
celona, 2002), donde hay que consultar solo el vol. 1, de 1500 a 1789.
Roy Porter, The Greatest Benefú to Mankind.
A Medical History of
Humanity from Antiquity to the Present (Fontana Press, Londres,1999),
calificada de obra titánica, es el texto standard, válido para Occidente
de las enfermedades
y para Oriente; Thomas McKeown, Los orígenes
humanas (Crítica, Barcelona, 1990), que combina demografía e histo-
ria de la medicina. Para España, hay información sobre la sociedad del

siglo en dos obras muy distintas: la mítica de Rafael Altamira,


Barce-
Historia de Españay de la civilización española, 2 vols. (Crítica,
Bennassar, Historia
lona, 2001), cf. vol. 2, y la dirigida por Bartolomé
Barcelona, 1989), espe-
de los
españoles, siglos XVIRXX, 2 vols. (Crítica,
cíficamente el vol.2; Luis
Miguel Enciso Recio, coord., La burguesía
vols. de Valladolid, Va-
española en la Edad Moderna, 3 (Universidad
volumen tercero. Para las ciudades

es
lladolid, 1996), especialmente el
Madrid de
y economías de Madrid y Barcelona, cf. Equipo
(Siglo XXI, >

Históricos, Carlos 111, Madrid yla Ilustración


Barcelona,

e
Barcelona, 1700 (Empúries,
1988), Albert García Espuche, /ya Fer,
de Felipe
2010), Federico Bravo Morata, La corte hechizada

as
ez peechos
nando Y] (E Antonio Domingu >

enicia, Madrid, 1972), nio


Y figuras del siglo XVI español (Siglo XXI; Madrid,
ré-
en la España
ae

Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas Saavedra, La


Galicia, cf. (Crítica
Pegerto
Bimen
(Istmo, Madrid, 1973). Para Barcelona,
vida cotidiana en la Galicia del Antiguo re men (Crítica,
674 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD

social de Galicia desde Edad Media hasta


1994), verdadera historia
a
el siglo x1x; VV. AA., La familia en la España meatterranea, sig
los
Cataluña hasta Gra-
xix (Crítica, Barcelona, 1987) que estudia desde
£1 siglo de das luces Política y so-
nada; Rosa M. Capel y José Cepeda,
ciedad (Síntesis, Madrid, 2006) útil para las instituciones y el papel de
luce

las mujeres; Matías Velázquez, Desigualdad, indigencia y mergmación


social en la España ilustrada las cinco clases de pobres de Pedro Rodríguez
Campomanes (Universidad de Murcia, Murcia, 1991), para el funcio-
namiento de las instituciones caritativas españolas y Rosa Pérez Es-
tévez, El problema de los vagos en la España del siglo xv111 (Confedera-
ción Española de Cajas de Ahorros, Madrid, 1976); Inmaculada Arias
de Saavedra, ed., Vida cotidiana en la España de la Ilustración (Univer-
sidad de Granada, Granada, 2012) contiene numerosos estudios regio-
nales sobre cultura material, la domesticidad, el mundo marginal, etc.
También sobre cultura material, cf. J. M. Bartolomé y M. García Fer-
nández, dirs., Apariencias contrastadas contraste de apariencias (Uni-
versidad de León, León, 2012); Manuel Martínez, Los gitanos y las
gitanas de España a mediados del siglo xv111 (Universidad de Almería,
Almería, 2014). Para el ascenso de la burguesía comercial británica
y su gentrification, cf. Peter Earle, The Making of the English Middle
Class. Business, Society and Family
Life in London, 2660-7730 (Uni-
versity of California Press, Berkeley, 1989) y Margaret R. Hunt, The
Middling Sort. Commerce, Gender and the Eamily in England, 2680-2780
(University of California Press, Berkeley, 1996), especialmente sobre
el papel social de las
mujeres burguesas; M. J. Daunton, Progress and
Poverty. Án economic and social history ofBritain, 7700-785
o, (Oxford Uni-
versity Press, Oxford, 1995) es un torrente de información sobre las cla-
ses subalternas inglesas;
Roy Porter, English Society in the Eighteenth
Century (Penguin Books, Londres, 1991), está lleno de datos estadísti-
Cos y es útil para
ingresos y gastos de los pobres; Olwen H. Hufton,
The Poor ofElghteenth
Century France, 750-2780 (Clarendon Press,
Oxford, 1979), obra de referencia desde hace treinta
años; Dorothy
Marshall, The English Poor in the Etghteenth
Century (Routledge 8 Ke-
gan, Londres, 1926) hace un estudio
muy detallado de las poor laws y
analiza las causas de su fracaso.
Herbert S. Klein, La esclavitud africana
en América
latinay el Caribe (Alianza, Madrid,
1986).
BIBLIOGRAFÍA COMENTADA
675

Economía

Entre las obras generales, pero de consulta obligada, la básica es M. M.


S. Pollard, er al., The
Postan, P. Mathias, Cambridge Economic History
en nuestro caso los vols. 5, 6, 7 y 8
Europe, (Cambridge University
Press, Cambridge, 1977-1989); Carlo M. Cipolla, ed., Historia econó-
mica de Europa, 6 vols. (Ariel, Barcelona, 1979), para nuestro periodo
cf. vols. 3, 4 y 4**; la monumental obra de Fernand Braudel, Civiliza-
ción material, economía y capitalismo (Alianza, Madrid, 1984), pero,
solo el volumen 1; Antonio di Vittorio, coord., Historia
para nosotros,
económica de Europa, siglos xV-xx (Crítica, Barcelona, 2003), que hace
hincapié en los elementos comunes de la expansión europea; Francisco
Comín et al., Historia económica mundial, siglos X-xx (Crítica, Barcelo-
na, 2005), que nos ofrece una visión más global que anterior;
el David
Landes, La rigueza y
la pobreza de las naciones (Crítica, Barcelona,
1999), que, como revela su título smithiano, indaga sobre las causas
del «éxito» o «fracaso» económico de las naciones. Para Gran Bretaña,
cf. R. S. Neale, Writing Marxist History. British Society, Economy
and

Culture since 1700 (Basil Blackwell, Oxford, 1985), que es un conjunto


el
de micro-historias sobre las relaciones de producción en capitalismo
obras generales, son imprescindibles Jau-
agrario. Para España, como
me Vicens Vives, Historia socialy económica de Españay América,
IV.
Los Borbones (Vicens Vives, Barcelona, 1957 y 1971);
Albert Carreras
de la España contemporánea,
y Xavier Tafunell, Historia económica
la síntesis y la más al día;
1789-2009;(Crítica, Barcelona, 2010), mejor
XVIH (Crítica, Barcelo-
Alberto Marcos, España en los siglos XVI, XVIy
y Antonio
excelente manual universitario, Domínguez
na, 2000), un
en el siglo XxvIM español (Ariel,
Barcelona,
Ortiz, Sociedad yestado
en muchos aspectos, aun
1976), que es una obra de conjunto pionera y,
latina las obras de referencia son la monu-
no superada. Para América
Historia de América latina, 11 vols (Crítica,
mental: Leslie Bethell, ed., Car-
nuestra cf. los vols. 1,2,3 y 4 y Juan
Barcelona, 1990), para época ]
a jla
América latina. De los ortgenes
los Garavaglia y Juan Marchena,
más ambici osa e
A

Barcelona, 2005), la
independencia, 2 vols. (Crítica, cf. vol. II.
innovadora de las existentes; para nuestro periodo,

También podría gustarte