Pontón, Gonzalo. La Lucha Por La Desigualdad
Pontón, Gonzalo. La Lucha Por La Desigualdad
Pontón, Gonzalo. La Lucha Por La Desigualdad
LA LUCHA
POR LA DESIGUALDAD
Una historia del mundo occidental
en el siglo xvm
Prólogo de
JOSEP FONTANA
PASADO PRESENTE
BARCELONA
«¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que tanto vales
cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos
hay en el mundo, como decía una agúiela mía, que son el tener
y el no tener, aunque ella al de tener se atenía.»
MIGUEL DE CERVANTES
Don Quijote de la Mancha,
Segunda parte, capítulo XX
PROLOGO
y
publicado, con la relación con aquellos que los producen -autores, edito-
res, censores...-, todo lo cual se ha acabado convirtiendo en un formidable
complemento de su formación como historiador.
Fue a los sesenta y cinco años, cuando su salida de Crítica le obligó a
permanecer dos años al margen de la actividad que le había ocupado hasta
entonces, cuando comenzó a escribir este libro, pensado desde mucho antes
y completado en siete años de duro trabajo, como podrá comprobar quien
y
consulte la bibliografía que ha empleado valore después, en las páginas
del libro, que esta ha sido una bibliografía leída,y no simplemente citada;
una cuestión a la que me referiré más adelante.
Pero lo realmente excepcional del libro no reside en estas circunstan-
clas biográficas, que en todo caso le añaden mérito, sino en algo que está
por completo al margen de ellas, que es su calidad. He mencionado ya la
amplitud de su propósito una historia global del siglo xvi occidental (de
una
Europa a la que se añaden la América europezada y las Indias). El
resultado ha sido una obra extensa -el
manuscrito con el que trabajo tie-
ne 813
páginas- con una primera parte, la «trama», que va repasando la
12 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
en la
político, por su parte, nos muestra la importancia fundamental que
actividad de los estados tenía la guerra, concebida con una finalidad econó-
mica en su dimensión de lucha por la desigualdad.
«La segunda parte de este libro -
este libro,
expresó con toda claridad :
medio de esclavos». Un ra-
se hiciese
trabajar la planta que lo produce por
en el mismo
to0namiento que no debería escandalizarnos porque es,
elfondo,
cual, si le agregamos el uso del trabajo esclavo en las plantaciones que pro-
14 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
JOSEP FONTANA
Barcelona, 23 de junio de 2016
INTRODUCCIÓN
ba que la
riqueza de 3.500 millones de personas (la mitad del plane-
ta) había disminuido en un billón de dólares en solo seis años, un
38 por ciento, pese a
que la población global se había
incrementado en
400 millones entre 2010 y 2016. Si en 2010 388 personas tenían la mis-
16 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
cesión que sería el primer eslabón de una cadena que ya no se iba a in-
terrumpir: la crisis de la bolsa estadounidense en 1987; el hundimiento
de la bolsa japonesa en 1990; el «tequilazo» mexicano de 1994; el con-
tagio asiático de 1997; el desastre del mercado financiero latinoamer;.
cano causado por la política liberalizadora del FMI; la suspensión de
pagos de la deuda rusa; la burbuja de las dot.com; el caso Enron (fray.
des contables en las empresas que cotizaban en bolsa), la quiebra de
Lehman Brothers y la «Gran recesión» de 2007, en la que seguimos
instalados diez años después.
Con la desaparición del espantajo comunista, los teóricos del
neoliberalismo diseñaron una nueva libertad para la producción y el
comercio basada en la extraterritorialidad, la deslocalización de em-
presas y el ninguneo del estado nación para crear un ordine nuovo: el
de la «revolución conservadora anglosajona» (Piketty), que consi-
guió expugnar la fortaleza sindical, rebajar los salarios de los trabaja-
dores y desmontar el estado del bienestar. Así se logró que entre los
años 2000 y 2010 la concentración de la riqueza en los Estados Uni-
dos superara el récord de 1910-1920. Ahora la «Gran recesión» ha
disparado la tendencia secular del capitalismo a recuperar sus señas
de identidad.
ca-
4 Enlostérminos de Piketty consiguieron que la tasa de rendimiento de su
la renta y la
Pital fuese mucho más
elevada a largo plazo que la tasa de crecimiento de
Producción: su ya famoso
y engañoso r >g.
22 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
comprender la construcción de
una nueva desigualdad y su extraordi-
nario arraigo en el tiempo, no se interesa por la exposición exhaustiva
ni la síntesis dosificada propias de los manuales. Quiero decir con esto
una narración deta-
que el lector no va a encontrar aquí, por ejemplo,
llada de los avatares de la guerra de los Siete años, porque lo que me
interesa es explicar a quiénes beneficiaba y quiénes la pagaban con su
sangre y sus impuestos; o que cuando
menciono a Lavoisier lo hago
porque lo que me interesa de él es su papel
como fermier général y como
luchador por la desigualdad en Francia, y no sus indudables méritos
como padre de la química moderna. He escrito este libro pensando en
un público llaman un educated people,
culto, eso que los anglosajones
capaz de sacar sus propias conclusiones a partir
de los datos que ofrezco.
Por eso, de un sin jerga, y, POr otro, está
lado, contiene análisis, pero
escrito en un estilo -
creo-
sencillo y cómodo, aunque atravesa-
do Por una veta me es impo-
irónica (en alguna ocasión cáustica) que
nada a los usos
Sible
reprimir y que, desde luego, no se adecua para
Y Costumbres académicos. Me he también dejar algunas
permitido bien
tas, sobre todo en la del libro, en su idioma original,
segunda parte su sustancia,
Porque no me viera de traducir íntegram ente
capaz
bien me resultara irresistible,
porque la belleza de la escritura original
26 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
3
Que este libro no se hubiera podido escribir sin el inmenso trabajo an-
terior de especialistas y generalistas es algo tan obvio que me da
reparo
decirlo. Me complace, sin embargo, explicar que he saque
ado, inmise-
ricorde, la obra de los autores-y, sin embargo, amigos que he ido
publicando a lo largo de más de cincuenta años: Carlo M. Cipolla, Ed-
ward P. Thompson, Eric J. Hobsbawm, Pierre Vilar,
grandes maes-
tros, todos ya desaparecidos, de los que aprendí mucho en encuentros,
conversaciones y correspondencia También confieso mi deuda hacia
.
otros autores publicados por mí felizmente vivos
y trabajando en los
diversos campos de la ciencia histórica: Jordi
Nadal, Pedro Ruiz, Ra-
mon Garrabou, Ramón Moncho Villares, Antonio
Miguel Bernal, Car-
los Martínez Shaw, Francisco Comín,
Enrique Llopis, Juan Carlos
Garavaglia, Jaume Torras, Jordi Maluquer de Motes, Joaquim Alba-
reda, Ricardo Robledo, Ricardo García Cárcel... Pero sin ninguna
duda quien más ha influido en mí,
quien más me ha enseñado -no
solo de historia- ha sido mi maestro y amig
o Josep Fontana, quien
el
leyó original de este libro, me orientó a darle una arquitectura mejor
y me hizo observaciones y sugerencias que he tenido en cuenta. Y no
solo eso: ha tenido la generosida de escribir el
d prólogo a este ensayo.
También han sido generosos -no solo con este libro- mis
conm igo
hijos Gonzalo y Ferran, que lo leyeron en origin
al y me ayudaron a
mejorarlo con sus críticas, que, sin embargo, no fueron tantas ni tan
duras como el libro sin duda merece. Si el
filo de su crítica me ha part-
cido embotado, no
dejo de comprender que se debe a su piedad filial.
Introducción 15
PRIMERA PARTE
"TRAMA
2. EL FUNDAMENTO DE LA OPULENCIA 71
SEGUNDA PARTE
URDIMBRE
7. LA EDUCACIÓN Lo
PUEDE TODO
Leer y escribir 439
Los peligros de la .439
enseñanza ..
442
ÍNDICE
781
LA «CORRECCIÓN» DE LA POBREZA
Si las guerras eran fatales para los hombres de18 a 40 años, la pobreza
endémica del siglo golpeaba más a los más débiles: a los ancianos, los
enfermos, los tullidos, las mujeres y los niños. En Inglaterra se les lla-
maba «impotentes» por oposición a los «capaces
», que, aun siendo
muy pobres, no vivían de la beneficencia. Gregory King, que, como
hemos visto, hizo un detallado estudio sobre los
ingresos de la pobla-
ción inglesa, distinguía entre aquellos que aumentaban la
riqueza de la
nación y los que la disminuían y estimaba
que estos últimos eran más
de la mitad de la población total, unos dos millones de
personas, para
quienes Edmund Burke recetaría años más tarde «paciencia, laboriosi-
dad, sobriedad, frugalidad... y religión». Es cierto que existían leyes de
beneficencia, las poor laws, desde el reinado de Isabel 1, pero no se dic-
taron tanto para socorrer a los desamparados como
para estigmatizat-
los socialmente, haciéndoles sentir la
vergiienza de su fracaso y el daño
que causaban a toda la comunidad con su torpeza o inepcia. A los po-
bres que recibían la ayuda pública se les en
obligaba a llevar prendida
sus ropas la letra «P»
y perdían su libertad porque no podían abando-
nar la parroquia que les socorría sin un certificado del *
juez de paz y,
lograban salir de ella, ninguna otra los acogía para no incrementar SU
fondo de asistencia,
por lo que no tenían más remedio que regresa!
grado o por la fuerza de los alguaciles. Si €
teatro de su derrota de les
LOS DOS LINAJES
57
en Alemania,
31. Tuchthuizen en las Provincias Unidas, Zuchtháusern
en Francia. En Suecia,
Prusia, workhouses en Gran Bretaña, Aópitaux généraux
ser en
eran, a la vez, hila-
algunas manufacturas también servían como casas de trabajo que
hombres como
turas y correccionales «donde la gente mala, falsa y discola, tanto
el sustento».
Mujeres, podía ser encerrada y trabajar para ganarse
58 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
de los
32. Nunca solucionaron el problema de los pobres pero sí de los bolsillos
administradores que invirtieron en el «sistema» de Law y especularon con bonos del
gobierno hasta llegar a la quiebra de algunos, como sucedió en Provenza.
C! entó
33. El economista y premio Nobel Robert Fogel sostiene que el 20 por
de la población de Francia estaba
compuesto por mendigos.
LOS DOS
LINAJES
59
de la
Corona de Aragón, podemos estimar en un millón como
en España.** Los gobernantes poco
Jos existentes Q
españoles, ampomanes
eran muy partidarios de las «casas de
o Jovellanos, que trabajo», si-
los métodos de las workhouses inglesas: se debía combatir
guieron la
O la delincuencia, pero
yagancia aprovechando la ocasión para obte-
ner mano de
obra barata, como se hizo,
por ejemplo, con los gitanos
el de la Ensenada quería exterminar: al final se contentó
que marqués
con una redada general de gitanos españoles que alcanzó a 7.760 per-
sonas, que sufrieron 16 años de encierro, las mujeres en hospicios y
casas de misericordia, alejadas de los hombres para que no procrea-
ran y se extinguiera su etnia, y los hombres forzados a trabajar en los
arsenales de La Carraca, La Graña y Cartagena para el proyecto
de «paz armada» de Ensenada. Tras el indulto que consiguieron en
1763, la desconfianza hacia los gitanos y su presunción de culpabili-
dad no desaparecieron, se mantuvo prohibida su lengua y su vesti-
menta y se procedió a su control riguroso, medidas que, sin embar-
go, no disuadieron a los gobernantes de seguir pensando en el modo
de acabar con ellos, como prueban las propuestas de deportarlos a las
colonias americanas, como hizo, por ejemplo, Bernardo Ward en
1779, en su Proyecto económico, donde sugería enviarlos a las orillas
del río Orinoco.
Los hospitales españoles, que eran también albergue de peregrinos
y refugio de desheredados, eran instituciones de caridad, se financia-
ban con herencias y donaciones piadosas y eran extraordinariamente
a unos 1.000 enter-
corruptos. En los hospitales de Madrid se atendía
mos, pero, de no haber existido la corrupción, se podría haber
atendi-
do a cuatro veces más, nos dice Matías Velázquez. Pero la condición de
los hospicios era mucho peor. A comienzos de los años 70 el Hópital
des enfants trouvés de París recibía 25 veces más niños y recién naci-
34. Tanto Jaume Vicens Vives como Pierre Vilar, siguiendo en esto a Campo-
a mediados de siglo.
manes, solo estiman en 150.000 los mendigos que tenía España
No parece razonable esta tanto
cifra, lo expuesto en el texto como porque no se
por
sostiene frente a los dos millones de menesterosos franceses (con una población mu-
cho ni sobre el millón
mayor, de 20 millones, pero en un país más rico que España),
de de habitantes, más O
mendigos británicos de que habla King (sobre 8 6 9 millones
Menos como rico y con protección parroquial
España pero incomparablemente más
a los
pobres). Bernardo Ward calculaba que los menesterosos a mediados de siglo
eran dos eran medio millón.
millones, cantidad que parece excesiva. Para Jovellanos
No
hay forma de saberlo a ciencia cierta.
60 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
gó a poseer cerca
de 100.000 SIervos, pero el conde Piotr Shereme-
más ricos de Rusia, contabilizaba
tev, que era uno de los hombres
la ser-
más de 185.000. Con los gobiernos de la «ilustrada» Catalina,
en Ucrania.
vidumbre se abatió sobre nuevos territorios, sobre todo
ex-
Al conceder a los nobles que la habían aupado al poder grandes
tensiones de tierras junto con sus
campesinos, estos se convirtieron
en siervos, con lo que su número se incrementó
en un millón más.
en
Así, Karol Radziwill a la fabulosa cifra de 300.000 siervos
llegó
los siervos constituían
1790. Sabemos por el censo de 1794-1796 que
el 53 por ciento de todo el campesinado y el 49 por
ciento de la pobla-
No hay
ción total de Rusia, es decir, unos 14 millones de personas.
lo, ya;
_
«protección»)
bién lo eran los de los repartimientos, ya fuera el coatequil de Nueva
España, la
mita de Bolivia y Perú, la minga en Ecuador o el manda-
miento en Guatemala, que significaba muchas veces el desplazamiento
de poblaciones enteras a distancias considerables de sus aldeas. Estos
trabajadores forzados se empleaban en la construcción urbana y en el
laboreo de tierras y minas, como las terribles de Huancavelica y Potosí
donde los mitayos morían como chinches, o en la extracción de las
esencias de la planta del añil, que provocaba el envenenamiento y la
muerte de los indígenas guatemaltecos. En compensación, las autori-
dades les pagaban cuatro reales todos los meses. Como escribió un
biógrafo de Carlos III: «A todo el mundo consta ser estos miserables
indios más que esclavos, trabajando toda la vida para el logro de cuatro
pícaros que vienen a formar caudales con la sangre de los pobres».
Pero no cabe duda de que la gran masa de esclavos del siglo xvIH1
estuvo constituida por los nativos del África subsahariana, captura-
dos por traficantes árabes y portugueses no solo cerca de las costas,
sino adentrándose hasta aldeas remotas del interior, donde casi no era
preciso capturarlos, pues muchos de ellos, tras un par de cosechas
perdidas, se vendían a sí mismos para que sus familiares pudieran
co-
mer. Los caladeros de los europeos se encontraban en las costas de
África, en la oriental, donde se fue abandonando porque como la tra-
vesía duraba un mes más la mortalidad era más alta que en la atlántica,
donde se practicaba desde Mauritania hasta el desierto del Kalahari.
Las cuotas de captura se repartían entre ingleses, holandeses y dane-
ses, que tenían sus depósitos en la costa de Ghana, y entre portugueses
y franceses, que controlaban la «costa de los esclavos» (Dahomey,
Togo y Nigeria), aunque los pombetros portugueses se internaban en
Angola para intercambiar esclavos por sal y tejidos de rafia. El precio
medio de un esclavo era de 15 libras esterlinas, que se podían pagar
en tejidos o en
con su contravalor en barras de hierro, en latón, ¿ on.
chas (cauris).
Los españoles no practicaron directamente la trata en el siglo XVI
mercantil se dejó en manos de los Portugueses
porque esa especialidad
entre 1580 y 1640, que desarrollaron una clara ventaja
COMParativa,
sino que se limitaron a comprar la mercancía, sobre todo a los
ingleses,
con quienes la aristocracia peninsular y criolla, y sobre todo el
rey,
fue en aumento
compartió los beneficios de un negocio que durante
todo el siglo, ya que la trata ascendió entonces a unos ocho millones de
esclavos. Los británicos embarcaron más de tres millones," los por.
tugueses casi tres millones más, los franceses algo más de uno, y quizás
otro entre holandeses y daneses.
La carga humana salía de los puertos del Congo o de Gabón para
ser transportada a las Antillas y al continente americano, desperdigán-
dola a lo largo de un arco que iba desde Virginia hasta el actual Uru-
guay. En los barcos negreros, los esclavos eran estibados como sardi-
nas en lata, aherrojados y mal alimentados, básicamente con plátanos
y
frutos cítricos para evitar que enfermaran víctimas del escorbuto. En
las sentinas se cargaban dos cosas fundamentales para evitar pérdidas
de mercancía durante la larga travesía: una barrica de agua
por esclavo
y aceite de palma para tratar las llagas causadas por los grilletes e impe-
dir que se infectaran. Pese a estas precauciones, se calcula
que a lo lar-
go del siglo la tasa de mortalidad a bordo osciló entre el 1o y el 15 por
ciento en cada viaje; es decir que, de los esclavos embarcados en el si-
glo xviut, alrededor de un millón de ellos murieron en la travesía de
hambre o a causa de alimentos y agua en mal estado
que provocaban el
«flujo de sangre» (la disentería). Pese a ello, como veremos con más
detalle en el capítulo 4, el negocio de la trata
proporcionó excelentes
resultados económicos, primero a Londres más tarde a Bristol Li-
y y
verpool, hasta la década de los 80, cuando ya Adam Smith había pues-
to de relieve que el trabajo esclavo era costoso e ineficiente e inhibía el
desarrollo industrial y el adelanto técnico. Solo entonces a
empezaron
aparecer las organizaciones que pedían la abolición de la esclavitud,
la Sociedad para
la Abolición del Tráfico de Esclavos del reve-
como
William Wilberforce, que nació en mayo de 1787 y que condu-
rendo
Gran Bretaña, a la Ley de Abolición de 1807, cuando ya hacía
ciría, en
que
los esclavos de Haití se habían rebelado contra sus amos.
16 años
momentos había un millón de esclavos africanos en Brasil,
En aquellos
EN los Estados Unidos, otros 575.000 en el Caribe francés,
75.000
en las Indias occidentales británicas, 350.000 en la América
467.000
más un millón de libertos aproximadamente.
española,
Sin embargo, para los negreros más dados a la épica, el comercio
de esclavos
era «cimiento de nuestro comercio, sostén de nuestras co-
nuestra marina y primera causa de nuestra industria y
lonias, vida para
En unos versos satíricos, el poeta William Cowper, chismo-
riqueza».
incorregible, revela el
cinismo de la gente bien:
so
LA DESIGUALDAD Y LA SUBORDINACIÓN
se separaba en los
A principios de siglo, la población europea aún
sociales del tiempo feudal: los señores y los vasallos,
grandes bloques
con estos
divididos los primeros en eclesiásticos y nobles, que, junto
los «tres estamentos» qué solemos encontrar en
últimos, constituían
los manuales. Pero, a medida que transcurrió
el siglo, y sobre todo a
Señores laicos
y eclesiásticos 150.000 540.000 300.000 990.000 (2,3)
Campesinos
y obreros $-000.000 23.000.000 8.400.500 36.000.000 (85)
INTRODUCCIÓN
Demografía
e
Barcelona, 1966), que hay que complementar Jordi
ria de la Barcelona, 1966), en origen un ane-
Población española (Ariel,
xo ala obra de Reinhard Armengaud, y con la clásica de E. A.
Wri-
y
672 LA LUCHA POR LA DESIGUALDAD
Sociedad:
O
ción empeoró en el 1 siglo xv111;
George Ru Mode ro en el
La aristocraciay el pa siglo liza
desofo burgués (Alianza, Mad
las estructuras de las
sociedades euro ea dlesd e que aalia
>
M- yy. Uni-
Press, Londres, 1974), que se Ocupa en excl
Usiva de Gran Bre-
yerstty
Para nuestro periodo, c f. Caps. 1 al 6.; Frederick
taña. Krants, ed., His-
Below. Studies in Popular Protest and Popular
tory from Ideology (Basil
Oxford, 1988) y específicamente el capítulo de Pierre H
glackwell,
la esclavitud y Carolyn Fick sobre la revolución hait1
Boule sobre ana;
Vernon, Hunger. A Modern History (Harvard University Press,
James
tema abarca el continente entero; Ca.
Cambridge (Mass.), 2007), cuyo
tharina Lis y Hugo Soly, Pobreza y capitalismo en la Europa preindus-
rial, 735-0850 (Akal, Madrid, 1984), que es una buena síntesis del
el aumento correlativo de la
desarrollo del capitalismo y pobreza en
atención a Bélgica; Stuart Woolf, Los pobres en la
Europa, con especial
donde se intenta una ta-
Europa moderna (Crítica, Barcelona, 1989),
xonomía de los marginados; David 1. Kertzer y M. Barbagli, La vida
de la era moderna, 2500-2789, 3 vols.(Paidós, Bar-
familiar aprincipios
celona, 2002), donde hay que consultar solo el vol. 1, de 1500 a 1789.
Roy Porter, The Greatest Benefú to Mankind.
A Medical History of
Humanity from Antiquity to the Present (Fontana Press, Londres,1999),
calificada de obra titánica, es el texto standard, válido para Occidente
de las enfermedades
y para Oriente; Thomas McKeown, Los orígenes
humanas (Crítica, Barcelona, 1990), que combina demografía e histo-
ria de la medicina. Para España, hay información sobre la sociedad del
es
lladolid, 1996), especialmente el
Madrid de
y economías de Madrid y Barcelona, cf. Equipo
(Siglo XXI, >
e
Barcelona, 1700 (Empúries,
1988), Albert García Espuche, /ya Fer,
de Felipe
2010), Federico Bravo Morata, La corte hechizada
as
ez peechos
nando Y] (E Antonio Domingu >
Economía
Barcelona, 2005), la
independencia, 2 vols. (Crítica, cf. vol. II.
innovadora de las existentes; para nuestro periodo,