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Primeros pasos hacia una filosofía de la ciencia en una

sociedad digital
José Francisco Álvarez. Grupo de investigación METIS. UNED.
Madrid.
[email protected]
Pruebas del artículo publicado en Álvarez, J. Francisco: Primeros pasos
hacia una filosofía de la ciencia en una sociedad digital. Cuadernos
Hispanoamericanos. nª 757. julio 2013

El reconocimiento de las capacidades limitadas de los humanos para procesar


información fue uno de los motivos principales que llevó a Herbert Simon hace ya más
de sesenta años a intentar proponer una noción de racionalidad que pudiera aplicarse
con alguna pretensión de realismo a la conducta de los seres humanos. Es importante
observar que Simon era un claro defensor de la teoría de la utilidad e insistía en que los
humanos éramos básicamente procesadores de información. Pero, precisamente por ello,
por nuestras capacidades limitadas de procesamiento de información, nuestra
racionalidad no puede ser siempre sino limitada, en sus términos bounded rationality,
racionalidad acotada.
En definitiva, quienes defienden que el ser humano maximiza la utilidad, sea ella
lo que sea, están en la práctica planteándonos una exigencia inalcanzable. No podemos
esperar sino que adoptemos cursos de acción que, a la vista de nuestra información,
juzguemos como suficientemente buenos, es decir, que satisfagan un criterio y no que
maximicen determinada variable. La racionalidad acotada aparece como una propuesta
en abierta polémica contra concepciones poco realistas que defienden la posibilidad de
conductas maximizadoras.
Ese tipo de cuestiones, aparentemente internas a la teoría económica, se
relacionan con los supuestos teóricos sobre las capacidades de los humanos y, en
particular, con nuestras posibilidades de generar conocimiento sistematizado sobre el
mundo, contrastable y criticable. Resulta interesante analizar las conexiones entre las
corrientes principales de la teoría económica y la teoría general de la ciencia, porque
esas relaciones se muestran como caminos de doble vía, y no se entienden bien si
simplemente se considera que una de las teorías influye o reduce a la otra.
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Para disponer de instrumentos conceptuales que nos permitan analizar algunos
fenómenos emergentes en las prácticas científicas desarrolladas en nuestra recién
estrenada sociedad híbrida digital, me parece conveniente revisar algunas nociones
preestablecidas sobre nuestros modelos humanos, la racionalidad y las prácticas.
Buena parte de la actividad reflexiva tradicionalmente relacionada con la
filosofía sigue siguiendo una actividad necesaria, a pesar de los desarrollos científicos y
tecnológicos y aunque parezcan emerger nuevos campos del saber que se independizan
del conocimiento filosófico tradicional. En el último siglo algunas de esas notables
emancipaciones han conformado áreas del tipo de la teoría de la elección racional, la
teoría de juegos y buena parte de las ciencias cognitivas. Parece como si el alma y la
acción se nos hubieran escapado del mundo de la filosofía, sin embargo, no es el caso
porque tanto en la teoría de juegos como en la psicología cognitiva los problemas
filosóficos tradicionales retornan aunque ahora sea con ropajes muy diferentes.
Algunos problemas frecuentemente discutidos en filosofía de la ciencia, y en
particular en la filosofía de las ciencias sociales, tienen similitudes con otros que han
surgido en el seno de la teoría de la decisión y de la teoría de los juegos de estrategia,
que, por otra parte, son dos de las formas más avanzadas de la práctica científica en
ciencias sociales. Buena parte de las discusiones que se mantienen en el interior de esas
teorías, en especial la que aborda el espinoso tema conceptual de la racionalidad y la
decisión, resulta muy pertinente para iluminar algunos de los debates contemporáneos
en filosofía de la ciencia sobre la naturaleza misma de la práctica científica.
Sobre la pertinencia de la conexión entre la teoría de la decisión y la teoría de los
juegos de estrategia con la reflexión filosófica, y, en particular, con problemas
epistemológicos, se podrá decir cualquier cosa, menos que se trate de algo reciente.
Baste recordar que la teoría de la decisión está estrechamente ligada, histórica y
conceptualmente, al estudio de la probabilidad, a cómo gestionar la suerte y, en
definitiva, a un problema tan cercano a la filosofía de las ciencias sociales como es el
problema del determinismo y la libre voluntad. Suele considerarse que Daniel Bernoulli
en su “Specimen theoriae novae de mensura sortis” (“Un nuevo tipo de teoría para
medir la suerte -el riesgo-”) (1738), al enfrentarse con lo que posteriormente vino en
llamarse Paradoja de San Petersburgo, habría puesto las bases de lo que se conoce como
teoría de la utilidad esperada. Antoine Arnauld, Leibniz o Charles Sanders Peirce
podrían ser otros referentes a esgrimir para jalonar alguno de los momentos de la
persistente discusión conceptual sobre la racionalidad y la decisión. En todo caso se

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trata de una polémica que continúa y que ahora mismo discurre incorporando
consideraciones relativas a la adopción de decisiones en situaciones de incertidumbre y
que requieren una reconceptualización de nuestros esquemas tradicionales sobre la
racionalidad como optimización (véase Wang Wen Hui, (2011) "A new solution to the
St Petersburg paradox and estimates under uncertainty", China Finance Review
International, Vol. 1 Iss: 3, pp.204 - 219).
Una presentación sistemática de la teoría de la decisión a partir de la
maximización de la utilidad esperada apareció formulada en la ya clásica obra de von
Neumann y Morgenstern Theory of Games and Economic Behavior (1944) por medio
de la formulación axiomática de un conjunto de requisitos para que las preferencias se
pudieran expresar según las expectativas de alguna función de utilidad. Trataron de
representar a un decisor racional como un agente que maximiza su utilidad esperada.
Desde la filosofía ha sido frecuente abordar algunos problemas de índole
genéricamente epistemológicos o conectados con la teoría de la acción, con ideas más o
menos cercanas a las de von Neuman. Por ejemplo, en España lo hizo de manera
destacada Jesús Mosterín en su libro Racionalidad y acción humana (1978). Sin
embargo, a veces se ha olvidado que la teoría no pretendía describir cómo se comportan
los agentes económicos en condiciones de riesgo o de incertidumbre, es decir cuando
estamos ante consecuencias inciertas cuya probabilidad no puede ser objetivamente
establecida, así, por el contrario, la tendencia de algunos filósofos ha sido adoptarla
como teoría “casi descriptiva” aunque con ciertas pretensiones normativas sobre nuestra
conducta racional, sin preocuparse por las condiciones y las razones de cómo y por qué
los actores actúan de determinadas maneras. En el ámbito de las ciencias económicas
suele recordarse que Savage (1954) estableció un teorema de representación que en
parte hace corresponder a cierto tipo específico de preferencias una función de utilidad
y una única distribución de probabilidad subjetiva sobre los estados del mundo que
permiten establecer que una acción se prefiere a otra cuando la primera tiene una mayor
utilidad esperada que la segunda. Pero se parte de unas condiciones bien definidas sobre
las relaciones entre las preferencias, condiciones que deberíamos discutir si se pueden
transformar en propuestas normativas, si consideramos que tienen correlación con las
formas prácticas de adoptar decisiones y si, al menos, podemos admitirlas como un
mecanismo idealizador de manera parecida a cómo se utilizan idealizaciones de los
objetos y sistemas que se analizan en muchas ciencias para intentar atender a los
objetivos que esas mismas ciencias se plantean.

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Precisamente los análisis sobre los resultados empíricos, que muestran cómo los
individuos se desvían o incumplen las elecciones previstas por los axiomas de la
utilidad esperada, han supuesto líneas de investigación muy importantes que,
principalmente, se pueden situar en el ámbito de la psicología experimental y de la
economía experimental. Una de las líneas de investigación que resulta particularmente
interesante para la reflexión filosófica es la que desarrolló D. Kahneman, premio
Memorial Nobel de Economía en 2002 conjuntamente con el ya fallecido A. Tversky.
El atender de manera cuidadosa a los mecanismos y los sesgos que incorporan
sistemáticamente nuestras decisiones les condujo a formular su conocida teoría
prospectiva: “Modelo alternativo para explicar la toma de decisiones individual bajo
riesgo, modelo que hemos llamado teoría prospectiva. …La teoría prospectiva distingue
dos fases en el proceso de elección: una primera fase de preparación y una fase
subsecuente de evaluación. En la fase de preparación se realiza un análisis preliminar de
las alternativa que se presentan, análisis que, generalmente, consiste en una
representación múltiple de las alternativas. En la segunda fase las alternativas anteriores
son evaluadas y se elegirá la alternativa con mayor valor” (D. Kahneman y A. Tversky,
Teoría prospectiva: un análisis de la decisión bajo riesgo Infancia y aprendizaje. 1987,
30, 95-124). En sus últimos desarrollos les condujo a formular una teoría fuerte de la
racionalidad que, frente a la utilidad esperada, se apoya en lo que denominaron “utilidad
experimentada”. Ese giro que podríamos calificar de naturalista y pragmático es el que,
en nuestra opinión, modula hoy el conjunto de la reflexión filosófica más pertinente
para estos asuntos y la que comienza a conformar un auténtico programa de nueva
fundamentación de la filosofía de la ciencia, en particular de la filosofía de la ciencia
social.
La epistemología suele considerarse que se preocupa por investigar cómo es que
producimos y modificamos conjuntos de creencias que resulten conformar una
comprensión adecuada (“verdadera”) del mundo. Al menos desde la publicación de
“Epistemology Naturalized” de Quine, ese objetivo se supone que debe alcanzarse sin
planteamientos apriorísticos sino como resultado de nuestra interacción práctica con el
mundo siguiendo los modos de la ciencia. La epistemología naturalizada se concibe
como una indagación científica sobre las capacidades cognitivas humanas. Los modelos
que tratan de acercarse a la descripción de nuestras capacidades cognitivas tienen
indudablemente un componente normativo y, con frecuencia, cierta esperanza en que
ese conocimiento pueda servirnos para perfeccionar nuestra competencia epistémica.

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La diferencia con la opción tradicional reside en que ahora nos fijamos más en lo
que podemos hacer para a partir de ahí recomendar lo que debemos hacer, cuestión que
por otro lado aparece fundamental en las propuesta de axiología de la ciencia como la
que venimos planteando con Javier Echeverría desde hace algunos años (Echeverría, J.
& Álvarez, J.F., 2008. “Bounded Rationality in Social Sciences”. En E. Agazzi, ed.
Epistemology and the Social. Rodopi, pp.173 –191). Esta naturalización de la
epistemología o epistemología naturalizada tiene también mucho que ver con lo que se
ha llamado epistemología evolutiva, ambas son actividades que para muchos han puesto
en tela de juicio el objetivo mismo tradicional de la epistemología. No pretenderé aquí
dilucidar el complejo entramado terminológico que rodea estas cuestiones. Quizás
indicando el título de un artículo de Ronal Giere (2001): “Naturalismo evolutivo
hipotético y crítico”, podríamos hacernos una idea de lo fácil que sería quedarnos
enredados en esa discusión terminológica; según Giere esa sería la posición filosófica
que correspondía a la epistemología naturalista y evolutiva de Donald T. Campbell. En
mi opinión, una epistemología normativa, como creo que le sigue correspondiendo ser a
cualquier epistemología actual, no puede olvidar a estas alturas esas reflexiones y debe
recoger el guante lanzado por las tendencias derivadas de algunas naturalizaciones que
han tratado de minar el componente normativo, me refiero principalmente al
constructivismo y a ciertas variantes de la sociología de la ciencia (Harry Collins).
Es notorio que hay muy diversas formas de naturalización, una de ellas, que ha
tenido mucha influencia en el mundo iberoamericano, es el llamado naturalismo
normativo defendido entre otros por Larry Laudan (“Progress on Rationality: The
Prospects for Normative Naturalism”: American Philosophical Quarterly, 24, 19-31).
En mi opinión, Laudan no incorpora adecuadamente la experiencia de la ciencia social
contemporánea, si entre éstas se incluye la economía y la teoría de la decisión. Laudan
simplemente, aunque eso no fuese poco en su momento, trataba de afrontar el reto de la
sociología de la ciencia y la historia de la ciencia, a las que en todo caso podríamos
considerar ciencias sociales. Sin embargo, Laudan no consigue evitar las críticas
procedentes del relativismo porque se parapeta en una opción fundamentalista de la
eficacia cognitiva, incluso de su relevancia práctica como resolutoria de problemas y
elige un modelo de racionalidad por optimización que da por garantizada la existencia
de algún agente omnipotente (ya sea el buen dios o el perverso demonio) que es
referente óptimo de la verdad o de la falsedad. Nos quiere situar entre ángeles o
demonios, por utilizar los términos de Adam Morton (véase Bounded thinking.

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Intelelectual virtues for limites agents, Adam Morton. Oxford University Press. 2012)
cuando, sin embargo, lo que nos corresponde es ser conscientes de nuestras propias
limitaciones cognitivas, o, dicho más claramente, debemos ser conscientes de que no
tenemos todo el tiempo, todas las capacidades ni toda la memoria como para seleccionar
en cada momento el camino determinista del bien (o del mal) ya sea epistémico o de
cualquier otra índole.
En definitiva, si seguimos a Laudan, y con él a otros muchos filósofos
tradicionales de la ciencia, es como si nos olvidásemos de que si bien la evolución nos
ha llevado a donde nos ha conducido no por ello nos sitúa en algún lugar óptimo, al
menos no por lo que corresponde a nuestra forma de plantear las preguntas ni por la
manera de perfeccionar nuestros métodos para resolver los problemas.
La tensión y las discrepancias que mantenemos con la propuesta de Laudan
puede servirnos como guía para abordar algunos problemas del presente de la
investigación en filosofía de la ciencia, incluso para explicar en parte por qué se ha
producido una importante deriva reciente hacia un auténtico giro praxeológico en
filosofía de la ciencia. Posiblemente un cierto juego de palabras entre el naturalismo
normativo de Laudan y otra posible opción, la que teóricamente prefiero, que podríamos
llamar normativismo naturalista nos pueda ayudar a mostrar correctamente algunas de
las divergencias. En mi opinión el normativismo naturalista, que me parece más
ajustado a las prácticas de la ciencia, haría bien en plantearse otra forma de concebir la
acción de los individuos en el seno de instituciones que contribuyen a la generación
colectiva de conocimiento. Este normativismo naturalista que defendemos no olvida que
es una formulación ideal, que también propone un modelo de individuo, aunque ahora
lo hace de manera explícita, y por ello debe cuidarse de ser apriorísticamente menos
exigente que la epistemología tradicional porque refleje más adecuadamente los
procesos empíricos de adquisición de conocimiento.
Los individuos aplican de manera sistemática criterios de satisfacción, un cierto
nivel de consecución de los objetivos pretendidos, no tratan de conseguir una supuesta
optimización que les conduzca al mejor de todos los resultados posibles, sino que se
mueven en el seno de un continuo dar razones a partir de normas hipotéticas o
condicionales que pueden justificarse de manera naturalista (que requieren contraste
empírico) y que son las únicas que requiere la actividad científica. En cierto sentido, lo
que planteo se acerca al perspectivismo de Ronald Giere que, como él mismo ha
defendido, es una forma de realismo y no de constructivismo. En este sentido podría

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caracterizar al normativismo naturalista como el intento de establecer una axionomía
naturalista de la ciencia que ofrece las herramientas para una reconstrucción racional de
la tarea científica, a diferencia de lo propuesto por Laudan quien dice explícitamente
que la epistemología carece de las herramientas para esa reconstrucción. Nuestra
propuesta se podría acercar más al enfoque de Laudan si concibiésemos la tarea de la
filosofía de la ciencia como la de una epistemología que se restringe al estudio de los
mecanismos para la consecución de la verdad o al logro de algunos otros valores
epistémicos (coherencia, simplicidad, etc.). Sin embargo la potencialidad de la
formulación alternativa se muestra en toda su plenitud si reformulamos la tarea
epistémica incorporando, entre los valores que se tienen en cuenta en esa axionomía, la
importancia de la adquisición y revisión de creencias, la expansión de la reflexión
crítica, la incorporación del carácter revisable del conocimiento, así como las mismas
normas del debate, la polémica científica y la pertinencia de la estructuración social de
la ciencia para perfilar esos objetivos, en línea con lo que ha venido insistiendo Marcelo
Dascal (M. Dascal. “Epistemology, controversies, and pragmatics”. Isegoría 12: 8-43
(1995)). El flanco que deja Laudan al relativismo es enorme porque, a partir de una
crítica al realismo, apoya desde una opción pragmatista poco refinada una versión de las
capacidades cognitivas que no tiene que ver con los orígenes pragmáticos evolutivos de
nuestra capacidades sino que acepta sin más la práctica que se da en algunas
determinadas formas de organización del conocimiento, precisamente las formas
“epistémicamente conservadoras” de la comunidad científica. De esta forma tendría
muy difícil, en mi opinión, comprender las nuevas formas emergentes de producción
colectiva de conocimiento en la sociedad digital. Para la tradición sólo hay individuos y
masas, entendidas estas últimas como fuerzas telúricas generadoras de múltiples males,
destructoras del saber y del placer estético, por el contrario hoy vemos cómo es posible
articular como agentes colectivos muy diversos procesos culturales, científicos y
sociales precisamente porque disponemos de una nueva forma de comunicación entre
humanos y entre grupos humanos.
Con la recuperación de un componente evolutivo, atento a las prácticas y que
incorpore la misma producción normativa como un proceso evolutivo más, que no
supone el final ni la situación óptima de una especie de horizonte ineludible de la
racionalidad humanas, estamos alejándonos muy poco del núcleo de reflexión sobre la
ciencia que inició la filosofía de la ciencia de la primera mitad del siglo XX. Por
ejemplo, John Dewey, el destacado pragmatista, planteaba estas cuestiones con mucha

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claridad en su importante contribución a la que suele considerarse obra epítome de la
tradición del empirismo lógico en filosofía de la ciencia, la International Encyclopedia
of Unified Science. Allí defendía Dewey el método y la actitud científica en el conjunto
de las actividades de nuestras prácticas, pero de igual manera, en ese mismo volumen,
lo hacía Morris al incluir el componente pragmático de la ciencia en una nada oculta
preocupación por la organización, la estructura de las instituciones y la historia de la
ciencia. Desde mi punto de vista el proyecto de una epistemología naturalizada puede
vincularse claramente a la tradición del empirismo lógico. Incluso diré que en aquel
programa de la primera mitad del siglo XX estaba clara la necesidad de una axionomía
de la ciencia. Morris lo planteaba con toda claridad.
Aceptando el adagio de que lo que no es tradición es plagio, siempre me he
preocupado por encontrar la conexión entre mi propio trabajo y el que al mismo tiempo
se realiza por parte de otros investigadores, y en la medida de lo posible revisando otros
intentos anteriores. Posiblemente sea esta una manera de no encontrarse descubriendo
mediterráneos y una recomendación para no verse como proponente de algún que otro
nuevo paradigma en filosofía de la ciencia, riesgo por otra parte nada infrecuente
cuando se trabaja en relación con actividades científicas tan polémicas y debatidas
como son las ciencias sociales. Dicho esto, aunque no pretendo aquí ser original en un
simple sentido del término, a la vez, creo que son necesarias ciertas precisiones.
Se trata, cómo no, del problema epistemológio mismo que, como primera matización,
concebiremos no como una actividad exclusivamente individual, sino como una
interacción entre agentes. Esto es ya tanto como avanzar que, desde nuestro punto de
vista, la mayor parte de la epistemología tradicional se ha centrado en todo caso en las
capacidades cognitivas de un individuo aislado, enfrentado con el mundo y
planteándose como problema principal, precisamente, el de determinar si hay un mundo
externo.
Tenemos que hacer dos grandes correcciones, una se refiere a la misma noción
de racionalidad y a las razones para actuar que tiene el individuo, la otra se conecta con
el problema mismo de existencia y formas de la interacción entre agentes intencionales.
Para ambos problemas puede encontrarse una interesante vía de reflexión en las actuales
discusiones sobre la teoría de la elección racional y la teoría de los juegos. La
articulación sintética de los dos procesos, la elección y la interacción, nos parece
fundamental. El modelo estándar de elección racional, con su insistencia en la estricta
capacidad de los individuos como átomos aislados, ha impregnado buena parte de la

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filosofía de la ciencia y, en mi opinión, resulta fundamental superarlo para mejorar
nuestra capacidad de interpretación de ese fenómeno social que conocemos como
ciencia. Esa vinculación a un modelo poco refinado de individuo racional y nada
relacional creo que se puede mostrar hasta un grado insospechado en las obras de
Hempel, Nagel, Popper, o Laudan.
Pero quizás lo más pertinente para el momento actual es que esa visión
tradicional tiene muchas dificultades en comprender fenómenos muy nuevos que
precisan análisis. Me refiero al enorme giro pragmático “colectivo” que con relación a
la generación y difusión del conocimiento ha supuesto la emergencia de la sociedad red
posibilitada por un conjunto de tecnologías de la información que están produciendo
nuevas formas de sociabilidad. Estamos asistiendo a un cambio muy profundo de la
forma de funcionamiento y de coordinación de las sociedades, se ha hablado incluso de
un nuevo “sistema operativo social” de las sociedades entretejidas o entrelazadas (L.
Raine y Wellman, Networked Society, 2012).
Las derivaciones consecuencialistas de la teoría de la elección conectada con la
utilidad máxima esperada, que aparecen en la mayor parte de esos filósofos de la ciencia
han mantenido separadas de una u otra forma la ciencia como producto y la ciencia
como actividad, en mi opinión en un sentido bastante alejado del proyecto integrador de
la ciencia unificada, uno de cuyos componentes, al menos programático, era la
comprensión de la ciencia como actividad y la expansión de la actitud científica, crítica,
deliberativa, a las formas de organización de la ciencia y de la sociedad. La elección por
optimización en cualquiera de los campos en que se plantea, sea en el espacio más
restringido de los valores cognitivos, sea en el general de los intereses sociales de los
científicos, produce diversos problemas, pero una de sus consecuencias más negativas
es la perspectiva desintegrada, descompuesta, no unificada de la actividad científica.
Generando múltiples dicotomías, separaciones y antagonismo en campos de estudio que
se beneficiarían de esa acción integrada. Esas barreras conceptuales ponen dificultades a
la comprensión de fenómenos como la emergencia de un nuevo tipo de práctica
científica, la Networked Science (M. Nielsen, Reinventing Discovery:The New Era of
Networked Science, Princeton U.P, 2013).
Para avanzar en las actividades propias de la filosofía de la ciencia me parece
importante la lectura de ese libro a la luz de otro también recientemente publicado,
Networked: The New Social Operating System de Lee Rainie y Barry Wellman (2012).
Ambos textos parecen estar aparentemente alejados de la reflexión epistemológica pero

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señalan a cambios muy profundos en las prácticas científicas y, de manera incluso más
general, en las formas de relación entre la ciencia y sus públicos; sobre todo porque nos
ayudan, en mi opinión, a comprender cómo cambia de manera radical la misma noción
de público. En cierto sentido son cambios que nos reformulan la agenda científica y,
sobre todo, la agencia de la ciencia.
La caracterización misma del público ya fuese como testigo, testimonio y
garante de la fidelidad del experimento, o ya fuera como receptor de los beneficios o los
daños de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, incluso al considerarle como
financiador indirecto de la ciencia mediante el hipotético contrato social que
supuestamente ha facilitado la expansión de la investigación científica durante la
segunda mitad del siglo xx, todo ello está siendo sometido a cambios y
reconsideraciones muy profundas.
Se trata de una situación que tiene ciertos paralelismos con la posibilidad de
adoptar un nuevo papel por parte de los usuarios en el campo de la innovación, tanto en
lo que se conoce como innovación social como lo que se caracteriza como innovación
abierta, los usuarios van adquiriendo un papel activo y productivo, más allá de su
presencia como consumidores, precisamente por las nuevas posibilidades tecnológicas
que dotan de nuevas capacidades a esos usuarios. En esos ámbitos incluso se ha
acuñado el término de prosumer para señalar a ese nuevo papel del consumidor
productivo. Esas nuevas posibilidades son las que me parece que resulta interesante
explorar en el caso de la ciencia (mejor casi diría en la tecnociencia) contemporánea.
Unas nuevas posibilidades tecnológicas que permiten expandir el espacio de los agentes
de la producción tecnocientífica bastante más allá de las fronteras tradicionales entre el
científico, el experto en algún campo y el resto de la ciudadanía, los públicos, los
usuarios, los consumidores de la tecnociencia y sus variadas aplicaciones. Se trata de
revisar algunas tendencias que suponen auténticos dilemas y desafíos para la
investigación científica.
Los libros de Nielsen y de Rainie-Wellman intentan fijar nuestra atención en
cómo las formas de funcionamiento de nuestras sociedades, entendidas habitualmente
como agregación de individuos, aunque se incorporen las formas de estructuración de
los individuos en grupos, colectividades y clusters de todo tipo, han cambiado
radicalmente porque se ha abierto la posibilidad de una forma de acción nueva. Un
nuevo tipo de prácticas, un conjunto nuevo de relaciones que reconfiguran a un
individuo interconectado, entretejido que puede estar más atento a la producción

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conjunta social porque dispone de muchos más lugares de referencia para entretejer su
práctica social. En mi opinión, Rainie y Wellman, nos plantean una muy potente
metáfora para unos nuevos mundos, la que se recoge en la expresión nuevo sistema
operativo social. El desplazamiento hacia la perspectiva networked introduce una nueva
manera de comprender la acción y las interacciones. Y ese fenómeno también se da en
la práctica científica contemporánea. La presencia de agentes múltiplemente
interconectados, como actores posibles de la práctica tecnocientífica, transforma las
redes tradicionales de producción científica, los colegios invisibles, las fuentes de
autoridad y de prestigio. Más allá del acceso a cantidades inmensas de información,
facilitadas por una primera fase de incorporación de las tecnologías de la información,
aparece en el horizonte una nueva forma de gestión “social” de la información y de su
sobreabundancia. Estamos inmersos en procesos en los que resulta imprescindible la
actividad “tecnocrítica” sobre el conocimiento, sus fuentes y su incidencia social. Las
redes sociotecnológicas suponen un importante desafío (cognitivo y social) para la
universidad y los centros de investigación tradicionales. Cabe la posibilidad de que
estemos ante una importante oportunidad si superamos falsos dilemas y avanzamos en
la senda de la ciencia interconectada, la networked science Y en gran medida de todo
esto es de lo que habla Nielsen en Reinventing Discovery.
En mi opinión, y como he dicho en algún otro lugar, las redes sociales
tecnológicas y las muy diversas arquitecturas de elección transforman la función experta
incluso en ámbitos culturales. Wikis, Twikis, Cloudworks, Academia.edu, Facebook
Group, Google Groups, Twitter y otros múltiples tipos de comunidades virtuales que
facilitan la comunicación, el establecimiento de procesos argumentativos y
controversias científicas, la realización conjunta de práctica científica (incluida la
experimental, laboratorios remotos, etc.), nos plantean la posibilidad de la team science,
de la crowd science (antiguo oxímoron, realidad manifiesta hoy), del conocimiento
generado en una nuevo noción de equipos científicos, de cómo muchas mentes pueden
producir conocimiento, por utilizar el subtítulo de un libro de Cass R. Sunstein
Infotopía. . La crowdscience no es la ciencia para el pueblo, no es science for the
people, es ciencia hecha por las colectividades, la ciencia generada y producida por la
posibilidad tecnológica de participación y actividad masiva. No es simplemente la idea
más o menos utilizada por algunos teóricos de ciencia postnormal debida a una genérica
intervención de los usuarios, es por el contrario una intervención avanzada que provoca
un cambio al introducir valores más amplios que quienes suponían un cambio en la

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práctica de la ciencia debido a las demandas sociales sobre la ciencia, es más profundo,
es la posibilidad de producción de conocimiento colectivo, la producción de
conocimiento por participación estructurada de multitudes. La idea de masivo no tiene
que ver con la vieja noción de masa (y de los temores conservadores ante las masas o de
la posibilidad de manipulación desde una izquierda demagógica), solamente tiene un
aire de familia por el número pero cambia rádicalmente por las formas de organización
de ese número. La producción de conocimiento, incluso las posibilidades técnicas de
mercados previos, nos permiten hablar de procesos de creación de conocimiento a
partir de experiencias de base (grassroot) mediante generalización o externalización
social en los media -crowdsourcing-. Así nos encontramos incluso que la
crowdexpertise está ya presente http://www.expertlabs.org/
En otros momentos he planteado que la sociedad red transforma la vida
cotidiana, las diversas manifestaciones culturales, los negocios, las esferas más diversas
de la vida privada y social (Álvarez: “Ciberciudadanía, cultura y bienes públicos”,
Árbor, 2009, http://goo.gl/a6Olm).
Las transformaciones producidas por Internet, la ubicuidad de nuestra misma
actividad, los dispositivos moviles y las redes sociotecnologicas sustentadas en
aplicaciones de tecnologías de la información y la comunicación, producen una
suerte de triple anudamiento, de transformación revolucionaria, de cambio, que
señala a la aparición de lo que Rainie y Wellman llaman el networked individualism,
el individualismo entretejido o interconectado. Vale la pena observar cómo
cualquier actividad del mundo analógico se va transformando y se sitúa en un
nuevo espacio, el espacio de la sociedad entretejida, de la sociedad de las prácticas
expandidas y de la realidad aumentada. Observamos que los individuos van
dotándose de nueva capacidades para la acción y para la recepción de información
y consiguen diseñar un campo más amplio de la actividad humana, se han creado
las condiciones de posibilidad para que un incremento de los enlaces, de las
conexiones entre los individuos, por decirlo así, permitan generar una masa crítica,
un nivel de acción que produce una inversión de la práctica anterior. Hay muchos
ámbitos en los que se están produciendo esos cambios, por ejemplo entre las
llamadas humanidades digitales, en las formas de comunicación de los científicos
(el blogging científico), incluso en las formas más elementales de sistematización
de la información (el tránsito de la Enciclopedia Británica a la Wikipedia). Ahora sí

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que podríamos utilizar la difusa noción kuhniana de cambio de paradigma para
tratar de comprender unos fenómenos radicalmente nuevos y generadores de
nuevas prácticas.

Una de las cuestiones que está cambiando de manera muy profunda es la que se
relaciona con el científico o el pensador individual que parecía ser la expresión base de
la primera mitad del siglo XX. Me parece que también resulta casi evidente que la
sociedad red está cambiado las mismas formas de producción científica, lo que debería
ponernos en alerta a los filósofos de la ciencia si no queremos que nuestra reflexión sea
pura historia de la ciencia, o arqueología (de mala calidad) de la ciencia. Tenemos
mucha tarea por delante.

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