Rosatti (5) - Régimen Politico (A) Democracia

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LA DEMOCRACIA

Dr. HORACIO ROSATTI


Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales
Profesor titular de Derecho Constitucional
Conjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación

1. Cuando decimos “democracia”

El pensamiento contemporáneo se desenvuelve en medio de un universo de


palabras cuyo significado está puesto constantemente en duda. El lenguaje,
entendido como vehículo de comunicación a la vez que como característica
distintiva de la „hominidad‟, se ha enriquecido tanto en sus variantes como
empobrecido en sus contenidos. Se ha hecho común que cada escritor u
orador redacte o arengue en su propio „código verbal‟ (por afán perfeccionista,
por originalidad o porque su propuesta sólo resulta congruente si se la analiza
dentro del contexto terminológico inventado). Como consecuencia de lo
anterior, los vocablos han dejado de ser „unívocos‟ para transformarse en
„multívocos‟ y generar „equívocos‟, haciendo cierta la advertencia del filósofo
cuando afirma que „sólo puede definirse aquello que no tiene historia‟.
La pérdida del factor común que constituía la palabra unívoca como
instrumento de comunicación verbal repercute en la dificultad para entablar
diálogos (generándose el efecto propio de la conversación entre sordos, donde
cada uno dice lo suyo sin escuchar al otro), y en el consecuente
empobrecimiento de los intercambios que –en razón de partir de palabras que
se escriben igual pero que quieren decir cosas diferentes- no pueden
relacionarse, compararse, medirse, confrontarse y –eventualmente-
enriquecerse. El recogimiento del pensamiento sobre sí mismo –consecuencia
inevitable del recogimiento del hombre sobre sí mismo- conlleva a la
construcción de sistemas autorreferenciales, que partiendo de una palabra
culminan en una ideología completa y autosuficiente. De modo que todo intento
por ligar, vincular, relacionar o comparar los pensamientos debe partir de un
presupuesto: despejar las dudas sobre los significados del lenguaje utilizado.
Resulta cada vez más difícil escribir sobre los „grandes temas‟ sin caer en la
tentación de escribir sobre las „grandes palabras‟ (*1). La democracia ha sido,
desde la civilización helénica, un gran tema y, desde la Revolución francesa,
también una gran palabra (*2); no hay régimen político en el mundo que –aún
ubicándose en las antípodas de un mínimum democrático- no se exhiba ante el
mundo como un tipo de democracia (democracia liberal, democracia social,
democracia popular, democracia de masas, etc.). “Vivimos –dice Sartori-, por
tanto, inequívocamente en una época de „democracia confusa‟. Podemos
aceptar que el término democracia comprenda diversos significados. Pero que
pueda significar cualquier cosa es demasiado” (*3).
Conviene entonces aclarar qué decimos „cuando decimos democracia‟.

2. Las respuestas incompletas


Las respuestas históricas formuladas en torno a lo que debe entenderse por
democracia pueden clasificarse en dos grupos: o se trata de un régimen que
realiza valores o se trata de un consenso sobre procedimientos.
A. La teoría de los valores.
La primera respuesta (democracia axiológica) remite a las palabras de Pericles:
“Por estas cosas y otras muchas, podemos tener en grande estima y
admiración ésta nuestra ciudad, donde viviendo en medio de la riqueza y
suntuosidad, usamos la templanza y hacemos una vida morigerada y filosófica;
es a saber, que sufrimos y toleramos la pobreza sin mostrarnos tristes ni
abatidos y usamos de las riquezas más para las necesidades y oportunidades
que se pueden ofrecer que para la pompa, ostentación y vanagloria. Ninguno
tiene vergüenza de confesar su pobreza, pero tiénela muy grande de evitarla
con malas obras.” (*4).
Convertida en un régimen que propugna la realización social de valores tales
como la libertad, la igualdad o la fraternidad, la democracia axiológica parte del
presupuesto de considerar a los valores como algo terminado, no necesitado
de actualización, que espera ser des-cubierto o de-velado.
Se trata de un presupuesto que, a su vez, plantea preguntas inquietantes: en
primer lugar, la pregunta acerca de quién es el que define –si no es „el pueblo
participando‟- los valores a seguir; y, en segundo lugar, cómo se resuelve el
problema del conflicto entre valores que –en principio- tienen la misma
valencia. En realidad, las preguntas anteriores no hacen sino introducir la
historicidad propia de lo humano en el universo intemporal de los valores. Si no
se prevé la participación popular (y por ende cierta vertiente „procesalista‟ de la
democracia), la respuesta a las preguntas acerca de cuáles son los valores a
respetar, cuál es el orden de prioridad en caso de conflicto y cómo se evalúa la
performance de un régimen político –justamente en términos de respeto de los
valores establecidos- quedaría reservada a una sola persona o a un selecto
grupo de personas. Siguiendo el razonamiento, el sistema emergente será más
parecido a un „despotismo ilustrado‟ (el gobierno para el pueblo pero sin el
pueblo) antes que a una democracia.
En el extremo, la utopía de lograr „el bienestar sin participación‟ no ha tenido –
en la experiencia histórica concreta- una realización sustentable en el tiempo
(*5).
B. La teoría de los procedimientos.
La segunda respuesta (democracia procesal) remite a la técnica de gestión de
la „cosa pública‟ y a los mecanismos de participación de la sociedad en un
Estado concebido como organización.
Afirman Przeworski, Álvarez, Cheibub y Limongi:
“Definimos la democracia como un régimen en el cual la ocupación de los
cargos gubernamentales es el resultado de elecciones competitivas. Sólo si la
oposición tiene permitido competir, ganar y ocupar los cargos, el régimen es
democrático”. “Esta definición tiene dos partes: „cargos‟ y „competencia‟”.
Respecto de los „cargos‟, afirman los autores que “lo que es esencial para
considerar democrático a un régimen es que dos tipos de cargo sean ocupados
por medio de elecciones: el cargo de jefe del ejecutivo y los escaños del cuerpo
legislativo efectivo”. Respecto de la „competencia‟, continúan los autores,
“…viene dada por la existencia de una oposición que tiene ciertas posibilidades
de ganar los cargos del gobierno como consecuencia de las elecciones”; y
agregan: “consideramos democracias sólo a aquellos sistemas en que los
partidos gobernantes efectivamente perdieron las elecciones”, pues “la
alternancia en los cargos constituye evidencia „prima facie‟ de la competencia”
(*6).
La respuesta „procesalista‟ de la democracia tiene –a su vez- dos
ramificaciones, conforme se privilegie al „pueblo elector‟ o a los „potenciales
elegidos‟. En el primer caso, los mecanismos participativos son analizados
como herramientas para traducir „la voluntad popular‟ en „decisiones
gubernamentales‟ (teoría de la representación política); en el segundo caso,
son asumidos como herramientas de „la clase dirigente‟ para captar „el voto
popular‟ (teoría del caudillaje competitivo). Emmanuel Sieyes encarna la
vertiente „procesal-representativa‟ de la democracia (*7); Joseph Schumpeter
expresa la vertiente „procesal-elitista‟ de la democracia en los siguientes
términos: “Método democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las
decisiones políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por
medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo” (*8).
Uno de los cuestionamientos más escuchados hacia la teoría de la democracia
procesal es aquel que afirma que la decisión de las mayorías (tanto para elegir
a un gobernante cuanto para tomar una medida de gobierno) no es infalible
(*9), y que –en todo caso- las opiniones mayoritarias son siempre transitorias
(se suele citar –como ejemplo de este reproche- que mayorías circunstanciales
legitimaron el acceso al poder y las políticas subsecuentes del nazismo en
Alemania). Linz y Stepan afirman que “… no debería llamarse democrático a un
régimen a menos que sus gobernantes gobiernen democráticamente. Si los
representantes políticos elegidos libremente (no importa la magnitud de su
mayoría) infringen la constitución, violan los derechos de los individuos y las
minorías, interfieren en las funciones legítimas de la legislatura, transgrediendo
así los límites de un Estado de Derecho, sus regímenes no son democracias”
(*10).
En el extremo, la utopía del reemplazo de los valores por el consenso sobre
procedimientos conlleva a reemplazar a la teoría política por la teoría de los
juegos, haciendo cierta la ironía del poeta cuando afirma que „la democracia es
una superstición basada en la estadística‟.

3. Hacia una respuesta integradora

En realidad, tanto la dimensión „axiológica‟ cuanto la „procesal‟ deben


entenderse como complementarias y no como contradictorias. No hay
verdadera democracia sin el concurso de ambas dimensiones; cuando una de
ellas falta estamos ante un remedo de democracia que -tarde o temprano-, por
sus métodos o por sus resultados, será socialmente percibido como un régimen
diferente.
Una versión democrática que se circunscriba a los mecanismos procesales
para la obtención de consensos, que se autodefina como „un lugar vacío‟ en el
que constantemente se diluyen „los indicadores de certeza‟ o „las referencias de
la certidumbre‟ (*11), que se presente como una arena imparcial en la que lo
importante es el procedimiento antes que la consecución de fines valiosos,
terminará por convertirse en un entretenimiento lúdico. Y recíprocamente, una
versión democrática que no contemple la participación y el debate para definir
prioridades terminará por convertirse en un régimen paternalista, de corte
autoritario o totalitario.
Desde una perspectiva desprejuiciada y constructiva (aunque no ingenua) es
posible descubrir una intensa (y aún necesaria) vinculación entre „valores‟ y
„procedimientos‟, en los siguientes dos sentidos:
 Los valores no se encarnan en abstracto, necesitan de una cierta
actualización o contextualización que, en un sistema genuinamente
democrático, sólo puede lograrse mediante mecanismos procesales
participativos que contemplen las necesarias circunstancias de tiempo y
lugar. A este camino que discurre por los procedimientos para realizar
los valores „en concreto‟ lo llamaremos “procedimentalización de los
valores”.
 Los procedimientos no sólo deben ser considerados como instrumentos;
también ellos constituyen una expresión decantada del pensamiento
comunitario, en la medida en que para su formulación se han debido
ponderar distintas alternativas (escogiéndose algunas y desechándose
otras); tal ponderación supone la formulación –explícita o implícita- de
valoraciones o, cuanto menos, de juicios de congruencia entre las
opciones procesales posibles y la forma de pensar de la comunidad que
habrá de aplicarlas. A este camino que discurre por los procedimientos
para descubrir los valores intrínsecos que expresan lo llamaremos
“valiosidad de los procedimientos”.

A. “Procedimentalización” de los valores.


Desde un punto de vista lógico, el primer debate en un sistema democrático es
el debate sobre las reglas del debate futuro. Un debate que permita resolver
cómo habrá de desarrollarse la deliberación (de modo que se garantice la igual
posibilidad de expresión de todos), cuándo habrá de finalizar (de modo que el
final logre hacer compatibles la „madurez‟ de las deliberaciones –requisito
intrínseco al debate- y la „tempestividad‟ del resultado de las deliberaciones –
requisito extrínseco al debate-) y cuál será el criterio rector para tomar las
decisiones (definiéndose la modalidad con que habrá de formarse la mayoría).
La elección de un procedimiento eficaz, en tanto socialmente compartido en su
elaboración y transparente en su funcionamiento, estará en condiciones de
lograr dos objetivos fundamentales:
 tomar las decisiones más acertadas posibles (o al menos reducir el margen
de error a la mínima expresión dentro de la humana imperfección); y,
 garantizar una defensa social amplia de esas decisiones frente al embate
de intereses sectoriales.
En efecto, si la participación es generalizada e igualitaria, acercándose a una
situación ideal de „isegoría‟ e „isopsephia‟ plenas (*12), el margen de acierto de
las decisiones se incrementará, en la medida en que se escucharán y
ponderarán innúmeros argumentos, cuya confrontación permitirá eliminar los
más inconsistentes y construir una decisión con los más sustentables. Dicho de
otro modo: mientras más nos acerquemos a la situación ideal menor será el
margen de error en las decisiones. Téngase presente que no se trata de debatir
respecto de cuestiones propias de las llamadas „ciencias duras‟, al estilo de si
el calor dilata o no los metales y resolver el debate mediante una votación,
aplicando el principio de la mayoría; se trata de analizar y resolver cuestiones
sociales sobre la base del sentido común. Y si el sentido común no le
pertenece –por definición- a una sola persona, ¿no es razonable pensar que
pueda deducirse o construirse, en cada caso concreto, con el concurso
igualitario de todos?. O cuanto menos: ¿no es razonable pensar que con el
concurso igualitario de todos se reduce el margen de error, de irrazonabilidad o
de insensatez?.
En el extremo de esta posición, Stuart Mill expresa: “Si toda la humanidad,
menos una persona, fuera de una misma opinión, y esta persona fuera de una
opinión contraria, la humanidad sería tan injusta impidiendo que hablase como
ella misma lo sería si teniendo poder bastante impidiera que hablara la
humanidad. Si fuera la opinión una posesión personal que sólo tuviera valor
para su dueño; si el impedir su disfrute fuera simplemente un perjuicio
particular, habría una diferencia entre que el perjuicio se infligiera a pocas o a
muchas personas. Pero la peculiaridad del mal que consiste en impedir la
expresión de una opinión es que se comete un robo a la raza humana; a la
posteridad tanto como a la generación actual; a aquellos que disienten de esa
opinión, más todavía que a aquellos que participan en ella. Si la opinión es
verdadera se les priva de la oportunidad de cambiar el error por la verdad; y si
es errónea, pierden lo que es un beneficio no menos importante: la más clara
percepción y la impresión más viva de la verdad, producida por su colisión con
el error” (*13).
A su turno, si el debate ha sido lo suficientemente extenso e intenso, la
decisión resultante será por todos conocida, cabiendo presumir que una parte
importante de los intervinientes habrá participado en su elaboración (o prestado
su asentimiento por convicción). Y es sabido que siempre se está dispuesto a
defender aquello en lo que se ha participado, pero difícilmente se adopta la
misma actitud sobre aquello que pretende imponerse desde afuera (*14).
B. “Valiosidad” de los procedimientos.
En tanto no se considere al tema de los valores de una sociedad como un tema
solamente teórico, podría decirse que el diseño (como matriz) y el
funcionamiento (como práctica) de las instituciones políticas constituyen un
buen lugar donde buscarlos. Dicho de otro modo: “Una matriz de instituciones
„está en conformidad‟ con un conjunto de valores cuando alguien que
comprende y suscribe esos valores y sabe cómo funcionan las instituciones la
aprobaría” (*15).
A título de ejemplo:
 la garantía de libre expresión para todos asegurada en la reglamentación
que regula el debate parlamentario, revela la importancia que la comunidad
otorga a la libertad de pensamiento y a la igualdad de oportunidades (*16);
 la exigencia reglamentaria de producir varias votaciones (y no sólo una),
concordantes en el resultado pero separadas en el tiempo, como condición
previa para validar ciertas decisiones, supone la jerarquización de los
valores concernidos en la materia debatida;
 la ponderación -y eventual asignación de un rol específico- al pensamiento
devenido minoritario como consecuencia de una votación, permite deducir
que la tolerancia forma parte de los valores compartidos por la comunidad.
Los ejemplos podrían multiplicarse. En el extremo, podría incluso concluirse
que la matriz y el funcionamiento institucionales reflejan los valores socialmente
compartidos y que los productos emergentes de las votaciones no son sino la
resultante de aplicar tales valoraciones a cuestiones de hecho necesitadas de
una adecuada ponderación axiológica.
Sin llegar tan lejos, no sería exagerado afirmar que la perspectiva
“procedimental” de la democracia se afirma en presupuesto “valorativo”,
ciertamente extrínseco a las reglas que regulan el debate y la obtención de la
conclusión: tal presupuesto es la „buena fe‟. La „buena fe‟ supone, durante el
debate que precede a las decisiones, estar dispuesto a escuchar los
argumentos del otro y estar dispuesto a cambiar el propio punto de vista si las
razones del otro resultan más convincentes que las propias. Supone también,
una vez finalizado el debate, aceptar las decisiones de la mayoría, aunque no
se las comparta.
Por ello, es razonable sostener que esta vertiente procesalista de la
democracia no es neutra desde la perspectiva valorativa, sino que se afirma en
una concepción antropológica que –como mínimo- descarta la necedad
humana.
C. Palabras de síntesis.
Sólo un sistema democrático “integral”, que propicie la participación de todos y
se proponga la consecución de fines valiosos (asumiendo que la participación
no es sólo instrumental y que los valores no están exentos de actualización
procesal), será capaz de comprender la complejidad de los problemas sociales
y de lograr soluciones adecuadas.
Pericles resumió el valor „epistemológico‟ (*17) que surge de la síntesis de las
“dos democracias” con pocas pero elocuentes palabras:
“Todos cuidan de igual modo de las cosas de la república que tocan al bien
común como de las suyas propias, y ocupados en sus negocios particulares
procuran estar enterados de los del común. Sólo nosotros juzgamos al que no
cuida de la república, no solamente por ciudadano ocioso y negligente sino
también por hombre inútil y sin provecho. Cuando imaginamos algo bueno,
tenemos por cierto que consultar y razonar sobre ello no impide realizarlo bien
sino que conviene discutir como se debe hacer la obra antes de ponerla en
ejecución” (*18)
Pericles habla de „todos‟ y de „nosotros‟ para evidenciar la dimensión
cuantitativa de la participación y utiliza los verbos „consultar‟, „razonar‟ y
„discutir‟ para calificar esa participación. Pero no se trata de una participación
sin tema ni de un debate sin destino: „todos nosotros‟ –dice Pericles- debatimos
sobre los „asuntos comunes‟; y no de cualquier manera ni sobre cualquier idea:
„cuidamos‟ y „nos ocupamos‟ „de igual modo‟ sobre „algo bueno‟, sobre el „bien
común‟.
La secuencia lógica es la siguiente: primero „imaginamos algo bueno‟, luego
„discutimos como hacerlo‟ y finalmente „lo realizamos‟. Sin una idea que nos
entusiasme –parece decir Pericles- no podemos debatir. El debate mismo
sobre la democracia es, en primer lugar, el debate sobre la idea de la
democracia. Y es que –como ha dicho Sartori- “las democracias existen porque
las hemos inventado, porque están en nuestras mentes y en la medida en que
comprendemos cómo mantenerlas bien y vivas” (*19).

CITAS
(*1) En la tragedia “Filoctetes”, Sófocles pone en boca de Ulises la siguiente reflexión: “Veo
que en la vida de los hombres es la palabra y no la acción lo que conduce todo”.
Sobre esto: SENGER, Jules, “El arte de la oratoria”, Ed. Mirasol, Buenos Aires, 1962.

(*2) MALIANDI, Ricardo, “Justificación de la democracia”, en VV.AA., “En torno a la


democracia”, Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1990, pág. 48 y ss.

(*3) SARTORI, Giovanni, “Teoría de la democracia”, Ed. Alianza Universidad, Madrid, 2000,
trad. Santiago Sánchez González, t. I (El debate contemporáneo), pág. 25.

(*4) Extraído de TUCÍDEDES, “Historia de la Guerra del Peloponeso”, Libro II, VII.

(*5) “No cabe hacer felices a los hombres contra su voluntad”. VON MISES, Ludwig,
“Liberalismo”, Ed. Planeta-Agostini, Barcelona, 1994, trad. Joaquim Reig Albiol, pág. 67.

(*6) PRZEWORSKI, Adam, ÁLVAREZ, Michael, CHEIBUB, José Antonio y LIMONGI,


Fernando, “Las condiciones económicas e institucionales de la durabilidad de las
democracias”, en „La Política‟, Revista de Estudios sobre el Estado y la Sociedad, Ed. Paidós,
Barcelona, 1996, trad. Ignacio Miri, n° 2, pág. 105 y ss.

(*7) Protagonista de la Revolución francesa, Emmanuel Sieyes formula las tres peticiones de
representación del „Tercer Estado‟: “Que los representantes del Tercer Estado no sean
elegidos más que entre los ciudadanos que pertenezcan verdaderamente a él”; “Que sus
diputados sean iguales en número a los de las dos clases privilegiadas”; y “Que los Estados
Generales voten no por clases, sino por cabezas”.
SIEYES, Emmanuel J., “¿Qué es el Tercer Estado?”, Ed. Universidad Nacional Autónoma de
México, México, 1983, trad. José Rico Godoy (en especial, Capítulo III).

(*8) La decisión del electorado, “glorificada ideológicamente en la expresión „llamada del


pueblo‟ no fluye de su iniciativa, sino que es configurada, y su configuración es una parte
esencial del proceso democrático. Los electores no deciden problemas pendientes. Pero
tampoco eligen a los miembros del Parlamento, con plena libertad, entre la población elegible.
En todos los casos normales la iniciativa radica en el candidato que hace una oferta para
obtener el cargo de miembro del Parlamento y el caudillaje local que puede llevar consigo. Los
electores se limitan a aceptar su oferta con preferencia a las demás o a rechazarla”.
SCHUMPETER, Joseph A., “Capitalismo, socialismo y democracia”, Ed. Aguilar, México, 1963,
trad. José Díaz García, pág. 343 , 359, cc y ss.
En la medida en que ponen énfasis en los intereses de la clase gobernante antes que en la
expectativa de lo gobernados, Gaetano Mosca (con su „teoría de la clase dirigente‟), Wilfredo
Pareto (con su „teoría de las élites políticas‟) y Robert Michels (con su „ley de hierro de la
oligarquía‟) pueden incluirse dentro de la vertiente „procesal-elitista‟ de la democracia.
(*9) Ya en 1815 Benjamín Constant escribía: “La voluntad de todo un pueblo no puede hacer
justo lo que es injusto”. CONSTANT, Benjamín, “Principios de política”, Ed. Aguilar, Madrid,
1970, trad. Josefa Hernández Alfonso, pág. 16.

(*10) LINZ, Juan J., y STEPAN, Alfred, “Hacia la consolidación democrática”, en „La Política‟,
op. cit., trad. Ignacio Miri, n° 2, pág. 29 y sgte.

(*11) LEFORT, Claude, “Democracia y advenimiento de un „lugar vacío‟”, artículo publicado en


el Boletín del Colegio de Psicoanalistas de París en marzo de 1982, luego incluido en el libro
del mismo autor titulado “La invención democrática”, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1990,
trad. Irene Agoff, pág. 187 y ss.

(*12) „Isegoría‟: igual derecho a expresarse; „Isopsephia‟: igual peso del voto.

(*13) STUART MILL, John, “Sobre la libertad”, Ed. Sarpe, Madrid, 1985, trad. Pablo de
Azcárate, pág. 47.

(*14) “¿Cómo podemos ser responsables de decisiones que no podemos controlar?. Si no


podemos influir en la conducta de los cargos de gobierno, ¿cómo podemos responsabilizarnos
de sus actos?”. DAHL, Robert, “La democracia. Una guía para los ciudadanos”, Ed. Taurus,
Buenos Aires, 1999, trad. Fernando Vallespín, pág. 67.

(*15) COHEN, Joshua, “El comunitarismo y el punto de vista universalista”, en „La política‟,
Revista de estudios sobre el Estado y la Sociedad, Ed. Paidós, Barcelona, 1996, trad.
Sebastián Abad, n° 1, pág. 85.
Es sumamente interesante el debate que plantea Cohen en el artículo precitado al pensamiento
de Michael Walzer, en especial al de su obre “Spheres of Justice”.

(*16) DAHL, R., op. cit., pág. 60.

(*17) Sobre el valor „epistemológico‟ de la democracia: NINO, Carlos S., “La paradoja de la
irrelevancia moral del gobierno y el valor epistemológico de la democracia”, en VV.AA., “En
torno…”, op. cit., pág. 97 y ss.

(*18) Extraído de TUCÍDEDES, op. cit., Libro II, VII.

(*19) SARTORI, G., op. cit., t. I, pág. 40.

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