Inteligencia Emocional 1
Inteligencia Emocional 1
Inteligencia Emocional 1
Inteligencia emocional (IE) es una construcción psicológica que mide la capacidad de las personas
para reconocer sus propias emociones y las de los demás, discriminar entre diferentes
sentimientos y reconocerlos adecuadamente, utilizar información emocional para guiar el
pensamiento y la conducta, y administrar o ajustar las emociones para adaptarse al ambiente o
conseguir objetivos.
El primer uso del término inteligencia emocional se atribuye a Wayne Payne, quien lo menciona en
su tesis doctoral Un estudio de las emociones: el desarrollo de la inteligencia emocional (1985).
Stanley Greenspan también propuso un modelo de inteligencia emocional en 1989, al igual que
Peter Salovey y John D. Mayer.
La región más primitiva del cerebro es el tronco encefálico, que regula las funciones vitales
básicas, como la respiración o el metabolismo, y lo compartimos con todas aquellas especies que
disponen de sistema nervioso, aunque sea muy rudimentario. De este cerebro primitivo
emergieron los centros emocionales que, millones de años más tarde, dieron lugar al cerebro
pensante: el neocórtex. El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que
éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el
pensamiento y el sentimiento.
El neocorteza cerebral aumenta la sutileza y la complejidad de la vida emocional, pero no la
gobierna en totalidad de la vida emocional porque, en estos asuntos, delega su cometido en el
sistema límbico. Esto le da a los centros de la emoción un poder extraordinario para influir en el
funcionamiento global del cerebro, incluyendo al pensamiento.
LeDoux descubrió que la octava zona cerebral por la que pasan las señales sensoriales
procedentes de los ojos, y de los oídos es el tálamo y, a partir de ahí y a través de una sola
sinapsis, a la amígdala. Otra vía procedente del tálamo lleva la señal hasta el neocórteza,
permitiendo que la amígdala comience a responder antes de que el neocórtex haya ponderado la
información.
Según las neurociencias contemporáneas, la amígdala prepara una reacción emocional ansiosa e
impulsiva, pero otra parte del cerebro se encarga de elaborar una respuesta más adecuada. El
regulador cerebral que desconecta los impulsos de la amígdala parece encontrarse en el extremo
de una vía nerviosa que va al neocórteza, en el lóbulo prefrontal. El área prefrontal constituye una
especie de modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y otras regiones del
sistema límbico, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y proporcionada. El lóbulo
prefrontal izquierdo parece formar parte de un circuito que se encarga de desconectar y atenuar
los impulsos emocionales más perturbadores.
Las conexiones existentes entre la amígdala (y las estructuras límbicas) y el neocórtex constituyen
el centro de gestión entre los pensamientos y los sentimientos. Esta vía nerviosa explicaría el
motivo por el cual la emoción es fundamental para pensar eficazmente, tomar decisiones
inteligentes y permitirnos pensar con claridad. La corteza prefrontal es la región cerebral que se
encarga de la «memoria de trabajo».
Cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir que «no podemos pensar bien» y
permite explicar por qué la tensión emocional prolongada puede obstaculizar las facultades
intelectuales del niño y dificultar así su capacidad de aprendizaje. Los niños impulsivos y ansiosos,
a menudo desorganizados y problemáticos, parecen tener un escaso control prefrontal sobre sus
impulsos límbicos. Este tipo de niños presenta un elevado riesgo de problemas de fracaso escolar,
alcoholismo y delincuencia, pero no tanto porque su potencial intelectual sea bajo sino porque su
control sobre su vida emocional se halla severamente restringido.
Las emociones son importantes para el ejercicio de la razón. Entre el sentir y el pensar, la emoción
guía nuestras decisiones, trabajando con la mente racional y capacitando —o incapacitando— al
pensamiento mismo. Del mismo modo, el cerebro pensante desempeña un papel fundamental en
nuestras emociones, exceptuando aquellos momentos en los que las emociones se desbordan y el
cerebro emocional asume por completo el control de la situación. En cierto modo, tenemos dos
cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional
y nuestro funcionamiento vital está determinado por ambos.
El psicólogo estadounidense John Maxtell rompe el concepto de dos cerebros o distintos tipos de
inteligencia. Basándose en su teoría de la evolución auto-condicionada, afirma que nuestra capa
de pensamiento racional se ha desarrollado para cubrir a nuestro lado emocional, la razón nos
proporciona el cómo. Solo percibimos nuestras emociones en momentos de desbordamiento, lo
cierto es que las tenemos constantemente. Todo nuestro pensamiento, comportamiento personal
y social está orientado a mantenernos dentro de los límites de nuestro confort emocional y, en
resumidas cuentas, vivos.
«Los hombres que poseen una elevada inteligencia emocional suelen ser socialmente
equilibrados, extrovertidos, alegres, poco dispuestos a la timidez y a rumiar sus preocupaciones.
Demuestran estar dotados de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las
personas, suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida y son afables y
cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica y apropiada; se sienten, en suma, a gusto
consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven».
«Las mujeres emocionalmente inteligentes tienden a ser enérgicas y a expresar sus sentimientos,
tienen una visión positiva de sí mismas y para ellas la vida siempre tiene un sentido. Al igual que
ocurre con los hombres, suelen ser abiertas y sociables, expresan sus sentimientos
adecuadamente (en lugar de entregarse a arranques emocionales que después tengan que
lamentarse) y soportan bien la tensión. Su equilibrio social les permite hacer rápidamente nuevas
amistades; se sienten lo bastante a gusto consigo mismas como para mostrarse alegres,
espontáneas y abiertas a las experiencias sensuales. Y, a diferencia de lo que ocurre con el tipo
puro de mujer con un elevado CI, raramente se sienten ansiosas, culpables o se ahogan en sus
preocupaciones».
«Los hombres con un elevado CI se caracterizan por una amplia gama de intereses y habilidades
intelectuales y suelen ser ambiciosos, productivos, predecibles, tenaces y poco dados a reparar en
sus propias necesidades. Tienden a ser críticos, condescendientes, aprensivos, inhibidos, a sentirse
incómodos con la sexualidad y las experiencias sensoriales en general y son poco expresivos,
distantes y emocionalmente fríos y tranquilos».
«La mujer con un elevado CI manifiesta una previsible confianza intelectual, es capaz de expresar
claramente sus pensamientos, valora las cuestiones teóricas y presenta un amplio abanico de
intereses estéticos e intelectuales. También tiende a ser introspectiva, predispuesta a la ansiedad,
a la preocupación y la culpabilidad, y se muestra poco dispuesta a expresar públicamente su
enfado (aunque pueda expresarlo de un modo indirecto)».
Inteligencia interpersonal: Capacidad de comprender a los demás; qué los motiva, cómo operan,
cómo relacionarse adecuadamente. Capacidad de reconocer y reaccionar ante el humor, el
temperamento y las emociones de los otros. Asociada a la empatía y la capacidad de entender
cómo sienten y piensan los otros.
Regular las respuestas emocionales se puede aprender. Al mismo tiempo es un signo de madurez y
de inteligencia. En la primera infancia, habitualmente no regulamos nuestra respuesta emocional,
simplemente la expresamos o explota. Socialmente se acepta y se perdona este tipo de
"sinceridad" en las respuestas emocionales de los niños más pequeños. A medida que se van
haciendo mayores, la tolerancia ante esta inmediatez en las respuestas va disminuyendo hasta
llegar a la madurez, cuando socialmente se exige la regulación emocional. Con su aprendizaje
conseguimos equilibrar dos fuerzas opuestas. Por un lado, la necesidad biológica de la respuesta
emocional, y por el otro, la necesidad de respetar determinadas normas de convivencia.
Manel Güell Barceló sostiene que no existen emociones positivas ni negativas, simplemente
existen emociones como consecuencia de la respuesta de la persona ante una situación.
Determinadas emociones son útiles y traen un beneficio al individuo y otras no. Una respuesta
emocional (alegría, ira, vergüenza) será útil en función del contexto. Si la respuesta nos ayuda a
relacionarnos con el mundo que nos rodea, con los demás y con nosotros mismos, es adaptativa y
será una emoción efectiva. Para este autor, todas las respuestas emocionales son positivas
siempre que sus consecuencias lo sean.
Se han crearon varios modelos para explicar la Inteligencia Emocional, algunos centrados en
habilidades como el Modelo de las Cuatro Ramas de Salovey y Mayer (1990),que se centra en las
habilidades o capacidades cognitivas que están involucradas en el procesamiento de la
información emocional y otros mixtos, es decir, que no solo se centran en habilidades cognitivas, si
no que agregan factores afectivos, emocionales, personales y sociales que ayudan en nuestras
habilidades de adaptación y éxito en la vida, entre ellos están el Modelo de Competencias de
Goleman (1995) y el Modelo Multifactorial o de Inteligencias no cognitivas de Bar-On (1997).
Mientras que el modelo de Goleman define la Inteligencia emocional como conjunto de
habilidades conformadas por auto conocimiento, auto control, entusiasmo, capacidad de auto
motivarse, tener empatía, resolver conflictos y colaborar con los demás (Goleman,1995), el
modelo de Bar-On define la Inteligencia Emocional como “competencias emocionales y sociales
interrelacionadas, habilidades y facilitadores que determinan la eficacia con que entendemos y
expresamos, comprendemos a los demás y nos relacionamos con ellos, y enfrentamos las
demandas diarias”.