Del Colonialismo A La Globalización

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Antropología – Unidad 1

Del colonialismo a la globalización:


procesos históricos y Antropología

María Cristina Chiriguini

20
El asombro y la Antropología

Hemos iniciado una aproximación a los temas que trata la Antropología y


observamos que la perspectiva o mirada antropológica antecede a su institucionalización
como disciplina científica, ocurrida a mediados del siglo XIX. Esa mirada hace
referencia al momento en que las sociedades se ponen en contacto y se reconocen como
diferentes. En ese instante se instala la pregunta antropológica acerca del porqué de la
diversidad de las culturas.
Es el momento donde el asombro pone frente a frente lo propio y lo ajeno, a
nosotros y a los otros. Imaginemos el primer contacto de los indígenas americanos con
los europeos: lenguas incomprensibles, armas desconocidas, creencias diferentes, otras
divinidades, nuevas cotidianeidades. Los viajes habían actuado como marco de esos
encuentros desde el comienzo de la humanidad: los primeros viajeros fueron
seguramente cazadores-recolectores paleolíticos que, en busca de nuevas áreas de caza y
recolección, iniciaban el contacto con otros grupos y pueblos. Más tarde y hasta el
presente, guerreros, comerciantes, peregrinos, misioneros, conquistadores, refugiados,
entre otros, recrearon y recrean estas impresiones entre lo propio y familiar y lo ajeno y
extraño.
Es así como este asombro está presente siempre que se produce el encuentro o el
enfrentamiento entre sociedades diferentes, requiriendo cierto nivel de incomprensión,
de ininteligibilidad del otro y de sus actos (Krotz 1994). No nos sorprende ese otro por
sus particularidades, en su individualidad, sino en tanto representante de otra cultura,
como integrante de un universo simbólico diferente. Muy pocos creyeron en Europa al
navegante veneciano Marco Polo cuando relató las maravillas que había visto en la
China al regreso de sus viajes, en el siglo XIII. Y qué decir de la sorpresa del
conquistador Hernán Cortés ante la ciudad azteca de Tenochtitlán, de una magnificencia
difícil de atribuir a “esta gente tan bárbara y tan apartada del conocimiento de Dios y
de la comunicación de otras naciones de razón...” (fragmento de una carta del
conquistador español Hernán Cortés dirigida al rey Carlos V).
Estas puestas en escena (nos referimos al encuentro de unos y otros) ocurren en el
marco de procesos sociales e históricos que otorgan sentido y coherencia a los modos
como percibimos la otredad cultural; en otras palabras, la diversidad cultural. Pero en el
momento que se produce una situación de conquista y dominación, las relaciones que
signarán la visión del otro serán asimétricas y el asombro se desvanece en los proyectos
de avasallamiento y opresión. Las potencias imperiales europeas, a pesar de las
rivalidades que tenían entre ellas que las llevaban hasta enfrentamientos bélicos, tenían
algo en común: reconocer la alteridad radical respecto de aquellos por quienes ellas se
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enfrentaban (Augè 1998:25). Un ejemplo paradigmático es el proceso de expansión


capitalista que se inicia a principios del siglo XV desde Europa.
Este proceso nos permitirá comprender dos cuestiones importantes referidas a la
Antropología. Primero, que es posible aprehender, a través de las sucesivas etapas de
expansión del capitalismo en el mundo, eso que llamamos la perspectiva antropológica
y que alude a esa relación entre el asombro, la alteridad y la dominación, como
resultado del enfrentamiento entre dos universos culturales diferentes. En ese sentido la
situación colonial forma parte del sistema capitalista, creando al salvaje, al primitivo, 20
como una imagen invertida del europeo. Y, segundo, ese mismo proceso nos explicará
el surgimiento de la Antropología como ciencia, en tanto disciplina social que construirá
el referente empírico de su inicial objeto de estudio en los pueblos no europeos.
Por este motivo desandaremos el camino recurriendo a la historia para entender en
toda su complejidad cómo los pueblos colonizados (esos que hasta ahora hemos
denominado “los otros” respecto de los europeos) fueron los primeros que sufrieron el
proceso de expansión o mundialización del capitalismo, cuya versión actual es la
globalización.
Debemos notar también que a medida que ese proceso de mundialización (también
llamado occidentalización por el antropólogo francés Maurice Godelier) avanza y la
Antropología empieza a constituirse como una disciplina científica en el siglo XIX, “las
preguntas y respuestas sobre el porqué de la diversidad se formulan en torno y a partir
de uno solo de los dos polos del encuentro y se presentan investidas de la autoridad que
confiere el discurso certificado del científico” (Krotz 1994:9). Aparece una codificación
de las diferencias (“primitivo”, “salvaje”, “inferior”) y un despliegue de esquemas
evolutivos que van desde sociedades “primitivas” o “inferiores” a la sociedad
“superior” o “civilizada”.
La irrupción de la colonización en los sucesivos momentos de expansión del
sistema capitalista trajo aparejado el proceso de occidentalización y, tal como
expresáramos anteriormente, el asombro inicial se licua en las relaciones asimétricas
que conlleva la colonización. El “encuentro” entre culturas diferentes debe entenderse
en términos de dominación y sometimiento de todas las dimensiones de la vida de los
pueblos conquistados y la imposición en consecuencia de una nueva organización
económica, política y cultural.

Los “unos” y los “otros” en la situación colonial

“Algo, desde luego es cierto, nada en


tierras extrañas es exótico, salvo el
extranjero mismo” (Ernest Bloch)

El antropólogo francés Georges Balandier define a la situación colonial como

“...la dominación impuesta por una minoría racial y


culturalmente diferente, que actúa en nombre de una superioridad
racial o étnica y cultural, afirmada dogmáticamente. Dicha minoría
se impone a una población autóctona que constituye una mayoría
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numérica, pero que es inferior al grupo dominante desde un punto de


vista material. Esta dominación vincula en alguna forma la relación
entre civilizaciones radicalmente diferentes: una sociedad
industrializada, mecanizada, de intenso desarrollo y de origen
cristiano, se impone a una sociedad no industrializada, de economía
‘atrasada’ y simple y cuya tradición religiosa no es cristiana. Esta
relación presenta un carácter antagónico básico, que es resuelto por
la sociedad desarrollada con el uso de la fuerza, un sistema de 20
autojustificaciones y un patrón de comportamientos estereotipados
operando en la relación. La situación colonial es una situación total”
(Balandier Teoría de la descolonización, 1973, cit. Lischetti 1997:23).

Decimos que es una situación de dominación total en tanto abarca todas las
dimensiones de la realidad social de los pueblos colonizados. Comprende a) la empresa
material, que incluye el control de las tierras y las riquezas, de la población nativa e
impone una economía subordinada a la metrópoli; b) la empresa político-administrativa,
que comprende el control y la imposición de autoridades, de la justicia, la eliminación
de normas jurídicas nativas y la creación de nuevas divisiones territoriales que rompen
las organizaciones políticas autóctonas; y c) la empresa ideológica, que consiste en la
imposición de nuevos dogmas e instituciones, desde una evangelización compulsiva
hasta la exigencia de la aceptación de modelos culturales extranjeros, cuya función será
la de facilitar la dominación por medio de la desposesión y la humillación de la cultura
nativa (Lischetti ibid.).
La situación colonial es el resultado de diferentes etapas. Primero, la conquista y
la apropiación de las tierras usurpadas; luego, la administración del territorio y, por
último, la autonomía política de la colonia, sin romper la estructura de dependencia
económica colonial. Desde el momento del primer contacto se considera lo pre-colonial
como inexistente y lo existente se lo desvaloriza, se lo discrimina o se lo señala como
inferior y exótico, justificando de ese modo la presencia del conquistador y del
administrador (Menéndez 1969). En ese sentido, la situación colonial es percibida por
los colonizadores como una misión civilizadora que explica la inevitabilidad de la
conquista europea, en tanto sociedad portadora de una superioridad total, en lo
tecnológico, lo militar, lo religioso y lo ético. En palabras de Albert Sarrault, un
ideólogo de la doctrina colonial francesa:

“A pesar de algunos peligros y de algunas servidumbres que


Europa debe soportar y de algunas compulsiones que recibe para
abdicar, no debe desertar de su dirección colonial. Está en el
comando y en él debe permanecer. Yo rechazo con todas mis fuerzas,
yo repudio con toda la energía de mi razón, todas las tendencias que
buscan tanto para Europa como para mi país el despojo de la tutela
occidental en las colonias (...). Donde estamos debemos permanecer.
Esta no es sólo la consigna de nuestros intereses, es la tónica de la
humanidad, la orden de la civilización” (Siglomundo 1969; 39:131).
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Las metrópolis europeas durante el siglo XIX establecieron en sus colonias dos
modelos diferentes de administración política: el gobierno directo y el gobierno
indirecto, de acuerdo con las características de las áreas colonizadas y del grado de
desarrollo de los propios capitalismos. Gran Bretaña, potencia industrial y con escasa
competencia internacional, optó por un tipo de dominación fundamentalmente
económica y con poca incidencia política y militar en las colonias. Mantuvo la
estructura política nativa, limitándose a supervisarla. La teoría colonial británica
planteaba la imposibilidad de interpenetración cultural. Partía del supuesto de la 20
incompatibilidad entre formas culturales tan diferentes, lo que la llevó a la
implementación de una relación colonial basada en el distanciamiento.
En cambio, Francia, que accedió más tardíamente al proceso de industrialización,
ejerció un dominio económico, militar y político directo en las áreas colonizadas que le
permitió hacer frente a la competencia interna y externa de las otras potencias. Para eso
intentó eliminar toda la organización nativa, desde las prácticas religiosas hasta el uso
de la lengua indígena. Su objetivo era la asimilación de los pueblos colonizados a las
formas culturales francesas.
Una y otra forma de colonialismo justificaban y legitimaban la dominación como
una cruzada moral y una misión civilizadora desde dos perspectivas: como
“recuperación” de las áreas territoriales para “beneficio” de la Humanidad y como
forma de llevar y contribuir al “progreso” de los pueblos no europeos (Menéndez 1969).
Los siguientes ejemplos son claramente ilustrativos, uno, desde la literatura y el otro en
la voz de un funcionario colonial:

“Asumid la carga del hombre blanco,


enviad los mejores de vuestros hijos.
Condenad vuestros hijos al exilio
para que sirvan a vuestros cautivos,
para que vigilen, enjaezados
a pueblos agitados y salvajes.
Pueblos casi indómitos, impacientes,
mitad demonios y mitad niños”
(Rudyard Kipling, publicado en el London Time en1899).

“No es natural ni justo que los pueblos civilizados occidentales


vivan en espacios restringidos donde acumulan las maravillas de la
ciencia, el arte y la civilización, dejando el resto del mundo a
pequeños grupos de hombres incapaces e ignorantes, o bien a
poblaciones decrépitas, sin energía ni direcciones, incapaces de todo
esfuerzo. Por lo tanto la intervención de los pueblos civilizados en los
asuntos de esos pueblos se justifica como educación y como tutela”
(discurso de un alto funcionario francés, 1897; Margulis 1997:47).

Una particular manera de dominar


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Los sucesivos momentos históricos de la expansión capitalista europea y de la


situación colonial resultante estuvieron sustentados -por imposición de los
conquistadores- en una concepción dualista del mundo, sobre la base de dicotomías
consideradas incompatibles: civilizado / primitivo, superior / inferior, europeo / no
europeo. Esta relación de exaltación de lo europeo y desvalorización de lo no europeo
mantuvo sus características estructurales, a pesar de las particularidades que fue
asumiendo este proceso en diferentes momentos, desde el siglo XV, con el
“descubrimiento de América”, hasta el presente. 20
Los modos empleados para poner en práctica la dominación y la subordinación de
los pueblos conquistados fueron, por un lado, la violencia directa y consciente que
condujo al exterminio de pueblos enteros (genocidio) a través del enfrentamiento
directo. La superioridad tecnológica militar de los europeos: armas de fuego, la
vestimenta de metal y el uso de caballos, entre otros, fueron los factores que facilitaron
la victoria junto con el “espíritu de conquista” que acompañó siempre a estos procesos
de dominación. Por otro lado, incidieron la eliminación indirecta o inconsciente, al
introducir la viruela, el sarampión, la fiebre tifoidea, la sífilis, en poblaciones
vulnerables y sin defensa para estas enfermedades epidémicas y el trabajo excesivo a
que eran sometidos los nativos, con el consiguiente debilitamiento físico. Y por último -
y más nefasto-, la destrucción de las economías regionales por traslados de la fuerza de
trabajo masculina hacia los lugares requeridos por la economía de la metrópoli, que
sumían a las mujeres, niños y ancianos de las comunidades en el mayor abandono y sin
capacidad de producir sus propios alimentos.
Otro de los métodos puestos en práctica por los colonizadores fue el paternalismo,
instalando en la sociedad colonizada la necesidad de contar con un amo, un tutor blanco
que orientara, educara y “civilizara” al nativo, legitimando de este modo la violencia
colonial. Esta relación conducirá a la “infantilización” real de hombres adultos por otros
hombres (representado en la literatura por el negro “aniñado”, dependiente y pasivo); es
decir, crea una situación de subordinación psicológica que Franz Fanon (argelino,
psiquiatra y revolucionario) denominó “colonización de la personalidad”, circunstancia
que hará innecesario el uso de la fuerza cuanto más arraigada se encuentre esta creencia
en la relación colonial (Worsley 1966:33).
De este modo, la colonización puede penetrar en los aspectos más profundos de
los sujetos avasallados, induciendo un sentimiento de inferioridad y dependencia. En
este punto es importante señalar que, si bien muchos colonizados fueron afectados
psicológicamente por estas relaciones profundamente deshumanizadas, otros, en
cambio, respondieron inmediatamente y lucharon junto a su pueblo para modificar esa
situación impuesta. Los indígenas calchaquíes en el norte y los mapuches en el sur de
nuestro país, por nombrar sólo dos etnias conocidas, pelearon casi hasta el exterminio
con las fuerzas españolas. En el continente africano los zulúes derrotaron en el año 1879
al ejército inglés y además ofrecieron una fuerte resistencia a otra sociedad pastora
como ellos mismos, pero blanca y de origen holandés, la de los boers1.

1
Los boers eran descendientes de antiguos colonos holandeses de Sudáfrica, que fundaron en
1884 las repúblicas de Orange y Transvaal, independientes de la tutela británica. En esa región
se detectaron yacimientos de oro. Los británicos les declararon la guerra para quitarles las
tierras, pero no les fue fácil, ya que recién los vencieron en 1909. Los boers tipificaron una
realidad paradójica: entablaron una guerra de guerrillas en pos de su independencia enfrentando
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Por último, el tercer método empleado en la relación colonial es la actitud de


distanciamiento. Este tipo de relación facilita también una mirada deshumanizada,
caracterizada por el desprecio en el que domina y el temor y la ignorancia en el
dominado, en la medida que la relación se construye sobre la creencia de la superioridad
total de Occidente. En palabras de Peter Worsley:

“Nunca vio Occidente su superioridad como simple materia de


tecnología. Era una superioridad total; ya que Livinsgtone, 20
Manchester y la Biblia iban de la mano, no del todo como hipocresía
racionalizadora, no por ningún uso de la religión, basto y de doble
intención, ‘justificador’ de intereses materiales más sórdidos, sino
porque cada uno formaba parte de un todo cultural, éticamente
superior al que había desplazado” (Worsley 1966:30)2.

Es indudable que el que domina nomina (califica), por eso los otros son los
“salvajes” (en su primigenia acepción de lo cercano al mundo de la naturaleza) o
“primitivos” o “bárbaros” (los que no tienen un lenguaje como los hombres y hablan
como los animales).

Etapas de la expansión: de la colonización a la globalización

El sistema capitalista surge en el siglo XV en una parte de Europa occidental y se


expande geográficamente en los siglos siguientes hasta cubrir el mundo entero,
interviniendo y sometiendo a la casi totalidad de las sociedades (China y Japón nunca
estuvieron bajo el control colonial occidental, aunque tuvieron que responder a su
fuerza expansiva, a partir de siglo XIX). Donde quiera que penetró, transformó ese
territorio y a su población en un mercado satélite de una metrópoli. A cada etapa del
capitalismo le correspondieron importantes cambios tecnológicos que transformaron el
proceso de acumulación.
Estas innovaciones, como en su momento la máquina de vapor, afectaron la
organización de la producción y del trabajo. Por otro lado, este desarrollo tecnológico,
como las mejoras en el transporte, las comunicaciones y los armamentos, facilitaron la
expansión de los países europeos al resto del mundo (Wallerstein 1988:31). Las formas
particulares que asumió cada intervención colonial se correlacionaron con las etapas de
desarrollo del modo de producción capitalista y respondieron a las necesidades y a las
contradicciones de este sistema: es así como América, Asia y África tuvieron que
responder y respondieron de distintas maneras y en distintos momentos históricos a la
conformación del mundo colonial.

a un enemigo poderoso e imperial, siendo capitalistas, esclavistas y racistas. Contra ellos


tuvieron que vérselas los africanos zulúes.
2
El explorador David Livingstone -misionero escocés- representa la empresa colonizadora de
por sí, la ciudad de Manchester es el símbolo de la industria capitalista y la Biblia invoca la
empresa ideológica por antonomasia del colonialismo.
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Primer momento (siglos XV al XVIII): El “Descubrimiento” de América y


“los otros”

El primer episodio o los inicios del proceso colonial se remontan al siglo XV y


corresponden a la etapa llamada capitalismo mercantil. Tres acontecimientos son
fundamentales en su aparición: a) el que conduce a la afirmación de las monarquías
absolutas y el surgimiento del Estado Moderno; b) el que emerge como consecuencia 20
del movimiento científico y cultural que encarnó el Renacimiento y c) el fenomenal
crecimiento económico liderado por la clase burguesa que comienza con la revolución
comercial y urbana de los siglos XI y XIII, durante la Edad Media.
Estos acontecimientos conducirán, en la segunda mitad del siglo XV, al desarrollo
del capitalismo mercantil3, promoviendo en su expansión valores considerados
universales, que de hecho son etnocéntricos, ya que formaban parte de esa visión del
mundo que tenía Europa. Los factores más importantes que caracterizan este proceso
fueron una actividad económica sobre la base exclusiva del afán de lucro y un “espíritu
de empresa” erigido a partir de una racionalización creciente en la organización de la
producción, el comercio y los negocios y la progresiva desvinculación de los
trabajadores libres de la propiedad de los medios e instrumentos de trabajo, a cambio de
un salario que en realidad implicaba que no podían sobrevivir sin vender su fuerza de
trabajo a los empresarios. En palabras del sociólogo contemporáneo Immanuel
Wallerstein:

“Lo que distingue al sistema social histórico que llamamos


capitalismo histórico es que en este sistema el capital (riqueza
acumulada) pasó a ser usado (invertido) de una forma muy especial.
Pasó a ser usado con el objetivo o intento primordial de su auto
expansión. En este sistema, las acumulaciones pasadas sólo eran
“capital” en la medida que eran usadas para acumular más capital.
Siempre que, con el tiempo, fuera la acumulación de capital la que
regularmente predominara sobre otros objetivos alternativos,
tenemos razones para decir que estamos ante un sistema capitalista”
(Wallerstein 1988:43).

En esta primera fase del capitalismo se produce el “descubrimiento” de América y,


a partir de este hecho, la situación de Europa desde el punto de vista político sufrió
cambios significativos: a la hegemonía de Francia e Inglaterra sucede, en el siglo XVI,
la de España. Pero seguramente el hecho de mayor trascendencia es que se creó un
imperio colonial, una organización política, económica e ideológica de gran
trascendencia, que más tarde sería imitada por otras potencias. Como dicen los

3
Es importante señalar que el tránsito del feudalismo a los inicios del capitalismo trajo consigo
cambios culturales, tecnológicos, comerciales y políticos, que se habían iniciado en los siglos
anteriores ya que no fue una ruptura abrupta con lo medieval, sino el resultado de todo un
proceso social y económico.
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historiadores Stanley y Bárbara Stein: “La edad de oro de España fue un tiempo de
conquista, no de paz; de plata, no de oro” (Stein y Stein 1970:31).
En América la situación colonial adquiere las siguientes características: la
expropiación de las tierras a las comunidades indígenas, una economía basada sobre el
monocultivo y en la explotación organizada alrededor de las plantaciones y la minería,
de carácter monopólico. También se establecieron grandes propiedades, como la
hacienda para abastecer a la economía minera y el trabajo forzado mediante la
servidumbre para la población nativa, organizado principalmente a través del sistema de 20
encomienda y mitas (Menéndez 1969). Los indios fueron explotados como vasallos de
la monarquía española. No serían los únicos explotados: en el siglo XVI, y
particularmente a partir del siglo XVII, se incorporará la mano de obra esclava africana
como fuerza de trabajo en las plantaciones que se extendieron de Brasil a Virginia, en
América del Norte4.
En poco tiempo se despliega un comercio triangular que sirvió para fomentar una
división internacional del trabajo que involucraba a tres continentes: “esclavos de África
a América; minerales y comestibles de América a Europa; bienes manufacturados de
Europa y América a África” (Worsley 1966:12). Desde entonces, la tutela europea del
capital sobre el resto del mundo dejó su impronta hasta ser recientemente superada por
los Estados Unidos.
La conquista, ocupación y administración de la colonia permitió a los españoles
construir una sociedad de superiores e inferiores, de señores y siervos, de blancos y no
blancos. En este escenario político y social de dominación, la mirada europea a través
de los conquistadores, cronistas, viajeros y misioneros dividió el mundo colonizado en
salvajes y civilizados. Comienza, conjuntamente con la conquista, la colonialidad del
saber que legitimará la “acción civilizadora” del hombre blanco.
En esta visión dicotómica, la diversidad cultural encontrada en América quedó
subsumida en una sola categoría: los indios. Antes de la llegada de los europeos no
había “indios”, sino pueblos identificados en singular. Podríamos hablar de identidades
arrebatadas, de culturas desguasadas, que han provocado efectos culturales diversos y
de distinta intensidad en los diferentes pueblos indígenas. Sin embargo, muchos de los
pueblos americanos sometidos recurrieron a la rebelión intermitente, cuando las
circunstancias resultaban favorables o, en algunos casos, a la apropiación de elementos
y prácticas de la cultura ajena, como fue el caso de la incorporación del caballo para
ponerlo al servicio de sus propios intereses. En otros momentos, la permanencia de
prácticas tradicionales re-significadas, como ciertos ritos colectivos en las fiestas
anuales, cumplen con la función de renovar el sentido de pertenencia del grupo y, en la
mayoría de los casos, recuperar la humanidad5 que les fuera arrebatada en este proceso
colonial (Bonfil Batalla 1994:193).

4
Las plantaciones eran empresas que se desarrollaron en zonas subtropicales y tropicales,
especializadas en un solo cultivo orientado a la exportación; utilizaba fuerza de trabajo
dependiente e inmovilizada de esclavos traídos de África contra su voluntad.
5
El concepto de humanidad refiere, en este caso particular, a la idea de un sujeto, de un pueblo
que sometido a una experiencia de dominación y humillación tiene la capacidad de intervenir en
su propio destino con el objetivo de lograr su libertad.
Antropología – Unidad 1

Segundo momento (siglos XIX y XX): colonialismo y Antropología científica

Desde los inicios de la gran industria en la era del maquinismo (1800), hasta los
años posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1950), se extiende una segunda fase de
la expansión capitalista, caracterizada por los contrastes entre centros industrializados y
periféricos y que se diferenciará notablemente del momento anterior. No obstante la
colonización de América y del África y la existencia de una economía 20
internacionalizada, hasta mediados del siglo XIX persistían economías sólidamente
organizadas en China, Japón y en el mundo islámico. Estas sociedades son ejemplos de
mundos regionales o de las llamadas economías-mundo, concepto acuñado por el
brasileño Renato Ortiz, cuando hace referencia a aquellos pueblos que pudieron
permanecer fuera de la influencia europea hasta las últimas décadas del siglo XIX,
exceptuando algunos pocos contactos con comerciantes y funcionarios. Es el caso de
Japón, que desarrollaba su economía ligada fundamentalmente al imperio “celestial” de
la China (Ortiz:1999:36).
Según Eric Hobsbawm, recién en el siglo XIX se crea una economía única, que
llega progresivamente a los lugares más remotos, con una red cada vez más extensa de
transacciones comerciales y comunicaciones, que conecta a los países industrializados
entre sí y con el resto del mundo. En realidad, la diferencia entre países “adelantados” y
“atrasados” no existía anteriormente, sino que es una consecuencia directa de la
Revolución Industrial, a partir de la cual se clasifica a las sociedades tomando como
parámetro los niveles de desarrollo tecnológico y material para determinar los grados de
progreso o la civilización de las sociedades.
Esta etapa se caracteriza por nuevos adelantos tecnológicos como el telar
industrial y la máquina de vapor, que se utilizará para la producción, la tracción y las
comunicaciones. Por otro lado, la organización del trabajo en las fábricas producirá un
sensible desplazamiento demográfico hacia los centros donde se instalan esas fábricas.
Y, en consecuencia, las migraciones aumentarán la población de los centros urbanos,
con consecuencias sociales importantes para la clase obrera en su conjunto: las
enfermedades y el hacinamiento acompañarán su cotidianeidad transformando a las
ciudades en ámbitos de contraste extremo entre el esplendor de los que poseen el capital
y la miseria del trabajador y su familia.
El capitalismo industrial en sus diferentes momentos contribuyó a cimentar el
poder político y las fuerzas militares de las naciones que llegaron primero a una
economía basada sobre la industria y que no titubearon en imponer la supremacía de su
tecnología en la guerra. Estas naciones se transformaron en las grandes potencias de los
siglos XIX y XX (Inglaterra, Francia, Alemania y un poco más tarde los Estados Unidos
de Norteamérica).
En las últimas décadas del siglo XIX se produjo en Europa una disminución de la
tasa de ganancia en todas las ramas de la actividad económica, como consecuencia de la
falta de salida suficiente para absorber los productos industriales y los capitales
acumulados; esta crisis condujo a una reestructuración profunda del sistema capitalista.
Desde el punto de vista económico, lo fundamental del proceso es el reemplazo de la
libre competencia por los monopolios, que trajo aparejado el fenómeno del
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imperialismo, que marcará el comienzo de una nueva manera de dominar: la unificación


del globo en único sistema económico y social en manos de las principales potencias.
Los rasgos más importantes del imperialismo son la continua concentración de la
producción y del capital, que ha conducido a la creación de los monopolios; la fusión
del capital industrial y el bancario, que genera el capital financiero; la importancia
creciente de la exportación de capitales sobre la de mercancías; la formación de
asociaciones capitalistas monopólicas internacionales y, por último, el reparto territorial
de todo el mundo entre las potencias capitalistas. Del mismo modo que en la etapa 20
anterior del capitalismo mercantil, encontramos nuevamente los dos polos involucrados
en la relación colonial: metrópolis / colonias; “civilizados” / “primitivos”.
En este contexto mundial, el continente africano será botín de guerra de las
potencias europeas, configurándose una nueva situación colonial que repetirá
características ya observadas en otras épocas y espacios: lo pre-colonial considerado
como inexistente, la negación de lo existente mediante la desvalorización y la
discriminación, la apropiación de las tierras y de las poblaciones para su utilización
como fuerza de trabajo y la evangelización forzada. Nada que escape a otros momentos
históricos.
Para Peter Worsley, el reparto de África, consensuado por las potencias europeas
durante el Congreso de Berlín de 1885, inicia un nuevo modelo de dominación: la
unificación del mundo en un único sistema social:

“Los imperios mundiales que se repartieron la Tierra no


crearon un conjunto de imperios cerrados y mutuamente separados
según el modelo tradicional chino. Francia, Gran Bretaña, Alemania,
Holanda, Italia, incluso España y Portugal, estaban interconectados
en un marco abovedado de combinaciones de comercio y poder,
alianzas y oposiciones engendradas por un capitalismo en expansión”
(Worsley 1966:17).

Edward Said, pensador palestino contemporáneo, describe la importancia de la


colonización cultural en el marco de este proceso de dominación total y que en el plano
más visible se da con la transformación física y arquitectónica del territorio colonial.
Por ejemplo, la construcción de nuevas ciudades coloniales (Argel, Delhi, Saigón), con
nuevos estilos artísticos y arquitectónicos, nuevas elites imperiales, con sus prácticas
diferentes que alteran la dinámica de la vida cotidiana. Se suma el desplazamiento de la
población nativa hacia la periferia de la ciudad y el establecimiento de privilegios
urbanos que marcarán las luces y las sombras en un mismo ámbito colonial, tal como
ocurrió en El Cairo a finales del siglo XIX: la ciudad fue dividida, una única calle
separaba el pasado y el futuro como una barrera infranqueable. Al Este,

“la ciudad nativa, preindustrial en tecnología, estructura social


y modo de vida, sus calles de arena o lodo” (...), el agua suministrada
por aguateros itinerantes (...)”. Al oeste, “la ciudad colonial con su
técnica alimentada a vapor, sus vías rápidas, sus jardines franceses
(...) y los árboles cuidadosamente podados y sus residentes europeos
(...). Se entraba a la vieja ciudad en caravana y se la atravesaba a pie
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o a lomo de animal (...); se entraba a la nueva por tren y se seguía en


carruaje” (Said 1993:210).

No demasiado lejos en el tiempo y en el espacio donde se levanta El Cairo, Franz


Fanon describe a la ciudad de Argel como igualmente dividida en colonos y colonizados
y regida por

“el principio de exclusión recíproca: no hay conciliación 20


posible, uno de los términos sobra: ...La ciudad del colono es una
ciudad dura, toda de piedra y hierro. Es una ciudad iluminada,
asfaltada, donde los cubos de basura están siempre llenos de restos
desconocidos, nunca vistos, ni siquiera soñados. Los pies del colono
no se ven nunca, salvo quizá en el mar, pero jamás se está muy cerca
de ellos (...). La ciudad del colono es una ciudad de blancos, de
extranjeros (...). La ciudad del colonizado, o al menos la ciudad
indígena, la ciudad negra, “la medina” o barrio árabe, la reserva es
un lugar de mala fama, allí se nace en cualquier parte, de cualquier
manera. Se muere en cualquier parte, de cualquier cosa... La ciudad
del colonizado es una ciudad hambrienta de pan, de carne, de carbón,
de luz (...). Es una ciudad de negros (...). Es un mundo sin intervalos,
los hombres están unos sobre otros, las casuchas unas sobre otras
(...). La mirada que el colonizado lanza sobre la ciudad del colono es
una mirada de lujuria, una mirada de deseo. Sueños de posesión...”
(Fanon 1972: 33-34).

Como parte del capitalismo y en el marco de colonización, entra en acción la


ideología racista, legitimada con el discurso de la ciencia. El racismo justifica la
desigualdad y afirma que aquellos que están económica y políticamente oprimidos son
culturalmente inferiores por características físicas heredadas. El racismo es la creencia
en que las diferencias físicas transmitidas por vía genética determinan la presencia o
ausencia de ciertas capacidades en las sociedades humanas. Estos enunciados
permitieron y permiten justificar ideológicamente la jerarquización de la fuerza de
trabajo y la distribución desigual de sus recompensas y socializar a los grupos en el
papel que se les ha adjudicado dentro de la economía (Wallerstein 1988: 68-69).

La Antropología “encuentra” su objeto de estudio

La realidad colonial que las potencias occidentales legitiman a partir del Congreso
de Berlín de 1885, posibilitará a la Antropología -hacia principios del siglo XX- a abrir
un nuevo campo de conocimiento: la descripción de culturas desconocidas para
Occidente, al “encontrar” su objeto de estudio en las llamadas sociedades “primitivas” 6.
6
A pesar que, la gran mayoría de los trabajos antropológicos eran llevados a cabo en las
regiones colonizadas, algunos antropólogos realizaron investigaciones en la misma Gran
Bretaña en la década de 1890, en comunidades inglesas e irlandesas con el propósito de estudiar
las consecuencias políticas y sociales de la industrialización y urbanización (Gledhill 2000).
Antropología – Unidad 1

Los antropólogos tornarán visible la diversidad cultural de las sociedades no europeas a


través de una aproximación teórica relativista y poniendo en práctica una técnica
particular, el trabajo de campo, que garantizaría la rigurosidad científica.
Este inicial trabajo de campo consiste en la convivencia y la observación con
participación en las comunidades por un período de tiempo prolongado; su propósito es
observar la conducta tal como se manifiesta, manteniendo con la comunidad un extenso
diálogo sobre sus prácticas y creencias. Se torna un requisito el estudio en comunidades
pequeñas que harán posible la implementación de dicha técnica. Estas sociedades 20
“primitivas” eran consideradas como sistemas cerrados, autosuficientes, como si
funcionaran independientemente del sistema colonial vigente. El objetivo principal del
antropólogo era dar cuenta de la totalidad de la cultura, dejando fuera del análisis las
dimensiones económicas y políticas. Así sintetiza Lischetti, este momento conocido
como el período clásico de la Antropología:

“Si bien no todos, los antropólogos de este período -llamado


clásico- estaban interesados en la defensa del relativismo cultural,
consistente en considerar a todas las culturas como igualmente
válidas, y se preocupaban por demostrar que una sociedad con una
tecnología simple (“primitiva”) no significaba una mentalidad simple
(“primitiva”) de sus miembros. El calificativo de clásica hace
referencia al momento en que la Antropología despega como ciencia
en cuanto a la riqueza de su producción teórica (investigaciones,
publicaciones, cátedras en distintas universidades) y a la originalidad
de las técnicas empleadas en el estudio de los pueblos no
occidentales. A partir de este momento será reconocida dentro de las
ciencias sociales por sus aportes al conocimiento de las sociedades”
(Lischetti 1997:32).

Consideramos que, más allá de la importancia de la técnica de trabajo de campo,


aquello que constituye el aporte más significativo de esta disciplina a las ciencias
sociales es su aproximación teórica a las realidades sociales desde un marco de
referencia relativista, que trasciende una visión del mundo basada sobre las premisas de
la cultura y la historia europea. Sin embargo, esta contribución ha quedado
“ensombrecida” por la suposición de que Occidente y su civilización constituían el
futuro de la humanidad. Es el mismo concepto de “primitivo” para designar a los
pueblos no occidentales que delata esta presunción de superioridad.

La descolonización y la Antropología

Desde sus inicios, el proceso de colonización despertó en los pueblos dominados


la necesidad de su liberación. Para lograr ese propósito iniciaron el trayecto hacia la
independencia en diferentes momentos y poniendo en práctica variadas estrategias:
desde las formas encubiertas de resistencia campesina expresada en las máquinas que
aparecían rotas en la aparente tranquilidad de la vida rural, las rebeliones pacíficas al
Antropología – Unidad 1

orden colonial francés cuando las mujeres argelinas se negaban a abandonar la


costumbre del velo (símbolo de status en esa sociedad) hasta las prácticas rituales, como
la ceremonia de la lluvia, que favorecían el rechazo a los valores e ideologías
dominantes y recreaban la autoridad de los jefes nativos.
También se dieron reacciones más organizadas, que ocurrieron en los últimas
etapas del proceso de descolonización, como las demandas de libertad y las denuncias
de torturas y abusos en los congresos internacionales. El más antiguo de estos
movimientos es el Congreso Nacional Indio, fundado en 1885 y existente, por lo menos 20
nominalmente, hasta hoy. Durante los años más difíciles de su historia estuvo orientado
por Mahatma Gandhi, que había elaborado una táctica no violenta de oposición y que
muchos movimientos de liberación no compartían (Wallerstein 2001:26).
Al mismo tiempo, se llevaron a cabo maneras de resistencia que recurrían a la
violencia directa contra los colonizadores y sus posesiones (incendios de plantaciones,
muertes, robos), algunas de carácter espontáneo y otras más organizadas. Sin embargo,
y a pesar de la variedad de las formas que asumían estratégicamente, todos estos
movimientos compartían la necesidad de recuperar la categoría de hombres, la cultura y
la historia que les fuera arrebatada.
El proceso de descolonización política se inicia formalmente con la independencia
de la India en 1947 y alcanza su etapa culminante a finales de la década de los cincuenta
y principios de los sesenta en África y el Sudeste asiático. La culminación de este
proceso llevará a la desaparición de los grandes imperios coloniales en términos
territoriales y el mundo quedará nuevamente escindido: de un lado los países
desarrollados y del otro el llamado Tercer Mundo, categoría que, por efecto de
simplificación, comprende realidades socioculturales diferentes (países de América
Latina, Asia y África), unificadas por una dependencia económica común (Menéndez
1969:79). A esta nueva forma de relación se la denomina neocolonialismo y consiste en
mantener la influencia económica y el dominio político indirecto, que restringen y
condicionan la independencia de los nuevos estados.

La Antropología reflexiona sobre su propia práctica

En pleno proceso de descolonización y, partir de la década del 50, la Antropología


va a asumir una mirada crítica hacia su quehacer profesional, referida tanto a su objeto
de estudio como a algunas de las categorías teóricas utilizadas en las primeras décadas
del siglo XX (período clásico). En primer lugar, para la Antropología la descolonización
significó el “descubrimiento” de la situación colonial y del subdesarrollo
socioeconómico de los pueblos donde los antropólogos habían desarrollado sus
actividades profesionales, tomando conciencia, además, que sus trabajos de campo
dejaban de lado los fenómenos de violencia y exterminio a que eran sometidos los
nativos, inducidos muchas veces por la sociedad de origen del antropólogo (Menéndez:
2002:79). En este nuevo contexto post colonial, algunos antropólogos, van a estudiar
preferentemente a los pueblos más transformados por el imperialismo, reconociendo el
fenómeno de la colonización como dominación y no como encuentro o contacto entre
culturas diferentes.
Antropología – Unidad 1

En segundo lugar, y vinculado con el reconocimiento de la cuestión colonial, se


incorporará la dimensión histórica, que dejará de lado la imagen de los pueblos
“primitivos” como sociedades estáticas, integradas y aisladas de la antropología clásica.
En ese sentido, se enfatizarán los análisis diacrónicos sobre los sincrónicos: estudios
dinámicos y procesuales que requerirán, por lo tanto, de la contextualización de las
realidades sociales estudiadas. Se incluirá en los trabajos de los antropólogos críticos la
noción de conflicto, en términos de contradicciones internas, como algo inherente a
todas las sociedades. La historicidad y el conflicto son las nuevas variables que 20
intervienen en los estudios antropológicos7. Es el momento en que la Antropología

“parece descubrir, a la luz de un mundo que se descoloniza, que


el africano (y más generalmente el hombre del Tercer Mundo)
también sea, quizá ante todo, un campesino, un ganadero o un obrero,
un ser social e histórico; en una palabra, simplemente un hombre
antes que un ser “exótico”, “un indígena” o un “primitivo”...”
(Leclerc 1972: 228-229).

La incorporación de la dimensión histórica produjo investigaciones que incluyeron


los efectos y consecuencias no económicas de la colonización, como, por ejemplo, los
conflictos étnicos que afectaron y afectan actualmente a muchos países africanos. Es el
caso de las “nuevas naciones” independientes luego de la Segunda Guerra Mundial, que
fueron diseñadas como unidades territoriales de acuerdo con las necesidades de las
políticas coloniales, sin considerar que se agrupaba a etnias con tradiciones culturales y
liderazgos enfrentados que se sostenían unidas por la presencia de la autoridad colonial
(Gledhill op.cit.).
En tercer lugar, se reivindica el relativismo cultural y la técnica del trabajo de
campo, que caracterizaron a la antropología clásica, privilegiándose las interpretaciones
que focalizan la perspectiva del actor, es decir, la palabra de los sujetos que se estudian.
Como señala Menéndez, será en esta visión emic donde la antropología recupere parte
de la seguridad que había perdido al reconocer tardíamente la situación colonial.
Por último, una de las tendencias más notables está relacionada con la
incorporación de las propias sociedades como objeto de estudio. En tanto algunos
antropólogos continuaron con sus trabajos en las sociedades no occidentales y lejanas,
otros se volcaron al estudio de sus propias sociedades y a veces de sus grupos de
pertenencia, de su propia etnia.

Tercer momento: la diversidad en el mundo global

“Si el mundo fuera determinista, no


habría lugar para las utopías” (Ilya
Prigoyine, Premio Nóbel de Química).

7
Se puede ver el detalle de estos debates en el capítulo sobre Movimientos Teóricos Posteriores.
Antropología – Unidad 1

Si en las primeras etapas del desarrollo del sistema capitalista los estados europeos
eran los actores principales de la expansión conquistadora, en las últimas décadas los
grandes grupos económicos financieros han ocupado ese lugar. La década del 60 se
puede considerar como una etapa transicional dentro de este sistema social en el que se
establecen nuevas maneras de dominar el mundo (Jameson 1999:18). Algunos de los
fenómenos sociales que la identifican son el neocolonialismo, la expansión de las
empresas multinacionales, el desarrollo fabuloso de redes de información electrónica.
Los cambios políticos y tecnológicos de estos años conducirán a la etapa actual del 20
proceso histórico, al que Frederic Jameson denomina capitalismo tardío, y que se
caracteriza particularmente por el poder hegemónico del capitalismo financiero y del
proceso de globalización.
La globalización (etapa actual de la expansión capitalista iniciada en los siglos XV
y XVI) representa el mundo entendido como un todo, un sistema único, con una
organización mundial a cargo de algunos estados capitalistas poderosos, que se
acrecentó en 1989 con la caída del muro de Berlín, que representó metafóricamente el
fracaso del socialismo soviético. En la actualidad el proceso de globalización es
liderado por los Estados Unidos, tanto en el terreno económico-financiero cuanto en el
militar y comunicacional.
Como hemos señalado el fenómeno de la mundialización no es nuevo y sus raíces
históricas son profundas. Aún así, debemos destacar algunos rasgos de la globalización
que le otorgan originalidad. Primero, el monopolio de la revolución tecnológica en sus
dos vertientes: la informática y la genética, que parecen permitir un ahorro de la fuerza
de trabajo y de las instalaciones requeridas en la etapa anterior del capitalismo. Por otra
parte, los avances tecnológicos en los medios de comunicación y el transporte nos han
hecho tomar conciencia de la globalidad: es posible estar observando a través de un
televisor o en una pantalla conectada a Internet, en el mismo momento que sucede,
desde la participación de nuestro equipo en el Mundial de Fútbol hasta la imagen
aterradora de un avión de línea lleno de pasajeros que choca y destruye los edificios más
emblemáticos de un país del Norte. Estas innovaciones tecnológicas tienen una
influencia extraordinaria en la mundialización de la cultura dominante: computadoras,
conexiones satelitales facilitan la comunicación a escala planetaria, dejando la
trasmisión de la información en manos de algunas pocas cadenas televisivas globales.
Segundo, el control de los flujos financieros que regulan la economía mundial, el
actual flujo de ganancias y transferencias de capital hacia los países centrales en
beneficio del segmento que domina el capital globalizado (transnacional) supera
ampliamente el reducido flujo de capitales hacia los países periféricos (Amin 2003).
Tercero, la extraterritorialidad de los centros de producción de significados y valores
están liberados de los espacios locales y se manifiesta en la americanización del mundo,
irradiada desde la cultura hegemónica. Cuarto, la creciente urbanización como
consecuencia económica y social del sistema capitalista. Y, quinto, la tendencia a la
profundización de la desigualdad en la distribución de las riquezas.
Pero esta imagen de un mundo globalizado, de una “aldea global”, debe
completarse con la imagen invertida de los “otros”, los locales, los sectores o los
conjuntos sociales de los propios países poderosos y de las sociedades dependientes y
más empobrecidas. En otras palabras, al mismo tiempo que se pone en marcha un
proceso de dimensiones planetarias en los negocios, las finanzas, el comercio y en el
Antropología – Unidad 1

flujo de información, emerge un proceso localizador. En realidad, las políticas


planetarias se reflejan en esas realidades locales. Por lo tanto, la globalización y la
localización pueden verse como dos caras de la misma moneda: son las formas de
expresión de la nueva polarización y estratificación de la población mundial: ricos
globalizados y pobres localizados. Como dice Zygmunt Bauman: “ser local en un
mundo globalizado es una señal de penuria” (Bauman 1999:9).

20
La Antropología y la globalización

En el ámbito de los conflictos locales es donde la Antropología reencuentra su


objeto de estudio inserto en nuevas realidades complejas que reflejan “cómo se
desmembran imperios o federaciones, cómo se afirman ciertos particularismos, cómo
naciones y culturas reivindican su existencia particular, cómo diferencias religiosas o
étnicas se invocan con fuerza hasta conducir a la violencia” (Augé 1998:23). Y no
podemos dejar de incluir en esta realidad social a los grandes movimientos migratorios
que reflejan la desigual situación política y económica de las regiones más castigadas y
miserables del mundo8 que activan y potencian las actitudes racistas y xenófobas en las
nuevas sociedades de residencia.
Uno de los requisitos de la antropología actual es la de encontrar un enfoque
teórico que le permita establecer los vínculos entre el sistema global y las formaciones
sociales particulares donde se referencia su objeto de estudio. Es decir, la búsqueda de
asociaciones entre las historias y los procesos locales que estudiamos los antropólogos y
el sistema hegemónico mundial.
Desde esta perspectiva, la Antropología no puede hablar más de sociedades
aisladas, ni siquiera de aquellas más remotas y alejadas (que en realidad nunca lo
estuvieron del todo), tal como lo hacía la antropología clásica. Por el contrario debe
incorporar a sus estudios la interconexión entre cada una de ellas y el orden
internacional vigente.
Un ejemplo de este nexo entre lo estructural y la realidad social particular es el
estudio de la antropóloga June Nash sobre el proceso de trabajo en las minas de estaño
en Bolivia. Nash describe la situación de explotación capitalista (marco estructural) a
que son sometidos los obreros y las luchas reivindicativas en las que se comprometen
los trabajadores. En estas prácticas sociales aparecen creencias resignificadas del
período precolonial que sirven para interpretar y actuar sobre la explotación actual,
constituyéndose en fuente de resistencia y oposición (realidad social particular) 9. Como
cuenta Pires Do Río Caldeira sobre la investigación de Nash: es

“en el proceso de trabajo en las minas, la creencia en el diablo lo ayuda a


cimentar una solidaridad entre los trabajadores; y en la historia de los mineros
bolivianos, las grandes revueltas y huelgas tienden a ocurrir en épocas específicas,

8
En el año 2001, solamente Europa tenía 19 millones de inmigrantes, 3 millones de ellos,
ilegales.
9
Ver en el capítulo Movimientos teóricos posteriores “los diablos del capitalismo”.
Antropología – Unidad 1

todas ellas asociadas a importantes rituales relacionados con creencias heredadas del
período pre-colonial” (Pires Do Rio Caldeira 1989).

Antropología y la construcción de la otredad: diversidad y desigualdad

Este desandar por la historia del colonialismo nos enseñó cómo la Antropología se
configura como disciplina a partir de “encontrar” su objeto de estudio en el otro 20
cultural. El aporte de nuestra disciplina y en particular como producto de su praxis (el
estudio empírico en unidades de observación discretas), es el descubrimiento de la
otredad cultural, al recortar inicialmente de la realidad social el espacio de los grupos
étnicos y socioculturales no europeos y de los pueblos campesinos. Estos grupos que, a
lo largo del proceso de descolonización, formarán parte de los pueblos del Tercer
Mundo y recientemente, constituyen el mundo de lo “local”.
El carácter histórico de esta categorización se ha manifestado en los sucesivos
imperios coloniales y además lo veremos reflejado en las escuelas teóricas más
importantes de la Antropología (el evolucionismo, el funcionalismo, el estructural-
funcionalismo británico, el particularismo histórico de la antropología clásica, entre
otras) y en los enfoques de los movimientos teóricos posteriores, a partir de la
descolonización.
Como señalamos al comienzo de este capítulo, la situación colonial creó al
salvaje, al primitivo, al indio, con una imagen invertida a la del europeo. Desde esa
perspectiva, el salvaje “confirmará” la superioridad de la civilización y así el europeo
estigmatizará a los otros como portadores de características inferiores, justificándose a
sí mismo. Estos discursos ideológicos son posibles porque en las relaciones de
dominación se intentan licuar las diferencias en una mirada etnocéntrica, simplificadora
y esencializada (sin cambios, inalterable, cristalizada) de los otros.
En el siglo XIX y desde el evolucionismo, primer paradigma científico de la
Antropología, los otros culturales, los salvajes, son caracterizados como los primitivos,
en una escala de progreso unilineal en donde el punto de llegada es la civilización
occidental. Son representantes de las primeras etapas de la evolución cultural en una
línea de desarrollo tecnológico10. En este momento hace su irrupción la ideología
racista, justificadora de la explotación y la desigualdad a que se somete a los otros.
En las primeras décadas del siglo XX, en el momento en que la Antropología se
consolida como ciencia, los “pueblos primitivos” comienzan a ser percibidos como
“diversos”, “diferentes” a las culturas occidentales. Son observados y caracterizados
como comunidades homogéneas en su estilo particular de vida y a sus miembros se los
concibe como inmersos en redes de armonía y estabilidad 11. Son buenos ejemplos de
esta interpretación los estudios realizados desde las teorías funcionalista y del
particularismo histórico.
Esta representación de las otras culturas conducirá a exagerar la otredad o a
encerrarla en una pura diferencia, sin tomar en cuenta la situación de dominio colonial a
10
Ver evolucionismo.
11
Ver funcionalismo, particularismo histórico y estructural-funcionalismo.
Antropología – Unidad 1

la que están siendo sometidas. En este momento, van a permanecer ocultas las
relaciones de poder y conflicto, que se diluirán en una perspectiva relativista, de
aceptación de las diferencias y negación de la desigualdad. Un ejemplo clásico de esta
perspectiva es la política de defensa del apartheid sudafricano: se justificaba la
discriminación en aras de mantener la diversidad de culturas negras africanas frente a la
cultura blanca europea.
Otro enfoque sobre la diversidad, cercano al anterior y a la Antropología, y
también presente en algunas corrientes filosóficas actuales, consiste en percibir al otro 20
desde el discurso de la tolerancia, que se expresa en estos términos: “tienen derecho a
vivir así”, “están acostumbrados”, “es cultural”. Esta perspectiva relativiza todos los
valores y creencias. Como defensa de la tolerancia, implica la aceptación de la
diversidad en términos de igualdad pero, paradójicamente, también lleva a la aceptación
de realidades sociales opresivas e injustas, despojando a los sujetos (entre ellos a los
científicos) de toda responsabilidad ética frente a esos otros.
La Antropología puede estudiar diferentes problemáticas relacionadas con
instituciones como la familia, las prácticas educativas, políticas, religiosas, los grupos
étnicos, los migrantes urbanos recientes, las realidades barriales, las relaciones de
género, los rituales, e interpretar las diferencias en términos de diversidad cultural. Ha
peleado esforzadamente “para demostrar que la diferencia cultural no recoge lo exótico
y lo extravagante de otras culturas, sino aquello que las distingue culturalmente, sin
dejar de lado las semejanzas de la vida cultural de las sociedades” (Moore 1996:22).
Pero, una vez admitida y aceptada la diversidad cultural, este punto de vista resulta
insuficiente. La interpretación de los fenómenos sociales requiere contextualizar esas
diferencias en los procesos históricos de dominación, explotación y exclusión. Y, aún
más, en las realidades sociales concretas donde se producen. Es importante comprender,
explicar y denunciar cuándo la noción de diversidad oculta las relaciones de poder y
desigualdad presentes en las sociedades.
Antropología – Unidad 1

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