Teoria Marxista Del Partido Político

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Lenin - Luxemburg - Lukács

TEORÍA MARXISTA DEL


PARTIDO POLÍTICO

2
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Libro 302

3
Lenin - Luxemburg - Lukács

Colección
SOCIALISMO y LIBERTAD
Libro 1 LA REVOLUCIÓN ALEMANA
Víctor Serge – Karl Liebknecht – Rosa Luxemburgo
Libro 2 DIALÉCTICA DE LO CONCRETO
Karel Kosik
Libro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO
Silvio Frondizi
Libro 4 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Antonio Gramsci
Libro 5 MAO Tse-tung
José Aricó
Libro 6 VENCEREMOS
Ernesto Guevara
Libro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO – DIALÉCTICA DE LO IDEAL
Edwald Ilienkov
Libro 8 LA DIALÉCTICA COMO ARMA, MÉTODO, CONCEPCIÓN y ARTE
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANO
Néstor Kohan
Libro 10 AMÉRICA NUESTRA. AMÉRICA MADRE
Julio Antonio Mella
Libro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud
Libro 12 MARX y ENGELS. Nueve Conferencias en la Academia Socialista
David Riazánov
Libro 13 ANARQUISMO y COMUNISMO
Evgeni Preobrazhenski
Libro 14 REFORMA o REVOLUCIÓN – LA CRISIS DE LA SOCIALDEMOCRACIA
Rosa Luxemburgo
Libro 15 ÉTICA y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 16 EDUCACIÓN y LUCHA DE CLASES
Aníbal Ponce
Libro 17 LA MONTAÑA ES ALGO MÁS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDE
Omar Cabezas
Libro 18 LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero en Francia
1789–1848. Selección de textos de Alberto J. Plá
Libro 19 MARX y ENGELS
Karl Marx y Friedrich Engels. Selección de textos
Libro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionario
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 21 LA FILOSOFÍA BURGUESA POSTCLÁSICA
Rubén Zardoya
Libro 22 DIALÉCTICA Y CONCIENCIA DE CLASE
György Lukács
Libro 23 EL MATERIALISMO HISTÓRICO ALEMÁN
Franz Mehring
Libro 24 DIALÉCTICA PARA LA INDEPENDENCIA
Ruy Mauro Marini

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TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Libro 25 MUJERES EN REVOLUCIÓN


Clara Zetkin
Libro 26 EL SOCIALISMO COMO EJERCICIO DE LA LIBERTAD
Agustín Cueva – Daniel Bensaïd. Selección de textos
Libro 27 LA DIALÉCTICA COMO FORMA DE PENSAMIENTO – DE ÍDOLOS E IDEALES
Edwald Ilienkov. Selección de textos
Libro 28 FETICHISMO y ALIENACIÓN – ENSAYOS SOBRE LA TEORÍA MARXISTA EL VALOR
Isaak Illich Rubin
Libro 29 DEMOCRACIA Y REVOLUCIÓN. El hombre y la Democracia
György Lukács
Libro 30 PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO
Paulo Freire
Libro 31 HISTORIA, TRADICIÓN Y CONSCIENCIA DE CLASE
Edward P. Thompson. Selección de textos
Libro 32 LENIN, LA REVOLUCIÓN Y AMÉRICA LATINA
Rodney Arismendi
Libro 33 MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUE
Osip Piatninsky
Libro 34 VLADIMIR ILICH Y LA EDUCACIÓN
Nadeshda Krupskaya
Libro 35 LA SOLIDARIDAD DE LOS OPRIMIDOS
Julius Fucik – Bertolt Brecht – Walter Benjamin. Selección de textos
Libro 36 UN GRANO DE MAÍZ
Tomás Borge y Fidel Castro
Libro 37 FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Adolfo Sánchez Vázquez
Libro 38 ECONOMÍA DE LA SOCIEDAD COLONIAL
Sergio Bagú
Libro 39 CAPITALISMO Y SUBDESARROLLO EN AMÉRICA LATINA
André Gunder Frank
Libro 40 MÉXICO INSURGENTE
John Reed
Libro 41 DIEZ DÍAS QUE CONMOVIERON AL MUNDO
John Reed
Libro 42 EL MATERIALISMO HISTÓRICO
Georgi Plekhanov
Libro 43 MI GUERRA DE ESPAÑA
Mika Etchebéherè
Libro 44 NACIONES Y NACIONALISMOS
Eric Hobsbawm
Libro 45 MARX DESCONOCIDO
Nicolás González Varela – Karl Korsch
Libro 46 MARX Y LA MODERNIDAD
Enrique Dussel
Libro 47 LÓGICA DIALÉCTICA
Edwald Ilienkov
Libro 48 LOS INTELECTUALES Y LA ORGANIZACIÓN DE LA CULTURA
Antonio Gramsci
Libro 49 KARL MARX. LEÓN TROTSKY, Y EL GUEVARISMO ARGENTINO
Trotsky – Mariátegui – Masetti – Santucho y otros. Selección de Textos
Libro 50 LA REALIDAD ARGENTINA – El Sistema Capitalista
Silvio Frondizi

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Lenin - Luxemburg - Lukács

Libro 51 LA REALIDAD ARGENTINA – La Revolución Socialista


Silvio Frondizi
Libro 52 POPULISMO Y DEPENDENCIA – De Yrigoyen a Perón
Milcíades Peña
Libro 53 MARXISMO Y POLÍTICA
Carlos Nélson Coutinho
Libro 54 VISIÓN DE LOS VENCIDOS
Miguel León-Portilla
Libro 55 LOS ORÍGENES DE LA RELIGIÓN
Lucien Henry
Libro 56 MARX Y LA POLÍTICA
Jorge Veraza Urtuzuástegui
Libro 57 LA UNIÓN OBRERA
Flora Tristán
Libro 58 CAPITALISMO, MONOPOLIOS Y DEPENDENCIA
Ismael Viñas
Libro 59 LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO OBRERO
Julio Godio
Libro 60 HISTORIA SOCIAL DE NUESTRA AMÉRICA
Luis Vitale
Libro 61 LA INTERNACIONAL. Breve Historia de la Organización Obrera en Argentina.
Selección de Textos
Libro 62 IMPERIALISMO Y LUCHA ARMADA
Marighella, Marulanda y la Escuela de las Américas
Libro 63 LA VIDA DE MIGUEL ENRÍQUEZ
Pedro Naranjo Sandoval
Libro 64 CLASISMO Y POPULISMO
Michael Löwy – Agustín Tosco y otros. Selección de textos
Libro 65 DIALÉCTICA DE LA LIBERTAD
Herbert Marcuse
Libro 66 EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Theodor W. Adorno
Libro 67 EL AÑO 1 DE LA REVOLUCIÓN RUSA
Víctor Serge
Libro 68 SOCIALISMO PARA ARMAR
Löwy –Thompson – Anderson – Meiksins Wood y otros. Selección de Textos
Libro 69 ¿QUÉ ES LA CONCIENCIA DE CLASE?
Wilhelm Reich
Libro 70 HISTORIA DEL SIGLO XX – Primera Parte
Eric Hobsbawm
Libro 71 HISTORIA DEL SIGLO XX – Segunda Parte
Eric Hobsbawm
Libro 72 HISTORIA DEL SIGLO XX – Tercera Parte
Eric Hobsbawm
Libro 73 SOCIOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA
Ágnes Heller
Libro 74 LA SOCIEDAD FEUDAL – Tomo I
Marc Bloch
Libro 75 LA SOCIEDAD FEUDAL – Tomo 2
Marc Bloch
Libro 76 KARL MARX. ENSAYO DE BIOGRAFÍA INTELECTUAL
Maximilien Rubel

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TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Libro 77 EL DERECHO A LA PEREZA


Paul Lafargue
Libro 78 ¿PARA QUÉ SIRVE EL CAPITAL?
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 79 DIALÉCTICA DE LA RESISTENCIA
Pablo González Casanova
Libro 80 HO CHI MINH
Selección de textos
Libro 81 RAZÓN Y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 82 CULTURA Y POLÍTICA – Ensayos para una cultura de la resistencia
Santana – Pérez Lara – Acanda – Hard Dávalos – Alvarez Somoza y otros
Libro 83 LÓGICA Y DIALÉCTICA
Henri Lefebvre
Libro 84 LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
Eduardo Galeano
Libro 85 HUGO CHÁVEZ
José Vicente Rangél
Libro 86 LAS GUERRAS CIVILES ARGENTINAS
Juan Álvarez
Libro 87 PEDAGOGÍA DIALÉCTICA
Betty Ciro – César Julio Hernández – León Vallejo Osorio
Libro 88 COLONIALISMO Y LIBERACIÓN
Truong Chinh – Patrice Lumumba
Libro 89 LOS CONDENADOS DE LA TIERRA
Frantz Fanon
Libro 90 HOMENAJE A CATALUÑA
George Orwell
Libro 91 DISCURSOS Y PROCLAMAS
Simón Bolívar
Libro 92 VIOLENCIA Y PODER – Selección de textos
Vargas Lozano – Echeverría – Burawoy – Monsiváis – Védrine – Kaplan y otros
Libro 93 CRÍTICA DE LA RAZÓN DIALÉCTICA
Jean Paul Sartre
Libro 94 LA IDEA ANARQUISTA
Bakunin – Kropotkin – Barret – Malatesta – Fabbri – Gilimón – Goldman
Libro 95 VERDAD Y LIBERTAD
Martínez Heredia – Sánchez Vázquez – Luporini – Hobsbawn – Rozitchner – Del Barco
Libro 96 INTRODUCCIÓN GENERAL A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
Karl Marx y Friedrich Engels
Libro 97 EL AMIGO DEL PUEBLO
Los amigos de Durruti
Libro 98 MARXISMO Y FILOSOFÍA
Karl Korsch
Libro 99 LA RELIGIÓN
Leszek Kolakowski
Libro 100 AUTOGESTIÓN, ESTADO Y REVOLUCIÓN
Noir et Rouge
Libro 101 COOPERATIVISMO, CONSEJISMO Y AUTOGESTIÓN
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 102 ROSA LUXEMBURGO Y EL ESPONTANEÍSMO REVOLUCIONARIO
Selección de textos

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Lenin - Luxemburg - Lukács

Libro 103 LA INSURRECCIÓN ARMADA


A. Neuberg
Libro 104 ANTES DE MAYO
Milcíades Peña
Libro 105 MARX LIBERTARIO
Maximilien Rubel
Libro 106 DE LA POESÍA A LA REVOLUCIÓN
Manuel Rojas
Libro 107 ESTRUCTURA SOCIAL DE LA COLONIA
Sergio Bagú
Libro 108 COMPENDIO DE HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Albert Soboul
Libro 109 DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE. Historia de la Revolución Francesa
Albert Soboul
Libro 110 LOS JACOBINOS NEGROS. Toussaint L’Ouverture y la revolución de Haití
Cyril Lionel Robert James
Libro 111 MARCUSE Y EL 68
Selección de textos
Libro 112 DIALÉCTICA DE LA CONCIENCIA – Realidad y Enajenación
José Revueltas
Libro 113 ¿QUÉ ES LA LIBERTAD? – Selección de textos
Gajo Petrović – Milán Kangrga
Libro 114 GUERRA DEL PUEBLO – EJÉRCITO DEL PUEBLO
Vo Nguyen Giap
Libro115 TIEMPO, REALIDAD SOCIAL Y CONOCIMIENTO
Sergio Bagú
Libro 116 MUJER, ECONOMÍA Y SOCIEDAD
Alexandra Kollontay
Libro 117 LOS JERARCAS SINDICALES
Jorge Correa
Libro 118 TOUSSAINT LOUVERTURE. La Revolución Francesa y el Problema Colonial
Aimé Césaire
Libro 119 LA SITUACIÓN DE LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA
Federico Engels
Libro 120 POR LA SEGUNDA Y DEFINITIVA INDEPENDENCIA
Estrella Roja – Ejército Revolucionario del Pueblo
Libro 121 LA LUCHA DE CLASES EN LA ANTIGUA ROMA
Espartaquistas
Libro 122 LA GUERRA EN ESPAÑA
Manuel Azaña
Libro 123 LA IMAGINACIÓN SOCIOLÓGICA
Charles Wright Mills
Libro 124 LA GRAN TRANSFORMACIÓN. Critica del Liberalismo Económico
Karl Polanyi
Libro 125 KAFKA. El Método Poético
Ernst Fischer
Libro 126 PERIODISMO Y LUCHA DE CLASES
Camilo Taufic
Libro 127 MUJERES, RAZA Y CLASE
Angela Davis
Libro 128 CONTRA LOS TECNÓCRATAS
Henri Lefebvre

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TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Libro 129 ROUSSEAU Y MARX


Galvano della Volpe
Libro 130 LAS GUERRAS CAMPESINAS – REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN EN
ALEMANIA
Federico Engels
Libro 131 EL COLONIALISMO EUROPEO
Carlos Marx – Federico Engels
Libro 132 ESPAÑA. Las Revoluciones del Siglo XIX
Carlos Marx – Federico Engels
Libro 133 LAS IDEAS REVOLUCIONARIOS DE KARL MARX
Alex Callinicos
Libro 134 KARL MARX
Karl Korsch
Libro 135 LA CLASE OBRERA EN LA ERA DE LAS MULTINACIONALES
Peters Mertens
Libro 136 EL ÚLTIMO COMBATE DE LENIN
Moshe Lewin
Libro 137 TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN
Roberto Massari
Libro 138 ROSA LUXEMBURG
Tony Cliff
Libro 139 LOS ROJOS DE ULTRAMAR
Jordi Soler
Libro 140 INTRODUCCIÓN A LA ECONOMÍA POLÍTICA
Rosa Luxemburg
Libro 141 HISTORIA Y DIALÉCTICA
Leo Kofler
Libro 142 BLANQUI Y LOS CONSEJISTAS
Blanqui – Luxemburg – Gorter – Pannekoek – Pfemfert – Rühle – Wolffheim y Otros
Libro 143 EL MARXISMO – El MATERIALISMO DIALÉCTICO
Henri Lefebvre
Libro 144 EL MARXISMO
Ernest Mandel
Libro 145 LA COMMUNE DE PARÍS Y LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA
Federica Montseny
Libro 146 LENIN, SOBRE SUS PROPIOS PIES
Rudi Dutschke
Libro 147 BOLCHEVIQUE
Larissa Reisner
Libro 148 TIEMPOS SALVAJES
Pier Paolo Pasolini
Libro 149 DIOS TE SALVE BURGUESÍA
Paul Lafargue - Herman Gorter - Franz Mehring
Libro 150 EL FIN DE LA ESPERANZA
Juan Hermanos
Libro 151 MARXISMO Y ANTROPOLOGÍA
György Markus
Libro 152 MARXISMO Y FEMINISMO
Herbert Marcuse
Libro 153 LA TRAGEDIA DEL PROLETARIADO ALEMÁN
Juan Rústico

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Lenin - Luxemburg - Lukács

Libro 154 LA PESTE PARDA


Daniel Guerin
Libro 155 CIENCIA, POLÍTICA Y CIENTIFICISMO – LA IDEOLOGÍA DE LA NEUTRALIDAD
IDEOLÓGICA
Oscar Varsavsky - Adolfo Sánchez Vázquez
Libro156 PRAXIS. Estrategia de supervivencia
Ilienkov - Kosik - Adorno - Horkheimer - Sartre - Sacristán y Otros
Libro 157 KARL MARX. Historia de su vida
Franz Mehring
Libro 158 ¡NO PASARÁN!
Upton Sinclair
Libro 159 LO QUE TODO REVOLUCIONARIO DEBE SABER SOBRE LA REPRESIÓN
Víctor Serge
Libro 160 ¿SEXO CONTRA SEXO O CLASE CONTRA CLASE?
Evelyn Reed
Libro 161 EL CAMARADA
Takiji Kobayashi
Libro 162 LA GUERRA POPULAR PROLONGADA
Máo Zé dōng
Libro 163 LA REVOLUCIÓN RUSA
Christopher Hill
Libro 164 LA DIALÉCTICA DEL PROCESO HISTÓRICO
George Novack
Libro 165 EJÉRCITO POPULAR - GUERRA DE TODO EL PUEBLO
Vo Nguyen Giap
Libro 166 EL MATERIALISMO DIALÉCTICO
August Thalheimer
Libro 167 ¿QUÉ ES EL MARXISMO?
Emile Burns
Libro 168 ESTADO AUTORITARIO
Max Horkheimer
Libro 169 SOBRE EL COLONIALISMO
Aimé Césaire
Libro 170 CRÍTICA DE LA DEMOCRACIA CAPITALISTA
Stanley Moore
Libro 171 SINDICALISMO CAMPESINO EN BOLIVIA
Qhana - CSUTCB - COB
Libro 172 LOS ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN
Vere Gordon Childe
Libro 173 CRISIS Y TEORÍA DE LA CRISIS
Paul Mattick
Libro 174 TOMAS MÜNZER. Teólogo de la Revolución
Ernst Bloch
Libro 175 MANIFIESTO DE LOS PLEBEYOS
Gracco Babeuf
Libro 176 EL PUEBLO
Anselmo Lorenzo
Libro 177 LA DOCTRINA SOCIALISTA Y LOS CONSEJOS OBREROS
Enrique Del Valle Iberlucea
Libro 178 VIEJA Y NUEVA DEMOCRACIA
Moses I. Finley

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TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Libro 179 LA REVOLUCIÓN FRANCESA


George Rudé
Libro 180 ACTIVIDAD, CONCIENCIA Y PERSONALIDAD
Aleksei Leontiev
Libro 181 ENSAYOS FILOSÓFICOS
Alejandro Lipschütz
Libro 182 LA IZQUIERDA COMUNISTA ITALIANA (1917–1927)
Selección de textos
Libro 183 EL ORIGEN DE LAS IDEAS ABSTRACTAS
Paul Lafargue
Libro 184 DIALÉCTICA DE LA PRAXIS. El Humanismo Marxista
Mihailo Marković
Libro 185 LAS MASAS Y EL PODER
Pietro Ingrao
Libro 186 REIVINDICACIÓN DE LOS DERECHOS DE LA MUJER
Mary Wollstonecraft
Libro 187 CUBA 1991
Fidel Castro
Libro 188 LAS VANGUARDIAS ARTÍSTICAS DEL SIGLO XX
Mario De Micheli
Libro 189 CHE. Una Biografía
Héctor Oesterheld - Alberto Breccia - Enrique Breccia
Libro 190 CRÍTICA DEL PROGRAMA DE GOTHA
Karl Marx
Libro 191 FENOMENOLOGÍA Y MATERIALISMO DIALÉCTICO
Trần Đức Thảo
Libro 192 EN TORNO AL DESARROLLO INTELECTUAL DEL JOVEN MARX (1840–1844)
Georg Lukács
Libro 193 LA FUNCIÓN DE LAS IDEOLOGÍAS - CRÍTICA DE LA RAZÓN INSTRUMENTAL
Max Horkheimer
Libro 194 UTOPÍA
Tomás Moro
Libro 195 ASÍ SE TEMPLÓ EL ACERO
Nikolai Ostrovski
Libro 196 DIALÉCTICA Y PRAXIS REVOLUCIONARIA
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 197 JUSTICIEROS Y COMUNISTAS (1843–1852)
Karl Marx, Friedrich Engels y Otros
Libro 198 FILOSOFÍA DE LA LIBERTAD
Rubén Zardoya Loureda - Marcello Musto - Seongjin Jeong - Andrzej Walicki
Bolívar Echeverría - Daniel Bensaïd - Jorge Veraza Urtuzuástegui
Libro 199 EL MOVIMIENTO ANARQUISTA EN ARGENTINA. Desde sus comienzos hasta 1910
Diego Abad de Santillán
Libro 200 BUJALANCE. LA REVOLUCIÓN CAMPESINA
Juan del Pueblo
Libro 201 MATERIALISMO DIALÉCTICO Y PSICOANÁLISIS
Wilhelm Reich
Libro 202 OLIVER CROMWELL Y LA REVOLUCIÓN INGLESA
Christopher Hill
Libro 203 AUTOBIOGRAFÍA DE UNA MUJER EMANCIPADA
Alexandra Kollontay

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Lenin - Luxemburg - Lukács

Libro 204 TRAS LAS HUELLAS DEL MATERIALISMO HISTÓRICO


Perry Anderson
Libro 205 CONTRA EL POSTMODERNISMO - UN MANIFIESTO ANTICAPITALISTA
Alex Callinicos
Libro 206 EL MATERIALISMO DIALÉCTICO SEGÚN HENRI LEFEBVRE
Eugenio Werden
Libro 207 LOS COMUNISTAS Y LA PAZ
Jean–Paul Sartre
Libro 208 CÓMO NOS VENDEN LA MOTO
Noan Chomsky – Ignacio Ramonet
Libro 209 EL COMITÉ REGIONAL CLANDESTINO EN ACCIÓN
Alexei Fiodorov
Libro 210 LA MUJER Y EL SOCIALISMO
August Bebel
Libro 211 DEJAR DE PENSAR
Carlos Fernández Liria y Santiago Alba Rico
Libro 212 LA EXPRESIÓN TEÓRICA DEL MOVIMIENTO PRÁCTICO
Walter Benjamin - Rudi Dutschke - Jean-Paul Sartre - Bolívar Echeverría
Libro 213 ANTE EL DOLOR DE LOS DEMÁS
Susan Sontag
Libro 214 LIBRO DE LECTURA PARA USO DE LAS ESCUELAS NOCTURNAS PARA
TRABAJADORES – 1er Grado
Comisión Editora Popular
Libro 215 EL DISCURSO CRÍTICO DE MARX
Bolívar Echeverría
Libro 216 APUNTES SOBRE MARXISMO
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 217 PARA UN MARXISMO LIBERTARIO
Daniel Guerin
Libro 218 LA IDEOLOGÍA ALEMANA
Karl Marx y Friedrich Engels
Libro 219 BABEUF
Ilya Ehrenburg
Libro 220 MIGUEL MÁRMOL – LOS SUCESOS DE 1932 EN EL SALVADOR
Roque Dalton
Libro 221 SIMÓN BOLÍVAR CONDUCTOR POLÍTICO Y MILITAR DE LA GUERRA ANTI
COLONIAL
Alberto Pinzón Sánchez
Libro 222 MARXISMO Y LITERATURA
Raymond Williams
Libro 223 SANDINO, GENERAL DE HOMBRES LIBRES
Gregorio Selser
Libro 224 CRÍTICA DIALÉCTICA. Ensayos, Notas y Conferencias (1958–1968)
Karel Kosik
Libro 225 LA POLÍTICA REVOLUCIONARIA. Ensayos, Notas y Conferencias
Ruy Mauro Marini
Libro 226 LOS QUE LUCHAN Y LOS QUE LLORAN. El Fidel Castro que yo ví
Jorge Ricardo Masetti
Libro 227 DE CADENAS Y DE HOMBRES
Robert Linhart
Libro 228 ESPAÑA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ
César Vallejo

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TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Libro 229 LECCIONES DE HISTORIA. Documentos del MIR. 1965–1974


Miguel y Edgardo Enríquez – Bautista Van Schowen – Ruy Mauro Marini y Otros
Libro 230 DIALÉCTICA Y CONOCIMIENTO
Jindřich Zelený
Libro 231 LA IZQUIERDA BOLCHEVIQUE (1922–1924)
Izquierda Bolchevique
Libro 232 LA RELIGIÓN DEL CAPITAL
Paul Lafargue
Libro 233 LA NUEVA ECONOMÍA
Evgeni Preobrazhenski
Libro 234 EL OTRO SADE. DEMOCRACIA DIRECTA Y CRÍTICA INTEGRAL DE LA
MODERNIDAD (Los escritos políticos de D. A. F. de Sade. Un comentario)
Jorge Veraza Urtuzuástegui
Libro 235 EL IMPERIALISMO ES UNA JAULA
Ulrike Meinhof
Libro 236 EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE LA DERECHA
Simone de Beauvoir
Libro 237 EUROPA ANTE EL ESPEJO
Josep Fontana
Libro 238 LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS
Edouard Perroy
Libro 239 TRESCIENTOS MILLONES DE ESCLAVOS Y SIERVOS TRABAJAN BAJO
EL NUEVO ORDEN ECONÓMICO FASCISTA
Jürgen Kuczynski
Libro 240 HISTORIA Y COMUNICACIÓN SOCIAL
Manuel Vázquez Montalbán
Libro 241 TEORÍA GENERAL DEL DERECHO y Otros Escritos
Pēteris Ivánovich Stučka
Libro 242 TEORÍA GENERAL DEL DERECHO Y MARXISMO
Evgeni Bronislavovic Pashukanis
Libro 243 EL NACIMIENTO DEL FASCISMO
Angelo Tasca
Libro 244 LA INSURRECCIÓN DE ASTURIAS
Manuel Grossi Mier
Libro 245 EL MARXISMO SOVIÉTICO
Herbert Marcuse
Libro 246 INTELECTUALES Y TARTUFOS
Jorge Veraza Urtuzuástegui
Libro 247 TECNOLOGÍA Y VALOR. Selección de Textos
Karl Marx
Libro 248 MINIMA MORALIA. Reflexiones desde la vida dañada
Theodor W. Adorno
Libro 249 DOCE AÑOS DE POLÍTICA ARGENTINA
Silvio Frondizi
Libro 250 CAPITALISMO Y DESPOJO
Renán Vega Cantor
Libro 251 LA FORMACIÓN DE LA MENTALIDAD SUMISA
Vicente Romano
Libro 252 ESBOZO PARA UNA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
Friedrich Engels

13
Lenin - Luxemburg - Lukács

Libro 253 LA CIENCIA DE LA SOCIEDAD


Leo Kofler
Libro 254 MARXISMO CRÍTICO. CRÍTICA COMUNISTA
Karl Korsch - Maximilien Rubel
Libro 255 UN LIBRO ROJO PARA LENIN
Roque Dalton
Libro 256 LA REVOLUCIÓN HAITIANA
Oscar de Pablo
Libro 257 SOBRE LA CONSTITUYENTE Y EL GOBIERNO PROVISIONAL
Rosa Luxemburgo
Libro 258 ESCRITOS DE JUVENTUD - SOBRE EL DERECHO
Karl Marx
Libro 259 PAN NEGRO Y DURO
Elizaveta Drabkina
Libro 260 PARA LA CRÍTICA A LAS TEORÍAS DEL IMPERIALISMO
Jorge Veraza Urtuzuástegui
Libro 261 LOS ESCRITOS DE MARX Y ENGELS SOBRE MÉXICO
Jorge Veraza Urtuzuástegui
Libro 262 BOLÍVAR, EL EJÉRCITO Y LA DEMOCRACIA
Juvenal Herrera Torres
Libro 263 MERCADERES Y BANQUEROS DE LA EDAD MEDIA
Jacques Le Goff
Libro 264 LOS SIETE PECADOS CAPITALES
Bertolt Brecht
Libro 265 HISTORIA DE LA COMUNA DE PARÍS
H. Prosper-Olivier Lissagaray
Libro 266 TEORÍA MARXISTA DEL IMPERIALISMO
Paolo Santi - Jacques Valier - Rodolfo Banfi - Hamza Alavi
Libro 267 MALCOLM X
Maria Elena Vela
Libro 268 EROS Y CIVILIZACIÓN
Herbert Marcuse
Libro 269 MANUAL CRÍTICO DE PSIQUIATRÍA
Giovanni Jervis
Libro 270 LOS MÁRTIRES DE CHICAGO
Ricardo Mella
Libro 271 HISTORIA DE LAS DOCTRINAS SOCIALES
Raúl Roa
Libro 272 PARTIDO Y LUCHA DE CLASES
Selección de Textos
Libro 273 SARTRE Y EL 68
Jean-Paul Sartre
Libro 274 EL HUMANISMO DE MARX
Rodolfo Mondolfo
Libro 275 LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA REALIDAD
Peter Berger y Thomas Luckmann
Libro 276 LAS RAÍCES SOCIOECONÓMICAS DE LA MECÁNICA DE NEWTON
Boris Mijailovich Hessen
Libro 277 PSICOANÁLISIS, FEMINISMO Y MARXISMO
Marie Langer
Libro 278 MARX Y LA PSICOLOGÍA SOCIAL DEL SENTIDO COMÚN
Jorge Veraza Urtuzuástegui

14
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Libro 279 EL MARXISMO Y LA CULTURA VIETNAMITA


Trường Chinh
Libro 280 VIETNAM. PUEBLO HEROICO
Memorias de Militantes
Libro 281 CONTRIBUCIÓN A LA HISTORIA DE LA SOCIEDAD BURGUESA
Leo Kofler
Libro 282 CARLOS MARX Y SU PENSAMIENTO – EL MARXISMO VIVIENTE
Mario Miranda Pacheco
Libro 283 OMNIA SUNT COMMUNIA
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 284 LA FILOSOFÍA DEL ARTE DE KARL MARX
Mijaíl Lifshitz
Libro 285 TEORÍA DE LA VANGUARDIA
Peter Bürger
Libro 286 LA DIMENSIÓN ESTÉTICA
Herbert Marcuse
Libro 287 EL DOMINGO ROJO
Máximo Gorki
Libro 288 IDEALISMO Y MATERIALISMO EN LA CONCEPCIÓN DE LA HISTORIA
Jean Jaurès - Paul Lafargue
Libro 289 LA DIALÉCTICA COMO SISTEMA
Zaid M. Orudzhev
Libro 290 LA ESTRUCTURA LIBIDINAL DEL DINERO.
Horst Kurnitzky
Libro 291 LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER Y LA LUCHA AFRICANA POR LA LIBERTAD
Thomas Sankara
Libro 292 CRÓNICA SOBRE LA GUERRA SOCIAL EN CHICAGO (1886–1887)
José Martí
Libro 293 EL IMPERIO DEL CAOS. La nueva mundialización capitalista
Samir Amin
Libro 294 LO IRRACIONAL EN POLÍTICA
Maurice Brinton
Libro 295 LOS ORÍGENES DEL MATERIALISMO
George Novack
Libro 296 EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN. La doctrina marxista del Estado y las tareas del
proletariado en la Revolución
Vladimir Ilich Lenin
Libro 297 LA INTERNACIONAL COMUNISTA Y EL PROBLEMA COLONIAL
Rudolf Schlesinger
Libro 298 EL ORIGEN DE LA CONCIENCIA HUMANA
Alexander Georgyevich Spirkin
Libro 299 LA REVOLUCIÓN PERMANENTE Y EL SOCIALISMO EN UN SOLO PAÍS
León Trotsky - Nicolai Bujarin - Grigori Zinóviev - Josep Stalin
Libro 300 MARXISMO, PSICOANÁLISIS Y SEXPOL
Bernfeld - Fenichel - Fromm - Leistikow - Sapir - Sternberg - Teschitz
Libro 301 EL MARXISMO CRÍTICO EN MÉXICO
Bolívar Echeverría - Jorge Veraza Urtuzuástegui - Luis Arizmendi, et al
Libro 302 TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO
Vladimir Lenin – Rosa Luxemburg – György Lukács, et al

15
Lenin - Luxemburg - Lukács

https://elsudamericano.wordpress.com

La red mundial de los hijos de la revolución social

16
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

TEORÍA MARXISTA DEL


PARTIDO POLÍTICO 1

Umberto Cerroni - Lucio Magri - Monty Johnstone


Daniel Bensaïd - Alain Nair - Rosa Luxemburg
Vladimir I. Lenin - György Lukács
*

Para una teoría del partido político


Umberto Cerroni

Problemas de la teoría marxista del partido revolucionario


Lucio Magri

Marx y Engels y el concepto de partido


Monty Johnstone

A propósito del problema de organización: Lenin y Rosa


Luxemburg
Daniel Bensaïd y Alain Nair

Problemas de organización de la socialdemocracia rusa


Rosa Luxemburg

Un paso adelante, dos pasos atrás


Vladimir I. Lenin

Observaciones metodológicas sobre el problema de la


organización
György Lukács

Legalidad e ilegalidad
György Lukács

1
VV. AA. Teoría Marxista del Partido Político, vol. I y II, Cuadernos de Pasado y Presente, n.° 7 y
12. Primera edición. 1969. Ediciones pasado y presente. Córdoba. Arg. Traductor: José aricó
17
Lenin - Luxemburg - Lukács

NOTA DEL EDITOR

Los trabajos incluidos en el presente volumen fueron tomados de las


siguientes publicaciones:

1) Umberto Cerroni. “Per una teoria del partido político”, Critica


marxista, anno 1, n° 5-6, 1963 (settembre-dicembre), pp. 15-69.

2) Lucio Magri, “Problemi della teoria marxista del partido político”.


Critica marxista, cit., pp. 61-102.

3) Monty Johnstone, “Marx and Engels and the Concept of the


Party”, aparecido en Ralph Miliband y John Saville, The Socialist
Register 1967, Londres, The Merlin Press 1967, pp. 121-158.

4) Daniel Bensaïd et Alain Nair, “A propos de la question de


l’organization: Lénine et Rosa Luxemburg”, Partisans, n.° 45,
décembre-janvier 1969, pp. 10-27. Traducción de José Aricó.

5) Rosa Luxemburg, “Centralismo o democracia? (Réplica a Lenin)”


en Pagine Scelte, Edizioni Azioni Comune, Milano, 1963, pp. 78-103.
Traducción de José Aricó.

6) Vladimir I. Lenin, “Un paso adelante, dos pasos atrás. Respuesta


de N. Lenin a Rosa Luxemburg”, en Obras completas, t. VII, Cartago,
Buenos Aires, 1959, pp. 479-490.

7) György Lukács, “Remarques methodologiques sur la question de


L’organization”, en Histoire et conscience de classe, Les Editions de
Minuit, Paris, 1960, pp. 333-381. Traducción de José Aricó.

8) György Lukács, “Legalité e Ilegalite”, en Histoire et conscience de


classe, ibid. Traducción de José Aricó

18
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

PARA UNA TEORÍA DEL PARTIDO POLÍTICO


Umberto Cerroni
OBSERVACIONES GENERALES

La teoría del partido político es una disciplina sumamente joven, tan joven
como lo es la historia del partido político. Pareciera concentrarse en dos
órdenes de problemas, referido uno al análisis sociológico del partido (su
composición, estructura, dirección y gravitación social) y el otro a las
consecuencias que acarrea la existencia del partido en el mecanismo de la
constitución política moderna. Pero en el centro de los estudios realizados
en ambos campos se encuentra una noción común del partido como
organización permanente de un agrupamiento humano unido por una
identidad de opiniones acerca de la vida política y consagrado a conquistar
el poder con técnicas más o menos semejantes.

La teoría del partido viene así a tener por objeto un instrumento de la


técnica política moderna de orientación e influencia en las masas y de
lucha por el control del estado. Dentro de esta perspectiva, las diferencias
ideales que en otros ámbitos parecen relevantes y decisivas (por ejemplo,
en el análisis de las doctrinas políticas, pero también de la elección
práctica de las orientaciones políticas) pasan aquí a segundo plano frente
a la identidad fundamental de la estructura técnica del partido. Si con la
expresión partido-programa designamos al planteo ideal del partido, y
con el término partido-aparato o partido-máquina la formación técnico-
institucional, podemos decir que la teoría del partido político tiende a
extraer la segunda noción de su conexión orgánica con la primera a fin de
estudiar las tendencias y, si se quiere, las leyes de formación, funciona-
miento y desarrollo del partido político, así como los instrumentos con los
cuales los partidos luchan por el poder. Pero ¿es semejante criterio
verdaderamente lícito y científicamente productivo? Al adoptarlo, ¿no se
corre el peligro de desarticular la noción misma de la política moderna,
perdiendo de vista su “doble naturaleza”, a la que Gramsci definía como
“bestial y humana, de la fuerza y del consenso de la autoridad y de la
hegemonía, de la violencia y de la civilización, del momento individual y
del universal (de la Iglesia y del estado), de la agitación y de la propaganda,
de la técnica y de la estrategia”?2

2
A. Gransci, Note sul Machiavelli, sulla política e sulla Stato Moderno, Torino, 1949, p. 37 [Hay
edic. cast. de Editorial Lautaro, Bs. As. 1962, p. 62].
19
Lenin - Luxemburg - Lukács

Semejante riesgo expone a graves consecuencias, dado que supone una


unificación arbitraria, por el elemento técnico común, de organismos que
tienen diferencias profundas en sus planteos ideales, sus orígenes y
desarrollo histórico, sus derivaciones y valores sociales.

Sin duda alguna, en cada aspecto de la política moderna se encuentra el


elemento técnico de la organización de la fuerza y también en el partido
político es dable encontrar, como en el estado, la presencia de ese
elemento, y no se excluye la posibilidad de que, en determinadas
coyunturas históricas, éste asuma un valor de primer plano. Sin embargo,
para fijar la tipología de los partidos, ¿basta un reconocimiento de su
“esqueleto” y una indagación de las técnicas de penetración, difusión y
control de la opinión pública o de organización de la masa para responder
a las cuestiones generales atinentes a los azares de la historia política, al
origen mismo del partido político moderno, a los nexos que lo ligan con
los desarrollos políticos y sociales de nuestra época?

Escribir la historia de los partidos políticos, evidentemente, no significará


hacer la cronología de sus congresos, y mucho menos el registro, a la
manera de una crónica, de las modificaciones estatutarias o incluso
sociológicas que presentan a través del tiempo, sino que siempre supone,
como señalaba Gramsci: “escribir la historia general de un país desde un
punto de vista monográfico, para poner de relieve un aspecto caracte-
rístico”, de modo que “la historia de un partido (...) no podrá dejar de ser
la historia de un grupo social determinado”. 3

Se puede objetar que todo esto es parte de la tarea del historiador o del
estudioso de las doctrinas políticas y que, no obstante, el problema
concierne precisamente a la posibilidad científica de aislar los diversos
aspectos que caracterizan al partido político, sin ignorar por ello vincula-
ciones harto relevantes y quizás incluso decisivas.

Anticipando algo de lo que expondremos más adelante, diremos que la


perspectiva particular que hasta ahora asumió tradicionalmente el estudio
del partido político –de Ostrogorski a Michels, a Weber y por último a
Duverger– parece también estrechamente derivada de la concepción, de
igual modo tradicional, de la política como “ciencia autónoma” y de la
acción política como mera “pasión”. Pero esto, como ya señalaba Gramsci
en relación con Croce, “choca con la dificultad de explicar y justificar las

3
Op. cit., p. 22 [en cast. p. 46|.
20
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

formaciones políticas permanentes, como los partidos”, 4 en la medida en


que desintegra el nexo política-estructura social precisamente cuando en
su emergencia histórica, en definitiva, se halla el origen del fenómeno
moderno del partido político. En síntesis, parece necesario meditar y
ahondar, también en relación con ese fenómeno, la advertencia gramsciana
de tener siempre en cuenta la relación de unidad-distinción que se
establece entre política y economía; de unidad, por cuanto sólo una
“identificación de política y economía” explica la posibilidad de una
“pasión organizada de modo permanente”, y de distinción, en el sentido
de que, en el cuadro de esa relación, puede entenderse también la
especificidad de la “pasión política” como “impulso inmediato a la acción”
que nace “en el terreno ‘permanente y orgánico’ de la vida económica”,
pero “haciendo entrar en juego sentimientos y aspiraciones en cuya
atmósfera incandescente el mismo cálculo de la vida humana individua]
obedece a leyes diferentes de las que rigen el interés individual”.5

No pareciera que el equipamiento técnicamente imponente de los


modernos partidos políticos, ni tampoco ciertos defectos innegables que
supone su estructura, permitan pasar por alto estas sugerencias metodo-
lógicas. Sin ellas no lograremos dar cuenta fácilmente del ingreso masivo
en la política de fuerzas sociales imponentes, cuya dinámica, lejos de estar
determinada por los partidos políticos, pareciera más bien determinar ella
misma a los partidos. Por lo tanto, parece esencial buscar en el origen
histórico absolutamente moderno de esta formación un testimonio de la
definición que esbozaba Gramsci al declararla –precisamente en polémica
con la idea de la “política como ciencia autónoma”– “un determinado
grado superestructura!”
“el primer momento o primer grado, el momento en el cual la
superestructura se halla todavía en la fase inmediata de mera
afirmación voluntaria, indistinta y elemental”.6
En suma, un nivel cuya especificidad no puede convertirse en “autonomía”
sin correr el riesgo de incurrir en lo que Marx llamaba la “ilusión específica
de los juristas y políticos”, matriz de la “superstición política” que ve en la
política al demiurgo de la sociedad.7 Por importante que sea, el momento

4
Op. cit., p. 13 [en cast. p. 361]
5
Ibídem.
6
A. Gramsci, Op. cit., p. 15 [en cast., p. 38].
7
Cf. Marx/Engels, La ideología alemana, EPU, Montevideo, 1958, y Marx/Engels, La sagrada familia,
Edit. Grijalbo, México, 1954.
21
Lenin - Luxemburg - Lukács

técnico y “pasional” de organización de la fuerza y de dominio de la


“opinión” queda en sí mismo englobado en procesos sociales que, al
menos en las tendencias de largo plazo, rehuyen un control que no se
funde en la comprensión del nexo política-economía, en el carácter estricta-
mente funcional que tiene la política respecto de la estructura social.

DISOCIACIÓN SOCIAL Y ABSTRACCIÓN POLÍTICA


En la ciencia política moderna ya es práctica aceptada restringir el estudio
técnico del partido político a ese organismo típico que nace y se desarrolla
en el último siglo, y dejar así de lado la noción más general de la llamada
“parte” o mera facción política. Si, en el segundo sentido, es innegable
que los partidos políticos existieron siempre, de modo que puede hablarse
legítimamente de los partidos políticos en Atenas, Roma o el Medioevo,
en el primer sentido el tratamiento se restringe inmediatamente al
período más reciente del desarrollo político.8

En este sentido más restringido, el concepto de partido político no puede


agotarse en el idem de republica sentire (donde, señala en cambio
Minghetti, “como no todos pueden idem sentire en todo, nace luego la
distinción de los partidos”)9 y requiere necesariamente un tratamiento
histórico conjunto del problema del partido político y del sistema represen-
tativo característico del estado moderno. Pero este requisito necesario
encuentra inmediatamente una limitación, dado que el partido político, en
su forma típica, no nace ipso facto con las asambleas representativas
modernas, sino en un momento determinado de la evolución histórica del
sistema representativo. 10 ¿Por qué?
8
Apenas es preciso presentar ejemplos en esta materia, dominada ya por una unanimidad casi
completa. Cf., de todos modos, F. Virga, I partiti politici nell’ordinamento giuridico. Milano, 1948,
cap. I; C. Morandi, I partiti politici nella storia d’Italia. Firenze, 1963, cap. I (p. 2: “Los partidos
políticos tal como los conocemos, son formaciones modernas y quien quisiera dotarlos de remotas
genealogías haría un trabajo de hueca erudición y muy poco por individualizar y distinguir, que es
una tarea esencial para un correcto interés histórico”); M. Duverger, Los partidos políticos, FCE,
México, 1965. Introducción; C. Mortati, Istituzioni di diritto pubblico, Padova, 1962, p. 734.
9
M. Minghetti, I Partiti politici, Roma, 1945, p.12. Minghetti concluía su definición del partido
político con la siguiente nota: “Una asamblea de hombres que tienen voz en la cosa pública, que
coinciden en las máximas fundamentales relativas al modo de gobernar y cooperan conjuntamente
a fin de que se imponga ese modo y no otro”. Evidentemente, no puede sorprender el hecho de
que esta definición del partido político, referida exclusivamente a la identidad de opiniones,
continúe hallando eco en la propaganda de tipo liberal.
10
Hay quienes, como Duverger, sostienen que el origen de los partidos está ligado directamente “al
de los grupos parlamentarios y los comités electorales” (M. Duverger, op. cit., p. 16), pero esto
tiene valor sólo dentro de la perspectiva de la mera sucesión histórica, ya que, en efecto, los
organismos políticos modernos tienen caracteres muy diferentes. Por otro lado, el mismo Duverger
22
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

El rasgo característico del sistema representativo moderno está constituido


–en el contexto polémico que lo generó en contraposición al sistema
absolutista del ancien régime– por instauración de un gobierno, en el
sentido más general de la palabra, entendido no ya como una autoridad
preconstituida por la ley divina y, por así decirlo, anterior a los gobernantes,
sino, en cambio, como una autoridad laicamente condicionada y formada
por los mismos gobernantes.

Al invertir la concepción tradicional de la autoridad política, llevada del


brazo secular de la divinidad como articulación de la misma asociación
humana, el susodicho proceso quebrantaba evidentemente el carácter de
incensurable o sagrado de la autoridad misma. Es indudable que incluso
en el cuadro de la vieja concepción teocrática medieval (y aun en el del
absolutismo ilustrado) el monarca (en el cual la autoridad política se
encarnaba por lo general de manera exclusiva) podía (y, según ciertos
teóricos, desde luego debía) ser censurado ya sea en la legitimidad del
título, ya sea en la legitimidad de su conducta, aunque esa posibilidad de
censurar la autoridad se movía siempre en el ámbito de un juicio
comparativo entre la ley dictada por el monarca y la ley de Dios. Los
gobernados (el pueblo) intervenían, en conjunto, como sí ellos mismos
fueran un brazo secular que, en ejecución de la ley divina violada, podían
ciertamente derrocar al monarca (y hasta matar al tirano), pero no
porque hubiese violado la voluntad del pueblo: la voluntad del pueblo y la
voluntad del monarca de hecho no podían distinguirse, siendo ambas una
causa secunda en relación con la voluntas superioris expresada en la ley
divina. En esta situación las diferencias políticas tendían naturalmente a
configurarse de manera ético-religiosa, y a no ser, en sustancia, diferencias
realmente políticas. Para que las diferentes opiniones se desarrollasen en
la forma autónoma de la política, no bastaba, en suma, que fueran

debe especificar la relación cuando escribe: “En general, el desarrollo de los partidos parece ligado
al de la democracia, es decir, a la extensión del sufragio popular y de las prerrogativas parlamen-
tarias”(op. cit., p. 15). En relación con los orígenes parlamentarios de los partidas, Morandi (op. cit.,
p. 3) señaló que “incluso en este caso no debe pensarse en organizaciones políticas claramente
individualizadas, con programas rígidos, con estatutos y normas disciplinarias para los adherentes.
Los partidos, como organismos de estructura bien definida, una dirección central, un secretariado,
las secciones, las cuotas y los carnets, las hojas de propaganda, son creaciones más recientes
debidas al ingreso de las masas en sus filas”. También hace comprobaciones análogas Weber, por
ejemplo, cuando escribe: “los partidos asumen su forma moderna sólo en el estado legal provisto
de una constitución representativa” (M. Weber, Economía e societá, Milano, 1961, v.l, p. 284), pero
también la sociología de los partidos más avanzada tiende a desarrollar coherentemente estos
presupuestos de la indagación y refluye de un modo u otro en la teoría del partido como mera élite
política o como aparato de comando. Una importante excepción se encuentra en las muy agudas
observaciones de G. Burdeau, Traité de science politique, París, 1949.
23
Lenin - Luxemburg - Lukács

posibles las diferencias: era necesario que toda la relación política se


emancipase de la relación religiosa y ética.

Con los teóricos de la soberanía laica del estado toma forma una
concepción de la política como mero arte o técnica de la conquista y
conservación del poder,11 en la cual prevalece una impronta naturalista y
empirista (Maquiavelo y Hobbes son ejemplos típicos). Respecto de la
conducta política no existe todavía un punto de referencia que esté
constituido por el consenso de todos, y por lo tanto tampoco puede
plantearse el problema de qué es y cómo se construye una voluntad
general del demos. La piedra de toque de la virtud política –cuando ya no
puede serlo la realización de un modelo extramundano del estado y
todavía no lo es la realización de un modelo humanamente deseado– sólo
puede encontrarse en el éxito, en ese sentido muy amplio y nada vulgar
en el que llega a enfrentarse a las causas, aún poco analizadas, de los
desórdenes sociales. Véase en este sentido la teoría maquiavélica de la
virtud con la cual el Príncipe puede llegar a enfrentar la fortuna y aproxi-
marse a las fronteras de la necesidad:

“a un príncipe que quiera mantenerse como tal le resulta necesario


aprender a poder ser no bueno, y a usar y no usar este conocimiento
según la necesidad”.12

Y entonces resulta posible ese juicio completamente nuevo que


Maquiavelo pronuncia, por ejemplo, sobre Agátocles, quien

“hijo de un alfarero, llevó por las condiciones de su fortuna una


vida pérfida” [y] “pese a ello acompañó su perfidia con tanta virtud
de alma y de cuerpo que dirigióse a la milicia, a través de cuyos
grados llegó a ser pretor de Siracusa”.13

Tomado en conjunto, también en los sucesivos desarrollos de la política


moderna, este elemento técnico de la política encarnado en la adecuación
de los medios a los fines del poder permanecerá como central (caracte-
rizando el “amoralismo” de la política que lamentan las “almas bellas”)
11
“En los Siglos XVI y XVII muchos escritores, sobre todo en Italia, se ocuparon de política. Pao
ellos, comenzando por Maquiavelo, que es el más famoso, no se consagraron tanto a determinar
las tendencias constantes en todas las sociedades humanas (que ya hemos subrayado), cuanto a
investigar las artes por medio de las cuales un hombre o una clase podían llegar a disponer del
poder supremo en una sociedad y a defenderse de los esfuerzos de quienes querían derrocarlos.”
(G. Mosca, Elementí di scienza política, Roma, 1896, p. 2).
12
N. Maquiavelo, El Príncipe, XV.
13
N. Maquiavelo, op. cit., VIII.
24
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

mientras el fin, también como un fin laico y político, no reciba una


dirección auténticamente humana, planteándose como un fin explícita-
mente social.

Para que esta estructura técnico-social de la política moderna pueda


desarrollarse, su naturaleza laica debe calificarse ulteriormente de
representativa. No basta que deje de ser autoridad “por gracia de Dios”,
también debe constituirse como autoridad “por voluntad de la nación”.
Sin embargo, la misma noción de autoridad representativa es contradic-
toria: puede significar que es designada por el pueblo para que busque y
ejecute una verdad de razón, o bien que es designada por el pueblo para
manifestar la voluntad popular. En el primer caso, la autoridad es
representativa sólo como designada, pero entonces es representativa-
sustitutiva y actúa todavía en busca de una razón extrasocial. En el
segundo caso, la autoridad es representativa en tanto está vinculada con
la voluntad popular (representativa en sentido estricto), pero entonces la
verdad que persigue no es ya puramente racional, sino más bien de razón-
consenso. Bajo el primer aspecto, la razón política, al trascender el
consenso, vuelve a moverse en la antigua esfera de una razón iluminista;
bajo el segundo, al subordinarse al consenso, debe mediar entre los
intereses dispersos de la sociedad, cuyo consenso precisamente se busca.
La tendencia del proceso en una u otra dirección se vincula, pues, con el
valor atribuido al principio de la soberanía popular, fundamento del
estado representativo moderno. O bien se lo concibe sólo como un
principio de designación, y entonces la política tenderá a gravitar en torno
de la antigua versión técnico-racionalista, o bien como un principio de
vinculación, y entonces la política tenderá a confundirse de modo directo
y explícito con el mundo de los intereses (de la economía).

El carácter contradictorio de este fundamento de la política moderna, y


de todos los conceptos vinculados a él, se pone en claro a través de la
oposición entre la interpretación democrática de Rousseau (“no siendo la
soberanía sino el ejercicio de la voluntad general, jamás deberá enajenarse”
de modo que “el soberano, que no es más que un ser colectivo, no puede
ser representado”)14 y la liberal.15 La continuidad histórica respecto del
pasado (la política como raison iluminada e integrada en la técnica de la
14
J. J Rousseau, El contrato social, II, 1.
15
Entre todos es ejemplar, por la claridad de su posición teórica, el libro de B. Constant, Principes
de politique en Oeuvre, París, 1957 (en especial el cap. I, dedicado precisamente a la soberanía
popular). Pero véase también, por la claridad de sus planteos, M. Guizot, Histoire des origine du
gouvernement représentatif en Europe, París, 1851, en especial v. 1, p. 99 y ss.
25
Lenin - Luxemburg - Lukács

razón de estado) tiene una manifestación evidente en el carácter


originariamente limitado del sufragio mediante el cual se designa la auto-
ridad, pero la novedad histórica, lo típicamente moderno de la política
como eslora de unificación del consenso de la sociedad, se pone de
relieve en la presión objetiva en pro del sufragio universa), en favor de
una designación por parte de todos (ya no sólo por los pocos “capaces”).

El carácter originariamente limitado del sufragio (en virtud del cual la


voluntad de la autoridad funciona kantianamente como si fuese la
voluntad expresa de todos los asociados) tiene como base la vieja noción
de la política; puede llegar a la comprensión racional de la finalidad
política sólo quien está dotado de luces racionales (patrones de cultura),
pero puesto que no se trata de una razón teórica, sino más bien de la
razón exquisitamente práctica del gobierno social, esas luces están
estrictamente condicionadas a un interés social. Sin embargo, debe
tratarse de un interés que no pueda corromper la racionalidad, es decir,
de un interés cuya independencia de la sociedad esté garantida. Esta
explicación kantiana del nexo razón-interés es también la explicación de la
coincidencia originaria del sufragio con la propiedad privada, no menos
que de la peculiar (falseada, mistificada) explicación del nexo política-
sociedad. El hilo lógico que atraviesa el proceso histórico de formación del
estado moderno como estado representativo-sustitutivo fundado en la
soberanía abstracta del pueblo y en la actividad concreta de unos pocos,
en última instancia, es el siguiente: la política es el brazo secular de la
razón, es la razón aplicada a la sociedad. En cuanto verdad de razón,
puede ser buscada sólo por una élite ilustrada o “capaz”; en cuanto se
aplica a la sociedad sólo puede buscarla esa élite que, además de “capaz”,
es también “interesada”. Pero puesto que la razón es una esfera que
trasciende los intereses sociales (para unificarlos), sólo puede ser
alcanzada por quien, además de interesado, es también “independiente”.
La élite iluminada es definitivamente identificada con la propiedad privada
como posición de interés social a la que se presume emancipada de la
dependencia social.

Para mayor claridad, indaguemos los motivos de la necesaria restricción


del sufragio que expone un gran teórico de esta primera etapa del
desarrollo histórico del estado moderno. Benjamín Constant escribe:

26
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

“[...] para ser miembro de una asociación es preciso tener cierto


grado de ilustración y un interés compartido con otros miembros
de esa asociación. (...) Aquellos a quienes la indigencia mantiene en
una eterna dependencia y ha condenado a trabajar por el jornal, no
tienen sobre los asuntos públicos más ilustración que los niños, ni
les interesa la prosperidad nacional más que a los extranjeros,
cuyos elementos no conocen y cuyas ventajas comparten sólo
indirectamente ‘mientras’ (...) sólo la propiedad hace a los hombres
capaces de ejercer los derechos políticos”.16
La conjunción entre propiedad y razón, que hace de pendant a la de
trabajo e instinto bruto, concuerda pues, para Constant, con la limitación
de la soberanía popular y con la exaltación del carácter representativo-
elitista del estado moderno; pero esto no tiene nada que ver con Marx.
Constant señala incluso que, por cuanto:
“el fin necesario de los no propietarios es llegar a la propiedad”, “si
a la libertad de capacidad y de industria que les corresponde, se
agregan los derechos políticos que no les corresponden, estos
derechos, en manos de la gran mayoría, servirán infaliblemente
para invadir la propiedad”.
Para preservar al estado de la conducta “irregular” de la mayoría (que en
cambio debe seguir “el camino natural: el trabajo”) y, en consecuencia, de
su “irracionalidad”, en el sufragio es necesario imponer
“condiciones de propiedad, las que son igualmente necesarias para
los electores que para los elegibles”.17

Lo que asombra en este razonamiento de Constant no es ya la identificación


de propiedad y razón en el sentido de una reducción inmediata de la
segunda a la primera, sino en cambio la mediación que conduce de la
primera a la segunda, así como la que lleva a excluir el trabajo del campo
de la racionalidad humana. Aquí no se reconoce en modo alguno la
relación unitaria de la política con la economía; por el contrarío, el
reconocimiento de la condición de propietario como la que da acceso a la
razón es el reconocimiento de la necesidad de una independencia de la
“base” disputada de los intereses, pero de una independencia que, sin
embargo, conozca esos intereses; en definitiva, una condición que los
conozca y los supere. La separación entre razón (política) e interés
16
B. Constant, op. cit., pp. 1146-1147.
17
B. Constant, op. cit., pp. 1147-1148.
27
Lenin - Luxemburg - Lukács

(economía) es la forma primera de su unidad, pues son dos esferas


separadas, una de las cuales está llamada a cumplir deberes de razón, a
“superar” la disgregación social. De este modo, la política queda todavía
en el campo de la ilustración (y de la mera técnica del poder), sobre la
cual domina el “genio” o, cuando menos, el homme éclairé precisamente
porque la economía (sociedad) es el dominio reservado de la propiedad
privada. La lógica de esta impronta individualista de la política, correspon-
diente a una impronta privatista de la economía, se completa de modo
coherente con la representación sin mandato y con la independencia de
los cuerpos políticos, ya que el electo “no representa a otra cosa que a sí
mismo”18 y el cuerpo político no tiene vínculo social alguno. ¿Por qué sería
de otro modo si la propiedad privada integra el nivel máximo de la vida
civil, de modo que la estructura privatista de la sociedad es premisa de la
política, una esfera extraterritorial en relación con el control social, una
esfera “prepolítica”, “natural”? La limitación del sufragio a la propiedad
privada y la selección de “talentos” mediante el colegio uninominal indican
inmediatamente que el hombre político, para efectuar una administración
racional de la sociedad, debe desvincularse de ésta, presuponiéndola
como una constelación de propietarios privados, autónomos e indepen-
dientes. La vinculación con el consenso y con la “opinión pública” no tiene
ninguna relación verdadera con la búsqueda de una política “racional”:
sólo podría introducir la particularidad empírica del interés “bruto”, “no
superado”.

“En la opinión pública, todo es falso y verdadero, pero encontrar en


ella la verdad es tarea del gran hombre. Quien expresa aquello que
quiere su época, quien lo dice y lo lleva a cabo, es el gran hombre
de la época, él hace aquellas cosas que son la interioridad y la
esencia del momento, las realiza, mientras que el que se adapta a
no despreciar la opinión pública, tal como la oye aquí y allá, nunca
hará nada grande.”19

18
V. E. Orlando, Principii di diritto constituzionale, Florencia, 1912, p. 84. Y véase, por su vinculación
con la tradición política liberal, la motivación de esta independencia de los cuerpos representativos:
“lejos de representar el promedio común de inteligencia y cultura del cuerpo electoral, se supone
que estos cuerpos son muy superiores a ese promedio, compuestos de los mejores elementos que
en un momento histórico dado, ofrece el ambiente político de la nación” (pp. 83-84). De estas
características se derivan, en sustancia, los cinco postulados en que Burdeau apoya el sistema
constitucional clásico: “impersonalidad del Poder, mandato representativo, discusión de las
decisiones, respeto a la oposición, supremacía de la norma legal”, “ahora bien –concluye Burdeau–,
la estructura sociológica de las masas, su naturaleza y su modo de actuar, son inconciliables con
estas exigencias” (G. Burdeau, op. cit., t. VI, p. 76).
19
G. G. F. Hegel, Lineamenti di filosofía del diritto, Bari, 1954, p. 387.
28
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Para expresar el sentido de la política de la primera etapa del estado


moderno, nada mejor que esté trozo de Hegel.

En toda esta etapa primera, originaria y fundamental de la política


moderna no existía, pues, ni la necesidad ni el espacio necesario para el
partido político como organización ideal y práctica de las masas. Siendo a
política una esfera llamada a trascender la empina de las opiniones y la
mezquindad de los intereses para ser pura actuación del “Espíritu de la
época”, su estructura institucional debía excluir toda vinculación social
para realizar precisamente así la administración “racional” de una
comunidad estatal que presuponía como su fundamento “natural” la
sociedad de los privados. La política se concebía y realmente era la
actividad de una élite en busca de la razón. Las masas no podían
concebirse de otra manera que como su “materia”.

AGREGADO SOCIAL Y PARTIDO POLÍTICO


Para buscar una confirmación preguntémonos por qué el partido político
nace en conexión con tres fenómenos: a) la movilización social de los
intereses en la lucha obrera organizada; b) la extensión progresiva del
sufragio; c) la gradual unificación política (socialista) de las luchas obreras.20
Quizás podamos explicarnos entonces por qué el partido político en
sentido estricto y específico nace con el partido socialista, es decir, con un
partido que reivindica la transformación social y plantea una temática
completamente nueva, ya sea para la vida política o para la ciencia
política.21

20
Escribe Morandi (Op. cit., pp. 3-4) que "la moderna técnica organizativa de las fuerzas políticas
fue inaugurada, en casi toda Europa, por los partidos socialistas, y nació de la necesidad de dar al
movimiento una base muy generalizada y un esqueleto sólido en capas y clases que hasta entonces
habían permanecido del todo ajenas a la vida pública, y de la necesidad de luchar con medios
adecuados, pero distintos de los acostumbrados, contra un estado receloso u hostil". Duverger hace
comprobaciones análogas. Pero son pocos los que, como Burdeau, indagan a fondo la estructura del
fenómeno mediante el análisis de la temática del homme situé y del peuple défini, que se
contrapone a la tradicional del hombre en general y del pueblo-nación ( cf. G. Burdeau, Op. cit., t. VI,
p. 126 y ss.). En la obra colectiva Izistorii borbi Marisa i Engelsa za proletarskuju partiju (Historia de
la lucha de Marx y Engels por el partido proletario), Moscú, 1955, al cuidado de I. S. Galkin, se
encuentran algunas observaciones interesantes respecto de Marx y la construcción del partido
socialista.
21
Esta es una temática que se retoma ya sea en la reivindicación de una “democracia gobernante”
contra una “democracia gobernada” (Burdeau), ya sea en el planteo de un análisis económico-
sociológico de los presupuestos de la política.
29
Lenin - Luxemburg - Lukács

En rigor, se ha querido ver el origen de los partidos políticos en la


Revolución Francesa y en el nacimiento de los “clubes”. Naturalmente, en
ello hay algo de verdad: por otra parte en el curso de la Revolución
Francesa se registra una gran irrupción popular en la vida política y una
primera coloración social intensa de la lucha política. Sin embargo, es
innegable que sólo con la formación de los grandes partidos socialistas
europeos los nuevos organismos asumen (en la teoría y en la práctica) las
tres características fundamentales que serían rasgos institucionales de
todos los partidos: un programa homogéneo, una organización extendida
y estable, un funcionamiento continuo. Al mismo tiempo, sólo con los
partidos socialistas se precisan dos características destructivas para el
viejo sistema político: la solicitud programática del sufragio universal y la
inserción cotidiana de las masas populares en la lucha política como
ámbito de las reivindicaciones que significan una transformación social.
De estas dos características derivarán algunas de las modificaciones
fundamentales que el partido político introduce en el estado moderno.

Marx sintetiza del siguiente modo el proceso de formación del partido de


los trabajadores:

“Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de


la población del país en trabajadores. La dominación del capital ha
creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así,
pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no
es una clase para sí. En la lucha (...) esta masa se une, se constituye
como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en
intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha
política”.22

Así como la disociación es el estado normal de la sociedad burguesa


moderna, así también es una característica tendencial de su misma vida
política. Esa condición es alterada cuando afloran ya sean los fenómenos
atípicos de la coalición obrera, ya sean los fenómenos igualmente atípicos
de la organización política de la masa. En esta alteración descansa el
aspecto más esencial de la contradicción que acosa sucesivamente (y que
aún hoy lo hace) al funcionamiento del estado moderno, en tanto es
empujado e inducido por la intervención social obrera a salir fuera de la
pura abstracción política, pero, por otra parte, se halla en todo momento
retenido en las tradicionales formas elitistas de su estructura típica de
22
K. Marx, Miseria de la filosofía, Moscú, n. d., p. 171.
30
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

estado representativo o puramente político, que presupone el atomismo


de la sociedad civil disociada. Veamos más de cerca el mecanismo de esta
contradicción tal como se desarrolla históricamente.

Hemos dicho que la soberanía laica del estado supone la búsqueda y la


institucionalización de una designación igualmente laica de los gobernantes,
de su investidura por parte de un cuerpo político (la nation) desde el
momento en que la fuente de la autoridad ya no es la ilustración y la
investidura divina del monarca. La formación de los parlamentos
modernos fija esta característica absolutamente original del estado
representativo, calificándola ulteriormente con la institución de la
confianza y la representatividad del gobierno. Del mismo modo, las
características fundamentales del estado representativo se manifiestan a
través de algunos instrumentos típicos mediante los cuales se institucio-
naliza la separación entre vida política y vida social: proclamación de los
derechos del hombre como diferentes de los derechos del ciudadano,
gradual abstracción de las condiciones sociales para la determinación de
los derechos políticos, independencia del representante y de los parla-
mentos, prohibición del mandato imperativo. Pero si es verdad que la
tendencia a la abstracción política más completa es propia del estado
moderno, también es verdad que:
“la consumación de esta abstracción, es al mismo tiempo la
supresión de la abstracción”.23
Exactamente en la medida en que:
“la coronación del idealismo del estado era, al mismo tiempo, la
coronación del materialismo de la sociedad civil”.24
En efecto, el proceso de formación del estado político es al mismo tiempo
un proceso que suprime “el carácter político de la sociedad civil” desde el
momento en que consiste esencialmente en la desvinculación del “espíritu
político”, primero “dividido, separado, disperso en los callejones sin salida
de la sociedad feudal” (en los estados) y ahora liberado “de su mezcla con
la vida civil” en cuanto es constituido
“como la esfera de la comunidad, de la incumbencia general del
pueblo, en una independencia ideal con respecto a aquellos
elementos especiales de la vida civil”.25

23
K. Marx, Opere filosofiche giovanili, Roma, 1963, p. 135.
24
K. Marx, La cuestión judía en La sagrada familia, cit., p. 36.
31
Lenin - Luxemburg - Lukács

Por ello, este proceso se presenta, además, como un proceso en virtud del
cual
“la determinada actividad de vida y la situación de vida deter-
minada descendieron hasta una significación puramente individual.
Dejaron de representar la relación general entre el individuo y el
conjunto del estado”.26

Pero esta separación de las dos esferas, llevada al máximo, se convierte


en la razón manifiesta de su propia inesencialidad, desde el momento en
que fundar la vida política en la abstracción de las condiciones civiles y,
asimismo, fundar la vida civil en la abstracción de las condiciones políticas
supone lógicamente el sufragio universal: una igualación política general
de todos, en tanto sus diferenciaciones sociales se hacen políticamente
irrelevantes. Nacido como esfera en la cual la relación universal de los
hombres es objeto de una búsqueda racional “pura”, el estado moderno
se encuentra ahora determinado por la problemática del consenso
interesado de todos, en cuanto son nivelados por la progresiva extensión
del sufragio a partir de los distintos tipos de censos. Nacido como un
sistema de poderes designados desde abajo solamente para no ser ya
designados desde arriba, el estado, en la búsqueda de la racionalidad
accesible sólo a los capaces, es ahora determinado en sus actividades
políticas según criterios que son representativos de distinto modo.
Mientras antes el cuerpo representativo “ilustrado” recibía de abajo sólo
una investidura, ahora recibe implícitamente también una designación de
voluntad. Los “capaces” son designados por todos, porque todos son
reconocidos como políticamente capaces. Pero esta nivelación cubre
forzosamente la tradicional brecha que, en el pasado, separaba a los
gobernantes y a los gobernados, los hommes éclairés y el populace, y hace
del sufragio un medio de decisión. Y esto sucede precisamente porque
las razones históricas, económico-sociales, del nuevo mundo burgués
consisten en emancipar de los vínculos políticos a los eventos civiles. Es
comprensible así que la total abstracción de la política respecto de las
condiciones civiles (en la que consiste precisamente la misma emanci-
pación política del bourgeois de los “cepos” políticos de la feudalidad), al
igual que la total abstracción de lo civil respecto de las condiciones
políticas, secularicen al mismo tiempo la universalidad racional-abstracta
25
Ibíd. De aquí se desprende, en la perspectiva reconstructiva de Marx, la primacía de la revolución
social, precisamente porque “la revolución política” ha disuelto “la vida civil en sus partes
constitutivas, sin revolucionar estas partes ni someterlas a crítica” (op. cit. p. 36)
26
Ibíd., p. 36.
32
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

del estado político y la “natural” estructura individualista de la sociedad


civil. Ambas tienden a trasladar al primero las disputas civiles parciales y a
la segunda los derechos universales de todos. La crítica del estado
representativo y la crítica de la propiedad privada avanzan a la par, así
como se había desarrollado a la par el proceso de politización del estado y
de canonización de la propiedad privada.

Este desarrollo viene así a chocar con la estructura clásica del estado
representativo y genera una alternativa: o bien se cambian las relaciones
sociales y las mismas formas políticas, o bien la democracia en el sentido
integral de la palabra se disuelve en la utopía. En definitiva, incluso
Rousseau se confundió ante esta alternativa, y abandonó, por considerarla
utópica, su reivindicación democrática radical. Precisamente en el
capítulo dedicado a la democracia, escribió:

“Si se toma la palabra en su acepción rigurosa, nunca existió, ni


existirá, una verdadera democracia. Que la mayoría gobierne y la
minoría sea gobernada es algo que va contra el orden natural”.

Las dificultades que encontraba Rousseau para la realización de una


democracia integral eran sustancialmente dos: es imposible que el
pueblo:

“permanezca constantemente reunido para ocuparse de los negocios


públicos” y que se cree “una gran igualdad en los rangos y en las
fortunas, sin lo cual la igualdad de derechos y de autoridad no
podría subsistir durante mucho tiempo.”27

Como bien lo había visto Benjamín Constant, la primera dificultad no se


relacionaba con la vasta extensión del estado moderno. Estaba referida
más bien a la imposibilidad de que en dicho estado se ocupara en gran
medida (si no integralmente) de los negocios públicos un pueblo que de
hecho no podía vivir sino de los negocios privados, los que determinan la
moderna división social del trabajo. Sólo si la existencia práctica y sus
necesidades fueran confiadas a esos robots groseros y primitivos que eran
los esclavos (y si ellos fuesen inmediatamente sociales), podría el pueblo
dedicarse integralmente a los asuntos públicos. Precisamente por esto
todo el primer período histórico del estado moderno vio en los propietarios
a los únicos que, en tanto eran “independientes”, podían decidir “de
acuerdo a la razón”. Pero ahora el surgimiento de la igualdad política, al
27
J. J. Rousseau, op. cit., III, 4.
33
Lenin - Luxemburg - Lukács

llevar a la escena también a los “hombres dependientes”, en gran medida


acentuaba esa imposibilidad. La segunda dificultad, que arroja luz sobre el
fundamento de la primera, no tiene otra causa en sí misma que la división
social del trabajo que se exterioriza como apropiación privada de la
riqueza. En sustancia, también Rousseau veía que, en una sociedad con
estructura privatista, la democracia era una utopía; desde luego, la
democracia en el sentido auténtico o filológico de poder del pueblo.28 De
aquí surge, entre paréntesis, la tendencia a proyectar una sociedad
diferente con instrumentos teóricos: el socialismo utópico.

Estas dos dificultades explican la correspondencia de la reducción


representativa-sustitutiva de la democracia con las necesidades sociales
objetivas de una estructura social determinada. Sin embargo, el hecho de
que el partido político (y, por lo tanto, el empeño por continuar la vida
política) surja originariamente entre los “hombres dependientes” abre
una puerta para una perspectiva distinta del análisis político-social,
absolutamente contraria a las observaciones ya citadas de Benjamín
Constant y de los teóricos de la democracia liberal. En efecto resulta
entonces claro que la anteposición del quehacer privado al quehacer
público (ese es, en último análisis, el sentido de la argumentación de
Constant y del garantismo moderno) constituye para el individuo una
esfera real de independencia sólo cuando se apoya en la propiedad
privada constituida, en la riqueza social apropiada. En cualquier otro caso,
el “derecho a la soledad”, teorizado por no pocos filósofos, se resuelve en
la sanción de la sujeción a los demás.29 En suma, mientras la indepen-
dencia sólo es realmente tal en tanto se apoya en la dependencia de
otros, esta dependencia, bajo las formas modernas del trabajo asalariado,
queda sancionada precisamente por el atomismo de la sociedad. Se sigue
entonces, como es evidente, que independencia y dependencia son
condiciones sociales e históricas. 30 Es claro que de esta convicción casi
28
En este mismo sentido, la democracia todavía aparece como un “modelo imposible”; cf. H.
Kelsen, Democrazia e cultura, Bologna, 1955; G. Sartori, Democrazia e definizioni, Bologna, 1957.
29
En este contexto se ubica la crítica a la “libertad-autonomía” en nombre de una “libertad social” o
“libertad de participación”: “La libertad-autonomía es una facultad del hombre solo. En una
sociedad donde la soledad no es sólo impotente, sino sospechosa, esa libertad ya no puede ser otra
cosa que un lujo o una provocación” (G. Burdeau, Op. cit., t. VI, p. 60). Pero se plantea aquí el
problema de la recuperación de la libertad-autonomía una vez que ella sea incorporada por los
nexos determinantes de la libertad de empresa, es decir, de la propiedad privada.
30
En definitiva, es de esta emergencia histórica de las conexiones sociales que se deriva, tanto el
proceso que se ha llamado “universalización de la democracia” como la aceptación formal de la
problemática socialista. Los frutos, en el nivel de la teoría, fueron inevitablemente una notable
confusión lingüística, debido a la cual se perdió la característica histórica originaria de los términos.
Así se presentó la necesidad de registrar un cambio del significado de la palabra democracia “que
34
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

instintiva entre los trabajadores asalariados nace el movimiento


asociacionista moderno, el que, no por casualidad, se inicia precisamente
en el ámbito sindical, allí donde, de la manera más sensible, sólo la unión
social llega a garantizar una primera tutela del individuo. Y es funda-
mentalmente a partir de esta constatación que comienza la elaboración
de la organización colectiva estable o política de los trabajadores como
síntesis político-social como partido político de la clase obrera. Esta
elaboración, en sus formas específicamente políticas del partido de clase,
se desarrolla en una dirección por completo diferente de la que
caracteriza la elaboración de la política “oficial”. Mientras la unión estable
del género humano aparece bajo la forma de un régimen delegado a la
“clase política” (a una minoría de “gobernantes”) en nombre de la
“libertad civil” de cada uno, allá, por el contrarío, la verdadera unión del
género humano se proyecta naturalmente como un efectivo estar juntos
en la decisión de los asuntos comunes. Si aquí el quehacer público tiene
legitimidad sólo en tanto sancione el quehacer privado en su indepen-
dencia garantida, allá, en cambio, es precisamente el efectivo carácter
público de los asuntos privados lo que permite a éstos expandirse
también como esferas individuales. El partido político no menos que el
sindicato aparece para el trabajador “dependiente” –con toda su disciplina–
como un instrumento de emancipación individual, mientras para el
propietario independiente resulta más bien una nueva vinculación pública
de su independencia privada. La necesidad de “organizarse” se difunde
sólo en una segunda etapa histórica, y lo hace precisamente como una
reacción directa ante la organización sindical y política de los trabajadores.31
hasta hace cincuenta o sesenta años era considerado como la antítesis del gobierno parlamentario
y como el equivalente del terrorismo a lo Robespierre” (Z. Baumanm en Le élites politiche. Bari,
1961, p. 123). Ya J. Bryce, en Democrazie moderne, Milán, 1930, p. 2, hacía una comprobación
análoga). Una actitud indudablemente polémica, pero también defensiva, llevó a los mismos
partidos socialistas a abandonar una tradición que les correspondía casi por derecho: antes de la
ruptura con el reformismo, la expresión “democracia social” o “socialdemocracia” era empleada
comúnmente incluso por Lenin para denotar las finalidades políticas próximas y el mismo
movimiento marxista revolucionario. En cuanto a la influencia de la problemática socialista, bastará
con recurrir al juicio general de Burdeau: “El marxismo constituye una especie de atmósfera
generalizada de la cual no puede abstraerse el pensamiento político. Obra como un revelador
indispensable para la nitidez de las ideas; sin él, éstas parecen condenadas a separarse de la
realidad social” (G. Burdeau, Op. cit., t. VI, p. 40). Este juicio es pronunciado precisamente en
relación con el proceso que hemos recordado y que Burdeau retoma del siguiente modo: “La
distinción entre lo social y lo político que fue la regla de oro de la época liberal, hoy está perimida”
(Op. cit., p. 49).
31
Se advierte en este punto cómo la temática de la igualación política, al revelar la incidencia
determinante de los nexos sociales, provoca una consciente fractura de la unidad política sobre el
filo de la reconocida división en clases y de la consecuente “lucha de clases”: “El pueblo de los
hombres situados se pone como rival del pueblo de los ciudadanos, como propietario legítimo de
la soberanía democrática. Pero, por el mismo hecho de caracterizarse, el pueblo deja de ser uno”
35
Lenin - Luxemburg - Lukács

LA DIFUSIÓN DEL PARTIDO POLÍTICO


La formación y difusión del partido político se vincula, pues, con un
profundo desequilibrio del estado representativo, determinado por una
causa estrictamente social: la unión de un vasto sector de la sociedad civil
(los trabajadores) que provoca, a modo de reacción, una tendencia a la
unión general. Es esta unión de una sociedad nacida como estructural-
mente privatista (o sea basada en la independencia de lo privado y en su
desenfrenado dinamismo) la que pone en evidencia el carácter inesencial
de la división entre esfera civil y esfera política, requiriendo o bien una
organización de la sociedad, o bien, al mismo tiempo, una disolución de la
abstracción puramente política de la vida estatal: una tendencia a la
ósmosis entre actividades sociales y actividades políticas que, empero, no
se registra cabalmente en modificaciones de las relaciones económicas
reales y de las tradicionales estructuras representativas del estado. La
tendencia del partido político a proyectarse como una “parte total”
(Mortati) es, en síntesis, precisamente el resultado del descubrimiento de
la “parcialidad de la totalidad” estatal, en tanto totalidad (comunidad)
meramente abstracta. Al abstracto racionalismo de la política pura, el
partido de los trabajadores contrapone una primera tentativa grosera de
construir una política socialmente calificada o, también podríamos decir,
una política basada en el real consenso de todos, en tanto portadores de
intereses sociales específicos. Por lo tanto, no es por azar que los grandes
partidos obreros nazcan precisamente con dos reivindicaciones funda-
mentales: la reforma política (sufragio universal y completa igualación de
todos) y la reforma social o socialización de los medios de producción.

Desde el momento en que la temática de una democracia efectivamente


basada en el consenso de todos nace como culminación de la rebelión de
una parte (o clase) de la sociedad, requerida por el choque de intereses, la
parábola del desarrollo de las formas políticas modernas invierte la
dirección de su marcha. La independencia del cuerpo político delegado es
ahora denunciada como la forma real de su dependencia respecto de
intereses parciales específicos, como la “forma de clase” específica del
estado moderno, cuya separación de la sociedad civil garantiza la infinita
propulsión individualista. El requerimiento más apremiante que se propaga
en la vida moderna resulta entonces justamente el pedido de que el
(G. Burdeau, Op. cit., t. VI, p. 63). Su congregabilidad ya sólo puede ser concreta si se basa en una
transformación de las relaciones sociales que "sitúan" a los hombres, en una libertad liberadora.
36
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

estado (la política) se subordine a las instancias sociales que, en oposición


a la vieja impronta individualista, son formulados por los trabajadores. De
ese modo, el estado podrá apoyarse realmente en el consenso universal
y realizarse verdaderamente como una gestión de los intereses comunes
de todos. La conjunción propiedad-razón-democracia representativa es
sustituida por la conjunción trabajo-consenso-democracia gobernante
(autogobierno).

Un requerimiento semejante, penetrando en las estructuras políticas del


estado durante un período de tiempo más o menos largo, determina una
modificación más o menos profunda (en relación con las distintas
situaciones histórico-sociales) que introduce ulteriores elementos de
contradicción. Aquí no se trata de la inserción más o menos legal del
partido político en el ordenamiento constitucional, sino de verdaderas
alteraciones sufridas por los organismos del régimen constitucional clásico.
La designación del representante resulta casi automáticamente una
elección programática, en la medida en que el partido político y el
régimen electoral registran los fenómenos nuevos. La independencia del
representante es eclipsada cada vez más, en el sentido de que ya no
puede ser una independencia del programa político en función del cual es
electo. En lugar de un ilustrado “inventor” de la política, el representante
se convierte cada vez más en un portavoz y un “servidor” de la voluntad
popular. Por consiguiente, el mandato asume un claro tono imperativo,
mientras la técnica política “pura” pone al desnudo su no-autonomía, su
funcionalidad respecto de intereses socialmente determinados. La división
de los poderes, cardinal para el viejo estado constitucional, es socavada
por la primacía de los cuerpos representativos en los cuales se deposita
una voluntad popular precisa de la que ellos son los portavoces. Los
“contrapesos” constitucionales pierden progresivamente su valor efectivo,
y el estado de derecho, como estado de mera legalidad, se muestra
insuficiente para regular una vida política ahora impregnada de determi-
naciones sociales directas y explícitas. En síntesis, la constitución política
tiende a contaminarse en una medida cada vez mayor, mostrando una
estructura ambigua y bivalente, regulada por una relación de fuerzas
políticas que es, al mismo tiempo, una relación de fuerzas sociales.

37
Lenin - Luxemburg - Lukács

Pero quizás el hecho más significativo del proceso sea que el consenso se
convierte o bien en un término cada vez más preciso de referencia a la
política, o bien –con la difusión del sufragio– en una conditio sine qua non
de la actividad política. La multiplicación de los partidos en áreas
diferentes de aquella en que originariamente nacen es el reflejo más claro
de este hecho. El partido político alcanza así el nivel de un organismo
universal y asume también una estructura técnica que presenta una
superficie bastante uniforme. Pero el hecho de que este aspecto común
no puede oscurecer las diferencias profundas entre los partidos, resulta
claro sobre todo si se considera la contradicción en la que están
encerrados los partidos. En lugar de nacer para proporcionar una
reconstrucción orgánica de la sociedad y una subordinación del estado a
la sociedad, surgen en cambio justamente para oponerse a esa tendencia,
constituyéndose ya no como una síntesis político-social que prefigura y
propugna un nuevo modelo de convivencia, sino como una asociación de
mera opinión cuya inserción social está, pese a ello, consagrada a
perpetuar la disociación individualista y a combatir, con la técnica del
partido, precisamente las instancias específicas que dan nacimiento al
partido en la época moderna. En los casos límites de los partidos de la
derecha autoritaria el partido también puede presentarse en polémica
con la política basada en los partidos, con el sufragio universal, con la
electivilidad del parlamento, etc.32 En todo caso, el partido-máquina,
aunque altere específicamente la vida política, permanece condicionado
al partido-programa y, por ende, a la solución particular proyectada para
los desequilibrios sociales y políticos. Esa trama social o de intereses, en
un principio subyacente a la reivindicación del sufragio universal y a la
fundamentación del estado en el consenso universal, no es evidentemente
una trama que pueda percibirse de modo inmediato, de manera que
entre la formación política y la formación social hay un notable “juego” en
el cual puede insertarse cualquier partido, especialmente cuando la
constitución ya ha absorbido e institucionalizado el sufragio universal y las
libertades políticas. Por eso el partido adquiere una importancia decisiva.
La mencionada discordancia entre consenso e interés, que es luego el
ámbito específico de la contienda política en sentido estricto, se

32
En este sentido es verdad que “democratización y demagogia van juntas” ya que “las masas no
pueden ser tratadas como objeto puramente pasivo de la administración, sino que al tomar
posición, de alguna manera y activamente, hacen sentir su propio peso" (M. Weber, Economía e
sacieta, cit. v. II. p. 757). Vale la pena recordar la “reflexión” muy generalizada en Francia y
atribuida a P. H. Teitgen: “Le géneral De Gaulie, luí du moins, ne fait pas de politique” (La
démocratie a refaire, París, 1963, p. 48).
38
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

manifiesta, dentro de la articulación esencial de la fenomenología del


partido, en una esfera determinada por el “partido de clase” de los
partidos liberal-democráticos (de opinión) y de los partidos autoritarios
(legitimistas o antidemocráticos) según que consenso e interés (política y
economía) tengan una conexión programática explícita, o bien según que
la temática de la democracia “pura” (o meramente política) sea super-
puesta y antepuesta a la democracia social o, en fin, sea sustancialmente
rechazada o negada. Los fraccionamientos intermedios no parecen alterar
esta tipología del partido, la que, por otro lado, es confirmada por la
iterabilidad de los partidos en distintos estados (en el cuadro de estructuras
histórico-sociales análogas), por su equivalencia programática. Quizás la
única alteración importante de esta tipología se encuentre en los partidos
confesionales que introducen en la vida política fuertes elementos de
cohesión incluso ante diferencias de intereses. Es verdad, por otra parte,
que los partidos de este tipo parecen limitados a países en los que es
particularmente fuerte la influencia del catolicismo y del islamismo,
manteniendo un carácter marginal en los países donde la difusión del
laicismo o del cristianismo protestante puso fin, dentro de la estructura
del estado laico, a toda influencia directa de la religión, alcanzando las
formas típicas de la civilización burguesa moderna. Pero, en realidad, esta
alteración es más formal y exterior que sustancial y estructural, dado que,
en las acciones concretas, las soluciones político-sociales propuestas por
los partidos confesionales refluyen en el cuadro de las alternativas
generales, como por otro lado lo prueba el tipo de concentración política
a la cual suelen integrarse una y otra vez.

El sentido de las consideraciones desarrolladas aquí estriba en señalar


que, para hacer una valoración del fenómeno del partido político, es
preciso tener en cuenta sus dos fases (el programa y la máquina), y que
esa valoración no puede dejar de ser una teoría histórica que trata de
extraer la fenomenología del partido a partir de su misma historia
genética. En este cuadro, la temática ideal o programática de los partidos
políticos conserva indudablemente su primacía, en virtud de la cual se
realiza luego la misma elección concreta del partido (la elección o el
abandono de un partido por consideraciones exclusivamente atinentes a
su estructura interna son, en conjunto, fenómenos marginales). Por lo
tanto, la referencia a la tipología ideal de los partidos nos parece
fundamental, a condición de tener en cuenta dos hechos: 1) obviamente,
el acercamiento del partido al poder (resorte de la vida política moderna)

39
Lenin - Luxemburg - Lukács

imprime a las estructuras políticas y sociales modificaciones directamente


vinculadas con la plataforma política del partido; 2) la misma estructura
técnica del partido, aunque ampliamente caracterizada por una instru-
mentación común, siempre está especificada de algún modo por su teoría
política general.

MODIFICACIONES DE LAS INSTITUCIONES


Este enfoque puede introducirnos en la comprensión de la influencia que
tiene el partido político en la vida del estado moderno, desde la pers-
pectiva de las diferencias especificas inherentes a los programas políticos
generales y no sólo desde la perspectiva (aunque posible) de la unidad
genérica que agrupa a todos los partidos en consideración de la técnica de
influencia sobre la vida pública.

Mientras tanto, es posible hacer una constatación preliminar, que


presentaremos tal como la fórmula de un estudioso como Duverger:

“Los partidos –escribe– son siempre más desarrollados en la


izquierda que en la derecha, porque son siempre más necesarios en
la izquierda que en la derecha. Suprimirlos sería, para esta última,
un medio admirable de paralizar a la izquierda”.

Y agrega también:

“Las protestas clásicas contra su injerencia en la vida política contra


el dominio de los militantes sobre los diputados, de los congresos y
los comités sobre las asambleas, ignoran la evolución capital
realizada desde hace cincuenta años, que ha acentuado el carácter
formal de los ministros y los parlamentos. Antes instrumentos
exclusivos de intereses privados, financieros y económicos, unos y
otros se han convertido en instrumentos de los partidos: entre
éstos, los partidos populares ocupan un lugar creciente. Esta
transformación constituye un desarrollo de la democracia y no una
regresión”.33

33
M. Duverger, Op. cit., pp. 52-453.
40
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

La larga cita parece muy útil para identificar inmediatamente la verdadera


significación política y social de la siempre reformulada polémica contra
los partidos, que sin duda no se expresa sólo en el pedido de la
“cachiporra” para todos, sino también –en sus diversos matices– en el
pedido de un ejecutivo fuerte, de una exclusión sustancial de los partidos
de la vida política o de una “regulación” que los revierta al “orden
constitucional”. Pero sirve también para precisar –más allá de las
intenciones de Duverger– otros problemas de la relación partidos-estado.
Comencemos por considerar un tipo de crítica que es sin duda la más sutil
e incluso la más fundada. Según ella el partido político, nacido como un
intermediario entre el país real y su representación política, tiende luego
a convertirse sobre todo en un “diafragma” situado entre la voluntad de
los electores y la de los elegidos. La objeción encuentra cierto funda-
mento, digámoslo ya, en la medida en que se desarrolla la “burocracia de
partido” y el intervencionismo autoritario de los “aparatos”. Pero aquí es
preciso estar alertas a fin de no llevar la crítica a conclusiones contra-
dictorias. En efecto, semejante crítica puede servir a dos fines: subrayar la
necesidad de una ulterior democratización de los partidos o bien negar a
los partidos la legitimidad histórica de su intermediación, tal vez en la
forma indirecta de ejercer control sobre su vida interna, con la finalidad
de reducirlos a meros “partidos de opinión”.

El hecho de que el nacimiento de los partidos políticos cambia la


estructura de la representación política se puede juzgar de un modo o de
otro; sin embargo, es cierto que este cambio tiene raíces profundas, las
que, en conjunto, son independientes de la “voluntad de poder” de los
partidos y del “imperialismo de los aparatos”. Como dijimos, éstos
arraigan en dos elementos ya definidos en el desarrollo político moderno:
el sufragio universal, que reconoce al pueblo un papel nuevo en la
definición de la volonté de la nation, y la estructura heterogénea de la
sociedad, caracterizada por una disgregación individualista que se con-
vierte, como decíamos, en el presupuesto negativo del nuevo problema
de su posibilidad de congregación. El alcance irreversible de estos
fenómenos, por otra parte, puede advertirse en la serie innumerable de
contradicciones que se filtran en la constitución política moderna:
reconocimiento de los partidos políticos y persistencia del mandato no
imperativo, reconocimiento de la libertad-participación y persistencia de
una formulación garantista que se funda en el primado de la libertad-
autonomía, reconocimiento de la soberanía popular y persistencia de una

41
Lenin - Luxemburg - Lukács

impronta fundamentalmente elitista y burocrática en los poderes


públicos, reconocimiento de la libertad y de los derechos “sociales” y
persistente “inviolabilidad” de la estructura privatista de las relaciones
económicas. Se trata de contradicciones que presentan muy pocas
alternativas, dado que, en la medida en que quieran escoger una
dirección antes que la otra, esas alternativas suponen una crítica de fondo
del viejo estado representativo.

Pero el aspecto verdaderamente problemático de la situación se


manifiesta en el hecho de que la resolución de estas contradicciones,
cuando no se orienta hacia la transformación profunda de las estructuras
sociales, lo hace casi “naturalmente” hacia la supresión de las mismas
formas políticas liberales en nombre del autoritarismo, a condición de
mantener con vida los fundamentos sociales que expresan, y que hoy se
encuentran históricamente en crisis ante el desarrollo político derivado de
ellos.

Ciertamente, la existencia del partido político parece dar al Parlamento


moderno una fisonomía completamente nueva, a la que puede definirse
de diversos modos con expresiones tales como “caja de resonancia”,
“cámara de registro”, y otras por el estilo. Sin embargo es verdad que el
Parlamento tiende a asumir esta fisonomía propia precisamente en la
medida en que la constitución política no toma en cuenta integralmente
las modificaciones producidas, en que continúa adecuando las funciones
del Parlamento a una estructura política y social que ya no existe (por lo
menos en sus lineamientos típicos) y, al mismo tiempo, se niega a
considerar la posibilidad de que desempeñe funciones nuevas en relación
con la nueva situación político-social. 34 Mientras se pretenda del
Parlamento que actúe como un “cuerpo independiente” en relación con la
nación, aun con la presencia reconocida de los partidos políticos, no podrá
extraerse otra conclusión que su progresivo envilecimiento y aislamiento.
De hecho, esta conclusión es teorizada de algún modo precisamente por
quien, al criticar los partidos políticos en nombre de la “independencia”
de los cuerpos políticos, debe concluir por pedir una mayor “independencia”

34
“Que esta transferencia de la soberanía del grupo nacional abstracto al hombre real se
manifieste muy mal en los textos constitucionales de la democracia occidental se explica por el
hecho de que este cambio, de haber adquirido carácter oficial, habría presentado la necesidad de
poner en tela de juicio la totalidad de la organización política. Ahora bien, esto era prohibido por
el acatamiento a las formas constitucionales liberales. De allí el desequilibrio entre el Poder
nuevo y las instituciones heredadas de otra época y que permanecen encargadas de ponerlo en
acción; desequilibrio que nunca dejamos de percibir”. (G. Burdeau, Op. cit., t. VI, pp. 141-142).
42
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

del Ejecutivo respecto del mismo Parlamento. 35 Llevando más allá la


exigencia de la “estabilidad” del Ejecutivo (en relación con los deberes
sociales más vastos del estado y con la programación económica) se da
por sentada sustancialmente la necesidad de una sólida administración
orgánica de los asuntos sociales y, sin embargo, no se quiere reconocer al
mismo tiempo la posibilidad de que esa gestión pueda convertirse en el
teatro de enfrentamientos políticos eficientes, aunque éstos se nutran de
alternativas sociales. Aquí, como sucede a menudo, la exigencia “técnica”
es aceptada por el ejecutivo, pero rechazada por el Parlamento. En
realidad, negar al parlamento la participación en la administración es el
modo “técnico” nuevo de perpetuar la independencia del estado respecto
de la sociedad. Cuando se pide un ejecutivo fuerte y estable, lo que se
impugna, es, en síntesis, precisamente aquello que se reivindica para el
parlamento frente a los partidos y que, en cambio, se le niega al gobierno.
Por lo tanto, el resultado es una contaminación entre principios políticos
diversos y opuestos, una contaminación que, fatalmente, invade toda el
área programática.

Lo que se opone a una concepción diferente de la vida política es, en


sustancia, la incapacidad de concebir lo esenciales que son para la vida
política las determinaciones sociales (aunque lo sugiera la experiencia
histórica) y, conjuntamente, lo esenciales que son para la vida social
moderna las deliberaciones políticas que la transformen radicalmente. A
nuestro juicio, la fuente de esta incapacidad radica todavía en la visión de
las dos esferas –política y social– como estructuralmente divididas y
opuestas. De aquí deriva, en la vida política, una constante limitación de
aquellas instancias de socialización del poder que avanzan bajo la bandera
del “dogma” de la soberanía popular y, en la vida social, la aceptación
puramente formal (y, en consecuencia, sólo reformista y demagógica) de
las instancias de socialización económica. Mientras no se acepte para la
35
Es necesario decir también que cuando menos es significativa la escasa preocupación que frente a
la expansión del Ejecutivo demuestran todos aquellos que lamentan, en cambio, la expansión de la
vida política en los partidos y en el Parlamento. Hay en ello un índice de la estrecha afinidad y
conexión existentes entre el estado liberal meramente representativo y el estado “fuerte”. ¿Cómo
podría explicarse si no, en el plano histórico, la fácil conversión al autoritarismo –por ejemplo, en
Italia– de tantos teóricos y políticos liberales de viejo cuño en el curso de la primera posguerra?
Pero es preciso agregar que el problema se presenta también en relación con la experiencia
histórica del socialismo. Evidentemente, ya no se niega la presencia de una solidez, organicidad y
también estabilidad, en sí y por sí, del Ejecutivo, pero se pide que éste sea precisamente un
ejecutivo respecto de los cuerpos representativos, los que, a su vez, deberían tener la posibilidad de
desarrollarse como efectivos órganos de la administración. La independencia del Ejecutivo respecto
del Parlamento es siempre el pendant del autoritarismo y del estatismo, de un modo radicalmente
contrastante con la lógica de la soberanía popular.
43
Lenin - Luxemburg - Lukács

vida social ese principio de cohesión orgánica que se propone para la vida
política, la organicidad de esta última no podrá ser otra cosa que el
predominio autoritario de una fuerza política sobre todo el mecanismo
moderno de la constitución. Correlativamente, mientras el principio de la
cohesión política no sea seguido por el instrumento de una ulterior
expansión de la voluntad popular, todo propósito de transformación
social efectiva quedará sólo como una mera buena intención, si no como
una indulgencia demagógica que oculta el congelamiento político de la
sociedad privatista.

Es indudable que los pedidos formulados en el curso del debate teórico


sobre la “regulación jurídica de los partidos”36 nacen de la constatación
del carácter contradictorio de una constitución política en la cual los
elementos del régimen clásico son apremiados por elementos nuevos y
opuestos. Pero lo que se debe discutir es si tal contradicción debe
realmente resolverse con una restauración del viejo estado basado en la
“independencia” de los cuerpos representativos respecto del programa
político (y, por lo tanto, de los constantes apremios de los partidos y de
los electores). Una restauración tan anacrónica, se resuelve en realidad en
confiar de modo exclusivo al ejecutivo aquellos poderes de intervención
social que ya no pueden negarse. La contradicción es operante debido a
que no se extrajeron todas las consecuencias de los fenómenos nuevos de
la vida política y social. La transformación de las relaciones económicas en
el sentido de una socialización y la consecuente organización de una
conexión directa entre actividad social y actividad política, el desarrollo de
una vasta participación directa de los ciudadanos-trabajadores en la
programación pública de las actividades individuales asociadas, la inserción
activa del Parlamento en la dirección operativa de la administración y de
la planificación, la subordinación rigurosa del ejecutivo al parlamento, la
construcción de núcleos intermedios capaces de aligerar las responsa-
bilidades del estado no con una descentralización de los burócratas sino
con una amplia participación popular, el reconocimiento explícito del
carácter imperativo del mandato, son todas medidas que anularían esa
contradicción al elevar a un máximo la adhesión de las instituciones a las
tendencias asociacionistas modernas.

36
Cfr. G. Maranini, Miti e realita della democrazia, Milán, 1958; o bien –del mismo autor– La
Constituzione che dobbiamo salvare, Milán, 1961, e Il tiranno senza volto, Milán 1963; M.
D’Antonio, La regolazione del partido político, introducción a Raccolta degli statuti dei partiti
politici in Italia, Milán, 1958; I partiti e lo Stato, Bolognia, 1962.
44
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Sobre todo, se opone el hecho de que la vastedad y el peso de los


aparatos y la fisonomía oligárquica de los partidos políticos se convierte
progresivamente en una gravísima rémora para la libertad de decisión
individual en los niveles alto y bajo, y amenaza con congelar en unos
pocos pasillos la vitalidad de la competencia política. Nadie quiere negar
la existencia de defectos de este tipo. Se trata, empero, e preguntarse si
por casualidad ellos no son sobre todo la consecuencia de la mayor rigidez
de las instituciones en las formas estatistas del pasado, del proceso de
progresiva enajenación que se deriva de la mayor autonomía adquirida
por todas las instituciones de la base popular precisamente en la plenitud
de tendencias socializadoras. “Estabilizar”, como se suele decir, el ejecutivo,
consolidar sus poderes autónomos de programación, emancipar ulterior-
mente la burocracia estatal del control político es sin duda el peor modo
de enfrentar las tendencias burocráticas de los aparatos partidarios. Por el
contrario, significa desvitalizar la competencia política, congelar las forma-
ciones, esclerosar el dinamismo del enfrentamiento, bloquear la formación
de cuadros políticos en la rutina de la “organización pura”, impedir un
cotejo político y técnico de las soluciones que sea abierto y multiforme.
En cambio, sólo en la dirección alternativa parece posible estimular la
presencia pública de los ciudadanos, nutrir de sustancia técnico-económica
las fórmulas políticas, difundir los controles y acelerar así la formación de
cuadros políticos de manera de hacer valer su propia capacidad incluso
ante la resistencia burocrática. En resumen: como la burocratización de
los aparatos políticos es favorecida por la “independencia” y por la
burocratización del órgano estatal, así la democratización de este último
favorece el desarme burocrático de los partidos. Es evidente que un
desarrollo político de este tipo contrasta con la estructura privatista de la
sociedad, pero es precisamente la supervivencia de esta impronta privatista
de las relaciones económicas la que, mientras resiste a necesidades
objetivas de la sociedad moderna claramente advertidas por amplios
estratos sociales, constituye el acicate y el sostén de viejas formas
políticas históricamente obsoletas y puestas en crisis por la afloración de
problemas políticos nuevos.37
37
Se encontrarán comprobaciones análogas en las intervenciones de G. Nocera en el debate
organizado por Rassegna parlamentare (n.° 2, enero-febrero, 1963). Alusiones en el mismo
sentido pueden encontrarse también en P. Mendes France, La République moderne, París, 1962,
[hay traduc. cast.) y en G. Myrdal, Il pacti del benessere e altri. Milano, 1962. Sartori describe bien
el proceso de congelamiento del estado representativo cuando escribe: “existe el hecho de que
sectores y márgenes de poder decisivos desde hace tiempo han quedado fuera del control tanto
del parlamento como del gobierno y de los partidos. Lo que sucede es, entonces, que la masa de
lo que se custodia amenaza, de por sí, con envolver al custodio, del que la elefantiasis del estado
45
Lenin - Luxemburg - Lukács

Resumiendo, también en relación con la cuestión de los partidos políticos


puede constatarse que la democracia política requiere la consumación de
la democracia social y que, de modo recíproco, la democracia social
requiere de la democracia política el abandono de las viejas estructuras
del estado representativo-burocrático para penetrar tendencialmente en
una democracia gobernante, en el autogobierno o democracia directa. El
temor a que la socialización económica suprima la “libertad-autonomía”
sólo puede encontrar un fundamento real si se la continúa considerando
(a la vieja manera de Kant y de Constant) como una función exclusiva de
la propiedad privada, es decir, como esa libertad que sólo pueden
asegurar los “hombres independientes”. En cualquier otro sentido, una
trasformación democrática de la sociedad y del estado en la dirección de
una socialización económica y de una participación política no supone la
exigencia real de limitaciones de las libertades tradicionales y puede
valerse del cotejo crítico de los partidos y de controles aún más amplios,
tanto internos como externos. En ese caso, la exigencia crítica que se
presenta debería expresarse sobre todo en la valoración y puntualización
de las perspectivas programáticas, en el planteo público de un gran cotejo
ideal que ponga en discusión las lagunas y las contradicciones que ha
mostrado en sus realizaciones y en la acción política concreta el programa
de emancipación social de los trabajadores, pero también las decisiones
de otros partidos destinadas a cambiar la estructura de la sociedad, con el
claro presupuesto de que realmente busquen la emancipación social, el
fin del asalariado. En síntesis, también en este sentido los problemas del
partido-máquina nos vuelven a remitir a los problemas del partido-
programa, respecto de los cuales, en última instancia, son ponderadas las
elecciones de los hombres y los destinos de los estados. Y a propósito, en
lo que respecta a la vida política italiana, sería interesante certificar
mediante documentos auténticos todo lo que haya quedado de los
programas “sociales” originarios de los partidos de centro, tanto de los
que, en la época que siguió a la Resistencia, estaban abiertos a la temática
de las “reformas de estructura”, como de los que, después de la restau-
ración capitalista, se cerraron en la temática de la “buena administración”
de la sociedad privatista.

burocrático (incluyendo en él, se entiende, sus ramificaciones paraestatales) rehuye cada vez
más, en virtud de su misma dimensión, al control del estado democrático” (G. Sartori, “¿Dove va
il parlamento?” en Il parlamento italiano, Napole, 1963, p. 367).
46
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

PARTIDO-PROGRAMA Y PARTIDO-MÁQUINA
Partido-programa y partido-máquina aparecen como dos términos que no
pueden desligarse sin perder la verdadera fisonomía del partido político
en el estado moderno, sin incurrir en unificaciones conceptuales arbitrarias
que dicen bien poco en favor de la evolución real de los procesos políticos
modernos. Empero, es preciso agregar que la exigencia de una firme
relación entre el partido-máquina y el partido-programa nace sólo en el
seno de los partidos que tienen una genuina ubicación histórica y teórica
en el estado moderno, vale decir, que participan de las modificaciones
requeridas por el desarrollo social y político. En lo referente a la línea
teórica, sólo en estos partidos puede convivir la exigencia de una
incidencia crítica coherente sobre las viejas estructuras políticas y sociales
y la de un desarrollo de la batalla política que sea coherente con los
presupuestos teóricos. En los demás partidos, en cambio, tiende a
prevalecer una adhesión “natural” a las viejas estructuras y, por lo tanto,
para ellos los presupuestos críticos que dan nacimiento al fenómeno del
partido político carecen sustancialmente de significación. Es precisamente
a partir de esta esterilización del programa y de su valor marginal que el
partido político se ve empujado hacia la variante del viejo clientelismo
representada por la burocracia partidaria.

En términos generales, el proceso de generalización puede seguir dos


líneas: puede depender de un efectivo relajamiento teórico que reduce al
partido renovador al ámbito de la vieja política (de la “política por la
política” o la política por el poder); o bien, en el caso de los partidos que
nunca tuvieron un bagaje teórico renovador y que nacieron históricamente
sobre todo “por reacción”, puede depender de una erosión orgánica de la
plataforma “de coincidencia”, originada en su carácter sustancialmente
“superfluo” respecto de las formas vigentes de la vida política y en el
carácter exclusivamente demagógico de sus propuestas ”sociales”.

En uno y otro caso, el problema central que se plantea es ver si el


fenómeno puede obviarse y, por consiguiente, cuáles son las carencias
más graves que favorecen su desarrollo. Su significado general de
fenómeno que disgrega al partido político en tanto síntesis político-social
efectiva, restituyéndolo a la vida política “pura”, lleva a buscar el nudo del
problema en el seno de las formas a través de las cuales el partido llega a
formular esa síntesis entre política y vida social. En el plano programático,
las diversas variantes del estatismo son, sin duda, una de las connotaciones

47
Lenin - Luxemburg - Lukács

que señalan el progreso del fenómeno, en tanto reducen la incidencia


social y crítica dentro de la esfera política. Pero no es éste el único factor.
Es el más genérico y el más evidente; se traduce en una total reducción
del partido a una máquina cuyo ideal está fuera de sí (en el estado
existente) y que, por lo tanto, sólo asume el deber de instrumentar el
momento de la fuerza, de cuya ausencia en el concatenamiento estatal se
lamenta. El partido-milicia de tipo fascista y, aún más precisamente, nazi,
es el resultado extremo de un proceso semejante: un partido que nada
tiene que discutir (que, además, no quiere que “se haga política”) porque
todo ya está resuelto en las estructuras existentes, a las que sólo se trata
de revigorizar con inyecciones de autoridad y de “eficacia”; sus mismas
articulaciones institucionales no son ya organismos políticos, sino
militares, no son secciones políticas sino compañías armadas. Semejante
partido absorbe de la estructura militar ya sea el espíritu militar (“creer,
obedecer, combatir”), como la disciplina y las características
organizativas. El estatuto de un partido fascista difiere muy poco del
reglamento de un cuerpo policial: difiere en la medida en que amplía y
expande en una mitología los medios tradicionales de un organismo
militar (la sumisión al jefe, el espíritu de disciplina, la exaltación del valor,
la selección física y biológica de los más fuertes, etc., etc.). 38 Pero también
el partido burgués tradicional y el partido proletario pueden sufrir en
cierta medida la carga de ese fenómeno, aunque sea con variantes
derivadas de un ámbito diferente de tradiciones ideales y de connota-
ciones históricas y sociales. En el partido burgués, el proceso de
agotamiento ideal se manifiesta fundamentalmente en la renuncia o en la
atenuación de los elementos programáticos renovadores (las “reformas
de estructura”), respecto de los cuales, en determinados momentos
históricos y bajo el acicate de la “coincidencia” revolucionaria, se ha
38
M. Duvsrger presenta un adecuado ejemplo de estas características en la obra que ya hemos
citado varias veces. Para una documentación auténtica, más que la producción de los teóricos
fascistas italianos, véase C. Schmitt Principii politici del nazional-socialismo, Firenze, 1935.
Respecto de la influencia que la mitología del jefe y la disciplina tuvieron históricamente también
en los partidos socialistas debe tenerse presente la siguiente afirmación de Gramsci, hecha con
relación al partido de Lasalle: “Esta fe carismática no era sólo fruto de una psicología exuberante
y un poco megalómana, sino que también correspondía a una concepción teórica” (A. Gramsci,
Op. cit., p. 96). La deformación de la máquina se relaciona siempre con una deformación de los
principios. El problema no se resuelve con la pura y simple reprobación “psicológica” y moralista
del culto al jefe o de la ambición [“Es propio de todo jefe ser ambicioso, es decir, aspirar con
todas sus fuerzas al ejercicio del poder [...] Un jefe sin ambiciones no es un jefe, y es un elemento
peligroso para sus partidarios: es un inepto o un cobarde” (A. Gramsci, Passato e presente,
Torino, 1952, p. 67)], sino con una actualización teórica y práctica de los principios y de la
máquina política. Ciertamente, la alternativa para el culto del jefe no es la nivelación de los
valores, sino una organización institucionalmente capacitada para seleccionarlos.
48
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

sobrepasado. Esa renuncia o atenuación significa la adecuación del


partido a la “política por la política”, al parlamentarismo puro, a la pura
problemática de la conquista y administración del poder público. La vida
interna deja entonces de tener un elemento de cohesión real, de modo
que tiende a reproducir las formas típicas de la vida política liberal que
son las corrientes de opiniones puras y, en la peor variante, los agrupa-
mientos de clientelas que reflejan, no tanto diferencias programáticas
cuanto contrastes de poder, de posiciones privilegiadas y establecidas. 39
Sin duda, no es casual que la problemática del programa crítico tienda a
surgir en los períodos de expansión democrática y, en cambio, a
replegarse e incluso desaparecer en los momentos de depresión y reflujo:
sucede entonces que los partidos tradicionales del centro no presentan ni
siquiera un programa formalmente elaborado, sino sólo mociones en
congresos que formulan una gama limitada y sumamente variable de
soluciones, casi siempre relacionadas más con las posibles combinaciones
de la vida política nacional (parlamentar) y con las correcciones sectoriales
que con los problemas de la renovación político-social.40

El fenómeno de la hipertrofia burocrática tiende a manifestarse en dos


tipos de situaciones: el repliegue reformista en las situaciones de
oposición y el esfuerzo constructivo en determinadas situaciones de
poder, sobre todo en los países económicamente no desarrollados. En
ambos casos, y por razones distintas, puede encontrarse una misma
tendencia a dejar de lado los “fines” para reducirse a la intensificación del

39
Para estos partidos, que Duverger define como de “tipo antiguo” o de “tipo burgués”, la
“intervención electoral y parlamentaria representa la misma meta de su existencia, su única
forma de actividad” hasta el punto de que “la adopción del sufragio universal y del régimen
parlamentario en las naciones analfabetas o feudales es un sacrificio a las ideas del siglo” (M.
Duverger, Op. cit., pp. 22, 62).
40
Debe hacerse hincapié en que la lógica de la democracia liberal, por sus mismas características,
elimina la problemática de la socialización precisamente al valorar teóricamente las libertades
individuales (entre las que ocupa un lugar central la libertad de empresa privada): “el sentido de
esta concepción (de la democracia) –escribe un constitucionalista soviético– se halla en la
contraposición del individuo al pueblo, de la minoría a la mayoría y en la reivindicación de una
reducción de todo el sistema democrático a la tutela de los derechos del individuo o de la
minoría. Destaquemos, empero, que no se trata de la protección del individuo o del grupo ante la
ilegalidad de este o aquel órgano o funcionario del estado (que es una reivindicación totalmente
justa y fundada en cualquier forma de estado, pero tanto más perseguible cuanto más demo-
crática es esa forma), sino de la limitación de la soberanía popular de los poderes de la mayoría
mediante una especie de veto conferido a la minoría o al individuo, en oposición con las
decisiones del pueblo o de la mayoría: lo que constituye una clara deformación del sentido
estricto de la democracia, una befa de la misma. El problema fundamental se reduce así a la
tutela del individuo frente al arbitrio colectivo” (I. D. Levin, Sovremennaia burzuaznaja nauka
gosudarstvennogo prava. (La ciencia burguesa contemporánea del derecho estatal], Moscú,
1960, pp. 234-235).
49
Lenin - Luxemburg - Lukács

“movimiento”. Predomina una tendencia a vaciar al partido de finalidades


generales y a reducirlo al elemento técnico de la eficiencia, que se refleja
precisamente –como eficiencia “técnica” y no político-social– en el
predominio burocrático, en la militarización de la disciplina, o bien en la
disgregación de la clientela partidaria (en los partidos social-demócratas
liberalizantes) y, en fin, en el culto de los dirigentes (de los bonzos
sindicales o parlamentarios o de los “artífices” de la sociedad nueva). Una
excepción, aunque de escaso valor teórico, se encuentra en la situación
de clandestinidad que confiere naturalmente al partido revolucionario
características de tipo militar, aunque sin minar del todo el temple ideal.

PROBLEMAS DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO


Podríamos tomar el caso del partido revolucionario como el más
interesante y significativo, incluso para delinear los problemas más
actuales relativos a la estructuración de un partido realmente capaz de
vivir como síntesis orgánica de política y vida social, y ser así capaz de
eliminar o minimizar los peligros de la hipertrofia burocrática. A partir de
lo dicho, dos exigencias pasan a primer plano: en primer lugar, la
exigencia de una fuerte vida ideal (crítica); en segundo lugar (last but not
least) una institucionalización efectiva del nexo entre estos aspectos
programáticos ideales y la necesidad concreta de lucha política. Dentro de
la primera perspectiva, se comprende fácilmente la estrecha conexión
que existe –por lo menos, en condiciones normales entre una intensa vida
ideal y una prolongada democracia partidaria. Los momentos de
expansión ideal corresponden de hecho no sólo a una mayor articulación
democrática de la vida interna, sino sobre todo a un rápido desarrollo de
los cuadros y a una intensa sucesión de las generaciones políticas. Por el
contrario, los momentos de mayor empeño “técnico”, de esfuerzo
concentrado en la eficacia inmediata de la acción puramente política,
corresponden a depresiones de la elaboración ideal y de desarrollo de los
cuadros, salvo la importante excepción de las insurrecciones armadas, en
las cuales, por otra parte, el momento “técnico” se plasma en gran
medida en la amplia presencia popular que estimula y propone nuevos
problemas de elaboración. Dentro de la segunda perspectiva, es digno de
consideración el problema de cómo llega el partido a combinar de modo
armónico la organicidad general de la plataforma ideal (forzosamente
abstracta) con la especificidad de los problemas particulares (forzosamente
parciales) en una concreción superior que media entre la perspectiva ideal
50
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

hacia la cual se quiere empujar la sociedad y el modo real de ser de la


sociedad misma. Naturalmente, antes que nada se trata de un problema
de elaboración política del nexo táctica-estrategia (que aquí no examina-
mos), pero también de un problema de institucionalización organizativa,
en el cual se refleja el problema más general de la mediación entre
racionalidad y consenso, entre comunidad e individuo, que se propone al
estado moderno en su conjunto.

Una intensa vida ideal en el partido, repetimos, presupone la presencia de


un programa crítico y reconstructivo que esté a la altura de todo el
universo externo del estado y sociedad. En efecto, si se carece de un
programa semejante, porque el partido acepta, por así decirlo, el estado
actual de las cosas, es fatal que su actividad y su misma estructura interna
tiendan a modelarse –como en los demás partidos– según la problemática
de una política “pura” basada en la mera conquista y administración del
poder. En este sentido, no parecerá erróneo afirmar que la vida ideal –y
no sólo la organizativa– siempre es más intensa en la izquierda que en la
derecha. De cualquier modo, en la izquierda, no menos que en la derecha,
vuelve a encontrarse el peligro de una “cosificación” de la política en la
medida en que, al reasumirse la acción política exclusivamente en las
contiendas y combinaciones destinadas a obtener el poder, la perspectiva
ideal se contrae y se disuelve o, peor aún, se pragmatiza, adaptándose a
las cambiantes exigencias de la lucha y de la vida política. El fenómeno,
que a menudo se presenta bajo la forma del “realismo político”, de hecho
es –al menos a largo plazo– un signo inconfundible de adaptación al
ambiente histórico-social, de repliegue reformista. Desde este punto de
vista, se comprende el ataque de Gramsci contra la “vanidad del partido”
que, más allá de los significados, digamos, psicológicos, tiene un aspecto
rigurosamente pertinente a la capacidad de conocer y, por lo tanto, de
cambiar el mundo en el que obra el partido. 41 La apelación insistente e
incluso resolutiva al denominado “patriotismo de partido” o “espíritu de
partido” (evidentemente, en el sentido peyorativo) se convierte a menudo
en la coartada para eludir la vida ideal, ya limitada sólo a las exigencias
tácticas de la “política por la política”, de una pérdida de la vinculación
41
Escribe Gramsci (Op. cit., p. 25): “A propósito de la ‘vanidad’ del partido, puede decirse que es
peor que la ‘vanidad de las naciones’ de la que habla Vico. ¿Por qué? Porque una nación no
puede dejar de existir y en el hecho de su existencia siempre es posible encontrar, aunque sea
con buena voluntad y forzando la expresión, que su existencia es plena de destino y de
significación. En cambio, un partido puede no existir por fuerza propia”. Y véanse las agudas
consideraciones sobre la “fidelidad al partido” como “indiferencia en la consideración del
método” de J. Bentham, Sofismi politici, Milano, 1947, pp. 138-139.
51
Lenin - Luxemburg - Lukács

entre política y vida social y, en último análisis, de una incapacidad para


construir la línea del partido como ana síntesis general efectiva. El
fenómeno se manifiesta también en el plano institucional con “la
tendencia a sobrestimar la organización que, poco a poco, de medio para
conseguir un fin, se convierte en un fin en sí misma” (R. Luxemburg). Se
produce una inevitable involución centralista-burocrática de la misma vida
interna que sustituye la jerarquía de los valores por los valores de la
jerarquía. Y es singular y sintomático que, en el partido revolucionario, un
fenómeno de este tipo se caracterice por un “alejamiento de las masas”,
vale decir, por una pérdida de la funcionalidad real del instrumento
político respecto del movimiento que lleva hasta los límites extremos la
total separación de ambos.

También es verdad, empero, que un programa ideal supone además una


capacidad de generalización respecto de los intereses particulares o
momentáneos del movimiento, y así una especie de anticipación teórica.
Es en relación con este aspecto que se habla del partido como “vanguardia”
de la masa (o, en el caso en cuestión, de la clase). Sin embargo, mientras
la noción conserve al menos una fisonomía político-teórica, no podrá
significar otra cosa que la capacidad de conectar los intereses parciales
dentro de una visión general unificadora que les sirva de mediación y los
generalice. Por tanto, puede afirmarse que la noción de “vanguardia” no
debe ser trocada ni por la de “estado mayor” 42 de la masa (un concepto
enteramente condicionado por la táctica de lucha, y no por la teoría), ni
mucho menos por la de pura y simple “organización” (disciplina, subordi-
nación, etc.). La efectiva capacidad anticipadora o teórica del partido, tan
esencial para protegerlo de la degeneración burocrática, antes que nada
ha de reconducir a la actitud según la cual el programa ideal y político
debe dar racionalidad al consenso de la masa y así unificar, y no de modo
formal, sus diferencias reales. El partido se anticipa efectivamente
respecto de la realidad del movimiento práctico sólo si se enfrenta con
esa tarea, y en la medida en que lo hace, sintiéndose, precisamente como
vanguardia, una parte de la masa. En resumen, sintetiza en la medida en

42
La definición pertenece a Stalin: “El partido es el estado mayor de lucha del proletariado” (I. V.
Stalin, Questioni del leninismo, Roma, 1952, pág. 84). La asimilación del organismo militar (que
falsea toda la organización del partido político, con su tendencia a reducirlo a una “milicia”) se
expresa aún con mayor claridad en la oración inmediatamente anterior: “La clase obrera, sin un
partido revolucionario, es un ejército sin estado mayor” (Ibíd). De aquí se desprende, dentro de la
teoría stalinista del partido, una explícita esterilización del reconocimiento de que “el partido no
puede ser sólo un destacamento de vanguardia. Al mismo tiempo, debe ser un destacamento,
una parte de la clase”, etc. (Ibíd).
52
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

que llega a analizar y considera su propia teoría anticipadora como una


teoría experimental. Sólo así, entre otras cosas, un programa ideal
conquista las características específicas de un programa político, perdiendo
los resabios utópicos (dogmáticos) y los residuos empiristas (reformistas)
y ganando una racionalidad históricamente digna ( = capaz) de éxito; es
decir, nutrida ya sea en la necesaria fuerza de generalización teórica, ya
sea en la no menos necesaria “conquista” y efectividad propias de la
política.

Como decíamos, las consecuencias de orden organizativo pueden indagarse


con cierta facilidad. Supuesto que, efectivamente, el partido político
quiera eludir su función de unificación (función a la cual, como se vio, está
históricamente destinado), ello debe institucionalizar una relación bilateral,
teórica e ideal por un lado, práctica y efectiva por el otro. En sí y por sí, la
misma vida teórica del organismo puede resultar insuficiente para
vitalizarlo de modo permanente, incluso amenaza con cristalizarlo en los
callejones sin salida de una visión dogmática y de una acción puramente
utópica, en caso de que no desarrolle los canales organizativos que
puedan alimentarlo críticamente. Por otra parte, el mismo programa
requiere una actualización constante que sólo puede extraerse del
reconocimiento experimental. Esta vitalidad, para traducirse a una acción
incisiva, debe ser, en suma, la vitalidad de todo el organismo, de modo
que esa elaboración teórica, por un lado, debe poder originarse también
en la militancia práctica y, por el otro, debe poder retraducirse a esa
militancia. Ahora bien, el tipo tradicional de partido, concebido como pura
plataforma de opiniones comunes (o sea, como puro reagrupamiento
parlamentario), no puede ser suplantado por la concepción del partido
como mera máquina ejecutiva sin que se pierda un componente esencial
del dinamismo político. Al igual que la eficacia basada sólo en la clientela,
la eficiencia meramente ejecutiva fundada en la disciplina o en el mito del
jefe, resulta una grosera ilusión. El verdadero problema del partido
político es, en cambio, poder institucionalizar una máquina capaz de ser al
mismo tiempo un cerebro (un “intelectual colectivo”, decía Gramsci), que
es luego la única máquina dotada de auténtica eficacia política (en la
lucha por ganar el poder junto con el consenso): un partido de masas que
construye cuadros.

53
Lenin - Luxemburg - Lukács

La tendencia originaria del partido revolucionario se mueve precisamente


en esa dirección, como lo prueba, por ejemplo, su estructura por
secciones o células que ya en sí mismas son organismos destinados a una
vida permanente muy diferente de la mera ejecución política (para la cual
basta la “milicia”). Sin embargo, es fácil comprobar que la misma lógica
de la lucha política (en sus dimensiones más inmediatas) conduce
precisamente a “utilizar” esa misma estructura y a convertirla en puros
mecanismos de transmisión de las decisiones políticas. En cierta medida el
proceso de burocratización está orgánicamente ligado con la lucha
política, al menos por la exigencia de profesionalizar grupos políticos más
o menos numerosos. El llamado profesionalismo político (por otro lado,
un fenómeno necesario para la acción organizada) tiende naturalmente a
derrochar el momento no profesional o estrictamente social, el que
convierte al partido en una vinculación permanente entre la esfera
política y la esfera social, y en un medio de superación constante de la
escisión moderna. Cuanto más se proponga el partido finalidades de mera
política (de unificación formal), tanto más reproducirá en su interior la
escisión que combate en el exterior (generando el “círculo interno” y el
“círculo externo”, el aparato deliberante y el aparato ejecutivo), si no llega
a anclar de manera institucionalizada esa función en las diferencias
políticas sociales individuales que se hallan en su seno. 43 El proceso se
manifiesta con claridad cada vez mayor a medida que el progreso social y
político confíete una estructura regular a la división social del trabajo y da
una impronta bastante estable a la democracia política. Pocos períodos
como la última década de la vida italiana fijan con tanta nitidez los
contornos de un proceso semejante y señalan a los partidos sus
carencias.44 No el casual que en este período se hayan desarrollado

43
El concepto es expresado por Gramsci en los siguientes términos: “La burocracia es la más
peligrosa de las fuerzas consuetudinarias y conservadoras; si termina por constituir un cuerpo
solidario, que se sitúa aparte y se siente independiente de la masa; el partido acaba por
convertirse en anacrónico y en los momentos de crisis aguda aparece vaciado de su contenido
social y como en las nubes” (A. Gramsci, Op. cit., p. 51. El subrayado es mío). En síntesis, si es
verdad que el partido debe ser el intermediario entre el individuo y el todo, no debe ser más que
el intermediario (con todo lo que, evidentemente, supone esta posición); en otro caso, como
cualquier otro intermediario tradicional entre el hombre y el hombre (desde el dinero hasta el
jefe político) “este intermediario se convierte en un verdadero dios, dado que el intermediario es
la verdadera potencia, con la cual él me media. Su culto se convierte en un fin en sí mismo. Una
vez separados de este intermediario, los objetos ( – los hombres) han perdido su valor. Y por
consiguiente, sólo tienen valor en tanto lo representan; aunque en el origen parecía todo lo
contrario: que el intermediario sólo tenía valor en tanto los representaba” (K. Marx, Scritti inediti
di economía política, Roma, 1963, pp. 6-7).
44
Respecto de Francia, el fenómeno es ampliamente mostrado en los volúmenes La démocratie a
refaire, cit y L’Etat et le citoyen, preparado por el Club Jean Moulin, París, 1961.
54
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

profundas transformaciones en el esqueleto y en el funcionamiento de


todos los partidos de masas (fin de las “personalidades”, articulación de
las responsabilidades de estudio, diferenciaciones técnicas en el ámbito
del trabajo político, reconocimiento de los aportes autónomos de los
distintos organismos ligados al partido, depreciación del viejo pragma-
tismo político y del instrumentalismo en relación con la cultura, etc.).

En un ordenamiento social y político complejo y articulado como la


sociedad industrial moderna los elementos de examen analítico, compe-
tencia técnica, y también de la organización por sectores de los mismos
partidos políticos masivos, se convierten en componentes indispensables
de una unidad (eficiencia), que primero parecía alcanzable con la mera
superación (o supresión formal-administrativa) de todas estas diferencias.
Pero es precisamente en este terreno que se revela la crisis histórica del
organismo, en el sentido de que el partido político llega efectivamente a
enfrentar esta problemática, aunque sea sólo para retraerse a los límites
tradicionales de la “política por la política”, del profesionalismo político
puro. Y en este sentido merece señalarse el hecho de que la crítica al
profesionalismo político se ha manifestado en Italia (y también en otras
partes) no sólo en el plano puramente “vulgar” de la negación de la
unificación política (al respecto, es ejemplar la idea del estado adminis-
trativo y sin partidos que constantemente resurge en la derecha) sino
también en los ambientes intelectuales democráticos. Dicha crítica se
manifiesta allí donde se niega radicalmente la necesidad moderna del
partido político como síntesis, pero también allí donde, por el contrario,
se pide al partido político que sea real y plenamente una síntesis, un
organismo capaz de actuar de mediador incluso en las articulaciones
técnico-sociales. El fenómeno ha tenido también una destacada
manifestación en el notable auge de los organismos no políticos pero
socialmente comprometidos (profesionales, estudiantiles, sindicales,
culturales, etc.) que fue particularmente amplio en Francia como reacción
a la decadencia general de la vida de los partidos políticos. 45 Para tratar de
delinear de alguna manera los caminos de superación de una crisis
semejante, es preciso volver a considerar las funciones típicas de síntesis
político-social que caracterizaron históricamente el nacimiento del partido
político moderno de los trabajadores. El hecho de que algunos grandes

45
Cfr. La démocratie a refaire, cit., las intervenciones de R. Rémond y P. Fougeyrollas. Allí se
señalaba que los fenómenos del apoliticismo también son, de hecho, fenómenos de desgaste de las
mismas instituciones políticas y están representados por una transmigración de los ciudadanos a
otros núcleos asociativos (sindicatos, órdenes profesionales, etc.).
55
Lenin - Luxemburg - Lukács

partidos populares no socialistas como la democracia cristiana hayan


revisado de hecho la propia organización, precisamente en consideración
de ese modelo, sin duda tiene un valor que va más allá de la mera
coincidencia, dado que el modelo es estrictamente funcional en relación
con los problemas sociales modernos. También es sugestivo que la
historia reciente de los partidos marxistas muestre una acentuada
tendencia a revisar las propias estructuras plasmadas durante un período
histórico particular hasta en los países donde esos partidos tienen el
poder. Quizás el caso del PCUS sea el más significativo: en los últimos años
modificó estatutos, programas, estructura organizativa e incluso el nombre.

En este campo se destacan dos elementos. En primer lugar, la corrección


de una organización sustancial mente modelada en la clandestinidad, la
que, como tal, no podía dejar de inclinarse hacia una interpretación de
tipo militar de la vida interna: la construcción de la noción de centralismo
democrático de un modo nuevo y más estrictamente político, de modo de
estimular con el cotejo efectivo de las opiniones (con la organización de
una disensión mínima) una participación más directa e intensa (la organi-
zación de un consenso máximo).46 En segundo lugar, la comprensión
(ardua debido a las dificultades que supone influir sobre estructuras
tradicionales) de la necesidad de que la adecuación y la organicidad del
todo resulten de una articulación más dúctil de las partes y de que, por
ende, la homogeneidad horizontal o eminentemente política (que se
expresa en las divisiones territoriales), precisamente por ser una homoge-
neidad real y no ficticia, resulte también de una unificación vertical o por
competencias sociales, culturales o técnico-profesionales, que se expresa
en el grupo asociado por intereses específicos. La estrecha interconexión
de los dos problemas resulta del hecho de que el centralismo democrático,
como superación efectiva de la dispersión individualista y de “clientela” o
de la cristalización de las corrientes-facciones, tiene necesidad de desarro-
llarse como una democracia capaz de centralizarse, como una democracia-
autodisciplinada y, por ello, como un sistema que se unifica sólo si
46
En este sentido, no es suficiente que las estructuras del partido político estén abiertas a una
determinación democrática de las decisiones. Evidentemente, se precisa una unidad política
fundamental (que sólo la máxima adhesión al partido político puede asegurar) no menos que una
homogeneidad social sustancial, sin las cuales la disensión inevitablemente se cristaliza hasta
llegar a la escisión. La homogeneidad política y la homogeneidad social son elementos
correlativos aun cuando, evidentemente, no coincidan. La observación que no se quiere hacer en
relación con la teoría del partido tiene una aceptación Instante amplia en relación con la teoría
del estado. Por ejemplo, G. Maranini (Miti e realitá della democrazia. Milano, 1958, p. 199)
escribe: “donde no hay una unidad política sustancial, no puede haber tolerancia”, pero una
“unidad política sustancial” no puede nacer de un ordenamiento socialmente heterogéneo.
56
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

reconoce y actúa de mediador entre todas las articulaciones y diferencias


reales. Pero esta interconexión resulta también de la necesidad de que la
esfera general de la política se concrete en las esferas reales singulares.
Por una parte, en suma, la unidad política tiene necesidad de ser una
mediadora respecto de las diferencias que afloran a partir de las
determinaciones sociales objetivas; por otra, la articulación individual que
desarrolla cada organismo puede desplegarse en el sentido de una
unificación política real sólo si es penetrada (generalizada) en su indivi-
dualidad. De otro modo, la unidad política permanece abstracta, y las
diferencias reales, apolíticas: la teoría se dogmatiza y la acción se
entorpece.47

SOCIEDAD DE MASAS Y CIVILIZACIÓN COMUNITARIA


En definitiva, si se consideran conjuntamente todos estos problemas
resulta que, precisamente por ser el príncipe moderno, el partido político,
en un sentido, debe ligar su acción a una rigurosa exaltación política de
ese moderno “príncipe sin cetro” que es el pueblo, pasando del recono-
cimiento de su moderna escisión a la posibilidad de una futura reunificación
integral. Por otro lado debe modelar sus mismas estructuras típicas de
acuerdo con las formas típicas en que realmente debe vivir ese prota-
gonista de la sociedad moderna. El concepto se expresa con mayor
simplicidad cuando se dice que su programa y su acción política deben
47
Gramsci escribe: “El centralismo democrático ofrece una fórmula elástica, que se presta a
múltiples encarnaciones” y, por lo tanto, es arbitrario cristalizar la interpretación en una forma
determinada, que ha tenido un claro condicionamiento histórico. Gramsci precisaba que el
centralismo democrático “consiste en la búsqueda crítica de lo que es igual en la aparente
disformidad, y en cambio distinto e incluso opuesto en la aparente uniformidad, para organizar y
conectar estrechamente aquello que es semejante, pero de manera tal que esta organización y
esta conexión aparezcan como una necesidad práctica e “inductiva”, experimental y no como
resultado de un proceso racionalista, deductivo, abstracto, es decir, propio de los intelectuales
puros (o puros asnos)” (A. Gramsci, Op. cit., p. 77). Y véanse las agudas consideraciones acerca de
las deformaciones que, “el mismo movimiento socialista, puede sufrir la estructuración de la
máquina política (p. 95): “La historia del movimiento obrero demuestra que los socialistas no han
roto con esta tradición burguesa (del culto al vértice, al jefe, la persona)”; p. 113, donde se
polemiza contra el llamado centralismo “orgánico” que se funda en el principio de que un grupo
político es seleccionado por “cooptación” en torno de un “portador infalible de la verdad”, un
“iluminado por la razón”; p. 157, donde se define en los siguientes términos el proceso de
cosificación del organismo colectivo: “Si cada uno de los componentes singulares piensa al
organismo colectivo como extraño a sí mismo, es evidente que este organismo ya no existe de
hecho, sino que se convierte en un fantasma del intelecto, un fetiche”... “una entidad fantasma-
górica, la abstracción del organismo colectivo, una especie de divinidad autónoma, que no piensa
con ninguna cabeza concreta, pero de todos modos piensa”. Y la conclusión que Gramsci extrae
de todo esto: “una conciencia colectiva y un organismo viviente se forma sólo después de que la
multiplicidad se ha unificado a través de la fricción de los individuos”, (p. 158).
57
Lenin - Luxemburg - Lukács

adecuarse a una visión no autónoma de la política (de la política como


“superestructura”, es decir, por debajo de la cual se encuentran los reales
datos sociales modernos) y su máquina debe prefigurar y experimentar en
su seno las hipótesis teóricas con las cuales explica y modela el mundo
moderno.

Por consiguiente, el problema de la reordenación del partido no es sólo


un problema de organización interna. Por otra parte ya hemos insistido
bastante respecto de la inexistencia de una técnica o ciencia pura de la
organización. Se trata principalmente del problema de desarrollar una
política moderna, nutrida y estimulada por el reconocimiento de lo social
(teórico y práctico, mediado por los libros y también por los hombres):
una política que, al no ser pura técnica de la conquista del poder y al
saberse técnica social, se presenta como una política de reconstrucción
social, y forja, precisamente por ser ésta su finalidad, un partido capaz de
combinar químicamente la generalización política con la especificidad de
las agitaciones sectoriales. La necesidad de esta nueva versión de la
política desborda por cada uno de los poros de la sociedad moderna y se
condensa o bien en la proclamada necesidad de socialización y de un
“plano de desarrollo social”, o bien en la apremiante necesidad de una
participación más amplia del agregado social en la solución de los
problemas eminentemente sociales.

En la construcción de una política semejante no se halla sólo la verdadera


chance del partido moderno, sino también el destino de nuestra sociedad.
Los síntomas también pueden buscarse a contrario sensu en la decadencia
del encantamiento que sobre el ciudadano ejerce el “político puro”, en la
tendencia a la disolución del clientelismo, en el nuevo sesgo que la vida
democrática exige a los organismos políticos que se demoraron demasiado
en los viejos sistemas, en el hecho –en suma– de que mientras durante la
segunda posguerra la sociedad ha presenciado una gran transformación
tecnológica y cultural y un fuerte desarrollo económico, no ha registrado
sino en medida mínima las consecuentes transformaciones en las
instituciones sociales y políticas. Las viejas relaciones sociales funda-
mentales permanecieron idénticas y tampoco cambió sustancialmente la
misma fórmula de la vida política y de la organización política. La relación
gobernantes-gobernados permaneció dentro del esquema iluminista y
además resultó corrompida (en presencia del sufragio universal) por la
exigencia de emplear los instrumentos políticos como “persuasores
ocultos” y como propiciadores de votos y de poder. En una palabra, la
58
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

relación política permaneció como una relación de comando, englobado


en la nueva cáscara de la demagogia.

Son éstas observaciones bastante corrosivas; pero es preciso formularlas


para llegar a las raíces de la crisis, incluso a costa de hacerlas excesiva-
mente incisivas y también de dejar en la sombra elementos innegablemente
positivos. Los cambios radicales de dirección, como son los que sufre la
sociedad moderna, requieren precisamente análisis radicales. Se dirá que
sólo una transformación de las estructuras sociales fundamentales puede
transformar el terreno para la elaboración de nuevas relaciones políticas.
Pero también es verdad que esa transformación hoy debe hacerse a
través de la mediación de la democracia, es decir, precisamente a través
de la vida política. Por lo tanto, aquí es necesario hundir el bisturí y
cauterizar: la complacencia por los méritos de las instituciones, en los
grandes cambios históricos sociales, es siempre síntoma de una inclinación
al compromiso. Ahora bien, el partido político es el verdadero y auténtico
instrumento capaz de realizar en su seno, antes de que el proceso se
cumpla fuera de él, la revolución moderna para la cual ha nacido
específicamente. Y, por otra parte, su reconstrucción interna es una
condición esencial para la reconstrucción externa: estudiar las crisis de
crecimiento, en esta perspectiva, no significa otra cosa que confirmar su
carácter central dentro de la vida política moderna.

En contra de ello se podrá afirmar también que la “sociedad de masas” es


una sociedad en la cual son indispensables las técnicas de la “persuasión”
y del “encuadramiento”. Pero esto significa continuar concibiendo la masa
como una “muchedumbre” anónima, no tener en cuenta las profundas
modificaciones que presenta la sociedad de masas cuando se la observa
bajo su perfil específico de civilización industrial sumamente penetrada
por un saber real, amén de conexiones sociales solidificadas, muy
diversificadas y objetivas.48 Nuestra época no es sólo la época de la
48
El citado volumen, L’Etat et le citoyen, destaca bien estas características de la sociedad de masa.
Por ejemplo, allí se lee: “es al mismo tiempo más especializada, mucho más compleja. No se trata
ya del parecer del notable, cuyo peso en la pequeña comunidad se hará sentir cualquiera sea la
cuestión que se trate, sino de los múltiples campos de acción en los cuales la diferenciación de los
roles sociales permite al individuo hacer sentir su influencia” (p. 197). “La sociedad de masas,
contrariamente a las apariencias, no es una sociedad más racional, es una sociedad mucho más
consciente, y si nos indigna la apatía y el conformismo de las masas, el hecho es que, bajo la cruda
luz de estas nuevas responsabilidades, comportamientos que son todavía en parte irracionales
aparecen de golpe como inadecuados” (pág. 198). Sin duda, no es casual que estos aspectos
positivos (típicamente socialitarios) de la sociedad de masas no atraigan la atención de cierta crítica
conservadora que ve en esa sociedad sólo “el crepúsculo del individuo”, convencida como está de
que el individuo no es una determinación social.
59
Lenin - Luxemburg - Lukács

publicidad y de los slogans, sino también la del progreso científico, de la


selección técnica y de la especialización, de la difusión de la cultura y de
medios de comunicación veloces y ricos. En síntesis, es una civilización en
la cual el carácter dramático de la crisis está representado precisamente
por el contraste entre una expansión fundamental de la “densidad social”
objetiva y las bridas de un viejo tipo de organización político-social. El
contraste constituye justamente el foco de la crisis y plantea inmediata-
mente la exigencia de una transformación revolucionaria, de una
organicidad político-social (planificación y socialización económica) nueva
e integrada, que no puede tener otro sostén que la participación de la
masa en formas activas, conectadas con sus mismas especializaciones
individuales, (socialización y no mera difusión del poder). Sólo así la
civilización de masas puede dejar de ser el reino del anónimo, el coto de
caza de los pregoneros de feria, el dominio reservado de la especulación y
de la apropiación privada de las relaciones sociales, y convertirse en una
civilización conscientemente social.

Lo que se pide al partido político –como es obvio, al partido político que


da un análisis crítico y proyecta una transformación radical para el futuro–
es precisamente que haga fermentar en sus estructuras y en su misma
vida moderna los ingredientes con los cuales sostiene que la sociedad
mañana podrá pasar a la dimensión de una civilización nueva, verdadera-
mente comunitaria. Esos ingredientes no son, sin duda, los proporcionados
por la apelación humanitaria (abstracta) a la sumisión social, al “espíritu
de sacrificio” y al restante bagaje del utopismo del siglo XIX y del
“socialismo de corazón” de principios del XX. Consisten esencialmente en
la capacidad de integrar en las propias estructuras todo el potencial
positivo y corrosivo, eminentemente crítico y técnico-reconstructivo, que
la sociedad de masas entraña para las masas. Si es verdad que la política
es siempre una ciencia (y actividad) general y unificadora, no puede llegar
a una generalización y unificación efectivas y eficaces si no es saliendo de
las ciencias (y actividades) especiales e, incluso, identificándose con ellas
en una relación recíproca; se separa de ellas en el momento en que
analiza y reconstruye las partes del todo en examen, y se identifica y
relaciona con ellas en el momento en que las concibe como partes de un
todo y, en tanto tales las engloba en una acción resolutiva que sólo así
podrá ser acción crítica y constructiva. 49
49
De este modo, nutriéndose en la ciencia, la política llega a superar una contradicción que a otros
les parece insuperable (cf. U. Spirito, Critica della democrazia, Firenze, 1963), y sólo puede hacerlo
porque la política “ciencia pura” puede considerarse una mera “técnica de la opinión y del poder”.
60
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

No debe pensarse, entonces, que esta propuesta constituya una versión


apenas revisada para una ”revolución de los técnicos”. Por el contrario: la
propuesta trata precisamente de desarrollar la sociedad de masas como
auténtica civilización comunitaria, vale decir, de promover una potenciación
consciente de la masa sustrayéndola de la estereotipia y liberándola de la
“cuantificación” y “subordinación”, haciéndola valer, justamente para
unirla como una sociedad homogénea-diferenciada.

Semejante empresa no corresponde a los técnicos, a los intelectuales


“puros” o puros asnos, como decía Gramsci, sino a los hombres comunes
(a todos) en cuanto hallan en el partido político el instrumento capaz de
estimular sus capacidades individuales y técnicas para convertirse en
políticos y dirigentes (de modo que, como tales, dejen de ser una pura
“masa anónima”) y de aplicar su elección política en una empresa
revolucionaria rica en finalidades sociales y en capacidades técnicas y
culturales, en un saber engagé (de modo de no ser ya puros técnicos u
hombres de corporaciones).50 En resumen, la relación entre la totalidad y
Funcionalizada al análisis económico-social de la sociedad, ella se convierte, en cambio, en la
disciplina que, a la vez que unifica el todo, analiza y reconoce las partes y niega, por ello, que “el
político deba abandonar todo método científico y alcanzar un saber que trascienda la ciencia” (Op.
cit., p. 149). Pero semejante concepción de la política sólo puede nacer de un planteo materialista-
sociológico que reconozca, junto con la primacía de la economía, la misma funcionalidad de la
opinión ( = consenso) para los intereses. Este es un reconocimiento que la sociología puede hacer si
concibe la sociedad como un sistema positivo de relaciones reales, si es ciencia de relaciones reales
históricamente determinadas y, así, es una sociología capaz de aplicar a la sociedad el método de la
ciencia, que reconoce a su objeto como algo dado fuera de la mente del experimentador y a la
hipótesis teórica como una hipótesis que debe experimentarse en la practica histórico-social. De
esta manera, materialismo, ciencia y política convergen. De cualquier otro modo, el impulso lleva a
una primacía genérica de una política que se plantea como fin en si o bien a la primacía
intelectualista de una ciencia que se concibe como relación social e intenta la reconstrucción social
en el ámbito de las relaciones actuales, cuya estructura antinómica no ve, en un plano tecnicista (o
con una pedagogía de tipo deweiano) que no se subordina a un análisis social preciso (y ni por tanto
a una transformación social de las relaciones económicas). Para concluir, la plataforma unitaria de la
relación política-ciencia es precisamente su socialidad: una plataforma que se niega a recomponerse
en la medida en que posterga una reforma materialista de la sociedad y de la cultura, cuya
separación es, en definitiva, la manifestación de la separación histórica entre trabajo y pensamiento,
de la división social del trabajo humano como trabajo práctico-teórico o auténtica praxis histórica-
teórica, material-ideal. La democracia (como democracia social) puede resultar precisamente el
órgano moderno de esta recomposición unitaria.
50
Esto no excluye absolutamente la presencia de cuadros consagrados profesional mente a la
política. Pero, por la presión de las cosas, se disponen en dos categorías netamente diferenciadas:
ta de los funcionarios meramente ejecutivos y la de los dirigentes políticos. En el primer caso, su
profesión será política en un sentido muy genérico y aproximativo. En el segundo, su política será
profesional (es decir, será política establemente dirigente) en la medida en que ellos tengan dotes
de generalización auténtica y comprendan la significación de los mismos elementos técnico-
sociales. En política, “las ideas son grandes cuando pueden llevarse a la acción, es decir, en cuanto
ponen al descubierto una relación real que es inmanente a la situación”: en cuanto, entonces,
median determinaciones concretas; “los grandes progresistas charlatanes lo son precisamente
porque no saben ver los vínculos de la ‘gran idea’ con la realidad concreta, no saben determinar el
61
Lenin - Luxemburg - Lukács

las partes no debe ser una relación entre dos planos separados que
inevitablemente tienden a contraponerse, sino una relación móvil, de
circulación, en la cual la gradación de los valores tiene en cuenta los
méritos, pero no los traduce a una jerarquía fija o corporativa, tiene en
cuenta las diferencias, pero no las cristaliza porque de ellas extrae una
unidad superior. Ser miembro del partido no es algo que sustituya la
competencia individual, así como el ser médico u obrero se convierte en
la verdadera base para ser integralmente hombre político. Y se comprende
fácilmente que la cuestión no concierne tanto a la relación abstracta entre
política y ciencia, sino también, más concretamente, a la típica relación
concretamente política entre elaboración y acción política, (incisiva la una,
teóricamente rica la otra) entre vértice y base (responsable el uno, abierta
hacia la coordinación la otra), entre el partido y las instancias que lo
constituyen, entre la calidad de miembro del partido y la de miembro de la
sociedad.

Lo que hoy parece disminuir la influencia del partido político respecto del
ciudadano es la difusa sensación (no del todo equivocada) de que ser
miembro del partido significa abandonar las propias capacidades y
funciones sociales, insertarse en una jerarquía que ignora la escala de
méritos y valores reales y tiende a fosilizarse en tomo de méritos y valores
“puramente” políticos (de acción “pura”: lo que no existe) y que a largo
plazo pueden resultar ilusorios. Tiene en definitiva la sensación de no
poder participar en la vida del partido si no es en las formas tradicionales
que el mismo estado representativo asigna al ciudadano. Si quiere
participar orgánicamente debe separarse de su rol social, y si no lo hace,
no puede participar orgánicamente. En este rompimiento el afiliado
reencuentra, entonces, el rompimiento externo que combate y contra el
cual, en general, hace la elección de la militancia política. El proceso –al
menos en Italia– está bien documentado por la disminución de las
afiliaciones a los partidos políticos y por el profesionalismo político. Pero
el hecho de que el proceso en modo alguno es irreversible está
atestiguado por la creciente vigorización de otros nucleamientos sociales
y por la difusión de una madurez democrática que a menudo sorprendió
con “sorpresas electorales”, como la de 1953 y la de 1963.

proceso real de actuación”. (A. Gramsci, Passato e presente, cit. pp. 4-5).
62
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Extraer de esto todas las consecuencias organizativas a fin de depurar los


viejos instrumentos y llevar a su máxima expresión la vinculación con la
sociedad parece, en el caso del político moderno, no sólo un acto de fe en
la democracia, sino también de fe en la posibilidad de abrir el camino para
una gran revolución social: un gesto de coherencia ideal y de eficacia
práctica.

63
Lenin - Luxemburg - Lukács

PROBLEMAS DE LA TEORÍA MARXISTA


DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO
Lucio Magri
I
El problema de la organización de un partido revolucionario –decía Marx–
sólo puede abordarse a partir de una teoría de la revolución. Se trata así,
en todo momento, de un problema teórico, en el sentido más amplio de
la expresión: no sólo en tanto implica problemas de táctica y de
estrategia, sino también porque, de por sí, exige una definición científica
del concepto de partido, de su naturaleza, de sus principios de funciona-
miento, a la cual referir constantemente la práctica organizativa. El hecho
de que tales definiciones, como cualquier otra parte del marxismo, nunca
puedan fijarse dogmáticamente y exijan una reelaboración y un desarrollo
continuos en nada disminuye la necesidad de una teoría rigurosa; por el
contrario, requiere a cada momento el esfuerzo de una indagación.

En la actual situación del movimiento obrero en Italia todo esto aparece


como particularmente cierto. El debate que se desarrolla desde hace
algunos años acerca de cuestiones organizativas siempre renovadas, a fin
de adecuar los métodos de trabajo y los instrumentos de lucha a nuevas
realidades políticas y sociales, es en verdad, y cada vez en mayor medida,
un debate sobre la línea general de la revolución en Italia, y sobre el tipo
de partido que ella implica y presupone. De hecho, esta temática tiene
precedentes importantes en la historia de nuestro partido, e incluso
puede decirse que la acompañó en todo su cursa y caracterizó sus
momentos más destacados. Cuanto más madura se hace la indagación en
torno de un camino italiano hacia el socialismo, tanto más, en el terreno
teórico y sobre todo en el práctico, se modela progresivamente un tipo
nuevo de partido.

A otros corresponderá, en este mismo número de Critica Marxista


reconstruir las etapas de ese desarrollo, aprehender, más allá de la
apariencia, la dinámica profunda y el sentido global, valorar los límites no
sobrepasados, indicar las directivas de desarrollo para que se los supere.
Pero me parece sin duda evidente que, en este proceso, al momento
actual le aguarda un papel particular; que nunca como hoy el problema de
desarrollar la elaboración de la teoría del partido se planteó al movimiento

64
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

obrero italiano con tanta amplitud de temática, con tanta urgencia


objetiva, y asimismo con tanta riqueza de fermentos nuevos y de
potencialidades fecundas.

Para valorarlo creo que bastará una breve reflexión sobre los fenómenos
objetivos que hoy enfrentan al movimiento italiano.

En los últimos años este movimiento debió enfrentar dos procesos


diversos y convergentes: por un lado, la transformación rápida y tumul-
tuosa de la realidad social, el pasaje de un capitalismo tradicionalmente
estático y atrasado a una etapa de desarrollo nueva, dinámica y madura;
por el otro, la crisis, y la ya encaminada superación, de las fórmulas
ideológicas, del equilibrio político y de los instrumentos organizativos que
durante muchos años caracterizaron al movimiento comunista inter-
nacional.

Es indudable que, en última instancia, estos dos procesos están


estrechamente ligados entre sí, que el segundo expresa o enfrenta esa
misma exigencia de formas más avanzadas y maduras de estrategia que,
en Occidente, son requeridas desde hace tiempo precisamente por las
transformaciones de la sociedad capitalista. De todos modos, no carece
de significación ni de relieve el hecho de que en Italia se hayan producido
contemporáneamente, entretejiéndose y reaccionando el uno sobre el
otro. Si esto, indudablemente, proporciona ocasiones muy favorables al
proletariado italiano, que debe enfrentar al capitalismo maduro cuando
ya un proceso de desarrollo del sistema socialista le abre las posibilidades
de iniciativa y de movimiento necesarios, también impone por otra parte
una problemática que se presenta con gran amplitud y urgencia.

En esta situación adquieren particular importancia los problemas del


partido, ya que ellos, antes que cualesquiera otros, son afectados por los
fenómenos que acabamos de subrayar. En efecto, antes que nada el
desarrollo capitalista ha producido –y produce– no sólo vastos desplaza-
mientos de población, rápidas transformaciones ambientales y por tanto
serias dificultades organizativas para las fuerzas políticas masivas, sino
también y sobre todo transformaciones cualitativas en los modos de
formación y expresión de la voluntad política y en la estructura de poder
del estado. Se trata de aquello que habitualmente se define como
totalitarismo neocapitalista: un nuevo tipo de totalitarismo, que hoy
agrede a la burocracia en el nivel de la sociedad civil, al masificar las

65
Lenin - Luxemburg - Lukács

conciencias, disgregar la vida asociada, deformar las necesidades y


subordinar la cultura, y en el nivel de la sociedad política, al burocratizar
los partidos, vaciar de contenido las instituciones y transferir el poder real
a nuevos centros, y subordinar el estado a los intereses privados.

¿No basta prestar atención a los efectos de esta agresión en la vida


democrática de los países más adelantados, allí donde todavía no ha
encontrado formas huevas y adecuadas de resistencia, para tomar plena
conciencia de la amenaza que contiene? La literatura sobre este tema es
tan vasta que casi no vale la pena insistir. En particular, empero, es
preciso añadir que este proceso totalitario concentra su propio impulso
destructor, y muestra su eficacia, en el ataque, más o menos frontal pero
igualmente disgregante, contra el partido y el momento político.
Precisamente porque el capitalismo maduro no es una forma de
decadencia general e inmediata de la sociedad, de crisis y de descom-
posición, sino que conserva en sí muchos aspectos de unidad y de
“progreso”, deformándoles su sentido humano y su naturaleza civil, este
totalitarismo deja sobrevivir formas parciales, aunque en parte ilusorias,
de autonomía, de verdad, de vida civil. Aquello que el totalitarismo
neocapitalista obstaculiza, a través del proceso general de reificación de la
conciencia individual y de la vida colectiva, es sobre todo la formación de
cualquier visión global, de cualquier interpretación total del presente
como mediación hacia el futuro, y del futuro como diseño orgánico y
racional de reconstrucción del mundo. Lo que deteriora, en suma, es la
posibilidad de unificación, de síntesis superadora, sin la cual las diversas
tensiones, energías y exigencias que nacen de la sociedad, porque la
sociedad las necesita, recaen dentro del horizonte del sistema, aceptan la
perspectiva deformante, se convierten en pilares del mismo.

Es la realidad misma la que vuelve a plantear entonces, en nuevas formas


y a nuevos niveles, el tema del partido en toda su amplitud, como
problema de la subjetividad en la historia, de la visión totalizadora, de la
praxis transformadora, como análisis y crítica global del mundo existente
y como instrumento del hombre para dar un sentido a la historia. Y son
precisamente éstos los problemas del partido revolucionario, y que por
medio del partido revolucionario, se plantean en el seno del marxismo, en
términos de: relación entre partido y clase, significado y función de la
ideología, naturaleza de la conciencia revolucionaria, relación entre lucha
inmediata y perspectiva final.

66
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Por otro lado, la profunda revisión política e ideológica iniciada en el XX


Congreso y el reciente deterioro de la unidad internacional del
movimiento comunista también gravitaron, de un modo muy serio y
directo, en la concepción del partido y de la praxis de la vida partidaria. En
este terreno, en efecto, las condiciones de la época precedente y los
errores de la política stalinista habían producido osificaciones teóricas y
deformaciones prácticas, pero sin duda no habían impedido la acumu-
lación de tesoros de energía, de recursos y tensiones morales que
conservan quizás el aspecto más grandioso de aquella época. Aquí, pues,
el proceso de autocrítica debió ser más implacable, más grave el efecto de
la lucidez en su lucha contra el mito, pero también aquí resulta más
delicada, difícil, peligrosa, la empresa de discernir lo verdadero de lo falso,
lo caduco de lo permanente, de impedir que el desarrollo destruya
aquello que, en nuevas formas, merece salvarse. La ruptura leninista
había realizado más profundamente su distinción de la socialdemocracia,
la crítica radical del oportunismo, en la concepción y en el funcionamiento
del partido, en los modos en que cada militante veía la vida partidaria.
¿Cómo salvar aquella distinción, conservar aquella crítica, superando los
límites históricos y corrigiendo las deformaciones burocráticas tanto como
los moralismos formales que aún sobreviven?

Estos son los complejos y entrelazados interrogantes que la realidad


plantea, ésta es la amplitud de la temática que es preciso reconocer más
allá de la inmediatez de las cuestiones organizativas, y de cuya solución
depende en buena parte la solución de estas últimas.

Obviamente, el análisis y las reflexiones que presentamos a continuación


no tienen la ambición de resolver esos problemas, y ni siquiera de
tratarlos de modo algo sistemático. Su finalidad es más particularmente
reexaminar, a la luz de la situación actual, algunos momentos destacados
del desarrollo del debate estrictamente teórico sobre la naturaleza del
partido revolucionario y sobre la relación clase-partido que ha acompañado
toda la historia del movimiento revolucionario, a fin de buscar en él ya sea
los fundamentos históricos de un tratamiento sistemático del problema,
ya sea algunas indicaciones e hipótesis de trabajo para resolver los
interrogantes del presente.

67
Lenin - Luxemburg - Lukács

Son éstas, indicaciones e hipótesis cuyo valor es muy problemático en la


medida en que no están, ni podrían estar, en todo momento interrela-
cionadas, precisadas, ni asumir formas concretas a través de un análisis
concreto de la realidad social, del estado actual del movimiento, etc.
Tarea ésta decisiva, pero del todo ajena al tema del presente trabajo.

II
Sería vano buscar en Marx una exposición sistemática y completa de la
teoría del partido proletario, de su naturaleza, de sus características, así
como, por otra parte, sería vano querer extraer de su obra una elaboración
cabal del concepto de clase. Estos son dos puntos importantes del
pensamiento marxista que nunca fueron desarrollados a fondo, cuyos
contornos forzosamente deben reconstruirse mediante un trabajo de
interpretación, y cuyo tratamiento exigiría nuevas indagaciones y nuevos
esfuerzos creativos. Eso no quiere decir, empero, que en la obra de Marx
no esté contenida implícitamente una definición de esos conceptos, los
que son no obstante absolutamente necesarios para conservar su rigor
lógico y fecundidad científica.

Sin una teoría del partido y de la clase, el marxismo sucumbiría bajo los
golpes convergentes de sus adversarios tradicionales: el activismo
irracionalista y el determinismo económico, el relativismo historicista y la
metafísica tendrían fundamento para declarar fracasada la tentativa de
“poner la dialéctica sobre sus pies”, de mundanizar la historia, pero al
mismo tiempo comprenderla, juzgarla, orientar su desarrollo según
esquemas definidos.

Los intérpretes de Marx muchas veces han dicho, y de buena gana, que el
comienzo de su pensamiento, el cimiento en que se apoya, se halla en la
crítica, no de una filosofía, sino de la filosofía, no de una utopía, sino de
todo utopismo que tan ejemplarmente resumen las tesis sobre Feuerbach.
Esa crítica tiende a dar un golpe definitivo a la escisión entre verdad e
historia, la oposición entre ser y pensamiento, que, después de haber
dominado toda la historia del hombre, aún permanecía en pie dentro del
sistema hegeliano, y, correlativamente, a superar en principio y de hecho
toda escisión entre la facticidad de la historia, abandonada a la propia
inmovilidad o al propio proceder casual, y el absolutismo de ideales
perseguibles con independencia de ella (alienación religiosa) o abstracta-
mente superpuestos a ella (utopismo iluminista).
68
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Pero ya en la forma de esa crítica (Tesis XI: “los filósofos se han limitado a
interpretar el mundo de distintos modos, de lo que se trata es de
transformarlo”51), y sobre todo en el espíritu general que la anima y en el
contexto de pensamiento en que se inserta, es absolutamente claro que
Marx rehuye, e incluso combate activamente, toda interpretación que a
partir de ella conduzca o bien al irracionalismo historicista o bien a la
ficticia racionalidad del determinismo; que su objetivo consciente es
fundar teóricamente y promover prácticamente una acción del hombre
en la historia, como sujeto de voluntad y libertad, según juicios y fines
racionalmente organizados.

Nace aquí el problema fundamental para el marxismo su gran reforma del


pensamiento, la especificidad de su dialéctica, el problema con el que se
ha medido y con el que cada día, a nuevos niveles, debe medirse. ¿Cómo
escapar de la antinomia entre dogmatismo e irracionalidad, entre ciencia
y conciencia, entre determinismo y utopismo? ¿Cómo volver a poner la
dialéctica hegeliana “sobre los pies”, refirmar la prioridad del ser sobre el
pensamiento, sin quedar prisionero del objetivismo?

No corresponde a nosotros, y mucho menos en este trabajo, exponer


sistemáticamente la respuesta que dio Marx a estos interrogantes (por
otro lado, bastante controvertida en sus diversas interpretaciones) ni
analizar el problema que deja abierto. De cualquier modo, una dirección
de esa respuesta es completamente clara e interesa directamente a
nuestro tema.

No cabe duda alguna respecto de que Marx, coherente con la hipótesis de


la cual partía, trató de resolver todos estos problemas saliendo del
terreno puramente especulativo, interrogando la historia, la realidad
social, y buscando en ella y en sus líneas de desarrollo ya sea el
fundamento teórico de una ciencia del hombre que no fuera metafísica ni
objetivista, ya sea la tendencia real, la posibilidad objetiva de la
realización de esa ciencia.

Pero ¿cómo es posible dar el primer paso de esta indagación, con qué
método que no implique desde ya un presupuesto dogmático, con qué
garantía de no producir una imagen deformada, “ideológica”?

51
K. Marx, Tesis sobre Feuerbach, en Obras escogidas, II, p. 428.
69
Lenin - Luxemburg - Lukács

Sin duda, si esta realidad pudiera considerarse, aunque sólo fuera por un
momento, totalmente desde afuera, de un modo por completo objetivo,
así como parece posible en el caso del científico que estudia la naturaleza,
el problema parecería muy simple. Pero es el mismo Marx, en su crítica a
Feuerbach, quien ha criticado como “defecto principal de todo materia-
lismo” el concebir “al objeto real, lo sensible, sólo bajo la forma de objeto
o de intuición, pero no como actividad humana sensible, como actividad
práctica, no subjetivamente”. Lo esencial del método dialéctico, en cual-
quiera de sus versiones, siempre es, de hecho, analizar la realidad sin
aislarla de su proceso de formación, ni de su relación con el sujeto que la
conoce, ni del contexto general, en suma, de la “totalidad” en la cual se
inserta.
En consecuencia, si se quiere interrogar la realidad social e histórica,
organizar una interpretación, comprender su significado, su tendencia, su
valor, evitando, por otra parte, toda forma de platonismo y de idealismo,
es preciso que exista, y pueda identificarse, una base real, un sujeto capaz
de este conocimiento, para el cual, ese conocimiento nazca de su propia
naturaleza, de su posición en la realidad; en suma, un sujeto para el cual y
en el cual ciencia y conciencia tiendan a coincidir y de cuya dialéctica
emane el proceso real del conocimiento como unidad de teoría y praxis.
Pero ¿existe, se puede encontrar inmediatamente en la realidad histórica,
semejante fundamento de una ciencia de la realidad y del hombre?
Obviamente, la solución no puede hallarse en una definición abstracta y
metahistórica de la naturaleza humana, de la esencia del hombre, la que
volvería a atascarnos en las posiciones dogmáticas y metafísicas, destruiría
de antemano el presupuesto de la dialéctica que se quiere fundar. Si
luego sustituimos el concepto de hombre por el hombre real, histórica-
mente determinado, la solución parece alejarse aún más. La sociedad
capitalista que Marx encontraba en su análisis, y toda la reflexión
científica y cultural que representaba la conciencia de la misma, le
ofrecían la imagen de un individuo, por un lado, separado del cuerpo
social, encerrado por definición dentro de los estrechos confines de un
interés particular, de un conocimiento limitado, de una praxis impotente;
por el otro lado, ya no dueño de la ciencia y de la técnica, sino subor-
dinado a ellas, a las fuerzas objetivas de la producción y del mercado, a la
sociedad como una “segunda naturaleza”: en síntesis, un individuo para el
cual la sociedad y la historia se contraponen como realidades indepen-
dientes, gobernadas por la necesidad y, en conjunto, incognoscibles.

70
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Pero apenas, sobre ese camino, el análisis se profundizaba y permitía


aferrar la estructura de sostén, el mecanismo de fondo que dominaba la
sociedad (es decir, la relación capitalista de producción como forma
generalizada del intercambio y del valor), entonces surgía, en la realidad,
un sujeto histórico cuyo “ser” contiene intrínsecamente un conocimiento
crítico de la totalidad social dada y la tendencia a reconstruirla desde sus
cimientos sobre bases que permitan al hombre dirigir y conocer el mundo
que lo circunda. Este sujeto-objeto, que “en la conciencia de sí recons-
truye una ciencia de la sociedad”, y que puede así representar el
fundamento objetivo del conocimiento (y, por lo tanto, del mismo análisis
que condujo a su individualización), es el proletariado. Pero no por
aquello

“que este o aquel proletario, o incluso el proletariado en su


conjunto, pueda representarse alguna vez como meta, se trata de
lo que el proletariado es y de lo que está obligado históricamente a
hacer, con arreglo a ese ser suyo”

En efecto, el proletariado, antes que nada, expresa y resume todo el


mecanismo que regula la sociedad capitalista, representa en sí el trabajo
humano convertido en mercancía, la separación entre el hombre y su
trabajo, la alienación universal (“la clase propietaria y la clase proletaria
presentan la misma alienación de si”). Pero la burguesía:

“se siente bien y se afirma y confirma en esta autoenajenación


sabe que la enajenación es su propio poder y posee en él la
apariencia de una existencia humana; [el proletariado]... en
cambio, se siente destruido en la enajenación, ve en ella su
impotencia y la realidad de una existencia inhumana”.52

Su lucha contra la clase opuesta, su liberación, se muestra pues como


universal en un sentido doblemente radical: para ser realmente tal, debe
ser al mismo tiempo la liberación del opresor, prisionero del mismo
mecanismo que domina, y, de modo más general, debe ser para el
hombre la liberación de su separación respecto de la sociedad y de su
subordinación respecto de las fuerzas ciegas de la historia; en síntesis,
debe ser la fundación de una sociedad “propiamente humana”.

52
K. Marx, La sagrada familia, Edit. Grijalbo, México, 1959, pp. 101-102.
71
Lenin - Luxemburg - Lukács

Por otra parte, el proletariado es fruto y portador de una dinámica


histórica y de una sociedad en la cual el desarrollo de las fuerzas
productivas materiales, la socialización del proceso productivo, el nivel
técnico y social, consienten, y con sus contradicciones, incluso, solicitan
un derrocamiento del orden existente y su reorganización sobre bases
nuevas; con ello y en ello, la revolución resulta, a más de necesaria,
posible. Y se trata de una revolución distinta de cualquier otra que la haya
precedido, ya que por primera vez puede iniciar un proceso de integración
social del hombre y de consciente dominio de su historia. En este sentido,
se aclara también el vuelco de la filosofía en la praxis: la revolución
proletaria aparece como fundadora de las bases objetivas de un
conocimiento no “ideológico”, de una cultura universal, de una ciencia de
la realidad social, de una verdad cognoscible, que se autocrítica
constantemente en el incesante desarrollo de la historia, pero no por eso
deja de ser verdad y así puede ser teóricamente definida.

En este carácter radical y universal, que es la fuerza y la grandeza del


proletariado, está implícita, empero, también una debilidad.

En efecto, por ello, a diferencia de cualquier otra clase o grupo social que
la haya precedido, la revolución proletaria es un proceso de superación y
autonegación. La burguesía, por ejemplo, había definido su propia
naturaleza y fisonomía entre las redes de la sociedad feudal; la conquista
del estado y la transformación de la sociedad significaron para ella la
sanción final y la generalización de sus intereses de clase, y produjeron
inmediatamente una sociedad burguesa. La revolución proletaria, por el
contrario, debe desembocar en una sociedad sin clases:

“El proletariado –como dice Lukács– no se realiza sino en el


momento en que se suprime, en el momento en que alcanza el fin
de su lucha como clase y produce la sociedad sin clases”.53

En rigor, este proceso de autosupresión no puede circunscribirse a una


etapa limitada y última, sino que acompaña la historia de la clase desde
sus orígenes. En efecto, el desarrollo de la sociedad capitalista, la
maduración de la crisis revolucionaria, significa para los proletarios una
subordinación social cada vez más rigurosa, un ahondamiento del proceso
de alienación y aislamiento social. En su inmediatez, en su pura
objetividad, el proletariado aparece, pues, bajo la forma de la expresión
53
Cf. G. Lukács. “La conciencia de clase” y “Rosa Luxemburg, marxista” (Berlín, 1923) en Histoire
et conscience de classe, París, Editions du Minuit, 1960.
72
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

más fiel de la realidad capitalista, de su glorificación más triunfal: como


clase revolucionaria, o simplemente como clase unida y definida, el
proletariado no tiene una existencia puramente objetiva; sólo a través de
la conciencia de sí, de la mediación de una conciencia revolucionaria,
alcanza una realidad efectiva; sin tal conciencia, no existe, es una pura
posibilidad objetiva. Marx resume todo esto en una célebre frase: “el
proletariado será revolucionario o no será”.

El instrumento, el “lugar” necesario, de esta “conciencia constituyente” es


el partido: “el proletariado no puede obrar como clase si no se constituye
en partido político propio, distinto, opuesto...”.54

Pareciera que, en este punto, se manifiestan con suficiente claridad los


rasgos destacados, o al menos los presupuestos teóricos, de la concepción
marxista del partido revolucionario. Este no expresa ni promueve intereses
definidos, no es la formación empírica que tutela un grupo social en el
plano político, sino la vanguardia consciente a través de la cual la clase
supera su inmediatez fragmentaria y subalterna; no es el instrumento de
la acción de un sujeto histórico preexistente, con características y fines
precisos, sino la mediación a través de la cual ese sujeto se constituye
progresivamente, define un “telos” propio, un proyecto histórico propio.
Este proyecto tampoco puede concebirse en términos abstractos y
estáticos, como dado ab initio; por el contrario, en sí mismo es el
producto cada vez más maduro de la historia de la conciencia de clase, el
fruto de la praxis revolucionaria. De ese modo, la relación partido-clase se
hace cabalmente dialéctica; por un lado, el partido, la conciencia
revolucionaria, son externos a la clase, o al menos a su inmediatez social;
por el otro, no son –ni pueden ser– más que una parte de la clase, su
conciencia de sí, la praxis, la praxis que revela lo oculto, su maduración
histórica, real. Finalmente, por todo esto, el partido revolucionario
aparece, ya en sí mismo, como una crítica en acto del estado burgués,
como el inicio de la superación de la fractura entre sociedad política y
sociedad civil, entre hombre y ciudadano; en él la política se libera de su
límite maquiavélico, el poder se convierte en instrumento de fines
sociales positivos, y la organización política se configura, en todo
momento, como fuerza transformadora de los hombres y de la sociedad,
como prefiguración de un ordenamiento diferente.

54
Carta de Marx a Schweitzer (citada por Sartre en “Los comunistas y la paz”) y Resolución de la
Conferencia Internacional de Londres de la A. I. T., 1871, en Amaro Del Rosal, op. cit., p. 227.
73
Lenin - Luxemburg - Lukács

No obstante, un aspecto del partido revolucionario –y no un aspecto


secundario– no fue verdaderamente aclarado por Marx. Admitido que, en
la inmediatez de su condición, el proletario no pueda alcanzar en modo
alguno una visión de conjunto del sistema social, ni promover su
derrumbe; admitido, pues, que su acción como clase pueda desarrollarse
sólo gracias a la superación de esa inmediatez, y por lo tanto a través de la
mediación de una conciencia revolucionaría, ¿cuál es el proceso, el
mecanismo, a través del cual puede producirse esa conciencia? Y para
decirlo de modo más preciso: ¿puede la conciencia de clase, sobre la base
de una necesidad intrínseca, madurar en el proletariado como un proceso
espontáneo de elementos que ya están presentes en su objetividad social
y que se vuelven cada vez más dominantes hasta prevalecer sobre los
demás elementos originarios que condenaban a la clase a la subordinación y
la disgregación? ¿O es que tal conciencia forzosamente representa una
superación global de la inmediatez proletaria, y no puede madurar si no
es a través de un salto dialéctico, de la acción de fuerzas externas y su
entrelazamiento con la acción espontánea de la clase?

Marx, dijimos, no enfrentó ese problema. Aunque, como veremos, su


concepción general de la revolución proletaria postulaba indirectamente
una cierta solución (la del “elemento externo” y no la de la espontaneidad)
no cabe duda respecto de que no son pocas ni secundarias las afirma-
ciones suyas que podrían o pueden utilizarse para fundamentar una
solución opuesta.

No se trataba de un elemento de poca importancia, y no es casual que la


polémica teórica relativa a la definición de una teoría del partido
revolucionario se haya desarrollado sobre todo en tomo de ello.

III
La concepción espontaneísta de la lucha de clases tuvo, y no podía ser de
otro modo, sólo dos versiones rigurosas: la del evolucionismo bernsteiniano
y la del anarquismo.

En efecto, si se buscan en la realidad y la experiencia social del prole-


tariado, y sólo en ellas, los elementos constitutivos de una conciencia
revolucionaria, forzosamente no pueden identificarse sino dos.

74
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Por un lado, la conciencia del productor, o sea el hecho de que el


proletario es expresión de las fuerzas productivas modernas, del trabajo
especializado y de la socialización de la producción. En cuanto es en sí
mismo una fuerza productiva, la más grande de las fuerzas productivas, el
proletariado necesariamente debe entrar en contradicción con las
relaciones de producción que frenan el desarrollo, y requerir otras
capaces de hacer que el incremento de la producción sea continuo y
planificado. En este sentido, la revolución proletaria aparece como la
continuación histórica, sin inversiones de tendencia ni saltos cualitativos,
del proceso que se inicia en el seno de la estructura capitalista, y gracias a
la misma; el único elemento novedoso que aporta está representado por
la sustitución de una forma de propiedad que ya se hizo anacrónica y, a
través de esa sustitución, de una distribución diferente de la renta y una
reglamentación planificada de la producción. La sustancia última del
sistema capitalista, el trabajo asalariado y la relación mercantil, no son
discutidos ni pueden discutirse precisamente porque, como productor, el
proletario representa la sublimación de esa sustancia; los objetivos del
ataque revolucionario son la plusvalía y la anarquía del mercado, pero no
la plusvalía y la explotación como tales. Lógicamente, pues, la revolución
proletaria no puede representar otra cosa que el punto final de un
proceso de evolución del capitalismo; la palanca fundamental de tal
evolución es el desarrollo económico, y la conciencia revolucionaría no es
sino el reflejo de tal desarrollo, el que, en un cierto momento, no puede
dejar de asumir la forma de una crítica de las instituciones básicas
del sistema. Henos aquí, entonces, rigurosamente en la concepción
bernsteiniana: un socialismo evolucionista y economicista, totalmente
empobrecido de todo componente dialéctico, y en el cual el “significado
histórico y humano” sólo puede ser reintroducido en la forma de valores
éticos esencialmente extraños al proceso histórico, superpuestos a él como
fines absolutos, y así bajo la forma del “neokantismo” o del weberismo.

Por otro lado, también a partir de la evolución espontánea de la inme-


diatez proletaria puede surgir, en cambio, una protesta pura, la negación
absoluta del orden dado y de la reducción del hombre a asalariado. El
proletario, al ahondar ese sentimiento de alienación que puede dársele
inmediatamente, y al desarrollar a partir del mismo una forma de
protesta cada vez más consciente y radical, de la negación del orden
burgués puede pasar a la negación de todo orden, de la del trabajo
enajenado, a la de todo trabajo, de la de las leyes que lo oprimen, a la de

75
Lenin - Luxemburg - Lukács

toda ley: llegar, en suma, al anarquismo, y oscilar entre el coqueteo de un


comunismo primitivo y la explosión individualista.
En un caso como en otro –claro está, por caminos diversos– el esponta-
neísmo conduce a la total desaparición de la concepción marxista de la
revolución y de la historia.
El pensamiento político de Lenin, en tanto restauración del marxismo
contra el evolucionismo oportunista y el utopismo anárquico, parte pues,
y no sin razón, precisamente de una crítica radical del espontaneísmo.
Pero una crítica al espontaneísmo –es conveniente, empero, agregar de
inmediato– requerida en primer lugar y sobre todo, como por otra parte
ocurre con el resto del conjunto del leninismo, por las exigencias
específicas y concretas del movimiento revolucionario en la sociedad rusa.
¿Cómo no ver inmediatamente –partiendo del punto de vista de un país
atrasado y donde el proletariado se desarrollaba dentro del cerco de una
sociedad preburguesa– el efecto paralizante que podría tener una con-
cepción evolucionista, en tanto condenase a la espera de un cumplimiento
gradual de la revolución burguesa? ¿O cómo no ver, de modo inverso, que
de realizarse, la revolución rusa, forzosamente inmadura, habría condenado
al proletariado a un duro trabajo de reorganización de la producción y
habría impuesto un largo período de administración proletaria del poder
estatal?

Lenin, así, toma el problema por las raíces, y propone una solución mucho
más radical de la que hubiera propuesto Marx.

“Los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata –escribe


en el célebre pasaje de ¿Qué hacer?– Esta sólo podía ser intro-
ducida desde fuera. La historia de todos los países atestigua que la
clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en
condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la
convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar
contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales
o cuales leyes necesarias para los obreros, etcétera.”

Y más adelante

76
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

“el desarrollo espontáneo del movimiento lleva a subordinarlo a la


ideología burguesa. Por eso nuestro deber es combatir la esponta-
neidad”.55

Evidentemente, esto bastaba para hacer definitiva la crítica al esponta-


neísmo y para combatirlo en todas sus formas. Por este camino se
refirmaba en su significado originario la teoría marxista del partido como
superación de la inmediatez, como autonegación del proletariado, y así
también la concepción de la revolución como salto, como inversión de
perspectiva, como giro radical en la historia humana. Esa teoría, por
muchas razones, permitía desarrollar sus implicaciones con mayor rigor y,
sobre todo, extraer las consecuencias prácticas para la edificación de un
partido como vanguardia de la clase y como voluntad unitaria, como
formación de lucha. Pero sobre estos desarrollos volveremos más adelante.

Cuando se prosigue la lectura de ¿Qué hacer?, empero, salta necesaria-


mente a la vista que esa afirmación radical de la cual Lenin hace partir su
teoría del partido no fue fundamentada por él de un modo completamente
riguroso y satisfactorio. Lenin la justificaba, y la ilustraba, con la siguiente
cita de Kautsky:

“...El socialismo, como doctrina, tiene sus raíces en las relaciones


económicas actuales, exactamente igual que la lucha de clases del
proletariado, y, lo mismo que ésta, se deriva aquél de la lucha
contra la miseria y la pobreza de las masas, miseria y pobreza que
el capitalismo engendra; pero el socialismo y la lucha de clases
surgen paralelamente y no se deriva el uno de la otra; surgen de
premisas diferentes. La conciencia socialista moderna puede surgir
únicamente sobre la base de un profundo conocimiento científico.
En efecto, la ciencia económica contemporánea constituye una
premisa de la producción socialista lo mismo que, pongamos por
caso, la técnica moderna, y el proletariado, por mucho que lo
desee, no puede crear la una ni la otra; ambas surgen del proceso
social contemporáneo. Pero no es el proletariado el portador de la
ciencia, sino la intelectualidad burguesa... De modo que la conciencia
socialista es algo introducido desde afuera en la lucha de clase del
proletariado y no algo que ha surgido espontáneamente”.56

55
V. I. Lenin, ¿Qué hacer? , en Obras completas, Cartago, Buenos Aires, 1958, pp. 382-383.
56
K. Kautsky, “Comentario sobre el proyecto de programa del partido socialdemócrata austríaco”,
en Neue Zeit, 1901. Citado por Lenin en ¿Qué hacer?, pp. 390-391.
77
Lenin - Luxemburg - Lukács

Es indudable que en este fragmento se echa luz sobre una importante


verdad; en efecto, en él aflora la conciencia de que el elemento externo
gracias al cual el proletariado puede salir de su propia inmediatez y
constituirse como clase revolucionaria debe identificarse en la ciencia y en
la cultura. Si el proletariado es un sujeto universal, si en él tienden a
coincidir ciencia y conciencia, si su revolución es al mismo tiempo
fundación de una sociedad humana y de un conocimiento “verdadero” de
la sociedad y de la historia, en todo momento el proceso revolucionario,
la afirmación de la clase, no puede dejar de ser, contemporáneamente,
búsqueda de la verdad y, por lo tanto, continuación real de la historia del
pensamiento y superación de sus antinomias. La dialéctica a través de la
cual el proletariado se constituye en clase y adquiere una conciencia
revolucionaria sólo puede fundarse, en consecuencia, en la relación
proletariado-ciencia proletariado-cultura. El marxismo, la ideología revolu-
cionaria de la clase, que al mismo tiempo es producto y crítica del
pensamiento precedente, constituye el elemento mediador de esa
relación.

Pero, como ya hemos visto, en Marx los conceptos de ciencia y


conciencia, de sujeto y objeto, de teoría y acción, adquirían un carácter
dialéctico. La ciencia no era conciencia de un mundo puramente
objetivado, depurado de toda subjetividad, o de una forma social vuelta
abstracta y separada del movimiento de la historia, sino que el mismo era
parte, expresión, de un sujeto activo y presente en la realidad indagada;
desembocaba, por consiguiente, en una verdad objetiva, pero a través de
una autocrítica continua y en un movimiento incesante hacia una
totalidad más comprensiva. La conciencia revolucionaría no se resolvía
entonces en una ciencia autónoma, concebible y definible con indepen-
dencia de la clase y de su praxis. Al partido como depositario de esa
conciencia no se contraponía una clase destinada, hasta el momento de la
supresión definitiva, a ser pura inmediatez y subordinación. La conciencia
revolucionaría, el partido, eran la ciencia, la verdad, en un momento
determinado del desarrollo de la praxis revolucionaria de la clase; ellos
mismos, pues, se presentaban como un proceso, y su verdad debía
formarse en conexión con la vida de la clase, que en cualquier momento
podía impugnarla.

78
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

En el pasaje de Kautsky, por el contrarío, estos conceptos aparecen


separados y contrapuestos: la conciencia revolucionaria se reduce a
ciencia, ciencia de una realidad objetivizada (la sociedad capitalista) y así
producida de modo autónomo, por vía intelectual, por el pensamiento; la
praxis revolucionaría, por el contrario, se presenta como el movimiento
de realización de esa ciencia.

En realidad, el retomo a este esquema iluminista de pensamiento tenía


consecuencias muy graves, fáciles de captar en su plenitud precisamente
en la figura de Kautsky.

En efecto, en el momento en que la conciencia socialista es definitivamente


reducida a “ciencia de la sociedad capitalista”, e inmediatamente, y no
por azar, a “ciencia económica”, no podrá sino aclarar la necesidad
objetiva de socializar los medios de producción y de la producción
planificada. De este modo, la revolución socialista no es otra cosa que la
sanción de un proceso necesario; el proletariado sólo debe reflejar y
acompañar la evolución de las fuerzas objetivas y, en sustancia, ya no
definir y construir un nuevo ordenamiento social, una nueva forma de
vida humana, sino sólo crear las “bases materiales”, los presupuestos. El
fin último, la inversión del curso de la historia, el reino de la libertad,
dejan de ser inmanentes al proceso y quedan confinados a un futuro
abstracto. La revolución de la clase no es al mismo tiempo supresión de la
clase; estos dos procesos son contrapuestos y separados en el tiempo. El
derrocamiento del sistema capitalista, así como la edificación de la nueva
estructura social, parecen sólo en la superficie un acto del proletariado:
en realidad, a través de él obran fuerzas objetivas, incontrastables y
autosuficientes. Se llega entonces, con un itinerario más largo y tortuoso,
a una concepción evolucionista y economista y, por lo tanto, a un nuevo
nivel de espontaneísmo. De hecho, hasta ahí llegó Kautsky, de allí nacía su
incomprensión de la prematura revolución bolchevique, de allí su negación
del concepto de dictadura proletaria.

Lenin nunca aceptó semejante concepción. El pasaje del capitalismo al


socialismo no fue para él un proceso necesario, la fatal y unívoca
conclusión de las fuerzas objetivas intrínsecas a la sociedad capitalista.
Por el contrario, afirmó que, por una parte, esas fuerzas se muestran
incapaces incluso de llevar hasta su fin la revolución burguesa, y que, por
otro lado, en su proceso espontáneo, desembocan en la crisis de la
sociedad civil, en una nueva barbarie. El acto mediante el cual el

79
Lenin - Luxemburg - Lukács

proletariado interviene en este desarrollo corrige la dinámica y da lugar a


una solución positiva y superadora, interpreta y realiza posibilidades
intrínsecas en la historia, sus tendencias reales, pero es siempre una
elección, la expresión de una voluntad libre. En consecuencia, la
conciencia revolucionaría no es y no puede ser sólo una “ciencia de la
sociedad capitalista”, sino la praxis creadora del proletariado en el
proceso de la propia autosupresión; no puede ser una ciencia de la
economía, sino una “crítica de la economía”, no el producto del
pensamiento que lo precedió, sino su superación.

Si empero, en este contexto por completo distinto del kautskiano,


permanece en pie, como de hecho sucede en ¿Qué hacer?, la contra-
posición entre la conciencia socialista, portada y codificada por el partido,
y la realidad inmediata de la lucha de la clase obrera, esos limites
repercuten sobre la concepción general del partido, se traducen en el
peligro permanente e insuperable del jacobinismo. El partido corre el
peligro de convertirse en una conciencia revolucionaria abstractamente
superpuesta a la clase, en el sujeto de un mandato nunca impugnable; de
modo inverso, la clase puede convertirse en el instrumento de un
proyecto que corresponde a algunos de sus fines últimos, a sus intereses
fundamentales, pero en cuya elaboración no participa y en cuya
realización colabora con una conciencia parcial.

Por consiguiente, la participación real de las masas en el proceso


revolucionario corre el riesgo –fatal amenaza de todo jacobinismo– de
asumir el carácter de un movimiento de protesta, de una agitación
inmediata cuya conexión con la estrategia general existe y es clara sólo
para la conciencia del partido.

Lenin fue siempre el primero en tener conciencia de estos límites del


partido que construía, de estos peligros que lo amenazaban, y en dirigir
una ardua lucha en el terreno teórico y en el practico para superarlos y
contrastarlos. No es casual que, más tarde, se dedicase a reexaminar a
fondo las formulaciones contenidas en Materialismo y empiriocriticismo,
en un esfuerzo por superar, a través de una relectura de Hegel, 57 todo
residuo cientificista y de restaurar rigurosamente el método dialéctico. No
es casual que, sobre todo después de la revolución de octubre, desarrollase
una lucha política incansable contra el voluntarismo y el naciente burocra-
tismo, contra la tendencia a transformar la dictadura proletaria en
57
Cf. V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos. Obras, XXXVIII.
80
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

dictadura del partido, contra todo alejamiento de la vida de las masas y


toda limitación arbitraria de la vida democrática en el seno de la clase y
del partido.

Pero esa lucha no podía conducir a una victoria definitiva ni a una plena
superación teórica, esos peligros debían resurgir continuamente y ser
nuevamente combatidos, porque el límite que los alimentaba no era una
insuficiencia puramente subjetiva, sino que hundía sus propias raíces en la
realidad, era un límite de la teoría leninista sólo en cuanto era un reflejo
de un límite objetivo de la revolución rusa, y así de una cierta etapa de la
revolución mundial.

Que el proletariado ruso de hecho debiese, como sostenía Lenin, llevar a


su fin la propia revolución y conquistar el poder mucho antes de que la
sociedad capitalista hubiera alcanzado plena madurez, y que esa trans-
formación fuese necesaria no sólo para asegurar el desarrollo económico
y civil de ese país, sino para contrastar la lógica catastrófica del
imperialismo a nivel mundial y así abrir nuevos caminos al proletariado de
todos los países, nada quita al hecho de que esa revolución debiera
proceder, de tal modo, en condiciones muy difíciles. Antes que nada,
significaba conquistar el poder sobre la base de un movimiento real y de
una plataforma programática en gran medida extraña a la revolución
socialista; por otro lado, significaba administrar ese poder teniendo frente
a sí un largo período en el cual sería preciso asegurar la consumación de
etapas hasta entonces no recorridas, y durante el cual, por consiguiente,
la meta socialista podría manifestarse en las elecciones y en los actos de
la clase dirigente sólo en forma contradictoria y no evidente; significaba,
en fin, dar los primeros pasos decisivos de la revolución poniendo en
primer plano, de una manera casi exclusiva, los intereses más elementales
e inmediatos de las masas y relegando a segundo plano el significado más
global de rescate universal que esa revolución implica. ¿Cómo no ver
entonces, en esta misma realidad, el origen de un partido que no podía
liquidar definitivamente su limitación jacobina, superar total y orgánica-
mente la brecha entre partido y clase, entre vanguardia y masas; hacer de
sí la prefiguración en acto de su objetivo final, expresar con plenitud la
positividad universal de la propia revolución; impedir para siempre todo
surgimiento de la burocracia, toda osificación sectaria?

81
Lenin - Luxemburg - Lukács

Lenin, y por otra parte todo el grupo dirigente bolchevique, tenían una
conciencia tan profunda de esta dificultad, de estos límites que. incluso en
la exaltación de una revolución victoriosa, siempre se mostraron
conscientes de la parcialidad de la propia obra, y se jugaron a fondo a la
posibilidad de que la revolución sobrepasase las fronteras de Rusia,
pudiese contar con condiciones históricas nuevas y más maduras,
conquistando así nuevas posibilidades y perspectivas más favorables. Si
luego, a diferencia de Trotsky y en oposición a él, supieron reaccionar con
realismo ante el aislamiento de la revolución, prepararse para la obra
tremenda de “edificar el socialismo” en un solo país, lo hicieron, al menos
durante mucho tiempo, sin ignorar los aspectos perjudiciales y gravosos
que este camino obligado implicaba.

La concepción del partido y la práctica de su organización debía, pues,


soportar, como la mayor parte de la obra gigantesca de Lenin, el peso de
una “primera ruptura”, de una revolución difícil, aislada, en la que nunca
había pensado teórico o político alguno. En el realismo de esa revolución,
y por ende en su renovado vigor revolucionario, también estaba implícita
una limitación. Y tanto esta limitación como aquella grandeza se
encuentran entretejidas incluso en las formas concretas de organización y
de dirección del partido leninista clásico.

IV
Por otra parte, si consideramos las críticas o los reparos hechos a la
concepción leninista del partido por los exponentes del marxismo
occidental de izquierda, R. Luxemburg y Lukács, será fácil ver cómo, en el
horizonte histórico y cultural de ese tiempo, no existía en realidad una
posición más orgánica y fecunda que la de Lenin.

Al respecto, Rosa Luxemburg hizo a Lenin un ataque decidido y sustancial


que se mantuvo de modo coherente durante el período, en otros sentidos
tan variable y contradictorio, de sus veinte años de relación con el
bolcheviquismo. La primera crítica aparece, oportunamente, poco después
de la publicación de ¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos atrás. En efecto,
en su célebre opúsculo Centralismo y democracia, R. Luxemburg acusó
abiertamente a Lenin de sostener una teoría blanquista y no marxista del
partido: una teoría que ve en el partido una secta casi religiosa, unida por
una solidaridad militaresca, distante e indiferente a la vida de las masas y

82
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

a sus luchas cotidianas. Y sobre el terreno práctico extrajo una crítica


tanto de la linea centralista que Lenin sugería para la organización en
Rusia como de la necesidad –sostenida por Lenin– de trasladar al terreno
organizativo la lucha contra el oportunismo y de hacer ideológica y
políticamente homogénea la dirección del partido.

Ahora bien, esta oposición, que a veces tomaba su inspiración polémica


de ciertos aspectos específicos y secundarios, de ciertas rigideces
transitorias de las formulaciones leninistas, partía de motivos mucho más
sustanciales; vale decir, del vínculo que mantenía unido al pensamiento
de la Luxemburg con planteos espontaneistas.

“En sus grandes líneas –dice, por ejemplo– la política de la social-


democracia no es algo que se invente, sino el resultado de grandes
actos creadores de la lucha de la clase proletaria que busca su
camino. Lo inconsciente precede a lo consciente, y la lógica del
proceso objetivo precede a la lógica subjetiva de sus protagonistas”.58

Sin duda, puede asombrar que Rosa Luxemburg hiciera semejante


profesión de fe en la espontaneidad de las masas, y por ello es necesario
evaluarla y definirla en su versión particular. De hecho, ya en la época de
la primera revolución rusa, R. Luxemburg era la antagonista más sería y
decisiva del oportunismo bernsteiniano y de sus premisas evolucionistas.
Más aún, y en un sentido mucho más profundo, fue la primera y en cierto
modo la más rigurosa teórica de la innegable “inmadurez” de la
revolución proletaria, del carácter orgánicamente incompleto de la
revolución burguesa. No se limitó a reconocer esa inmadurez y ese
carácter incompleto como realidades de hecho de las cuales era posible
extraer ciertas consecuencias, sino que se esforzó por analizarlas,
comprender científicamente sus orígenes, reelaborando para ello los
esquemas marxistas de la reproducción y asignando un papel esencial al
sector precapitalista en el desarrollo y el equilibrio del sistema. Por lo
tanto, su concepción es fiel a la categoría del salto revolucionario,
presupone la conquista revolucionaria del poder y un partido capaz de
trasladar al terreno político y unificar, con una estrategia precisa, las
luchas espontáneas de los trabajadores.

58
Rosa Luxemburg, ¿Centralismo o democrazia? Milano, Edizioni Azione Comune, 1963, p. 89.
83
Lenin - Luxemburg - Lukács

¿Cómo puede, entonces, apoyarse su visión espontaneísta en esos


fundamentos cardinales? En nuestra opinión, ello se explica en primer
lugar y sobre todo por la sobrevalorización, por el papel decisivo que Rosa
Luxemburg atribuía, en el proceso revolucionario, a la crisis final del
capitalismo, concebida como imposibilidad económica de sobrevivir del
sistema, como liquidación del equilibrio económico social. Precisamente
la crisis en que desemboca el capitalismo, la dramática tensión de las
fuerzas que desencadena, lleva a la clase obrera, a través de una toma de
conciencia rápida y en gran parte espontánea, a atacar al sistema en su
conjunto. El hecho de que esa crisis sobrevenga –y no pueda dejar de
sobrevenir– cuando las fuerzas productivas, como resultado de su propio
desarrollo, alcanzan ya un nivel elevado, proporciona las fuerzas
necesarias para que el derrocamiento pueda resolverse rápidamente en
un nuevo ordenamiento con un grado elevado y permanente de adhesión
de las masas populares y de la clase obrera.

Es comprensible entonces que, incluso más tarde, frente a la revolución


soviética, Rosa Luxemburg haya repetido sus críticas a la organización del
partido y del poder bolchevique. En el carácter “blanquista” del primero,
en la aspereza dictatorial del segundo, veía reflejarse negativamente una
contradicción de fondo de la revolución en ese país, y proponía
enfrentarla y superarla sin hacer concesión alguna al “realismo”, sin
retardar el proceso hacia el socialismo a través de compromisos con las
masas campesinas, sin recurrir a limitación alguna de la democracia
política, con una movilización general y espontánea de la energía
proletaria.59
59
Rosa Luxemburg, La rivoluzione russa, en Scritti scelti. Milano, Edizioni Avanti, 1963. En este
folleto, escrito en la cárcel, y que tuviera una edición bastante controvertida, Luxemburg expone
con gran rigor su crítica a la línea leninista. Para R. L. las dificultades internas de la revolución rusa
son debidas a dos errores: la política agraria y la de las nacionalidades. Constituyen dos errores por
una inconsecuente realización del socialismo que, por un exceso de prudencia y de realismo,
alimentan en realidad una contraofensiva pequeño-burguesa contra el poder proletario (pp. 577-
582). De allí entonces la necesidad a la que el bolchevismo se ve constreñido de limitar gravemente
el ejercicio de la democracia política y de superponer a la dictadura de la clase la dictadura de una
élite de dirigentes. Con tal sofocamiento de la vida política en todo el país la misma vida de los
Soviets no podrá escapar a una parálisis cada vez más extendida (pp. 586-598). Trastrocar este
mecanismo es posible sólo basándose a fondo en el carácter proletario y socialista a imprimir a toda
la sociedad y desarrollando ilimitadamente la libre iniciativa de las masas. La edificación del
socialismo no puede ser, en efecto, sino el fruto de la espontánea y natural creatividad de las masas
insertas en la nueva estructura de propiedad y política. ¿Pero es concebible todo esto en un país
como Rusia? Obviamente no. “La suerte de la revolución rusa depende por tanto plenamente de los
acontecimientos internacionales. El hecho de que los bolcheviques basen plenamente su política
sobre la revolución mundial es verdaderamente el mejor testimonio de su clarividencia política y de
la solidez de sus principios” (p. 565). La responsabilidad vuelve a caer nuevamente sobre las
espaldas del proletariado europeo. Pero dicho proletariado, ¿está en condiciones de realizar su
84
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Esas críticas, evidentemente viciadas de aventurerismo, podían tener


alguna coherencia sólo si se confiaba en que el movimiento proletario
europeo y alemán estuviesen en condiciones de resolver positivamente
en un acto la crisis política y social. Pero sería justamente en Alemania,
país en el que las condiciones históricas parecían maduras, donde el
espontaneísmo de la Luxemburg mostraría más tarde sus limitaciones. Por
más grave que fuera, la crisis del sistema pronto defraudaría la expec-
tativa de un derrumbe definitivo, y el proletariado alemán, abandonado
en gran parte a su propia acción inmediata, se dividiría entre una política
oportunista y amotinamientos que lo dejarían peligrosamente aislado. La
prueba de los hechos, pues, parece mostrar claramente que la acción
revolucionaria estaba condenada a la derrota, sobre todo en Occidente,
en la medida en que no la guiase una organización política unida y con
objetivos estratégicos precisos, y en la medida en que no llegase a
nuclear, mediante la elaboración positiva de una perspectiva de trans-
formación de la sociedad, una formación vasta y orgánica de fuerzas
sociales e ideales.

La objeción a la teoría leninista del partido hecha por Lukács –en su más
famosa obra de juventud: Historia y Conciencia de Clase– 60 además de
estar formulada de un modo mucho más cauto e indirecto que la de Rosa
Luxemburg, difiere de ésta sobre todo en su sustancia.

Lukács, antes que nada, aceptó la totalidad de las elecciones políticas y


organizativas que expresaba el partido leninista: el centralismo demo-
crático, la dictadura proletaria, la lucha contra el oportunismo en la
organización, la ruptura revolucionaria en el “punto más débil”, con todo
lo que ella implicaba.

En cuanto a la concepción teórica y de principios, combatió enérgica-


mente, con Lenin y contra R. Luxemburg, las posiciones espontaneístas,
reafirmó sin dudar el carácter dialéctico de la conciencia revolucionaria, el
papel de mediador entre teoría y praxis que debe desempeñar el partido,
el carácter de autonegación de la inmediatez social proletaria propio de
todo el proceso revolucionario, pero trató de fundar todo esto en

propia revolución y por que vías? Con este interrogante se cierra dramáticamente el folleto y toda
la obra de Rosa Luxemburg.
60
G. Lukács, Histoire et conscience de classe. Recopilación orgánica de varios “ensayos sobre la
dialéctica marxista” escritos entre 1919-1923 y publicados en Berlín, Malik Verlag, en 1923. La
edición alemana es hoy casi inconseguible. No existe una traducción italiana. Las citas son de la
edición francesa.
85
Lenin - Luxemburg - Lukács

premisas diferentes de las de Lenin. No vaciló en discutir y refutar la


teoría del conocimiento como reflejo, y la separación entre ciencia y
conciencia, en la cual en cambio abrevaba, como vimos, la concepción
leninista. En este sentido, la posición de Lukács aparecía como una
continuación de las formulaciones marxistas, realizada en polémica con
cualquier interpretación positivista de las mismas, e incluso manifiesta-
mente bajo la forma de una “relectura de Hegel”.

Pero precisamente su oculta pasión hegeliana, la rigidez de su esquema


dialéctico, lo condujo, sobre todo respecto del problema de la relación
clase-partido, a un callejón sin salida. En efecto, su visión del proceso
revolucionario como alternativa entre un “capitalismo puro” y un
antagonista proletario, al agregarse a la negativa a interpretar este
contraste en términos positivistas y así a fundar la solución en el
elemento espontáneo, economista, le impidió fundamentar y analizar
toda posibilidad dialéctica a través de la cual el proletariado pudiese salir
de la inmediatez. Esta dialéctica subjetivista que –como lo censuró en una
de sus agudas críticas Merleau-Ponty– 61 impedía a Lukács tener en cuenta
la “opacidad y la pesantez de la historia real”, también le impedía rastrear
en la compleja realidad de la sociedad burguesa los elementos de esa
superación, y por lo tanto los presupuestos concretos de una concepción
diferente del partido. En su aspecto revolucionario, el proletario terminaba
por ser representado como pura negatividad, antítesis del capitalismo; no
se veía a través de qué proceso, a partir de la inmersión en esta
negatividad, podía surgir finalmente la positividad de una nueva sociedad
civil.62 Pero todo esto se verá con mayor claridad cuando analicemos en
qué camino, en cambio, desembocó Gramsci al tratar de responder a los
mismos interrogantes.

Por ahora bastará con señalar que ese impasse teórico, que siempre
mantenía a Lukács dentro de los confines de un espontaneísmo vuelto del
revés, en realidad lo condenó, justamente en esos años cruciales, a
permanecer aislado del movimiento obrero, sin arrojar luz alguna sobre
los deberes inmediatos del proletariado europeo y finalmente le obligó a
hacer una autocrítica. Una autocrítica famosa, realizada frente a las
posiciones harto esquemáticas y a menudo adocenadas de Zinoviev, 63
pero a la cual fue llevada justamente por la convicción de que el camino

61
M. Merleau-Ponty, Las aventuras de la dialéctica, Edic. Leviatán, Buenos Aires, 1957, p. 83 y ss.
62
Cf. G. Lukács, “La reificación y la conciencia del proletariado”, en op. cit.
63
Intervenciones de Zinoviev y de Bujarin en el V° Congreso de la Internacional Comunista (1924).
86
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

elegido no le permitía insertarse en el movimiento real, abrir nuevos


horizontes a la revolución. Y aquella obra tan genial en muchos sentidos,
pero condenada y relegada, contenía así preciosas sugerencias respecto
de problemas no resueltos, servía para predisponer a análisis e indaga-
ciones que sólo más tarde y en nuevos contextos podrían retomarse. En
aquel momento y en relación con los opositores de su época, por lo tanto,
la línea leninista se presentaba, más allá de sus limitaciones, como
hegemónica e insuperada.

¿Hasta qué punto esta falta de salida teórica del marxismo occidental de
izquierda se debía a una inmadurez de la situación objetiva? ¿Hasta qué
punto la línea del “socialismo en un solo país” representaba un pasaje
obligado, una primera etapa inevitable? Estos interrogantes nos llevarían
lejos, pero sin duda es difícil considerar casual el hecho de que sólo
algunos años más tarde, en una nueva situación histórica y en el
aislamiento de la cárcel, un marxista haya podido enfrentar con una
nueva perspectiva el problema del partido y proponer nuevas formas de
solucionarlo.

V
Antonio Gramsci fue el principal marxista, y quizás el único, que enfrentó,
con fundamentos teóricos y en todos sus alcances, la temática que
impuso al movimiento revolucionario su derrota durante la primera
posguerra en la Europa occidental, y el consecuente repunte de las
fuerzas conservadoras o reaccionarias. Sólo él, sobre todo, trató de
rastrear los orígenes y el significado de esos hechos en la realidad social y
en la tradición histórica del Occidente europeo, y así de reconstruir sobre
tales bases una teoría revolucionaria nueva y adecuada.

La sociedad occidental presenta formas infinitamente más articuladas y


complejas que la zarista, las que requieren un tipo diferente de estrategia
revolucionaria,64 tal es el presupuesto y el objetivo de la búsqueda de
Gramsci.

Pero al trabajar –en la cárcel y a pesar de la pobreza de los instrumentos


de que disponía– a fin de lograr una reconstrucción crítica de la historia
italiana y un análisis detenido de la sociedad que ella produjo, su reflexión
64
Cf. A. Gramsci, Note sul Macchiavelli, Torino, Einaudi, 1949, pp. 67-69. [Hay edic. castellana de
Editorial Lautaro].
87
Lenin - Luxemburg - Lukács

se vio atraída particularmente hacia dos cuestiones: la relación entre


revolución proletaria e historia previa (una relación que se le aparece
inmediatamente como de desarrollo y de inversión al mismo tiempo), y la
compleja articulación de la sociedad burguesa, con sus distintas fuerzas,
dimensiones y tensiones. Ambas cuestiones lo llevaron luego al problema
único de la autonomía de la superestructura: de hecho, debía hablarse de
autonomía de la superestructura respecto de la base cuando la indagación
ponía de relieve la perduración de las ideas, valores y concepciones del
mundo más allá de la época en que habían surgido y de la estructura que
habían expresado, o cuando la indagación mostraba que resulta simplista
y errónea toda reducción directa y cabal de la totalidad de la sociedad
burguesa, de las fuerzas políticas y culturales presentes en ella, a la base
clasista que las gobernaba.

Este retomar la lucha contra todo positivismo, esta reafirmación del


hombre como motor de la dialéctica histórica, esta concepción de la
revolución proletaria como acto de fundación de una sociedad verdadera-
mente humana, con la cual Gramsci se aproxima a Lukács, fue proseguida
de acuerdo con una línea por completo distinta, y en algunos sentidos
antitética, de la del pensador húngaro.

Si en Lukács todo esto partía de un análisis riguroso del mecanismo


reificante del capitalismo y de las antinomias teóricas ligadas al mismo,
para afirmarse en una negación radical de ese mecanismo efectuada por
el proletariado, que es su víctima, Gramsci se esforzó, en cambio, por
rastrear en toda la historia de la civilización y en la realidad social
contemporánea las tentativas incompletas, las tendencias desbaratadas,
las aspiraciones pisoteadas, hacia tal sociedad nueva. Tentativas, tenden-
cias, aspiraciones a la universalidad y a la libertad que la estructura
clasista ha viciado y corrompido, y que llevan la impronta de esa
estructura en la forma de antinomias teóricas, incongruencias científicas,
utopías irreductibles, pero que, apenas surge una fuerza social nueva y
liberadora, la proletaria, se convierten pese a todo en los presupuestos,
los antecedentes fecundos de la revolución.

Es posible que Gramsci no haya fundamentado rigurosamente esta


indagación en el terreno filosófico, es posible también que no haya
podido extraer todas sus consecuencias en el terreno de la concepción
marxista de la historia, y sobre todo de la historia del capitalismo; pese a
todo, realizó esa tarea con tal talento interpretativo y la sustentó con

88
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

tantos análisis convincentes que resulta extremadamente fecunda para la


solución de muchos y decisivos problemas. Además, debe atribuírsele
particular importancia por los desarrollos que permite a la teoría del
partido.

Gramsci sostiene, al igual que Marx, una teoría de la revolución como


salto cualitativo, como inversión del curso histórico, y así una teoría del
partido como autosupresión y trascendencia global de la inmediatez social
proletaria.

Por otra parte, al igual que Lenin, sostiene la necesidad de un “elemento


externo” como presupuesto de esa trascendencia, e identifica este
elemento en la relación proletariado-intelectuales.

Pero es precisamente la dirección de su pensamiento, que acabamos de


esbozar, la que le permite dar a esa relación tanto un fundamento nuevo
y riguroso como una formulación dialéctica.

Para Gramsci, los intelectuales representan la expresión más orgánica y


madura de tradiciones, valores, modos de pensar, hábitos muy difundidos
en la sociedad y que en ella permanecen activos y operantes. Si entonces
es verdad que toda esta sedimentación supraestructural tiene una
autonomía propia, si ella representa también una serie de experiencias
ideales cuya aspiración a la universalidad fue desbaratada por la
estructura clasista con la que estaban vinculadas, se sigue que los
intelectuales, al relacionarse con el proletariado, no iluminan con la luz de
la ciencia el camino de la revolución, sino que funcionan como
mediadores entre realidades históricamente vivas y que prácticamente
interactúan las unas sobre las otras: la inmediatez social proletaria y la
cultura en el sentido más amplio de la palabra. La ideología revolucionaria, y
el partido que la expresa, representan precisamente el producto de esta
dialéctica entre dos elementos que, por otra parte, se transforman
progresivamente a través de esa misma dialéctica. La ideología revolu-
cionaria expresa y resume en formas cada vez más orgánicas, toda la
historia precedente, todos los valores presentes en la sociedad real, y a
cada nivel nuevo que ésta alcanza, corresponde un nuevo nivel de la
realidad clasista; es decir, a través de su historia, la clase se libera
progresivamente de los límites de su existencia inmediata, se constituye y
se suprime al mismo tiempo.

89
Lenin - Luxemburg - Lukács

De esta teoría de la naturaleza de la conciencia de clase y del partido se


derivan dos consecuencias de gran importancia y que en Gramsci están
expresadas muy claramente.

Antes que nada, el partido es visto, necesariamente, como una fuerza de


vanguardia y hegemónica respecto de una vasta y compleja formación de
fuerzas sociales, políticas, ideales. El hecho mismo de que el partido
exprese el proceso de autosupresión del proletariado, un proceso hacia la
universalidad, y de que tal proceso aparezca como la asunción progresiva,
en la revolución proletaria y a través de formas nuevas y coherentes, de
todo lo fecundo que expresó la historia precedente y que vive en la
actual, significa que el partido tiende a ejercer una hegemonía cada vez
más amplia respecto de las fuerzas que expresaban aquellos valores en su
forma originaria; una hegemonía que, al no ser sólo influencia ideal sino
también acción real de transformación de la sociedad, tiende a superar las
bases reales de las culturas e ideologías precedentes y a resolverlas así en
un único y nuevo horizonte histórico.

En segundo lugar, el partido no aparece como dueño de una verdad


científica, dada como tal ab initio y aplicable de modos diversos a distintas
situaciones históricas, sino como el instrumento de elaboración de una
verdad que es objeto de una autocrítica constante. Es a esto a lo que
Gramsci llama “historicidad del marxismo”: una historicidad que no se
limitó, como había hecho Lukács, 65 a confinar a una época hipotética en la
cual fueran superadas las bases estructurales de la sociedad clasista, sino
que extendió a todo el proceso revolucionario, que aparece entonces,
radical y consecuentemente, como prefiguración de la nueva sociedad,
progresivo afirmarse in nuce de una positividad y de una universalidad
proletarias.66 El partido como fuerza hegemónica. el partido como pre-
figuración, he aquí dos aspectos nuevos y típicos de la teoría gramsciana.
Y, podríamos agregar, en esa teoría aparece como definitivamente supe-
rable, con fundamentos teóricos y prácticos, toda limitación “jacobina” en
la organización de vanguardia, y todo instrumentalismo y reivindica-
cionismo en la acción de las masas.

65
Cf. G. Lukács, “El cambio de función del materialismo histórico”. Conferencia pronunciada en
ocasión de la inauguración del Instituto de Investigaciones del Materialismo Histórico de
Budapest, 1923.
66
A. Gramsci Il materialismo storico e la filosofía di Benedetto Croce, Torino, Einaudi, 1949, pp.
93-96. [Hay edic. castellana de Editorial Lautaro].
90
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

En efecto, si la conciencia revolucionaria es el producto continuamente


renovado de la relación proletariado-cultura, y si esa relación es
concebida y fundada dialécticamente, entonces en cada instante el
partido no puede aparecer sino como expresión, como parte, de la
realidad de la clase que progresivamente se ha desarrollado: por lo tanto,
el partido se alimenta de la clase, expresa la virtualidad de ella y en todo
momento es impugnable por ella. Y si por otra parte el partido es la
prefiguración cada vez más clara de una sociedad nueva, entonces su
vínculo con las masas será, antes que nada, una obra de transformación y
de educación, un esfuerzo por construir en el seno de la sociedad
presente las tensiones y las solicitaciones reales que conduzcan a un
orden nuevo. La presión reivindicativa de la masa entrará entonces en
relación con la perspectiva revolucionaria del partido no sólo de un modo
extrínseco, parcialmente consciente e instrumental, sino a través de un
vínculo orgánico, como generalización de impulsos que ya en sí mismos
son potencialmente unitarios. El momento crucial del proceso revolu-
cionario, la conquista del poder, se libera así de todo residuo
“maquiavélico”, y se convierte en el instrumento natural y necesario de
una acción social positiva cuyos contenidos y fines vienen expresándose
con toda plenitud.

Por consiguiente, resulta claro que el desarrollo de la concepción leninista


del partido, la tentativa de superar los límites históricos, se completa con
Gramsci en una dirección del todo opuesta a la de la socialdemocracia. Es
decir, sin tratar de minimizar el carácter de vanguardia del partido, su
extrañeza y su antagonismo radicales respecto del sistema, sino, por el
contrarío, llevando hasta sus últimas consecuencias el concepto de
vanguardia, subrayando la capacidad del partido para imprimir a cada
lucha un valor general, para ordenarla de acuerdo con un proyecto global,
de darle así un significado de ruptura. Es por eso que, sin separar jamás el
momento previo a la conquista del poder del momento posterior, sin
dogmatizar nunca formas particulares de administración del estado,
Gramsci permanece, sin embargo, profundamente ligado al concepto de
crisis revolucionaria y de dictadura proletaria, haciendo así una
discriminación precisa entré una sociedad capitalista y una sociedad
socialista en términos de la sustitución de la clase dirigente y de la
transformación de las bases de la propiedad. Pero ello por su carácter de
prefiguración, por el proyecto unitario al que, de hecho, concurren las
luchas parciales, las reformas de la estructura, los cambios en las

91
Lenin - Luxemburg - Lukács

relaciones de fuerza, en la medida en que alcanzan los propios objetivos,


crean desequilibrios y crisis en el sistema existente, y postulan una nueva
dirección del estado y un nuevo ordenamiento de la sociedad.

Aquí es nuevamente subrayada la exigencia que tiene un partido de


vanguardia de agregar al carácter de intelectual colectivo, de fuerza hege-
mónica, el de una organización unitaria, de una voluntad homogénea, de
un “príncipe moderno”, capaz de organizar y guiar una gran masa de
individuos.67 Es decir, la exigencia de un partido con una estructura
jerárquica propia y definida, con una verdadera disciplina, y que en sus
costumbres, en las formas de vida de sus militantes y de sus dirigentes,
comparta con la clase el destino común de sacrificio y de lucha, y nunca se
convierta en parte de la clase dirigente, en una burocracia al lado de
burocracias contrarias; que sea, en suma, una crítica permanente de la
sociedad.

VI
Pero para comprender plenamente la concepción gramsciana del partido
es preciso considerarla en relación con la mayor maduración en el
desarrollo de la sociedad capitalista; desarrollo que ya Gramsci anticipaba
genialmente, y cuyas primeras huellas veía en la “revolución fordiana” de
los Estados Unidos, pero que en Europa sólo se habría desplegado
después de la caída del fascismo. 68

Evidentemente, en este trabajo no es posible hacer un análisis a fondo de


la relación entre sociedad neocapitalista y teoría gramsciana de la
revolución y del partido. Pero, aunque sólo sea para aclarar más lo dicho
hasta aquí, debemos hacer hincapié en algunos fenómenos.
67
Cf. A. Gramsci, Note sul Macchiavelli; pp. 3-74.
68
Si en Italia, durante la segunda posguerra, la discusión sobre la estrategia revolucionaria y el
partido es retomada e impulsada según la línea sugerida por Gramsci, en otros países en cambio
se detiene. Sin embargo, resulta de indudable interés un debate desarrollado en Francia entre
1947 y 1952, fuera del movimiento obrero y de la cultura marxista propiamente dicha. Ese
debate culminó con la polémica sostenida entre Sartre (“Los comunistas y la paz”) y Merleau-
Ponty (Las aventuras de la dialéctica). Entonces se trataron precisamente las cuestiones que hoy
discutimos, y se presentaron sugerencias y contribuciones de gran interés. No obstante, no
quisimos analizar directamente ese debate por dos razones: por un lado, porque en realidad
vuelve a replantear una problemática, aunque desde hacía tiempo descuidada, antes que buscar
nuevos caminos para resolverla; por otro lado, porque se desarrolló sobre todo con referencia a
la política y a la praxis de la época stalinista. De allí que tratar dicho debate hubiera significado
ampliar nuestro trabajo y ahondar en esa realidad. De todos modos, señalamos su importancia
no sólo por el valor intrínseco que tiene, sino también porque expresa en el terreno teórico una
etapa muy compleja y delicada del desarrollo de la izquierda europea.
92
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

a) En primer lugar, el capitalismo maduro determina una nueva fisonomía


social del proletariado: los límites de esta clase se amplían considerable-
mente, y ella representa una proporción creciente de la sociedad; sin
embargo, al mismo tiempo se multiplican y se profundizan en su interior
las diferenciaciones de ingresos, de costumbres, de funciones productivas.
Por otro lado, el sistema tiende cada vez más, y siempre con mayor
eficacia, a subordinar y crear según patrones propios la conciencia
personal del proletariado. Los consumos condicionados y la cultura de
masas no son otra cosa que las manifestaciones más exteriores de este
fenómeno. En realidad, ya el mecanismo de la producción, la fragmen-
tación del trabajo, la subordinación del individuo en la empresa, producen
esa disgregación de la persona con la que los consumos y la cultura de
masas se corresponden y colaboran. Por lo tanto, es evidente que cada
vez resulta más difícil concretar la unidad de clase a nivel inmediato y
sociológico, así como es ilusorio esperar que se produzca un conflicto,
espontáneo e interior a la figura del trabajador, entre las exigencias de la
persona y la esclavitud proletaria. La unidad de clase y la conciencia
revolucionaria resultan inconcebibles, mucho más que en el pasado, sin la
mediación de una organización política y de una ideología autónoma.

b) También resultan profundamente cambiadas las contradicciones, las


incitaciones y los intereses a partir de los cuales puede realizar su labor de
reclutamiento el movimiento revolucionario. Las grandes consignas que,
en el pasado, llevaron al proletariado a luchar por el poder eran o bien de
un tipo no directamente socialista (legalidad democrática, república, paz,
propiedad campesina) o lo eran de un modo elemental (ocupación, lucha
contra la miseria, distribución de los ingresos). Esos objetivos adquirían
valor plenamente revolucionario en la medida en que el sistema no podía
hacerles frente, y en que así conducían a un desbaratamiento del estado y
de la estructura de propiedad.

Pero en el capitalismo maduro este estado de cosas aparece cambiado. El


sistema ha llegado, al menos en Occidente, no sólo a unificar bajo su
égida toda la realidad social, sino también a asegurar un desarrollo
significativo de las fuerzas productivas, una redistribución limitada de la
renta, la satisfacción de las necesidades más elementales de las masas. El
carácter clasista, el mecanismo de la explotación, que no sólo perduran
sino que alcanzan, al fin, su plenitud, se expresan en formas nuevas; por
primera vez pasa a primer plano la contradicción fundamental del
sistema, la existente entre valor de uso y valor, la de la producción como
93
Lenin - Luxemburg - Lukács

fin en sí misma, la de la reificación del hombre, de su trabajo, de su


consumo. Pero para aprehender esas contradicciones, para que ellas
operen en la sociedad, produzcan tensiones reales, es necesaria la
mediación de la conciencia, la presencia activa en la realidad de un punto
de vista alternativo, de una posibilidad humana de oponerse al mecanismo
imperante: por lo tanto, no sólo es necesario el proletariado, sino el
proletariado organizado, con una conciencia de clase, una nueva
concepción del mundo, una visión alternativa. El partido proletario ya no
puede en modo alguno administrar y dirigir hacia un objetivo de poder los
estímulos subversivos que se desarrollan naturalmente, sino que debe,
con la propia capacidad prefiguradora, dar forma, conciencia, realidad
social, a contradicciones v exigencias que sin ello permanecerían latentes
y sin expresarse.

c) Precisamente en la medida en que el capitalismo maduro hace pasar a


primer plano las contradicciones fundamentales del sistema –y ello aparece
coherentemente como la negación de la autonomía, de la libertad, de los
significados humanos, y como la pura reducción del hombre a instrumento
de un mecanismo irracional y ciego: la acumulación– el contraste entre
ese sistema y toda la tradición cultural, los valores ideales, los hábitos
morales que la han expresado adquiere una amplitud y una radicalidad
antes imposible. Por lo tanto, esa dialéctica entre proletariado y cultura a
partir de la cual se desarrolla el partido revolucionario, encuentra así
nuevas bases objetivas, y la ideología revolucionaría puede asumir formas
más plenas y universales.

Para captar concretamente el alcance del fenómeno basta con pensar en


las nuevas relaciones, y en las oposiciones realmente sustanciales, que
llegan a establecerse entre el capitalismo maduro, por un lado, y la mejor
tradición católica, o la ideología liberal-democrática, por el otro.

Esto no quiere decir, se comprende, que este contraste pueda superar sus
límites intrínsecos, las insuperables antinomias teóricas y prácticas de
esas concepciones, de modo tal que pueda llevarlas a una crítica y
superación del sistema. Antes bien, esas antinomias precisamente abren
el camino para un compromiso: por ejemplo, entre religión y capitalismo,
un compromiso por el cual la primera acepta vivir como evasión
irracionalista sobre la base de la insatisfacción y de la disgregación que el
segundo alimenta. (Aunque esto significaría para el catolicismo renegar de
la parte más sería y viva de su tradición tanto religiosa como cultural.)

94
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Se desprende de aquí, entonces, el papel decisivo de la iniciativa


hegemónica de una ideología revolucionaría, que pueda, en el diálogo,
asumir y llevar a nuevos niveles todo lo que de vivo hay en la historia del
hombre.
d) La sociedad capitalista madura, las formas de vida civil que ella supone,
el nivel de las fuerzas productivas que desarrolla, plantean nuevos
problemas objetivos que ya no puede enfrentar positivamente. Tomemos
como ejemplo las relaciones de trabajo en la empresa. En el pasado, la
lucha sindical se presentaba sobre todo como defensa del nivel salarial,
como redistribución de la plusvalía. Dentro de las formas actuales de
organización de la empresa y de la sociedad, una defensa del nivel salarial
y de las condiciones de vida del trabajador ya no resulta concretamente
posible si no se apoya en un poder obrero dentro de la fábrica, y si no se
extiende a la política económica del estado. Esto significa que las
reivindicaciones sindicales, para alcanzar objetivos específicos, ponen
directamente en cuestión algunos aspectos decisivos del sistema.
El análisis de otros aspectos de la vida social –por ejemplo, el problema de
la mujer, el de la escuela o de la organización cultural– llevaría a
conclusiones similares.
Sin duda, estos estímulos, que la misma realidad objetiva tiende a
determinar, no alcanzan espontáneamente significación alguna. En un
sistema confiado sólo a la lógica del mecanismo dominante, donde no se
halle presente –o haya sido dominada– la presencia autónoma de una
conciencia revolucionaria, éstos no alcanzan vigor alguno; el movimiento
sindical, por ejemplo, se burocratiza, el femenino no surge, la organización
cultural se identifica con la industria de la cultura, etcétera.

Pero apenas está presente un elemento revolucionario, una concepción


alternativa se difunde, y entonces toman forma autónomamente sobre
planos diversos una serie de movimientos que, desde su ángulo visual
específico e incluso antes de alcanzar una síntesis crítica, ejercen presión
sobre el sistema y postulan su superación. Y esto tiene una importancia
decisiva para el partido revolucionario, que ya no aparece sólo como la
fuerza hegemónica de una formación política, sino también como la
síntesis de un sistema articulado de movimientos autónomos. Es precisa-
mente en esa articulación que comienza a prefigurarse una sociedad
regulada en la cual el poder político no subordine –sino sintetice– los
diversos momentos de la vida civil.

95
Lenin - Luxemburg - Lukács

Creo que estas pocas observaciones bastan para poner en claro que las
nuevas condiciones de la sociedad capitalista occidental hacen absoluta-
mente necesaria, y además posible, la concepción de la revolución y del
partido nuevo que Gramsci fue el primero en tratar de definir.

Decir necesario y posible no significa, empero, decir fácil ni seguro. Llevar


adelante semejante estrategia revolucionaria de formaciones grandes y
articuladas, y modificar las formas de vida del partido leninista sin
atenuar, sino más bien haciendo más profundo, el surco que separa al
movimiento proletario del ya derrotado oportunismo democrático resulta
en la práctica una tarea harto compleja. Las fronteras tradicionales entre
socialdemocracia y marxismo revolucionario (reforma o revolución, centra-
lismo o fraccionalismo, dictadura proletaria o parlamentarismo, trade-
unionismo o sindicato como correo de trasmisión), en el nuevo contexto
parecen hacerse menos nítidas y precisas.

Este es un problema que sólo puede resolverse en términos de una línea


política y de una concepción ideológica general. Un problema cuyo primer
aspecto es estrictamente histórico: la revisión del marxismo a la luz de la
realidad histórica del capitalismo maduro y de la experiencia realizada
desde las primeras etapas de las revoluciones socialistas. Al respecto,
Gramsci ha proporcionado indicaciones y sugerencias, pero, como ya
dijimos, este problema no podía ser resuelto por él. Por otra parte, se
trata de un problema de análisis y de elaboración política, es decir, de la
táctica y la estrategia mediante las cuales se forma en Occidente un nuevo
bloque histórico con objetivos y contenidos alternativos respecto del
sistema, y además de la relación entre esta estrategia del proletariado
occidental y toda la formación revolucionaria.

Tanto en uno como en otro plano, se trata, sobre todo, de un análisis de


la sociedad y de la perspectiva comunista. Sin este elemento, claro en sus
líneas, operante en la realidad, el mismo concepto de partido nuevo
decae y se corrompe.

Esto no niega, empero, el hecho de que el partido nuevo puede y debe


tener, como tenía el leninista, características particulares, específicas, de
estructura y de funcionamiento, ni que tal problema sea secundario o
derivado cuando se lo compara con el de la línea. En realidad, los dos
aspectos se condicionan mutuamente: sólo una línea revolucionaria
asegura la mejor estructura del partido, pero a su vez es el trabajo de

96
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

construcción y dirección del partido el que permite que la línea nazca y


pueda ser corregida.

Por consiguiente, es oportuno, para terminar nuestra indagación, tratar


de analizar brevemente cuáles son las características específicas de la
estructura y del funcionamiento del partido que están relacionadas con
las teorías más generales acerca de su naturaleza, y qué relación se
establece, en este sentido, entre los principios leninistas clásicos y
aquellos que pueden gobernar el “partido nuevo”.

VII
Los principios que regularon el partido leninista, de modo coherente con
las premisas teóricas de las que éste parte, son sobre todo los siguientes:
partido de clase, partido de vanguardia, partido de lucha y, por lo tanto,
unitario y disciplinado. Y bien, a nuestro juicio, estos principios, en forma
renovada, no sólo pueden continuar rigiendo el partido revolucionario del
tipo nuevo sino que incluso pueden encontrar en él una aplicación
práctica más amplia y coherente de la que era posible en el pasado.

Hemos visto cómo, desde el punto de vista teórico, el “partido nuevo” es,
al igual que el leninista, una formación de clase. Y lo es en el sentido de
que ambos se presentan como intérpretes de la vocación revolucionaria
que sólo tiene el proletariado, tanto como en el de que, en ambos casos,
el partido es concebido como el destacamento de vanguardia de la clase,
en la que debe reclutar la mayor parte de sus cuadros y a la que debe
adecuar sus propias formas de vida.

Precisamente por haber superado toda contraposición iluminista entre


una vanguardia esclarecida por la “ciencia” y la clase inmovilizada en su
elementalidad, Gramsci pudo subrayar con particular vigor el nexo que
debe unir en todo momento las dos realidades, y por el cual se asegura a
ambas una función activa y creadora.

Pero es evidente que en el partido nuevo su carácter clasista está más


seriamente amenazado en la práctica. Por ser la fuerza hegemónica de
una formación muy vasta y articulada, por obrar en lo más sensible de las
organizaciones sociales y de las instituciones políticas existentes, está
sometido en todo momento a la presión de las soluciones político-
organizativas oportunistas. Por un lado el partido se ve fuertemente
97
Lenin - Luxemburg - Lukács

impulsado a ser la “expresión de diversas clases”, y así se ve tentado a


reducir la propia plataforma a un mínimo común denominador que una a
esas fuerzas; por otro lado, se halla constantemente amenazado por una
tendencia a la burocratización y a insertar sus cuadros, a todos los niveles,
en el sistema, en las costumbres y en los hábitos mentales de la clase
dirigente.
Por ello debe aclararse la importancia fundamental de algunas opciones
administrativas (selección de los cuadros, formación ideológica, el partido
en la fábrica) que, en conjunto, pueden resultar decisivas para enfrentar
esta presión de la sociedad existente. Más complejo parece el problema
de organizar el partido como vanguardia en la nueva situación histórica.
En efecto, para el partido leninista este problema resultaba relativamente
simple: era una formación de cuadros, de gran disciplina y vastos
conocimientos, y que consolidaba su propio carácter de vanguardia a
través de una dura selección, pruebas difíciles y un largo aprendizaje.
Como ya dijimos, el “partido nuevo” es, en cambio, un partido de masas.
¿Puede esta nueva fisonomía ser realmente compatible con el principio
de la vanguardia?
Para no responder con soluciones formales y cómodas es necesario tener
en cuenta algunos elementos. En primer lugar, como parece obvio, nada
asegura que la extensión cuantitativa de las filas del partido no atempere
su carácter de vanguardia. En segundo lugar, puede suceder que precisa-
mente el esfuerzo por conservar ese carácter de vanguardia conduzca
simplemente a una pérdida de su carácter masivo; es decir que, en la
práctica, tienda a reproducirse, esta vez en el seno del partido, esa
división entre dirigentes y dirigidos, entre vanguardia y masa, que
constituía el límite, externo, del partido bolchevique clásico. Por fin, el
carácter masivo del partido puede producir una simbiosis negativa concreta
con otras organizaciones de la clase, como la sindical, con graves
perjuicios para la autonomía tanto de uno como de las otras.
Evidentemente, el “partido nuevo” combate este peligro harto grave, con
los instrumentos de su propia política, con los contenidos definitorios de
la propia lucha, con la ideología que llega a elaborar. Pero no se impide así
que esos peligros impongan tareas precisas en el terreno organizativo:
desde la formación de los militantes hasta la política cualitativa del
reclutamiento, desde el esfuerzo de movilización constante de los
afiliados hasta la continua y amplia consulta de los mismos.
98
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Si el partido nuevo puede hacer frente a esos problemas de línea y


organización, entonces su carácter de vanguardia se muestra mucho más
amplio y operante que en el pasado: precisamente por ser un partido de
masas, inserto en la sociedad, puede constituir de hecho el fermento
transformador, arrastrar a nuevos niveles a todo el proletariado, y guiar
hacia una perspectiva revolucionaría a masas todavía más vastas.

Pero la innegable dificultad de unificar en una síntesis superior los


caracteres de un partido de masas y los de una formación de cuadros nos
lleva al último y más espinoso problema: el del funcionamiento interno
del partido, de su vida democrática, de su dirección.

Como hemos visto, el partido revolucionario marxista es una realidad


práctica, una organización que vive y se desarrolla en conexión con el
trabajo de transformación de la sociedad y de los hombres: teoría,
ideología, propaganda, agitación, lucha, son momentos de un continuum
para el cual no hay un primum.

Lenin extrae de esta premisa dos consecuencias operativas fundamentales:


por un lado, es necesario concebir y hacer obrar al partido como una
voluntad unívoca, que define democráticamente los propios objetivos,
pero que luego actúa sin reservas, incertidumbres ni divisiones; por otro
lado, para definir y juzgar la presencia del partido en la sociedad, es
fundamental el criterio de eficacia, y ello impone la definición, más que de
una doctrina, de una estrategia, de una táctica, de decisiones prácticas
para cuyo logro el partido debe empeñarse unitariamente cada día.

Esta visión del partido como cuerpo orgánico, como trascendencia de la


individualidad, como primer paso de la superación de la oposición entre
individuo y sociedad, dominó la vida del partido bolchevique en todos sus
momentos, y sobre todo produjo los dos principios fundamentales que
la regulaban: el de la militancia revolucionaria y el del centralismo
democrático.

Con la expresión militancia revolucionaria se quiere indicar aquí una


relación particular entre el afiliado y el partido, que distingue al
bolchevismo de cualquier otra formación política: una relación que no se
agota en la delegación de los propios intereses políticos del hombre-
ciudadano al partido, ni consiente el ausentismo sustancial de los afiliados
o el dominio de un aparato burocrático-representativo, sino que, por el
contrario, se funda en el compromiso de toda la personalidad del
99
Lenin - Luxemburg - Lukács

militante, que así consagra por entero su vida, su concepción del mundo,
a la obra integral de edificación de la nueva sociedad y a su vez
manifiesta, por lo tanto, un nuevo modo de ser hombre y de entrar en
contacto con los demás hombres.

Claro está, no se trata de que el leninismo concibiese esa relación como


un sacrificio o una suspensión de la libertad personal: por el contrario, la
integración a esa voluntad general constituye el paso necesario para la
verdadera fundación de esa libertad. ¿Qué camino tiene de hecho el
proletario para gravitar en la historia, ser un hombre, o de qué modo
puede el intelectual influir en la realidad, dar un sentido unitario a la
propia vida, fuera del de integrarse a una voluntad global capaz de
transformar el mundo a la medida del hombre? Nace de aquí una
concepción particular de la disciplina, la que ya no es dictada sólo por las
exigencias de la eficacia, sino que es en sí misma un acto de libertad: no
un sacrificio, no la limitación de una persona que existe con independencia
del propio empeño revolucionario, sino un acto que constituye la libertad
de una persona, la que sólo en este empeño real encuentra el camino
para expresarse, para dar una perspectiva total a la propia acción, para
huir de la desesperación de la impotencia, del disgusto, del aislamiento.

Y sin embargo, en la forma originaria de la experiencia bolchevique, este


concepto de militancia, que pese a todo parece alcanzar las formas más
rigurosas y nobles, encontraba una limitación precisamente en el carácter
jacobino que todavía amenaza al partido, en el hecho de consagrarse en
primer lugar, y casi exclusivamente, al problema de la conquista del
poder, en su capacidad todavía imperfecta para expresar de manera
articulada contenidos positivos y líneas de desarrollo de la vida social.

De hecho, el compromiso del militante terminaba a veces por convertirse


en una pura sumisión a la revolución, en despojarse por ella de la propia
figura, de la propia vocación específica, un trabajo limitado y ejecutivo
cuyo sentido profundo radicaba en ser cumplido para la causa. La
separación entre público y privado, entre persona y ciudadano, era así
superada en gran parte sólo a través de la supresión de uno de los dos
momentos. La militancia, la disciplina, quedaban para siempre como actos
de libertad, en cuanto compromisos totales libremente aceptados, pero la
elección ideal, el proyecto, entraba en la praxis política individual como
un fin último y separado, y así exigía siempre una mediación de tipo
moralista.

100
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

En el “partido nuevo” este límite puede y debe ser superado, sin que
decaiga para nada el principio de la militancia, el compromiso global de la
persona. Si efectivamente el partido puede definir progresivamente las
perspectivas de desarrollo de la sociedad por la cual lucha, y si esta
perspectiva ideal puede traducirse a una acción social positiva y
articulada, entonces la milicia revolucionaria, ya antes de la conquista del
poder, puede y debe significar el compromiso de toda capacidad,
vocación, talento personal; la figura del militante y la del hombre social
tienden a coincidir y, si la estructura de la sociedad existente hace
imposible una coincidencia plena, pese a ello el trabajo revolucionario ya
incluye elementos y contenidos para comprometer y valorizar las fuerzas
vivas e individuales de la persona. La militancia pierde así todo carácter
abstracto, toda imposición moralista y aún continúa implicando una
elección radical, una tensión constante con el ambiente, sin exigir una
suspensión de lo privado, sino su calificación, su inserción en una
perspectiva común.

Ahora bien, todo esto sólo parece posible en determinadas condiciones.


Antes que nada, es necesario que, en la ideología y en la praxis, la
perspectiva revolucionaria alcance un grado de claridad, de positividad,
de concreción como para poderse traducir a líneas de desarrollo
alternativo que abarquen la sociedad en su complejidad y en todas sus
articulaciones. Pero, correlativamente, es preciso que la misma estructura
del partido consienta y promueva este adherirse a la realidad social, este
empleo general de capacidades e intereses. Y esto plantea problemas
nuevos y complejos: por ejemplo, la superación de una estructura
puramente territorial de la organización política, y también el comienzo
de formas nuevas de elaboración y de dirección, articuladas según
problemas y sectores. Por este camino puede hacerse una contribución
de- cisiva al compromiso constante y activo de todos los afiliados, a la
consecución de las instancias básicas del partido; así puede instaurarse un
nivel nuevo y superior de participación individual en la vida de la
colectividad.

De todos modos, es bueno tener en cuenta que esta articulación del


partido, esta adhesión a la realidad social, tiene un sentido positivo y no
se traduce en estímulos corporativos y oportunistas, salvo en la medida
en que en ellos y a través de ellos vive y se desarrolla una evolución
política unitaria, una ideología totalizadora, una perspectiva global.

101
Lenin - Luxemburg - Lukács

Es por eso que, en última instancia, toda polémica sobre el partido, sobre
su funcionamiento y su dirección, sobre la militancia efectiva de todos los
afiliados, termina siempre por encontrar su núcleo fundamental en el
problema de la democracia interna.

El problema de la democracia interna no es en primer lugar, ni


predominantemente, un problema de instituciones, sino de línea política
y de contenidos ideales. De hecho, la democracia de un partido se juzga
de acuerdo con el grado de consenso real que éste llega a organizar, es
decir, da su capacidad para expresar en la propia política la voluntad y el
pensamiento de la generalidad de sus afiliados, y de insertar activamente
a cada uno de ellos en una praxis común. Sin una línea justa, que
interprete las exigencias de la situación, el nivel de la conciencia
revolucionaria, las posibilidades de desarrollo históricamente presentes, y
sepa traducirías a iniciativas y objetivos adecuados, no hay solución
posible para el problema de la democracia interna. Todo estímulo al
debate crítico terminará por producir el fraccionalismo y la parálisis, toda
instancia centralizadora tenderá a degenerar en burocracia; en uno y en
otro caso, de cualquier modo, la vida política real permanecerá circunscripta
a una élite dirigente, mientras para la masa de los afiliados quedarán
reservadas funciones ejecutivas, o el arbitraje en una disputa que les es
del todo ajena en sus movimientos y significados.

Pero puesto que la línea política y la ideología del partido político no están
dadas para siempre, ni pueden extraerse a partir de un cuerpo de
principios con un método puramente deductivo, y deben ser en cambio el
producto de la indagación crítica y la invención política, y puesto que tal
indagación no puede efectuarse si no es a través de tentativas, aproxi-
maciones, elecciones entre soluciones diferentes, resulta necesario un
sistema institucional interno que permita y promueva un debate real,
pero que al mismo tiempo impida que éste, de instrumento, se convierta
en fin, pierda de vista el objetivo unitario, paralice la vida del partido.
Lenin trató de responder a este aspecto del problema, sobre la base de su
concepción general del partido, con el sistema del centralismo democrático.
Sistema compuesto por una serie de proposiciones íntimamente relacio-
nadas, que nos parece posible resumir esquemáticamente.

102
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

El momento centralista gobierna la dirección unitaria del partido que con


la disciplina compromete a todo militante a la realización de la línea
general definida y a la ejecución de los objetivos específicos que se acordó
conjuntamente en alcanzar. El momento democrático, en cambio, garantiza
que la línea del partido se decidirá a través de un cotejo libre y general de
las ideas y con la adopción de las tesis prevalecientes.

Toda contraposición entre estos dos momentos es errónea y perniciosa. El


centralismo en la dirección no resulta posible sin una línea democrática-
mente adoptada; en caso contrario, en efecto, cuando no se quiera llegar
a la adopción de las decisiones unívocas de un solo hombre (el culto de la
personalidad en sus diversas formas y matices), la línea será fruto de un
compromiso, generalmente equívoca e imprecisa, y así dará lugar a
diversas interpretaciones y a deformaciones en la práctica.

Por otro lado, la democracia, sin un esfuerzo unitario constante y sin la


disciplina de todos en el trabajo, fatalmente determinará la formación de
grupos organizados, con vínculos de solidaridad interna, y así la paralización
de la polémica y de la indagación.

No obstante, en las distintas etapas de la vida del partido, ante exigencias


objetivas y funcionales, los dos momentos mantendrán entre sí relaciones
diferentes, aunque sin separarse nunca. En los congresos y en las
campanas forzosamente debe prevalecer el momento democrático. Esto
significa que en tales etapas no sólo se consentirá que se desarrolle una
polémica en torno de la línea general, sino también que ese debate no se
desenvuelva a través de la definición de “unidades” sucesivas en los
diversos niveles (dirección, comité central, comités federales, etc.), sino
frente al conjunto del partido, de modo que todos los miembros del
partido puedan tomar conciencia de todas las posibilidades alternativas
que colaboran en la elaboración de la línea, y no sean sólo llamados para
aprobarla o rechazarla. En la vida normal, en cambio, el partido,
comprometido durante un cierto período con la línea adoptada, deberá
tomar democráticamente decisiones relativas a su aplicación, y esto
impone generalmente la praxis de las decisiones que comprometen
unitariamente a los organismos que las adoptaron, y respecto de las
cuales no se consiente la apelación individual frente al partido.

103
Lenin - Luxemburg - Lukács

De cualquier modo, en todos los niveles y en todas las circunstancias el


conjunto del debate político debe estar interrelacionado con la práctica,
con la iniciativa, la experiencia, y esto no sólo para hacerlo más eficaz y
constructivo, sino porque eso es realmente democrático. En efecto, sólo
así, todo afiliado, toda capacidad y experiencia individual, y no sólo el
estrato de los intelectuales-dirigentes, podrá participar activamente en la
elaboración.

Ahora bien, es justo reconocer que este sistema de principios fue


rigurosamente aplicado en el partido bolchevique por lo menos hasta la
muerte de Lenin y aun algunos años después de su desaparición.

A pesar de que las condiciones históricas sumamente dificultosas de la


guerra revolucionaria hayan obligado a Lenin a pedir, en el X° Congreso,
algunas restricciones a la libertad de discusión, ésta en sustancia se
mantuvo operante, y aquellas mismas restricciones fueron concebidas
como medidas transitorias ligadas a una etapa excepcional.

De todas maneras, es preciso agregar que, con independencia de los


errores y las deformaciones de la praxis stalinista, la situación histórica a
partir de la cual se comenzaba la edificación del socialismo presentaba
límites y mecanismos que pronto harían particularmente difícil, si no
imposible, un pleno ejercicio del centralismo democrático.

Dos elementos parecieron ser decisivos en ese sentido. Por un lado, la


relación que forzosamente liga la democracia dentro del partido con la
democracia en general. No cabe duda, en efecto, respecto de que cuando
la dictadura proletaria asume por necesidad formas excesivamente rígidas
hasta el punto de limitar, en el cuerpo social y en la vida del estado, la
expresión y la organización del disentimiento, esto no puede dejar de
reflejarse en la vida interna del partido. De hecho, todo debate abierto y
organizado dentro del partido corre el riesgo de reflejar fuerzas sociales
diversas, tensiones que no tienen otro modo de expresarse, y fatalmente
conduce a la formación de diversas fuerzas políticas, y así a la
disgregación del partido y a la ruptura del cuadro institucional. Lenin fue
el primero en reconocer esa dificultad.

Por otro lado, la relación que el partido bolchevique estaba obligado a


mantener con las masas interponía un grave obstáculo para su
democracia interna. Un partido llegado al poder sobre la base de un
movimiento en el cual la conciencia socialista era harto restringida,
104
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

obligado a edificar una sociedad nueva en condiciones de enorme atraso y


bajo la presión de gigantescas fuerzas opositoras, con una base social
proletaria todavía exigua y una organización formada casi sólo por
cuadros, no podía postergar durante mucho tiempo la necesidad de pedir
a la masa de sus propios afiliados una delegación de fe, una adhesión en
muchos casos casi acrítica e incondicional. Y esta relación interna entre
clase dirigente y masa hacía difícil el pleno ejercicio del centralismo
democrático no sólo porque una parte del partido no estaba preparada
para participar activamente en la dirección política, sino también porque
un debate crítico abierto y organizado, que en ciertos momentos dividiese
al grupo dirigente, podía poner en crisis la fe de las bases, aparecer a los
ojos de ésta, más como un “escándalo” que como una manifestación de
vida y desarrollo.

Sabemos que durante la época stalinista esos límites objetivos pesaron, y


de un modo grave, sobre la vida interna del partido.

La concepción gramsciana del partido nuevo que hemos tratado de


analizar aquí –es decir, la concepción de un partido como prefiguración de
la sociedad nueva, como parte hegemónica de un bloque de fuerzas
políticas y de movimientos sociales unidos en torno de contenidos
positivos de la edificación socialista, y así capaces de consentir formas
nuevas de dictadura proletaria– implica y permite la plena superación de
esos límites. Y de este modo no sólo la restauración de la concepción
leninista del centralismo democrático, sino su aplicación real y ampliada.

No nos corresponde a nosotros juzgar ahora con qué rapidez y en qué


formas ese proceso ya se ha producido o aún debe producirse. Sin duda,
no son pocos los obstáculos que, en la práctica, se interponen a su
desarrollo: justamente en la medida en que, de hecho, la contradicción
originaria entre partido de masa y partido de vanguardia no es superada
en un nuevo contexto, y todos los militantes no están real y activamente
insertados en la vida política del partido, es evidente que una cabal
aplicación de las proposiciones leninistas puede dar lugar a tensiones o
escisiones. Por ello esas normas no pueden ser otra cosa que el objetivo
que se persigue en el contexto de todo el esfuerzo de construcción del
“partido nuevo”.

105
Lenin - Luxemburg - Lukács

Pero de todos modos sería un grave error, que podría comprometer ese
mismo esfuerzo, concebir los dos procesos separadamente: no ver que
cada paso en la definición de la ideología y de la línea del partido, cada
nuevo nivel de la movilización de los militantes, presupone forzosamente
un nuevo paso adelante hacia el pleno desarrollo de la democracia interna
y de sus medios normativos.

Según nuestro punto de vista, todo esto confirma, a través de una


verificación concreta, el tema fundamental de este trabajo: el hecho de
que el “partido nuevo”, gramsciano, es un desarrollo de la teoría marxista-
leninista del partido, un desarrollo que nace en conexión con las
condiciones históricas de la sociedad occidental, pero que, al mismo
tiempo, es una adquisición en el camino hacia la verdad, una forma
superior de la teoría revolucionaria.

Pero la concepción del partido revolucionario que hemos tratado de


aclarar a través de nuestro análisis podría permitirnos algo más: volvernos
hacia los interrogantes a los que en un principio nos veíamos tentados de
dar alguna respuesta.

En efecto, el “partido nuevo”, con sus características, parece ser una


forma de lucha eficaz contra la agresión a la democracia real que hoy
parte de la estructura capitalista occidental, un instrumento de vida y de
organización de una voluntad política autónoma y de una conciencia no
reificada, y parece ser, al mismo tiempo, una primera respuesta a los
problemas generales de desarrollo de la libertad en un contexto
revolucionario que hoy comprometen a todo el movimiento obrero
mundial, y así una proposición para lograr una unidad nueva, superior.

No obstante, como decíamos en un principio, no podemos tratar aquí


estos problemas, a los que sólo hemos encontrado marginalmente en
nuestra indagación.

106
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

MARX Y ENGELS Y EL CONCEPTO DE PARTIDO


Monthy Johnstone
I
El concepto de partido proletario ocupa una posición central en el
pensamiento y la actividad políticas de Marx y Engels. En su lucha “contra
el poder colectivo de las clases poseedoras”, sostenían: “el proletariado
no puede obrar como clase si no se constituye en partido político propio,
distinto y opuesto a todos los viejos partidos formados por las clases
poseedoras”. Esto era “indispensable para asegurar el triunfo de la
revolución social y de su objetivo supremo, la abolición de las clases”. 69 No
obstante, en ninguna parte los autores del Manifiesto del partido
comunista presentan en forma sistemática una teoría del partido
proletario, su naturaleza y sus características, por lo menos no más de lo
que lo hacen respecto de la clase social o del estado, con las que aquélla
está estrechamente emparentada. Además, dentro del amplio marco
general de su teoría de la lucha de clases y de la revolución, Marx y Engels
desarrollaron en la marcha sus ideas sobre las formas y funciones de los
partidos proletarios, y las relacionaron con sus análisis de situaciones
históricas a menudo muy diferentes. No elaboraron por adelantado un
“plan” para la creación de un partido revolucionario del proletariado al
cual integrar su trabajo teórico posterior, 70 y en ningún momento se
consagraron a formar un partido político. Tras haber visto teóricamente al
proletariado, ya a principios de 1844, como la fuerza conductora de la
emancipación social,71 se apoyaron en las organizaciones existentes

69
Resolución relativa a los Estatutos Generales (adoptada en el Congreso de La Haya de la
Asociación Internacional de los Trabajadores, setiembre de 1872, que resume la resolución IX de la
Conferencia de Londres de la Internacional de setiembre de 1871, redactada por Marx y Engels) en
The International Herald (Londres), no 37, 14 de diciembre de 1872. Usamos esta versión inglesa del
original francés con preferencia a la que aparece en Marx/Engels, Obras escogidas [que en adelante
llamaremos O.E.], Moscú, s/f., I, p. 400, de la que es posible que difiera significativamente, puesto
que Engels se refiere de modo específico a ella para aclarar una mala interpretación del significado
de la resolución (F. Engels, The Manchester Foreign Section To all Sections and Members of the
British Federation, en Marx-Engels, On Britain, Moscú, 1962, p. 500). Usada también por Marx como
texto inglés de la resolución en una carta a H. Jung a fines de julio de 1872, con la frase “constituye
[...] clases poseedoras” y las palabras “la abolición de las clases” subrayadas. Marx/Engels, Werke,
Berlín, 1966, 33, p. 507. [En castellano cf. Amaro Del Rosal, Los congresos obreros internacionales
en el siglo XIX, Grijalbo, México, 1958, p. 244 - N. d. E.]
70
Cf. M. I. Mijailov, Voznikovenie Marksizma Bor’ba Marksa i Engel’sa Sozdanie Revoliutsionnoy
Proletarskoy Partii (Moscú, 1956), p. 15, donde el autor, sin presentar prueba alguna, afirma que
Marx y Engels actuaron a partir de un “plan” de ese tipo.
71
Cf. especialmente K. Marx, Introducción a la critica de la filosofía del derecho de Hegel, en La
sagrada familia, Grijalbo, México, 1959, pp. 3-15.
107
Lenin - Luxemburg - Lukács

creadas por sectores progresistas de esa clase y condenaron como


sectarismo toda tentativa de imponer sobre la clase trabajadora, y desde
afuera, formas preconcebidas de organización. En la esfera de la
construcción del partido, Marx podría haber repetido lo que Moliere dijo
acerca de los argumentos de sus obras teatrales: Je prends mon bien oú je
le trouve.

Aunque fueron miembros y líderes de organizaciones partidarias sólo


durante unos pocos años, 72 Marx y Engels dedicaron una cantidad
considerable de tiempo, sobre todo en los últimos años de sus vidas, a dar
asesoramiento sobre los programas y el desarrollo de partidos obreros de
diversos países, considerando que ocupaban una “posición especial como
representantes del Socialismo Internacional”73 y del “estado mayor general
del Partido”.74 Cuando examinamos la totalidad de estas actividades
partidarias y de las concepciones sobre los partidos distribuidas a lo largo
de medio siglo, nos enfrentamos con una considerable variedad y
complejidad que incluye, a primera vista, una cantidad de contradicciones.
Además, nuestra dificultad se ve acrecentada por el hecho de que,
durante las vidas de Marx y Engels, toda la noción de partido político
habría de desarrollarse y cambiar junto con las formas de actividad
abiertas a éste;75 por otra parte, como veremos, ellos habrían de usar la
expresión en varios sentidos diferentes, sin definirlos. Por consiguiente,
fue fácil apoyarse selectivamente en sus actividades y, sobre todo, en sus
escritos para sostener las versiones más opuestas de sus puntos de vista.

Las ideas de Marx y Engels sobre los partidos proletarios sólo pueden
comprenderse si se las ubica, en cada caso, dentro de sus muy variables
contextos históricos y semánticos. Eso es lo que trataré de hacer al
examinar los principales “modelos” del partido que se encuentran en sus
obras, cada uno de los cuales corresponde a una etapa o etapas del
desarrollo del movimiento de la clase trabajadora en un período o en
países particulares. Consideraré estos modelos como: (a) la pequeña

72
Sólo desde 1847-1852 Marx y Engels fueron miembros de algún tipo de organización partidaria –
la Liga de los Comunistas–, aunque desde 1864 (y efectivamente desde 1870 en el caso de Engels)
hasta 1872 desempeñaron un papel directivo en la Asociación Internacional de Trabajadores
(Primera Internacional).
73
F. Engels a E. Bernstein, 27 de febrero-1° de marzo de 1883, en K. Marx/F. Engels, Selected
Correspondence (Moscú, n. d. - ¿1956? ), en adelante citada como Sel. Cor. (Moscú) p. 432.
74
F. Engels a A. Bebel, 11 de diciembre de 1884, en Marx-Engels, Correspondencia, Edit. Problemas,
Buenos Aires, 1947, p. 448.
75
Ver v.g. M. Duverger, Los partidos políticos, FCE., México, 1965; U. Cerroni, Para una teoría del
partido político, [incluido en el presente volumen].
108
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

organización internacional de cuadros comunistas (la Liga de los


Comunistas 1847-1852); (b) el “partido” carente de organización (durante
el reflujo del movimiento obrero –década de 1850 y principios de la de
1860); (c) la amplia federación internacional de organizaciones obreras
(Primera Internacional –1864-1872); (d) el partido marxista nacional de
masas (Socialdemocracia alemana –décadas de 1870, 1880 y principios de
la de 1890); (e) el amplio partido nacional de los trabajadores (Gran
Bretaña y los Estados Unidos –década de 1880 y comienzos de la de 1890)
basado en el modelo cartista. Preferí examinar conjuntamente los puntos
de vista de Marx y Engels pues ellos están de acuerdo en lo fundamental
respecto de todos los puntos tratados aquí, y porque, durante un período
importante y según una división del trabajo acordada entre ambos, Engels
contestó, en representación de los dos, a pedidos de asesoramiento
político provenientes de todas partes del mundo, y luego continuó y
extendió este trabajo tras la muerte de Marx y hasta la era de la Segunda
Internacional.

II
Tras haber coincidido en 1844-1845, respecto de algunos de los principios
básicos del marxismo, Marx y Engels iniciaron una colaboración que duró
todas sus vidas y en la que se consagraron al desarrollo posterior de sus
ideas teóricas y a la tentativa de “ganar al proletariado europeo,
empezando por el alemán”.76 A principios de 1846 comenzaron, con base
en Bruselas, la formación de Comités de Correspondencia Comunistas,
sobre todo en Bélgica, Inglaterra, Francia y Alemania. Estos debían
ocuparse de los asuntos internos de lo que Engels más tarde llamaría “el
Partido Comunista en gestación”,77 aunque en ese período tanto él como
Marx usaban las expresiones “el Partido Comunista” y “nuestro partido” 78
en el sentido tradicional de una societé de pensée –por más que la viesen
como expresión de los intereses de una clase– antes que como una
organización política que se aproximase de algún modo al sentido
moderno. Entre los destinatarios de las circulares y los folletos lito-
grafiados enviados desde Bruselas se encontraban los dirigentes de la Liga
de los Justos que, formada en 1836, era una pequeña sociedad secreta
internacional, compuesta sobre todo de artesanos alemanes, y que en
76
F. Engels, Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, Obras escogidas, II, p. 364.
77
Ibíd., p. 364.
78
Cf. Marx/Engels, La ideología alemana, EPU, Montevideo, 1958, p. 43; Marx a P. V. Annenkov,
28 de diciembre de 1846, en Correspondencia, p. 32.
109
Lenin - Luxemburg - Lukács

esos años había tratado de establecerse y trabajar dentro de las


asociaciones educativas de los trabajadores. Marx y Engels entraron a esa
organización a invitación de sus líderes, quienes declararon estar
convencidos de la corrección general de los puntos de vista de ¡os
primeros y manifestaron su acuerdo respecto de que era preciso
abandonar las viejas formas conspirativas asociadas con el pasado
blanquista de la organización.79 Esta fue reorganizada como Liga de los
Comunistas en un congreso realizado en el verano de 1847, y en un
segundo congreso de fines de ese año adoptó nuevas normas que le
daban los fines oficiales del comunismo. Una constitución democrática y
completamente nueva estableció que los congresos anuales serían “la
autoridad legislativa de la Liga” y que los comités directivos serian
electivos, responsables ante sus electores, y destituibles por éstos en
cualquier momento.80 El famoso Manifiesto del Partido Comunista les fue
encargado a Marx y Engels como “un programa detallado del Partido, a la
vez teórico y práctico”. 81

La Liga Comunista era una asociación internacional de trabajadores que


funcionaba en una cantidad de países europeos, en la cual predominaban
los alemanes y que prestaba especial atención a Alemania. 82 Aunque “por
lo menos durante los períodos de paz ordinarios” Marx y Engels la
consideraban como una “sociedad exclusivamente de propaganda”, 83 las
condiciones de la época la obligaron a operar como una sociedad secreta
durante la mayor parte de sus cinco años de existencia. Tenía sus orígenes
–escribió Engels en 1892– en “dos corrientes independientes”: por una
parte, “un puro movimiento de los trabajadores” y, por la otra, “un
movimiento teórico, proveniente de la desintegración de la filosofía
hegeliana”, asociado predominantemente con Marx. “El Manifiesto
Comunista de 1848”, agregaba, “marca la fusión de ambas corrientes”. 84

79
Engels, op. cit., pp. 361, 366-7; K. Marx, Herr Vogt, Edit. Lautaro, Bs. As., 1946, pp. 102 ss.; H.
Förder, Marx und Engels am Vorabend der Revolution (Berlín, 1960), pp. 128-135. Una versión
distinta y no del todo aceptable se encontrará en la Introducción de David Riazanov al Manifiesto
comunista en The Communist Manifesto of K. Marx and F. Engels (Londres, 1930), pp. 14-20.
80
Rules and Constitution of the Comunist League, en D. Riazanov, pp. 340-345, esp. p. 342.
81
Marx/Engels, Prefacio a la edición alemana del Manifiesto del Partido Comunista, desde ahora
citado como Manifiesto, en Obras escogidas, I, p. 13.
82
Ibíd., p. 54.
83
F. Engels, Contribución a la historia..., en Obras Escogidas, II, p. 367; K. Marx, Herr Vogt, p. 100.
84
F. Engels, El socialismo en Alemania en Werke (Berlín, 1963). t. 22, p. 248.
110
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

En el Manifiesto están expuestos algunos de los componentes básicos de


la concepción del partido que tenían Marx y Engels. Allí se formula la
pretensión de los comunistas al liderazgo de la clase trabajadora sobre la
base de su conciencia teórica superior, lo que pertenece a la esencia de
esta concepción. El año anterior, en su polémica con Proudhon, Marx
había descrito a los socialistas y a los comunistas como “los teóricos de la
clase proletaria”.85 Ahora, junto con Engels, presenta a los comunistas
como la vanguardia teórica de la clase, y señala que “no tienen intereses
algunos, que no sean los intereses del conjunto del proletariado” y “que
no proclaman principios sectarios86 a los que quisieran amoldar el
movimiento proletario”. Los comunistas se distinguían de “los demás
partidos proletarios” sólo porque, en las luchas nacionales, “destacan y
hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independien-
temente de la nacionalidad”, y porque, en las diversas etapas de la lucha
contra la burguesía, “representan siempre los intereses del movimiento
en su conjunto”. En la práctica eran “el sector más resuelto de los partidos
obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los
demás”, mientras que por su teoría tenían, “sobre el resto del proletariado
la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los
resultados generales del movimiento proletario”, 87 al que concebían como
“el movimiento independiente de la inmensa mayoría, en provecho de la
inmensa mayoría”.88
Cuando Marx y Engels hablan en el Manifiesto de la “organización del
proletariado en clase y, por tanto, en partido político”, 89 piensan
evidentemente en el modelo inglés que Marx había descrito el año
anterior en Miseria de la filosofía. Allí había mostrado cómo en su lucha,
primero en los sindicatos90 y luego también al constituir “un gran partido
político, bajo el nombre de carlistas”91 la masa de los obreros había
dejado de ser una clase potencial an sich, amorfa y fragmentaria, para
convertirse en una clase für sich, nacional y consumada, forzosamente
dedicada a la lucha política.92
85
K. Marx, Miseria de la filosofía (Moscú, s.f.), p. 122.
86
En el texto original alemán aparece la palabra “besondern”, que significa “especiales”, pero la
edición inglesa de 1888, revisada por Engels, prefiere “sectarian” (sectaria).
87
Manifiesto, pp. 34-35.
88
Ibíd., p. 33.
89
Ibíd., p. 31. Ver análisis del concepto de partido en Marx y Engels dentro de este contexto en H.
Förder, op. cit., pp. 290-291.
90
K. Marx, op. cit., p. 170. Cf. K. Marx, La indiferencia en materia política, Werke (Berlín, 1962), 18,
p. 304: “Los sindicatos [...] organizan la clase trabajadora en una clase”.
91
K. Marx, Miseria de la filosofía, p. 170.
92
Ibíd., p. 171.
111
Lenin - Luxemburg - Lukács

En la etapa primitiva del desarrollo y organización de la clase trabajadora


en el continente europeo, cuando la Liga de los comunistas era un
organismo de reducidos cuadros de cerca de 200-300 miembros 93
distribuidos por toda Europa Occidental, el Manifiesto señalaba que “los
comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos
obreros”.94 De hecho, en ese entonces había un único partido de los
trabajadores organizado en escala nacional: los cartistas, 95 y los
comunistas ingleses Julian Harney y Ernest Jones trabajaban en él como
dirigentes de su ala izquierda. 96 En los demás países, los miembros de la
Liga debieron unirse a partidos tales como el Socialista Democrático de
Ledru-Rollin y Louis Blanc,97 al que Marx describió como una coalición
entre la pequeña burguesía y los trabajadores. 98 En Alemania, durante la
revolución de 1848, los integrantes de la Liga se unieron al Partido
Democrático, “el partido de la pequeña burguesía”, 99 dentro del cual
constituyeron100 el ala más progresista hasta la primavera de 1849.
Aunque la forma de estas tácticas era dictada por las circunstancias del
momento, ellas contienen un elemento que es común a todos los
modelos de partido de Marx y Engels: el evitar el aislamiento sectario, la
búsqueda de campos de trabajo donde los comunistas pudiesen sintoni-
zarse con la clase obrera.101

93
L. I. Goldman, Voznihovenie Marksizma Bor'ba Marksa i Engels'sa za Sozdanie Revoliutsionnoy
Proletarckoy (Moscú, 1962), p. 70.
94
Manifiesto, p. 34.
95
Cf. Ibíd., p. 53, donde también se hace referencia a los reformadores agrarios en los Estados
Unidos. Estos últimos, empero, se asemejaron más a una agitación de granjeros que a un partido
obrero (ver D. Riazanov, comp., op. cit., pp. 242-245).
96
La pertenencia de Harney y Jones a la Liga Comunista está indicada en una carta de K. Marx a F.
Kngels de alrededor del 12 de marzo de 1848, de la cual un fragmento significativo está impreso
en J. Saville, Emest Jones: Chartist (Londres, 1952) , p. 231. Ver también A. R. Schoyen, The
Chartist Challenge (Londres, 1958), pp. 142-3, 158-9.
97
Manifiesto, p. 54.
98
K. Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Obras Escogidas, I, pp. 278-279. Esta cita y el
pasaje de la que se extrajo tornan absurda la afirmación carente de fundamento de Robert
Conquest (Marxism Today, Ampersand Books, Londres, 1964, p. 42) en el sentido de que “es
estrictamente contrario a las doctrinas [de Marx]... creer que un partido puede representar a la
vez al proletariado y a otra clase”.
99
Marx/Engels, Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas (marzo de 1859), desde
ahora citado como Mensaje de marzo, O. E., I, p. 100.
100
F. Engels a Kelley Wischnewetsky, 27 de enero de 1887, Correspondencia, p. 467.
101
Ibíd., p. 467.
112
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

A partir de lo anterior debe resultar claro que la Liga Comunista, una


sociedad secreta que “se reducía a un pequeño núcleo”102 de militantes,
no puede describirse como un partido político, ni siquiera en el sentido
que solía darse con mayor frecuencia a la expresión en ese entonces y en
el que, en el mismo Manifiesto, se aplica a las grandes organizaciones
nacionales donde los comunistas debían trabajar. Como sostiene el
investigador soviético E. P. Kandel en uno de los libros –desdichadamente
pocos– aparecidos sobre la Liga, Marx y Engels consideraban a ésta sólo
como “el germen, el núcleo” de su partido, a pesar de que llamasen a su
programa Manifiesto del Partido Comunista.103 Las condiciones de la
época, escribe Kandel, “no hacían posible que la Liga de los comunistas se
convirtiese en un verdadero partido”.104 Una visión somera del papel
desempeñado por la Liga en la revolución de 1848-1849 pondrá este
hecho de manifiesto.

En la primavera de 1848, luego del comienzo de la revolución, Marx y


Engels fueron a Colonia con el grueso de los miembros de la Liga que
habían vivido en el exterior. Luego de un período inicial en que el Comité
Central de la Liga operó desde allí, pareciera que ellos concentraron sus
esfuerzos, desde alrededor de mediados de mayo, en la producción de la
Neue Rheinische Zeitung. Ese famoso diario progresista, cuyo primer
número apareció el 1° de junio, realizó bajo la dirección de Marx un
decidido esfuerzo por llevar hasta su fin las tareas democráticas de esa
revolución democrático-burguesa. Al ver las grandes dificultades que
enfrentaba la Liga para emitir directivas a sus dispersos partidarios, Marx
y Engels concluyeron que esas directivas “podían hacerse llegar mucho
mejor por medio de la prensa”.105 En los últimos años se inició una fuerte
controversia entre Boris Nicolaevsky, el viejo menchevique que murió en
los Estados Unidos en 1966, y E. P. Kandel respecto de la supuesta
disolución de la Liga en el verano de 1848. 106 Si de hecho Marx usó
102
F. Engels, Marx y la Nueva Gaceta del Rhin (1848-1849), O.E., II, p. 346.
103
E. P. Kandel, Marks i Engel’s - Organizatory Soyuza Kommunistov (Moscú, 1953) p. 264.
104
Ibíd., p. 264. G. Winkler, del Instituto de marxismo-leninismo de Berlín, criticó esta conclusión,
calificándola de “asombrosa”, en su reseña del libro de Kandel aparecida en Zeitschrift für
Geschichtswissenschaft (Berlín, 1954), II, 4, p. 542, donde sostiene que el Congreso de la Liga de
junio de 1847 concluyó esencialmente con su transformación en un partido proletario (p. 545).
Esta es la línea adoptada la mayoría de las veces por los historiadores de la República
Democrática Alemana (ver Grundriss der Geschichte der Deutschen Arbeiterbewegung, Berlín,
1963, p. 42), aunque la nueva historia oficial (W. Ulbricht y otros, Geschichte der Deutschen
Arbeiterbewegung. Berlín, 1966, 1, p. 66) agrega aclaraciones.
105
F. Engels, Contribución a la historia..., O.E., II, p. 370.
106
Ver, V. Nicolaevsky, “Toward a History of ‘The Communist League’, 1847-1852”, en
International Review of Social History (Amsterdam, 1956), I, 2, pp. 234-245, esp. 237, 244; E. P.
113
Lenin - Luxemburg - Lukács

poderes discrecionales (conferidos a principios de la revolución) para


disolver la Liga en junio de 1848, como sostiene Nicolaevsky sobre la base
del testimonio dado en prisión por P. G. Röser, 107 uno de los sentenciados
en el proceso a los líderes de la Liga efectuado en Colonia en 1852, 108 o si,
como afirma Kandel, la posibilidad de semejante disolución es negada por
la “alta estima que tenían Marx y Engels del papel desempeñado por la
Liga durante todo el período 1847-1852”,109 quienes en sus registros de las
actividades de la Liga nunca se refirieron a esa disolución, 110 es algo que
probablemente nunca sabremos con seguridad. A menos que futuras
investigaciones saquen a luz nuevos documentos, deberemos apoyar
nuestras conclusiones en una consideración de probabilidades. De todos
modos, es indiscutible que, como lo atestiguó Engels más tarde, “los
pocos centenares de afiliados a la Liga de los comunistas, aislados entre sí,
se perdieron en medio de aquella enorme masa puesta de pronto en
movimiento”.111 Kandel acepta que, en el verano de 1848, el Comité
Central de Colonia dejó de funcionar y que (según piensa ahora, a fines de
agosto o setiembre) se lo disolvió y sus poderes fueron transferidos al
Comité del Distrito de Londres.112 Además, los historiadores soviéticos
aceptan como “digna de crédito” la descripción que hace Röser de una
reunión, a la que habría concurrido en la primavera de 1849, entre Marx y
Joseph Moll,113 a quien había enviado el Comité Central de Londres para
reorganizar la Liga en Alemania.114 Según Röser, Marx entonces “declaró
Kandel, “Izkazhenie istorii bor’ by Marka i Engel-sa za proletankuyu partiyu y rabonatkh
nekotorykh pravykh sotsialistov”, en Voprosy Istorii (Moscú), 1958, n.° 5, pp. 120 ss; B. I.
Nicolaevsky, “Who is Distorting History?” en Proceedings of the American Philosophical Society
(Filadelfia), vol. 105. n.° 2, abril de 1961, 209-236; E. P. Kandel. “Eine Schlechte Verteidigung einer
Schlechten Sache”, en Beitrage zur Geschichte der Deutschen Arbeiterbewegung, desde ahora
citado como Beitrage (Berlín, 1963), V. 2, pp. 290-303.
107
El texto completo de este testimonio presentado por el extinto doctor W. Blumemberg, está
impreso en International Review of Social History (Amsterdam, 1964), IX, I, pp. 81-122. Ver
especialmente pp. 88-89, 96.
108
Röser no se unió a la Liga Comunista hasta la primavera de 1849 (Ibíd., p. 90). Por
consiguiente, sus datos sobre esta supuesta disolución de 1848 son forzosamente de segunda
mano (Ibíd, pp. 88-9, 96).
109
Kandel, Op. cit., p. 264.
110
Nicolaevsky estaba equivocado al afirmar que la Circular de marzo de 1850 “criticaba...
especialmente la decisión de disolver la Liga” (B. Nicolaevsky y O. Maenchen-Helfen, Marx,
Ediciones CID, Madrid, 1965, p. 232), dado que allí no se hace mención alguna a tal disolución.
111
F. Engels, Marx y la N.G.R., op. cit., p. 348.
112
Beitrage, op. cit., p. 303.
113
Ver, v.g., E. P. Kandel, comp., Marx und Engels und die ersten proletarischen Revolutionare
(Berlín, 1965), pp. 105, 502 (n.° 60). Los fragmentos significativos del testimonio de Röser están
presentados en E. P. Kandel y S. Z. Leviova, Soyus Kommunistov: sbornik dokumentov (Moscú,
1964), pp. 218-224.
114
En la Circular de marzo, op. cit., p. 101, se hace una referencia positiva a esta acción del
Comité Central de Londres que ubica la visita de Moll “en el invierno de 1848-49” y no “en la
114
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

que, con la libertad de palabra y de prensa existentes, la Liga era


superflua”.115

Desdichadamente, un buen número de historiadores marxistas contem-


poráneos hallaron necesario interpretar estas tácticas en términos de una
nueva concepción marxista, y a fortiori leninista, del partido: En
consecuencia, sostienen que “la dirección de la Neue Rheinische Zeitung
era el centro político del liderazgo del partido proletario en Alemania, de
la Liga Comunista”,116 “la verdadera plana mayor general del partido
proletario”,117 a la cual “en la práctica correspondían entonces las tareas
del Comité Central de la Liga de los comunistas”. 118 En las narraciones de
la historia de la Liga y de la Neue Rheinische Zeitung escritas por Marx y
Engels en las décadas de 1860 y 1880 no se encontrarán semejantes
formulaciones anacrónicas. Tampoco se las encontrará en Lenin, un
penetrante estudioso de la historia del marxismo, quien en 1905 escribió:

“¡Fue sólo en abril de 1849, luego de que el periódico revolu-


cionario hubiera aparecido durante casi un año, [...] que Marx y
Engels se declararon a favor de una organización especial de los
trabajadores! Hasta entonces se habían limitado a publicar un
‘órgano de la democracia’ que no tenía vínculo organizativo alguno
con un partido independiente de los trabajadores. Este hecho,
monstruoso e increíble cuando se lo ve desde nuestra perspectiva
actual, nos muestra claramente la diferencia existente entre el
partido de los trabajadores alemán de aquella época y el actual
Partido obrero socialdemocrático ruso”.119

En abril de 1849, como indica Lenin en el pasaje citado, se iba a producir


un importante cambio en la estrategia revolucionaria de Marx y Engels. El
primero de ellos, junto con otros comunistas, dio a conocer una
declaración en la que anunciaba su renuncia al Comité del Distrito de
Rhineland de las Asociaciones Democráticas, e instaba a “una unión más
estrecha entre las asociaciones obreras”, para las cuales se proyectaba un
congreso nacional.120 Al parecer, habían arribado a la conclusión de que

primavera de 1849”, como hace Röser (I.R.S.H., op. cit, p. 89).


115
Ibíd, p. 90.
116
E. P. Kandel, Beitrage, p. 299.
117
S. Z. Leviova sobre la Neue Rheinische Zeitung, en A. I. Malysh y O. K. Senekina, Iz istorii
formirovaniya i razvitiya Markizma (Moscú, 1959), p. 255.
118
W. Ulbricht y otros, op. cit., pp. 117-118.
119
V. I. Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia..., en Obras, t. VIII.
120
Werke (Berlín. 1959), 6, pp. 426, 584.
115
Lenin - Luxemburg - Lukács

los trabajadores alemanes tenían ya la experiencia política suficiente


como para que tuviera sentido práctico proponerles trabajar en favor de
un amplio piulido masivo de los trabajadores basado en las asociaciones
obreras e independiente de los demócratas pequeño burgueses y de su
“indecisión, debilidad y cobardía”. 121 No obstante, era demasiado tarde
para que estos planes se concretaran. El estallido de la insurrección en el
sur y el oeste de Alemania (Reichsverfassungskampagne) comenzaría
poco después, y su derrota a mediados de julio significaría el fin de la
revolución alemana.

En el otoño de 1849 la mayor parte de los viejos líderes de la Liga


volvieron a unirse durante el exilio en Londres, donde se reconstituía el
Comité Central y se procedía a reorganizar la Liga en Alemania, forzosa-
mente como una sociedad secreta. Con el supuesto de que “una nueva
revolución está próxima”,122 Marx y Engels escribieron su famoso Mensaje
de marzo de 1850 en representación del Comité Central de la Liga. 123 Se
señala allí que durante los dos años de revolución, aunque los miembros
de la Liga, como individuos, permanecieron al frente de la lucha, “la
primitiva y sólida organización de la Liga se ha debilitado considerable-
mente”. Mientras el partido democrático se había organizado cada vez
más en Alemania, “el partido obrero” (por el cual debe entenderse aquí o
bien el conjunto del movimiento obrero o bien el interés general del
proletariado como clase) “perdía su única base firme” (es decir, la Liga
Comunista).124 La conclusión que se extrae como leitmotiv de las 11
páginas del discurso es la siguiente: “Hay que acabar con tal estado de
cosas, hay que restablecer la independencia de los obreros”, 125 y éstos no
deben dejarse arrastrar a un gran partido de oposición que abarque todos
los matices de la opinión democrática.126 “Los obreros, y ante todo la
Liga”, escriben Marx y Engels, “deben procurar establecer una organización
independiente del partido obrero, a la vez legal y secreta”. 127 Evidente-
mente, la Liga será la organización secreta, y sus ramas se convertirán en
“el centro y núcleo de sociedades obreras, en las que la actitud y los
121
F. Engels, Germany: Revolution and Counter-Revolution (Londres, 1936), p. 48. Ver, v.g., G.
Becker, Karl Marx und Friedrich Engels in Köln, 1848-1849) (Berlín, 1963), pp. 234-256.
122
Circular de Marzo, op. cit. p. 102.
123
Ibíd., pp. 100-111.
124
Ibíd, p. 100.
125
Ibíd, p. 100.
126
Ibíd, p. 104. Cf. Circular de junio de 1850, en Werke (Berlín, 1960), 7, pp. 308-309: “Es posible
que el partido de los trabajadores pueda usar muy bien a los demás partidos y fracciones de
partidos pan alcanzar sus fines, pero no debe subordinarse a ningún otro partido”.
127
Ibíd, p. 105.
116
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

intereses del proletariado puedan discutirse independientemente de las


influencias burguesas”.128 Estas asociaciones obreras, existentes en toda
Alemania y habitualmente de carácter social, cultural y educativo,
proporcionarían la amplia base masiva y la organización pública al partido
independiente de los trabajadores que habría de crearse. Luego de la
esperada revolución democrática, los obreros debían realizar elecciones
para formar una asamblea nacional con sus propios candidatos represen-
tativos, compuesta, “en la medida de lo posible, por miembros de la
Liga”.129

Eduard Bernstein inició la moda, ahora seguida entre otros por George
Lichtheim130 y el profesor Bertram Wolfe, 131 de calificar al Mensaje de
Marzo de “blanquista”.132 Con todo, no puede dudarse de que el concepto
de partido y de revolución del Mensaje dista mucho de ser blanquista en
el sentido que normalmente se da a esta palabra, aunque, claro está, hay
puntos de coincidencia con las tácticas de Blanqui de 1848, las que en
muchos sentidos no eran nada típicas, 133 y con las formas de lucha
previstas para la inminente revolución por los blanquistas emigrados, con
los cuales Marx y Engels concluyeron un acuerdo de corta vida en 1850. 134
Lo que el Mensaje deja bien en claro es que no prevé un putsch llevado a
cabo por una élite revolucionaria sino la organización del partido de los
trabajadores con la base más amplia que sea posible, el que en la próxima
revolución marchará junto con los demócratas pequeño burgueses, a los
cuales ayudará a llegar al poder y luego empujará para hacer el máximo
de brechas posibles en la propiedad capitalista. 135 En la “excitación
revolucionaria” que los trabajadores “deben intentar mantenerla tanto
tiempo como sea posible”,136 ellos “deben tratar de organizarse indepen-
dientemente como guardia proletaria” con jefes y un estado mayor

128
Ibíd., p. 105. Cf. Circular de Junio, cit., p. 310; M. Mijailow, en I, S. Galkin, Aus der Geschichte
des Kampfes von Marx und Engels für die proletarische Portei (Berlín, 1961), pp. 132-133.
129
Circular de marzo, op. cit., p. 107.
130
G. Lichtheim, Marxism (Londres, 1961), pp. 124-25.
131
B. D. Wolfe, Marxism (Londres, 1967), pp. 153-154, 157, 163.
132
E. Bernstein, Die Voraussetzungen des Sozialismus und die Aufgaben der Socialdemokraten
(Stuttgart, 1899), p. 29. [Hay edic. cast.: Socialismo teórico y socialismo práctico. Claridad, Buenos
Aires, 1966 –N. d. E.].
133
Ver, A. B. Spitzer, The Revolutionary Theories of L. A. Blanqui (New York 1957), p. 9; S. Moore,
Three Tactics: the Background in Marx (New York, 1963), p. 22. [Hay edic. cast.: Tres tácticas: su
origen en Marx, Monthly Review/Selecciones en castellano, año 2, n.° 13 - N. d. E.].
134
Ver, D. Ryazanoff, “Zur Frage des Verhaltnisses von Marx su Blanqui”, en Unter dem Banner
des Marxismus, II, 1/2 (Berlín Wien, 1928), pp. 140-145.
135
Circular de Marzo, op. cit., pp. 103, 109.
136
Ibíd., p. 106.
117
Lenin - Luxemburg - Lukács

central elegidos por ellos mismos. 137 Es significativo, como señaló el


doctor Rudolf Schlesinger, que el Mensaje, de carácter confidencial, no
sugiera que estos destacamentos deban subordinarse al control comunista,
sino que indique que deberán “ponerse a las órdenes [...] de los consejos
municipales revolucionarios” que formarán los obreros. 138 El Mensaje
reconoce que los trabajadores alemanes necesitarán pasar por “un
prolongado desarrollo revolucionario” antes de tomar el poder, y hacer
hincapié en la necesidad de que “cobren conciencia de sus intereses de
clase”,139 con la consecuencia obvia de que la Liga deje de actuar como
una sociedad de propaganda.

Cuando a fines del verano de 1850 Marx concluyó que el capitalismo


europeo había entrado en un período de prosperidad y que no se
produciría revolución alguna en los años siguientes, se enfrentó con la
oposición de un importante sector de los miembros de la Liga,
encabezados por Willich y Schapper. Combatiendo el voluntarismo de
estos afirmó que, en lugar de estudiar las condiciones reales, habían
convertido “la sola voluntad en la fuerza impulsora de la revolución”. 140
Ante este problema, la Liga de Londres se escindió y el Comité Central
volvió a ser trasladado a Colonia, donde funcionó hasta que sus miembros
fueron arrestados y, en noviembre de 1852, condenados por un tribunal
de esa ciudad. Poco después la Liga de Londres era disuelta a propuesta
de Marx y “se declaraba que su continuación en el continente ya no era
oportuna”.141

III
Luego de la división de la Liga de los comunistas durante el otoño de 1850
y aún antes de su disolución formal dos años después, Marx y Engels ya
habían comenzado a retirarse a un “auténtico aislamiento”, 142 prefiriendo
la “posición del escritor independiente” a aquella del “supuesto partido
revolucionario”.143 El alivio expresado por Marx a Engels el 11 de febrero
de 1851 al terminar “el sistema de concesiones mutuas, de incorrecciones
137
Ibíd., p. 107.
138
Ibíd., p. 107; R. Schlesinger, Marx, His Time and Ours (Londres, 1930), p. 270.
139
Circular de marzo, op. cit., p. 111.
140
K. Marx, Revelaciones sobre el proceso de los comunistas de Colonia, Lautaro, Buenos Aires,
1946, p. 209.
141
Marx a Engels, 19 de noviembre de 1852, Werke (Berlín, 1963, 28, p. 195.
142
Marx a Engels, 11 de febrero de 1851, Werke, 27, p. 184.
143
Engels a Marx, 12 de febrero de 1851, Ibíd, p. 186.
118
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

soportadas para mantener las apariencias”, 144 halló eco en la alegría


sentida por Engels dos días después del día en que comenzaron a ser
responsables sólo ante ellos mismos.145 “¿Cómo pueden personas como
nosotros, que se apartan de las posiciones oficiales como de la peste,
adaptarse a un ‘partido’?”, exclama. “Para nosotros, que escupimos la
popularidad, ¿qué bien puede significar un ‘partido’, es decir, una banda
de asnos que juran por nosotros porque nos creen iguales a ellos?”. 146
Palabras duras, aunque sería erróneo, como dice Franz Mehring, tomar
con excesiva seriedad el sentido literal de las expresiones usadas, 147 a la
vez que es totalmente injustificable divorciarlas de su contexto concreto y
argüir, como hace Bertram Wolfe, que representan sus verdaderas
opiniones privadas acerca del partido, para contrastarlas con otras
declaraciones hechas treinta o cuarenta años más tarde (algunas de las
cuales cita Wolfe), las que habrían sido “escritas para los ojos de los
demás”.148 Ellas reflejan la frustración del primer período difícil del exilio,
luego de la derrota de la revolución y el reconocimiento de que no podía
esperarse que se produjera una nueva revolución inmediatamente. 149
Representan la reacción de Marx y Engels ante los “pequeños pendencieros”
de la emigración,150 de los cuales se alejaban para retornar a sus estudios,
interrumpidos desde 1848, con la esperanza de ganar, sobre todo en la
esfera de la economía política, “una victoria científica para nuestro
partido”.151

¿Cuál era, empero, este “partido”, del cual continuaban hablando luego
de la disolución de la Liga Comunista en 1852 en un período en que, como
Marx escribió al poeta Freiligrath en 1860, él “nunca volvería a pertenecer
a ninguna sociedad secreta o pública”,152 y cuando consideraba que sus
“trabajos teóricos eran de mayor beneficio para la clase trabajadora que
la participación en asociaciones cuyos días en el continente habían
pasado”?153 Aquí no nos encontramos con un partido en el sentido normal

144
Marx a Engels, 11 de febrero de 1851, Ibíd, p. 185.
145
Engels a Marx, 13 de febrero de 1851, Ibíd, p. 189.
146
Ibíd., p. 190.
147
F. Mehring, Carlos Marx, Claridad, Bs. As., 1943, p. 187.
148
Wolfe, op. cit., p. 196.
149
Marx a Weydemeyer, 1° de febrero de 1859 en Marx/Engels, Letters to Americans, 1848-1895,
en adelante citada como L. A. (New York, 1963), p. 61.
150
Ver, M. Dommanget, Les Idées d’Auguste Blanqui (París, 1957), p. 355.
151
Marx a Weydemeyer, L.A., p. 62.
152
Marx a Freiligrath, 29 de febrero de 1860, Sel. Cor. (Moscú), p. 146. Las bastardillas
corresponden al original.
153
Ibíd, p. 147.
119
Lenin - Luxemburg - Lukács

que Engels le asignaba al indicar, en diciembre de 1852, que “ningún


partido político puede existir sin una organización”, 154 sino más bien, en
primera instancia, con un retorno al sentido que daban a la expresión a
mediados de la década de 1840 para designar a Marx y al pequeño grupo
que en general compartía sus puntos de vista, y que tanto la policía
prusiana como los partidarios de Marx llamaban, en ese período, el
“partido de Marx”.155 Ya en marzo de 1853, a los cuatro meses de la
disolución de la Liga, Marx escribe a Engels: “Evidentemente, debemos
volver a reclutar nuestro partido”, dado que los pocos partidarios que
nombra, a pesar de sus cualidades, no llegaban a constituir un partido. 156
Al reunir este grupo –“nuestra camarilla”, como la llama de modo
bastante jocoso Engels en una carta dirigida a Weydemeyer, que estaba
en los Estados Unidos, en 1853– 157 la finalidad era prepararse mediante el
estudio para las luchas que, según confiaban, los aguardaban en el
futuro.158 Marx estaba ansioso por coordinar las actividades públicas de
los miembros de este “embrión de partido”, como más tarde lo llamaría
Wilhem Liebknecht.159 Cuando en 1859 Lasalle publicó un folleto sobre la
guerra italiana de ese año en el que expresaba un punto de vista con el
que Marx y Engels disentían, Marx escribió a Engels una carta donde
criticaba el hecho de que su díscolo camarada no se informara en primer
lugar respecto de las opiniones de ellos. “Debemos insistir en la disciplina
partidaria o todo terminará en la nada”, agregaba. 160

No obstante, Marx también hablaba de “nuestro partido” en un sentido


más trascendental, como cuando, en 1860, en la ya citada carta a
Freiligrath, opone al partido en el “sentido efímero” –que en la forma de
la Liga Comunista había, dice, “dejado de existir para mí hace ocho
años”161– “el partido en el gran sentido histórico”. 162 La Liga Comunista,
como la Societé des Saisons de Blanqui y centenares de otras sociedades,
“sólo fue un episodio en la historia del Partido, que en todas partes crece

154
Engels, Germany: Revolution and Counter-Revolution, op. cit. p. 114.
155
Mehring, op. cit., p. 195; Engels a Weydemeyer, 12 de abril de 1853, L.A. p. 58.
156
Marx a Engels, 10 de marzo de 1853, Werke, 28, p. 224.
157
Engels a Weydemeyer, 12/4/1853, Ibíd, p. 576. (Esta parte de la carta no está incluida en L. A.).
158
Cf. Ibíd., p. 581, donde Engels hace acerbos comentarios sobre quienes piensan que no
necesitan preocuparse por estudiar ya que “der pére Marx” debía saberlo todo. Además W.
Liebknecht (ver su Karl Marx: Biographical Memoirs, Chicago, 1901, p. 85) describe a Marx
“llevando” a su “partido” todos los días al Salón de Lectura del Musco Británico.
159
W. Liebknecht, Karl Marx zum Gedachtnis (Nuremberg, 1896), p. 113.
160
Marx a Engels, 15 de mayo de 1859, Werke, 29, p. 432.
161
Sel. Cor. (Moscú), p. 146.
162
Werke, 30, p. 495.
120
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

espontáneamente del suelo de la sociedad moderna”. 163 Para Marx, en


este sentido el partido era la concreción de su idea de la “misión” de la
clase trabajadora,164 que concentra en sí mismo “los intereses revolu-
cionarios de la sociedad”,165 para llevar a cabo “las tareas históricas que
surgen automáticamente” de las condiciones generales de existencia de
esa misma sociedad.166 También era en este sentido que Marx comprendía
la palabra “partido” cuando informaba a Engels en 1859 que había
rechazado una representación de un grupo emigrado de trabajadores
alemanes: “No fuimos designados representantes del partido proletario
por nadie que no fuera nosotros mismos. No obstante, esta designación
fue suscrita por el odio exclusivo y universal consagrado a nosotros por
todos los partidos y fracciones del viejo mundo”. 167 ¿Indica esta
declaración una “concepción de elección carismática” 168 e ideas de
“profetismo”169 en Marx? Dejando de lado la forma algo arrogante en que
está formulada la afirmación (y sin duda Marx podía ser arrogante, sobre
todo cuando en esos difíciles años de pobreza y mala salud era herido por
las insensateces de algunos de sus compañeros en el exilio), subsiste la
idea de que Marx y Engels podían verse a sí mismos, en virtud de su
comprensión teórica científicamente desarrollada, como un locum tenens
para el partido de la clase obrera alemana,170 que por el momento gozaba
sólo de una “existencia teórica”. 171 De todas maneras, ésta es una
concepción temporaria y excepcional en ellos, que de ningún modo es
típica de la principal corriente de su pensamiento y que se halla sólo en
esta temprana etapa de la vida de la aún poco desarrollada clase
trabajadora alemana, en el hiato entre la desaparición de la Liga
Comunista y el surgimiento de las nuevas organizaciones de la clase
trabajadora que, según ellos confiaban, aparecerían para ocupar el lugar
de la Liga.172 Decididamente, no tenían la intención de reemplazar ellos
mismos a esas organizaciones, que entonces no existían. Luego de que
163
Sel Cor. (Moscú), p. 147.
164
Cf. Manifiesto, op. cit., p. 32.
165
Marx, Las luchas de clase en Francia de 1848 a 1850, O. E., I, p. 144.
166
Marx, Revelaciones..., op. cit., p. 162.
167
Marx a Engels, 18 de mayo de 1859, Sel. Cor. (Londres), p. 123.
168
M. Rubel, “Remarques sur le concept du parti proletarien chez Marx”, en Revue Française de
Sociologie, II. 3 (París, 1961), p. 176.
169
R. Quilliot, “La cooception du parti ouvrier”, en La Revue Socialiste (París), febrero-marzo 1964,
p. 172.
170
Medio siglo más tarde esa concepción era rotulada de “sustituismo” por Trotsky, quien se la
atribuyó a Lenin y lo atacó en nombre del marxismo acusándolo de sustituir la clase trabajadora
por el partido, lo cual, sostenía, conduciría a un único “dictador” que sustituiría al partido. (Ver I.
Deutscher, El profeta armado, Ediciones ERA, México, 1966, pp. 94 ss.).
171
Engels, La Contribución a la critica de la economía política, de Karl Marx, en O. E. I, p. 379.
121
Lenin - Luxemburg - Lukács

volviera a producirse un movimiento real en la década de 1860, nunca


más volverían a verse a sí mismos como representantes autodesignados
del partido proletario. Por el contrario, cada vez que surgió un verdadero
movimiento de la clase trabajadora y luchó contra el orden existente, aun
cuando fuera impulsado por personas que tenían con ellos marcadas
diferencias teóricas, se identificaron con ese movimiento y lo vieron como
una manifestación del partido “en el gran sentido histórico”. De este
modo, Marx diría a Kugelmann que la Comuna de París era “la hazaña más
gloriosa de nuestro partido desde la insurrección de junio en París”, 173 de
modo muy semejante a aquel en que Engels se refirió a la Comuna como
“sin duda alguna, intelectualmente hija de la Internacional, si bien la
Internacional no levantó un dedo para producirla”. 174 En 1892, en un
trabajo sobre el movimiento alemán dirigido a los socialistas franceses,
Engels subrayó que hablaba “únicamente en mi propio nombre, y de
ninguna manera en nombre del partido alemán. Sólo los comités y
delegados elegidos por este partido tienen derecho a hacerlo”. 175

Quizás merezca señalarse que, a pesar de que en la década de 1850 no


veía base alguna para un partido organizado de los trabajadores en
Alemania, en 1857 instaba al líder cartista Ernest Jones para que en
Inglaterra formara “un partido, para lo cual debía dirigirse a los distritos
fabriles”.176 Lo que entonces tenía en mente era una campaña de
reclutamiento realizada en las áreas industriales, por la National Charter
Association, apoyada en las viejas tradiciones cartistas, con la finalidad de
convertirse en un partido de la clase trabajadora con base amplia y en el
cual desempeñase un papel directivo el mismo Jones, quien al morir en
1869 sería descrito por Engels como “el único inglés educado que, en
definitiva, estuvo por completo de nuestro lado”.177 De este modo, incluso
en sus años de apartamiento, Marx y Engels conservaron y trataron de
realizar allí donde fuera posible su concepción básica del partido como
172
Una generalización infundada de este caso especial históricamente determinado puede
encontrarse en R. Garaudy, Humanisme marxiste (París, 1957) p. 299. [Hay edic. castellana]. A la
pregunta, formulada en relación al ambiente creado por los sucesos de Hungría de 1956:
“¿Dónde está pues la clase trabajadora? Garaudy responde transcribiendo la declaración de Man
y agregando: “Un marxista sólo puede contestar que la clase trabajadora está allí donde un
hombre o grupo de hombres es consciente de la misión histórica de la clase trabajadora y lucha
por llevarla a cabo”. Los escritos más recientes de Garaudy indican que hoy tiene más conciencia
que hace diez años de los peligros implícitos en semejante enfoque paternalista.
173
Marx a L. Kugelmann, 12 de abril de 1871, Correspondencia, cit., pp. 326-327
174
Engels a F. A. Sorge, 12 (y 17) de septiembre de 1874, Ibíd., p. 347.
175
Engels, El socialismo en Alemania, op. cit., p. 247.
176
MaRX a Engels, 24 de noviembre de 1857, Correspondencia, p. 118.
177
Engels a Marx, 29 de enero de 1869, en J. Saville, Ernest Jones, Chartist, op. cit, p. 247.
122
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

una organización en la que la teoría socialista se fusiona con el


movimiento trabajador.

IV
La formación de la Primera Internacional en 1864 dio a Marx (y algo más
tarde a Engels)178 la oportunidad de romper su relativo aislamiento e
integrarse al movimiento obrero de Europa Occidental, que entonces
renacía en una escala mucho más amplia que su predecesor continental
de la década de 1840. Sin abandonar por ello su trabajo teórico, Marx
dirigió cada vez más su atención al Congreso de La Haya de 1872 para
organizar, unir y dirigir esta amplia federación internacional de organiza-
ciones afiliadas de la clase obrera. Al igual que la Liga Comunista, la
Internacional no fue fundada por Marx y Engels sino que surgió
espontáneamente del movimiento obrero de la época, 179 pero, en virtud
de su preminencia teórica e intelectual, 180 ellos llegaron a darle dirección y
perspectiva. A diferencia de lo que había sucedido con la Liga
Comunista,181 empero, en ninguna etapa consideraron a la Internacional
como un Partido Comunista. Tampoco trabajaron con sus seguidores
como si se tratase de un partido, fracción o sociedad secreta organizada
dentro del amplio marco de la Internacional. 182 De todos modos, al hablar
en el Manifiesto Inaugural de la Internacional de “cantidades de hombres
[...] unidos por la asociación y guiados por el saber”, 183 Marx parafraseaba
en términos amplios su concepción de la fusión de la teoría socialista con
el movimiento obrero,184 y en la Internacional, sobre todo después de la

178
Engels sólo pudo llegar al Consejo General de los Internacional cuando se trasladó de
Manchester a Londres en el otoño de 1870. Ver G. Mayer, Friedrich Engels: a Biography, Londres,
1936, p. 197. [Hay edic. cast.].
179
Ver, D. Ryazanoff, “Die Entstehung der Internationalen Arbeiterassoziation”, en Marx-Engels
Archiv (Frankfurt a M., s.f. - 1925-1926), I, pp. 119-202.
180
Cf. Marx a F. Bolte, 23 de noviembre de 1871, Correspondencia, pp. 332-336.
181
Ver, W. Schmidt, Zum Verhaltnis zwischen dem Bund der Kommunisten und der I. Inter-
nationale, en Beitrage, 1964, VI, S.
182
Marx a M. Barry, 7 de enero de 1872, Werke (Berlín, 1966), 33, p. 370. Al parecer, Bakunin
creía, con el único fundamento de una afirmación jocosa que le había hecho Man en 1868, que
en la época de la I Internacional, la Liga Comunista aún existía como una sociedad secreta. Cf.
Michel Bakounine et l’Italie, 1871-1872, Parte 2, Archives Bakounine, Leiden, 1963, I, 2, p. 127, y
A. Lehning, Introducción a Michel Bakounine et les confiits dans l’Internationale, 1872, op. cit., II,
p. XIX.
183
Cf. O. E., I, p. 396.
184
El doctor Ernest Engelberg, en su Johann Philipp Becker in der I, Internationale (Berlín, 1964),
p. 30, sin embargo, va mucho más allá cuando afirma que con esta formulación de 1864 Marx se
refiere al “partido disciplinado, centralizado” y con su “teoría científica”.
123
Lenin - Luxemburg - Lukács

Comuna de París, él y Engels desarrollarían más plenamente las que hasta


entonces habían sido sus ideas sobre la organización del partido. En
contraste con el avanzado programa teórico de la Liga Comunista, Marx
dio forma al programa de la Internacional –del cual redactó el preámbulo
a los estatutos–185 “en una forma aceptable desde el punto de vista actual
del movimiento obrero”, según afirmó a Engels. 186 Este movimiento debía
abarcar a los líderes liberales de los sindicatos británicos, los partidarios
de Proudhon en Francia, Italia y España, y a los de Lasalle en Alemania. 187
Admitió tanto miembros individuales como organizaciones afiliadas. 188 El
principio de que debía “dejarse a todo sector que diese forma libremente
a su propio programa teórico”,189 llevó a Marx a proponer la aceptación en
la Internacional de las fracciones de la Alianza Internacional de la
Democracia Socialista, de Bakunin, que solicitaron entrar en 1868, a pesar
de que tenía muy fuertes objeciones a su programa y de que sospechó
desde un principio los motivos que impulsaban a Bakunin a integrarse a la
Internacional.190 Durante los primeros años de la Internacional, en la
redacción de sus documentos, Marx se limitó a “aquellos puntos que
permiten un acuerdo inmediato y una acción concertada de los obreros y
dan un alimento directo y un impulso a las exigencias de la lucha de clases
y a la organización de los obreros en clase”. 191 Desde un comienzo
comprendió que “tomará cierto tiempo hasta que el reanimado
movimiento se permita la antigua audacia de expresión”. 192 Sin embargo,
confiando, “para el triunfo último de las ideas expuestas en el Manifiesto
[...], sólo y exclusivamente en el desarrollo intelectual de la clase
trabajadora, que necesariamente debe surgir de la acción y la discusión
concertadas”,193 a medida que el movimiento se desarrollaba logró apoyo
para demandas de un carácter cada vez más socialista. 194 Así en 1868,
pese a la disminuida oposición de los partidarios de Proudhon, la Inter-
nacional, iniciada sin compromiso alguno respecto de la propiedad
185
O. E., I, pp. 398-401.
186
Marx a Engels, 4 de noviembre de 1864, Correspondencia, p. 178.
187
Ver Engels, Prefacio a la edición alemana (1890) del Manifiesto, en O. E., I, p. 18.
188
Estatutos Generales de la A.I.T., en O. E., I. pp. 389-401.
189
Documentos on the First International (Moscú, n.d. 1966? ), vol. III, p. 311.
190
Ver Marx Notas marginales sobre el programa y los estatutos de la Alianza, 15 de diciembre de
1868, en Ibid, pp. 373-7. (En el programa, junto con las palabras “fondue entiérement dans la
grande Association Internationale des Travailleurs”, Marx escribe: “fondue dans, et fondée
contre!”, p. 273).
191
Marx a Kugelmann, 9 de octubre de 1866, Correspondencia, p. 232.
192
Marx a Engels, 4 de noviembre de 1864., Ibíd, p. 182.
193
Engels, op. cit., p. 30.
194
Ver, v.g., la Introducción de I. Freymond a La Première Internationale: Recueil de Documents
(Ginebra, 1962), I, pp. X-XI.
124
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

pública, salió oficialmente en defensa de la propiedad colectiva de las


minas, ferrocarriles, tierras de labranza, bosques y medios de
comunicación.195

En la primavera de 1871 la Comuna de París, memorablemente defendida


por Marx en nombre del Consejo General en La guerra civil en Francia,
planteó muy agudamente el problema de las formas más efectivas de
acción política encaminadas a obtener el poder político para la clase
trabajadora, que el aumento del sufragio en la clase obrera, 196 así como la
campaña “abstencionista” realizada por los bakuninistas en la Inter-
nacional, también habían ayudado a convertir en un tema de importancia.
Tras una discusión en la que participaron tanto Marx como Engels, 197 la
Conferencia de Londres aprobó su famosa Resolución IX, citada al
comienzo de este ensayo, con la cual la Internacional, por primera vez en
su historia, se manifestaba oficialmente a favor de la “constitución de la
clase trabajadora en un partido político”. 198 Este objetivo fue incorporado
a los estatutos de la Internacional en el Congreso efectuado en La Haya un
año después. ¿Qué significa aquí, empero, esta tan citada pero poco
analizada formulación? En su estudio de la Conferencia de Londres
–estimulante y bien documentado, aunque a menudo polémico– el doctor
Miklos Molnar, de Ginebra, interpreta esta resolución, junto con las
relativas a las cuotas y estadísticas, como una manera de allanar el
terreno para que la Internacional “se convierta en una especie de partido
internacional centralizado”.199 Aunque hasta ese momento Marx había

195
La Première Internationale, op. cit., pp. 405-406.
196
En 1867 Bismarck había introducido el sufragio universal en la Confederación Alemana del
Norte y lo extendió al nuevo Reich Alemán en 1871. Los trabajadores urbanos habían votado de
acuerdo con el Segundo Proyecto de Ley de Reforma de 1867.
197
Ver La Première Internationale, op. cit., II, pp. 191 ss. Un registro más completo del discurso de
Engels, que sólo se refiere específicamente a la necesidad de que los trabajadores formen un
partido independiente, se encuentra en Werke (Berlín, 1922), 17, p. 416.
198
The International Herald, n.° 37, 14 de diciembre de 1872.
199
M. Molnar, Le Déclin de la Première Internationale (Ginebra, 1963). En el pasado un buen
número de historiadores soviéticos interpretaron las decisiones de la Conferencia de Londres del
mismo modo en que Molnar lo hace aquí. Ver, v.g., I. M. Kriwogus y S. M. Stexkewitsch, Abriss
der Geschchte der I. und II. Internationale (Berlín, 1960), p. 130: “En las decisiones relativas a la
cuestión organizativa se expresó el objetivo de convertir la Internacional en un partido político
internacional de la clase trabajadora”; cf. K. L. Seleznev, K. Marks i F. Engels o revoliutsionnoy
partii proletariata (Moscú, 1955), p. 26; A. Y. Koroteeva, “The Hague Congress in the First
International”, en I. S. Galkin, comp., op. cit., p. 596. G. Stekloff, en su History of the International
(Londres, 1928), p. 181, sostuvo que Marx pensaba convertir la Internacional en un partido
obrero internacional, cuyo comité ejecutivo, en ausencia de partidos nacionales que pudieran
oponerse a ello, sería el Comité general (Molnar, p. 134, no 18, se aleja de esta concepción
extrema). En los últimos años, empero, los colegas soviéticos llegaron a adoptar una posición más
correcta al considerar que las decisiones de la Conferencia de Londres tenían por finalidad “la
125
Lenin - Luxemburg - Lukács

visto la Internacional como una “red de sociedades afiliadas”, 200 Molnar


sostiene que Marx la concibió, como lo manifestó abiertamente en la
Conferencia de Londres, con “la idea de transformar todas estas sociedades
y agrupamientos heterogéneos en un partido internacional”. 201

Molnar no puede citar declaraciones de Marx o Engels para basar su


interpretación de la resolución de la Conferencia de Londres e ignora
algunos datos muy sólidos que indican que las intenciones de ellos eran
muy diferentes. Es por ello que, en 1893, Engels saludaría la formación del
Partido Laborista Independiente en Gran Bretaña diciendo que “este
nuevo partido era el mismo partido que los viejos miembros de la
Internacional deseaban que se formara” cuando, en la Conferencia de
1871, promulgaron su resolución “en favor de un partido político
independiente”.202 Además, en el volante La Sección Exterior de Manchester
a todas las secciones y miembros de la Federación Británica, que Engels
redactó en diciembre de 1872 203 escribió que la resolución “meramente
demanda la formación, en todos los países, de un partido independiente
de la clase obrera, opuesto a todos los partidos de la clase media”. 204 Vale
decir, prosigue, que “aquí, en Inglaterra, la clase trabajadora se niegue a
seguir sirviendo de furgón de cola del ‘gran partido Liberal’ y forme su
propio partido independiente, como lo hizo en los gloriosos tiempos del
gran movimiento cartista”.205 Retornamos, pues, al modelo del movimiento
masivo cartista –“el primer partido obrero de nuestro tiempo”– 206 que,
creación en cada país de un partido proletario independiente”. (Ver B. E. Kunina, Iz Istorii
deyatel'nosti Marksa v General'nom Sovete I. Internatsional, 1871-1872, en L. I. Gol’man, comp.,
Iz Istorii Marksizma i Mezhdurarodnogo rabochego Dvizheniya (Moscú, 1963), p. 349; I. A. Bakh,
comp., Pervyi Internatsional (Moscú, 1965), II, p. 137.
200
Entrevista con Marx, en World (New York), 18 de julio de 1871 reproducida en New Politics, II,
1 (New York, 1962), p. 130.
201
M. Molnar, op. cit., p. 35.
202
The Workman’s Times, 25 de marzo de 1893. El informe aparecido allí de este importante
discurso pronunciado por Engels el 18 de marzo de 1893 en una reunión londinense en que se
conmemoraba la Comuna de París no aparece en las Werke, ni en las Socheniya rusas, cuyas
segundas ediciones siguen las primeras y cuya cronología de la vida de Engels no hace referencia
alguna a este discurso (Ver Werke, 22, p. 673). No obstante, lo cita S. Bünger, Friedrich Engels und
die britische Sozialistische Bewengung von 1881-1895 (Berlín, 1962), p. 207. Esta última obra se
apoya en una gran variedad de fuentes originales y presenta un tratamiento empírico y analítico
sumamente valioso de este período. Es de esperar que el creciente número de estudios sobre la
historia del movimiento obrero de este país encuentre pronto un traductor y un editor ingleses.
203
El hecho de que Engels fue autor de este documento está señalado en cartas dirigidas a F. A.
Sorge, de K. Marx del 21 de diciembre de 1872 y de F. Engels del 4 de enero de 1873, en Briefe
und Auszüge aus Bríefen von Joh. Phil. Becker, J. Dietzgen, F. Engels, K. Marx, u. A an F. A. Sorge u.
Andere (Stuttgart, 1906), pp. 86, 88.
204
Marx/Engels, On Britain (Moscú, 1962), p. 500.
205
Ibíd., p. 500.
206
Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, O. E., II, p. 11.
126
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

como ya se explicó, estaba en el pensamiento de los autores del Manifiesto


Comunista cuando hablaban de la “organización del proletariado en clase
y por tanto, en partido político”.207

En 1871 Marx y Engels también pensaban en otro modelo más reciente.


Este era el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, formado en Eisenach
dos años antes. La posición antibelicista adoptada por sus dirigentes Bebel
y Liebknecht en el Reichstag el año anterior fue citada por Marx en la
Conferencia de Londres como un ejemplo de la importancia de tener
representantes obreros en los parlamentos nacionales,208 como lo hizo
Engels al escribir al Consejo Federal Español de la Internacional el 13 de
febrero de 1871.209 En esta importante carta, escrita poco antes de la
Comuna de París, Engels sostiene que:

“la experiencia ha demostrado en todas partes que el mejor modo


de emancipar a los trabajadores de esta dominación de los
antiguos partidos es formar en cada país un partido proletario con
una política propia, una política completamente distinta de la de
los demás partidos”.210

De este modo, desde 1871 Marx y Engels consideraban que la


Internacional debía trabajar para la formación de partidos obreros
nacionales independientes. No tenían ningún deseo de prescribir una
forma como el modelo para todos los países, ni la del tipo más “marxista”
de partido, como el desarrollado en Eisenach “bajo la influencia de (sus)
puntos de vista teóricos”,211 ni la del movimiento cartista, menos
desarrollado teóricamente pero de base más amplia.212 Tampoco trataban,
como afirma Molnar, de tener una Internacional “provista de una doctrina
común”.213 El “programa teórico común” –que, según había previsto Marx
en 1869, sería creado “gradualmente” a través del intercambio de ideas
en toda la Internacional– era concebido en términos bastante amplios.
Dos días después del cierre de la Conferencia de Londres, Marx pronunció
un discurso en una comida para delegados donde hizo hincapié en que “la
207
O. E., I, p. 31.
208
La Première Internationale, op. cit., II, pp. 195, 224.
209
Sel. Cor. (Moscú), p. 315.
210
Ibíd
211
Engels a A. Bebel, 14 de noviembre de 1879, Werke (Berlín, 1966, 34, p. 421.
212
“La Asociación no dicta la forma de los movimientos políticos”, dijo Marx dos meses antes de
la Conferencia de Londres. “En cada parte del mundo se presenta algún aspecto especial del
problema, y los trabajadores de allí lo consideran a su modo”. (World, 18 de julio de 1871, op.
cit., p. 130).
213
Molnar, op. cit., p. 137.
127
Lenin - Luxemburg - Lukács

Internacional no presenta credo particular alguno. Su tarea es organizar


las fuerzas de los trabajadores, ligar los diversos movimientos obreros y
combinarlos”.214 (De modo bastante irónico, ¡un registro completo de este
discurso es presentado por Molnar como apéndice!) 215 Incluso en agosto
de 1872, en el punto culminante de la más acerba batalla con los
anarquistas, a cuyas teorías Marx y Engels se oponían personalmente de
modo irreconciliable, el segundo dejó sentado con claridad que ellos
consideraban que Bakunin y sus partidarios tenían, dentro de la Inter-
nacional, derecho a hacer “propaganda en favor de su programa”.216

El conflicto entre Marx y Bakunin, como señala Julius Braunthal en su


Geschichte der Internationale, “no fue provocado por contradicciones
teóricas sino por el problema de la organización de la Internacional”. 217 A
pesar de su demagogia libertaria, Bakunin trató de colocar esa
organización bajo la oculta e irresponsable tutela de una sociedad o
sociedades secretas jerárquicamente organizadas. “Si formáis esta
dictadura colectiva e invisible, triunfaréis, la bien dirigida revolución
triunfará. Si no lo hacéis, eso no ocurrirá”, escribía Bakunin en abril de
1870 a su partidario Albert Richard.218

La verdadera disyuntiva que estaba en juego entre Marx y Bakunin era si


la Internacional debía dirigirse como una organización pública y
democrática, en consonancia con las normas y políticas fijadas en sus
congresos, o si debía permitirse que Bakunin “paralizase (su) acción
mediante intrigas secretas”,219 y que las federaciones y secciones se
rehusasen a aceptar las decisiones de congresos con las que estuvieran en
desacuerdo.220 Aunque es indudable que a veces Marx y Engels sobre-
estimaron las verdaderas ramificaciones de las sociedades secretas de
Bakunin (al viejo conspirador a veces le resultaba difícil no perder de vista

214
Documents on the First International, op. cit., III, p. 310.
215
Informe aparecido en el World (New York) del 15 de octubre de 1871, reproducido por
Molnar, op. cit., p. 237.
216
Engels, Informe sobre la Alianza Democrática Socialista, Werke, 18, p. 141.
217
J. Braunthal, Geschichte der Intemationale (Hannover, 1961), I, p. 186.
218
La Revue de París, 1896, p. 131, citada por A. Lehning en su Introducción a Michael Bakounine
et l’Italie, Parte 2, Archives Bakounine, op. cit., I, 2, p. XXXVI; cf. Ibid. ; pp. 251-2 y La Première
Internationale, op. cit., II, pp. 474-5.
219
Marx a Lafargue, 19 de abril de 1870, en Instituto G. Feltrinelli, Annali (Milano, 1958), I, p. 176.
220
Ver, v.g., Circulaire a toutes les fédérations de l’Association Internationale des Travailleurs (del
Congreso Sonvillier, 1871), en Archives Bakounine, op. cit. I, 2, esp. p. 405, que rechaza “todo
liderazgo investido de autoridad (toute autorité directrice) aún cuando éste haya sido elegido por
los obreros y cuente con su consentimiento”.
128
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

a todas ellas y distinguir entre la realidad y los proyectos fantásticos de su


cerebro de intrigante),221 y que en el calor de la batalla a veces incurrieron
en algunas exageraciones polémicas y en ataques personales de
inadecuado fundamento222 (ninguno de los cuales, empero, descendió al
nivel de la militancia antisemita que este supuesto internacionalista
inyectó en sus ataques a Marx)223 Bakunin Ies dio amplias razones para
que cerrasen sus filas a fin de asegurar su derrota y expulsión en el
Congreso de La Haya de septiembre de 1872.

No debe pensarse que las propuestas de Marx y Engels para acrecentar


los poderes del Consejo General, adoptadas en ese congreso, estaban
destinadas a poner en práctica una versión de la propuesta mazzinista en
favor de “una especie de gobierno central de las clases obreras europeas”,
cuyo rechazo Marx había logrado en los primeros tiempos de la Inter-
nacional,224 ni el liderazgo completamente autoritario en que pensaban
los blanquistas franceses cuando pidieron que la Internacional fuese “la
vanguarida internacional de la revolución proletaria” y luego del Congreso
de La Haya la criticaron por ser, en una medida excesiva, una “institución
parlamentaria”.225 Todo lo que Marx y Engels proponían era que el
derecho del Consejo General a expulsar secciones, votado en el Congreso
de Basilea de 1869 con el más completo apoyo de Bakunin,226 se ampliase
a fin de incluir también a las federaciones,227 pero en condiciones tales
como para, como subrayó Marx, “someter el Consejo General a un
control”.228

221
Ver, E. H. Carr, Michael Bakunin (Londres, 1937), pp. 420-423; M. Netlau, Michael Bakunin
(Londres, 1898, producido privadamente por un copista), Parte 3, p. 724.
222
Ver, F. Mehring, op. cit., p. 374.
223
Ver, v.g., Archives Bakounine, I, a, pp. 124-6, donde Bakunin se refiere a los judíos como a “una
secta explotadora, un pueblo de chupasangres, un parásito devorador que no tiene igual,
estrecha e íntimamente organizado... que pasa por encima de todas las diferencias de opinión
política”, y se decía que Marx y los Rothschild se tenían en alta estima!
224
Marx a Engels, 4 de noviembre de 1864, Correspondencia, p. 181.
225
E. Vaillant y otros, Intemationale et Révolution, en Archives Bakounine, II, pp. 363, 366.
226
Der Vorbote (Ginebra), marzo de 1870, pp. 41-42; Archives Bakounine, I, 2, pp. 211-2, 214-215;
J. Guillaume, L’Internationale: Documente et Souvenirs (París, 1905), 1, pp. 207-8.
227
H. Gerth, comp., The First Internationals Minutes of the Hague Congress of 1872 (Madison,
1958), p. 287.
228
Address of the British Federal Council, redactado por Marx, en Werke, 1872, p. 205.
129
Lenin - Luxemburg - Lukács

Durante los hechos que siguieron a la Comuna de París, enfrentados a la


persecución de las fuerzas reaccionarias de Europa y a la separación de los
bakuninistas, Marx y Engels no tenían otra alternativa que luchar por dar
a la Internacional un efectivo liderazgo centralizado. Con todo, al hacerlo
precipitaron el fin de la organización. Sus propuestas proporcionaron a
Bakunin una popular plataforma “antiautoritaria” para movilizar la
oposición al Consejo General en Suiza, Italia, España y Bélgica, a la cual se
asociaría un sector sustancial de los británicos, que con anterioridad
habían apoyado a Marx contra los partidarios de Proudhon y que no
tenían simpatías por los anarquistas. 229 Antes de arriesgarse a que el
Consejo General estuviese controlado en el futuro inmediato por los
blanquistas –con los cuales habrían tenido que unirse para derrotar a
Bakunin o quizás más tarde por los bakuninistas– Marx y Engels
convencieron al Congreso de La Haya para que trasladase su sede a Nueva
York. Este congreso, como Engels reconocería en otoño de 1874, había
marcado efectivamente el fin de la Primera Internacional. 230 El “mundo
proletario”, escribió, se ha agrandado demasiado como para que volviera
a existir “semejante alianza de todos los partidos proletarios de todos los
países”. La siguiente Internacional, pensaba, luego de que hubiera cundido
la influencia de los trabajos de Marx, será “directamente comunista y
proclamará abiertamente nuestros principios.

De modo paradójico, un importante factor que impidió el resurgimiento


de la Primera Internacional que Marx y Engels habían esperado en el
primer período que siguió al Congreso de La Haya fue el desarrollo de
partidos obreros nacionales. Los nuevos Estatutos del Congreso habían
tenido la finalidad de fomentar el desarrollo de esos partidos, pero éstos,
en la práctica, al desarrollarse como organizaciones autónomas, tendieron
a oponerse unos a otros. Molnar está en lo justo cuando dice de estos
partidos, que la Internacional “les dio vida y murió a causa de ellos”. 231 El
doctor Roger Morgan, en su bien documentado estudio del primero y más
importante de estos partidos,232 mostró en detalle cómo el surgimiento
del Partido de Eisenach, al remplazar de hecho al grupo de lengua
alemana de la Internacional conducido por J. P. Becker desde Ginebra,

229
H. Collins y C. Abramsky, Karl Marx and the British Labour Movement (Londres, 1965), pp. 248 ss.
230
Engels a Sorge, 12 (y 17) de septiembre de 1874, Correspondencia p. 374.
231
Molnar, op. cit., p. 137.
232
R. P. Morgan, The German Social Democrats and the First International (Cambridge, 1965).
130
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

condujo a una disminución de las actividades directas de la Internacional


en Alemania debido a la preocupación que los hombres de Eisenach
tenían por sus propias campañas nacionales.233 Marx y Engels nunca se
aferraban a una forma dada de organización cuando pensaban que el
movimiento real la había superado y ésta se había convertido en una
“traba”234 para su posterior desarrollo. Aunque la posición que adoptaron
en 1871-1872 no salvó a la Primera Internacional, ayudó a proporcionar
principios políticos y organizativos a los nuevos partidos que habrían de
surgir y, la mayoría de las veces, a tomar un carácter más o menos
marxista.235 También ayudó a asegurar que la Segunda Internacional,
formada con el entusiasta apoyo de Engels 236 en 1889, aunque no fuera
“directamente comunista”, estuviera muy influida por el marxismo. Al
comentar la decisión unánime de su Segundo Congreso de 1891 de excluir
a los representantes de los grupos anarquistas, Engels escribió:

“Con esto la vieja Internacional llega a su fin; con esto vuelve a


comenzar la nueva Internacional. Esta es pura y simplemente la
ratificación, con diecinueve años de atraso, de las resoluciones del
Congreso de La Haya”.

233
Ibid., pp. 182-188, 204, 219-228. Ver También Werke, 33, pp. 287, 322-323, 361-362, 461-462,
467, 567; Mehring, op. cit., pp. LL, Braunthal, op. cit., p. 195.
234
S. W., II, p. 323.
235
Ver Engels, The Sonvilliers Congress and the International, Werke, pp. 477-478. También D.
Lekovic, “Revolucionarna delatnost Prve internacionale kao faktor razvitka marksima”, Prilozi za
istorifu socijalizma, II, (Belgrado, 1964), [esp. pp. 37-50], que trata algunos problemas
importantes de las ideas de Marx y Engels sobre la organización en este período, tales como la
relación entre el centralismo y la autonomía, la mayoría y la minoría y la concepción del
sectarismo. Véase, además, B. E. Kunina, en L. I. Gol’man, comp., op. cit., pp. 347-351.
236
Engels a Sorge, 17 de julio de 1889, en Briefe und Auszüge, pp. 316-318.
131
Lenin - Luxemburg - Lukács

V
Cuando en 1863 Lasalle fundó la Unión General de los Trabajadores
Alemanes (ADAV) cumplió, según el juicio de Marx, un “servicio inmortal”
por la revitalización del movimiento independiente de los trabajadores
tras quince años de adormecimiento.237 Con todo, aunque Marx reconociese
lo que había de positivo en una organización obrera independiente como
la ADAV y contribuyese durante un corto tiempo, entre 1864-1865, a su
periódico, él y Engels por lo común la describían como una “secta
obrera”238 antes que como un partido de los trabajadores. Veían el intento
lasalleano de prescribir a los trabajadores el curso a seguir “conforme a
determinada receta dogmática”,239 su inapropiada agitación (al menos
antes de 1868) en favor de una plena libertad política, su culto al liderazgo
y la organización “estricta”,240 que la ADAV trataba de imponer incluso a
los sindicatos que formaba241 como expresiones de su carácter sectario.
En oposición a todo esto, en 1868 Marx escribió a Schweitzer, presidente
de la ADAV, que, sobre todo en Alemania, “donde el obrero es
burocráticamente disciplinado desde la infancia y cree en la autoridad y
los organismos ubicados por encima de él, lo más importante es enseñarle
a actuar con independencia”.242

Desde 1865 Marx concentró sus esfuerzos en la formación de secciones


de la Internacional en Alemania, para las cuales se reclutaban miembros
individuales. Consideraba que éstas preparaban el terreno para un partido
nacional de los trabajadores, cuya creación se veía facilitada por la
agitación de Bismarck en favor de la unificación alemana.243 La publicación,
hace exactamente un siglo, del primer volumen de El Capital, con el cual
Marx esperaba “elevar el Partido todo lo que fuera posible”, 244 y que al
año siguiente recibiera sendas bienvenidas en los congresos nacionales de
las dos principales organizaciones obreras alemanas: la ADAV 245 y la
Asociación de Organizaciones Obreras de Alemania, conducida por Bebel y

237
Marx a J. Schweitzer, 13 de octubre de 1868 (borrador), en Correspondencia, p. 269.
238
Ver, v.g., Engels a Kugelmann, 10 de julio de 1869, Werke, 32, p. 621.
239
Marx a Schweitzer, op. cit., p. 270.
240
Engels a Marx, 24 de septiembre de 1868, Werke, 32, p. 161.
241
Engels a Marx, 30 de septiembre de 1868, Ibíd., p. 170.
242
Marx a Schweitzer, 13 de octubre de 1868, Ibíd, p. 570.
243
Engels a Marx, 25 de julio de 1866, Correspondencia, p. 229.
244
Marx a Kugelmann, 11 de octubre de 1867, en Letters to Kugelmann (Londres, 1941), p. 50.
245
M. M. Mijailova, K istorii raspostranentya I. toma “Kapitala”, en L. I. Gol’man. comp., op. cit., p.
425.
132
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Liebknecht,246 iba también en ese sentido. En un congreso efectuado en


Eisenach en 1869 la Asociación de Bebel se unió con los elementos de la
oposición de la ADAV para formar el Partido Obrero Social Democrático
Alemán sobre la base de un programa que mostraba la influencia del
marxismo, si bien su demanda de un “estado de libertad para el pueblo” y
algunas formulaciones lasalleanas no tuvieron la aprobación de Marx y
Engels.247 Aunque en algunos sentidos no era tan directamente socialista
como la ADAV, el nuevo partido, según lo veían Marx y Engels, tenía sobre
la primera la gran ventaja de oponerse sin retaceos al nacionalismo de
Bismark y de estar organizado de acuerdo con lineamientos completa-
mente democráticos. En él Marx y Engels llegaron a reconocer un partido
proletario genuino248 y, por primera vez desde la disolución de la Liga
Comunista en 1862, aplicaron la expresión “nuestro partido” a un partido
político organizado de la época.249

Cuando en 1875 se acordó hacer en Gotha un congreso unitario entre las


dos organizaciones alemanas de trabajadores y se dio a conocer el esbozo
de un programa para el nuevo partido, Marx y Engels escribieron sus
famosas criticas de las insuficiencias teóricas del programa 250 para que las
considerasen en privado los líderes de Eisenach. “Cada paso de movimiento
real vale más que una docena de programas”, escribió Marx. “Por lo
tanto, si no era posible... ir más allá del programa de Eisenach, habría que
haberse limitado simplemente, a concertar un acuerdo para la acción
contra el enemigo común”.251 A pesar de estos recelos, Marx y Engels se
asociaron con el nuevo partido unido y no pasaría mucho tiempo antes de
que se refiriesen a él como a “nuestro partido”, 252 y al fin de su vida Engels
elogiaba la fusión por el “inmenso incremento de fuerza” que había
acarreado.253

Aunque se regocijaban ante el impresionante crecimiento del nuevo


partido, Marx y Engels hicieron críticas cada vez que vieron signos de “una
vulgarización (Verluderung) del partido y la teoría”254 en sus filas. De este

246
W. Liebknecht, discurso de clausura del Congreso de Nuremberg de las Asociaciones Obreras
Alemanas, 1868, en Die I. Internationale in Deutschland (Berlín, 1964), p. 245.
247
Ver, v.g., Marx, Notas sobre “Estatismo y anarquía” de Bakunin, Werke, 18, p. 636.
248
Ver, Engels, Prefacio (1874) a La guerra campesina en Alemania, O. E. I, p. 678.
249
Ver, v.g., Engels a Bebel. 18-28 de marzo de 1875, Correspondencia, p. 349.
250
Crítica del programa de Gotha. en O. E., II, pp. 5-42.
251
Marx a Sorge, 19 de octubre de 1877, Correspondencia, p. 367.
252
Ibíd
253
F. Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, en O. E., II, p. 92.
254
Marx a Sorge, 19 de septiembre de 1879, Sel. Cor., p. 350.
133
Lenin - Luxemburg - Lukács

modo, en septiembre de 1879 enviaron una circular con duras palabras a


los dirigentes del Partido, en la que criticaban la actitud conciliatoria de
éstos hacia ciertos “representantes de la pequeña burguesía” 255 que
trataban de “combatir el carácter proletario del Partido” 256 y así actuaban
como un “elemento adulterante” 257 dentro del mismo. Hallaban “incom-
prensible” que el Partido pudiese “seguir tolerando [...] en su seno” 258 a
personas que decían que los obreros eran demasiado incultos como para
emanciparse por su cuenta. 259 En 1882 Engels escribió a Bebel que no
abrigaba ilusiones respecto de que “un día llegaría a una disputa con los
elementos del Partido inclinados hacia la burguesía y a una separación de
las alas izquierda y derecha”,260 preferiblemente después de que se
hubiera derogado las Leyes Antisocialistas introducidas en 1878.261

Durante los últimos años de su vida, Engels aprobó en sus elementos


esenciales la línea seguida por el Partido y el nuevo programa que éste
adoptó, luego de haber criticado su primer esbozo en el Congreso de
Erfurt 1891.262 Expresó su orgullo por ”nuestros” éxitos electorales que en
1893 veía aproximarse al límite de los dos millones de votos, y con
excesivo optimismo predijo que habría una mayoría electoral y un
gobierno socialista en el poder entre 1900 y 1910. 263 En 1895, pocos
meses antes de su muerte, elaboró, en su introducción a Las luchas de
clases en Francia de 1848 a 1850 de Marx, la justificación teórica del
“método de lucha del proletariado totalmente nuevo” que se había
abierto por el empleo eficaz del sufragio universal 264 relegando al pasado
“la época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por
pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes”.265
No obstante, señaló a Paul Lafargue que las tácticas esbozadas allí no
podían repetirse totalmente en Francia, Bélgica, Italia y Austria, y que “en

255
Marx/Engels a Bebel, Liebknecht, W. Bracke y otros (carta circular), de mediados de septiembre
de 1879, Correspondencia, pp. 390.
256
Ibíd. p. 386.
257
Ibíd, p. 392.
258
Ibíd, p. 392.
259
Ibíd, p. 392.
260
Engels a Bebel, 21 de junio de 1882, en F. Engels, Briefe an Bebel, (Berlín, 1958), p. 64.
261
Ibíd, p. 64; cf. Briefe und Auizüge, pp. 203-4
262
Engels a Sorge, 24 de octubre de 1891, Correspondencia, pp. 502-3. Carl Schmid, en su artículo
“Ferdinand Lassalle und die Politisierung der deutschen Arbeiterbewegung”, III, p. 6, señala que
fue especialmente en el Congreso de Erfurt que el partido “de modo oficial, se separó
ideológicamente de la opinión de Lassalle”.
263
Interview with the “Daily Chronicle”, 1° de julio de 1893, en Engels/Lafargue, op. cit., III, p. 400.
264
O. E., p. 125.
265
Ibíd, p. 129.
134
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Alemania pueden resultar inaplicables mañana”.266 Engels consideró


inadecuado el rótulo de “socialdemócrata” para un partido “cuyo
programa económico no sólo es en general socialista sino directamente
comunista, y como objetivo político último es la abolición de todo el
estado y, de este modo, también de la democracia”. 267 El profesor Harold
Laski, en su introducción a la edición del Manifiesto aparecida en ocasión
del centenario del partido laborista no quiso reconocer que Marx y Engels
desarrollaron su concepto del partido luego de 1848. “La idea de un
partido comunista independiente data de la revolución rusa”, afirma, “no
estaba presente en el pensamiento ni de Marx ni de Engels”, 268 quienes,
por ejemplo, “nunca trataron de fundar un Partido Comunista Alemán
Independiente”.269 No ve que para ellos el “comunismo alemán” –que,
como Engels escribió a Sorge en 1874, “todavía no existía como un
partido obrero”–270 gradualmente llegó a existir luego de 1869 en la forma
de los partidos socialistas dirigidos por Bebel y Liebknecht.

Las concepciones de Marx y Engels sobre el desarrollo de un partido


marxista en Francia en el mismo período tampoco prestan apoyo a la
afirmación general de Laski en el sentido de que “ellos siempre apoyaron
partidos de la clase obrera, aun cuando éstos no fueran comunistas, sin
formar un partido separado y propio”, con independencia del hecho de
que “semejante partido pueda tener un programa inadecuado”. 271 De
hecho, en 1882 Engels prestó su apoyo a Guesde y a la minoría
izquierdista cuando se retiraron del Congreso de St. Etienne del Partido
Francés de los Trabajadores,272 al que entonces dividieron en un partido
guesdista y un partido “posibilista”. Engels describió esta separación de
“elementos incompatibles” como “inevitable” y “buena”. 273 En una carta
dirigida a Bernstein informaba que el ala derecha “posibilista” había
“reemplazado el preámbulo comunista” del programa partidario de 1880
redactado por Marx”por las normas de la Internacional de 1866”, 274 las
cuales, dijo, “se habían estipulado de modo tan amplio debido a que los

266
Engels a Lafargue, 3 de abril de 1895, Sel. Cor., p. 569.
267
Engels, Postfacio al folleto Internationales aus dem Volksstaat, Werke, 22, p. 418.
268
H. J. Lasky, Communist Manifesto; A Socialist Landmark (Londres, 1948), p.75.
269
Ibíd, p. 39.
270
Engels a Sorge, 12 (y 17) de sept. de 1874, Correspondencia, p. 346. El subrayado es mío (M. J.).
271
Laski, op. cit., p. 57. El subrayado es mío (M. J.).
272
Ver Lafargue a Engels, 10 de agosto de 1882, en Engels/Lafargue, Correspondence, I, pp. 102-3.
273
Engels a Bernstein, 20 de octubre de 1882, Sel. Cor., p. 424.
274
En realidad el preámbulo posibilista, del cual puede suponerse que Engels en ese entonces
conocía sólo informes limitados, iba mucho más allá de los Reglamentos de la Internacional de
1866. (Ver su texto en Engels/Lafargue, Correspondence I, p. 108).
135
Lenin - Luxemburg - Lukács

partidarios franceses de Proudhon eran muy reaccionarios y, sin embargo,


no hubiera sido correcto excluirlos”.275 Si, como hacían los posibilistas, se
creaba “un partido sin un programa, al que pudiera ingresar cualquiera,
entonces ya no se tendría un partido”, sostenía. “Hallarse por un momento
en minoría con un programa conecto –en tanto organización– es mejor
que tener un gran número de seguidores, que sólo nominalmente pueden
ser considerados como partidarios”.276

VI
La idea de un amplio partido obrero, favorecida por Marx y Engels en el
caso de Gran Bretaña y los Estados Unidos, y desarrollada más
plenamente por el último luego de la muerte de su amigo, cuando en las
décadas de 1880 y 1890 surgió un movimiento obrero espontáneo en
ambos países, pareciera ser exactamente aquello a lo que ambos se
oponían en Alemania y Francia. En una carta dirigida a Florence Kelley
Wischnewetsky a fines de 1886, Engels afirma respecto de las siguientes
elecciones norteamericanas, que “uno o dos millones de votos obreros
[...] a favor de un partido obrero de buena fe, valen actualmente
infinitamente más que cien mil votos obtenidos por una plataforma
doctrinariamente perfecta.”277 Aunque no se hacía ilusión alguna respecto
del atraso teórico de los Knights of Labour y de Henry George, cuya
“bandera” este partido había levantado. 278 no pensaba que había llegado
el momento de hacer una crítica completa de cualquiera de ellos.
“Consideraría como un gran error... todo lo que pudiera retardar o
impedir la consolidación nacional del partido obrero –no interesa cuál sea
su plataforma”– explicaba. 279 Esta consolidación podría producirse a
través de la “unificación de los diversos cuerpos independientes en un
ejército nacional de los trabajadores”, 280 escribió en su prefacio a la
edición norteamericana de 1887 de La situación de la clase obrera en
Inglaterra. Este ejército tendría “como meta la conquista del Capitolio y la
Casa Blanca”.281

275
Engels a Bernstein, Sel Cor., p. 424.
276
Engels a Bernstein, 28 de noviembre de 1882, en E. Bernstein, Die Briefe von Friedrich Engels
und Eduard Bernstein (Berlín, 1925), pp. 102-3.
277
Engels a F. Wischnewetsky, 28 de diciembre de 1886, Correspondencia, p. 466.
278
Engels a Sorge, 29 de noviembre de 1886, Ibíd, p. 463.
279
Engels a Wischnewetsky, Ibíd., p. 466.
280
L. A., p. 290.
281
Ibíd., p. 286.
136
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

En una serie de artículos aparecidos en 1881 en el “Labour Standard”


Engels instó al movimiento obrero británico a formar su propio “partido
político de los trabajadores”282 y a enviar sus propios representantes al
parlamento.283 En una brillante anticipación de la forma de organización
que adoptaría dos décadas más tarde el Partido Laborista, 284 escribió:
“Junto a o por encima de los sindicatos de gremios específicos, deben dar
nacimiento a un sindicato general, una organización política del conjunto
de la clase trabajadora”285 Cuando, a partir del levantamiento militante de
1888-1889 y de los primeros éxitos de los candidatos laboristas indepen-
dientes en 1892, se formó en 1893 el Partido Laborista Independiente,
Engels públicamente “instó a todos los socialistas a unirse a ese partido,
creyendo que, si era sabiamente conducido, con el tiempo absorbería a
cualquier otra organización socialista”. 286 Aunque entre los dirigentes del
PLI había “personas ridículas de todos los tipos”, Engels escribió en ese
tiempo a Sorge “las masas están detrás de ellas y o bien les enseñarán
cómo conducirse o bien los echarán por la borda”. 287 El desarrollo del
nuevo partido en los dos años siguientes, empero, no alimentó sus
expectativas y a comienzos de 1895 no veía entre los trabajadores
británicos “otra cosa que sectas, y ningún partido”. 288 Evidentemente,
Engels no juzgaba al nuevo partido por su adhesión a la teoría marxista
sino por la medida en que era “un partido político independiente de los
trabajadores” que promovía y reflejaba “el propio movimiento (de las
masas), con independencia de la forma en que lo hiciera, siempre que se
tratase del propio movimiento de las masas”.289

Valoraciones tan diferentes de la importancia de una correcta comprensión


teórica, del carácter del programa y del número de sus partidarios como
las dadas por Engels (y por Marx) en relación con Alemania y Francia, por
una parte, y con Gran Bretaña y los Estados Unidos, por la otra, señalan
sin lugar a dudas dos concepciones diferentes del partido proletario. No
obstante, las diferencias no son absolutas, ni representan una contradicción
inexplicable en el pensamiento de los fundadores del socialismo científico.290
282
Engels, Artículos de “The Labour Standard” (Moscú s/f), p. 34.
283
Ibíd., p. 17.
284
Ver, v.g., S. Bünger, op. cit., p. 29.
285
On Britain, p. 477.
286
The Workman’s Times 25 de marzo de 1893.
287
Engels a Sorge, 18 de marzo de 1893, L. A. p. 249.
288
Engels a H. Schlüter, 1o de enero de 1895, On Britain, pp. 537-538.
289
Ibíd., p. 538.
290
Ver el análisis de estas diferencias como “ejemplo de dialéctica materialista” en V. I. Lenin,
Preface to letters a Sorge, en sus Selected Works (Moscú, 1939), XI, pp. 722-5, 732-3.
137
Lenin - Luxemburg - Lukács

Por el contrario, se las verá como lógicamente complementarias si se


examina su aplicación, en cada caso, sobre la base de la explicación de
Engels, en la ya citada carta a Mrs. Kelley Wischnewetsky, en el sentido de
que “nuestra teoría no es un dogma sino la exposición de un proceso de
evolución, y este proceso supone etapas sucesivas” 291 En ese entonces,
Gran Bretaña y los Estados Unidos eran países con clases sustanciales de
trabajadores industriales que habían desarrollado organizaciones gremiales
importantes y a menudo militantes, pero donde quienes comprendían
algo de socialismo constituían un reducido número de personas. Este caso
presentaba una analogía, como Engels lo señaló a Sorge, con el papel
desempeñado por “la Liga Comunista en las asociaciones obreras antes de
1848” en Alemania.292 Por consiguiente, era perfectamente coherente que
Engels recomendase a los marxistas norteamericanos “actuar del mismo
modo en que lo habían hecho los socialistas europeos en una época en
que no eran más que una pequeña minoría de la clase trabajadora”, 293 en
la época en que el Manifiesto Comunista señalaba que los comunistas “no
forman un partido independiente y opuesto a los demás partidos de la
clase trabajadora”.294 Desde 1848, empero, la posición de los socialistas en
el continente había mejorado considerablemente. Alemania en 1869 y, en
menor medida, Francia en 1880 habían alcanzado la etapa en que los
partidos se arraigaban en la clase trabajadora sobre la base de programas
socialistas más o menos desarrollados, y para Marx y Engels cualquier
tentativa de fusionarlos con otras organizaciones o de ganar más votos
merced a la “adulteración” o el deterioro de esos programas representaba
un “decisivo retroceso”.295 Pero para Gran Bretaña y los Estados Unidos,
donde los trabajadores habían estado políticamente ligados a partidos
burgueses, cualquier movimiento hacia un amplio partido unido y propio
de los trabajadores, por más retrógradas que fueran sus bases teóricas,
era un avance: el “próximo gran paso que ha de darse”.296

291
Correspondencia, p. 465.
292
Ibíd., p. 463.
293
Prefacio (1887), LA., p. 290.
294
Ibíd, p. 291.
295
Engels. Prólogo (1891) a la Critica del programa de Gotha, en O.E., II. p. 6.
296
L. A., p. 290.
138
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

El aislamiento que los principales cuerpos organizados de marxistas se


impusieron a sí mismos impulsó a Engels a criticarlos por ser sectas y
actuar como tales,297 lo cual “sirvió para reducir la teoría marxista del
desarrollo a un rígido dogma”. 298 Fue fundamental su objeción a ese
“sectarismo anglosajón”,299 antes que el resentimiento por la conducta
“sin tacto” de Hyndman –como Colé y Postgate,300 y más tarde Carew
Hunt,301 afirmaron sin razón– la que explica que Engels se disociase de la
Federación Socialdemócrata de Gran Bretaña tanto como del Partido
Socialista del Trabajo de los Estados Unidos. No obstante, pensaba que
estas organizaciones, habiendo “aceptado nuestro programa teórico
adquiriendo así una base”302 tendrán un papel que desempeñar si
trabajan, entre “la masa todavía bastante plástica” de los trabajadores,
como “un núcleo de gente que comprenda el movimiento y sus fines y
que, en consecuencia, tome la dirección”303 en una etapa posterior. La
experiencia había mostrado que “es posible trabajar junto con el
movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas sin
ceder u ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización”. 304
En consecuencia, los marxistas podrían hacer una gran contribución al
surgimiento de la “plataforma definitiva”305 del movimiento obrero en sus
países, la que “debe ser y será igual a la adoptada ahora por toda la clase
obrera militante de Europa”. 306 En esta etapa, es indudable que Engels
preveía el surgimiento de un “nuevo partido”, al igual que más de cuatro
décadas antes había predicho que surgiría de la “fusión del socialismo y el
cartismo, la reproducción del comunismo francés a la manera inglesa” por
la fusión de los cartistas, “teóricamente más rezagados, menos desarro-
llados”, pero “verdaderos proletarios”, con los socialistas, “de perspectiva
más amplia”, para hacer de la clase trabajadora “el verdadero líder
intelectual”de su país.307

297
Con respecto a la Federación Democrática Socialista, cf. Interview with “Daily Chronicle”, op.
cit., p. 397; en cuanto al Partido Socialista del Trabajo, ver entre otros Engels a Sorge, 10 de
noviembre de 1894, L. A., p. 263.
298
Engels a Sorge, 12 de mayo de 1894, On Britain (1953), p. 536.
299
L.A. p. 263.
300
G. D. H. Cole y R. Posgate, The Common People 1746-1938 (Londres, 1938), p. 403.
301
R. N. Carew Hunt, The Theory and Practice of Communism (Londres, Penguin Ed., 1963), p. 147,
y Marxism Past and Present (Londres, 1954), p. 157.
302
Engels a Bebel, 30 de agosto de 1883, Correspondencia, pp. 435-436.
303
Correspondencia, p. 462.
304
Ibíd., p. 467.
305
L. A, p. 290.
306
Ibíd., p. 290.
307
Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, pp. 229-230.
139
Lenin - Luxemburg - Lukács

VII
Lejos de “descartar la noción de partido [...] para retornar a la noción de
clase”,308 como afirma Sorel, Marx y Engels vieron al partido como un
momento del desarrollo del proletariado, sin el cual “éste no puede actuar
como una clase”. Para que la clase trabajadora “sea lo bastante fuerte
como para triunfar en el día decisivo”, escribió Engels a Trier en 1889,
debe “formar un partido independiente, distinto de todos los demás y
opuesto a ellos, un partido clasista y consciente”, agregando con una
simplificación algo excesiva que “eso es lo que Marx y yo hemos
propugnado desde 1847”.309 En 1865, en “La cuestión militar prusiana y el
partido obrero alemán”, trabajo que analizó con Marx antes de su
publicación, Engels define el partido obrero –al que no está dispuesto a
identificar con la única organización obrera alemana existente en ese
momento, la ADAV de Lasalle– como “esa parte de la clase trabajadora
que ha tomado conciencia de los intereses propios de la clase”.310 Cuando
ellos hablan descuidadamente del partido proletario como si fuese
idéntico a clase en su conjunto, 311 los contextos muestran con claridad
que se refieren en forma de sinécdoque a la clase cuando en realidad se
están refiriendo a su “sector políticamente activo”, 312 al que la clase
apoyará cada vez más a medida que “madure para su autoemancipación”.313

La conciencia teórica y la Selbsttatigkeit (actividad espontánea) de la clase


obrera están presentes en el pensamiento y la actividad de Marx y Engels,
como elementos claves de su concepción del partido proletario, desde
1844 en adelante, combinándose en proporciones diferentes ante las
distintas situaciones. En lugar de expresar un “dualismo” en el pensamiento
de Marx –como sostiene Maximilien Rubel–, 314 constituyen siempre
factores complementarios dentro de la concepción marxista de la
evolución del proletariado hasta su plena madurez y Selbstbewusstsein

308
G. Sorel, La décompositión du marxisme (París, 1910), p. 51.
309
Engels a G. Trier, 18 de diciembre de 1889, Sel. Cor., p. 492.
310
Engels, Werke, 16, p. 68. (Ver también pp. 66-78). Las consecuencias de esto para la
concepción del partido de Marx y Engels están analizadas en el muy valioso ensayo de E.
Ragioneri, “Il marxismo en la Prima Internazionale”, en Critica marxista III, 1 (Roma, 1965), esp.
pp. 127-128, 149-150. Ver también H. Hümmler, Opposition gegen Lassalle (Berlín, 1963), p. 142.
311
Ver, v.g., Marx, “A Servile Government” en New York Daily Tribune, 28 de enero de 1853.
También S. W., I, p. 556; S. W., II, p. 291.
312
Marx, The Chartists, en T. Bottomore y M. Rubel, comps., Karl Marx: Sociología y filosofía
social, Edic. Península. Barcelona, 1967 p. 220.
313
Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en O. E., II, p. 316.
314
M. Rubel, “Introduction a l’Etique Marxienne”, en K. Marx, Pages Choisies pour une Ethique
Socialiste (París, 1948), p. XXIX.
140
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

(conciencia). Rubel trata de encerrar la concepción que Marx tiene del


partido en el lecho de Procusto de la muy discutible teoría de que hay en
su obra una “ambigüedad fundamental” entre su sociología materialista y
una ética utópica heredada que le sirve como “postulado” para la
revolución social.315 Con la ayuda de citas extraídas de modo absolutamente
ahistórico de una amplia gama de trabajos

de Marx y Engels escritos entre 1841 y 1895, Rubel trata de distinguir en


la obra de ambos “una doble concepción del partido proletario”, haciendo
una distinción entre “el concepto sociológico del partido obrero, por una
parte, y el concepto ético del partido comunista, por la otra”. 316 Karl Marx,
sostiene Rubel, “hace una distinción formal entre el partido obrero y el
conjunto de comunistas cuya tarea corresponde al orden teórico y
educativo; de este modo, en ningún sentido los comunistas están
llamados a llenar funciones propiamente políticas”. 317 Por ser una “forma
de representación no institucionalizada que representa al movimiento
proletario, en el sentido ‘histórico’ de la palabra”, los últimos “no pueden
identificarse con una verdadera organización sujeta a las restricciones de
la alienación política”318 y “que obedece reglas y estatutos formalmente
establecidos”.319 El movimiento clasista del proletariado, dice Rubel, no
puede identificarse con la agitación política de los partidos. “Por el
contrario”, prosigue, “está representado por los sindicatos, cuando éstos
comprenden su papel revolucionario y lo desempeñan adecuadamente”.320
(Esta última aseveración, que trata de presentar a Marx y Engels como
sindicalistas, entre otras cosas ignora por completo que ellos rechazaron
un argumento precisamente idéntico de Johann Philip Becker 321 antes del
Congreso de Eisenach. “El viejo Becker debe de haber perdido la razón”,
escribió entonces Engels a Marx. “Si no cómo podría decretar que los
sindicatos tienen que ser la verdadera asociación de los obreros y la base

315
Revue Française de Sociologie, op. cit., p. 168; M. Rubel, Karl Marx: Essai de Biographie
Intellectuelle (París, 1957), p. 250; M. Rubel, “De Marx au Bolchévisme: partís et conscils”, en
Arguments (París, 1962), n.° 25-26, p. 33; M. Rubel, “Mise au Point non Dialectique”, en Les
Temps Modernes (París, diciembre de 1957). n.° 142, p. 1138. Lucien Goldmann presenta en sus
Investigaciones dialécticas, U.C.V., Caracas, 1962, pp. 187-208, una punzante crítica de los puntos
de vista de Rubel a la que éste contesta en el último artículo citado.
316
R. Franc, Sociol., op. cit. p. 175.
317
Rubel, Karl Marx, Biographie..., p. 288.
318
R. Franc, Sociol., op. cit. p. 174.
319
Ibíd., p. 176.
320
Introducción a l’Ethique Marxienne, op. cit., p. XLVII.
321
Resolución del Comité Central del grupo de lengua alemana de la Internacional, firmada por
Joh. Ph. Becker, en Der Vorbote (Ginebra), julio de 1869, pp. 103-105.
141
Lenin - Luxemburg - Lukács

de toda organización”.)322 El Manifiesto del Partido Comunista, que Rubel


cita, tanto como toda la historia del trabajo partidario de sus autores, en
el que nos hemos apoyado, muestra de modo absolutamente claro y
explícito que ellos pensaban que los comunistas usarían su previsión
teórica, que para Rubel es algún tipo de cualidad ética trascendental muy
distante de la corrupta lucha política, precisamente para actuar
políticamente a fin de “impulsar” y dar dirección a las luchas políticas de
su época.323 Además, el Manifiesto apareció como el programa de la Liga
Comunista, ¡una organización política “que obedece reglas y estatutos
formalmente establecidos”!324

Sólo en los períodos más excepcionales y temporarios los comunistas


actuaron fuera de una “organización real”, aunque –como en el caso de la
Primera Internacional– esa organización no siempre tenía que ser un
Partido Comunista. El último difería de “los demás partidos de la clase
obrera”325 por tener un programa comunista y guiarse por la teoría
comunista. No obstante, creyendo que los trabajadores “por su propio
sentimiento de clase” se “abrirían su propio camino” hasta llegar a
aceptar la teoría marxista, 326 con la ayuda de aquellos “cuyas mentes eran
teóricamente lúcidas” como para acortar el proceso de modo
considerable,327 Marx y Engels pensaban que, tarde o temprano, muchos
de estos otros partidos o bien llegarían a adoptar programas comunistas o
bien serían absorbidos por otros que los tuvieran. Esta creencia fue
fortalecida al fin de sus vidas por el ejemplo de la socialdemocracia
alemana que se desarrollaba hacia el tipo de partido de masas esencial-
mente comunista, meta hacia la que, según pensaban, avanzarían los
demás partidos obreros desde sus diferentes puntos de partida y de
acuerdo con sus propias formas nacionales. Consideraban que ese partido
proletario plenamente desarrollado representaba la fusión de la teoría
socialista no sólo con un pequeño manojo de trabajadores progresistas,
como en la Liga Comunista, sino con sectores numerosos y crecientes de
la clase obrera.
322
Engels a Marx, 30 de julio de 1869, Werke, 32, p. 353.
323
O. E., I, p. 54. Ver, v.g.. Reivindicaciones del Partido comunista de Alemania, en Biografía del
manifiesto comunista, pp. 450-452, escritos por Marx y Engels al estallar la revolución de 1848
como un programa de demandas inmediatas por el cual la Liga Comunista debía hacer
propaganda política.
324
Ver Estatutos de la Liga Comunista, en Biografía del manifiesto, cit., pp. 407-413.
325
Manifiesto, O. E., I, p. 54. El subrayado es mío (M. J.).
326
Engels a Sorge, 12 de mayo de 1894, Briefe und Auszüge, p. 412.
327
Engels a Sorge, 29 de noviembre de 1886, Sel. Cor (Londres), p. 451. En cast. Correspondencia
p. 463.
142
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Marx y Engels consideraban que la mayor democracia interna posible era


un rasgo esencial del partido proletario. Preocupado por las expulsiones
de la dirección del Partido Socialista Dinamarqués de los principales
opositores de la izquierda, Engels escribió a Trier en la ya citada carta:

“El partido obrero se basa en las críticas más agudas de la sociedad


existente; la crítica es su elemento vital; ¿cómo puede, entonces,
evitar él mismo las críticas, prohibir la controversia? ¿Es posible
que demandemos de los demás libertad de palabra sólo para
eliminarla inmediatamente dentro de nuestras propias filas?”328

Cuando en 1890 la dirección del partido alemán reaccionó autoritariamente


ante la oposición de los llamados Jungen (con cuyas posiciones políticas
Engels disentía) expresada a través de cuatro periódicos socialdemócratas
que ellos controlaban, Engels escribió a Sorge:

“El Partido es tan grande que la absoluta libertad interna de debate


resulta una necesidad. [...] El partido más grande del país no puede
existir sin que todos los matices de la opinión que lo integran se
hagan sentir plenamente”.329

Para Engels, la democracia interna, la diversidad y el debate no se contra-


decían con la existencia de la socialdemocracia alemana “como el Partido
Socialista más fuerte, mejor disciplinado y de más rápido crecimiento”,330
sino que eran exigidas por esas mismas condiciones, del mismo modo en
que, de manera inversa, él y Marx, en una determinada etapa de la
historia de la Primera Internacional consideraron que un Consejo General
más fuerte, con poderes disciplinarios para usar en casos excepcionales,
era una condición necesaria para su funcionamiento democrático.
328
Engels a G. Trier, 18 de diciembre de 1889, Marx/Engels, Sochineniya (Moscú, 1965), 37, p.
276. Según mis conocimientos, esta parte de la carta, aparecida por primera vez en ruso en 1932,
nunca se publicó ni en su original alemán ni en inglés. (Cuando se publica este artículo, la
aparición de las Werke sólo ha llegado al volumen 34, incluyendo la correspondencia de Marx-
Engels con terceros hasta fines de 1880).
329
Engels a Sorge, 9 de agosto de 1890, Briefe und Auszüge, pp. 343-344. Cf. las cartas de Engels
sobre el mismo tema dirigidas a W. Liebknecht, 10 de agosto de 1890 (W. Liebknecht,
Briefwechsel mit Karl Marx und Friedrich Engels, La Haya, 1963, pp. 375-6), a K. Kautsky del 3, 11
y 23 de febrero de 1891, y del 4 de septiembre de 1892 (Friedrich Engels’ Briefwechsel mit Karl
Kautsky, Wien. 1955, pp. 272, 278, 363) y a Bebel, 1 (-2) de mayo de 1891 (Briefe on Bebel, op.
cit., pp. 177-178). También la condenación de Engels y Marx en 1873 de la “unidad de
pensamiento y de acción” (un principio inscripto en el programa de la Organización
Revolucionaria de Hermanos Internacionales de Bakunin) como una concepción jesuita que “no
significaba otra cosa que la ortodoxia y la ciega obediencia”. (L. Alliance de la Démocratie
Socialiste et l’Internationale, en La Première Internationale, op. cit., II, p. 393).
330
Engels, Introducción (1895) a K. Marx, Las luchas de clases en Francia, O. E., I, p.
143
Lenin - Luxemburg - Lukács

El famoso principio de Marx de que “la emancipación de la clase obrera


debe ser obra de los obreros mismos”, 331 en el que él y Engels insistieron
una y otra vez, es complementado –y no contradicho– por su concepción
del partido. “El Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, precisamente
porque es un partido obrero, sigue una ‘política clasista’, la política de la
clase trabajadora”, escribió Engels en 1873 en El problema de la vivienda.
“Dado que cada partido político se dedica a imponer su dominio en el
estado, así el Partido Obrero Socialdemocrático Alemán forzosamente
lucha por imponer su dominio, el dominio de la clase trabajadora y, por lo
tanto, la ‘dominación de clase’”. 332 La organización por el proletariado de
su propio partido era la “condición primordial” de la lucha de la clase
trabajadora y “la dictadura del proletariado [...] su objetivo inmediato”. 333
Marx y Engels nunca fueron más allá de esta afirmación en su análisis de
la relación entre el partido proletario y su concepción de la dictadura
proletaria,334 a la que veían como un “período político de transición” entre
el capitalismo y el comunismo. 335 Nada hay en su obra que justifique la
tentativa de Stalin de presentar como marxista su teoría de que el
socialismo demanda un sistema de un solo partido, 336 y menos que nada
en la forma realizada por él, donde una pequeña camarilla tiránica
suplantó a la clase trabajadora en el establecimiento de algunos de los
fundamentos del socialismo. Por el contrario, la crítica que hace Engels a
331
Marx, Estatutos generales de la A.I.T., O.E., I, p. 394.
332
Engels, La cuestión de la vivienda, O.E., I, p. 646.
333
Ibíd.
334
Sobre el carácter esencialmente antiautoritario y antiburocrático de la concepción que tenía
Marx de esta “dictadura” ver R. Miliband, “Marx and the State”, en Socialist Register - 1965
(Londres), pp. 289-293. Ver también H. Draper, “Marx and the Dictatorship of the Proletariat”, en
Cahiers de l’institut de Science Economique Appliquée, Serie S, Eludes de Marxologie, n.° 6 (París,
1962), pp. 5-73, donde el autor reproduce los principales puntos en que Marx-Engels tratan este
problema.
335
Marx, Critica al programa de Gotha, O. E., II, p. 25.
336
J. V. Stalin. Entrevista con Roy Howard, en The Communist International (Londres) marzo-abril,
1936, p. 14. “Allí donde no existen varias clases”, sostiene Stalin, “no puede haber varios
partidos, dado que (un) partido es parte de (una) clase”. Marx y Engels nunca tuvieron una visión
tan grosera de la base clasista de los partidos. Aunque Engels define los partidos como “la
expresión política más o menos adecuada de [...] clases y fracciones de clases” (Introducción a
Las luchas de clases en Francia, O.E., I, p. 113), observó que, debido al desigual desarrollo político
de la clase obrera, “la ‘solidaridad del proletariado’ se lleva a la práctica en todas partes en
diversas agrupaciones partidarias que siguen cargando con mortales enemistades mutuas”.
(Engels a Bebel, 20 de junio de 1873, Correspondencia, p. 344). Además, Marx consideraba que
los factores “ideológicos” eran la única razón de ser de la facción republicana de la burguesía
que, por ejemplo, en 1848 se opuso al Partido del Orden, que representaba la sección
monárquica de esa clase (cf. El dieciocho Brumario, O. E., 1, p. 260). Del mismo modo, Engels,
cuarenta años más tarde, vería el particularismo regional antiprusiano de las zonas católicas
como la base del entonces naciente Partido Alemán del Centro, que abarcaba una mezcla de
elementos de clase (F. Engels, Werke, 22, p. 8).
144
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Blanqui está dirigida precisamente contra ese tipo de régimen. “A partir


de la concepción que tiene Blanqui de toda revolución como un coup de
main de una reducida minoría revolucionaría”, escribió en 1874, “se
desprende la necesidad de que esa revolución sea seguida por una
dictadura: la dictadura, desde luego, no de toda la clase revolucionaria, el
proletariado, sino del pequeño número de hombres que hicieron el coup y
que por adelantado ya están organizados bajo la dictadura de un
individuo o de unos pocos”.337 La Comuna, descrita por Marx como “la
conquista del poder político por las clases trabajadoras”, 338 y por Engels
como “la dictadura del proletariado” 339 (con lo cual quería decir lo mismo),
no era un estado de un solo partido 340 y se basaba en la elección de todos
los funcionarios mediante el voto universal341 y en medidas destinadas a
“precaverla contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a
todos, sin excepción, revocables en cualquier momento”.342

El extinto Carew Hunt, en su libro Marxism Past and Present, se halla en


un terreno particularmente inseguro cuando basa su reformulación del
trillado argumento de que el sistema de partido único estaba “inscripto en
la doctrina marxista de la dictadura”, sobre la aseveración de que “es
inconcebible que Marx, que hubiera hecho cualquier cosa por aplastar a
un opositor socialista”, hubiera permitido que sus adversarios “se
organizasen políticamente para impedir la concreción de los objetivos por
los que se hizo la revolución”. 343 Evidentemente, el único ejemplo en que
piensa Carew Hunt es el de Bakunin y sus partidarios, de cuya aparición en
la Primera Internacional E. H. Carr escribe: “El caballo de madera había
entrado en la ciudadela troyana”.344 En una carta dirigida a Bolte en 1873,
Marx escribió:
337
Engels, Programa de los blanquistas de la Comuna en la emigración, Werke, 18, p. 529.
338
Discurso de Marx pronunciado en la comida a los delegados de la Conferencia de Londres de la
Ia Internacional, en Molnar, op. cit., p. 238.
339
Engels, Introducción (1891) a K. Marx, La guerra civil en Francia, O. E., I, p. 504.
340
Los miembros de la Comuna estaban divididos en una mayoría blanquista y una minoría sobre
todo proudhonista de miembros de la Internacional. (Ver Engels, op. cit., p. 500). Diversos grupos
políticos, incluso la Unión Républicaine, de clase media, actuaban con libertad. No obstante, es
significativo que después de la experiencia de la Comuna, Marx y Engels hicieran hincapié con
más fuerza que nunca en la necesidad de partidos independientes de la clase trabajadora para
que proporcionaran el tipo de dirección y liderazgo conscientes que habían faltado en París. En
este sentido, debe recordarse, cómo Engels escribiría a Bernstein el 1° de enero de 1884, que en
La guerra civil en Francia de Marx a “las tendencias inconscientes de la Comuna se les dio el
carácter de planes más o menos conscientes”. (Sel. Cor., Moscú, p. 440).
341
Marx, La guerra civil en Francia, O. E., I. p. 542.
342
Engels, Introducción (1891 ),Ibíd. p. 502.
343
R. N. Carew Hunt, Marxism, op. cit., p. 155.
344
E. H. Carr, Michael Bakunin (Londres, 1937), p. 360.
145
Lenin - Luxemburg - Lukács

“En su abierta oposición con la Internacional, estas personas no


hacen daño, sino que son útiles, pero como elementos hostiles
dentro de ella arruinan el movimiento en todos los países donde
adquieren cierta importancia”.345

El y Engels rechazaban la argumentación de Bakunin según la cual la Inter-


nacional, obligada a responder a las necesidades de la lucha cotidiana
contra el capitalismo, podía organizarse de modo tal que concordase todo
lo posible con una futura sociedad libertaria.346 Aunque es indudable que
Marx y Engels hubieran tomado medidas autoritarias excepcionales
contra opositores reaccionarios en una guerra civil o en una “rebelión pro
esclavista”,347 no hay fundamentos para suponer que hubieran fomentado
la supresión de la oposición y de la disensión políticas como un rasgo
normal de la dictadura del proletariado.

El papel del partido proletario está deslindado por la misma concepción


de la dialéctica y del desarrollo histórico expuesta por Marx y Engels.
Nacido en un cierto momento de la vida de la clase obrera, desarrollándose
junto con las diferentes etapas del desenvolvimiento de esa clase en
países y períodos diferentes, reaccionando a su vez ante este desarrollo y
acelerándolo, su capacidad para ayudar a conquistar el poder por la clase
trabajadora constituiría el fundamento de su propia desaparición. Puede
suponerse que la clase obrera en el poder, al elevar la conciencia de los
sectores más amplios de la población mediante una gran expansión de la
educación,348 al establecer “instituciones realmente democráticas” 349 que
vigilaran que las “personas actuasen por sí mismas y para sí mismas”, 350
gradualmente cerraría la brecha entre un creciente “núcleo experimentado
y educado” de centenares de millares 351 de miembros del partido y el
resto de la clase, quitando así la raison d’etre del partido como un escalón
diferente. Por último, aunque Marx no se hacía ilusiones respecto de la
rapidez con que esto se produciría, 352 las medidas económicas tomadas

345
Marx a Bolte, 12 de febrero de 1873, Werke 33, p. 566. Cf. también la Carta circular (1879) de
Marx y Engels sobre el “derecho” de los “representantes de la pequeña burguesía” a formar su
propio partido independiente fuera del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (Sel. Cor.,
Londres, p. 376).
346
Ver, v.g., F. Engels, El Congreso de Sonvillier, Werke, 17, p. 477.
347
Engels, Prefacio (1886) a El Capital, Vol. 1, F.C.E., México, 1959, p. XXXIII.
348
La guerra civil en Francia, O. E., I, p. 542.
349
Ibíd., p. 540.
350
Primer borrador de La guerra civil, en Arkhiv Marksa i Engel’sa, III (VIII) Moscú, 1934, p. 208.
351
Engels a J. P. Becker, 1° de abril de 1880, Werke, 34, p. 441. En cast., Correspondencia, p. 397.
352
Marx, Notas sobre “Estatismo y anarquía” de Bakunin. Werke, 18, p. 636.
146
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

por el proletariado en el poder terminarían con su dominio al abolir su


existencia como clase, y, con ello, la existencia del estado “en el actual
sentido político”.353 En la asociación que excluirá las clases y su antago-
nismo354 –la que, según creía Marx, seguiría a la dictadura transicional del
proletariado– la permanencia de un partido proletario sería evidentemente
un anacronismo.

353
Ibíd, p. 634.
354
Miseria de la filosofía, op. cit., p. 173.
147
Lenin - Luxemburg - Lukács

A PROPÓSITO DEL PROBLEMA DE ORGANIZACIÓN:


LENIN Y ROSA LUXEMBURG

Daniel Bensaïd y Alain Nair

El problema de la organización de un partido revolucionario puede


desarrollarse orgánicamente sólo a partí: de una teoría de la
revolución misma. Cuando la revolución se convierte en un
problema del día, la cuestión de la organización revolucionaria
irrumpe como una necesidad imperiosa en la conciencia de las
masas y de sus vanguardias teóricas.

György Lukács, Historia y Conciencia de Clase.

La corriente antiestalínista que se desarrolla en la actualidad en las


nuevas vanguardias rehabilita a Rosa Luxemburg como teórica del
movimiento obrero. La crítica de las burocracias obreras encuentra en su
obra referencias y reflexiones.

En realidad, el entusiasmo luxemburguista llega hasta triturar y distorsionar


a Rosa para encontrar una teoría de la organización alternativa de la
teoría leninista. La comunidad de preocupaciones explica esta propensión:
los escritos de Rosa Luxemburg están casi todos signados por la lucha
contra la socialdemocracia alemana, fuertemente burocratizada. La
necesidad actual de comprender el fenómeno de las burocracias obreras,
de sus cimientos sociales, de su cohesión internacional conduce a las tesis
luxemburguista como a la interpretación más lúcida, a la teoría liberadora
de la energía de las masas.

Sin embargo, en Rosa Luxemburg sólo puede encontrarse un contrapunto


fragmentario de las elaboraciones leninistas. Los sobresaltos afectivos y
las trivialidades se mezclan y de todo ello resulta una construcción
sobrecargada, llena quizás de fantasía, pero que en modo alguno puede
ser considerada como una teoría de la organización. En un debate donde
las modas pasajeras sustituyen el rigor político, no es inútil volver a los
textos. Sin quitar nada de los méritos de Rosa, se la podría situar así en su
justo valor.

148
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

I. LA ELABORACIÓN LENINISTA
1) Caracterizar la formación social
La obra de Lenin presenta la ventaja de descomponer en el tiempo la
elaboración de una teoría de la organización. De las polémicas contra los
populistas, economistas, mencheviques y liquidadores, emergen los
principios y los fundamentos de su teoría.

Como lo subraya Lukács, el problema de la organización se torna real-


mente una cuestión actual cuando la revolución está al orden del día,
cuando ella no es más un simple sueño compensador, sino el objetivo
unificador de todas las luchas cotidianas. Y de esa manera lo concibe
Lenin. En sus primeros escritos, de 1894 a 1898, él se dedica a definir la
naturaleza de la futura revolución: ¿cuál es la formación social contra la
que combate? ¿Qué Estado debe ser destruido? ¿Qué clase debe ser
vencida?

Para responder a estas cuestiones y provocar el desencadenamiento de


una crisis revolucionaria, Lenin distingue cuidadosamente el nivel teórico
del nivel político, la comprensión teórica de la crisis revolucionaria y su
manifestación política. Si se considera el encadenamiento de los modos
de producción como sistemas teóricamente elaborados, subsumiendo
una variedad de formaciones sociales concretas, se puede concebir la
existencia de una discontinuidad entre dos modos de producción, pero no
de una crisis. No puede haber crisis de un modelo teórico, sino solamente
de una sociedad política donde están en juego fuerzas reales.

El modo de producción capitalista, tal como lo construyó Marx extrayendo


sus leyes a partir de la formación social inglesa del siglo XIX, no tiene
existencia real. Constituye un objeto abstracto-formal con el que ninguna
formación social concreta coincide de manera absoluta. Poulantzas
considera a una formación social como “el encabalgamiento específico de
muchos modos de producción puros”; y agrega que “la formación social
constituye una unidad compleja con dominante de un determinado modo
de producción sobre los otros que la crisis componen”. 355 La crisis
revolucionaria que estructura el horizonte de la organización revolucionaria
no es por tanto la crisis de un modo de producción. La única crisis de la
que se puede hablar es la de una formación social determinada en la que
las contradicciones del modo de producción adquieren vigencia y se
355
Nicos Poulantzas, Pouvoir politique et classes sociales, Maspero, París, p. 11.
149
Lenin - Luxemburg - Lukács

actualizan a través de fuerza sociales reales implicadas en ella. Esta


distinción elemental tiene consecuencias en el debate entre Lenin y Rosa
Luxemburg.

Lenin se esforzó por definir con precisión la naturaleza y la dominante de


la formación social rusa. Desde 1890 se consagró a un estudio preciso:
expurgar con paciencia las estadísticas de los zemstvos.

Desde sus primeras obras pudo definir así él punto de unión del que
dependen todas las variaciones estratégicas y tácticas, en particular su
actitud de principio acerca del problema de la organización. El desarrollo
del capitalismo en Rusia es un ejemplo de este trabajo considerable cuyas
conclusiones constituyen para el porvenir el punto de referencia y el
primer fundamento al que Lenin siempre se remitirá.

En ¿Quiénes son “los amigos del pueblo”?, escrito en 1894, antes de que
fuese redactado El desarrollo... las conclusiones ya aparecen claramente:
“La explotación de los trabajadores en Rusia es en todas partes capitalista
en su esencia, si se deja de lado las supervivencias en vía de desaparición
de la economía basada en la servidumbre”. Extrae de aquí todas las
consecuencias, y en particular, la de que es “imposible encontrar en Rusia
una rama algo desarrollada de la industria artesanal que no esté
organizada según el modo capitalista”.356

Desde ese momento, tales certezas adquiridas sirven de base a toda la


estrategia política: los revolucionarios rusos luchan contra una formación
social con dominante capitalista y no feudal (aún en el caso de que las
supervivencias feudales sean importantes). En 1894, ésto no es evidente,
y Lenin lo destaca planteándolo como primer punto del proyecto de
programa del P.O.S.D.R.: “La producción mercantil se desarrolla cada vez
más rápidamente en Rusia y el moda de producción capitalista adquiere
allí una posición cada vez más dominante.”357

Así, desde los primeros años de lucha, Lenin define al adversario con el
que se enfrenta. Esta claridad teórica presidirá siempre sus métodos de
análisis y sus elecciones tácticas. Los revolucionarios rusos combaten el
capitalismo; su estrategia de alianzas tiene en cuenta el desarrollo
desigual de los modos económicos implicados en la sociedad rusa, pero
nunca olvidan que la crisis que preparan es la del capitalismo. Los análisis
356
Lenin, Oeuvres, t. I, p. 324 y 257, éd. de MoscÚ.
357
Lenin, Oeuvres, t. IV, p. 20, éd. de MoscÚ.
150
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

del joven Lenin siguen estando en la fuente de su interpretación de la


revolución rusa en La revolución proletaria y el renegado Kautsky:

“Ocurrió, en efecto, tal como lo habíamos dicho. La marcha de la


revolución confirmó el acierto de nuestro razonamiento. Al principio,
del brazo de “todo” el campesinado, contra la monarquía, contra los
terratenientes, contra el feudalismo (y en este sentido la revolución
sigue siendo burguesa, democrático-burguesa). Después, del brazo
del campesinado pobre, del brazo del semiproletariado, del brazo
de todos los explotados, contra el capitalismo, incluyendo a los
ricachos del campo, los kulaks, los especuladores, y en este sentido,
la revolución se convierte en socialista. Querer levantar una muralla
china artificial entre ambas revoluciones, separar la una de la otra
con algo que no sea el grado de preparación del proletariado y el
grado de su unión con los campesinos pobres, es la mayor
tergiversación del marxismo, es adocenarlo, remplazado por el
liberalismo”.358

La vía seguida es por lo tanto clara. Teniendo en cuenta que el objetivo


definitivo sigue siendo la destrucción del capitalismo, modo dominante de
la formación social rusa, los socialdemócratas conciertan una alianza con
el campesinado, alianza temporaria para destruir el despotismo y liquidar
las secuelas del feudalismo. Los diversos programas agrarios de Lenin se
esfuerzan por definir la base correcta de esta alianza. Pero la lucha contra
el feudalismo y la autocracia constituye desde ese momento sólo una
etapa no aislable de la lucha anticapitalista, que sigue siendo el objetivo
principal.

2) Definir el sujeto histórico


En El Capital, Marx señala que el proceso de producción capitalista
considerado en su continuidad o como proceso de reproducción, no
produce solamente la mercancía, ni solamente plusvalía, “produce y
reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por el
otro el asalariado”. El sistema que se reproduce a sí mismo engendra sus
propias crisis y contradicciones, suscita puntos de ruptura que pueden
manifestarse bajo la forma de crisis económicas. Pero una crisis
económica no es forzosamente revolucionaria. Ella puede tomar parte de

358
Lenin, Obras, t. XXVIII, p. 296, Cartago, Buenos Aires.
151
Lenin - Luxemburg - Lukács

los mecanismos de auto-regulación del sistema; tener únicamente una


función “purgativa”. Después de la crisis, una vez agotados los stocks y
eliminadas las empresas arcaicas, la economía capitalista parte nuevamente
de una base saneada. Lukács insiste sobre este aspecto de la crisis: “sólo
la conciencia del proletariado puede mostrar cómo salir de la crisis
capitalista. Si esa conciencia no existe se vuelve permanente, retoma a su
punto de partida, repite la situación.”359

La crisis económica de una formación social con dominante capitalista


tiene, por consiguiente, una función de apertura pero no es decisiva.
Constituye el punto de equilibrio en el que se perfila un nuevo sistema.
Pero ella participa también de la auto-regulación del sistema inicial Esta
crisis puede como máximo inaugurar una situación revolucionaria, pero
no es por sí misma revolucionaria, es decir superable en el sentido de la
revolución, salvo mediante la acción de un sujeto que la asuma y tome a
su cargo el proceso de la transformación social. Es esto lo que expresa con
claridad Lukács en su respuesta a todos los fatalistas que esperan
confiados los resultados de la última crisis del capitalismo:

“la diferencia cualitativa entre la última crisis del capitalismo, su


crisis decisiva, y sus crisis anteriores, no reside en una simple
metamorfosis de su extensión y de su profundidad, en síntesis, de
su cantidad o calidad. Esta metamorfosis se manifiesta sí, pero en
el hecho de que el proletariado deja de ser un simple objeto de la
crisis y en que estalla abiertamente el antagonismo inherente a la
sociedad capitalista”.360

La crisis afecta, por lo tanto, a una formación social determinada; pero


ella se convierte en revolucionaria sólo cuando un sujeto intenta resolverla
lanzándose contra el Estado, blanco estratégico, cerrojo mediante el cual
son mantenidas en sus puestos las relaciones de producción convertidas
en camisas de fuerza para las fuerzas productivas. Una vez determinada la
naturaleza de la revolución futura, para resolverla de manera victoriosa
Lenin se dedica a definir su sujeto.

En este punto, Lenin distingue cuidadosamente el sujeto teórico-histórico


de la revolución (el proletariado como clase, que deriva del modo de
producción) y su sujeto político-práctico (la vanguardia que deriva de la
formación social) que representa no ya al proletariado “en sí”, dominado
359
Lukács, Histoire et Conscience de Classe, p. 101, éd. de Minuit
360
Lukács, Ibid., p. 281.
152
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

económica, política e ideológicamente, sino al proletariado “para sí”,


consciente del lugar que ocupa en el proceso de producción y de sus
propios intereses de clase.

He aquí una de las ideas fundamentales de ¿Qué hacer?, allí donde Lenin
distingue “espontaneidad y espontaneidad”. Ve en la espontaneidad “el
elemento embrionario de la conciencia”, señala ambiguamente la
existencia de grados de conciencia. Diferencia una espontaneidad confusa
y sometida, de una espontaneidad liberada y fecundada por las luchas de
la vanguardia; una experiencia espontánea de las masas, que permanece
en el terreno del sistema, de una experiencia práctica que extrae su
sentido de la presencia de una vanguardia. Lenin afirma que la conciencia
socialdemócrata sólo puede provenir desde fuera de los obreros, de los
intelectuales revolucionarios portadores del conocimiento y de la
comprensión global del proceso de producción. Por sí misma, la clase
obrera sólo puede arribar a una conciencia “tradeunionista”.
En la crisis revolucionaria, los dos sujetos están implicados. El sujeto
teórico porque es la condición de posibilidad del orden social por venir, y
el soporte de la estrategia revolucionaria; el sujeto político, el partido,
porque elabora y asume la táctica de esta estrategia. Lenin se esforzó en
la doble tarea de definir el sujeto teórico de la revolución preanunciada y
de darle el sujeto político capaz de triunfar en ella.
Definir y presentar al proletariado como la clase social investida de la
misión histórica revolucionaría, tal es la preocupación constante de sus
primeros escritos. En el momento mismo en que caracteriza como
capitalista a la formación social rusa, él reclama la autonomía como clase
del proletariado, único capaz de resolver las contradicciones de tal
sociedad. Jamás en las alianzas o en los proyectos de programa omitió
reafirmar el rol independiente del proletariado. Desde 1894, estableció
que “olvidar, por la solidaridad de los intereses de todo el ‘pueblo’ contra
las instituciones medievales, feudales, el profundo e irreconciliable
antagonismo de la burguesía y el proletariado en el seno de este ‘pueblo’,
sólo pueden hacerlo los burgueses”.

En el mismo libro, Lenin adelanta como “tesis fundamental” que “Rusia


representa en sí una sociedad burguesa que ha brotado del régimen de
servidumbre, que su forma política es un Estado de clase y que el único
camino para abolir la explotación del trabajador consiste en la lucha de
clases del proletariado”.
153
Lenin - Luxemburg - Lukács

Precisa además que “el período del desarrollo social de Rusia en que el
democratismo y el socialismo se fundían en un todo inseparable,
indisoluble... ha pasado para no volver jamás”.361

Un año más tarde, en Las tareas de la socialdemócratas rusos, recuerda el


principio según el cual “sólo son fuertes los luchadores que se apoyan en
intereses reales claramente comprendidos de determinadas clases”.

En nombre de ese principio, compromete a los socialdemócratas a


recordar siempre que el proletariado es una clase aparte que mañana
puede encontrarse enfrentada a sus aliados de hoy. Gradas a una
definición tan precisa de la naturaleza de la revolución futura y de su
sujeto teórico, toda confusión está excluida de los programas. En el
proyecto de 1899, Lenin propone “el apoyo al campesinado... en la
medida en que éste sea capaz de luchar revolucionariamente contra les
restos del régimen de la servidumbre, en general, y contra el absolutismo,
en particular”. En el mismo proyecto, vuelve a insistir y dice:

“En el agro ruso se entrelazan actualmente dos formas funda-


mentales de la lucha de clases: 1) la lucha del campesinado contra
los privilegiados amos de la tierra y contra los restos del régimen de
la servidumbre; 2) la lucha del naciente proletario agrícola contra la
burguesía del campo Esta última forma de lucha tiene para los
socialdemócratas, como es natural, mis importancia, pero también
deben apoyar necesariamente la primera, siempre y cuando ello no
se oponga a los intereses del desarrollo social.”

Es esta comprensión sólidamente adquirida» pacientemente afinada, de


la naturaleza de la formación social rusa y de las clases que allí estin en
juego, la que permite a Lenin, desde las Tesis de abril, aprehender el
núcleo real de la crisis revolucionaria de 1917:

Lo que hay de original en la actual situación de Rusia es la


transición de la primera etapa de la revolución, que dio el poder a
la burguesía debido al grado insuficiente de conciencia y de
comprensión del proletariado, a su segunda etapa que debe dar el
poder al proletariado a las capas pobres del campesinado.

361
Lenin, Obras, t. I, pp. 268, 284, 288, edic. Cartago, Buenos Aires.
154
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

3) Construir el sujeto político


Estas observaciones acerca de la elaboración leninista podrían aparecer
como superfluas si esta elaboración no estuviera en la base de la teoría
leninista de la organización. Lenin funda los principios de organización
siempre con referencia a estos análisis. Dichos principios definen lo que
debe ser una organización que lucha contra un aparato de Estado burgués
centralizado, para destruirlo. Con relación a esos principios todo sistema
de organización no puede menos que constituir una derogación. Los
principios constituyen la estrategia de la organización, del que el sistema
no es sino la aplicación táctica.

Y esto es lo que se le escapa a Rosa Luxemburg. Es por ello que su


comprensión de la organización no se sitúa en el mismo orden: ella es
mucho más trivial, a veces emocional, y con frecuencia infra-teórica. La
propia naturaleza de las metáforas que utiliza constituye una prueba.
Muestran siempre un vitalismo ingenuo, un naturalismo organizativo:
“Frenando las pulsaciones de una vida orgánica sana, se debilita al cuerpo
y se disminuye su resistencia y también su espíritu combativo, ...Un
movimiento obrero tan prometedor y tan vigoroso...”362 Paralelamente, a
la vitalidad natural inherente al movimiento obrero, ella opone la grisalla
académica de sus direcciones:

“ninguna fórmula rígida puede soportar... la regla de un maestro de


escuela...; el ultra-centralismo defendido por Lenin se nos aparece
como impregnado no ya de un espíritu positivo y creador, sino del
espíritu del vigilante nocturno. Toda su preocupación está dirigida a
controlar la actividad del Partido y no a fecundarla, a restringir el
movimiento antes que ha desarrollarlo, a destrozarlo antes que a
unificarlo”.363

En su simplismo entusiasta, nutrido en la polémica contra la social-


democracia alemana, ella llega hasta desnaturalizar o invertir las argu-
mentaciones de Lenin. Le replica que si quiere evitar la influencia
perniciosa y disolvente de los intelectuales sobre el partido, la fórmula
bolchevique logra lo contrario de lo que se propone: coloca a la cabeza
del partido una “coraza burocrática” compuesta por una “élite de
intelectuales, ávidos de poder”. Pero Lenin no razona nunca en estos
362
Rosa Luxemburg, Problemas de organización de la socialdemocracia rusa. Véase en el presente
volumen pp. 41-63.
363
Ibid.
155
Lenin - Luxemburg - Lukács

términos. El no habla en abstracto de la influencia nefasta de los


intelectuales, sino del principio organizativo de la descentralización, como
principio que embota. Los intelectuales intervienen sólo como agentes
privilegiados de esta disolución de la organización implicada en el
principio de descentralismo.

El problema reside en que sobre esta cuestión Lenin y Rosa Luxemburg no


hablan el mismo lenguaje, lo cual no impide a ésta expresarse sobre la
organización de tipo leninista enarbolando la bandera pura de la
“libertad”, de la “democracia” contra las posiciones “extremas” de Lenin.
No hay ninguna duda al respecto: la organización defendida por el
“blanquista” Lenin, no tendría ninguna relación con las masas porque el
“ultracentralismo” leninista la conducirá al conservadurismo, a la
impotencia. Más aún, la centralización acentúa, según Rosa, la “'escisión
entre el élan de las masas y las vacilaciones de la socialdemocracia” 364 y
por consiguiente, “lo que importa siempre para la socialdemocracia... es
mantener un juicio histórico correcto sobre las formas de lucha
correspondiente a cada momento dado, la comprensión viva de la
relatividad de esa fase de lucha y de la incluctabilidad del agravamiento
de las tensiones revolucionarias...”.365 Esta crítica la lleva a rechazar el
sistema de organización propuesto por Lenin y acepta un acuerdo sobre el
principio de organización. Más allá del hecho de que la separación
establecida por Rosa entre centralismo y democracia, su oposición
mecánica, muestra más un hegelianismo mal digerido que una dialéctica
marxista, ella incurre en una confusión desdichada cuando admite el
principio de organización sin aceptar el sistema. Y esto es producto de un
mismo pecado: es una metafísica adornada de buenas intenciones. La
teoría leninista de la organización tiene justamente la característica de
que el sistema propuesto es necesariamente lógico con relación al
principio, y de este principio deriva necesariamente ese sistema de
organización. Por otra parte, es claro que toda crítica sobre el “sistema”
lleva la impronta de un desacuerdo sobre el principio de organización,
desacuerdo que existe entre Rosa y Lenin. Porque ocurre que Rosa, lógica
consigo mismo, plantea el problema del partido en función de un análisis
propio de la sociedad capitalista. Para ella, el capitalismo marcha
inevitablemente a la catástrofe. Las contradicciones, agravándose sin
cesar, en provecho “de una ínfima minoría de la burguesía reinante” 366
364
Ibid.
365
Ibid.
366
Ibid.
156
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

hacen que, por una parte el proletariado sea espontáneamente revolu-


cionario, y por otra parte, que su partido no puede dejar de ser el “punto
de reunión organizativa”367 de todas las capas puestas en movimiento
contra la burguesía por esta evolución. En dicha problemática –clase
revolucionaria orgánicamente determinada contra la clase reaccionaria–
el partido es el producto de la crisis revolucionaria y no de un elemento
necesario, como lo demuestra Lenin, en el marco de la formación social
capitalista. Así, esta visión simplemente trágica del capitalismo conduce a
Rosa a sobreestimar el movimiento de masas, a subestimar, la necesidad y
el rol del partido en el sistema capitalista. Es esto lo que le permite
ensayar un empirismo organizativo exagerado, relativizar el problema de
la organización circunscribiendo a Rusia las tesis leninistas: “y ya que se
trata de la primera tentativa en Rusia de poner en pie una gran
organización del proletariado, es dudoso que un estatuto, cualquiera que
él sea, pueda ser infalible de antemano: antes es necesario que sufra la
prueba de fuego”. Ella no comprende que se trata de algo muy distinto. Y
es lo que Lenin precisa con claridad:

“La camarada Luxemburg dice, por ejemplo, que en mi libro se


manifiesta clara y nítidamente la tendencia de un ‘centralismo a
ultranza’. La camarada Luxemburg da por supuesto, así, que yo
defiendo un sistema de organización contra cualquier otro. Pero,
en realidad no hay tal cosa. Lo que yo defiendo a lo largo de todo el
libro, desde la primera página hasta la última, son los principios
elementales de cualquier organización de partido que pueda
imaginarse. En mi libro no se examina el problema de la diferencia
entre éste o el otro sistema de organización, sino el problema de
cómo es necesario apoyar, criticar y corregir el sistema que sea,
siempre y cuando que no contradiga a los principios del partido”.368

Después de haber dilucidado el problema de saber cuál es el sujeto


teórico de la revolución futura –no más el “pueblo” sino el proletariado–
Lenin consagra toda su energía militante a darle el sujeto político indis-
pensable. Se esfuerza incesantemente por delimitar la vanguardia y
reagruparla en el partido socialdemócrata. Asignar al proletariado el papel
de motor de la revolución significaba luchar contra los populistas, lo que
implicaba comprender la naturaleza de la revolución sin todavía darse los
medios para llevarla a cabo. Entre quienes admitían por entonces el rol
367
Ibid.
368
Lenin, Obras, t VII, 479, Cartago, Buenos Aires.
157
Lenin - Luxemburg - Lukács

histórico del proletariado, no todos comprendían de qué arma práctica


necesitaba para “convertirse en lo que él es”: una clase.

Contra los economistas, Lenin demuestra que, espontáneamente, el


proletariado no logra apartarse del terreno de la lucha económica. Afirma
que “la lucha de los obreros se convierte en lucha de clases, sólo cuando
los representantes de vanguardia de toda la clase obrera de un país
tienen conciencia de la unidad de la clase obrera y comprenden la lucha,
no contra un patrono aislado, sino contra toda la clase capitalista y contra
el gobierno que apoya a esa clase”.369 Lenin admite que las organizaciones
socialdemócratas locales constituyen el fundamento de toda la actividad
del partido; pero si ella continúa siendo la actividad de “artesanos
aislados” no se podrá designarla como “socialdemócrata” puesto que no
organizará ni dirigirá la lucha de clases del proletariado.

Contra los mencheviques desde 1903, contra la teoría de la organización


proceso desde 1905, contra los liquidadores en 1907, son siempre los
mismos principios de organización los que defiende Lenin, siempre las
mismas ideas del Partido. El partido es el instrumento mediante el cual la
fracción consciente de la clase obrera accede a la lucha política y prepara
el enfrentamiento con el Estado burgués centralizado, llave maestra de la
formación social capitalista.

La organización así concebida como sujeto político no es una pura forma:


es el crisol de una voluntad política colectiva que se expresa mediante una
teoría en permanente construcción y un programa de lucha. La selección
de los militantes y el centralismo constituyen dos normas fundamentales.
No por gusto sino por necesidad; una necesidad que sólo puede compren-
derse si se confronta la organización con su objetivo: la revolución.

II. LA ORGANIZACION PUESTA A PRUEBA POR LA CRISIS


REVOLUCIONARIA
1) Intentos de definición
En diversos lugares, sobre todo en La bancarrota de la Segunda
Internacional y en La enfermedad infantil del “izquierdismo”, Lenin se
esforzó por definir la noción de crisis revolucionaria. Enumera allí los
criterios descriptivos cuya apreciación permanece subjetiva; extrae una
369
Lenin, Obras, t IV, p. 213, Cartago, Buenos Aires.
158
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

noción pero no funda un concepto. En La bancarrota estos criterios son


enumerados por primera vez y Lenin define los "signos distintivos de una
situación revolucionaria" del siguiente modo:

a) la imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en


forma inmutable; ...la base no quiere vivir como antes y la cúspide no
puede seguir viviendo como antes;

b) “agravación, superior a la habitual, de la miseria y las penalidades de


las clases oprimidas”;

c) “intensificación... de la actividad de las masas”.

Lenin aprecia de tal modo “el conjunto de los cambios objetivos que
constituye una situación revolucionaría”. De la apreciación de una situación
revolucionaria así definida no está excluido el impresionismo, y por lo
demás los criterios enunciados no pueden ser vistos aisladamente, sino en
su interdependencia, pues se condicionan de manera recíproca. En La
enfermedad infantil..., Lenin insiste más, como segundo criterio, en la
aproximación al proletariado de las clases medias. Esta aproximación no
puede ser considerada como un fenómeno en sí, sino en su relación con
los otros fenómenos señalados: la aproximación de las clases intermedias
es tanto más resuelta cuanto más determinación muestra el proletariado
en su lucha. La definición leninista de la situación revolucionaría hace
intervenir un juego de elementos en interacción compleja y variable del
que no se podría dar un análisis rigurosamente objetivo. La elaboración de
Trotsky en su Historia de la revolución rusa es análoga; retoma por su
cuenta los criterios leninistas e insiste explícitamente en “la reciprocidad
condicional de las premisas”.

Si la estimación objetiva de una situación revolucionaria parece sujeta a


caución, la intervención de un último factor, que unifica los diferentes
factores y concretiza su interacción corrigiendo los peligros, Trotsky lo
considera como la condición última en la enumeración, pero no en su
importancia de la conquista del poder: “el partido revolucionario como
vanguardia unida y templada de la clase” En cuanto a Lenin, hace de esta
última condición el punto de diferenciación entre la situación revolucionaria
y la crisis revolucionaría, que existe solamente en el caso en que a todos
los cambios objetivos enumerados viene a agregársele un cambio subjetivo,
a saber: “la capacidad de la clase revolucionaria para llevar a cabo acciones
revolucionarias de masas lo bastante fuertes como para destruir (o
159
Lenin - Luxemburg - Lukács

quebrantar) al viejo gobierno, que jamás “caerá”, ni siquiera en las épocas


de crisis, si no se lo “hace caer”.

Así, la organización revolucionaria supera las vacilaciones de los distintos


criterios, los anuda y los unifica. Siendo el punto de su intersección, ella
desestima la yuxtaposición. La debilidad de las capas dirigentes, la aproxi-
mación de las capas medias, la impaciencia de la base se convierten en su
fuerza. La condición de éxito de la crisis no reside ya en uno u otro de los
elementos objetivos, sino en el corazón mismo del sujeto que los sintetiza
al interiorizarse. Su nudo no está más en la diversidad no mensurable que
esboza la situación revolucionaria sino en la organización que unifica esta
diversidad, la interioriza y la supera.

Por ella el proletariado no es más algo dado dirigido, según las variaciones
previstas por el cálculo burgués de probabilidades. Se convierte en una
voluntad que se expresa, no es más un simple objeto en el campo social
sino un sujeto, una desconocida que hipoteca para siempre los planes de
la clase dominante. Para desempeñar realmente ese rol, la organización
revolucionaria no debe presentarse como una acumulación fluida de
individuos, sino como un cuerpo constituido, coherente, con una densidad
suficiente para atravesar las fauces de la burguesía. No es una simple
pieza que ocupa un casillero vacío en el ajedrez político. Por su sola
presencia modifica toda la relación de fuerzas, aunque se trate de un
simple peón. Con mucha más razón si se trata de un Rey.

2) La crisis revolucionaria como prueba de verdad


La crisis revolucionaria ilumina con una luz nueva la lucha de clases y
asigna a los protagonistas su justo valor. En los desgarramientos de la
crisis, se intuyen los momentos fugaces de verdad: “la experiencia de la
guerra, al igual que la de todas las crisis de la historia, de toda gran
calamidad y de cada viraje en la vida del hombre, embrutece y quebranta
la voluntad de unos, pero en cambio educa y templa a otros” (Lenin).

160
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

a) Para la organización
Lenin recuerda en toda ocasión que la socialdemocracia es la fusión del
movimiento obrero y del socialismo. “Escindido de la socialdemocracia, el
movimiento obrero degenera y se aburguesa”. Se podría agregar que
escindido de las luchas obreras, el socialismo tambalea y también se
aburguesa, pues en ellas se alimenta del “instinto” de clase revolucionaria.
El partido constituye un puente entre la conciencia balbuceante del
proletariado y el papel que teóricamente le corresponde. Constituye la
mediación necesaria entre el concepto de clase obrera y su realización
práctica, alienada, en la sociedad capitalista. Por eso “la tarea del partido
no consiste en imaginar detalladamente medios inéditos de ayudar a los
obreros, sino de ayudarlos en las luchas que ellos ya han emprendido... de
desarrollar su conciencia de clase”.

La tarea del partido consiste en equilibrar los dos polos complementarios


entre los cuales se mueve: la comprensión teórica del proceso de
producción, del papel del proletariado, de la revolución, por una parte y el
nexo concreto con las luchas cotidianas de los obreros por la otra. En esta
doble apoyatura basa su estrategia. A la vez que “encarnación visible de la
conciencia de clase del proletariado”, el partido es el vivo testimonio de la
diferencia entre el papel teórico del proletariado y su conciencia
mistificada por la ideología dominante.

Así concebida, la organización no es una pura perfección ni la teoría es


tampoco una pura ciencia. La organización interioriza las contradicciones
del sistema en el cual ella se arraiga. El fenómeno del oportunismo en la
Segunda Internacional es un evidente testimonio. En el análisis de las
bases sociales de este oportunismo, las tesis de Lenin y de Rosa coinciden
en varios puntos. Los dos insisten sobre el legalismo parlamentario de los
largos períodos de paz relativa, que suscita la aparición de un sector de
representantes profesionales de la clase obrera, manejables y sensibles a
las adulaciones de la burguesía. Ese personal político se apoya en la
aristocracia obrera y la pequeña burguesía intelectual, enriquecidos con
los restos del pillaje colonial.

Pero Rosa elabora un argumento mucho más sutil que hace a la existencia
misma de la organización: el fenómeno del conservadurismo de la
organización. Lenin ya lo había mencionado en La bancarrota... Sin
teorizarlo: “Los partido grandes y fuertes tuvieron miedo de ver disueltas

161
Lenin - Luxemburg - Lukács

sus organizaciones, sus arcas saqueadas y sus dirigentes detenidos”. Rosa


va mucho más lejos para tratar de comprender el alcance del problema.
Se remonta a la situación misma de la organización revolucionaria en la
sociedad capitalista: la defensa de los privilegios concedidos, el contagio
de las costumbres parlamentarias no bastan para explicar el oportunismo.
Rosa remite los avatares de la organización a una contradicción funda-
mental que expresa en varias oportunidades. En Problemas de organización
de la socialdemocracia rusa, afirma:
“El movimiento mundial del proletariado hacia su emancipación
total es un proceso cuya particularidad consiste en lo siguiente: por
primera vez desde que existe la sociedad civil, las masas populares
hacen valer su voluntad conscientemente y frente a todas las clases
dominantes, mientras que la realización de esta voluntad sólo es
posible más allá de los límites del actual sistema social. Pero las
masas sólo pueden adquirir y fortificar dentro de sí esta voluntad
en la lucha cotidiana contra el orden constituido, o sea en los
límites de este orden. Por una parte las masas populares, por la
otra un objetivo situado más allá del orden social existente; por un
lado la lucha cotidiana, y por el otro la revolución: tales son los
términos de la contradicción dialéctica en la que se mueve el
movimiento socialista.”
En Reforma o revolución, señala los dos escollos del movimiento social-
demócrata: “...el del abandono del carácter de masa y el del olvido del
objetivo final, el de la recaída en la secta y el de su naufragio en el
movimiento reformista burgués, el del anarquismo y el del oportunismo”.
De aquí resulta, en el seno de la organización revolucionaria, la existencia
de corrientes rivales, una fiel a la revolución, otras presas de las
tentaciones sectarias u oportunistas. La organización revolucionaria no
puede aislarse para la lucha, pues en esta perspectiva un cierto conserva-
durismo es la condición de una necesaria estabilidad. No puede
constituirse en cuerpo absolutamente extraño al sistema. La organización
revolucionaria lleva siempre simultáneamente en su propio seno una
lucha permanente contra las desviaciones oportunistas, “la herencia del
capitalismo”.

En su lucha cotidiana aún sus victorias son como frutos envenenados:


cada terreno conquistado “se convierte al mismo tiempo en un bastión
contra los progresos ulteriores de más vasta envergadura”.

162
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

En realidad, la organización nunca es una hoja de acero templado. Ella es


más bien diferencial. Se asienta en el espacio que ella mide: el que separa
la clase como sujeto teórico de su espontaneidad práctica sometida. El
principio del centralismo democrático es el signo mismo de esta posición
contradictoria de la organización enraizada en el sistema que debe
destruir y superar. El centralismo democrático es la expresión conciliadora
y contradictoria de la manifestación de la espontaneidad revolucionaria
(de los militantes) en la red centralizada de la organización. De este modo
es evidente que la cohesión de la organización revolucionaria nunca
atraviesa sin dificultades la crisis, como un cuerpo homogéneo. La crisis
revolucionaria no afecta sólo al sistema que conmueve sino también a la
organización constituida en su seno. Es el momento del gran examen de la
organización y de los reajustes. El partido bolchevique no escapa a la
historia; los artículos públicos de Zinoviev y Kamenev contra la
insurrección llevan a Lenin a solicitar su exclusión en otoño de 1917: en
abril, Lenin estaba en minoría contra el Comité central. La crisis
revolucionaria actúa sobre la organización como un revelador. Destaca
sus vicios y delimita la fracción de capaz acabar con la crisis por medio de
la revolución. Sirve de patrón sobre el cual la organización provisoria se
recorta y se ajusta a la medida de su tarea histórica. Por eso en 1905,
Lenin abre de par en par las puertas del partido...

b) Para la teoría
Así como la organización no es acero puro, tampoco es pura ciencia. En un
período de estancamiento revolucionario, aparecen tendencias cientifi-
cistas en el movimiento obrero. Se corre el riesgo de considerar que la
teoría dice la verdad, separadamente y fuera de los alcances de la
historia. Lenin es más prudente cuando constata, luego de la insurrección
de 1905, que “la práctica como siempre predomina sobre la teoría”. Lo
que no le impide recordar constantemente que “la teoría de Marx es
poderosa porque es verdadera”.370 En realidad al “como siempre” habría
que agregarle: en períodos de crisis.

La teoría es también la marca de una diferencia entre la ideología y una


verdad hipotética. Es del tipo de la “verdad relativa” que Lenin toma de
Engels. En la crisis revolucionaria, la ruptura entre ideología y verdad,
hasta ese momento inextricablemente mezcladas se revela y la teoría
pasa “al criterio de la práctica”.
370
Lenin, Oeuvres, t. XI, p. 172, éd. de Moscú.
163
Lenin - Luxemburg - Lukács

De la escisión entre la verdad y la ideología, la teoría es por consiguiente


una medida posible. Pero ella no es la única que puede reunirías y
acoplarlas. Si ella es un medio para superar el conservadurismo de la
organización, una teoría tomada demasiado en serio que quiera colar
forzadamente la historia en los moldes que le ha destinado, constituye en
última instancia un gran peligro.

Es por ello que Lenin, aunque aborda prioritariamente todo problema


desde el ángulo de la teoría, no se exime también de apelar al correctivo
de la imaginación revolucionaría; allí encuentra otro puente, menos
racional es cierto en su arquitectura, que el provisto por la teoría. Sin
embargo, de la ideología a la verdad, el camino de la fantasía sustituye a
veces el de la teoría y revela atajos a los que repugna una delimitación
rigurosa. Es esta una imagen de Lenin muy distinta de la del pedagogo
austero y frío que gusta construir Rosa.

“¡Hay que soñar!”

Paradojalmente, esta es una de las conclusiones de ¿Qué hacer?

“Hay que soñar” repite Lenin. Y traza en pocas líneas el cuadro burlesco
de las perillas y de los monóculos de congreso, que lo agreden por esta
incongruencia. Evoca a los Martynov y a los Kritchevski persiguiéndolo con
sus tonos amenazadores: “¿tiene un marxista derecho a soñar?”. Y les
responde con una larga cita sobre la dialéctica fecunda del sueño y de la
realidad, para concluir diciendo que “los sueños de esta naturaleza, por
desgracia, son sobradamente raros en nuestro movimiento!”

Del mismo modo que la crisis revolucionaria constituye la hora de la


verdad para la organización, es también la hora de la verdad para la
teoría. Resta saber por qué.

c) Para la formación social


Hemos indicado que la crisis revolucionaría no afecta al modo de
producción sino a la formación social. La estructura con contradicciones
del modo de producción constituye el resorte oculto de esta crisis. El
segundo criterio leninista de la situación revolucionaria testimonia que la
crisis es ante todo crisis de la formación social. Mediante la aproximación
de las capaz medias al proletariado, la formación social reabsorbe el

164
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

entrecruzamiento de los modos de producción cuya consecuencia es la


existencia de capas intermedias. En la crisis, la formación social tiende
asintóticamente a su modo de producción dominante que constituye su
verdad oculta. Rosa Luxemburg insiste en La acumulación del capital en el
hecho de que el desarrollo del capitalismo entraña la desintegración de
las clases y capas intermedias. Cuanto más la formación social capitalista
elimina los vestigios de feudalismo, más tiende ella hacia el modo de
producción capitalista (que es e¡ modelo abstracto producido por Marx),
más formas impetuosas adopta esta desintegración. Capas cada vez
mayores se separan del edificio aparentemente sólido de la sociedad
burguesa, desencadenando movimientos que pueden acelerar mucho,
por la violencia con que estallan, el derrumbe de la burguesía. La crisis
revolucionaria acelera el proceso, pone a rojo vivo las contradicciones,
deja frente a frente al proletariado y a la burguesía, al asalariado y al
capital, tales como Marx los distinguió teóricamente en cuanto dos polos
necesarios e irreductiblemente antagónicos del modo de producción
capitalista.

Porque en el desgarramiento de la crisis, la formación social tiende a


reducirse a su modo de producción dominante, se produce la emergencia
del doble poder. Luego de estudiar con precisión las lecciones de 1905,
Lenin repitió incesantemente que “los Soviets constituyen un nuevo
aparato del Estado”. Polemizó violentamente contra Martov que
reconocía a los consejos como órganos de combate sin comprender su
misión, que es la de convertirse en aparato del Estado. En la crisis, las
relaciones entre la vanguardia y las masas se modifican. El proletariado
accede bruscamente a la conciencia de sí. En la temporalidad propia de la
crisis, las masas aprenden más en algunas horas que en veinte años. Su
espontaneidad sometida y mistificada se troca en espontaneidad
revolucionaria, fecundada por la actividad de la vanguardia. Son los
Soviets, “la forma más potente de Frente Único Obrero” (Trotsky) y no el
partido, quienes constituyen los órganos de poder de la clase proletaria.
Contrariamente a lo que piensan los ultraizquierdistas, a diferencia del
partido y del sindicato, los consejos no son organización permanente de la
clase. Su posibilidad concreta de existir supera el marco de la sociedad
burguesa y su simple presencia significa ya la lucha real por el poder del
Estado: a saber, la guerra civil.

165
Lenin - Luxemburg - Lukács

La crisis revolucionaria constituye, por consiguiente, el punto de ruptura


en el cual el proletariado irrumpe en tanto que clase en la historia, y “las
masas toman en sus manos su propio destino” y comienzan a desempeñar
el papel principal. Es por ello que en la crisis revolucionaria la formación
social tiende a coincidir con su modo de producción dominante. La
organización y la teoría soportan la prueba de la práctica frente al
proletariado, que por primera vez se sacude y se expresa como base. La
incomprensión de este carácter específico de la crisis revolucionaria, hace
que la teoría de la organización se extravíe y caiga en el delirio. Y Rosa
Luxemburg no siempre escapa a este delirio.

La crisis actúa como un catalizador a través del cual las diferencias se


acusan, como el tiempo de un alumbramiento.

“Lo importante de todas las crisis, dice Lenin, es que en ellas se


manifiesta lo que hasta entonces estaba latente, rechazando lo que
es secundario, superficial, sacudiendo el polvo de la política,
poniendo al desnudo los verdaderos resortes de la lucha de clases
tal como ella se desarrolla realmente”.

Sólo este doble fondo, revelado por la brusca irrupción de procesos


latentes, explica todas las imágenes y metáforas marxistas que hacen
referencia a los trabajos ocultos, y de las cuales la del “viejo topo” es la
más célebre. La percepción de la sociedad oscila entre dos alcances. El
primero es descriptivo, resume y registra los fenómenos sociales, compara
las reivindicaciones, los resultados electorales de los partidos. El segundo
es de orden estratégico: no se limita a alinear las clases, va más allá de las
apariencias y encuentra sus conflictos profundos, decisivos. “La estadística,
escribe Glucksmann, encuentra su clave en la lucha de clases, y no a la
inversa”. Para retomar una distinción análoga propia de Lenin, la política
se parece más al álgebra que a la aritmética, a las matemáticas superiores
más que a las aritméticas elementales. Los burócratas se obstinan en
machacar que tres es más que dos, pero en su ceguera electoralista no
ven que “las formas antiguas del movimiento socialista se han llenado de
nuevo contenido, por lo cual ha aparecido delante de las cifras un signo
nuevo, el signo “menos”, mientras nuestros sabios seguían (y siguen)
tratando con tozudez de persuadirse y de persuadir a todo el mundo de
que “menos tres” es más que “menos dos”.371

371
Lenin, Obras, t. XXXI, p. 97, Cartago, Buenos Aires.
166
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Esta algebrización de la lucha de clases que es la única que da acceso a la


estrategia, es característica del campo político. La crisis revolucionaria se
distingue de la simple crisis económica purgativa del sistema en que ella
pertenece al orden de la política. Y es en este orden donde la teoría
leninista de la organización nos permite hacer pie.

III. LA ORGANIZACIÓN COMO VÍA DE ACCESO A LO POLÍTICO


1) Los problemas después de Mayo
Las discusiones consecutivas a los acontecimientos de mayo de 1968 giran
alrededor del problema del partido revolucionario. La mayoría de las
veces para lanzar innovaciones, proponiendo “un partido de tipo nuevo” o
más simplemente para denunciar el anacronismo del Partido abandonado
a la panoplia anticuada del bolchevismo.

En realidad, bajo el pretexto de novedad y de actualidad, es un viejo


problema del movimiento obrero que vuelve a la superficie. ¿Qué dicen
hoy los innovadores en la materia? El editorial de Les Temps Modernes de
mayo-junio de 1968 asigna como única función al aparato del partido, la
de “coordinar las actividades de los animadores locales gracias a una red
de comunicaciones y de informaciones; de elaborar las perspectivas
generales...”. Gluksmann, por su parte, descompone las diversas funciones
del partido (teóricas, políticas y económicas). Afirma que un movimiento
revolucionario “no tiene necesidnd de organizarse según el aparato del
Estado, su tarea no consiste en dirigir sino en coordinar...” La afirmación
es o un truismo (el partido no puede jamás erigirse en aparato del Estado)
o un error, pues la clase en lucha debe tender a crear una dualidad de
poder, a crear sus propios órganos de poder centralizado, su propio
Estado. El término mal definido de movimiento revolucionario mantiene
la ambigüedad. De aquí deriva toda una concepción de la organización en
la que los centros son necesarios “no para hacer la revolución sino para
coordinarla”, o donde el papel de los “estados mayores” se esfuma en
provecho de “equipos de trabajo que reúnen a los especialistas”.

Ciertos grupos fundan esta renuncia al partido de “tipo leninista” en el


hecho de que la ideología dominante a escala mundial no sería más la de
la burguesía, sino la del proletariado. La revolución china en particular,
habría invertido las relaciones de fuerza de manera tal que el proletariado

167
Lenin - Luxemburg - Lukács

ha establecido un cerco y asedia a la burguesía.372 En otras palabras, la


ideología proletaria se ha convertido en dominante, lo que torna superfluo
la delimitación estricta de la vanguardia. El momento es el del inter-
cambio simple entre las diversas comentes de vanguardia que comparten
desde el comienzo una ideología marxista ambiente. En realidad, todas
estas hipótesis renuevan una problemática de la que Rossanda se
convierte en una lúcida intérprete en su artículo de Les Temps Modernes:
“El centro de gravedad se desplaza de las fuerzas políticas a las fuerzas
sociales.” Una de las sistematizaciones más rigurosas de esta problemática
se encuentra en Arthur Rosemberg (Histoire du Bolchévisme), para quien
la teoría del partido es una función del estado de desarrollo del
proletariado. En la época en que el proletariado está débilmente desarro-
llado, un puñado de intelectuales funda organizaciones conspirativas
restringidas, portadoras de la conciencia de clase aún adormecida del
proletariado. Así ocurre con Marx y Engels consideran a veces que el
partido se limita a sus propias personas físicas. Según Rosemberg, Lenin
retoma para Rusia, donde el proletariado está poco desarrollado todavía,
el mismo tipo de partido. En una etapa ulterior, el proletariado que se ha
desarrollado a consecuencia de la expansión de la gran industria, se
apropia de la teoría marxista y se penetra de ella; pero las organizaciones
extraen de allí la justificación de su propia existencia y de las luchas
reivindicativas elementales que ellas animan: es la época de la II a Inter-
nacional. Finalmente, en un tercer período el proletariado educado por
sus luchas deviene una clave revolucionaria; el papel del partido por lo
tanto se reduce: no puede pretender ya la dirección y se limita a ser el
simple intérprete de las aspiraciones del proletariado.

2) Los errores del luxemburguismo


a) El pecado de hegelianismo
En suma, mediante el desarrollo histórico del proletariado, la clr.se en sí
deviene progresivamente clase para sí, el sujeto teórico de la revolución
tiende a coincidir con su sujeto político. Esta tesis reposa sobre la
problemática hegeliana del en sí y del para sí. La lectura de Marx de la que
ella parte es la que Poulantzas califica de histórico-genética: masa
indiferenciada en sus comienzos, la clase social se organizaría en clase en
372
Cf. el folleto de los militantes del C.A. Vincennes-Sorbonne: Aprés Mai, éd. Maspero, pp. 21, 23
y 28.
168
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

sí para llegar a ser clase para sí. Esta problemática opera un deslizamiento
por el cual la clase es concebida como sujeto práctico de la historia. El
autodesarrollo histórico de la conciencia de clase suprime el rol del
partido. Ahora bien, subraya Poulantzas, “si la clase es un concepto, no
designa una realidad que pueda ser situada en las estructuras”. Dicho de
otra manera, la política que es el orden al que pertenece el partido es
irreductible a lo social: la clase como concepto permanece como sujeto
teórico y no práctico de la historia; la mediación del partido por el cual
ella accede a lo político sigue siendo indispensable.

La posición de Rosa Luxemburg no es clara; su vocabulario y su sintaxis


revelan con frecuencia hegelianismos, como lo señala justamente Robert
Paris en su prefacio a La Revolución Rusa. En la historia, el concepto de
proletariado, al principio alienado, se realiza progresivamente. Por lo
tanto, la Revolución es presentada como un sujeto oculto del que las
vicisitudes de la lucha de las clases son simplemente sus manifestaciones.
Cada derrota, cada error, cada revés, son pensados como momentos
necesarios en el proceso de realización del concepto. De allí resulta
evidentemente un rol muy desdibujado para la organización de
vanguardia: “el único sujeto al que corresponde hoy el papel de dirigente
es el yo colectivo de la clase obrera, que reclama resueltamente el
derecho de cometer ella misma las equivocaciones...”

b) Confusión de lo teórico y de lo político


Esta concepción cripto-hegeliana de la historia se manifiesta con otro
sesgo. Rosa Luxemburg señala en La acumulación del capital una
depuración progresiva de la formación social que vuelve visible el modo
de producción, observa una polarización creciente de las clases alrededor
de la burguesía y del proletariado. Ella deduce directamente de esta
evolución el desarrollo de la conciencia de las clases en presencia.

Ella confunde así el nivel teórico de análisis y el nivel político deduciendo


el segundo del primero. Es lo que Lukács denomina la sobre estimación
del carácter “orgánico” de las luchas de clase. Si la formación social
coincide con el modo de producción, la política se disuelve en la teoría, la
táctica en la estrategia. En la época del imperialismo, no hay ya guerras de
liberación nacional; en la época de la revolución proletaria no hay más
concesiones hacia el campesinado. En realidad, lo que falta a Rosa

169
Lenin - Luxemburg - Lukács

Luxemburg es la dimensión política. Cree en el “reforzamiento creciente


de la conciencia de clase del proletariado”. Habría una marcha evolutiva
de la conciencia de clase en el curso de la cual la autonomía organizativa
del partido sólo es necesaria como momento (el tiempo en que el
proletariado advierte su rol histórico encarnado) en el proceso de
desalienación del proletariado.

Debido a esta confusión de los niveles, Rosa Luxemburg subestima los


factores políticos e ideológicos, y su función. No es suficiente que las
clases estén polarizadas al extremo para que se expresen espontánea-
mente sus intereses revolucionarios. Ellas pueden durante largo tiempo
permanecer bajo el influjo de la ideología burguesa cuya función es
precisamente la de enmascarar las relaciones de producción. La crisis
revolucionaria sólo disuelve esta ideología y pone al día los mecanismos.
En la crisis, la ideología burguesa revela su desnudez; las escuelas auto-
justificativas de la burguesía, las tentativas por hipostasiar la historia
están en bancarrota. En mayo, la burguesía francesa tuvo como taparrabo
sólo la mediocridad de las aromadas académicas y la prosa grisácea,
estúpidamente reaccionaria, de un Papillon. Pero más allá de la crisis, si
ella sigue detentando el poder, la burguesía se reconstruye una fachada,
vuelve a lanzar sus mecanismos de seducción ideológica, que actúan
como corrosivos de la cohesión de clase.

Los que hoy hacen de mayo un acto de nacimiento (de la espontaneidad


revolucionaría del proletariado que sucede a su espontaneidad sometida)
no hacen sino extrapolar un momento político preciso: el de la crisis
revolucionaria. Teorizan su propia sorpresa y admiración, tanto más
grande por cuanto no entreveían la posibilidad de una crisis semejante.
De ese modo abandonan el terreno de la política para entrar en el de la
meta-política. Y de ese modo también tienen cierto parentesco con Rosa
Luxemburg.

c) La teoría de la organización-proceso
Los resabios de hegelianismo, la confusión de lo teórico y de lo político,
tiene como consecuencia la teoría luxemburguista de la organización-
proceso. Rosa se obstina con toda lógica en pensar la organización como
un producto histórico: “En el movimiento socialdemócrata, la organización
también... es un producto histórico de la lucha de clases en la cual la
socialdemocracia introduce simplemente la conciencia política”. En otra
170
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

parte define la socialdemocracia como “el movimiento propio de la clase


obrera”. Partiendo de la agravación de las contradicciones del capitalismo,
y confiando en el proletariado y en su espontaneidad revolucionaria, ella
concibe a la organización como la sanción del estado de desarrollo de la
clase, y como el punto de mira susceptible de precipitar (en el sentido
químico) su condensación. La dimensión organizativa no tiene, en esta
perspectiva, un peso específico. Definir la socialdemocracia como el
movimiento propio de la clase implica una concepción mecanicista y no
política. Si los bolcheviques se hubieran atenido a tal concepción hubieran
esperado la luz verde del congreso de los Soviets para desencadenar la
insurrección. Sin embargo, sólo la vanguardia organizada podía comprender
que la fecha de la insurrección debía preceder al congreso, y desen-
cadenarla efectivamente.

Todos los esfuerzos de Lenin en materia de organización están consagrados


precisamente a evitar la confusión entre el partido y la clase. En ¿Qué
hacer? insiste en que el movimiento puramente obrero es incapaz de
elaborar por sí mismo una ideología independiente, que toda reducción
de la ideología socialista implica un reforzamiento de la ideología
burguesa, que “el desarrollo espontáneo del movimiento obrero conduce
a subordinarlo a la ideología burguesa”, lo que significa “el sometimiento
ideológico de los obreros por la burguesía”. Más precisamente, en Un
paso adelante, dos pasos atrás, toda la discusión con Martov sobre el
parágrafo 1° de los estatutos tiene por finalidad la distinción clara y neta
de la clase y del partido. La amplia difusión de la pertenencia a un partido
“implica una idea desorganizada: la confusión de la clase y del partido”.

Más adelante, Lenin retoma la fórmula utilizada por Martov según el cual
“el partido es el intérprete consciente de un proceso inconsciente”, para
concluir diciendo que:

“precisamente por ello es erróneo querer que cada huelguista


pueda titularse miembro del partido, pues si cada huelga no fuera
la simple expresión espontánea de un potente instinto de clase, si
ella fuera la expresión consciente del proceso que conduce a la
revolución... entonces nuestro partido se identificaría inmediata-
mente, de golpe, con toda la clase obrera y a continuación
terminaría también de un sólo golpe con la sociedad burguesa”.

171
Lenin - Luxemburg - Lukács

Solamente en la crisis revolucionaria el partido y la clase tienden a


fundirse, porque en ese momento la clase accede masivamente a la lucha
política. El partido es el instrumento mediante el cual la clase revolu-
cionaría mantiene su presencia a nivel político como una amenaza
permanente para la burguesía y su Estado. Pero la crisis revolucionaria,
abriendo el campo político a la clase como tal, transforma cualitativamente
la vida política. Es por ello que las organizaciones conciben a la crisis como
su prueba de verdad, y es por ello también que en la crisis la práctica
predomina sobre la teoría.

La política leninista se asienta sobre esta relación dialéctica entre clase y


partido. Ninguno de los términos es reductible al otro. Los que minimizan
el rol de la organización sólo la conciben en función de coyunturas
precisas; así, por ejemplo, los que distinguen normas organizativas
distintas para los períodos de legalidad y de ilegalidad. Lenin concebía al
partido de manera distinta, y determinaba una invariancia de los
principios de organización correlativa a la tarea del partido: la lucha por la
destrucción del Estado burgués, punto de sutura de la formación social
capitalista. Y es también este objetivo el que sitúa al partido en el orden
de la política: como cerrojo de las relaciones de producción, el Estado es
la apuesta por excelencia de la lucha política. Sobre este fondo de
invariancia el partido dispone de un margen de adaptación relativo a sus
tareas inmediatas; pero nunca es definido en función de esas tareas,
siempre lo es en función de su tarea fundamental.

Toda revisión de los principios leninistas de organización en un sentido o


en otro procede de un desplazamiento fuera del campo político, mientras
que es solamente en este campo donde se arman y se erigen los
protagonistas de la crisis revolucionaria y donde se encierra la apuesta
fundamental: el Estado.

Rosa Luxemburg ilustra frecuentemente su concepción de la evolución


histórica del proletariado por el paso de lo inconsciente a lo consciente:
“el inconsciente precede a lo consciente, y la lógica del proceso histórico
objetivo precede a la lógica subjetiva de sus protagonistas”. En realidad,
más allá del esquematismo simplista de lo consciente y de lo inconsciente
concebidos como les atributos respectivos del partido y de la clase, la
problemática leninista va más al encuentro de la reelaboración freudiana
donde la oposición consciente-inconsciente es sustituida por la oposición
“yo coherente”–“elementos rechazados” en el cual el inconsciente es un

172
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

atributo común a los dos términos. De este modo, en la problemática


leninista de la organización, no hay un trayecto continuo del en sí al para
sí, del inconsciente al consciente. El partido no es la clase en armas, sigue
presa de las incertidumbres, de los balbuceos teóricos y del inconsciente.
Expresa el hecho de que en una formación social capitalista no podría
haber clase “para sí” como realidad, sino sólo como proyecto, a través de
la mediación del partido. Lukács lo destaca vigorosamente en su folleto
sobre Lenin:

“Sería hacerse ilusiones contrarias a la verdad histórica, si se llegara


a imaginar que la conciencia de clase verdadera y capaz de
conducir a la toma del poder es capaz de nacer espontáneamente
en el seno del proletariado, progresivamente, sin tropiezos, sin
regresiones, como si el proletariado pudiera adquirir ideológica-
mente su vocación revolucionaría de acuerdo a una línea de clase”.

Además, esta es la razón por la cual la crisis revolucionaria, según la


propia Rosa Luxemburg, no sobreviene nunca demasiado pronto y
siempre demasiado pronto. Nunca demasiado pronto, porque las premisas
económicas, la existencia del proletariado, están necesariamente reunidas;
siempre demasiado pronto, porque las premisas políticas, la plena auto-
conciencia del proletariado, nunca están totalmente realizadas. De aquí
resulta que el partido puede ser armado para derrocar el Estado Burgués,
pero siempre lo está insuficientemente para asumir las consecuencias de
la crisis.

3) La especificidad de lo político
¿En qué consiste para Lenin la lucha política en la que insiste incesan-
temente? Ante todo, se esfuerza por definir lo que ella no es: “Es inexacto
decir que la realización de la libertad política sea tan necesaria al
proletariado como el aumento de salarios... Su necesidad es de otro
orden, no es la misma, es de un orden mucho más complejo”. Nuevamente
se trata aquí del dominio del álgebra. Incesantemente, Lenin lucha contra
la reducción del orden político al orden económico, contra todos los que
debilitan la lucha de clases. Corrige a la Rabóchaia Mysl, para quien “lo
político sigue siempre a lo económico”; fustiga a Rabócheie Dielo, que
“deduce los objetivos políticos de las luchas económicas”.

173
Lenin - Luxemburg - Lukács

Pero más allá de estas prevenciones, Lenin habla de lo político pero sin
definirlo.

En realidad, el terreno político no existe a priori; sólo se constituye con la


estructuración de las propias fuerzas políticas. Es por eso que “la expresión
más vigorosa, más completa y la mejor definida de la lucha de clases
política, es la lucha de los partidos”. Por esta lucha cuyo objetivo es el
Estado, se instaura la especificidad de los políticos, que es el lugar de
irrupción de la crisis revolucionaria. Esta especificidad hace que no se
pueda definir más precisamente el sujeto político en ruptura con todo
determinismo riguroso de la economía. Lenin sigue siempre atento al
papel original que pueden desempeñar ciertas fuerzas políticas, más allá
de sus bases sociales reales. Ese papel no depende solamente de las
raíces sociales sino también del lugar ocupado en la estructuración
específica del campo político. De este modo se puede comprender, en
toda ortodoxia leninista, y sin recurrir a las extrapolaciones sociológicas,
el papel desempeñado en mayo por los estudiantes. En un artículo sobre
Las tareas de la juventud revolucionaria, Lenin ya señalaba:

“La división en clases es por cierto la base más profunda del


agrupamiento político; ella es quien, en última instancia determina
ese agrupamiento... Pero esta última instancia la establece la lucha
política solamente”.

De aquí resulta que, contrariamente a todo fatalismo, la iniciativa del


sujeto político contribuye al desencadenamiento de una crisis revolu-
cionaria cuya salida depende también en parte de él. La lección correlativa
es que la riqueza de lo político baraja las cartas; su complejidad hace que
el desencadenamiento, el pretexto de la crisis no sobrevenga nunca
cuando “lógicamente” se lo espera. Es por ello que el partido sólo puede
permanecer atento al conjunto del horizonte social, cultivar “todos los
campos, cualquiera sea su naturaleza, hasta los más viejos, vetustos y en
apariencia, más estériles” convencidos de que “si se cierra una salida, se
podrá siempre encontrar otro camino, a veces el nula imprevisible”.

Estos vuelcos, estas explosiones repentinas, inesperadas, que pueden


tomar desprevenida la organización revolucionaria víctima de sus
anteojeras y prejuicios, constituye la característica política cuando la crisis
revolucionaria aflora donde nadie la prevé. Los sucesos de mayo ilustraron
su estructuración específica, ofreciendo una imagen desalienada y sin

174
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

mutilaciones de la política, una imagen seductora para todos los que la


imagina con un rostro austero. Amputada por los partidos tradicionales,
truncada por la lucha sindical, política y antiimperialista, política, descuar-
tizada y saqueada no era más que un lamentable títere. Nanterre inició la
recomposición del rompecabezas y restituyó a la política su función
totalizadora, por la cual la crisis puede herir y minar el conjunto de
contradicciones. Cuando la política está hecha trizas, la crisis revolucionaria
está dividida, cargada brecha a brecha, dominada frente tras frente.

4) Estrategia del proletariado y de la burguesía


Para la burguesía, las formas de la dominación política son secundarias en
relación a su dominación económica. El poder político de la burguesía
puede tomar la forma del fascismo, del bonapartismo o de la democracia
parlamentaria. Pero, estratégicamente, ella se sitúa a nivel de lo
económico: “la dominación económica lo es todo para la burguesía,
mientras que la forma de dominación política es una cuestión de último
orden”. Mantenerse sobre el terreno de la lucha económica es intentar
derrotar a la burguesía en su propio campo es por esto que Lenin insiste
repetidamente en el ¿Qué hacer?, que “la política tradeunionista de la
clase obrera es precisamente la política burguesa de la clase obrera.”

Por el contrario, el lugar estratégico del proletariado es el terreno político.


Las estructuras políticas burguesas concentran y reproducen todas las
formas de esclavitud del proletariado el cual, como lo subraya el
Manifiesto, es la primera clase en la historia dominada bajo todos los
aspectos (económico, ideológico y político), cuando, en la época de su
evolución política, la burguesía ya poseía el poder económico. En
consecuencia, las luchas estratégicas del proletariado en su condición de
clase, son luchas políticas. Que es justamente lo que entrevió Rosa
Luxemburgo cuando señaló en varias oportunidades que no se pueden
separar artificialmente las luchas reivindicativas de las luchas políticas, y
que no hay huelga de masas puramente económica. Con todo, ella no
extrae de estas consideraciones todas sus consecuencias, quedando
también con relación a este punto rezagada con respecto a la comprensión
táctica de Lenin. Refiriéndose a su crítica de la sustitución de la Asamblea
Constituyente en el invierno de 1917, Lukács sugiere que ella concibió la
revolución proletaria bajo las formas estructurales de la revolución
burguesa.

175
Lenin - Luxemburg - Lukács

Conclusión

Los malentendidas entre Lenin y Rosa Luxemburgo no son simples


escaramuzas aisladas sino que manifiestan la existencia de dos
problemáticas diferentes donde se enfrentan la dialéctica marxista y la
dialéctica hegeliana. Una es política, la otra metapolítica. Para nosotros,
aún reconociendo que Rosa ha contribuido en muchos aspectos al
enriquecimiento de la teoría revolucionaria, únicamente la problemática
leninista permite plantear realmente los problemas de la organización. De
aquí resultan para el futuro inmediato dos puntos fundamentales:

1) No se puede disociar la elaboración de una estrategia revolucionaria de


la estrategia de la estructuración de una organización revolucionaria.
Ambas se condicionan recíprocamente. La estrategia revolucionaria es la
condición de efectividad de la organización, pero la organización es la
condición de existencia de la estrategia. Si es cierto que la validez de una
consigna depende de la relación de las fuerzas que la sustentan, la
existencia de la organización y su desarrollo transforma las condiciones de
formulación de las consignas.

2) Todo trabajo de organización debe tender a la construcción de un


partido. Esto no significa que la existencia de un partido cuidadosamente
organizado deba ser una condición previa a la lucha revolucionaria. Pero,
en virtud de los principios leninistas, se debe tender a la constitución de
ese partido, Sí no se lo toma como un fin exterior a la práctica inmediata,
sino como un horizonte que orienta y condiciona esta práctica, ningún
sistema organizativo no estará suspendido en el vacío, sino que tenderá a
conformarse a los principios. De igual modo que en la lucha revolucionaria,
en la construcción de la organización el movimiento no es todo; el
objetivo que se le asigna reacciona a su vez sobre el carácter y el curso del
movimiento.

176
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

CUESTIONES DE ORGANIZACIÓN
Rosa Luxemburg
El utaracentrismo defendido por Lenin se nos aparece como
impregnado no ya da un espíritu positivo y creador, sino del
espíritu del vigilante nocturno.

Una tarea nueva y sin precedentes en la historia del socialismo le ha


correspondido a la socialdemocracia rusa: la misión de definir una táctica
socialista, es decir, una táctica conforme a las luchas de clases del
proletariado, en un país donde todavía domina la monarquía absoluta.
Todo parangón entre la situación rusa y la Alemania del 1878-1890,
cuando estaban en vigor las leyes de Bismarck contra los socialistas, es
fundamentalmente errónea, porque consideraría al régimen policial y no
al régimen político. Los obstáculos que la ausencia de las libertades
democráticas crea al movimiento de las masas tienen una importancia
relativamente secundaria: también en Rusia el movimiento de las masas
ha logrado abatir las barreras del orden absolutista y darse su
“constitución”, aunque precaria, de “motines callejeros”. Ellas sabrán, por
cierto, perseverar en este camino hasta la victoria completa sobre el
absolutismo.

La dificultad principal que encuentra la lucha socialista en Rusia deriva del


hecho de que el dominio de clase de la burguesía está oscurecido por el
dominio de la violencia absolutista; esto confiere inevitablemente a la
propaganda socialista para la lucha de clases un carácter abstracto,
mientras que la agitación política inmediata asume sobre todo un carácter
revolucionario democrático.

En Alemania la ley contra los socialistas tendía a poner al en todas las


actividades de los grupos partidarios locales. Es suficiente observar que
según esta concepción el comité central está autorizado a organizar todos
los comités locales del partido, que por lo tanto goza también del poder
de decidir sobre la composición personal de cada organización rusa local,
desde Ginebra y Lieja hasta Tomsk e Irkutsk, para imponerles sus propios
estatutos, disolverlas por decreto y crearlas nuevamente, y de este modo
influir indirectamente hasta en la composición de la instancia suprema del
partido, el congreso partidario. Es asi como el comité central aparece
como el verdadero núcleo activo del partido y las demás organizaciones
como siempre instrumentos ejecutivos.
177
Lenin - Luxemburg - Lukács

Y es precisamente en esta unión del más riguroso centralismo organizativo y


del movimiento socialista de las masas donde Lenin ve un principio
especifico del marxismo revolucionario, y aporta una cantidad de
argumentos en apoyo de esta tesis. Pero tratemos de analizar la cuestión
con mayor detenimiento.

No se podría poner en duda de que en general es propia de la social-


democracia una fuerte tendencia hacia la centralización.

Habiendo crecido en el terreno económico del capitalismo, sistema


centralizador por esencia, y debiendo luchar en el marco político de la
gran ciudad burguesa centralizada, la socialdemocracia es profundamente
hostil a toda manifestación de particularismo o de federalismo nacional.
Ya que su misión es la de representar, dentro de las fronteras de un
Estado, los intereses comunes del proletariado en cuanto clase, y de
contraponer estos intereses generales a todos los intereses particulares o
de grupo, la socialdemocracia tiende por naturaleza a reunir en un partido
único los reagrupamientos de obreros, cualesquiera sean sus diferencias
de orden nacional, religioso o profesional entre los miembros de la misma
clase.

Ella no renuncia a este principio y no se resigna al federalismo, salvo en


presencia de condiciones excepcionalmente anormales, como ocurre por
ejemplo en la monarquía austro-húngara. Desde este punto de vista se
puede en modo alguno poner en duda el hecho de que la social-
democracia rusa no deba constituir un conglomerado federativo de las
innumerables nacionalidades y de los particularismos locales, sino que
debe ante todo constituir un partido único para todo el Imperio. Pero se
plantea también otra cuestión: la del grado de centralización que puede
convenir, teniendo en cuenta las condiciones actuales existentes en el
interior de la social- democracia rusa, unificada y única.

Desde el punto de vista de los objetivos formales de la socialdemocracia


como partido de lucha, el centralismo de su organización aparece a
primera vista como una condición de cuya realización dependen
directamente la capacidad de lucha y la energía del partido.

Sin embargo, estas consideraciones de carácter formal y que se aplican a


cualquier partido que se proponga una acción concreta, son mucho
menos importantes que las condiciones históricas de la lucha proletaria.

178
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

En la historia de las sociedades basadas en el antagonismo de clases, el


movimiento socialista es el primero que cuenta en todos sus estudios y en
todo su camino con la organización y la acción directa y autónoma de la
masa.

A partir de ésto la democracia socialista crea un tipo de organización


totalmente distinta de la de los movimientos socialistas precedentes, por
ejemplo, los movimientos de tipo jacobino-blanquista.

Lenin parece subestimar este hecho cuando en el libro citado expresa la


opinión de que el socialdemócrata revolucionario no sería otro que un
jacobino indisolublemente ligado a la organización del proletariado que
ha tomado conciencia de sus intereses de clase. Para Lenin, la diferencia
entre el socialismo democrático y el blanquismo se reduce al hecho de
que hay un proletariado organizado y provisto de una conciencia de clase
en lugar de un puñado de conjurados. El olvida que esto implica una
completa revisión de las ideas sobre la organización y, en consecuencia,
una concepción totalmente distinta de la idea del centralismo, como así
también de las relaciones recíprocas entre la organización y la lucha.

El blanquismo no se planteaba el problema de la acción inmediata de la


clase obrera y por ello podía dejar de lado educados en la lucha política, y
la posibilidad para ellos de desarrollar su acción específica mediante la
influencia directa sobre la vida pública (en la prensa del Partido, en
congresos públicos, etc.).

Esta última condición no podrá ser evidentemente realizada sino en la


libertad política; en cuanto a la primera –la formación de una vanguardia
proletaria consciente de sus intereses de clase y capaz de orientarse en la
lucha política– está solamente a punto de brotar y todo el trabajo de
agitación y de organización socialista debe tender a apresurar esta fase.

Es por ello muy extraño ver que Lenin profesa la opinión contraria: él está
persuadido de que todas las condiciones preliminares para la constitución
de un partido obrero potente y fuertemente centralizado existen ya en
Rusia. Y si en un acto de optimismo proclama que en la actualidad “no es
más el proletariado, sino ciertos intelectuales de nuestro partido los que
carecen de autoeducación en cuanto a espíritu de organización y de
disciplina”, y si glorifica la acción educadora de la fábrica, que habitúa al
proletariado “a la disciplina y a la organización”, todo esta prueba una vez
más su concepción demasiado mecánica de la organización socialista.
179
Lenin - Luxemburg - Lukács

La disciplina que Lenin tiene presente es inculcada al proletariado no sólo


por la fábrica, sino también por el cuartel y por el burocratismo actual, en
síntesis, por todo el mecanismo del Estado burgués centralizado.

Se hace un uso erróneo de las palabras y se cae en un error si se designa


con el mismo término de “disciplina” dos nociones tan distintas como, por
una parte, la ausencia de pensamiento y de voluntad en un cuerpo de los
miles de manos y piernas que realizan movimientos automáticos, y, por la
otra, la coordinación espontánea de los actos políticos conscientes de una
colectividad. ¿Qué puede tener de común la docilidad bien guiada de una
clase oprimida con la rebelión organizada de una clase que lucha por su
emancipación integral?

No es partiendo de la disciplina impuesta por el Estado capitalista al


proletariado (después de haber simplemente sustituido a la autoridad de
la burguesía la de un Comité central socialista), sino extirpando hasta su
última raíz estos hábitos de obediencia y de servidumbre como la clase
obrera podrá adquirir el sentido de una nueva disciplina, de la auto-
disciplina libremente consentida por la socialdemocracia.

De aquí resulta que el centralismo en sentido socialista no podría ser una


concepción absoluta aplicada a cualquier fase del movimiento obrero; es
necesario concebirlo ante todo como una tendencia que se convierte en
realidad en la medida del desarrollo y de la educación política de las
masas obreras en el curso de sus luchas.

Vale decir que la ausencia de las condiciones más necesarias para la


realización completa del centralismo en el movimiento ruso puede
constituir un obstáculo muy serio.

Sin embargo, nos parece que sería un grueso error pensar que se podría
sustituir “provisoriamente” en el Partido el dominio aún irrealizable de la
mayoría de los obreros conscientes por el poder absoluto de un Comité
central que actúa como por tácita “delegación”, y remplazar el control
público ejercido por las masas obreras sobre los órganos del Partido con
el control opuesto del Comité central sobre la actividad del proletariado
revolucionario.

180
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

La misma historia del movimiento obrero en Rusia nos ofrece muchas


pruebas del dudoso valor de un centralismo similar. Sería absurdo que un
centro omnipotente, investido de un ilimitado derecho de control y de
ingerencia, según el ideal de Lenin, tuviera una competencia limitada a las
funciones exclusivamente técnicas tales como la administración de los
fondos, la división del trabajo entre los propagandistas y los agitadores,
los transportes clandestinos de la prensa, la difusión de los periódicos,
circulares, manifiestos. Se podría comprender el fin político de una
institución munida de tales poderes, sólo si sus fuerzas fueran consa-
gradas a la elaboración de una táctica uniforme de lucha y si ella asumiera
la iniciativa de una vasta acción revolucionaria. ¿Pero que nos enseñan las
vicisitudes atravesadas hasta ahora por el movimiento socialista en Rusia?
Los cambios más importantes y fecundos de táctica en los últimos diez
años no fueron debidos a los descubrimientos de algún dirigente y aún
menos de órganos centrales, fueron siempre el producto espontáneo del
movimiento en fase de actividad.

Así ocurre durante la primera etapa del movimiento verdaderamente


proletario en Rusia, que puede datarse desde la huelga general espontánea
de Petrogrado en 1896, y que señala el comienzo de toda una fase de
luchas económicas realizadas por las masas obreras. Así ocurre también
en la segunda fase de la lucha, signada por las demostraciones callejeras,
que se desarrollaron a partir de la agitación espontánea de los estudiantes
de Petrogrado en marzo de 1901.

El gran giro sucesivo de la táctica que abrió nuevos horizontes estuvo


signado –en 1903– por la huelga general de Rostov del Don: también una
explosión espontánea, porque la huelga se transformó “por sí misma” en
manifestación política con agitaciones callejeras, grandes actos populares
abiertos y discursos públicos, que el más entusiasta de los revolucionarios
no habría osado soñar algunos años antes.

En todos estos casos nuestra causa hizo progresos inmensos. La iniciativa


y la dirección consciente de la organizaciones socialdemócratas sólo
tuvieron una participación insignificante. Esto no se explica por el hecho
de que tales organizaciones no estaban particularmente preparadas para
esos acontecimientos (aunque dicha circunstancia haya podido influir), y
aún menos por la ausencia de un aparato central omnipotente tal como el
preconizado por Lenin. Por el contrario, es bastante probable que la
existencia de un centro directivo de ese tipo no habría hecho más que

181
Lenin - Luxemburg - Lukács

aumentar la confusión de los comités locales, acentuando el contraste


entre el asalto impetuoso de las masas y la posición prudente de la
socialdemocracia. Por otra paite se puede observar que este mismo
fenómeno –el papel insignificante de la iniciativa consciente de los
órganos centrales en la elaboración de la táctica– se advierte en Alemania
como en otras partes. A grandes lineas, la táctica de lucha de la social-
democracia no debe, en general, ser “inventada”; es el resultado de una
serie ininterrumpida de grandes actos creadores de la lucha de clases con
frecuencia espontánea, que busca su camino.

El inconsciente precede lo consciente y la lógica del proceso histórico


objetivo precede la lógica subjetiva de sus protagonistas. La función de los
órganos directivos del Partido socialista tiene en gran medida un carácter
conservador: tal como nos enseña la experiencia, cada vez que el
movimiento obrero conquista un terreno nuevo, estos órganos lo cultivan
hasta sus límites extremos, pero al mismo tiempo lo transforman en un
bastión contra procesos ulteriores de mayor amplitud.

La táctica actual de la socialdemocracia alemana es estimada universal-


mente por su agilidad y, al mismo tiempo, por su firmeza. Pero esta
táctica denota solamente una admirable adaptación del Partido, hasta en
los mínimos detalles de la acción cotidiana, a las condiciones del régimen
parlamentario: el Partido ha estudiado metódicamente todos los recursos
de este terreno y sabe extraer beneficios sin derogar sus principios. Y sin
embargo, la misma perfección de esta adaptación cierra horizontes más
vastos. Se tiende a considerar a la táctica parlamentaria como inmutable,
como la táctica específica de la lucha socialista. Ella se rehusa, por
ejemplo, a examinar la cuestión planteada por Parvus del cambio de
táctica a considerar en el caso de la anulación del sufragio universal en
Alemania; y sin embargo esta eventualidad es considerada en modo
alguno como improbable por los jefes de la socialdemocracia.

Esta inercia es debida en gran parte al hecho de que es muy difícil definir,
en el vacío de cálculos abstractos, los contornos y las formas concretas de
coyunturas políticas todavía inexistentes y por ello imaginarías. Lo que
importa siempre para la socialdemocracia no es evidentemente la
preparación de un esquema ya definido para la táctica futura sino
mantener el juicio histórico correcto sobre las formas de lucha
correspondientes a cada momento dado, la comprensión viva de la
relatividad de esa fase de lucha y de la ineluctabilidad del agravamiento

182
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

de las tensiones revolucionarias desde el punto de vista del objetivo final


de la lucha de clases. Pero confiando al órgano dirigente del partido
poderes casi absolutos de carácter negativo, como quiere Lenin, no se
hace sino reforzar hasta un punto muy peligroso el natural conservadurismo
inherente a este órgano.

Si la táctica del partido es el producto no del Comité central sino del


conjunto del partido o, mejor aún, del conjunto del movimiento obrero,
es evidente que las secciones y federaciones necesitan de esa libertad de
acción que es la única que les permite utilizar todos los recursos de una
situación y desarrollar su iniciativa revolucionaria. El ultracentralismo
defendido por Lenin se nos aparece como impregnado no ya de un
espíritu positivo y creador, sino más bien del espíritu estéril del vigilante
nocturno. Toda su preocupación está dirigida a controlar la actividad del
Partido y no a fecundarla, a restringir el movimiento antes que a
desarrollarlo, a destrozarlo antees que a unificarlo.

Una experiencia similar, en las circunstancias actuales, sería doblemente


riesgosa para la socialdemocracia rusa. Ella está en el umbral de las
batallas decisivas que la revolución dará al zarismo; está por compro-
meterse, o mejor dicho está ya comprometida, en una fase de intensa
actividad creadora en el plano de la táctica y –lo que es natural en un
período revolucionario– en una fase en la cual su esfera de influencia se
ampliará y desplazará espontáneamente y a saltos. Intentar en tal
momento encadenar la iniciativa del Partido y rodearlo de alambradas,
significa impedir que cumpla con las formidables tareas de la hora.

Todas las consideraciones generales que hemos expuesto a propósito de


la esencia del centralismo socialista no bastan para delinear un proyecto
de estatuto adaptado a la organización del Partido, determinado
solamente por las condiciones en que se desarrolla la acción rusa. En
última instancia, un estatuto de este tipo no puede ser determinado sino
por las condiciones en que se efectúa la acción del Partido en un período
dado. Y ya que en Rusia se trata de la primera tentativa de poner en pie
una gran organización del proletariado, es dudoso que un estatuto,
cualquiera que él sea, pueda pretender ser infalible de antemano: antes
es necesario que sufra la prueba de fuego. Pero lo que sí tenemos el
derecho de deducir de la idea general que nos hemos hecho de la
organización de la socialdemocracia, es que el espíritu de esta organización
comporta, en especial al comienzo del movimiento de masas, la

183
Lenin - Luxemburg - Lukács

coordinación, la unificación del movimiento, y no ya su sumisión a un


reglamento rígido. Y, a condición de que el Partido sea preparado en este
espíritu de ductilidad política que debe ir acompañado de una fidelidad
absoluta a los principios y con el propósito de la unidad, podemos estar
seguros de que la experiencia práctica corregirá las incongruencias del
estatuto, por más desafortunada que pueda ser su redacción. Ya que no
es la letra, sino el espíritu viviente que le confieren los militantes activos,
lo que decide del valor de esta o aquella forma de organización.

***
Hasta aquí hemos examinado el problema del centralismo desde el punto
de vista de los principios generales de la socialdemocracia y, en parte,
bajo el aspecto de las condiciones particulares de Rusia. Pero el espíritu
de cuartel del ultra-centrismo preconizado por Lenin y por sus amigos no
es, en efecto, el producto de un modo de proceder casual. Dicho espíritu
se vincula a la lucha contra el oportunismo que Lenin extiende hasta el
terreno de los detalles más minuciosos de la organización.

Se trata, dice Lenin, “de forjar un arma más o menos afilada contra el
oportunismo. Y el arma debe ser tanto más eficaz cuanto más profundas
sean las raíces del oportunismo”.

De igual modo, Lenin ve en los poderes absolutos que atribuye al Comité


central y en el muro que eleva en torno al Partido, un dique contra el
oportunismo cuyas manifestaciones específicas provienen, a su entender,
de la tendencia innata del intelectual a la autonomía y la desorganización,
de su aversión por la disciplina estricta y por toda “burocracia”, necesaria,
sin embargo, en la vida del Partido.

Según Lenin, es sólo entre los intelectuales, que se mantienen individua-


listas e inclinados a la anarquía aunque se hayan adherido al socialismo,
donde se encuentra esta repugnancia a soportar la autoridad absoluta de
un Comité central, en tanto que el proletario auténtico logra mediante su
instinto de clase una especie de voluptuosidad con la que se abandona al
puño de una sólida dirección y a todos los rigores de una disciplina
despiadada.

“Oponer la burocracia a la democracia –dice Lenin– es contraponer


el principio organizativo de la socialdemocracia revolucionaria con
los métodos organizativos oportunistas.” (Ibíd. p. 151.)

184
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Declara que se da un conflicto similar entre las tendencias centralistas y


autonomistas en todos los países en los que el reformismo y el socialismo
revolucionario se encuentran cara a cara. Señala particularmente la
controversia reciente en la socialdemocracia alemana sobre el problema
del grado de libertad de acción que el partido puede permitirles a los
representantes socialistas en las asambleas legislativas.

Veamos los paralelos que traza Lenin.

En primer lugar, hay que señalar que ensalzar el supuesto genio de los
proletarios en materia de organización socialista y la desconfianza general
hacia los intelectuales en cuanto tales, no es un índice de mentalidad
“marxista revolucionaria”. Es muy fácil demostrar que semejantes
argumentos son oportunistas.

Las tendencias que presentan el antagonismo entre los elementos


proletarios y no proletarios en el movimiento obrero como problema
ideológico son el semianarquismo de los sindicalistas franceses, cuya
consigna es “¡Cuidado con los políticos!”; el tradeunionismo inglés, que
desconfía de los “visionarios socialistas”; y, si nuestros informes son
correctos, el “economicismo puro”, representado hasta hace poco en la
socialdemocracia rusa por Rabochaia Misl (Pensamiento Obrero), publicado
clandestinamente en San Petesburgo.

En la mayoría de los partidos socialistas de Europa Occidental existe


indudablemente una relación entre el oportunismo y los “intelectuales”,
al igual que entre los intelectuales y las tendencias descentralizadoras del
movimiento obrero.

Pero nada más ajeno al método histórico dialéctico del pensamiento


marxista que el separar los fenómenos sociales de su marco histórico y
presentar esos fenómenos como fórmulas abstractas susceptibles de ser
aplicadas en forma absoluta y general.

Razonando de manera abstracta podríamos decir que el “intelectual”,


elemento social proveniente de la burguesía y por lo tanto ajeno al
proletariado, no ingresa al movimiento socialista al impulso de sus
tendencias clasistas sino en oposición a ellas. Por eso tiene mayor
tendencia que el obrero a caer en aberraciones oportunistas. El obrero,

185
Lenin - Luxemburg - Lukács

decimos, puede encontrar apoyo revolucionario real en sus intereses de


clase, siempre que no abandone su medio ambiente, o sea la masa
trabajadora. Pero la forma concreta que asume la tendencia al
oportunismo del intelectual y, sobre todo, la forma en que esa inclinación
se expresa en el terreno organizativo son cuestiones que dependen
siempre del medio social en que se mueve.

El parlamentarismo burgués es la base social de los fenómenos que


observa Lenin en los movimientos socialistas alemán, francés e italiano.
Este parlamentarismo es el caldo de cultivo de todas las tendencias
oportunistas que existen en la socialdemocracia occidental.

El tipo de parlamentarismo que tenemos ahora en Francia, Italia y


Alemania proporciona terreno para las ilusiones del oportunismo actual,
tales como la sobrevaloración de las reformas sociales, la colaboración de
clases y partidos, la fe en una evolución pacífica hacia el socialismo,
etcétera. Esto ocurre al colocar a los intelectuales, como parlamentarios,
por encima del proletariado, y separándolos del proletariado dentro del
propio partido socialista. Con el crecimiento del movimiento obrero, el
parlamentarismo se vuelve un trampolín para los oportunistas políticos.
Por eso tantos fracasados con ambiciones de la burguesía corren a
cobijarse bajo la bandera de los partidos socialistas. Otra fuente del
oportunismo contemporáneo la constituyen los grandes medios materiales
con que cuenta la socialdemocracia, y la influencia de las grandes
organizaciones socialdemócratas.

El partido es el baluarte que defiende al movimiento clasista de las


desviaciones parlamentaristas burguesas. Para triunfar, dichas tendencias
deben destruir el baluarte. Deben disolver al sector activo, consciente del
proletariado en la masa amorfa del “electorado”.

Es así como nacen las tendencias “autonomistas” y descentralizados


perfectamente adaptadas a ciertos objetivos políticos; en consecuencia,
conviene explicarlos no como hace Lenin por el carácter de desclasado del
“intelectual”, sino por las necesidades del politiquero parlamentario
burgués, no por la psicología del “intelectual”, sino por la política
oportunista.

186
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

La cuestión se presenta totalmente distinta en Rusia, bajo el régimen de la


monarquía absoluta, donde el oportunismo del movimiento obrero es
generalmente el producto no de la fuerza de la socialdemocracia ni de la
descomposición de la sociedad burguesa, sino, al contrario, de las
condiciones políticas atrasadas de esta sociedad.

El ambiente en el que se reclutan en Rusia los intelectuales socialistas es


mucho menos burgués y más desclasado, en el sentido preciso de este
término, que en Europa occidental. Eta circunstancia –unida a la
inmadurez del movimiento proletario en Rusia– ofrece, es cierto, un
campo muy vasto a las teorizaciones falaces y a las oscilaciones
oportunistas que llegan, por una parte, hasta la negación completa del
aspecto político de las luchas obreras, y, por la otra, hasta la fe
incondicional en la eficacia de los atentados aislados, o también hasta el
quietismo político, el pantano del liberalismo y del idealismo kantiano.

Sin embargo nos parece que el intelectual ruso, miembro del Partido
socaldemócrata, difícilmente puede sentirse atraído por una labor de
desorganización, porque una tendencia así no es favorecida ni por la
existencia de un Parlamento burgués, ni por el estado de ánimo del
ambiente social. El intelectual occidental que profesa hoy el “culto del yo”
y tiñe de moral aristocrática hasta sus veleidades socialistas, es el
representante característico no de la “clase intelectual burguesa”, en
general, sino solamente de una fase determinada de su desarrollo: el
producto de la decadencia burguesa. Por el contrario, los sueños utópicos
y oportunistas de los intelectuales rusos, ganados para la causa del
socialismo, tienden a rellenarse de fórmulas teóricas, en las que el yo no
es exaltado, sino humillado, y la moral del renunciamiento y de la
expiación es el principio dominante. Así como los narodnikia (o
“populistas”) del 1875 predicaban la absorción de los intelectuales por la
masa campesina, y los partidarios de Tolstoy practican la evasión de los
ciudadanos hacia la vida de la gente “simple”, los factores del
“economismo puro” en las filas de la socialdemocracia querían que ésta
se inclinara ante “las manos callosas” del trabajador.

Se obtienen resultados muy distintos cuando en lugar de aplicar


mecánicamente a Rusia los esquemas elaborados en Europa occidental
nos esforzamos por estudiar el problema de la organización en relación
con las condiciones específicas de la sociedad rusa.

187
Lenin - Luxemburg - Lukács

De cualquier modo, atribuirle, como hace Lenin, una preferencia


inmutable por una forma determinada de organización y particularmente
por la descentralización, significa ignorar la naturaleza íntima del
oportunismo.

Ya se trate de organización o de otra cosa, el oportunismo sólo conoce un


único principio: la ausencia de todo principio. Escoge sus medios de
acción de acuerdo a las circunstancias, si estos medios le parecen aptos
para lograr los fines que persigue.

Si con Lenin nosotros definimos al oportunismo como la tendencia a


paralizar el movimiento revolucionario autónomo de la clase obrera y a
transformarlo en instrumento de las ambiciones de los intelectuales
burgueses, debemos reconocer que en las fases iniciales del movimiento
obrero este objetivo puede ser alcanzado no mediante la descentra-
lización, sino través de una rígida concentración, que entregará este
movimiento de proletarios aún incultos a los jefes intelectuales del
Comité Central. En los comienzos del movimiento socialdemócrata en
Alemania, cuando no existía todavía ni un sólido núcleo de proletarios
conscientes, ni una táctica basada en la experiencia, hemos visto
enfrentarse los partidarios de dos tipos opuestos de organización: el
centralismo a ultranza, sostenido por la “Asociación general de obreros
alemanes” fundada por Lassalle, y el autonomismo del partido que se
constituyó en el congreso de Eisenach con la participación de W.
Liebknecht y de A. Bebel. Aunque la táctica de los “eisenachianos” era
bastante confusa, desdé el punto de vista de los principios, ella contribuyó
infinitamente más que la acción de los lassalleanos, a suscitar en la masa
obrera el despertar de una nueva conciencia Y los proletarios desem-
peñaron rápidamente un papel preponderante en este partido (como se
puede ver en la rápida aceleración de los periódicos obreros publicadas
en provincia), el movimiento se extendió rápidamente, en tanto que los
lassalleanos, a pesar de todas sus experiencias de “dictadores”, llevaban a
sus partidarios de una desventura a otra.

En general es fácil demostrar que cuando la cohesión entre los elementos


revolucionarios de la clase obrera es aún débil y cuando el movimiento
mismo avanza todavía a balbuceos, es decir, cuando estamos en presencia
de condiciones similares a las que hoy existen en Rusia, es precisamente
el centralismo despótico y riguroso lo que caracteriza a los intelectuales
se expresan en una propensión a la “descentralización”, bajo el régimen

188
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

parlamentario y con un partido obrero sólidamente constituido– las


tendencias oportunistas de los intelectuales se expresan en una
propensión a la “descentralización”.

Si colocándolos desde el punto de vista de Lenin temiéramos sobre todo


la influencia de los intelectuales en el movimiento obrero, no podríamos
concebir un peligro mayor para el Partido socialista ruso que los planes de
organización propuestos por Lenin. Nada podría someter más un
movimiento obrero todavía tan joven a una élite de intelectuales, ávidos
de poder, que esta coraza burocrática en la que se lo aprisiona para
reducirlo a un autómata manejado por un “comité”.

Y, por el contrario, contra los manejos oportunistas y las ambiciones


personales, no existe garantía más eficaz que la actividad revolucionaria
autónoma del proletariado, gracias a la cual adquiere el sentido de sus
propias responsabilidades políticas.

En efecto, esto que hoy es un fantasma, que obsesiona la imaginación de


Lenin, podría mañana convertirse en realidad

No olvidemos que la revolución, que, estamos seguros, no tardará en


explotar en Rusia, no es una revolución proletaria, sino una revolución
burguesa, que modificará radicalmente todas las condiciones de la lucha
socialista. Entonces los intelectuales rusos se embeberán también ellos
rápidamente de la ideología burguesa. Si en la actualidad la social-
democracia es la única guía de las masas obreras, después de la
revolución se asistirá naturalmente a la tentativa de la burguesía, y en
primer lugar de los intelectuales burgueses, de hacer de las masas la base
de su dominio parlamentario.

El juego de los demagogos burgueses será bastante mas fácil si en la


actual fase de la lucha la acción espontánea, la iniciativa y el sentido
político de la vanguardia obrera habrían sido coartados en su desarrollo y
en su expansión por la tutela de un comité central autoritario.

Y en primer lugar, la idea que está en la base del centralismo a ultranza,


es decir el querer obstaculizar el camino al oportunismo con los artículos
de un estatuto, es fundamentalmente errónea.

189
Lenin - Luxemburg - Lukács

Bajo la impresión de lo ocurrido recientemente en los partidos socialistas


de Francia, Italia y Alemania los socialdemócratas rusos son propensos a
considerar al oportunismo en general como un ingrediente extraño,
introducido en el movimiento obrero por los representantes del
democratismo burgués. Aunque así fuese las sanciones de un estatuto
serían impotentes contra esta intrusión de elementos oportunistas. Dado
que el aflujo de afiliados no proletarios en el partido obrero es el efecto
de causas sociales profundas, tales como la decadencia económica de la
pequeña burguesía, el fracaso del liberalismo burgués, la decadencia de la
democracia burguesa, sería verdaderamente una piadosa ilusión pensar
en detener este ímpetu tumultuoso con la barrera de una fórmula inserta
en el estatuto.

Los artículos de un reglamento pueden dominar la vida de pequeñas


sectas y de cenáculos privados, pero una corriente histórica pasa a través
de las mallas de los parágrafos más sutiles. Pero además es un error muy
grande creer que se pueda defender los intereses de la clase obrera
rechazando los elementos que la disgregación de las clases burguesas
impulsa en masa hacia el socialismo La socialdemocracia siempre afirmó
representar, junto a los intereses de la clase obrera, la totalidad de las
aspiraciones progresistas de la sociedad contemporánea y los intereses de
todos aquellos que son oprimidos por el dominio de la burguesia. Esto no
se debe entender sólo en el sentido de que dicho conjunto de intereses
está idealmente comprendido en el programa socialista. El mismo
postulado se traduce en la realidad con la evolución histórica que hace de
la socialdemocracia, como partido político, el refugio natural de todos los
elementos insatisfechos y de tal manera el partido de todo el pueblo
contra la Ínfima minoría burguesa que detenta el poder.

***

Pero es necesario que los socialistas sepan siempre subordinar a los fines
supremos de la clase obrera todas las necesidades, todos los rencores,
todas las esperanzas de la multitud heterogénea que acude a ellos. La
socialdemocracia debe contener el tumulto de la oposición no proletaria
en los cuadros ce la acción revolucionaria del proletariado y, en una
palabra, asimilar los elementos que se aproximan a ella.

190
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Esto no es posible sino a condición de que la socialdemocracia constituya


ya un núcleo proletario fuerte y políticamente educado, bastante
consciente de ser capaz, como hasta ahora ha ocurrido en Alemania, de
arrastrar a remolque a los contingentes de desclasados y de pequeños
burgueses que entran en el partido. En este caso, un mayor rigor en la
aplicación del principio del centralismo y una disciplina más severa,
formulada explícitamente en los artículos del estatuto, pueden constituir
una salvaguardia eficaz contra las desviaciones oportunistas. En efecto,
existen todas las razones para considerar a la forma de organización
prevista por el estatuto como un sistema defensivo directo contra el
asalto oportunista; es así como el socialismo revolucionario francés se ha
defendido contra la confusión jauresista. Y una modificación en el mismo
sentido del estatuto de la socialdemocracia alemana constituiría una
medida bastante acertada. Pero, aún en este caso, no se debe considerar
al estatuto como un arma que en cualquier momento es de por si
suficiente: no es más que un medio extremo de coerción para dar
ejecutividad a la voluntad de la mayoría proletaria que predomina
efectivamente en el partido. Si esta mayoría fallara las sanciones más
tremendas formuladas en el papel serían inoperantes.

Sin embargo, esta afluencia de elementos burgueses no es por cierto la


única causa de las corrientes oportunistas que se manifiestan en el seno
de la socialdemocracia. Otra causa se manifiesta en la esencia misma de la
lucha socialista y en las contradicciones inherentes a ella. El movimiento
mundial del proletariado hacia su emancipación total es un proceso cuya
particularidad consiste en lo siguiente: por primera vez desde que existe
la sociedad civil, las masas populares hacen valer su voluntad consciente-
mente y frente a todas las clases dominantes, mientras que la realización
de esta voluntad sólo es posible más allá de los límites del actual sistema
social. Pero las masas no pueden adquirir y fortificar dentro de sí esta
voluntad sino en la lucha cotidiana contra el orden constituido, o sea en
los límites de este orden. Por una parte las masas populares, por la otra
un fin situado más allá del orden social existente; por un lado la lucha
cotidiana, y por el otro la revolución: tales son los términos de la
contradicción dialéctica en la que se mueve el movimiento socialista. De
aquí resulta la necesidad de desplazarse hábilmente entre dos escollos:
uno es la pérdida de su carácter de masa, el otro la renuncia al objetivo
final, la recaída al estado de secta y la transformación en un movimiento
reformista burgués.

191
Lenin - Luxemburg - Lukács

He aquí por qué es una ilusión contraría a las enseñanzas de la historia


querer fijar de una vez por todas la dirección revolucionaria de la lucha
socialista y querer garantizar para siempre al movimiento obrero de todas
las desviaciones oportunistas. Indudablemente la doctrina de Marx nos
provee de los medios infalibles para denunciar y combatir las manifes-
taciones típicas del oportunismo. Pero como el movimiento socialista es
un movimiento de masa, y los escollos que lo amenazan son los productos
no de artífices insidiosos sino de condiciones sociales ineluctables, es
imposible precaverse anticipadamente contra la posibilidad de oscilaciones
oportunistas. Sólo podemos superarlas con el mismo movimiento ayudán-
donos, como es obvio, con los recursos que ofrece la doctrina marxista, y
solamente después que las desviaciones, cualesquiera ellas sean, hayan
adquirido una forma tangible en la acción práctica.

Considerado desde este punto de vista, el oportunismo aparecería como


un producto del movimiento obrero y como una fase inevitable de su
desarrollo histórico. Especialmente en Rusia, donde la socialdemocracia
ha nacido hace poco y las condiciones políticas en las que se forma el
movimiento obrero son extremadamente anormales, el oportunismo es
en gran medida el resultado de las inevitables vacilaciones y de las
tentativas, en medio de las cuales la acción socialista se abre camino en
un terreno distinto de cualquier otro.

Si las cosas son de este modo, no podemos menos que sorprendernos por
la pretensión de alejar la posibilidad misma de toda desviación
oportunista escribiendo ciertas palabras en lugar de otras en el estatuto
del Partido. Tal tentativa de exorcizar al oportunismo con un pedazo de
papel puede ser extremadamente perjudicial, no para el oportunismo,
sino para el movimiento socialista en cuanto tal. Frenando las pulsaciones
de una vida orgánica sana, se debilita al cuerpo y se disminuye su
resistencia y también su espíritu combativo, no sólo contra el oportu-
nismo, sino también –y esto debería tener una gran importancia– contra
el ordenamiento social existente. El medio propuesto se opone al fin.

***

192
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

En esta premura obsesiva por establecer la tutela de un Comité Central


omnisciente y omnipotente, por preservar un movimiento obrero tan
prometedor y tan vigoroso de cualquier imprudencia, creemos advertir
síntomas de ese mismo subjetivismo que ya ha jugado algunas malas
pasadas al pensamiento socialista en Rusia. Es verdaderamente divertido
observar las extrañas cabreólas que la historia hace hacer al respetable
“sujeto” humano en su actividad histórica. Aplastado y casi reducido a
polvo por el absolutismo ruso, el yo toma su revancha en la medida en
que, en su pensamiento revolucionario, se pone a sí mismo sobre el trono
y se proclama omnipotente, bajo la forma de un comité de conjurados, en
nombre de una inexistente “Voluntad del Pueblo”. Pero el “objeto”
demuestra ser el más fuerte y el knut no tarda en triunfar puesto que
representa la expresión “legítima” de esta fase del proceso histórico.

Finalmente, vemos aparecer en la escena un hijo todavía más “legítimo”


del proceso histórico: el movimiento obrero ruso. Por primera vez en la
historia rusa, sienta con éxito las bases para la formación de una auténtica
voluntad popular. Pero he aquí que el yo del revolucionario ruso se
apresura a hacer cabriolas y una vez más se proclama dirigente
omnipotente de la historia, esta vez en la persona de Su Alteza el Comité
Central del movimiento obrero socialdemócrata. El hábil acróbata ni
siquiera advierte que el único “sujeto” al que corresponde hoy el papel de
dirigente es el yo colectivo de la clase obrera, que reclama resueltamente
el derecho de cometer ella misma las equivocaciones y de aprender ella
misma la dialéctica de la historia. Y en fin, digamos francamente entre
nosotros: los errores cometidos por un verdadero movimiento obrero
revolucionario son históricamente de una fecundidad y de un valor
incomparablemente mayores que la infalibilidad del mejor de los comités
centrales.

193
Lenin - Luxemburg - Lukács

UN PASO ADELANTE, DOS PASOS ATRÁS


Vladimir I. Lenin
Respuesta de N. Lenin a Rosa Luxemburg 373

El articulo de Rosa Luxemburg publicado en los números 42 y 43 de Die


Neve Zeit es un análisis crítico de mi libro, publicado en ruso, acerca de la
crisis existente en el seno de nuestro partido. No puedo por menos de
expresar a los camaradas alemanes mi agradecimiento por la atención
que dispensan a las publicaciones de nuestro partido y por su esfuerzo de
darlas a conocer a la socialdemocracia alemana, pero debo señalar que lo
que el artículo de Rosa Luxemburg publicado en Neue Zeit da a conocer al
lector no es mi libro, sino otra cosa distinta. Pondré algunos ejemplos en
apoyo de esto. La camarada Luxemburg dice, por ejemplo, que en mi libro
se manifiesta clara y nítidamente la tendencia de un “centralismo a
ultranza”. La camarada Luxemburg da por supuesto, así, que yo defiendo
un sistema de organización contra cualquier otro. Pero, en realidad, no
hay tal cosa. Lo que yo defiendo a lo largo de todo el libro, desde la
primera página hasta la última, son los principios elementales de
cualquier organización de partido que pueda imaginarse. En mi libro no se
examina el problema de la diferencia entre este o el otro sistema de
organización, sino el problema de cómo es necesario apoyar, criticar y
corregir el sistema que sea, siempre y cuando que no contradiga a los
principios del partido. Rosa Luxemburg dice, más adelante, que “según su
concepción [la de Lenin], el C.C. tiene plenos poderes para organizar todos
los poderes locales del partido”. Esto no es verdad. Lo que yo opino
acerca de esta cuestión puede demostrarse documentalmente mediante
el proyecto de los estatutos de organización del partido presentado por
mí. En él so se dice ni una palabra del derecho a organizar comités locales.
Fue la comisión elegida por el congreso del partido para elaborar los
estatutos la que introdujo en ellos este derecho, y el congreso del partido
aprobó el proyecto de la comisión. Para esta comisión fueron elegidos,
aparte de mí y de otro partidario de la mayoría, tres representantes de la
minoría del partido, lo que quiere decir que en esta comisión, que confirió
al C.C. el derecho a organizar los comités locales, prevaleció precisamente

373
El artículo de Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás (respuesta al articulo de Rosa
Luxemburg titulado Problemas de organización de la socialdemocracia rusa) fue enviado a
Kautsky para su publicación en Die Neue Zeit, órgano de la socialdemocracia alemana, pero
Kautsky se negó a publicarlo.
194
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

el criterio de tres adversarios míos. La camarada R. Luxemburg confunde


dos hechos distintos. En primer lugar, confunde mi proyecto de organización
con el proyecto modificado de la comisión, de una parte, y de otra con los
estatutos de organización aprobados por el congreso del partido; y, en
segundo lugar, confunde la defensa de un determinado postulado que
figura en un determinado artículo de los estatutos (en modo alguno es
verdad que, en esta defensa, yo mantuviera una posición a ultranza,
puesto que en el pleno no objeté en contra de las enmiendas introducidas
por la comisión) con la defensa (¿tiene esto algo que ver con el auténtico
“ultracentralismo”?) de la tesis según la cual los estatutos aprobados por
el congreso del partido deberán aplicarse en la práctica mientras no sean
modificados por el congreso siguiente. Esta tesis (“puramente blanquista”,
como fácilmente podrá advertir el lector) ha sido defendida por mí en mi
libro, a pesar de que, verdaderamente, mantengo una actitud “a ultranza”.
Dice la camarada Luxemburg que, en mi opinión, “el C.C. es el único
núcleo activo del partido”. Esto no es verdad. Yo no he defendido jamás
semejante opinión. Por el contrario, mis contradictores (la minoría del II
Congreso del partido) me han acusado en sus escritos de no defender lo
bastante la independencia y la autonomía del C.C. y de subordinarla
excesivamente a la Redacción del O.C. y al Consejo del partido,
organismos que funcionan en el extranjero. A esta acusación he
respondido en mi libro diciendo que cuando la mayoría del partido
prevalezca en el Consejo jamás intentará coartar la autonomía del C.C.;
pero esto fue lo que ocurrió tan pronto como el Consejo del partido se
convirtió en un instrumento en manos de la minoría. La camarada Rosa
Luxemburg dice que en la socialdemocracia rusa nadie duda de la
necesidad de contar con un partido unido y que toda disputa gira en torno
a la mayor o menor centralización. Esto no es verdad. Si la camarada
Luxemburg se diera el trabajo de leer las resoluciones de numerosos
comités locales del partido, que constituyen la minoría, comprendería
fácilmente (cosa que se destaca con particular claridad en mi libro) que la
disputa entre nosotros gira, principalmente, en torno a si el C.C. y el O.C.
deben o no representar la tendencia de la mayoría del congreso del
partido. De esta exigencia “ultracentralista” y “puramente blanquista” no
dice ni una palabra la respetable camarada, que prefiere declamar en
contra de la supeditación mecánica de la parte al todo, en contra de la
sumisión servil, de la obediencia ciega y de otras mostruosidades por el
estilo. Le agradezco mucho a la camarada Luxemburg sus esclarecimientos
en torno a la profunda idea de que la sumisión servil es funesta pa ra el
195
Lenin - Luxemburg - Lukács

partido, pero desearía preguntarle si ella consideraría como normal, si


reputaría tolerable el que en un partido cualquiera predominara en los
órganos centrales, titulados órganos del partido, la minoría del congreso
de éste. La camarada R. Luxemburg me achaca la idea de que en Rusia se
dan ya todas las premisas necesarias para organizar un gran partido
obrero, rigurosamente centralizado. Es una nueva afirmación que falta a
la verdad de los hechos. En ninguna parte de mi libro defiendo esta idea,
ni siquiera la expreso. La tesis defendida por mí expresaba y expresa algo
distinto. Lo que yo subrayo es que se dan ya todas las premisas necesarias
para que sean acatadas las decisiones del congreso y que hace ya mucho
que ha pasado el tiempo en que los organismos del partido podían ser
suplantados por círculos privados. He aportado pruebas de que algunos
académicos de nuestro partido han revelado su inconsecuencia y falta de
firmeza y de que no tiene derecho alguno a achacar su falta de disciplina
al proletariado ruso. Los obreros rusos se han pronunciado ya repetidas
veces y en diversas ocasiones en pro de la observancia de los acuerdos del
congreso del partido. Es sencillamente ridículo el que la camarada
Luxemburg declare que esto no pasa de ser una opinión “optimista” (¿no
debiera considerarse más bien como “pesimista”?), sin decir a este
propósito ni una palabra acerca del fundamento de hecho sobre que
descansa mi tesis. No he sido yo, sino un adversario mío, quien ha dicho
que concibo el partido a la manera de una fábrica. Lo que yo he hecho ha
sido burlarme de él, demostrándole con sus propias palabras que
confundía dos aspectos distintos de la disciplina fabril, lo que, por
desgracia, le ocurre también a la camarada R. Luxemburg.374

Dice la camarada Luxemburg que yo, al definir al socialdemócrata


revolucionario como un jacobino vinculado a una organización obrera con
conciencia de clase, probablemente he trazado una caracterización más
ingeniosa de mi punto de vista de la que haya podido trazar ninguno de
mis adversarios. Esta afirmación se aparta una vez más de los hechos. El
primero que ha hablado de jacobinismo no he sido yo, sino P. Axelrod. Ha
sido él quien por primera vez comparó los grupos de nuestro partido con
los del tiempo de la gran revolución francesa. Yo me he limitado a advertir
que esta comparación sólo era admisible en el sentido de que la división
de la social democracia actual en un ala revolucionaria y otra oportunista
coincidía hasta cierto punto con la división en montañeses y girondinos.

374
Ver en el folleto en ruso titulado Nuestros malentendidos, el artículo “R. Luxemburg contra
Carlos Marx”.
196
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Esta comparación fue hecha con frecuencia por la vieja “Iskra”,


reconocida como órgano por el congreso. Reconociendo precisamente
esta división, la vieja “Iskra” luchó contra el ala oportunista de nuestro
partido, contra la tendencia de Rabócheie Dielo. Rosa Luxemburg
confunde aquí la correlación entre dos tendencias revolucionarias de los
siglos XVIII- XX con la identificación de estas tendencias. Así, por ejemplo,
si digo que entre el Pequeño Echeidegg y la Jungfráu 375 hay la misma
diferencia que entre una casa de dos pisos y otra de cuatro, no quiere
decir eso que identifique a la Jungfráu con una casa de cuatro pisos. La
camarada Luxemburg deja totalmente fuera de su horizonte visual el
análisis de hecho de las distintas tendencias existentes en nuestro
partido. Pues bien, más de la mitad de mi libro se dedica precisamente a
este análisis, basado en las actas del congreso de nuestro partido, hacia lo
cual llamo la atención especialmente en mi introducción. Rosa Luxemburg
quiere hablar de la situación actual de nuestro partido y, al hacerlo,
prescinde totalmente del congreso que ha sido, en rigor, el que ha
sentado los fundamentos de éste. ¡No hay más remedio que considerar
que esta empresa es bastante arriesgada! Tanto más arriesgada cuanto
que, como ya hube de señalar cientos de veces en mi libro, mis
adversarios hacen caso omiso del congreso, y esto es precisamente lo que
hace que todas sus afirmaciones carezcan de todo fundamento en los
hechos.

Es, cabalmente, el mismo error cardinal en que incurre la camarada Rosa


Luxemburg. Se limita a repetir unas cuantas frases vacuas, sin tomarse el
trabajo de entrar a examinar su sentido concreto. Se deja intimidar por
una serie de monstruosidades, sin penetrar en los verdaderos funda-
mentos de la disputa. Me atribuye una serie de lugares comunes,
principios y reflexiones generalmente conocidos y verdades absolutas,
procurando silenciar las verdades relativas, basadas en hechos rigurosa-
mente determinados, los únicos con los que yo opero. Y se lamenta,
además, de que se apliquen esquemas, remitiéndose a este propósito a la
dialéctica marxista. Pero es el caso de que el artículo de la respetable
camarada no contiene, precisamente más que esquemas producto de la
cavilación, y su artículo contradice a los rudimentos de la dialéctica. Estos
rudimentos nos dicen que la verdad abstracta no existe, que la verdad es
siempre concreta. La camarada Rosa Luxemburg ignora desdeñosamente
los hechos concretos de la lucha de nuestro partido y se ocupa

375
Montes de los Alpes berneses. (Ed.)
197
Lenin - Luxemburg - Lukács

noblemente de declamaciones acerca de problemas que no es posible,


seriamente, enjuiciar. Citaré el último ejemplo, tomado del segundo
artículo de la camarada Luxemburg. Cita mis palabras según las cuales
esta o la otra redacción dada a los estatutos de organización puede servir
de arma más o menos afilada de lucha en contra del oportunismo. Pero
no dice ni una palabra acerca de las formulaciones de que yo hablo en mi
libro y de que hablamos todos en el congreso del partido. La camarada
autora del artículo no se refiere para nada a cuál era la polémica
mantenida por mí en el congreso del partido, no dice contra qué
planteaba yo mis tesis. En vez de ello ¡¡se digna administrarme toda una
lección sobre el oportunismo... en los países parlamentarios!! Pero acerca
de las distintas variantes específicas del oportunismo, acerca de los
matices que adopta en nuestro país, en Rusia y de los que se habla en mi
libro, no encontraremos en su artículo ni una sola palabra. La conclusión a
que se llega, partiendo de estos razonamientos, agudos e ingeniosos a
más no poder, es la siguiente: “Los estatutos del partido no deben ser, de
por sí [?? ¡entiéndalo quien pueda!], un arma cualquiera para rechazar el
oportunismo, sino solamente un arma externa poderosísima para
asegurar la influencia dirigente de la mayoría revolucionario-proletaria del
partido realmente existente”. Absolutamente cierto. Pero R. Luxemburg
silencia cómo se ha formado la mayoría realmente existente de nuestro
partido, que es precisamente de lo que yo hablo en mi libro. Y no dice
tampoco cuál era la influencia que defendíamos Plejánov y yo por medio
de esta poderosísima arma externa. Y únicamente podría añadir que yo
jamás ni en parte alguna he dicho algo tan sin sentido como eso de que
los estatutos del partido sean un arma “por sí mismos”

La respuesta más certera a semejante modo de interpretar mis ideas sería


exponer los hechos concretos de la lucha mantenida en nuestro partido. A
la vista de ellos, todo el mundo vería claramente con qué fuerza
contradicen los hechos concretos a los lugares comunes y las abstracciones
esquemáticas de la camarada Luxemburg.

Nuestro partido se fundó en la primavera de 1898, en un congreso de


representantes de algunas organizaciones rusas, celebrado dentro del
país. El partido recibió el nombre de Partido Obrero Socialdemócrata de
Rusia. Fue designado su órgano central Rabóchaia Gazeta;376 la “Unión de

376
Rabóchaia Gazeta [La Caceta Obrera]: órgano ilegal del grupo de los socialdemócratas de Kíev.
Llegaron a publicarse dos números: el n.° 1 (agosto de 1897) y el n. 2 (diciembre del mismo alio).
El X Congreso del P.O.S.D.R. había declarado a Rabóchaia Gazeta órgano oficial del partido. El
198
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

socialdemócratas rusos en el extranjero” pasó a ser la representación


extranjera del partido. Poco después de la celebración del congreso, el
C.C. del partido fue arrestado. Rabóchaia Gazeta dejó de publicarse
después de la salida del segundo número. El partido se convirtió en un
informe conglomerado de organizaciones locales (los llamados comités).
Entre ellos no había más nexo de unión que un nexo ideológico,
puramente espiritual. Tenía que sobrevenir, inevitablemente, un período
de disenciones, vacilaciones y escisiones. Los intelectuales, que en
nuestro partido representaban un porcentaje bastante mayor que en los
partidos del occidente de Europa, sentíanse atraídos por el marxismo, que
estaba de moda. Pero esta atracción pronto dejó el puesto, de una parte,
a la inclinación servil ante la crítica burguesa de Marx y, de otra, ante el
movimiento obrero puramente sindical (huelguismo, economismo). La
disención entre la tendencia intelectual-oportunista y la tendencia
proletario-revolucionaria condujo a la escisión de la “Unión” extranjera. El
periódico titulado Rabóchaia Misl y la revista del extranjero Rabócheie
Dielo eran (la segunda, más débilmente) los portavoces del economismo,
negaban la importancia de la lucha política y negaban los elementos de la
democracia burguesa en Rusia. Los críticos “legales” de Marx, los señores
Struve, Tugan-Baranovski, Bulgákov, Berdiáiev, etc., marchan resuelta-
mente hacia la derecha. En ningún país de Europa vemos que el
bernsteinismo desembocase tan rápidamente en su final lógico, en la
formación de una fracción liberal, como sucedió en Rusia. El señor Struve
comenzó por la ”crítica” en nombre del bernsteinismo y terminó con la
organización de la revista liberal Osvobozhdenie, liberal en el sentido
europeo de la palabra. Plejánov y sus amigos abandonaron la agrupación
extranjera y fueron apoyados por los fundadores de lskra y Zariá. Estas
dos publicaciones (de las que seguramente ha oído hablar la camarada
Rosa Luxemburg) libraron “durante tres años una brillante campaña”
contra el ala oportunista del partido, la campaña de la “Montaña” contra
la “Gironda” socialdemocrática (para decirlo con una expresión tomada
de la vieja “Iskra”), la campaña en contra de Rabócheie Dielo (camaradas
Krichevski, Akímov, Martínov y otros), contra el Bund judío y contra las
organizaciones rusas animadas por esta misma tendencia (en primer
lugar, contra la llamada “Organización Obrera” de Petersburgo y contra el
comité de Vorónezh).

periódico dejó de publicarse después del congreso, al ser destruida la imprenta por la policía y
detenidos los miembros del Comité Central.
199
Lenin - Luxemburg - Lukács

Cada vez se veía más claramente que no bastaba con la existencia de un


nexo ideológico entre los comités. Se ponía de relieve de un modo cada
vez más palpable la necesidad de tomar un partido realmente
cohesionado, es decir, de poner en práctica lo que se había querido hacer
en 1898. Por último, a fines de 1902, se formó el Comité de Organización,
que se había trazado como tarea convocar al II Congreso del partido. De
este Comité de Organización, integrado principalmente por la organización
de “Iskra” en Rusia, formaba también parte un representante del Bund
judío. En el otoño de 1903 se celebró, finalmente, el II Congreso, en el
que, de una parte, se llevó a cabo la unificación formal del partido y en el
que, de otra parte, se produjo la escisión de éste en una “mayoría” y una
“minoría”. Semejante división no existía con anterioridad a la celebración
del congreso y sólo puede explicarse mediante el análisis detallado de la
lucha librada en el congreso del partido. Por desgracia, los partidarios de
la minoría (incluyendo a la camarada Luxemburg) rehuyen medrosamente
este análisis.

En mi libro, que la camarada Luxemburg da a conocer de un modo tan


peregrino a los lectores alemanes, dedico más de cien páginas a examinar
en detalle las actas del congreso (que forman un tomo de cerca de
cuatrocientas páginas. Este análisis me llevó a clasificar a los delegados, o
mejor dicho los votos (pues había en el congreso delegados que tenían
uno o dos votos) en cuatro grupos fundamentales: 1) los iskristas de la
mayoría (partidarios de la tendencia de la vieja Iskra), 24 votos; 2) los
iskristas de la minoría, 9 votos; 3) el centro (llamado también, irónica-
mente, “el pantano”), 10 votos, y, por último, 4) los antiiskristas, 9 votos,
en total 51. Analizo la participación de estos grupos en todas las
votaciones producidas en el congreso del partido y demuestro cómo, en
todos los problemas (de programa, táctica y organización), el congreso del
partido fue la palestra de lucha de los iskristas contra los antiiskristas, en
la que se observan diversas vacilaciones por parte del “pantano”. Y no
podía ser de otro modo, como necesariamente tiene que ver claro todo el
que conozca un poco la historia de nuestro partido. Pero todos los
partidarios de la minoría (incluyendo a R. Luxemburg) cierran discretamente
los ojos a esta lucha. ¿Por qué? Precisamente porque esta lucha pone de
manifiesto todo lo que hay de falso en la actual situación política de la
minoría. A lo largo de toda esta lucha librada en el congreso del partido,
en torno a decenas de cuestiones y en decenas de votaciones, los iskristas
tuvieron que pelear contra los antiiskristas y el “pantano”, el cual se ponía

200
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

tanto más resueltamente de lado de los antiiskristas cuanto más


concretas eran las cuestiones debatidas, cuanto de un modo más positivo
se consideraba el sentido fundamental del trabajo socialdemocrático,
cuanto más efectivamente se aspiraba a llevar a la práctica los planes
inquebrantables de la vieja iskra. Los antiiskristas (especialmente, el
camarada Akímov y la camarada Brúker, delegada de la “Organización
obrera” de Petersburgo, que siempre estaba de acuerdo con él, y casi
siempre el camarada Martínov y los 5 delegados del Bund judío) eran
contrarios a la tendencia de la vieja Iskra. Defendían a las viejas
organizaciones sueltas, votaban en contra de su supeditación al partido,
en contra de su fusión con el partido (incidente del C. O., disolución del
grupo “El Obrero del Sur”, que era el grupo más importante del
“pantano”, etc.). Lucharon en contra de unos estatutos de organización
inspirados en el espíritu del centralismo (14° sesión del congreso) y, con
este motivo, acusaron a todos los iskristas de que trataban de implantar la
“desconfianza organizada”, de promulgar una “ley excepcional”, y de
otras atrocidades. Todos los iskristas sin excepción se rieron entonces de
esto; y merece hacerse notar que la camarada Rosa Luxemburg toma
ahora como algo serio todas estas necedades. En la inmensa mayoría de
los casos triunfaron los iskristas, que predominaban en el congreso, como
se ve claramente por los datos numéricos señalados más arriba. Pero, al
llegar la segunda parte del congreso, cuando se debatían ya cuestiones
menos de principio, se impusieron los antiiskristas, gracias al hecho de
que algunas iskristas votaron con ellos. Así sucedió, por ejemplo, en lo
tocante al problema de la equiparación de todas las lenguas en nuestro
programa; acerca de este punto, los antiiskristas casi lograron derrotar a
la comisión de programa y sacar adelante su propia formulación. Y así
sucedió también en lo referente al artículo primero de los estatutos,
donde los antiiskristas, mano a mano con el “pantano”, impusieron la
fórmula del camarada Mártov. Con arreglo a esta redacción, se
consideran miembros del partido, no sólo los que pertenezcan a una de
sus organizaciones (esta era la redacción que defendíamos Pléjánov y yo),
sino también todas las personas que trabajen bajo el control de una
organización del partido.377
377
El camarada Kautsky se manifestó en pro de la fórmula de Mártov, alegando en apoyo de ella
una razón de conveniencia. A esto diremos que, en primer lugar, en nuestro congreso este punto
no se enjuició desde el punto de vista de la conveniencia, sino atendiendo a razones de principio.
Así fue, en efecto, como planteó el problema el camarada Axelrod. En segundo lugar, el
camarada Kautsky se equivoca si piensa que, en un régimen policíaco como el ruso, media una
diferencia tan grande entre el hecho de pertenecer a una organización del partido y el de trabajar
bajo el control de ella. Y, en tercer lugar, constituye un gran error empeñarse en comparar la
201
Lenin - Luxemburg - Lukács

Lo mismo sucedió con motivo de las elecciones al C.C. y a la Redacción del


Organo Central, 24 iskristas formaban una coherente mayoría. Llevaron
adelante el plan de renovación del cuerpo de redactores meditado de
largo tiempo atrás: de los seis antiguos redactores se elegiría a tres; la
minoría quedó formada por 9 iskristas, 10 del centro y 1 antiiskrista (los 7
antiiskristas restantes, los delegados del Bund judío y los de Rabócheie
Dielo se habían retirado del congreso ya antes). Esta minoría quedó tan
descontenta por el resultado de la elección, que decidió abstenerse de
tomar parte de las demás que se celebraran. Al camarada Kautsky le
asistía toda la razón cuando veía en el hecho de la renovación del cuerpo
de redactores la causa fundamental de la lucha subsiguiente. Pero su
opinión de que fui yo (sic!) quien “eliminó” de la Redacción a tres
camaradas sólo puede explicarse por su desconocimiento total de lo que
fue nuestro congreso. En primer lugar, el hecho de no ser elegidos no es
lo mismo que el ser eliminados y, como es natural, yo no tenía en el
congreso derecho de ninguna clase para eliminar a nadie; y, en segundo
lugar, el camarada Kautsky, al parecer, no sospecha siquiera de que el
hecho de la coalición de los antiiskristas, el centro y una parte de los
partidarios de Iskra encerraba también una significación política y no
podía por menos de influir en el resultado de la elección. Quien no se
empeñe en cerrar los ojos a la evidencia de lo sucedido en nuestro
congreso no tiene más que ver que una minoría y una mayoría es
solamente una variante de la vieja división en el ala proletario-
revolucionaria y el ala intelectual-oportunista de nuestro partido. Es este
un hecho que no se puede rehuir con ninguna interpretación, ni con
ninguna clase de ironías.

Por desgracia, después del congreso la importancia de principio de esta


escisión se vio obstruida por las mezquinas querellas relacionadas con la
cooptación. Dos meses duró esta lucha. Se emplearon como medios de
combate el boicot y la desorganización del partido. Doce comités (de los
catorce que se hicieron oír con este motivo) condenaron enérgicamente
tales procedimientos de lucha. La minoría se negó incluso a aceptar
nuestra proposición (formulada por Plejánov y por mí) y a expresar su

situación que actualmente impera en Rusia con la que existía en Alemania bajo la vigencia de la
ley de excepción contra los socialistas.
La ley de excepción contra los socialistas fue promulgada en Alemania en 1878. Se declaraban
prohibidas en ella todas las organizaciones del partido socialdemócrata, las organizaciones
obreras de masas y la prensa obrera, se confiscaban las publicaciones socialistas y se deportaba a
los socialdemócratas. Dicha ley fue derogada en 1890, bajo la presión del movimiento obrero de
masas.
202
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

punto de vista en las páginas de “Iska”. En el congreso de la “Liga


extranjera”, las cosas llegaron hasta el extremo de lanzar ofensas e
injurias de carácter personal contra miembros de los organismos centrales
(llamándolos autócratas, burócratas, gendarmes, mentirosos y que se yo
cuántas cosas más). Se les acusó de ahogar la iniciativa personal, de
querer implantar la obediencia incondicional y la ciega sumisión, etc. De
nada sirvieron los intentos hechos por Plejánov para calificar como
anarquistas estos métodos de lucha de la minoría. Después de este
congreso, Plejánov publicó (en el núm. 52 de “Iskra”) su artículo titulado
¿Qué no hacer?, artículo que sienta época y que iba dirigido contra mí. En
este artículo, decía que la lucha contra el revisionismo no debía significar
a todo trance la lucha contra los revisionistas; para todos estaba claro
que, al decir esto, quería referirse a nuestra minoría. Y más adelante
sostenía que, a veces, no conviene luchar contra el individualismo
anarquista, tan profundamente arraigado en los revolucionarios rusos;
que, en ocasiones, el mejor medio para refrenarlo y evitar la escisión es
hacer algunas concesiones. Yo salí de la Redacción, ya que no podía
incorporarlos a ella a los redactores de la minería. Siguió luego la lucha
por la cooptación al Comité Central. Fue rechazada mi propuesta de hacer
las paces dejando a la minoría el O.C. y respetando en el C.C. a la mayoría.
Siguió adelante la lucha, combatiéndose “en principio” contra el burocra-
tismo, el ultracentrismo, el formalismo, el jacobinismo, el schweitzerismo
(a mí se me llamaba, en efecto, el Schweitzer ruso) y contra otras
monstruosidades. En mi libro me burlé de todas estas acusaciones e hice
notar que esto o eran simplemente líos de cooptación o (suponiendo que
hubiera que reconocer condicionalmente el carácter “de principio” de
tales acusaciones) no pasaban de ser frases oportunistas, girondistas. La
actual minoría no hace más que repetir lo que el camarada Akímov en
contra del centralismo, defendido por todos los partidarios de la vieja
“Iskra”.

Los comités de Rusia expresaron su indignación ante el hecho de que el


Organo Central se hubiera convertido en el órgano de un círculo privado,
en el órgano de los chismes de la cooptación y de las comadrerías del
partido. Se recibieron gran número de resoluciones en las que se mani-
festaba la más profunda irritación. Solamente la llamada “Organización
obrera” de Petersburgo, de que ya hemos hecho mención, y el comité de
Vorónezh (formado por partidarios del camarada Akímov) expresaron su
satisfacción de principio con la tendencia de la nueva “Iskra”. Las voces

203
Lenin - Luxemburg - Lukács

pidiendo la convocatoria del tercer congreso eran cada vez más


numerosas.

El lector que se tome la molestia de estudiar las fuentes de primera mano


acerca de Ta lucha de nuestro partido comprenderá sin dificultad que lo
que la camarada Rosa Luxemburg dice acerca del “ultracentrismo”, de la
necesidad de ir gradualmente hacia la centralización, etc., equivale,
concreta y prácticamente, a burlarse de lo que ha sido nuestro congreso
y, abstracta y teóricamente (si puede hablarse aquí de teoría) es un
simple adocenamiento del marxismo, una tergiversación de la auténtica
dialéctica marxista, etc.

La última fase de la lucha mantenida en nuestro partido se caracteriza por


el hecho de que los miembros de la mayoría han sido en parte eliminados
del C.C. y en parte convertidos en elementos introducidos en el C.C., 378
etc.) El Consejo del partido (que después de la cooptación de los antiguos
redactores ha caído también en manos de la minoría) y el actual C.C. han
condenado toda labor de agitación en favor de la convocatoria del III
Congreso y han pasado al camino de los acuerdos y pactos personales con
algunos miembros de la minoría. Han sido disueltas, por ejemplo, las
organizaciones que, como el organismo formado por agentes (apoderados)
del C.C., han osado cometer un crimen como el de hacer agitación en pro
de la convocatoria del congreso.379 Se ha declarado en toda la línea la
guerra a la convocatoria del III Congreso del partido. La mayoría ha
contestado a esto con la consigna de “¡Abajo el bonapartismol” (es el
título del folleto del camarada Galiorka, que actúa en nombre de la
mayoría). Aumenta el número de resoluciones en que se declara
contrarios al partido y bonapartistas a los organismos del partido que
mantienen la lucha en contra de la convocatoria del congreso. Cuán
hipócritas eran todas las chácharas de la minoría en contra del ultra-
centrismo y en pro de la autonomía, lo revela claramente el hecho de que
378
En el II Congreso del partido fueron elegidos para el C.C. Léngnik, Krzhizhanovski y Noskov. En
octubre de 1903 se incorporaron al C.C.., por cooptación, Zemliachka, Krasin, Essien y Gusárov.
En noviembre del mismo año entró en el C.C. Lenin y fue incorporado por cooptación Gálperin,
Durante los meses de julio a septiembre de 1904, se introdujeron nuevos cambios en la
composición del C.C..: dos leninistas, Léngnik y Essien, fueron detenidos. Los conciliadores
Krzhizhanovski y Gusárov presentaron su dimisión. Los miembros conciliadores del C.C. Krasin,
Noskov y Cálperin, haciendo caso omiso de las protestas de Lenin, eliminaron ¡legalmente del
C.C. a Semliachka, partidaria de la mayoría, e incorporaron a él a tres conciliadores, Liubimov,
Kárpov y Dubrovinski. Como resultado de todos estos cambios, la mayora del C.C. pasó a manos
de los conciliadores.
379
Lenin se refiere aquí al acuerdo del C.C. de disolver el Buró del Sur del C.C., que hacía labor de
agitación en pro de la convocatoria del III° Congreso del partido.
204
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

se haya declarado como al margen del partido la nueva editorial de la


mayoría creada por mí y otro camarada (en la que se publicaron el folleto
ya citado de Galiorka y algunos otros).380 La nueva editorial ofrece a la
mayoría la única posibilidad de propagar sus ideas, ya que las páginas de
“Iskra” están casi cerradas para ella. A pesar de lo cual, o, por mejor decir,
precisamente en virtud de ello, el Consejo del partido ha adoptado la
resolución a que nos referimos, basándose en la razón puramente formal
de que nuestra editorial no cuenta con poderes de ninguna organización
del partido.

Huelga decir en qué abandono se halla actualmente el trabajo cons-


tructivo, cuánto ha descendido el prestigio de la socialdemocracia y cuán
desmoralizado se halla todo el partido, al ver cómo se han reducido a la
nada todas las decisiones del II Congreso y todas las elecciones llevadas a
cabo en él y cómo los organismos del partido responsables ante éste han
desatado la lucha contra la convocatoria del III Congreso.

380
La editorial de publicaciones socialdemócratas de partido, de W. Bonch-Bruievich y N. Lenin,
fue creada por los bolcheviques después que la Redacción menchevique de Iskra les cerró las
columnas del periódico y se negó a publicar las declaraciones de las organizaciones y los
miembros del partido que salían en defensa de los acuerdos del II Congreso y exigían la
convocatoria del III Congreso del partido. En dicha editorial se publicaron una serie de trabajos
dirigidos contra los mencheviques y los conciliadores: N. Lenin, La campaña de los zemstvos y el
plan de Iskra; Galiorki, ¡Abajo el bonapartismo!; Orlovski, El Consejo contra el partido, y otros.
205
Lenin - Luxemburg - Lukács

OBSERVACIONES METODOLÓGICAS
SOBRE LA CUESTIÓN DE ORGANIZACIÓN
György Lukács

No pueden separarse mecánicamente los problemas


políticos de los problemas de organización.
Lenin, Discurso de clausura del XI Congreso del P.C. (b)

I
Los problemas de organización forman parte de algunas cuestiones
todavía poco elaboradas teóricamente, aunque hayan ocupado en
determinados momentos –por ejemplo, en ocasión de las discusiones
sobre las condiciones de ingreso381– el primer plano de las luchas
ideológicas. La concepción del partido comunista, atacada y calumniada
por todos los oportunistas, instintivamente comprendida y adoptada por
los mejores obreros revolucionarios, es, sin embargo, considerada
frecuentemente como una cuestión puramente técnica y no como uno de
los problemas intelectuales más importantes de la revolución. No es que
falten los materiales para profundizar teóricamente los problemas de
organización. Las tesis del II y III Congreso [de la Internacional Comunista],
las luchas de orientación del partido ruso, las experiencias prácticas de los
últimos años, ofrecen un material abundante. Pero se diría que el interés
teórico de los partidos (con excepción siempre del ruso) ha sido absorbido
de tal manera por los problemas de la situación económica y política
mundial, por las consecuencias tácticas que de ellos se derivan y por sus
justificaciones teóricas, que ya no queda ningún interés teórico vivaz y
activo por insertar el problema de organización en la teoría comunista.
Cuando se actúa correctamente en este terreno, la corrección es por lo
general más deudora del instinto revolucionario que de una actitud
teórica clara. Por otra parte, muchas actitudes tácticamente falsas, los
debates sobre el frente único por ejemplo, provienen de una concepción
incorrecta de los problemas organizativos.
381
Se refiere a las condiciones del ingreso en la Internacional Comunista que se discutieron en el
Segundo Congreso de la Internacional Comunista realizado en Moscú entre el 19 de julio y el 7 de
agosto de 1920. Las resoluciones del Congreso sobre este problema se basaron en las tesis de
Lenin “Condiciones de ingreso en la Internacional Comunista”. Véase Lenin, Obras, t XXXI, pp.
197-203 [N. del T.]
206
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Esta “inconsciencia” con respecto a los problemas de organización es


seguramente un signo de falta de madurez del movimiento. La madurez o
la carencia de ella, a decir verdad, se miden tan sólo por lo siguiente: una
concepción o una actitud preocupada por lo que debe hacerse está
presente en la conciencia de la clase actuante y de su partido dirigente, ya
sea bajo una forma concreta y mediatizada, o bien bajo una forma
abstracta e inmediata. Dicho de otro modo, mientras la meta deseada se
encuentra fuera de nuestro alcance, algunos hombres de gran lucidez
pueden seguramente, hasta cierto punto, ver con claridad el fin mismo, su
ausencia y su necesidad social. Sin embargo, serán incapaces de tomar
conciencia por sí mismos de los pasos concretos que conducirán al fin, de
los medios concretos que se derivan de su intuición eventualmente
correcta y de los que sería necesario disponer. Claro está que los utopistas
pueden también acertar con respecto a la situación de hecho de la que es
preciso partir. Pero seguirán siendo simples utopistas en la medida en que
vean esta situación tan sólo como un hecho, o a lo sumo como un
problema a resolver, sin alcanzar a comprender que es justamente allí en
el problema mismo, donde está dada la solución o el camino que a ella
conduce. Además, “no ven en la miseria más que la miseria, sin advertir su
aspecto revolucionario, destructor, que terminará por derrocar a la vieja
sociedad”.382 La oposición, subrayada aquí, entre ciencia doctrinaria y
ciencia revolucionaria va más allá del caso analizado por Marx y se
transforma en oposición típica en la evolución de la conciencia de la clase
revolucionaria. Con el progreso de la revolución en el proletariado, la
miseria ha perdido su carácter de simple dato y se ha integrado en la
dialéctica viva de la acción. Pero en su lugar aparecen, según la fase en
que se encuentra la evolución de la clase, otros contenidos frente a los
cuales la actitud de la teoría proletaria manifiesta una estructura muy
semejante a la que Marx ha analizado aquí. Porque sería una ilusión
utópica creer que la superación del utopismo es ya un hecho acabado
para el movimiento obrero revolucionario, debido a la superación teórica
–realizada por Marx– de su forma primera de aparición. Este problema,
que es en última instancia el problema de la relación dialéctica entre
“objetivo último” y “movimiento”, entre teoría y praxis, se repite bajo una
forma cada vez más evolucionada en cada etapa decisiva de la evolución
revolucionaria, y a decir verdad con contenidos constantemente variables.
Una tarea se manifiesta como posibilidad abstracta mucho antes de que
se tornen visibles las formas concretas de su realización. La exactitud o la
382
K. MARX, Miseria de la filosofía, edic., Lenguas Extranjeras, Moscú, s/f., p. 123.
207
Lenin - Luxemburg - Lukács

falsedad de la problemática puede ser abordada tan sólo cuando el


segundo grado ha sido alcanzado, cuando es identificable la totalidad
concreta que está llamada a ser el medio y el camino de su realización. De
ahí que la huelga general fuera en los debates de la II Internacional una
utopía puramente abstracta y que no haya llegado a esbozarse bajo una
forma concreta sino con la primera revolución rusa, la huelga general
belga, etc. De ahí que debieran pasar años de lucha revolucionaria aguda
antes de que el consejo obrero perdiera su carácter utópico de panacea
para todos los problemas de la revolución y fuera percibido por el
proletariado ruso como lo que realmente era. (De ningún modo pretendo
decir que este proceso de clarificación haya concluido, incluso dudo
mucho de ello. Pero como el consejo obrero sólo fue incluido aquí a título
de ejemplo, no entraré en más detalles).

Los problemas de la organización son justamente los que han permanecido


durante más tiempo en esta especie de penumbra utópica. Y esto no es
una casualidad. El desarrollo de los grandes partidos obreros se produjo
en su mayor parte durante la época en que el problema de la revolución
era concebido como una cuestión que influenciaba teóricamente el
problema, pero que no determinaba de inmediato el conjunto de las
acciones de la vida cotidiana. No parecía entonces necesario lograr
teóricamente una idea clara y concreta de la esencia y de la marcha
previsible de la revolución para poder extraer conclusiones sobre cómo
debía actuar conscientemente la parte consciente del proletariado. Sin
embargo, el problema de la organización de un partido revolucionario
puede desarrollarse orgánicamente sólo a partir de una teoría de la
revolución misma. Cuando la revolución se convierte en un problema del
día, la cuestión de la organización revolucionaria irrumpe como una
necesidad imperiosa en la conciencia de las masas y de sus vanguardias
teóricas.

Esto tampoco se logra sino de a poco, pues ni el hecho de la revolución, ni


siquiera la necesidad de tomar posición frente a ella en tanto que
problema de actualidad, como fue el caso durante y después de la
primera revolución rusa, pueden imponer una comprensión correcta. Es
evidente que ello sucedió, en parte, porque el oportunismo había echado
ya raíces tan profundas dentro de los partidos proletarios que un
conocimiento correcto de la revolución se había vuelto imposible. Pero
precisamente allí donde ese motivo no existia y donde había un claro
conocimiento de las fuerzas motrices de la revolución, dicho conocimiento
208
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

no pudo desarrollarse en una teoría de la organización revolucionaria. Era


justamente el carácter inconsciente, no elaborado teóricamente, fruto de
un puro “crecimiento natural”, de las organizaciones presentes lo que
obstaculizaba, al menos parcialmente, la clarificación de los principios.
Pues la revolución rusa ha revelado claramente los límites de las formas
de organización de Europa Occidental. El problema de las acciones de
masas, de las huelgas revolucionarias de masas, demuestra su impotencia
frente a los movimientos espontáneos de las masas, hace tambalear la
ilusión oportunista que recela de la idea de una “preparación organizativa”
de tales acciones, prueba que dichas organizaciones sólo se encuentran a
la zaga de las verdaderas acciones de masas, frenándolas y obstaculi-
zándolas en lugar de hacerlas avanzar y de lograr dirigirlas. Rosa
Luxemburg, que posee la visión más lúcida sobre el significado de las
acciones de masas, va más allá que esta simple critica. Con gran
perspicacia comprende al limite de la concepción tradicional de la
organización, falsa en su relación con las masas:

“La sobreestimación o la falsa estimación de la función de la


organización en la lucha de clases del proletariado –dice–, es
completada habitualmente por la subestimación de las masas
proletarias no organizadas y de su madurez política”. 383

Para polemizar contra esta sobreestimación de la organización y por otra


parte para definir la tarea del partido, ella concluye que dicha tarea no
debe “consistir en la preparación y la dirección técnica de la huelga de
masas, sino ante todo en la dirección política de todo el movimiento”.384

Así se había dado un gran paso hacia el conocimiento preciso del


problema de la organización: arrancando el tema de la organización de
su aislamiento abstracto (poniendo fin a la “sobreestimación” de la
organización) se emprenderá un camino siguiendo el cual le sería atribuía
su función correcta dentro del proceso de la revolución. Pero para ello
hubiera sido necesario que Rosa Luxemburg reorientara, a partir de una
concepción de la organización, el problema de la dirección política:
hubiera sido necesario que aclarase los momentos organizativos que
convierten en apto para la dirección política al partido del proletariado. Ya

383
R. Luxemburg, Massenstreik, Partei und Gewerkschaften.
384
Ibid. Sobre esta cuestión, así como sobre otros problemas que serán tratados ulteriormente,
citamos el interesantísimo ensayo de J. Reval, “La autocrítica comunista y el caso Levi” [en
alemán], en Kommunismus, II, 15-16. Nos falta espacio aquí, evidentemente, para una discusión
detallada con él.
209
Lenin - Luxemburg - Lukács

hemos hablado en otra parte acerca de lo que le impidió dar este paso.
Aquí nos limitamos a indicar que dicho paso ya había sido dado algunos
años antes: durante el debate de la socialdemocracia rusa sobre
organización. Rosa Luxemburg conocía perfectamente esta discusión,
pero en ella había tomado partido por la tendencia retrógada que frenaba
la evolución (la tendencia de los mencheviques). Sin embargo, de ningún
modo es casual que los puntos que provocaron la escisión de la social-
democracia rusa hayan sido, por una parte, la concepción del carácter de
la revolución futura y las tareas que de ella se desprendían (coalición con
la burguesía “progresista” o ludia al lado de la revolución campesina), y
por otra parte, los problemas de organización. Pero para el movimiento
no ruso fue una desgracia que la unidad, la ligazón indisoluble, dialéctica,
de esas dos cuestiones no fuera comprendida en ese momento por nadie
(Rosa Luxemburg inclusive). Así, pues, no sólo se menospreció divulgar en
el proletariado, por lo menos bajo la forma de propaganda, los problemas
de la organización revolucionaria para prepararlo por lo menos intelec-
tualmente a lo que vendría (entonces no era posible hacer más), sino que
tampoco los puntos de vista políticos correctos de Rosa Luxemburg, de
Pannekoek y de otros pudieron –en tanto que eran también tendencias
políticas– concretarse suficientemente; según las palabras de Rosa
Luxemburg, permanecieron latentes, simplemente teóricos y su ligazón
con el movimiento concreto conservó siempre un carácter utópico. 385

La organización es la forma de mediación entre la teoría y la práctica. Y


como en toda relación dialéctica, también aquí los miembros de esta
relación dialéctica adquieren concreción y realidad tan sólo en y por su
mediación. Este carácter de la organización, como mediadora entre la
teoría y la praxis, se revela con mayor claridad en el hecho de que la
organización manifiesta respecto de la divergencia entre las tendencias
una sensibilidad más grande, más sutil y más segura que respecto de
cualquier otro dominio del pensamiento y de la acción política. En la
teoría pura, las concepciones y las tendencias más diversas pueden
coexistir en paz, sus oposiciones toman la forma de discusiones que
pueden desarrollarse tranquilamente dentro del marco de una sola y
misma organización sin hacerla necesariamente estallar. Sin embargo, los
385
Sobre las consecuencias de esta situación, cf. la crítica de Lenin al folleto de Junius y las
posiciones adoptadas por el ala izquierda del partido alemán, polaco y holandés durante la
guerra mundial. Sin embargo, el programa del Spartakus Bund todavia trata de las tareas del
proletariado de un modo sumamente utópico y no mediatizado en su esbozo de la marcha de la
revolución. Cf. Informe del Congreso de fundación del P.C.A. [en alemán. Para la crítica de Lenin,
cf. Acerca del folleto de Junius, en Obras completas, XXII, Cartago, Buenos Aires, pp. 320-335].
210
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

mismos problemas, cuando son aplicados a cuestiones de organización, se


presentan como tendencias rígidas que se excluyen mutuamente. No
obstante, toda tendencia o divergencia de opinión “teórica” debe trans-
formarse instantáneamente en problema de organización si no quiere
permanecer como una simple teoría o una opinión abstracta, si realmente
tiene la intención de mostrar el camino de su realización. 386 Pero sería
igualmente un error creer que la simple acción es capaz de suministrar un
criterio real y seguro para juzgar sobre la justeza de concepciones que se
oponen entre sí, o inclusive de la posibilidad, o no, de conciliarlas. Toda
acción es en sí y para sí un entrelazamiento de acciones particulares de
hombres y de grupos particulares, que es igualmente falso concebir como
un devenir histórico-social “necesario” motivado de manera perfectamente
suficiente, o como la consecuencia de “errores” o de decisiones “correctas”
de los individuos. Este entrelazamiento confuso adquiere sentido y
realidad sólo cuando es interpretado en su totalidad histórica, es decir en
su función dentro del proceso histórico, en su papel mediador entre el
pasado y el futuro. Ahora bien, una problemática que aprehende el
conocimiento de una acción como conocimiento de sus lecciones para el
futuro, como respuesta a la pregunta: “¿Qué debemos hacer?”, ubica ya
al problema en el plano de la organización. Ella busca descubrir en la
estimación de la situación, en la preparación y en la dirección de la acción,
los momentos que, a partir de la teoría, han conducido necesariamente a
una acción que le sea lo más apropiada posible, busca entonces las
determinaciones esenciales que vinculan teoría y praxis.

Es claro que solamente de esta manera se podrá hacer una autocrítica


realmente fecunda, que nos permita descubrir con buenos resultados los
“errores” cometidos. La concepción de la “necesidad” abstracta del
devenir conduce al fatalismo; la simple suposición de que los “errores” o
la habilidad de los individuos constituyen el origen del éxito o del fracaso,
no puede, a su vez, ofrecer lecciones muy provechosas para la acción
futura. Pues desde este punto de vista, parecía casi una “casualidad” que
sea justamente fulano o mengano quien se haya encontrado en tal o cual
lugar, que haya cometido tal o cual error, etc. La comprobación de ese
error sólo nos puede llevar a la comprobación de que la persona

386
Como ejemplo de una crítica metodológicamente correcta, orientada hacia los problemas de
organización, cf. los discursos de Lenin en el XI congreso del P.C. (b) R., en los que aborda de
manera central, en las cuestiones económicas, la incapacidad de los comunistas –hasta de los más
destacados– que hacen aparecer los errores particulares como síntomas. Esto no influye por
supuesto en el rigor de la crítica hacia los individuos [en Obras completas cit., XXXIII, pp. 237-297].
211
Lenin - Luxemburg - Lukács

cuestionada no estaba a la altura de su papel, a una comprensión que de


ser correcta no carecería de valor, pero que desempeñaría sin embargo
un papel secundario para la autocrítica esencial. La importancia exagerada
que un examen de este tipo acuerda a los individuos demuestra su
incapacidad para objetivar el rol de esas personas y su aptitud para
determinar la acción de modo decisivo; demuestra que los acepta con el
mismo grado de fatalismo con que el fatalismo objetivo ha aceptado
el conjunto del devenir. Si al tratar este tema se supera su aspecto
simplemente particular y contingente, si se percibe en la acción conecta o
defectuosa de los individuos una causa que contribuya verdaderamente al
conjunto, pero cuya razón sin embargo deberá ser buscada más lejos, en
las posibilidades objetivas de sus acciones y en las posibilidades objetivas
de los hechos en virtud de los cuales los individuos ocupan esos cargos,
etc., entonces el problema estará nuevamente planteado en el plano de la
organización. En este caso, la unidad que en la acción ha ligado entre sí a
los que actúan, en tanto que unidad objetiva de la acción, es ya
examinada con relación a su adaptación a esta acción determinada; se
plantea entonces el problema de saber si los medios organizativos para
pasar de la teoría a la práctica son los correctos.

El “error” puede ciertamente residir en la teoría, en las metas fijadas o en


el conocimiento de la situación misma. Sin embargo, sólo una problemática
orientada hacia los problemas de organización permite criticar realmente
la teoría, partiendo del punto de vista de la práctica. Si la teoría se yuxta-
pone sin mediación a la acción sin que se vea claramente cómo es
concebida su influencia ésta, o dicho de otro modo, sin clarificar el enlace
organizativo entre ellas, la teoría misma no puede ser criticada más que
con respecto a sus contradicciones teóricas inmanentes. Esta función de
las cuestiones de organización explica que el oportunismo haya
experimentado siempre una gran aversión a extraer consecuencias de tipo
organizativo de las divergencias teóricas. La actitud de la Socialistas
Independientes de derecha en Alemania y de los partidarios de Serrati
frente a las condiciones de adhesión fijadas por el II Congreso, sus
tentativas de desplazar las divergencias efectivas con la Internacional
Comunista del dominio de la organización al dominio “puramente
político”, partían de un sentido oportunista correcto según el cual, en este
terreno, las divergencias podían permanecer mucho tiempo en estado
latente y sin expresión práctica. El II Congreso, en cambio, planteando el
problema en el plano de la organización, obligaba a tomar una decisión

212
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

clara e inmediata. Pero esta actitud no tiene nada de nuevo. Toda la


historia de la Segunda Internacional está llena de intentos similares para
conciliar las concepciones más diversas, las más efectivamente divergentes,
las más opuestas, en la “unidad” teórica de una resolución que hiciera
justicia a todas. La consecuencia automática de tales resoluciones es la
carencia de cualquier orientación hacia la acción concreta; inclusive, en
este sentido, permanecen siempre ambiguas y permiten las interpre-
taciones más diversas. La Segunda Internacional –precisamente porque
evitaba con mucho cuidado en tales resoluciones toda consecuencia de
tipo organizativo– pudo asi extenderse teóricamente sobre muchos
puntos, sin por ello comprometerse en lo más mínimo o ligarse a algo
determinado. Fue así, por ejemplo, que pudo ser tomada la decisión
radical de Stuttgart sobre la guerra, que no contenía, sin embargo, ningún
compromiso con ninguna decisión concreta y determinada en el plano
organizativo, ninguna directiva de organización sobre el modo de actuar,
ninguna garantía de tipo organizativo para la realización efectiva de la
realización. La minoría oportunista no extrajo ninguna consecuencia de
tipo organizativo de su derrota porque comprendía que la resolución
misma no tendría ninguna consecuencia en el plano de la organización. De
allí que después de la disgregación de la Segunda Internacional todas las
tendencias pudieran apoyarse en esta resolución.
El punto débil de todas las tendencias radicales no rusas de la Inter-
nacional residía, pues, en que sus posturas revolucionarias contra el
oportunismo de los revisionistas declarados y de los centristas no
pudieron o no quisieron concretarse en el plano de la organización.
Permitieron así a sus adversarios, particularmente a los centristas, que
ocultaran sus divergencias a los ojos del proletariado revolucionario; su
oposición no les impidió tampoco a los centristas aparecer como los
defensores del marxismo verdadero ante los ojos de la parte del
proletariado que tenían sentimientos revolucionarios. No corresponde
explicar aquí, teórica e históricamente, la supremacía de los centristas
durante el período de la preguerra. Es necesario, sin embargo, señalar
nuevamente que es el eclipsamiento de la revolución y de las tomas de
posición frente a los problemas revolucionarios de la acción cotidiana, lo
que ha permitido a los centristas ocupar esta posición polémica, tanto
contra el revisionismo declarado como contra las exigencias de la acción
revolucionaria; posición de rechazo teórico del revisionismo, pero sin
voluntad sería de eliminarlo de las prácticas del partido; de aprobación

213
Lenin - Luxemburg - Lukács

teórica de estas exigencias, pero sin reconocimiento de su actualidad. Al


mismo tiempo, el carácter revolucionario del período, la actualidad
histórica de la revolución, podían muy bien ser reconocidas por Kautsky y
por Hilferding, por ejemplo, sin que se derivara como una obligación el
aplicar esta actitud a las decisiones del momento. De ahí que estas
divergencias de opinión siguieran siendo para el proletariado meras
divergencias de opinión dentro de los movimientos obreros, a pesar de
todo revolucionarios, y que fuera imposible una clara diferenciación entre
las tendencias. Esta falta de claridad afectó, a su vez, las concepciones de
la misma izquierda. Siendo imposible para estas concepciones la
confrontación con la acción, ellas no pudieron desarrollarse por sí mismas
y concretarse mediante la autocrítica productiva que el paso a la acción
implica. Conservaron –hasta cuando estaban de hecho muy próximas a la
verdad– un carácter fuertemente abstracto y utópico. Pensemos por
ejemplo en la polémica de Pannekoek contra Kautsky sobre las acciones
de masa. A Rosa Luxemburg le fue imposible, por las mismas razones,
proseguir el desarrollo de sus ideas correctas sobre la organización del
proletariado revolucionario como dirección política del movimiento. Su
justa polémica contra las formas mecánicas de organización del movimiento
obrero, por ejemplo, en lo que se refiere a las relaciones entre partido y
sindicato, entre masas organizadas y no organizadas, condujo a una
sobreestimación de las acciones espontáneas de las masas, y su concepción
no pudo nunca liberarse completamente de un resabio simplemente
teórico y propagandístico.

II
Hemos explicado en otro lugar387 que no se trata aquí de una mera
casualidad, de un simple “error” de esta precursora. En ese contexto lo
esencial de tales modos de pensamiento se resuma de la manera más
acabada en la ilusión de una revolución “orgánica” puramente proletaria.
La teoría “orgánica” y revolucionaria de las acciones espontáneas de las
masas se formó en la lucha contra la doctrina oportunista de la evolución
“orgánica”, según la cual el proletariado conquistará poco a poco la
mayoría de la población por medio de un lento crecimiento y se
apoderará así del poder a través de medios puramente legales.388 Sin
387
Cf. mi Observaciones criticas sobre la “Crítica de la revolución rusa” de Rosa Luxemburg, en
Rosa Luxemburgo, La Revolución Rusa, La Rosa blindada, Buenos Aires, 1969.
388
Cf. al respecto la polémica de Rosa Luxemburgo contra la resolución de David en Mainz
[Lukács se refiere al congreso realizado por la socialdemocracia alemana en dicha ciudad en
1908. R. L. polemiza con David en su folleto Massenstreik, Partei und Gewerkschaften], así como
214
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

embargo, a pesar de todas las sensatas reservas de su mejores represen-


tantes, esta teoría culminaba, en última instancia, en la afirmación de que
el empeoramiento constante de la situación económica, la inevitable
guerra mundial imperialista y la consecuente aproximación del período de
luchas de masas revolucionarías, provocarían como una necesidad
histórica y social, acciones de masas espontáneas en las que sería puesta
a prueba la capacidad de las direcciones políticas respecto de una visión
clara de los objetivos y de los caminos de la revolución. Esta teoría, por lo
tanto, ha hecho del carácter puramente proletario de la revolución un
supuesto tácito. La extensión que Rosa Luxemburg otorga al concepto de
“proletariado” difiere, evidentemente, de la de los oportunistas. ¿No
muestra ella, quizá con gran insistencia, cómo la situación revolucionaria
moviliza grandes masas de un proletariado hasta entonces no organizado
y fuera del alcance del trabajo organizativo (obreros agrícolas, etc.) y
cómo estas masas manifiestan en sus acciones un nivel de conciencia de
clase incomparablemente más elevado que los mismos partidos y
sindicatos que pretenden tratarles con condescendencia, como si
carecieran de madurez, como si fueran “atrasados”? El carácter puramente
proletario de la revolución se encuentra sin embargo en la base de esta
concepción. Por una parte, el proletariado interviene en el plan de batalla
como formando una unidad y, por otra parte, las masas, cuyas acciones
son estudiadas, son masas puramente proletarias. Y es necesario que así
ocurra. Sólo en la conciencia de clase del proletariado la actitud correcta
con respecto a la acción revolucionaria puede anclar tan profundamente,
tener raíces tan hondas y tan instintivas, que sea suficiente una toma de
conciencia y una dirección clara para que la acción continúe y se oriente
por la buena senda. Sin embargo, si otras capas adquieren un papel
decisivo en la revolución, su movimiento puede ciertamente –bajo
determinadas condiciones– hacer avanzar la revolución, aunque puede
también tomar fácilmente una dirección contrarrevolucionaria, ya que en
la situación de clase de esas capas (pequeño-burguesas, campesinas,
naciones oprimidas, etc.) no está de ninguna manera prefigurada, ni
puede estarlo, una orientación necesaria hacia la revolución proletaria. Si
un partido revolucionario, concebido de esa manera, se relacionara con
tales sectores con el fin de hacer avanzar sus movimientos en beneficio de
la revolución proletaria e impedir que su acción sirva a la contrarrevo-
lución, estaría condenado necesariamente al fracaso.

sus comentarios (en el discurso-programa pronunciado en el Congreso de fundación del P.C.


Alemán) a la Introducción de Engels a La lucha de clases en Francia, “biblia” del legalismo.
215
Lenin - Luxemburg - Lukács

Y fracasaría también con relación al proletariado mismo. Porque en esta


edificación organizativa, el partido corresponde a una representación del
nivel de conciencia de clase del proletariado, según la cual sólo se trata de
volver consciente lo inconsciente, de actualizar lo que está latente, o más
bien, corresponde a una representación según la cual este proceso de
toma de conciencia implica una terrible crisis ideológica interna del
proletariado. No se trata aquí de refutar este miedo oportunista frente a
la “falta de madurez” del proletariado para tomar y conservar el poder.
Esta objeción ya ha sido refutada de manera inapelable por Rosa
Luxemburg en su polémica contra Bernstein. Se trata de que la conciencia
de clase del proletariado no se desarrolla paralelamente a la crisis
económica objetiva, en línea recta y de manera homogénea en todo el
proletariado; se trata de que gran parte del proletariado permanece
intelectualmente bajo la influencia de la burguesía y la agravación mayor
de la crisis económica no los aleja de esa posición; se trata, en fin de que
la actitud del proletariado, su reacción frente a la crisis permanece muy
retrasada, tanto en vigor como en intensidad, respecto de la crisis
misma.389

Esta situación sobre la que se fundamenta la posibilidad del menchevismo,


tiene también, sin duda alguna, sus fundamentos objetivamente econó-
micos. Ya Marx y Engels habían observado desde muy temprano esa
evolución, ese aburguesamiento de las capas obreras, las que gracias a los
beneficios de los monopolios en la Inglaterra de la época, adquirieron una
situación privilegiada con respecto a sus camaradas de clase. 390 Esta capa
se desarrolló por todas paites con la entrada del capitalismo en la fase
imperialista y se convirtió indudablemente en un apoyo importante para
la evolución, generalmente oportunista y hostil a la revolución, de
grandes sectores de clase obrera. Pero a mi entender, es imposible
explicar a partir de ello toda la cuestión del menchevismo. En primer
lugar, dicha posición privilegiada está hoy bastante quebrantada sin que
la posición del menchevismo haya sufrido el correspondiente quebranta-
389
Dicha concepción no es simplemente la consecuencia del desarrollo “lento” de la revolución
Lenin ha expresado en el 1 er Congreso [de la Internacional] la creencia de que “las luchas
adquieren una violencia tal que la conciencia de las masas obreras no puede mantenerse al ritmo
de su desarrollo”. Igualmente, la concepción del programa del Spartakus, según la cual la toma
del poder se da simplemente porque la "democracia" burguesa y socialdemócrata se encuentra
en el límite de su desarrollo, es rechazada por el partido comunista alemán, pues éste parte de la
premisa de que el hundimiento objetivo de la sociedad burguesa puede producirse antes que la
consolidación de la conciencia de clase revolucionaría en el proletariado. Cf. Informe del
Congreso de fundación del partido [en alemán].
390
Una buena exposición de sus declaraciones se encuentra en Contre le courant.
216
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

miento. También desde este punto de vista la evolución subjetiva del


proletariado permanece en muchos aspectos atrasada con respecto al
ritmo de la evolución objetiva, de manera que es imposible buscar en este
motivo la única causa del menchevismo; siempre que se quiera evitar una
posición teórica simplista que nos lleve a conclusiones sobre la falta de
una clara y consecuente voluntad de revolución en el proletariado
motivada por la ausencia de una situación objetivamente revolucionaria.
Pero, en segundo lugar, las experiencias de las luchas revolucionarias no
han demostrado de manera rotunda que la firmeza revolucionaría y la
voluntad de lucha del proletariado correspondan simplemente a la
estratificación económica de sus elementos. Observamos que todo el
proceso se aparta de un paralelismo simple y lineal y encontramos
también grandes diferencias con respecto a la madurez de la conciencia
de clase en el seno de las capas obreras ubicadas en la misma posición
económica.

Es solamente en el terreno de una teoría que no sea fatalista y


“economista” donde estas comprobaciones adquieren su verdadera
significación. Si la evolución social es concebida de modo tal que el
proceso económico del capitalismo lleve obligatoria y automáticamente al
socialismo, a través de las crisis, los momentos ideológicos indicados aquí
no son más que consecuencias de una falsa problemática. No son más que
síntomas del hecho de que la crisis objetivamente decisiva del capitalismo
aún no ha llegado. Un atraso de la ideología proletaria con respecto a la
crisis económica, una crisis ideológica del proletariado, son, para tales
concepciones, algo imposible por principio. La situación no se modifica
tampoco esencialmente si, conservando el fatalismo económico de la
actitud fundamental, la concepción de la crisis se vuelve optimista y
revolucionaria, es decir, si se ha comprobado que la crisis es inevitable y
sin salida para el capitalismo. En ese caso, el problema tratado aquí no
puede tampoco ser reconocido como problema; lo “imposible” se
convierte en un “todavía no”. Ahora bien, Lenin ha señalado con mucho
acierto que no existe una situación que en sí misma y por sí misma no
tenga una salida. En cualquier situación en que pueda encontrarse el
capitalismo, siempre encontrará posibilidades de solución “puramente
económicas”; sólo nos queda por saber si estas soluciones, una vez
extraídas del mundo teórico puro de la economía e introducidas en la
realidad de la lucha de clases, podrán también realizarse e imponerse.
Para el capitalismo los medios que permitan encontrar una salida serían

217
Lenin - Luxemburg - Lukács

entonces en sí y para sí pensables. Pero depende del proletariado que


sean también aplicables. El proletariado, la acción del proletariado, cierra
al capitalismo la salida de esta crisis. Ciertamente, es una consecuencia de
la evolución “natural” de la economía el hecho de que tal poder esté
ahora en las manos del proletariado. Sin embargo, aunque dichas “leyes
naturales” determinan sólo en parte la crisis le dan una amplitud y una
extensión que hacen imposible un desarrollo “apacible” del capitalismo. Si
esas leyes se desplegasen sin obstáculos (en el sentido del capitalismo)
ello no conduciría sin embargo a una simple declinación del capitalismo y
a su pasaje al socialismo, pero sí, en cambio, a un largo período de crisis,
de guerras civiles y de guerras mundiales imperialistas en un nivel cada
vez más elevado; conduciría “a una declinación común de las clases en
lucha”, a un nuevo estado de barbarie.

Por otra parte, estas fuerzas y su despliegue “natural” han creado un


proletariado cuya potencia física y económica deja al capitalismo muy
pocas ocasiones para imponer una solución puramente económica según
el esquema de las crisis anteriores, solución en la que e! proletariado
figura sólo como objeto de la evolución económica. Esta potencia del
proletariado es la consecuencia de los “sistemas de leyes” económicas
objetivas. Pero el pasaje de esta potencia posible a la realidad, y la
intervención real, como sujeto del proceso económico, del proletariado
que hoy es de hecho un simple objeto de este proceso –sólo potencial-
mente y de modo latente es el sujeto co-determinante del proceso–, no
están ya determinadas automática y fatalmente por estos “sistemas de
leyes”. Más exactamente: su determinación automática y fatal ya no
afecta en la actualidad al punto central de la potencia real del
proletariado. No obstante el hecho de que las reacciones del proletariado
ante la crisis se despliegan meramente según los ”sistemas de leyes” de la
economía capitalista, de que a lo sumo se manifiestan como acciones de
masas espontáneas, en el fondo manifiestan una estructura en muchos
aspectos similar a la de los movimientos del periodo prerrevolucionario.
Ellas estallan espontáneamente (la espontaneidad de un movimiento no
es más que la expresión subjetiva de su carácter determinado por las
leyes económicas en el plano de la psicología de las masas) y, casi sin
excepción, como una medida de defensa contra una ofensiva económica
–raramente política– de la burguesía, contra el intento de la burguesía por
encontrar una solución “puramente económica” a la crisis. Pero tales
acciones cesan con igual espontaneidad, y decaen cuando sus fines

218
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

inmediatos aparecen como logrados, o irrealizables. Parece, entonces,


que hubieran conservado su desarrollo “natural”.

Sin embargo, esta ilusión se disipa cuando estos movimientos ya no son


considerados en abstracto sino en su medio real, en la totalidad histórica
de la crisis mundial. Este medio es la extensión de la crisis a todas las
clases, superando de este modo a la burguesía y al proletariado. Porque
constituye una diferencia cualitativa y de principio si, en una situación en
la que el proceso económico provoca en el proletariado un movimiento
de masa espontáneo, el estado de toda la sociedad se mantiene en su
conjunto estable, o si, por el contrario, se opera en él un profundo
reagrupamiento de todas las fuerzas sociales, una conmoción en los
fundamentos del poder de la sociedad reinante. El reconocimiento del rol
importante de las capas no proletarias en la revolución y del carácter no
puramente proletario de ésta, adquiere también un significado decisivo.
Toda dominación de una minoría sólo puede mantenerse si le es posible
arrastrar ideológicamente tras de ella a las clases que no son directa e
inmediatamente revolucionarías, obtener de ellas el apoyo a su poder o,
por lo menos, la neutralidad en su lucha por el poder. (Paralelamente
interviene también el esfuerzo por neutralizar a los partidos de la clase
revolucionaría). Esto concierne a la burguesía de manera muy particular,
pues ella logra el poder efectivo mucho menos inmediatamente que las
clases dominantes anteriores (por ejemplo, los ciudadanos de las ciudades
griegas, la nobleza durante el apogeo del feudalismo). Por una parte, la
burguesía se encuentra, mucho más claramente, forzada a hacer la paz o
a mantener compromisos con las clases concurrentes que tenían el poder
antes que ella, para hacer servir a sus propios fines el aparato de poder
dominado por éstas y, por otra parte, está obligada a confiar el ejercicio
efectivo de la violencia (ejército, burocracia subalterna, etc.) en las manos
de los pequeños burgueses, de los campesinos, de extranjeros pertene-
cientes a naciones oprimidas, etc. De ahí que si debido a la crisis la
situación económica de esas capas se transforma, si su adhesión ingenua
e irreflexiva al sistema social dirigido por la burguesía es conmovido, todo
el aparato de dominación de la burguesía puede dislocarse, par así
decirlo, de un solo golpe: el proletariado puede convertirse en vencedor y
ser la única potencia organizada sin haber ni siquiera librado una sería
batalla, y aún menos, sin que el proletariado haya sido realmente el
vencedor.

219
Lenin - Luxemburg - Lukács

Los movimientos de estas capas intermediarias son realmente espontáneos


y tan sólo espontáneos. No son más que los frutos de potencias sociales
naturales que se despliegan según “leyes naturales” ciegas, y en tanto que
tales, ellas mismas son ciegas en el sentido social. Estas capas no tienen
conciencia de clase que se relacione o pueda relacionarse con la trans-
formación de conjunto de la sociedad; 391 representan siempre intereses de
clase exclusivamente particulares que ni siquiera tienen la apariencia de
intereses objetivos del conjunto de la sociedad. Su vinculación objetiva
con la totalidad sólo puede ser producida causalmente, es decir por los
deslizamientos en la totalidad, y no dirigida hacia la transformación de la
totalidad; también su orientación hacia la totalidad y la forma ideológica
que ella reviste sólo tienen un carácter contingente, aunque sea
concebidas en su formación como causalmente necesarias. Por todas
estas razones el despliegue de estos movimientos está determinado por
causas que les son exteriores. La orientación que toman finalmente,
contribuyendo a desintegrar la sociedad burguesa, dejándose utilizar
nuevamente por la burguesía o zozobrando en la pasividad después de su
desarrollo sin resultados, etc., no está prefigurada en la esencia interna de
esos movimientos sino que depende ampliamente de la actitud de las
clases capaces de conciencia, de la burguesía y del proletariado. Sin
embargo, cualquiera sea el destino interior de estos movimientos, su
simple explosión puede fácilmente provocar la detención de todo el
mecanismo que pone y mantiene en movimiento a la sociedad burguesa y
colocar a la burguesía, al menos temporariamente, en la incapacidad de
actuar.

La historia de todas las revoluciones, después de la gran Revolución


francesa, muestra en medida creciente esta estructura. La realeza
absoluta y más tarde las monarquías militares semiabsolutas, semi-
feudales, sobre las que se asentó el predominio económico de la
burguesía en Europa central y oriental, perdieron por lo general “de
golpe” todo apoyo dentro de la sociedad cuando estalló la revolución. El
poder social es abandonado a la multitud y queda, por así decirlo, sin
dueño. La posibilidad de una restauración está dada solamente porque no
hay una capa revolucionaria que pueda hacerse cargo del poder
abandonado. Las luchas del absolutismo naciente contra el feudalismo
manifiestan una estructura completamente diferente. Como las clases en
lucha eran ellas mismas de manera directa los soportes de sus

391
Cf. La conciencia de dase, en Historia y Conciencia de Clase, cit.
220
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

organizaciones coercitivas, la lucha de clases fue también mucho más


inmediatamente una lucha de la violencia contra la violencia. Pensemos,
por ejemplo, en la formación del absolutismo en Francia o en las luchas de
la Fronda. Hasta la decadencia del absolutismo inglés se desarrolla de
manera parecida, mientras que el hundimiento del Protectorado y con
mayor razón el del absolutismo mucho más aburguesado de Luis XVI, se
asemejan ya a las revoluciones modernas. La violencia directa es
introducida desde el “exterior” por Estados absolutistas aún intactos o por
territorios que permanecieron feudales (Vendée). A la inversa, los
conjuntos de potencia puramente “democráticas” se encuentran muy
fácilmente, en el curso de la revolución, en una situación como la
siguiente: mientras que en la época del hundimiento se formaron hasta
cierto punto por si mismos y atrajeron hacia ellos todo el poder, se
encuentran asimismo súbitamente despojados del poder como conse-
cuencia del reflujo de las capas indecisas que los sostenían (Kerenski,
Karoly). La forma que tomará esta evolución en los Estados occidentales
burgueses y democráticos avanzados no es todavía hoy claramente
previsible. De cualquier manera, Italia se encontró desde el fin de la
guerra hasta 1920 aproximadamente en una situación muy semejante, y
la organización de poder que se dio desde entonces (es decir, el fascismo)
forma un aparato coercitivo relativamente independiente de la burguesía.
No tenemos aún la experiencia de los efectos de los fenómenos de
disgregación en los países capitalistas altamente evolucionados, provistos
de grandes territorios coloniales; y particularmente, de la influencia que
tendrán sobre la actitud de la pequeña burguesía y de la aristocracia
obrera (y por lo tanto del ejército, etc.) las sublevaciones coloniales que
desempeñan aquí parcialmente el papel de las sublevaciones agrarias
interiores.

En consecuencia, se forma alrededor del proletariado un contorno social


que recubre los movimientos espontáneos de las masas, aun en el caso de
que ellos hubiesen conservado, considerados en sí mismos, su antigua
esencia, de una función completamente distinta en la totalidad social que
la que tuvieron en el orden capitalista instituido. Aquí intervienen, por lo
tanto, modificaciones cuantitativas muy importantes en la situación de las
clases en lucha. En primer lugar, la concentración del capital ha progresado
mucho, lo que ha provocado igualmente una fuerte concentración del
proletariado, aunque en el plano de la organización y de la conciencia no
haya sido enteramente capaz de seguir esta evolución. En segundo lugar,

221
Lenin - Luxemburg - Lukács

como consecuencia del estado de crisis, es cada vez más imposible para el
capitalismo escapar a la presión del proletariado mediante pequeñas
concesiones. Su salvación fuera de la crisis, la solución “económica” de la
crisis, no puede resultar más que de una explotación reforzada del
proletariado. Es por esto que las tesis tácticas del III Congreso, señalan
con mucho acierto que “toda huelga masiva tiende a transformarse en
una guerra civil y en una lucha inmediata por el poder”

Sin embargo, ella solamente tiende. Y en el hecho de que esta tendencia


no se haya reforzado hasta convertirse en realidad, aunque las condiciones
económicas y sociales para su realización hubiesen existido en muchos
casos, reside precisamente la crisis ideológica del proletariado. Esta crisis
ideológica se manifiesta, por una parte, en que la situación objetivamente
precaria de la sociedad burguesa se refleja sin embargo en la cabeza de
los proletarios bajo la forma de la antigua solidez, y en que el proletariado
en muchos aspectos sigue siendo prisionero de las formas capitalistas de
pensamiento y sensibilidad. Por otra parte, el aburguesamiento del
proletariado encuentra una forma de organización propia en los partidos
obreros mencheviques y en las direcciones sindicales dominadas por ellos.
Ahora bien, estas organizaciones trabajan conscientemente por mantener
la simple espontaneidad de los movimientos del proletariado (dependencia
con respecto a la ocasión inmediata, división por profesión, por país, etc.)
al nivel de la simple espontaneidad, y por impedir su transformación en
movimientos dirigidos hacia la totalidad, tanto mediante sus agrupaciones
territoriales, profesionales, etc., como mediante la unificación del
movimiento económico con el movimiento político. La función de los
sindicatos consiste en realidad en atomizar y despolitizar el movimiento,
en disimular su relación con la totalidad, mientras que los partidos
mencheviques se dedican más bien a fijar la reificación en la conciencia
del proletariado en el plano ideológico y en el de organización, para
mantenerlo en un nivel de aburguesamiento relativo. Pero si ellos pueden
cumplir esta función es poique la crisis ideológica está presente dentro
del proletariado, es porque un pasaje ideológico orgánico hacia la
dictadura y el socialismo es una imposibilidad, también teórica, para el
proletariado ya que la crisis significa al mismo tiempo que el resquebra-
jamiento económico del capitalismo la subversión ideológica del prole-
tariado, que se ha desarrollado dentro del capitalismo y bajo la influencia
de las formas de vida de la sociedad burguesa. El origen de esta
subversión ideológica se debe ciertamente a la crisis económica y a la

222
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

posibilidad objetiva que ésta ofrece de tomar el poder, pero su desarrollo


no constituye de ninguna manera un paralelo automático, que obedece a
leyes, de la crisis objetiva misma, su solución no puede ser otra que él acto
libre del mismo proletariado.
“Es ridiculo –dice Lenin de un modo que es caricaturesco sólo
formalmente y no en lo que respecta a la esencia de la cuestión–
imaginarse que en un lugar determinado se constituirá un ejército y
formando un frente dirá: (Nosotros estamos por el socialismo!, y en
otro lado un ejército distinto declarará: ¡Nosotros estamos por el
imperialismo!, y luego se producirá una revolución social”.392
Los frentes de la revolución y de la contrarrevolución se constituyen más
bien bajo formas muy cambiantes y a veces hasta de manera extremada-
mente caótica. Fuerzas que hoy actúan de un modo revolucionario
pueden mañana, con mucha facilidad, actuar en una dirección opuesta. Y
lo que es particularmente importante, estas modificaciones de dirección
no resultan de modo simple y automático de la situación de clase o aún
ideológica del sector en cuestión, pues siempre han sido influenciadas
decisivamente por las relaciones cambiantes con la totalidad de la
situación histórica y de las fuerzas sociales. De modo que no es nada
paradójico afirmar, por ejemplo, que Kemal Pachá representa (en circuns-
tancias determinadas) un reagrupamiento de fuerzas revolucionario,
mientras que un gran “partido obrero” representa un reagrupamiento
contrarevolucionario. Pero entre estos momentos que permiten una
orientación, es un factor de primera importancia el conocimiento correcto
de parte del proletariado de su propia situación histórica. El desarrollo de
la revolución rusa de 1917 lo prueba de un modo verdaderamente clásico:
las consignas de paz y de derecho a la autodeterminación, la solución
radical de la cuestión agraria, han hecho de capas sociales en si mismas
vacilantes un ejército utilizable (momentáneamente) por la revolución y
han desorganizado por completo todo el aparato de poder contrarrevo-
lucionario volviéndole inapto para la acción. Carece de sentido objetar
que la revolución agraria y el movimiento de masas por la paz se hubiesen
desplegado igualmente sin el partido comunista, o aún contra él. En
primer lugar, esto es totalmente inverificable; la derrota del movimiento
agrario que estalló de modo tan espontáneo en Hungría en octubre de
1918, por ejemplo, va al encuentro de esta afirmación; quizás hubiera
sido posible, también en Rusia, derrotar al movimiento agrario o provocar
392
Contre le courant, cit
223
Lenin - Luxemburg - Lukács

su reflujo “uniendo” (en una unidad contrarrevolucionaria) a todos los


“partidos obreros”, “importantes”. En segundo lugar, el “mismo” movi-
miento agrario hubiera adoptado, de haberse impuesto contra el prole-
tariado urbano, un carácter netamente contrarrevolucionario en relación
con la revolución social. Este ejemplo muestra hasta qué punto en las
situaciones de crisis aguda de la revolución el reagrupamiento de las
fuerzas sociales no debe ser juzgado según normas mecanicistas o
fatalistas. Nos demuestra hasta dónde la visión y la decisión correcta del
proletariado aportan un peso decisivo en la balanza, y hasta qué punto la
salida de la crisis depende del mismo proletariado. Pero es preciso
subrayar también que la situación de Rusia era relativamente simple
comparada con la de los países occidentales. En estos últimos los
movimientos de masa se han manifestado con mayor espontaneidad y la
acción organizada de las fuerzas que reaccionaban no tenían raíces
antiguas. Podemos decir asi, sin exageración, que las determinaciones
observadas aquí son valederas para los países occidentales en una medida
aún mayor, aunque el carácter subdesarrollado de Rusia, la ausencia de
una larga tradición legal del movimiento obrero –sin hablar por el
momento de la existencia de un partido comunista constituido– dieron al
proletariado ruso la posibilidad de superar más rápidamente la crisis
ideológica.393

El desarrollo de las fuerzas económicas del capitalismo coloca así en


manos del proletariado la decisión concerniente al destino de la sociedad.
Engels caracteriza el pasaje que se opera en la humanidad después de la
transformación que es preciso realizar como “el salto del reino de la
necesidad al reino de la libertad”.394 Es obvio que para el materialismo
dialéctico este salto –aunque, o mejor dicho, precisamente por ser un
salto– representa, por su esencia, un procesus.

¿Acaso Engels no dice en el pasaje citado que las transformaciones en


esta dirección se operarán “en una proporción siempre creciente”? Sólo
nos queda por saber dónde hay que situar el punto de partida de este
proceso. Lo más fácil sería seguir a Engels al pie de la letra, referir

393
No es posible deducir de esto que dicho problema haya sido superado definitivamente por
Rusia; perdurará aún e tiempo que dure la lucha contra el capitalismo. Sólo que en Rusia reviste
formas diferentes (más débiles, se puede prever) que en Europa, conforme a la influencia más
reducida que los modos capitalistas de pensar y de sentir han ejercido sobre el proletariado.
Sobre este problema: cf. V. I. Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo
[Obras completas, cit., XXX.].
394
Anti-Dühring, Grijalbo México, 1964, p. 280.
224
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

simplemente el reino de la libertad, en tanto que estado, a la etapa que


sigue a la revolución social íntegramente realizada y rehusar así toda
actualidad a esta cuestión. Sólo falta saber si esta comprobación, que
corresponde sin ninguna duda a la palabras de Engels, agota realmente la
cuestión. Queda por saber si es posible concebir un estado, aun sin hablar
de realizarlo socialmente, que no haya sido preparado por un largo
processus orientado hacia dicho estado, que contenga y desarrolle sus
elementos aunque sea bajo una forma en muchos aspectos inadecuada y
necesitada de saltos dialécticos; si una separación abrupta y excluyente
de las transiciones dialécticas entre el “reino de la libertad” y el proceso
que está destinado a darle vida no manifiesta una estructura utópica de la
conciencia, semejante a la que se manifiesta en la separación, ya tratada,
entre objetivo final y movimiento.

Si en cambio el “reino de la libertad” es considerado en conexión con el


proceso que conduce a él, es indudable que la primera intervención
histórica del proletariado tendía hacia dicho reino de manera evidente-
mente inconsciente. Aunque él no pudiera influenciar inmediatamente
–ni siquiera en el plano teórico– las etapas particulares del estadio inicial,
el objetivo final del movimiento proletario considerado como principio,
como punto de vista de la unidad, no podía ser separado de ninguno de
los momentos del proceso. Sin embargo, no hay que olvidar que el
período de las luchas decisivas no sólo se distingue de las precedentes por
la amplitud v la intensidad de las mismas luchas, sino también por el
hecho de que esas intensificaciones cuantitativas no son más que
síntomas de las diferencias cualitativas profundas, que enfrentan estas
luchas con las anteriores. Si en una etapa anterior y según el Manifiesto
comunista, “los obreros forman en masas compactas, esta acción no es
todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la
burguesía” esta conquista de la automomía, esta “organización del
proletariado en clase” se repite en un nivel cada vez más alto, hasta que
adviene el período de la crisis definitiva del capitalismo, la época en la
cual las decisiones se encuentran cada vez más en manos del
proletariado.

Esta situación no significa de ningún modo que los “sistemas de leyes”


económicas objetivas hayan dejado de funcionar. Todo lo contrario.
Subsistirán mucho tiempo después de la victoria del proletariado y no

225
Lenin - Luxemburg - Lukács

parecerán simplemente –como en el caso del Estado– con el nacimiento


de la sociedad sin clases, bajo el control total del hombre. El aspecto
nuevo que encontramos en la situación presente es tan sólo –¡tan sólo!–
el hecho de que las fuerzas ciegas del desarrollo económico capitalista
empujan a la sociedad hacia el abismo, que la burguesía ya no tiene el
poder de ayudar a la sociedad a superar, después de breves oscilaciones,
el “punto muerto” de sus leyes económicas, mientras que el proletariado,
aprovechándose conscientemente de las tendencias existentes de la
evolución tiene la posibilidad de dar otra dirección a la evolución misma.
Esta otra dirección, es la reglamentación consciente de las fuerzas
productivas de la sociedad. Querer esto conscientemente significa querer
el “reino de la libertad” y realizar el primer paso consciente hacia su
realización.

Es verdad que este primer paso resulta “necesariamente” de la situación


de clase del proletariado. Sin embargo, esta misma necesidad tiene el
carácter de un salto. 395 La relación práctica con la totalidad la unidad real
de la teoría y de la praxis, que eran inherentes, por así decirlo sólo de
manera inconsciente a las acciones anteriores del proletariado, se tornan
claras y conscientes. También en los estadios anteriores de la evolución, la
acción del proletariado se elevaba a menudo por saltos a una altura en la
cual la ligazón y la continuidad con la evolución precedente podían
volverse conscientes y ser concebidas como productos necesarios de la
evolución sólo después de haber acaecido. (Recordemos la forma estatal
de la Comuna de 1871). Aquí, sin embargo, el proletariado debe dar este
paso consciente. No debe asombrarnos que todos aquellos que permanecen
prisioneros de las formas de pensar del capitalismo tengan miedo de este
salto, que se aterren con todas las energías de su pensamiento a la
necesidad como “ley de repetición” de los fenómenos, como ley natural, y
rechacen por imposible el nacimiento de algo radicalmente nuevo de lo
que no podemos tener todavía ninguna “experiencia” Es Trotsky, en su
polémica con Kautsky, quien ha subrayado con mayor claridad esta
demarcación después de que ella hubiera sido abordada en los debates
sobre la guerra, “pues el prejuicio bolchevique fundamental consiste
precisamente en la suposición de que no se puede aprender a montar a
caballo más que cuando se está sólidamente sentado sobre un caballo”.396
395
Cf. El cambio de función del materialismo histórico, en Historia y Conciencia de Clase.
396
León Trotsky, Terrorismo y comunismo, edic. Política obrera, Buenos Aires, 1965, p. 103. [La
edición castellana, bastante defectuosa, da una versión distinta de esta frase de Trotsky, aunque
el sentido general de todo el párrafo es semejante]. En mi opinión de ninguna manera es casual y
226
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Pero Kautsky y sus semejantes son importantes sólo como síntomas de


una situación: como expresión teórica de la crisis de la clase obrera, o
como momento de una evolución en la que el proletariado retrocede “de
nuevo frente a la enormidad indeterminada de sus propios objetivos”,
retrocede frente a una tarea de la que debe sin embargo hacerse cargo no
pudiéndolo hacer de otra manera que bajo esta forma consciente, si no
quiere zozobrar vergonzosa y lamentablemente junto a la burguesía en la
crisis de hundimiento del capitalismo.

III
Si los partidos mencheviques son expresión en el plano de la organización
de esta crisis ideológica del proletariado, el partido comunista es en el
mismo plano la forma de preparación consciente de dicho salto y, por lo
tanto, el primer paso consciente hacia el reino de la libertad. Pero, del
mismo modo que más arriba ha sido esclarecido el concepto genera) de
reino de la libertad y se ha demostrado que su aproximación no significa
de ningún modo el súbito fin de las necesidades objetivas del proceso
económico, es necesario considerar ahora más de cerca la relación del
partido comunista con el reino futuro de la libertad. Ante todo es preciso
constatar que la libertad no significa aquí la libertad del individuo. Esto no
quiere decir que la sociedad comunista evolucionada no conocerá la
libertad del individuo; todo lo contrario. En la historia de la humanidad
ella será la primera sociedad que tomará realmente en serio y realizará
efectivamente esta exigencia. Sin embargo, esta libertad de ningún modo
será tal como hoy la conciben los ideólogos de la clase burguesa. Para
conquistar las condiciones sociales de la libertad real habrá que librar
batallas cuyo resultado implicará no sólo la desaparición de la sociedad
actual sino también del tipo humano producido por esta sociedad.
“La actual generación –dice Marx– se parece a los judíos que
Moisés conducía por el desierto. No sólo tiene que conquistar un
mundo nuevo, sino que tiene que perecer para dejar sitio a los
hombres que estén a la altura del nuevo mundo”.397
debe ser ubicado en otro nivel que el filosófico el hecho de que la polémica de Trotsky contra
Kautsky reproduzca en el terreno político los argumentos esenciales de la polémica de Hegel
contra la teoría del conocimiento de Kant. Por lo demás, Kautsky ha formulado más tarde la
validez absoluta de las leyes del capitalismo para el futuro y hasta la imposibilidad de un
conocimiento concreto de las tendencias de la evolución. Cf. Die proletarische Revolution und ihr
Programm [La revolución proletaria y su programa], 1922.
397
Las luchas de clases en Francia, en K. Marx y F. Engels, Obras escogidas. Edic. Lenguas
Extranjeras, Moscú, I, p. 213.
227
Lenin - Luxemburg - Lukács

La “libertad” del hombre que vive en la actualidad es la libertad del


individuo aislado por la propiedad reificada y reificante, la libertad contra
los otros individuos (igualmente aislados) libertad del egoísmo, del propio
aislamiento, libertad ante la cual la solidaridad y la cohesión aparecen
sólo como “ideas reguladoras” ineficaces.398 Exigir hoy esta libertad a la
vida es renunciar prácticamente a la realización efectiva de la libertad
real. Saborear sin preocuparse por los demás esta “libertad” adquirida por
los individuos particulares en virtud de su situación social o de su
temperamento, significa en los hechos legalizar eternamente, en la
medida en que esto dependa del individuo en cuestión, la estructura no
libre de la sociedad actual.

Desear conscientemente el reino de la libertad significa entonces franquear


de manera consciente el paso que conduce efectivamente hacia él. Y si se
comprende que la libertad individual dentro de la sociedad burguesa
actual no puede ser más que un privilegio corrompido y corruptor, puesto
que se basa en la ausencia de solidaridad y en la falta de libertad de los
otros, esto implica justamente el renunciamiento a la libertad individual.
Implica una subordinación consciente a esta voluntad de conjunto que
tiene por vocación reclamar realmente de la vida esta libertad real y que
hoy emprende seriamente la tarea de dar los primeros pasos, difíciles,
inciertos y titubeantes en esa dirección. Esta voluntad de conjunto
consciente es el partido comunista. Y como todo momento de un proceso
dialéctico, él contiene también en germen tan sólo bajo una forma
primitiva, abstracta y no desarrollada las determinaciones que se relacionan
con el fin que está llamado a realizar: la libertad en su unidad con la
solidaridad. La unidad de estos momentos es la disciplina. Y ello no sólo
poique el partido es capaz de convertirse en una voluntad de conjunto
activa únicamente a través de la disciplina: toda introducción del concepto
burgués de libertad impide la formación de esta voluntad de conjunto y
transforma al partido en un agregado de individuos particulares, agregado
laxo e incapaz de acción, sino también porque la disciplina es justamente
para el individuo el primer paso en dirección de la libertad alcanzable en
la actualidad –libertad todavía muy primitiva evidente-mente, en función
del nivel de evolución social– orientada hacia la superación del presente.

398
Cf. la metodología de la ética en Kant y en Fichte; en la exposición real este individualismo se
ve considerablemente debilitado. Sin embargo, Fichte subraya que su fórmula, muy próxima a la
de Kant (“Limita tu libertad de modo que el otro, tu prójimo, pueda también ser libre”) carece de
validez absoluta y tiene solamente una “validez hipotética” en su sistema. Cf. Fichte, Grandlage-
des Naturrechts (1796), parágrafo 7, IV.
228
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Todo partido comunista representa, por su esencia, un tipo de organización


más elevada que la de cualquier partido burgués o partido obrero
oportunista, como lo demuestran inmediatamente sus exigencias mayores
con respecto a sus miembros individuales. Esto se manifestó con claridad
desde la primera escisión de la socialdemocracia rusa. Mientras que los
mencheviques (como todo partido en esencia burgués) consideraban que la
simple aceptación del programa del partido bastaba para ser adherente,
ser miembro del partido para los bolcheviques era sinónimo de
participación personal activa en el trabajo revolucionario. Este principio
que concierne a la estructura misma del partido no se ha modificado en el
curso de la revolución. Las tesis de organización del III Congreso [de la
Internacional Comunista] constatan:

“La aceptación de un programa comunista no es más que la


proclamación de la voluntad de hacerse comunista... La primera
condición para la aplicación seria del programa consiste en la
participación de todos los miembros en el trabajo en común,
continuo y cotidiano”.

Este principio, evidentemente, en muchos aspectos ha quedado reducido


hasta ahora a un mero principio. Pero ello no cambia en nada su
importancia fundamental. Así como el reino de la libertad no puede
sernos acordado de una vez, como si fuera una gratia irresistibilis, del
mismo modo el “objetivo” final no nos espera en algún lugar fuera del
proceso, sino que bajo la forma de proceso es inmanente a cada
momento particular del proceso. Del mismo modo, el partido comunista
en tanto forma “revolucionaria de conciencia del proletariado es algo
inherente al proceso. Rosa Luxemburg ha reconocido con mucho acierto
que “la organización debe formarse como producto de la lucha”. Pero ella
sobreestimó el carácter orgánico de este proceso y subestimó la
importancia del elemento consciente y conscientemente organizador que
él implica. La comprensión de este error no significa exagerar el hecho
hasta el extremo de ignorar el carácter de proceso que tienen las formas
de organización. Aunque en los partidos no rusos los principios de esta
organización hayan estado presente en los espíritus desde un comienzo
(puesto que las experiencias rusas podían ser explotadas), el carácter de
proceso de su formación y de su crecimiento no pueden sin embargo
superarse mediante medidas organizativas. Algunas medidas organizativas
correctas pueden, por supuesto, acelerar extraordinariamente este
proceso; pueden prestar los más grandes servicios para clarificar la
229
Lenin - Luxemburg - Lukács

conciencia y son en consecuencia la condición preliminar indispensable


para la formación de la organización. Sin embargo, la organización
comunista sólo puede ser elaborada en la lucha, puede realizarse
solamente si cada miembro individual toma conciencia, por su propia
experiencia, de la justicia y de la necesidad de esta forma precisa de
cohesión.

Se trata entonces de la interacción entre espontaneidad y reglamentación


consciente. En sí y para sí esto no constituye una novedad en la evolución
de las formas de organización; todo lo contrario. Es el modo típico de
nacimiento de nuevas formas de organización. Engels describe,399 por
ejemplo, cómo ciertas formas de acción militar se han impuesto espontá-
neamente, a consecuencias de una necesidad objetiva de acción adaptada
a un fin, gracias a los instintos inmediatos de los soldados, sin preparación
militar y hasta contra las formas de organización militar existentes, y que
se fijaron en la organización sólo después de su manifestación. Lo nuevo
en los procesos de formación de los partidos comunistas consiste
simplemente en que se ha modificado la relación entre actividad
espontánea y previsión consciente, teórica; consiste en la progresiva
desaparición de la estructura retardataria (post festum) de la conciencia
burguesa reificada y puramente “contemplativa” la lucha constante
contra esta estructura. Esa relación modificada descansa sobre el hecho
de que en este nivel de la evolución surge para la conciencia de clase del
proletariado la posibilidad objetiva de no tener mas una visión simple-
mente retardataria de su propia situación de clase y de la actividad
correcta que le corresponde. Sin embargo, para cada trabajador
individual el camino, que le permita alcanzar la conciencia de clase
objetivamente posible y adoptar interiormente la actitud en la cual
elabora para si mismo esta conciencia de clase, debido a la reificación de
su conciencia, no puede ser otro que el camino de sus experiencias
inmediatas para alcanzar la clarificación; la conciencia psicológica conserva
entonces, para cada individuo, su carácter retardatario. Esta oposición de
la conciencia individual y de la sociedad de clase en cada proletario
individual no es un producto del azar. En el partido comunista, en tanto
que forma de organización superior a las otras organizaciones, el carácter
activo y práctico de la conciencia de clase por primera vez en la historia se
afirma como un principio que influye inmediatamente en las acciones
particulares de cada individuo, pero además se afirma al mismo tiempo

399
Anti-Dühring cit., pp. 161 ss.
230
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

como un factor que participa conscientemente en la determinación de la


evolución histórica.

Esta doble significación de la actividad, su relación simultánea con el


portador individual de la conciencia de clase proletaria y con la marcha de
la historia, en una palabra, la mediación concreta entre el hombre y la
historia, es decisiva para el tipo de organización que nace aqui. Para el
viejo tipo de organización –tanto de los partidos burgueses como de los
partidos obreros oportunistas– el individuo es tenido en cuenta sólo como
“masa” como número. Max Weber define muy correctamente este tipo
de organización:

“Todos tienen en común el hecho de que a un núcleo de personas


que disponen de la dirección activa se asocian “miembros” que
tienen un rol esencialmente pasivo, mientras que las masas de
adherentes sólo desempeña el rol de objeto”.400

Este rol de objeto no es suprimido por la democracia formal o la


“libertad” que pueda reinar en esas organizaciones, por el contrario es
fijado y eternizado. La “falsa conciencia” la imposibilidad objetiva de
intervenir en la marcha de la historia mediante una acción consciente, se
reflejan en el plano de la organización en la imposibilidad de formar
unidades políticas activas (partidos) que estarían llamados a ser los
mediadores entre la acción de cada adherente particular y la actividad de
toda la clase. Como estas clases y estos partidos no son activos en un
sentido histórico objetivo como su actividad aparente no puede ser más
que un reflejo de su abandono fatalista a potencias históricas incom-
prendidas, todos los fenómenos que resultan de la estructura de la
conciencia reificada y de la separación entre la conciencia y el ser, entre la
teoría y la praxis, deben manifestarse necesariamente. Dicho de otro
modo, en tanto que complejos globales ellos tienen una posición
meramente contemplativa frente al curso de la evolución. En consecuencia,
se manifiestan necesariamente en ellos dos concepciones igualmente
falsas sobre el curso de la historia que son interdependientes y aparecen
siempre al mismo tiempo: una sobreestimación voluntarista de la
importancia activa del individuo (del jefe) y una subestimación fatalista de
la importancia de la clase (de la masa). El partido se articula en una parte
activa y en una parte pasiva, y la segunda debe ser puesta en movimiento
sólo ocasionalmente y a las órdenes de la primera. La “libertad” que
400
Max Weber, Economía y sociedad, F.C.E., México, 1964, segunda edición.
231
Lenin - Luxemburg - Lukács

pueda existir para los miembros de tales partidos es, por consiguiente,
sólo la libertad de juzgar los acontecimientos que se desenvuelven de
manera fatal o los errores de los individuos. Ellos son espectadores y
participan de alguna manera, pero jamás profundamente y con toda su
personalidad, pues la personalidad total de sus miembros nunca puede ser
englobada por tales organizaciones; las que ni siquiera pueden tender a
englobarla. Como todas las formas sociales de la “civilización”, dichas
organizaciones reposan sobre la división del trabajo más precisa y
mecanizada, sobre la burocratización, sobre una medida y una distinción
precisas de los derechos y de los deberes. La vinculación de los miembros
con la organización se opera a través de las partes abstractas de su
existencia y estos lazos abstractos se objetivan bajo la forma de distintos
derechos y deberes.401 La participación realmente activa en todos los
acontecimientos, la actitud realmente práctica de todos los miembros de
una organización, sólo pueden obtenerse poniendo en juego toda la
personalidad. La separación entre derecho y deber, que constituye la
forma de aparición organizativa de la separación del hombre de su propia
socialización, la forma de su fragmentación debida a las potencias sociales
que lo dominan, puede ser suprimida cuando la acción en el seno de la
comunidad se convierte en el asunto personal central de todo individuo
que participa en ella. En su descripción de la constitución de las gentes,
Engels subraya con vigor esta diferencia: “En esencia, todavía no existe
ninguna diferencia entre derechos y deberes”. 402 Según Marx, el signo
distintivo particular de la relación jurídica se halla en que el derecho “sólo
puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual”; sin
embargo, los individuos necesariamente desiguales “sólo pueden medirse
con la misma medida siempre y cuando se los enfoque desde un punto de
vista igual... y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda
de todo lo demás”.403 Por consiguiente, toda relación humana que rompa
con esta estructura, con esta abstracción de la personalidad de conjunto
del hombre, con esta reducción a un punto de vista abstracto, es un paso
hacia la destrucción de esta reificación de la conciencia humana. Pero un
paso de esta naturaleza presupone el compromiso activo del conjunto de
la personalidad. De este modo se ha visto claramente que las formas de la
libertad en las organizaciones burguesas no son nada más que una “falsa
401
Una buena descripción de estas formas de organización se encuentran en las Tesis sobre
organización del III Congreso [de la Internacional Comunista, en Moscú, 1921]. Dichas organización
son comparadas pertinentemente con la organización del Estado burgués.
402
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en Obras escogidas, cit, II, p. 344.
403
K. Marx, Crítica del programa de Gotha, en Obras escogidas, cit., II, p. 16.
232
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

conciencia” de la ausencia efectiva de libertad, es decir, una estructura de


la conciencia en la que el hombre considera de manera formalmente libre
su integración en un sistema de necesidades en esencia extraño y
confunde la “libertad” formal de esta contemplación con la libertad real.
Sólo esta comprensión de las cosas suprime la aparente paradoja de
nuestra afirmación anterior, según la cual la disciplina del partido
comunista, la absorción incondicional del conjunto de la personalidad de
cada miembro en la praxis del movimiento, es el único camino posible
para realizar una libertad auténtica. Y esto es válido no sólo para la
comunidad, a la que una forma de organización de este tipo suministra
una palanca para conquistar las condiciones sociales de la libertad, sino
también para el individuo particular, para el miembro individual del
partido, pues únicamente por este camino puede avanzar hacia la
realización de su propia libertad. La cuestión de la disciplina es, por lo
tanto, una cuestión práctica elemental para el partido, una condición
indispensable para su funcionamiento real; sin embargo, no es un
problema meramente técnico y práctico, sino una de las cuestiones
intelectuales más elevadas e importantes del desarrollo revolucionario.
Esta disciplina sólo puede nacer como el acto consciente y libre de la
parte más consciente de la vanguardia de la clase revolucionaria, es
imposible de realizar sin disponer previamente de estas condiciones
intelectuales. Sin un conocimiento, aunque sea instintivo, de la correlación
existente entre el conjunto de la personalidad y la disciplina de partido
para cada uno de sus miembros individuales, esa disciplina se fija
necesariamente en un sistema abstracto y reificado de derechos y
deberes, y el partido recae necesariamente en el tipo de organización de
un partido burgués. Es comprensible así que la organización manifieste,
objetivamente, una gran sensibilidad con respecto al valor o a la ausencia
de valor revolucionario de las concepciones y tendencias teóricas, y que,
además, la organización revolucionaria presuponga, subjetivamente, un
grado bastante elevado de conciencia de clase.

233
Lenin - Luxemburg - Lukács

IV
Por importante que sea visualizar claramente en el plano teórico esta
relación de la organización comunista con sus miembros individuales,
sería funesto considerar al problema de la organización exclusivamente
bajo su aspecto formal y ético. La relación aquí descripta entre el
individuo y la voluntad de conjunto a la cual está sometido íntegramente,
si la consideramos de manera aislada no se encuentra sólo en el partido
comunista; ha sido más bien un rasgo esencial de numerosas sectas
utopistas. Muchas sectas han proporcionado manifestaciones mas visibles
y claras que los partidos comunistas de este aspecto ético y formal del
problema organizativo, justamente porque lo concebían como el único
principio, o simplemente como el principio decisivo, y no como un simple
momento del conjunto del problema organizativo. Ahora bien, considerado
desde su aspecto ético y formal unilateral, ese principio de organización
se suprime; su justeza, que no es algo ya logrado y acabado, sino
simplemente la dirección correcta hacia el fin propuesto, deja de ser
correcta desde que cesa su relación correcta con la totalidad del proceso
histórico. Es por ello que en la elaboración de la relación entre individuos
y organización, una importancia decisiva le fue acordada a la esencia del
partido en tanto que principio de mediación entre el hombre y la historia.
Las exigencias formuladas al individuo pierden su carácter ético y formal
sólo si la voluntad de conjunto concentrada en el partido es un factor
activo y consciente de la evolución histórica, vale decir, si esa voluntad se
encuentra en una interacción viva y constante con el proceso de
conmoción social, lo cual significa también que sus miembros individuales
están en una interacción viva con los procesos y con su soporte; la clase
revolucionaria. También Lenin, estudiando cómo se mantiene la disciplina
revolucionaria del partido comunista, puso en primer plano conjuntamente
con la abnegación de los miembros la relación del partido con las masas y
la justeza de su dirección política. 404

Sin embargo, estos tres momentos no deben ser separados. La concepción


ética y formal de las sectas fracasa precisamente porque no es capaz de
comprender la unidad de estos momentos, la interacción viva entro la
organización del partido y las masas desorganizadas. Toda secta, cualquiera
sea su actitud de rechazo frente a la sociedad burguesa, por más profunda
que sea subjetivamente su convicción de que un abismo la separa de esta

404
V. I. Lenin, La enfermedad infantil del ”izquierdismo” en el comunismo, en Obras, cit., XXXI
234
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

sociedad, precisamente por ésto pone de manifiesto que en lo esencial de


su concepción de la historia permanece todavía en un terreno burgués y
que, en consecuencia, la estructura de su propia conciencia aún está
emparentada estrechamente con la conciencia burguesa. Este parentesco
puede ser referido, en última instancia, a una concepción similar de la
dualidad del ser y de la conciencia, a la incapacidad de comprender su
unidad como proceso dialéctico, como el proceso de la historia. Desde
este punto de vista, es indiferente que dicha unidad dialéctica objetiva-
mente presente sea comprendida en su reflejo falso y sectario como un
ser cristalizado y como un no-ser igualmente cristalizado; es indiferente
que se reconozca incondicionalmente a las masas, de manera mitológica,
la comprensión clara de la acción revolucionaria, o que sea defendida la
concepción según la cual la minoría “consciente” debe actuar en lugar de
las masas “inconscientes”. Los dos casos extremos –citados aquí como
ejemplos, pues sería desbordar ampliamente el marco de este trabajo
tratar aunque sea alusivamente la tipología de las sectas– se parecen
entre sí y también a la conciencia burguesa puesto que ambos consideran
al proceso histórico real como separado de la evolución de la conciencia
de la “masa”. Si la secta actúa por la masa “inconsciente”, en su lugar y
como su representante, ella logra que la separación organizativa histórica-
mente necesaria y por lo tanto dialéctica entre masa y partido, se
convierta en algo permanente. Si, en cambio, trata de absorberse
íntegramente en el movimiento espontáneo e instintivo de las masas, es
necesario simplemente que ponga en un mismo nivel la conciencia de
clase del proletariado, los pensamientos y los sentimientos momentáneos
de las masas y que pierda todo patrón de medida que le permita juzgar
objetivamente la justeza de la acción. Ella es prisionera del dilema
burgués: voluntarismo o fatalismo. Se sitúa en un punto de vista a partir
del cual se hace imposible juzgar ya sean las etapas objetivas, ya sean las
etapas subjetivas de la evolución histórica. Está obligada a sobreestimar
desmesuradamente, o también a subestimar desmesuradamente la organi-
zación. Tiene que tratar aisladamente el problema de la organización,
separándolo de los problemas históricos y prácticos generales y de los
problemas de estrategia y de táctica.

La medida y el signo de una relación justa entre partido y clase pueden ser
descubiertas sólo en la conciencia de clase del proletariado. Por un lado,
la unidad objetiva real de la conciencia de clase constituye el fundamento
de la unión dialéctica en la separación organizativa entre clase y partido.

235
Lenin - Luxemburg - Lukács

Por otro lado, la falta de unidad, los diversos grados de esclarecimiento y


de profundidad de esta conciencia de clase en los diversos individuos,
grupos y capas del proletariado, implican la necesidad de la separación
organizativa entre el partido y la clase. Bujarín tenía razón entonces al
subrayar405 que con una clase interiormente unificada sería superflua la
constitución del partido. Falta saber si a la autonomía organizativa del
partido, si a la separación de este partido con la totalidad de la clase,
corresponden diferencias objetivas de estratificación en la misma clase, o
bien si el partido tan sólo está separado de la clase a consecuencia de su
evolución de conciencia, debido a su condicionamiento para, y de su
acción sobre, la evolución de conciencia de sus miembros. Por supuesto
sería insensato no ver las estratificaciones económicas objetivas en el
seno del proletariado. Pero no hay que olvidar que estas estratificaciones
de ninguna manera están fundadas en diferencias objetivas semejantes a
las que determinan de modo económicamente objetivo la separación
entre las mismas clases. Ni siquiera pueden clasificarse en sub-especies de
estos principios de distinción. Cuando Bujarín subraya, por ejemplo, que
“un campesino que acaba de ingresar en la fábrica es muy distinto de un
obrero que desde su infancia trabaja en ella”, es ciertamente una
diferencia de “ser”, pero a un nivel completamente distinto de la otra
diferencia igualmente mencionada por Bujarín entre el obrero de la gran
empresa moderna y el del pequeño taller. En el segundo caso, se trata de
una posición objetivamente diferente en el proceso de producción,
mientras que, en el primer caso, cambia sólo la situación individual en el
proceso de producción (por más típica que pueda ser esta situación). Aquí
se trata, pues, de la rapidez con la cual el individuo (o la capa social) es
capaz de adaptarse, por su conciencia, a su nueva situación en el proceso
de producción, del tiempo durante el cual los vestigios psicológicos de la
antigua situación de clase que abandonó actuarán como un freno sobre la
formación de su nueva conciencia de clase. En el segundo caso, la
cuestión que se plantea es la de saber si los intereses de clase que
resultan de manera económicamente objetiva de tales diferencias de
situación en el interior del proletariado, son lo suficiente fuertes como
para producir una diferenciación dentro de los intereses de clase
objetivos del conjunto de la clase. Se trata, entonces. de saber si es
preciso concebir a la conciencia de clase objetiva, adjudicada,406 como
diferenciada y estratificada, mientras que en el primer caso se trataba de
405
“Klasse, Partei, Führer”, en Die Internationale, Berlín, 1922, IV.
406
Sobre este concepto cf. La conciencia de clase, en Historia y Conciencia de Clase.
236
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

saber cuáles destinos individuales –eventualmente típicos– tienen una


acción de freno sobre esta conciencia de clase objetiva en vías de
imponerse.

Claro está que sólo el segundo caso posee un interés real desde el punto
de vista teórico. Desde Bernstein en adelante el oportunismo ha
procurado siempre describir como si fueran tan profundas las estratifi-
caciones económicas objetivas en el seno del proletariado, y además
subrayar con tanta fuerza la similitud en la “situación vital” de las diversas
capas particulares, proletarias, semiproletarias, pequeño-burguesas, etc.,
que la unidad y la autonomía de la clase desaparecían en esta
“diferenciación” (El programa de Goerlitz del partido socialdemócrata
alemán es la última y clara expresión organizativa de esta tendencia). Por
cierto que los bolcheviques serán los últimos en olvidar la existencia de
tales diferenciaciones. Lo que queda por saber es qué clase de ser, qué
función les corresponden en la totalidad del proceso histórico y social, en
que medida el reconocimiento de estas diferenciaciones conduce al
planteo de problemas y a la adopción de medidas (sobre todo) tácticas, en
qué medida conduce al planteo de problemas y a la adopción de medidas
(sobre todo) organizativas. A primera vista, esta problemática parece
conducir solamente a argucias conceptuales. Sin embargo, es preciso
comprender que una asociación organizativa del tipo del partido
comunista presupone justamente la unidad de la conciencia, y por lo
tanto, la unidad del ser social que es su fundamento, mientras que una
asociación táctica puede muy bien ser posible y hasta necesaria, desde el
punto de vista de la revolución, si las circunstancias históricas provocan
dentro de las distintas clases en las que el ser social es objetivamente
diferente movimientos que, aunque estén determinados por causas
diversas, se orientan sin embargo temporariamente en la misma
dirección. Sin embargo, si el ser social objetivo es realmente diferente,
estas direcciones no pueden ser “necesarias” en el mismo sentido que lo
serían si el fundamento de clase fuese el mismo. Dicho de otro modo, sólo
en el primer caso la dirección idéntica expresa la necesidad social cuya
intervención en la experiencia puede ser frenada ciertamente por diversas
circunstancias, pero a la larga se impondrá de todos modos, mientras que
en el segundo caso, una simple combinación de circunstancias históricas
diversas es la que produjo esta convergencia de orientaciones. Son
circunstancias favorables que deben ser explotadas tácticamente, pues en
caso contrario se perderían de manera quizás irremediable. Como es

237
Lenin - Luxemburg - Lukács

evidente, la posibilidad de un acuerdo de ese tipo entre el proletariado y


las capas semi-proletarias, etc., de manera alguna es producto del azar.
Pero el fundamento necesario se encuentra solamente en la situación de
clase del proletariado: como el proletariado no puede liberarse más que a
través del aniquilamiento de la sociedad de clases, está forzado también a
llevar a cabo su lucha liberadora para todas las capas oprimidas y
explotadas. Pero es casi una “casualidad” que en las luchas particulares
estas capas, que poseen una conciencia de clase tan oscura, se coloquen
al lado del proletariado o en el campo de sus adversarios. Esto depende
muchísimo, como se ha demostrado más arriba, de la táctica correcta
empleada por el partido revolucionario del proletariado. En este caso,
cuando el ser social de las clases que actúan no es el mismo, o cuando su
ligazón sólo está mediatizada por la misión histórica mundial del
proletariado, únicamente el acuerdo táctico –siempre ocasional desde el
punto de vista conceptual, aunque a veces duradero en la práctica–
acompañado de una rigurosa separación organizativa, puede ser de
interés para el desarrollo revolucionario. El proceso según el cual las
capas semiproletarias comprenden que su emancipación depende de la
victoria del proletariado es tan largo y está sometido a tales oscilaciones
que un acuerdo que fuese más que táctico podría poner en peligro el
destino de la revolución. Se comprende ahora por qué nuestro problema
debía ser planteado de modo tan tajante. ¿Corresponden acaso a las
estratificaciones interiores del proletariado una gradación similar (aunque
sea más débil) del ser social objetivo, de la situación de clase y por
consiguiente, de la conciencia de clase objetiva asignada? ¿O sucede más
bien que estas estratificaciones se forman acordes a la facilidad o a la
dificultad con la que esta verdadera conciencia de clase se impone en los
grupos o individuos particulares del proletariado? Las gradaciones
objetivas presentes indudablemente en la situación vital del proletariado
¿no determinan la perspectiva bajo la cual son considerados solamente
los intereses momentáneos –que aparecen sin duda como diversos– y el
hecho de que los intereses mismos coincidan objetivamente no sólo en el
plano de la historia mundial sino también de manera actual e inmediata,
aunque no sea reconocible en todo momento por el obrero? ¿O sucede
que estos intereses divergen entre sí a raíz de una diferencia objetiva en
el ser social?

238
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Planteada la pregunta en estos términos, no puede caber duda acerca de


la respuesta. Las palabras del Manifiesto Comunista que han sido tomadas
casi al pie de la letra en las tesis del II Congreso sobre “el papel del partido
comunista en la revolución proletaria”, son comprensibles y adquieren un
sentido solamente si la unidad del ser económico objetivo es afirmada por
el proletariado:

“El partido comunista no tiene intereses diferentes de los del


conjunto de la clase obrera, sólo difiere de la clase obrera porque
encara la misión histórica de la clase obrera en su totalidad y se
esfuerza en todos los momentos por defender no sólo los intereses
de algunos grupos o de algunas profesiones, sino los de toda la
clase obrera.”

En consecuencia, estas estratificaciones en el proletariado, que conducen


hacia los diversos partidos obreros y a la formación del partido comunista
no son estratificaciones económicas objetivas dentro del proletariado,
sino gradaciones en la marcha evolutiva de su conciencia de clase. No hay
capas particulares de obreros predestinados inmediatamente por su
existencia económica a hacerse comunistas, así como no hay un obrero
individual comunista de nacimiento. Para todo obrero nacido en la
sociedad capitalista y que ha crecido bajo su influencia, hay un camino
que recorrer más o menos cargado de experiencias, para llegar a adquirir
la correcta conciencia de su propia situación de clase.

Lo que se pone en juego en la lucha del partido comunista es la conciencia


de clase del proletariado. Su separación organizativa respecto de la clase,
no significa, en este caso, que quisiera combatir en lugar de la clase, por
los intereses de la clase (como lo hicieron, por ejemplo, los blanquistas). Si
algunas veces lo hace, lo que puede suceder en el curso de la revolución,
ello no ocurre en primer lugar en nombre de los fines objetivos de la lucha
en cuestión (fines que de todos modos, a la larga, no pueden ser
alcanzados y salvaguardados más que por la clase misma), sino para hacer
avanzar y acelerar el proceso de evolución de la conciencia de clase. En
efecto, el proceso de la revolución, en escala histórica, es sinónimo del
proceso de evolución de la conciencia de clase proletaria. El desprendi-
miento organizativo del partido comunista, con relación a las grandes
masas de la clase obrera, descansa sobre la heterogeneidad de la clase
desde el punto de vista de la conciencia; al mismo tiempo, tiene por fin
hacer avanzar el proceso de unificación de esas estratificaciones al más

239
Lenin - Luxemburg - Lukács

alto nivel posible. La autonomía organizativa del partido comunista es


necesaria para que el proletariado pueda percibir inmediatamente su
propia conciencia de clase como figura histórica, para que en todo
acontecimiento de la vida cotidiana aparezca claramente y de manera
comprensible a todo obrero la toma de posición que exige el interés de
conjunto de la clase, para que toda la clase eleve a nivel de conciencia su
propia existencia en tanto que clase. Mientras que la forma de
organización de secta separa artificialmente de la vida y de la evolución de
la clase a la conciencia de clase “correcta” (suponiendo que ella pueda
subsistir en tal aislamiento abstracto), la forma de organización de los
oportunistas significa el nivelamiento de esas estratificaciones de la
conciencia al nivel más bajo o, en el mejor de los casos, al nivel situado en
un término medio. Es obvio que las acciones efectivas de la clase están
determinadas cada vez más ampliamente por este término medio. Sin
embargo, como este término medio no es algo que pueda determinarse
de manera estática y estadística, sino que él mismo es la consecuencia del
proceso revolucionario, es igualmente obvio que apoyando la organización
sobre este término medio ya dado previamente se ha impulsado a frenar
su desarrollo y hasta a rebajar su nivel. Por el contrario, la clara
elaboración de la posibilidad más elevada, objetivamente dada en un
momento determinado, y por consiguiente la autonomía organizativa de
la vanguardia consciente, constituyen ambas un medio para allanar la
tensión entre esta posibilidad objetiva y el nivel efectivo de conciencia del
término medio, en una dirección que baga la revolución.

La autonomía de la organización carece de sentido y cae al nivel de la


secta si no implica al mismo tiempo una continua consideración táctica
del nivel de conciencia de las masas más amplias y atrasadas. La función
que cumple la teoría correcta en cuanto al problema de la organización
del partido comunista se torna visible. Debe representar la más alta
posibilidad objetiva de acción proletaria, pero una comprensión teórica
correcta es la condición indispensable para ello. Una organización
oportunista manifiesta una sensibilidad menor que la organización
comunista a las consecuencias de una teoría falsa porque es una
agrupación más o menos relajada de componentes heterogéneos con
vistas a la realización de acciones puramente ocasionales, porque sus
acciones por la general están impulsadas por los movimientos incons-
cientes e imposibles de ser frenados de las masas, en lugar de estar
dirigidos realmente por el partido, porque la cohesión organizativa de ese

240
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

partido es en su esencia una jerarquía mecanizada y fijada bajo la forma


de división del trabajo, de dirigentes y de funcionarios. (La aplicación falsa
e ininterrumpida de falsas teorías conducirá al desmoronamiento del
partido, pero esta es otra cuestión). Es precisamente el carácter eminen-
temente práctico de la organización comunista, su esencia de partido de
lucha, lo que supone una teoría correcta puesto que de otra manera las
consecuencias de una teoría falsa lo llevarían muy pronto al fracaso; pero
además, esta forma de organización produce y reproduce la comprensión
teórica correcta al intensificar conscientemente en el plano de la organi-
zación la sensibilidad de la forma de organización hacia las consecuencias
de una actitud teórica. La capacidad de acción y de autocrítica, la
capacidad de corregirse a sí mismo, de desarrollarse siempre desde el
punto de vista teórico, se encuentran pues en una interacción indisoluble.
Aún teóricamente, el partido comunista no actúa en lugar del proletariado.
Si su conciencia de clase es, con relación al pensamiento y a la acción del
conjunto de la clase, una cosa fluida y sometida a un proceso ello debe
reflejarse en la figura organizativa de esta conciencia de clase, en el
partido comunista, con la única diferencia de que aquí se ha objetivado un
nivel de conciencia más elevado en el plano de la organización. Frente a
los altibajos más o menos caóticos de la evolución de esta conciencia en la
misma clase, de la alternancia de explosiones en las que se revela una
madurez de la conciencia de clase que supera de lejos todas las
previsiones teóricas, con estados medio letárgicos de inmovilidad donde
todo es soportado y la evolución continúa sólo subterráneamente, se
levanta aquí la afirmación consciente de la relación entre el “objetivo
final” y la acción presente, actual y necesaria. 407 El carácter dialéctico de la
conciencia de clase, se transforma pues, en la teoría del partido, en la
dialéctica manejada conscientemente.

Esta interacción dialéctica ininterrumpida entre teoría, partido y clase,


esta orientación de la teoría hacia las necesidades inmediatas de la clase,
no significa de manera alguna la disolución del partido en la masa del
proletariado. Los debates sobre el frente único revelaron en casi todos los
adversarios de esta táctica la falta de una concepción dialéctica, la
ausencia de comprensión de la función real del partido en el proceso de
evolución de la conciencia del proletariado. No hablo aquí de los malos
entendidos que se originaron por el hecho de que el frente único había

407
Sobre las relaciones entre el objetivo final y la acción del momento cf. ¿Qué es el marxismo
ortodoxo? en Historia y Consciencia de Clase.
241
Lenin - Luxemburg - Lukács

sido pensado como la reunificación organizativa inmediata del proletariado.


Sin embargo, el temor de que el partido pierda su carácter comunista
aproximándose demasiado a consignas aparentemente “reformistas” y
haciendo acuerdos tácticos circunstanciales con los oportunistas,
demuestra que la confianza en la corrección de la teoría, en el
conocimiento de sí del proletariado, como conocimiento de su situación
objetiva en una etapa determinada del desarrollo histórico, en la
inmanencia dialéctica del “objetivo final” a toda consigna del momento
interpretada correctamente por los revolucionarios, no se ha consolidado
aún suficientemente en amplios círculos de comunistas. Ello demuestra
que todavía piensan sectariamente en que deben actuar por el
proletariado en lugar de hacer avanzar mediante su acción el proceso real
de evolución de la conciencia de clase proletaria. Esta adaptación de la
táctica del partido comunista a los momentos de la vida de la clase en que
parece emerger precisamente la conciencia de clase correcta, aunque tal
vez bajo una forma falsa, no significa que tenga el propósito de realizar
incondicionalmente sólo la voluntad momentánea de las masas. Al
contrario, justamente porque tiende a alcanzar el punto más alto de lo
que es objetiva y revolucionariamente posible –y la voluntad momentánea
de las masas es con frecuencia el elemento más importante, el síntoma
decisivo– se ve obligado a veces a tomar posición contra las masas, a
mostrarles el camino correcto mediante la negación de su voluntad
presente. Se ve obligado a hacerles comprender que lo correcto de su
actitud se hará comprensible para las masas tan sólo después de los
hechos, después de numerosas y amargas experiencias.

Sin embargo, ni una ni otra de las posibilidades de colaboración con las


masas deben ser generalizadas en un esquema táctico general. La
evolución de la conciencia de clase proletaria (y por lo tanto la evolución
de la revolución proletaria) y la del partido comunista, consideradas desde
la perspectiva de la historia mundial, constituyen ciertamente un único e
idéntico proceso. Se condicionan; pues, una a la otra de la manera más
íntima en la práctica cotidiana. Sin embargo, su crecimiento concreto
aparece como un único e idéntico proceso y ni siquiera hay un paralelismo
directo. La forma en que se desarrolla ese proceso, el modo en que son
elaboradas en la conciencia del proletariado ciertas modificaciones
económicas objetivas y, sobre todo, la forma que reviste la interacción del
partido y de la clase en el interior de esa evolución, no pueden ser
referidas a “sistemas de leyes” esquematizados. El crecimiento del partido

242
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

y su consolidación tanto exterior como interior no se realizan como es


obvio en el espacio vacío de un aislamiento sectario, sino en medio de la
realidad histórica, en una interacción dialéctica ininterrumpida con la
crisis económica objetiva y con las masas que dicha crisis ha revolucionado.
Puede ocurrir que el curso de la evolución proporcione al partido la
posibilidad de lograr antes de las luchas decisivas un completo esclare-
cimiento interno, como por ejemplo en Rusia entre las dos revoluciones.
Puede suceder también, como en algunos países de Europa Central y
Occidental, que a consecuencia de la crisis las masas se vuelvan tan
amplia y rápidamente revolucionarías como para que se vuelvan
comunistas, en parte en el plano de la organización, antes de haber
podido adquirir en la lucha las condiciones internas de conciencia
necesaria a estas organizaciones, de manera que surgen partidos
comunistas de masa que podrán convertirse en verdaderos partidos
comunistas sólo en el curso de las luchas. Esta tipología de la formación
del partido puede aún ser subdividida; en ciertos casos extremos, puede
parecer que el partido comunista ha nacido de la crisis económica “como
producto de leyes orgánicas”; sin embargo, el paso decisivo, cual es la
asociación consciente en el plano organizativo interno de la vanguardia
revolucionaria, o dicho de otro modo, la formación real de un partido
comunista real sigue siendo el acto consciente y libre de esta misma
vanguardia consciente. En nada cambia esta situación si, para tomar dos
casos extremos, un partido relativamente pequeño e interiormente
consolidado, en interrelación con vastas capas del proletariado, se
desarrolla como un gran partido de masa, o si de un partido de masa
nacido espontáneamente surge después de una crisis interior, un partido
comunista de masa. La esencia teórica de todos estos acontecimientos
sigue siendo la misma: es la superación de la crisis ideológica, la conquista
de la conciencia proletaria correcta. Desde este punto de vista, es tan
peligroso para el desarrollo de la revolución subestimar el carácter
inevitable de este proceso y creer que cualquier táctica podría conducir a
toda una serie de acciones (sin hablar del curso mismo de la revolución), a
sobrepasarse a sí mismas en una intensificación obligatoria para alcanzar
así fines más lejanos, como sería funesto creer que la mejor acción del
partido comunista más poderoso y mejor organizado podría hacer algo
más que conducir correctamente el proletariado hacia el objetivo al que él
mismo se dirige, aunque no lo haga de modo totalmente consciente. En
verdad, sería igualmente falso retomar aquí el concepto de proletariado
de una manera simplemente estática y estadística: “el concepto de masa
243
Lenin - Luxemburg - Lukács

se modifica justamente en el curso de la lucha” dice Lenin. El partido


comunista es –en interés de la revolución– una figura autónoma de la
conciencia de clase proletaria. Es preciso comprenderlo en forma, teórica
correcta en esta doble relación dialéctica: a la vez como figura de esta
conciencia y como figura de esta conciencia, o dicho de otro modo, a la
vez en su autonomía y en su coordinación.

V
Esta separación exacta, aunque siempre cambiante y adaptada a las
circunstancias, entre acuerdo táctico y acuerdo organizativo en las
relaciones del partido con la masa, en tanto que problema interno del
partido adquiere la forma de la unidad entre las cuestiones de táctica y de
organización. Para esta vida interna de partido, aún más que para las
cuestiones tratadas precedentemente, sólo tenemos a nuestra disposición
las experiencias del partido ruso, como etapas reales y conscientes en el
camino de realización de la organización comunista. Así como los partidos
no rusos en la época de sus “enfermedades infantiles” manifestaron en
muchos aspectos una inclinación hacia una concepción sectaria del
partido, se inclinaron más tarde a descuidar en muchos sentidos su vida
“interior” en comparación a la influencia propagandista y organizativa del
partido sobre las masas, es decir, a la parte de su vida volcada hacia el
“exterior”. Esta es también una “enfermedad infantil” determinada en
parte por la formación rápida de grandes partidos de masa, por la
sucesión casi ininterrumpida de decisiones y acciones importantes y por la
necesidad de los partidos de vivir volcados “hacia el exterior”. Pero la
comprensión del encadenamiento causal que ha conducido a un error no
significa en modo alguno adaptarse a él. Menos aún cuando la manera
correcta de actuar “hacia el exterior” demuestra en forma notable hasta
qué punto es absurdo hacer distinciones entre táctica y organización en la
vida interior del partido y hasta qué punto esta unidad interior reacciona
sobre la ligazón íntima que une la vida “volcada hacia lo interno” con la
vida orientada “hacia el exterior” (aunque provisoriamente esta separación
parezca casi insuperable para todo partido comunista, pues es la herencia
del medio donde se ha formado). Es necesario entonces que en la práctica
cotidiana inmediata, todos tomen conciencia del hecho de que la
centralización organizativa del partido (con todos los problemas de
disciplina que de él la derivan y que constituyen su otra cara) y la
capacidad de iniciativa táctica son conceptos que se condicionan
244
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

mutuamente. Las posibilidades de expansión dentro de las masas de una


táctica propuesta por el partido presuponen su previa expansión en el
interior del mismo. No sólo es necesario, en el sentido mecánico de la
disciplina, que los elementos individuales del partido se encuentren
sólidamente agrupados en las manos del aparato central y actúen hacia el
exterior como los miembros reales de una voluntad colectiva, sino que es
necesario también que el partido se convierta en una formación tan
unificada que todo desplazamiento en la dirección de la lucha se traduzca
en un reagrupamiento de todas, las fuerzas, que todo cambio de posición
repercuta hasta en los miembros individuales del partido, por consiguiente,
que la sensibilidad de la organización para los cambios de orientación,
para el aumento de la acción combativa, para los momentos de retirada,
etc., sean elevados a su máxima expresión. No es necesario, creo, explicar
que esto no implica una “obediencia de maniquíes”. Es evidente que una
tal sensibilidad de la organización revela con mucha rapidez en el curso de
su aplicación práctica lo que hay de falso en las consignas particulares, y
que es ella justamente la que más promueve la posibilidad de una
autocrítica sana, incrementando la capacidad de acción.408 La sólida
cohesión organizativa del partido no sólo le otorga la capacidad objetiva
de actuar, sino que al mismo tiempo crea el clima interno del partido que
hace posible una intervención enérgica en los acontecimientos y un
aprovechamiento de las oportunidades que estos ofrecen. Es así que una
real centralización de todas las fuerzas del partido, en virtud de su
dinámica interna, debe necesariamente hacerlo avanzar en el camino de
la actividad y de la iniciativa. El sentimiento de una consolidación
organizativa insuficiente, en cambio, cumple necesariamente una acción
paralizadora y de inhibición sobre las resoluciones tácticas y hasta sobre la
posición teórica fundamental del partido. (Recuérdese por ejemplo el
partido comunista alemán en la época del golpe de Estado de Kapp).

“Para un partido comunista –dicen las tesis sobre organización del III
Congreso– no puede haber ninguna época en la cual la organización del
partido permanezca políticamente inactiva”. Esta vigencia táctica y
organizativa no sólo de la combatividad revolucionaria sino también,
hasta de la misma actividad revolucionaria, no puede ser comprendida

408
“De la política y de los partidos se puede decir –con las variantes correspondientes– lo mismo
que de los individuos. Inteligente no es quien no comete errores. Hombres que no cometen
errores no los hay ni puede haberlos. Inteligente es quien comete errores que no son muy graves
y sabe corregirlos bien y pronto”, Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el
comunismo, en Obras, XXXI, p. 30
245
Lenin - Luxemburg - Lukács

correctamente más que mediante una comprensión de la unidad entre


táctica y organización. Si la táctica está separada de la organización, si no
se percibe en ambas el mismo proceso de desarrollo de la conciencia de
clase proletaria, es inevitable que el concepto de táctica caiga en el
dilema del oportunismo y del terrorismo, que la “acción” signifique ya sea
el acto aislado de la “minoría consciente” por apoderarse del poder, ya
sea simplemente la adaptación a los deseos momentáneos de las masas,
alguna posición “reformista”, mientras que a la organización se le asigna
simplemente el rol técnico de “preparación” de la acción (las concepciones
de Serrati y de sus partidarios, al igual que las de Paul Lévy, se ubican en
este plano). La permanencia de la situación revolucionaría no significa por
lo tanto que la toma del poder por el proletariado sea posible en todo
momento. Sólo significa que a consecuencia de la situación objetiva de
conjunto de la economía, es inherente a todo cambio de situación y a
todo movimiento provocado en las masas por este cambio, una tendencia
que puede ser orientada en sentido revolucionario y explotada por el
proletariado con el fin de hacer progresar su conciencia de clase. Ahora
bien, en este contexto, la progresión interna de la figura autónoma de
esta conciencia de clase, es decir, del partido comunista, es un factor de
primer orden. El carácter revolucionario de la situación se expresa, en
primer lugar y de manera notable, en la estabilidad continuamente
decreciente de las formaciones sociales provocada por la estabilidad
continuamente decreciente del equilibrio entre las fuerzas y las potencias
sociales sobre las que descansa el funcionamiento de la sociedad
burguesa. La conciencia de clase proletaria sólo puede devenir autónoma
y adquirir una figura que tenga un sentido para el proletariado si esta
figura encarna efectivamente en todo momento, para el proletariado, el
sentido revolucionario de ese preciso momento. En consecuencia, en una
situación objetivamente revolucionaría, la justeza del marxismo revolu-
cionario significa mucho más que la simple justeza “general” de una
teoría. Es precisamente porque se ha convertido en algo de suma
actualidad, completamente práctico, que la teoría debe transformarse en
una guía para toda etapa particular de las acciones cotidianas. Sin
embargo, esto es posible sólo a condición de que la teoría se despoje de
su carácter puramente teórico, se convierta en esencialmente dialéctica,
es decir, a condición de que supere prácticamente toda oposición entre lo
particular y lo general, entre la ley y el caso aislado que le es “subsumido”,
o sea entre la ley y su aplicación, y al mismo tiempo toda oposición entre
teoría y práctica. Mientras que la táctica y la organización de los
246
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

oportunistas, que se basan en el abandono del método dialéctico, satisfacen


el “realismo político” y las exigencias del momento renunciando a la
firmeza de los fundamentos teóricos, pero debido a ello son víctimas
justamente en su práctica cotidiana del esquematismo esclerosado de sus
formas de organización reificadas y de su rutina táctica, es necesario que
el partido comunista mantenga viva en él y conserve acertadamente esta
tensión dialéctica de adhesión al “objetivo final” en la adaptación más
exacta posible a las exigencias concretas de la hora. Para todo individuo,
esto presuponía una “genialidad” con la que el realismo político
revolucionario jamás puede contar. Pero de ningún modo está obligado a
hacerlo ya que la elaboración consciente del principio de organización
comunista es el camino para realizar en la vanguardia el proceso de
educación en esta dirección de la dialéctica práctica. Esta unidad de
táctica y de organización, la necesidad de trasponer inmediatamente al
plano de la organización toda aplicación de la teoría, toda iniciativa
táctica, es el principio correctivo empleado conscientemente centra la
esclerosis dogmática a la que está expuesta incesantemente toda teoría,
aplicada por hombres que han crecido en el capitalismo con una
conciencia reificada. El peligro es tanto mayor por cuanto este mismo
medio capitalista, que produce dicha esquematización de la conciencia,
reviste constantemente formas nuevas en su estado actual de crisis, se
halla cada vez más fuera del alcance de una apreciación esquemática. Lo
que hoy es exacto, mañana puede ser falso. Lo que con determinada
intensidad es saludable, puede, con un grado mayor o menor, tener
funestas consecuencias. “Pero basta dar, dice Lenin, un pequeño paso
más allá –aunque parezca efectuado en la misma dirección– para que esta
verdad se convierta en un error”.409

La lucha contra los efectos de la conciencia reificada constituye ella misma


un proceso de largo aliento, que exige luchas encarnizadas en las que no
hay que detenerse ni en una forma determinada de tales efectos ni en los
contenidos de los fenómenos determinados. La dominación de la conciencia
reificada sobre los hombres de hoy, actúa justamente en tales direcciones.
Si la reificación es superada en un punto, inmediatamente surge el peligro
de que el nivel de conciencia de esa superación se fije en una nueva
forma, igualmente reificada. Si para los obreros que viven bajo el
capitalismo se trata de superar la ilusión según la cual las formas
económicas y jurídicas de la sociedad burguesa constituyen el medio

409
Ibíd., p. 98.
247
Lenin - Luxemburg - Lukács

“eterno”, “razonable”, “natural”, del hombre, se trata entonces de


romper el respeto excesivo que sienten hacia su medio social habitual, el
“orgullo comunista” como lo llamó Lenin, que nace también, puede ello
ocurrir, después de la toma del poder, después del derrocamiento de la
burguesía en la lucha de clases abierta, y que se vuelve tan peligroso
como lo fue antes la pusilanimidad menchevique frente a la burguesía. En
completa oposición a las teorías oportunistas, el materialismo histórico,
concebido de manera correcta por los comunistas, parte del hecho de que
la evolución social produce continuamente nuevos elementos en sentido
cualitativo.410 Es por ello que toda organización comunista debe adoptar el
criterio de reforzar permanentemente su propia sensibilidad con respecto
a la nueva forma de aparición de los fenómenos y su capacidad de
aprender en todos los momentos de la evolución. Ella debe impedir que
las armas con las que ayer se obtuvo una victoria, al esclerosarse, se
convierten hoy en un obstáculo para las luchas ulteriores. “Debemos
instruirnos junto al empleado” dice Lenin en el discurso arriba citado
sobre las tareas de los comunistas en la Nueva Política Económica.

Flexibilidad, capacidad de transformación y de adaptación de la táctica y


organización severa no son más que los dos aspectos de una sola y misma
cosa. Sin embargo, este sentido más profundo de la forma de organización
comunista es raramente comprendido en todos sus alcances, aún en los
medios comunistas, a pesar de que de su aplicación correcta depende no
sólo la posibilidad de una acción conecta, sino también la capacidad de
desarrollo interno del Partido. Lenin insiste obstinadamente en el rechazo
de todo utopismo en lo que concierne al material humano con el cual
debe ser hecha y conducida a la victoria la revolución: este material se
compone necesariamente de hombres que han sido educados en la
sociedad capitalista y corrompidos por ella. No obstante, el rechazo de las
esperanzas y de las ilusiones utópicas no significa de ningún modo que

410
Los debates sobre la acumulación se mueven ya alrededor de este punto, y todavía más
claramente las discusiones sobre la guerra y el imperialismo. Cf. Zinoviev contra Kautsky en
Contre le courant. Esto es particularmente claro en los discursos de Lenin sobre el capitalismo de
Estado en el XI Congreso del P.C. ruso: “no hay teoría ni trabajo sobre economía que analice un
capitalismo de Estado del tipo del nuestro, por la sencilla razón de que todas las nociones
comunes relacionadas con estas palabras se refieren al poder burgués en la sociedad capitalista.
Nuestra sociedad, que salió de las vías capitalistas pero no tomó aún las nuevas, es un Estado
dirigido no por la burguesía, sino por el proletariado. (...) este tipo de capitalismo está
relacionado con el Estado y el Estado son los obreros, la parte más avanzada de ellos, la
vanguardia, nosotros mismos. Debemos colocar dentro de determinado marco... este capitalismo
de Estado. He aquí lo esencial. Y de nosotros depende las formas que tomará” [Obras, XXXIII, pp.
254-255].
248
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

haya que detenerse de manera fatalista en el reconocimiento de este


estado de cosas. Puesto que sería una ilusión utópica confiar en una
transformación interna de los hombres mientras permanezca el capitalismo,
sólo es necesario buscar y encontrar las disposiciones y las garantías
organizativas aptas para contrarrestar las consecuencias corruptoras de
esta situación, para corregirlos tan pronto hagan su aparición inevitable y
para eliminar los tumores que hayan surgido. El dogmatismo teórico no es
más que un caso especial de estos fenómenos de esclerosis a los que
están expuestos continuamente en el medio capitalista todo hombre y
toda organización. La reificación capitalista de la conciencia411 provoca a la
vez una super-individualización y una cosificación mecanicista de los
hombres. La división del trabajo, al no reposar sobre los caracteres
humanos propios, petrifica esquemáticamente a los hombres en sus
actividades, los convierte en autómatas de sus ocupaciones, en simples
rutinarios. Pero además, exacerba al mismo tiempo su conciencia
individual, la cual, a raíz de la imposibilidad de encontrar en la misma
actividad la satisfacción y la expresión vital de la personalidad, se ha
vuelto vacía y abstracta, y la arrastra a un egoísmo brutal, codicioso y
ávido de honores. Estas tendencias necesariamente continúan actuando
también en el partido comunista, quien jamás pretendió metamorfosear
interiormente mediante un milagro a los hombres que forman parte de él.
Más aún si tenemos en cuenta que la necesidad de acciones consecuentes
impone a todo partido comunista una división del trabajo efectiva e
intensa, que necesariamente encierra en sí misma los peligros de
esclerosis, de burocratización, de corrupción, etc.

La vida interior del partido es un combate incesante contra la herencia


capitalista. El medio de lucha decisivo en el plano de la organización no
puede ser otro que el de lograr que los miembros tomen parte en la
actividad del partido con la totalidad de su personalidad. La función en el
partido, por más que sea ejercida con una probidad y una dedicación
íntegra, sigue siendo únicamente un empleo a menos que la actividad del
conjunto de los miembros se relacione de todas las maneras posibles con
el trabajo del partido, y si además existe, en la medida de las posibilidades
efectivas, una constante rotación en esta actividad, de manera que los
miembros puedan alcanzar una relación viva con la totalidad de la vida del
partido y con la revolución, puedan dejar de ser simples especialistas

411
Cf. al respecto La reificación y la conciencia del proletariado, en Historia y Conscienca de Clase.
249
Lenin - Luxemburg - Lukács

sometidos necesariamente a los peligros de una esclerosis interior.412 Nos


encontramos aquí nuevamente con la unidad indisoluble de la táctica y de
la organización. Toda jerarquía de funcionarios, absolutamente inevitable
en el partido en el estado de lucha, debe reposar sobre la adaptación de
un tipo determinado de talentos a las exigencias efectivas de una fase
determinada de la lucha. Sin embargo, si el desarrollo de la revolución
supera esta fase, sería completamente insuficiente un simple cambio de
táctica y hasta un cambio de las formas de organización (por ejemplo, el
paso de la ilegalidad a la legalidad) para que se opere una transformación
real con vistas a una acción en adelante correcta. Es necesario que se
produzca al mismo tiempo una transformación de la jerarquía de
funcionarios en el partido; la elección de las personas debe adaptarse
exactamente a las nuevas formas de lucha.413 Es evidente que esto no
puede ser llevado a cabo sin “errores” ni sin crisis. El partido comunista
sería una isla bienaventurada, fantástica y utópica, en el océano del
capitalismo, si su desarrollo no estuviese constantemente expuesto a
estos peligros. Lo realmente nuevo en su organización es sólo el hecho de
que el partido lucha contra este peligro interno, bajo una forma
consciente y cada vez más consciente.

Si cada militante se entrega de este modo con toda su personalidad, con


toda su existencia, a la vida de partido, es el mismo principio de la
centralización y de la disciplina el que debe velar por la interacción viva
entre la voluntad de los miembros y la voluntad de la dirección del
partido, por la expresión de la voluntad y de los deseos, de las iniciativas y
de la crítica de los miembros frente a la dirección. Justamente porque
toda resolución del partido debe traducirse en las acciones del conjunto
de sus miembros, porque de toda consigna deben resultar actos de
miembros individuales en los que éstos comprometen toda su existencia
física y moral, no sólo con su crítica haciendo valer sus experiencias, sus
reservas, etc. Si el partido está constituido por una simple jerarquía de
funcionarios aislados de la masa de miembros ordinarios y frente a cuyas
acciones le está reservado a la masa el mero papel de espectador

412
Conviene leer el interesante pasaje sobre la necesidad del partido en las tesis del III Congreso
referidas a los problemas de organización. En el punto 48 esta exigencia es formulada con mucha
claridad. Pero la técnica de la organización, por ejemplo, las relaciones del grupo parlamentario
con el Comité Central, la alternancia de trabajo legal y de trabajo ilegal, etc., está construida
sobre este principio.
413
Cf. el discurso de Lenin en el Congreso Panruso de metalúrgicos, del 6 de marzo de 1922, como
asi también sus intervenciones en el XI Congreso del P.C.R., sobre las consecuencias de la Nueva
Política Económica para la organización del partido [cf. Obras cit., XXXIII, pp. 194-207 y 237-297].
250
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

cotidiano, si la actividad del partido como conjunto es solamente


ocasional, esto suscita entre los miembros una cierta indiferencia donde
se mezclan una confianza ciega y la apatía con respecto a las acciones
cotidianas del partido. Su crítica en el mejor de los casos puede ser una
crítica a posteriori (en los congresos, etc.) que raramente ejerce una
influencia determinante sobre la orientación real de las actividades
futuras. Por el contrario, la participación activa de todos los miembros en
la vida cotidiana del partido, la necesidad de comprometerse con la
totalidad de su personalidad en toda acción de partido, es el único medio
para obligar a la dirección del partido a hacer que sus resoluciones sean
realmente comprensibles para los miembros, a convencerlos del acierto
de éstas, puesto que no podrían ser ejecutadas correctamente de otro
modo. (Cuanto más organizado esté el partido en cada una de sus partes,
más importantes serán las funciones de cada miembro –por ejemplo,
como miembro de una fracción sindical– y tanto mayor será esa
necesidad). Por otra parte, estas discusiones deben conducir, desde antes
pero también durante la acción, a esta interacción viva entre la voluntad
del conjunto del partido y la del aparato central; ellas deben influenciar el
pasaje efectivo de la resolución a la acción, modificándola, y corrigiéndola
(aquí también esta interacción es tanto mayor cuanto más avanzada es la
centralización y la disciplina). Más profundamente se imponen estas
tendencias, más tiende a desaparecer la oposición abrupta y sin
transiciones –heredada de la estructura de los partidos burgueses– entre
el jefe y las masas; y el cambio en la jerarquía de los funcionarios
contribuye a ese proceso. La crítica a posteriori, provisoriamente inevitable
todavía, se transforma siempre más en un intercambio de experiencias
concretas y generales, tácticas y organizativas, que desde ese momento se
vuelcan cada vez mas hacia el futuro. La libertad es, como lo ha
reconocido ya filosofía clásica alemana, una cosa práctica, una actividad.
Sólo cuando se convierte en un mundo de actividad para cada uno de sus
miembros el partido comunista puede superar realmente el rol de
espectador del hombre burgués frente a la necesidad de un devenir
incomprendido, al igual que su forma ideológica: la libertad formal de la
democracia burguesa. La separación de los derechos y de los deberes sólo
es posible cuando hay separación entre los jefes activos y la masa pasiva,
cuando los dirigentes actúan en lugar de las masas y por ellas, vale decir,
cuando las masas tienen una actitud contemplativa y fatalista. La
verdadera democracia, la supresión de la reparación entre derechos y
deberes, no es sin embargo una libertad formal, es una actividad
251
Lenin - Luxemburg - Lukács

íntimamente solidaria y coherente de los miembros de una voluntad de


conjunto.

El problema de la “depuración” del partido, tan calumniado y denigrado,


no es más que el aspecto negativo del mismo problema. En este punto,
como en todas las cuestiones, fue necesario recorrer el camino que va de
la utopía a la realidad. Es así, por ejemplo, que la exigencia formulada en
las 21 condiciones del II Congreso y según la cual todo partido legal
debería proceder de vez en cuando a tales depuraciones, se reveló como
una exigencia utópica, incompatible con la fase de desarrollo de los
partidos de masas en formación en Europa (el III° Congreso se expresó
además con muchas más reservas sobre esta cuestión). A pesar de todo,
no era un “error” plantear esta condición pues caracteriza clara y
netamente la dirección que debe tomar la evolución interna del partido
comunista, aunque las circunstancias históricas determinen la forma bajo
la cual será aplicado este principio. Precisamente porque el problema de
organización es el problema intelectual más profundo del desarrollo
revolucionario, era absolutamente necesario llevar tales cuestiones a la
conciencia de la vanguardia revolucionaria, aunque momentáneamente
no hubiera posibilidad alguna de realización práctica. La evolución del
partido ruso muestra sin embargo de manera elocuente el significado
práctico de esta cuestión, no sólo –como deriva nuevamente de la unidad
indisoluble de la táctica y de la organización– para la vida interna del
mismo partido, sino también para sus relaciones con las vastas masas de
los trabajadores. La depuración del partido se hizo en Rusia de maneras
muy diversas según las distintas etapas de la evolución. En la última, que
se realizó en otoño del año pasado, se introdujo a menudo el principio
extremadamente interesante y significativo de la utilización de las
experiencias y de los juicios de los obreros y de los campesinos sin
partido: estas masas fueron asociadas al trabajo de depuración del
partido. Esto no quiere decir que el partido acepte en el presente de
manera ciega todo juicio de esas masas, pero sus iniciativas y sus rechazos
fueron ampliamente considerados para eliminar los elementos corrom-
pidos, burocratizados, extraños a las masas, poco seguros desde el punto
de vista revolucionario.414

414
Cf. el artículo de Lenin en “Pravda” del 21 de septiembre de 1921 [Obras, cit., XXXIII, pp. 39-41:
“La depuración del partido”] Estas medidas organizativas son al mismo tiempo una excelente
medida táctica para acrecentar la autoridad del partido comunista, para consolidar relaciones
con las masas trabajadoras, como surge claramente sin mayores explicaciones.
252
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Este asunto interno y bastante íntimo de su vida muestra asi, en una


etapa avanzada del partido comunista, la ligazón interna y muy íntima
entre partido v clase. Muestra cómo la separación organizativa operada
entre la vanguardia consciente y las amplias masas no es más que un
momento en el proceso unitario, pero dialéctico de la evolución de toda la
clase, de la evolución de su conciencia. Al mismo tiempo, muestra que
cuanto más clara y enérgicamente este proceso mediatiza las necesidades
del momento dada su significación histórica, más clara y enérgicamente
engloba también al miembro individual del partido en su actividad como
individuo, lo utiliza, lo orienta en su desarrollo y lo juzga. Del mismo modo
que el partido, en tanto que totalidad, supera las distinciones reificadas
de naciones, profesiones, etc., y de formas de aparición de la vida
(economía y política) por su acción dirigida hacia la unidad y la cohesión
revolucionarias, para crear la verdadera unidad de la clase proletaria, del
mismo modo y debido precisamente a su organización severa, debido a la
disciplina de hierro que de ella resulta y a su exigencia de un compromiso
total de la personalidad, el partido rompe en cada miembro individual las
envolturas reificadas que en la sociedad capitalista obnubilan la conciencia
del individuo. Es una empresa de vasto aliento y nosotros apenas estamos
en el comienzo; pero esto no puede ni debe impedir que nos esforcemos
en reconocer, con la claridad actualmente posible, el principio que
aparece aquí, la aproximación al “reino de la libertad” como una exigencia
para el obrero que tiene una conciencia de clase. Precisamente porque la
formación del partido comunista no puede ser sino la obra consciente-
mente realizada de los obreros que tienen conciencia de clase, todo paso
en la dirección de un conocimiento justo es al mismo tiempo un paso
hacia la realización de ese reino.

Septiembre de 1922

253
Lenin - Luxemburg - Lukács

LEGALIDAD E ILEGALIDAD
György Lukács
La teoría materialista que afirma que los hombres son
producto de las circunstancias y de la educación y, en
consecuencia, de que los hombres modificados son producto
de otras circunstancias y de una educación distinta, olvida
que son precisamente los hombres quienes modifican las
circunstancias y que el propio educador debe ser a su vez
educado.
Marx, Tesis sobre Feuerbach

Para el estudio de la legalidad y de la ilegalidad en las luchas de clase del


proletariado, como de toda cuestión relativa a las formas de acción, las
motivaciones y tendencias que se manifiestan son más importantes y
reveladoras que los hechos en sí. El simple hecho de que una fracción del
movimiento obrero sea legal o ilegal depende, en efecto, de tantas
“casualidades” históricas que su análisis no siempre permite extraer
conclusiones de principio. No hay partido, por más oportunista o aún
social-traidor que sea, que no pueda ser llevado por las circunstancias a la
ilegalidad. Por el contrario, se pueden concebir perfectamente condiciones
en las cuales el partido comunista más revolucionario y más enemigo de
los compromisos podría temporariamente trabajar de forma casi total-
mente legal. Ya que ese criterio distintivo no es suficiente, es necesario
abordar el análisis de las motivaciones de una táctica legal o ilegal.
Tampoco aquí debe uno atenerse a la simple constatación abstracta de
los motivos subjetivamente considerados. Si el aferrarse a cualquier
precio a la legalidad es, en efecto, completamente característica de los
oportunistas, se caería completamente en el error al atribuir mecánica-
mente a los partidos revolucionarios la voluntad contraria, a saber, la
voluntad de la ilegalidad.

En todo movimiento revolucionario hay ciertos períodos en que domina o,


al menos, se afirma un cierto romanticismo de la ilegalidad. Pero ese
romanticismo es claramente una enfermedad infantil del movimiento
comunista, una reacción contra la legalidad a toda costa (las razones de
ello aparecerán claramente en el curso de la exposición); ese romanticismo
debe ser superado, y lo es seguramente por todo movimiento llegado a la
madurez.
254
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

¿Cómo debe el pensamiento marxista plantear, pues, las nociones de


legalidad e ilegalidad? Esta cuestión remite necesariamente al problema
general de la violencia organizada, al problema del derecho y el estado y,
en último análisis, al problema de las ideologías.

En su polémica con Dühring, Engels refuta brillantemente la teoría


abstracta de la violencia. Cuando indica, sin embargo, que la violencia
(derecho y estado) “descansa originariamente en una función económica
y social”, esto debe ser desarrollado –en el mismo espíritu de la teoría de
Marx y Engels– por la afirmación de que esta conexión halla su expresión
ideológica correspondiente en el pensamiento y los sentimientos de los
hombres integrados al campo en que se ejerce la violencia. Dicho de otro
modo, la violencia organizada concuerda de tal modo con las condiciones
de vida de los hombres o se presenta a éstos con una superioridad
aparentemente tan insuperable, que aquéllos la experimentan como una
fuerza de la naturaleza o como el contorno necesario de su existencia, y
por consiguiente se someten voluntariamente a ella (esto no quiere decir
en modo alguno que estén de acuerdo con ella). Así como, en efecto, una
violencia organizada no puede subsistir si no puede, tan a menudo como
sea necesario, imponerse como violencia a la voluntad recalcitrante de
individuos o grupos, no podría tampoco subsistir en modo alguno si
debiera manifestarse en toda ocasión como violencia.

Cuando esta última necesidad se hace sentir, la revolución está dada ya


como hecho; la violencia organizada está ya en contradicción con los
fundamentos económicos de la sociedad, y esta contradicción se refleja
en la cabeza de los hombres, de suerte que, no viendo ya en el orden
establecido una necesidad natural, oponen a la violencia otra violencia.

Sin negar que esta situación tenga una base económica, hay que añadir
que la modificación de una forma organizada de la violencia no se hace
posible sino cuando la creencia en la imposibilidad de otro orden
diferente del establecido está ya quebrantada, tanto en las clases
dominantes como en las clases dominadas.

La revolución en el campo de la producción es la condición necesaria de


ello. Sin embargo, la subversión misma debe ser realizada por hombres,
por hombres que están intelectual y sentimentalmente emancipados del
poder del orden establecido.

255
Lenin - Luxemburg - Lukács

Con relación a la evolución económica, esta emancipación no se cumple


con un paralelismo y una simultaneidad mecánicos: de un lado la precede
y de otro la sigue. Como pura emancipación ideológica, puede estar
presente –y a menudo lo está– en una época en que no está dada todavía,
en la realidad histórica, sino la tendencia, para el fundamento económico
de un orden social, a devenir problemática. En ese caso, la teoría saca de
la simple tendencia sus consecuencias extremas y las interpreta como
realidad futura, que opone en tanto realidad “verdadera” a la realidad
“falsa” del orden establecido (el derecho natural como preludio a las
revoluciones burguesas). Por otra parte, es cierto que aun los grupos y las
masas inmediatamente interesados, por razón de su situación de clase, en
el éxito de la revolución, no se liberan interiormente del antiguo orden
sino durante –y muy a menudo después– de la revolución. Tienen
necesidad de una lección de las cosas para concebir qué sociedad está
conforme con sus intereses y para poder liberarse interiormente del
antiguo orden de cosas.

Si estas observaciones valen para todo el tránsito revolucionario de un


orden social a otro, son todavía más válidas para una revolución social
que para una revolución principalmente política. Una revolución política
no hace más que consagrar un estado económico social que se ha
impuesto ya, al menos parcialmente, en la realidad económica. La
revolución coloca el nuevo derecho “justo” y “equitativo” en lugar del
antiguo orden jurídico sentido como “injusto”. El medio social de la vida
no sufre ninguna transformación radical. (Los historiadores conservadores
de la gran Revolución Francesa destacan dicha permanencia relativa del
estado “social” durante este período). Por el contrario, la revolución social
apunta justamente a cambiar ese medio, y todo cambio en ese dominio es
tan profundamente contrario a los instintos del hombre medio que ve allí
una amenaza catastrófica contra la vida en general, una fuerza natural
ciega, semejante a una inundación o a un temblor de tierra. Sin poder
comprender la esencia del proceso, dirige su lucha contra las manifes-
taciones inmediatas que amenazan su existencia habitual: es una defensa
ciega y desesperada. Al comienzo de la evolución capitalista, los
proletarios educados como pequeños burgueses se alzaron contra la
fábrica y las máquinas; la doctrina de Proudhon puede ser igualmente
considerada como un eco de esta defensa desesperada del antiguo medio
social habitual.

256
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

Se comprende aquí particularmente bien el carácter revolucionario del


marxismo. El marxismo es la teoría de la revolución porque determina la
esencia del proceso (en oposición a los síntomas y las manifestaciones
exteriores), porque muestra su tendencia decisiva, orientada hacia el
porvenir (en oposición a los fenómenos efímeros). Es lo que convierte al
mismo tiempo la expresión ideológica de la clase proletaria en camino de
emancipación. Esta liberación se realiza primeramente bajo la forma de
sublevaciones efectivas contra las manifestaciones más opresivas del
orden económico capitalista y de su Estado. Aislados en sí mismo y no
pudiendo nunca, aún en caso de éxito, salir decididamente victoriosos,
estos combates sólo pueden ser realmente revolucionarios por la
conciencia de su mutua relación y de su relación con el proceso que
aproxima sin demora el fin del capitalismo. Cuando el joven Marx se fijó
como programa la “reforma de la conciencia”, se anticipó a la esencia de
su actividad ulterior. Su concepción no es utópica pues parte de un
proceso que se desarrolla efectivamente y no quiere plantear frente a él
“ideales” sino extraer su sentido implícito; ella debe, al mismo tiempo,
superar esos datos efectivos y colocar la conciencia del proletariado
frente al conocimiento de la esencia y no frente a la experiencia de los
datos inmediatos. “La reforma de la conciencia, dice Marx, consiste
únicamente en dar a su propio sujeto, en explicarle sus propias acciones...
dar al mundo conciencia de su conciencia, en despertarlo del sueño en el
que sumergió a su propio sujeto, en explicarle sus propias acciones...
Parecerá entonces que desde hace largo tiempo el mundo posee el sueño
de una cosa, de la cual debe ahora poseer la conciencia para realmente
poseerla”.415

Esta reforma de la conciencia es el proceso revolucionario mismo. Este


advenimiento a la conciencia sólo puede producirse en el proletariado
muy lentamente, a través de duras y prolongadas crisis. Aunque en la
doctrina de Marx han sido extraídas todas las consecuencias teóricas y
prácticas de la situación de clase del proletariado (si bien ellas no se han
vuelto históricamente “actuales”), aunque todas estas enseñanzas no son
utopías extrañas a la historia sino conocimientos relativos al proceso
histórico, todo esto no implica de modo alguno que el proletariado –aún
cuando sus acciones particulares correspondan a esta doctrina– haya
tomado conciencia de la liberación realizada por la doctrina de Marx.

415
Carta de Marx a Ruge. Véase Oeuvres philosophiques, edic. Costes, París, t. V, p. 210. (Es
Lukács el que subraya].
257
Lenin - Luxemburg - Lukács

En otra parte416 hemos llamado la atención sobre ese proceso y subrayado


que el proletariado puede tener conciencia de la necesidad de su lucha
económica contra el capitalismo aunque esté todavía enteramente bajo la
influencia del Estado capitalista. La prueba de esto es el olvido completo
en que ha caído la crítica del Estado realizada por Marx y Engels. Así, los
teóricos más importantes de la Segunda Internacional han considerado al
Estado capitalista como “el” Estado y concibieron su lucha contra él como
“oposición” (ésto aparece claramente en la polémica Pannekoek-Kautsky
en 1912). La actitud de “oposición” significa, en efecto, que en lo esencial
el orden establecido es aceptado como fundamento inmutable y que los
esfuerzos de la “oposición” están dirigidos a obtener lo más posible para
la clase obrera dentro de los límites del orden establecido.

Sólo los insensatos, ignorantes del mundo, habrían podido letaria que se
identifica con el conocimiento y la expresión de la orientación, con la
tendencia y el sentido del proceso social, y, en nombre de este proceso,
dirige la acción hacia el presente. La tarea es más difícil. Así como el
astrónomo, a pesar de sus concepciones copernicanas, conserva la
impresión sensible de que el sol “se levanta”, así también el análisis
marxista más radical del Estado capitalista no puede nunca suprimir la
realidad empírica de éste y no lo debe hacer. La teoría marxista debe
colocar al proletariado en una actitud espiritual singular. El Estado
capitalista debe presentarse a su reflexión como el momento de una
evolución histórica: no constituye de ninguna manera “el medio natural
del hombre” sino simplemente un hecho real, cuyo poder efectivo está
por verse, sin pretender determinar interiormente nuestra acción. La
validez del Estado y del derecho debe ser tratada como una realidad
puramente empírica. Así, por ejemplo, en un barco a vela, el marinero
debe prestar atención a la dirección exacta del viento, sin por ello dejarle
el cuidado de determinar la ruta a seguir sino, por el contrario, para
mantener, afrontando y utilizando el viento, el rumbo originalmente
fijado. Esta independencia de espíritu, que el hombre ha adquirido progre-
sivamente en el transcurso de una larga evolución histórica, con relación a
las fuerzas adversas de la naturaleza, le falta hoy al proletariado en
relación a los fenómenos de la vida social, lo cual es muy comprensible.
Por más brutalmente materiales que sean por lo común en los casos
particulares las medidas coercitivas de la sociedad, ello no impide que el
poder de toda sociedad sea esencialmente un poder espiritual, del cual

416
Véase el ensayo “La conciencia de clase” en Histoire et conscience de classe.
258
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

sólo el conocimiento puede liberarnos; pero no un conocimiento


simplemente abstracto y puramente cerebral (muchos “socialistas”
poseen tal conocimiento) sino un conocimiento hecho de carne y sangre,
es decir, según la expresión de Marx, una “actividad práctico-crítica”.

La actualidad de la crisis del capitalismo hace posible y necesario ese


conocimiento. Como consecuencia de la crisis, la vida misma cuestiona el
medio social habitual y nos hace percibir y experimentar su carácter
problemático y es debido a ello que tal conocimiento es posible. Además,
el poder afectivo de la sociedad capitalista está tan subvertido que no
estaría en condiciones de imponerse por la violencia si el proletariado le
opone consciente y resueltamente su propio poder; por esto dicho conoci-
miento se torna decisivo y en consecuencia necesario para la revolución.
El obstáculo a esa acción es de naturaleza puramente ideológica. En
medio de la crisis mortal del capitalismo, grandes capas del proletariado
experimentan todavía el sentimiento de que el Estado, el derecho y la
economía de la burguesía con el único medio posible de su existencia: a
sus ojos, si bien puede introducirle múltiples mejoras (“organización de la
producción”) constituye sin embargo la base “natural” de “la” sociedad.

Esa es la concepción del mundo que está en la base de la legalidad. No


implica siempre una traición consciente ni tampoco un compromiso
consciente. Es más bien la actitud natural e instintiva hacia el Estado,
formación que aparece ante el hombre como el único punto fijo en medio
del caos de los fenómenos. Esta concepción del mundo debe ser superada
si el partido comunista quiere proporcionar una base sana a su táctica
legal e ilegal. El romanticismo de la ilegalidad, con el que comienza todo
movimiento revolucionario se eleva muy raramente, por efectos de la
lucidez, por encima del nivel de la legalidad oportunista. Como todas las
tendencias aspiran al golpe de Estado, sobreestima considerablemente el
poder efectivo que posee la sociedad capitalista misma en su período de
crisis; esto puede volverse muy peligroso pero no es sino el síntoma del
mal que sufre siempre esta tendencia, o sea la falta de independencia del
espíritu con respecto al Estado como simple factor de poder, lo que en
definitiva tiene su origen en la incapacidad de actualizar las relaciones que
acabamos de analizar. En efecto, atribuyendo a los métodos y a los
medios ilegales de lucha una cierta aureola, dándoles el acento de una
“autenticidad” revolucionaria particular, se reconoce un cierto valor y no
una simple realidad empírica a la legalidad del Estado existente. La

259
Lenin - Luxemburg - Lukács

indignación contra la ley en tanto que ley, la preferencia acordada a


ciertas acciones a causa de su ilegalidad, significan que, a los ojos del que
actúa de esta manera, el derecho ha conservado al menos su carácter
esencial de valor y de obligación.

Si la total independencia de espíritu comunista con respecto al derecho y


al Estado está presente, entonces la ley y sus consecuencias calculables no
tienen ni más ni menos importancia que cualquier otro hecho de la vida
exterior con el que se debe contar cuando se aprecian las posibilidades de
ejecutar una tarea determinada. El riesgo de transgredir las leyes no debe
pues revestir otro carácter que, por ejemplo, el riesgo de perder una
combinación de tren en circunstancias de un viaje importante. Si no
ocurre así y se asigna patética preferencia a la transgresión de la ley, es la
prueba de que el derecho ha conservado su valor (aunque caracterizado
por un signo inverso) y que la verdadera emancipación todavía no se ha
realizado pues el derecho está aún en condiciones de influenciar
interinamente a la acción. En un primer momento la distinción quizás
parecerá artificial, pero hay que reflexionar sobre la facilidad con que
partidos típicamente ilegales, como por ejemplo el de los Socialistas
Revolucionarios rusos, reencontraron el camino de la burguesía. Si se
estudia la dependencia ideológica de esos “héroes de la ilegalidad” en
relación a los conceptos jurídicos burgueses, tal como ha sido develada
por las primeras acciones ilegales verdaderamente revolucionarias –las
que no eran transgresiones románticamente heroicas de leyes particu-
lares sino el rechazo y la destrucción de todo el orden jurídico burgués–,
entonces se ve que no se trata de un formalismo abstracto y vacío sino de
la descripción de una situación real. Boris Savinkov lucha hoy en el campo
de la Polonia blanca contra la Rusia revolucionaria; pero él no sólo fue el
célebre organizador de casi todos los grandes atentados en épocas del
zarismo, sino también uno de los primeros teóricos del romanticismo de
la ilegalidad.

En consecuencia, el problema de la legalidad o de la ilegalidad para el


partido comunista se reduce a una cuestión puramente teórica y, más
aún, a una cuestión de táctica momentánea para la cual no pueden ser
impartidas directivas generales ya que la decisión debe depender por
entero de la utilidad momentánea. Es en esta toma de posición sin
principios donde reside la única manera de negar prácticamente por
principio la validez del orden jurídico burgués. No son sólo motivos de

260
TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

oportunidad los que prescriben esta táctica a los comunistas, dado que
ella puede así adquirir mayor flexibilidad de adaptación en la elección de
los métodos necesarios en un momento dado y que los medios legales e
ilegales deben alternar sin cesar o aún ser empleados simultáneamente
en los mismos asuntos para combatir a la burguesía de una manera
verdaderamente eficaz. Esta táctica debe también ser empleada para que
el proletariado haga su propia educación revolucionaria. El proletariado
no puede liberarse de su dependencia ideológica de las formas de vida
que el capitalismo ha creado a menos que aprenda a actuar de manera tal
que esas formas –devenidas indiferentes en tanto que motivaciones– no
estén más en condiciones de influenciar interiormente su acción. El odio
hacia estas formas y su deseo de aniquilarlas no decrecerá. Por el
contrario, a los ojos del proletariado, sólo ese desapego interior puede
conferir al orden social capitalista el carácter de obstáculo execrable para
una sana evolución de la humanidad –el carácter de un obstáculo
destinado a morir pero también mortalmente peligroso–, lo cual es
absolutamente necesario para que el proletariado tenga una actitud
consciente y perdurablemente revolucionaria. Esta educación del
proletariado por sí mismo es un proceso largo y difícil que lo transforma
en “maduro” para la revolución; dura mucho más en un país donde el
capitalismo y la cultura burguesa han alcanzado un grado elevado de
evolución y donde, por consiguiente, el proletariado ha sido alcanzado
por el contagio de las formas de vida capitalistas.

La necesidad de determinar las formas oportunas de la acción revolu-


cionaria coincide felizmente con las exigencias de ese trabajo de
educación, y esto no es casual. Cuando por ejemplo las tesis adicionales
adoptadas en el Segundo Congreso de la III Internacional, con respecto al
parlamentarismo, afirman la necesidad de una total subordinación del
grupo parlamentario al Comité Central (eventualmente ilegal) del partido,
esto no es sólo una consecuencia de la necesidad absoluta de unificar la
acción sino que contribuye también a aminorar sensiblemente en la
conciencia de grandes masas proletarias el prestigio del Parlamento
(prestigio que está en la base de la autonomía del grupo parlamentario,
fortaleza del oportunismo). Lo que, por ejemplo, demuestra la necesidad
de esta medida es el hecho de que reconociendo interiormente tales
instituciones, el proletariado inglés ha dirigido constantemente su acción
hacia vías oportunistas. Tanto la esterilidad que caracteriza el empico
exclusivo de “la acción directa” antiparlamentaria como la esterilidad de

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Lenin - Luxemburg - Lukács

las discusiones sobre las ventajas de uno u otro método demuestran que
los dos son por igual, aunque bajo formas opuestas, prisioneros de
prejuicios burgueses.

Si es necesario emplear simultánea y alternativamente los medios legales


e ilegales, es porque ello es lo único que permite descubrir, bajo la
máscara del orden jurídico, el aparato de represión brutal al servicio de la
opresión capitalista, descubrimiento que es la condición de una franca
actitud revolucionaria frente al derecho y al Estado. El hecho de que uno
de los dos métodos sea empleado con exclusividad o de que simplemente
predomine, podrá ocurrir sólo en ciertos sectores, y la burguesía
conservará la posibilidad de mantener su orden jurídico, en tanto que
derecho, en las conciencias de las masas. Uno de los fines principales de la
actividad de todo partido comunista es obligar al gobierno de su propio
país a violar su propio orden jurídico y al partido legal de los social-
traidores a apoyar abiertamente esta “violación del derecho”. En ciertos
casos y sobre todo cuando los prejuicios nacionalistas oscurecen te visión
del proletariado, esta “violación del derecho” puede ser ventajosa para el
gobierno capitalista pero es también cada vez más peligrosa a medida que
el proletariado comience a reagrupar sus fuerzas para la lucha decisiva.
De aquí, es decir, de la prudencia reflexiva de los opresores, nacen las
ilusiones perniciosas sobre la democracia y el pasaje pacífico al socialismo,
y esas ilusiones son fortalecidas por el legalismo a cualquier precio de los
oportunistas, el cual, inversamente, permite a la clase dominante adoptar
su actitud de prudencia. Sólo una táctica realista y lúcida, que emplea
alternativamente todos los medios legales e ilegales, dejándose guiar
únicamente por la consideración del fin, podrá conducir por buen camino
esta empresa de educación del proletariado.

La lucha por el poder podrá comenzar esta educación pero no acabarla. El


carácter necesariamente “prematuro” de la toma del poder, reconocido
hace ya muchos años por Rosa Luxemburg, se manifiesta sobre todo en el
dominio ideológico. Muchas características de toda dictadura del
proletariado en sus comienzos son claramente explicables por el hecho de
que el proletariado está obligado a apoderarse del poder en una época y
en un estado espiritual tales que él siente todavía el orden social burgués
como un orden verdaderamente legal. Como todo orden jurídico, el del
gobierno de los Consejos está fundamentado en su reconocimiento como
orden legal por sectores de la población lo suficientemente grandes como
para no estar obligado a recurrir a la violencia más que en casos
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TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

particulares. Así, en primer lugar, es evidente que en ningún caso el


proletariado podrá contar desde el comienzo con este reconocimiento por
parte de la burguesía. Una clase habituada tradicionalmente desde hace
tantas generaciones a mandar y a gozar de privilegios, nunca podrá
habituarse satisfactoriamente al hecho brutal de una derrota y soportar
pacientemente sin más el nuevo orden de cosas. En primer lugar, debe ser
quebrada ideológicamente antes de ponerse voluntariamente al servicio
de la nueva sociedad y de ver en sus leyes un orden jurídico y legal y no
simplemente la realidad brutal de una relación provisoria de fuerzas que,
el día de mañana, puede ser subvertida. Es inútil creer que esta
resistencia, que se manifiesta bajo forma de contrarrevolución abierta o
de sabotaje latente, podría solucionarse con algún tipo de concesiones. El
ejemplo de la República de los Consejos húngaros demuestra que todas
esas concesiones, que en esa circunstancia eran también sin excepción
concesiones a la socialdemocracia, refuerzan la conciencia que tienen las
viejas clases reinantes de su poder, postergan y aún hacen imposible su
aceptación del predominio del proletariado. Pero ese rechazo del poder
de los Soviets tiene consecuencias aún más catastróficas sobre el
comportamiento de los grandes sectores pequeño-burgueses ya que el
Estado aparece efectivamente a sus ojos como el Estado en general, el
Estado a secas, como entidad revestida de ana majestuosidad abstracta.
En esas condiciones, presuponiendo una política económica hábil que
esté en condiciones de neutralizar ciertos sectores particulares de la
pequeña burguesía, depende del proletariado investir o no a su Estado de
una autoridad tal que tenga, además de fe en la autoridad, propensión a
la sumisión voluntaria a “el” Estado difundida en todos esos sectores. Las
vacilaciones del proletariado, su falta de fe en su propia vocación de
dirigir, pueden así arrojar a esos sectores pequeño-burgueses en brazos
de la burguesía y de la contrarrevolución abierta.

Bajo la dictadura del proletariado, la relación entre legalidad e ilegalidad


cambia de función debido a que la vieja legalidad se torna ilegalidad e
inversamente, pero ese cambio puede a lo sumo acelerar un poco el
proceso de emancipación ideológico comenzado bajo el capitalismo pero
no puede concluirlo de golpe. Así como una derrota no puede hacer
perder a la burguesía el sentimiento de su propia legalidad, del mismo
modo el sólo hecho de una victoria no puede elevar el proletariado a la
conciencia de su propia legalidad. Esta conciencia, que sólo puede
madurar muy lentamente en la época del capitalismo, terminará poco a

263
Lenin - Luxemburg - Lukács

poco su proceso de maduración durante la dictadura del proletariado. Los


primeros tiempos aportarán múltiples trabas a este proceso. Sólo después
de la toma del poder el proletariado se familiariza con la obra intelectual
que el capitalismo ha edificado y salvaguardado. Adquiere entonces no
sólo una comprensión mucho mayor de la cultura de la sociedad burguesa
sino que también grandes sectores proletarios toman conciencia del
trabajo intelectual que exige la conducción de la economía y del Estado. A
esto hay que agregar que el proletariado, falto en muchos casos de
experiencia práctica y de tradiciones en el ejercicio de una actividad
independiente y responsable, experimenta frecuentemente la necesidad
de tal actividad más como un peso que como una liberación. En resumen,
los hábitos de vida pequeño-burgueses, y frecuentemente ya burgueses,
de los sectores proletarios que ocupan gran parte de los puestos
dirigentes hacen aparecer como extraño y casi hostil el aspecto precisa-
mente nuevo de la nueva sociedad.

Todos estos obstáculos serían anodinos y podría ser fácilmente superados


si la burguesía no se mostrara, por lo menos durante el tiempo que debe
luchar contra el naciente Estado proletario, mucho más madura y
evolucionada que el proletariado. Para ella, el problema ideológico de la
legalidad y de la ilegalidad ha sufrido un cambio de función equivalente.
La burguesía considera el orden jurídico del proletariado como ilegal con
la misma naturalidad y seguridad con que afirma su propio orden jurídico
como legal. Nosotros exigimos del proletariado que lucha por el poder
que no vea en el Estado de la burguesía más que una simple realidad, un
simple factor de poder; es eso lo que actualmente hace la burguesía de
manera instintiva. A pesar de la conquista del poder del Estado, la lucha
sigue siendo desigual para el proletariado hasta tanto no adquiera
precisamente la misma seguridad de que sólo su orden jurídico es legal.
Sin embargo, esta evolución está gravemente obstaculizada por el estado
de espíritu causado al proletariado por la educación de los oportunistas
durante su proceso de liberación. Como el proletariado se ha habituado a
ver las instituciones del capitalismo aureoladas de legalidad, le es difícil no
hacer lo mismo con los vestigios que aún quedan. Luego de la toma del
poder, el proletariado permanece todavía intelectualmente prisionero de
los límites trazados por la evolución capitalista. Esto se manifiesta por una
parte en que deja intactas cosas que debería liquidar totalmente y, por
otra parte, en que no destruye ni construye con la seguridad del legítimo
soberano sino, alternativamente, con la vacilación y el apresuramiento del

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TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

usurpador que en sus pensamientos, en sus sentimientos y en sus


determinaciones, anticipa interiormente una inevitable restauración del
capitalismo.

No pienso aquí solamente en el sabotaje, más o menos abiertamente


contrarrevolucionario, de la socialización por parte de la burocracia
sindical durante toda la dictadura de los Consejos húngaros, sabotaje cuya
finalidad era el restablecimiento del capitalismo con el menor número
posible de fricciones. Tan frecuentemente evocada, la corrupción de los
Soviets tiene igualmente aquí una de sus fuentes principales. Tiene su
origen, en parte, en la mentalidad de numerosos funcionarios de los
soviets que, también ellos, esperaban interiormente el retorno del
capitalismo “legítimo” y por consiguiente pensaban constantemente en la
manera en que podrían eventualmente justificar sus acciones; en parte,
por el hecho de que muchos de los que participaban en actividades
necesariamente “ilegales” (contrabando, propaganda en el extranjero) no
llegaban a comprender intelectual y sobre todo moralmente que, desde el
punto de vista decisivo, o sea el del Estado proletario, su actividad era tan
legal como cualquier otra. En hombres moralmente inseguros, esa falta de
claridad se traducía en corrupción abierta; en más de un revolucionario
honesto, se manifestaba por una exageración romántica de la “ilegalidad”,
una búsqueda inútil de las posibilidades “ilegales”, la ausencia del
sentimiento de que la revolución era legítima y que tenía el derecho de
crear su propio orden jurídico.

Durante la dictadura del proletariado, el sentimiento y la conciencia de la


legitimidad deben ocupar el lugar de la independencia de espíritu con
respecto al orden burgués, exigencia de la etapa anterior a la revolución.
Pero, a pesar de esta metamorfosis, la evolución conserva, en cuanto
evolución de la conciencia de clase proletaria, su unidad y su dirección en
línea recta. Esta aparece en forma muy clara en la política exterior de los
Estados proletarios, los cuales, frente a las potencias capitalistas, deben
–con medios sólo en parte diferentes– llevar la misma lucha que en
tiempos en que preparaban la toma del poder en su propio Estado. Las
negociaciones de paz de Brest-Litovsk han testimoniado brillantemente el
alto nivel y la madurez de la conciencia de clase en el proletariado ruso.
Aunque hayan negociado con el imperialismo alemán, los representantes
rusos han reconocido sin embargo a sus hermanos oprimidos del mundo
entero como a sus verdaderos compañeros legítimos alrededor de la
mesa de negociaciones.
265
Lenin - Luxemburg - Lukács

Aunque Lenin apreció la efectiva relación de fuerzas con la más alta


inteligencia y la lucidez más realista, dejó constantemente a sus
negociadores hablar al proletariado mundial y, en primer lugar, al
proletariado de las potencias centrales. Su política exterior no era tanto
una negociación entre Rusia y Alemania sino un estímulo a la revolución
proletaria, a la toma de conciencia revolucionaria en los países de Europa
central. Por más grandes que hayan sido los cambios de la política interior
y exterior del gobierno de los Consejos, por más estrecha que haya sido
constantemente la adaptación de esta política a las relaciones reales de
fuerza, el principio de la legitimidad de su propio poder ha quedado como
un punto fijo en esta evolución; de esta forma, fue también el principio
del despertar de la conciencia revolucionaria de clase del proletariado
mundial. Es por eso que el problema del recono-cimiento de la Rusia
soviética por los Estados burgueses no debe estar ligado únicamente a la
consideración de las ventajas que Rusia pueda conseguir de ello sino
también al principio del reconocimiento por la burguesía de la legitimidad
de la revolución proletaria realizada. Según las circunstancias en las cuales
se efectúe, este reconocimiento varía de significación. Su efecto sobre los
elementos vacilantes de las clases pequeño-burguesas en Rusia y sobre
los elementos vacilantes del proletariado mundial es el mismo en lo
esencial: la consagración de la legitimidad de la revolución proletaria. Esos
elementos tienen necesidad, de esta sanción para tener el sentimiento de
la legalidad de las instituciones estatales de la República de los Consejos.
Los diversos medios de la política rusa –el aniquilamiento implacable de la
contra-revolución, la actitud valiente frente a las potencias victoriosas
(ante las cuales Rusia nunca adoptó, como lo hizo la Alemania burguesa,
el tono de un vencido), el apoyo prestado abiertamente a los movimientos
revolucionarios, etc.– sirven al mismo fin. Provocan el despedazamiento
de ciertos sectores del frente contrarrevolucionario interior y lo hacen
inclinarse ante la legitimidad de la revolución. Dan a la revolución una
conciencia de sí, que refuerza el conocimiento que ella tiene de su propia
fuerza y de su propia dignidad.

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TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO POLÍTICO

La madurez ideológica del proletariado ruso aparece precisamente en los


aspectos de la revolución que son, a los ojos de los oportunistas
occidentales y de sus adoradores de Europa Central, signos de su carácter
atrasado: el aplastamiento claro y sin equívocos de la contrarrevolución
interior y Ja lucha intrépida, tanto ilegal como “diplomática”, por la
revolución mundial. El proletariado ruso ha conducido su revolución a la
victoria, no porque las circunstancias le hayan puesto el poder en las
manos (como el caso del proletariado alemán en noviembre de 1918 y el
del proletariado húngaro en esa época y en marzo de 1919), sino porque,
templado por una larga lucha ilegal, reconoció claramente la esencia del
Estado capitalista y ajustó su acción no a fantasmas ideológicos sino a la
verdadera realidad. El proletariado de Europa central y occidental tiene
todavía un duro camino ante sí. Para alcanzar, luchando, la conciencia de
su vocación histórica y la legitimidad de su dominación, debe en primer
lugar aprender a comprender el carácter puramente táctico de la
legalidad y de la ilegalidad y desembarazarse tanto del cretinismo de la
legalidad como del romanticismo de la ilegalidad.

Julio de 1920

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