Historia Constitucional de Venezuela
Historia Constitucional de Venezuela
Historia Constitucional de Venezuela
Venezuela, entre todos los países de América Latina, sin duda es el que tiene la más larga historia
constitucional, la cual comenzó en 1810 al iniciarse un proceso constituyente de un nuevo Estado
independiente de España, que concluyó exitosamente en 1811 al sancionarse por un Congreso de
representantes la primera de las Constituciones modernas del mundo hispanoamericano, que fue
la Constitución Federal de los Estados de Venezuela de 21 de diciembre de 1811.
Ese proceso constituyente, influenciado directamente por los principios del constitucionalismo
moderno que derivaron de las revoluciones norteamericana y francesa, comenzó el 19 de abril de
1810, cuando el Cabildo o Ayuntamiento de Caracas, por la fuerza, deponiendo al Capitán General
de la Capitanía General de Venezuela, Vicente de Emparan, se transformó a sí mismo en una
“Suprema Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII en las Provincias de Venezuela.”
Esta Junta desconoció la autoridad de la Junta Suprema del Reino de Cádiz, y asumió el gobierno
de la Provincia, de manera que lo que pudo parecer en sus inicios como una reacción local de una
de las tantas colonias españolas contra las acciones napoleónicas en la metrópoli española, en
realidad, por la situación de “orfandad” en la cual sus dirigentes estimaban se encontraban por la
crisis de la Monarquía española, y la propia lucha de Independencia que se estaba desarrollando
en la Península a partir de 1808, pronto se convertiría en la primera manifestación de
independencia frente a España en una de sus Provincias Americanas, la Provincia de Caracas,
donde un Cabildo rebelado se convirtió en la “suprema autoridad” de la Provincia, “por
consentimiento del mismo pueblo,” todo lo cual días después (27 de Abril) se comunicaría a todos
los Ayuntamientos de América, invitándolos a sumarse “a la grande obra de la confederación
americana–española.”
El Congreso venezolano cuyos diputados se eligieron conforme al Reglamento citado durante 1810,
se constituyó en marzo de 1811, representando siete de las nueve provincias de la antigua
Capitanía General. Fue dicho Congreso, en el cual participó toda la élite intelectual civil de las
Provincias, incluso Francisco de Miranda quien había regresado a Venezuela en diciembre de 1810,
después de tres décadas, el que declaró solemnemente la Independencia de Venezuela el 5 de
julio de 1811, luego de haber adoptado, el 1 de julio, la Declaración de los Derechos del Pueblo,11
que la primera sancionada en un régimen republicano después de las declaraciones
norteamericana y francesa.
La labor constituyente del Congreso General12 de las Provincias culminó con la sanción de la
mencionada Constitución Federal para los Estados de Venezuela de 21 de diciembre de 1811, que,
además, fue la primera Constitución del mundo moderno en haber adoptado la forma federal
después de la Constitución norteamericana de 1787, a la cual siguieron varias Constituciones
provinciales, entre ellas, la muy importante de la Provincia de Caracas de 30 de enero de 1812. En
esta forma en Venezuela se adoptaron todos los principios del constitucionalismo moderno que
derivaron de las revoluciones americana y francesa, lo que ocurrió en la historia constitucional
antes de que los mismos se plasmaran, unos meses después, en la Constitución de Cádiz.
Por ello, a diferencia de lo que ocurrió en los otros países de la América hispana, el
constitucionalismo venezolano en sus orígenes no tuvo influencia alguna de los grandes aportes de
la Constitución de Cádiz. No hay que olvidad que por fuerza del desencuentro,16 la Junta Suprema
de Caracas, no sólo desconoció la autoridad de la Junta Suprema de Cádiz y del Consejo de
Regencia, sino que incluso se había negado a participar con diputados en las Cortes de Cádiz, cuyas
reuniones denunció en comunicación dirigida a las mismas el 1º de febrero de 1811, “tan ilegal
como la formación del Consejo de Regencia,” desconociendo expresamente a los diputados
suplentes designados en Cádiz por Venezuela, considerando que los mismos “carecían de mandato
alguno para representar las Provincias de Venezuela”, por lo que “sus actos como diputados eran y
serían considerados nulos.”
En todo caso, en ese estado y clima se desarrollaron en paralelo sendos procesos constituyentes en
España y en Venezuela, los cuales desembocaron en sendas constituciones que sin embargo
tuvieron en común, además de su origen democrático representativo, su corta duración: la de
Venezuela hasta 1812 y la de Cádiz hasta 1814.
En segundo lugar, el principio democrático y republicano, al proclamar que “la soberanía reside en
el pueblo; y el ejercicio de ella en los ciudadanos con derecho a sufragio, por medio de sus
apoderados legalmente constituidos,” electos por los ciudadanos (Artículos 143 y 144).
En cuarto lugar, la adopción de una extensa declaración de “Derechos del Hombre que se
reconocerán y respetarán en toda la extensión del Estado”, distribuidos en cuatro secciones:
Soberanía del pueblo (Arts. 141 a 159), Derechos del hombre en sociedad (Arts. 151 a 191),
Derechos del hombre en sociedad (Arts. 192 a 196) y Deberes del cuerpo social (Arts. 197 a 199).
En quinto lugar, el principio de la distribución territorial del poder del Estado, conforme a la forma
federal, en Provincias, Departamentos, y Cantones donde se estableció el Poder Municipal.
Y en sexto lugar, el principio del poder de los jueces de controlar la constitucionalidad de las leyes,
dada la garantía objetiva de la Constitución que se declaró en el texto, origen del sistema de
justicia constitucional mixto o integral desarrollado posteriormente.
Dado el carácter primigenio del Estado venezolano en el mundo americano, y lo alejado de todo
principio monárquico, la reacción de la Regencia y de las Cortes de Cádiz no se hicieron esperar, de
manera que desde el 1º de agosto de 1810, el Consejo ya había declarado en estado de riguroso
bloqueo a la Provincia de Caracas, por haber sus habitantes “cometido el desacato de declararse
independientes de la metrópoli, y creando una junta de gobierno para ejercer la pretendida
autoridad independiente.” La consecuencia de la incomprensión y el desencuentro entre la
Metrópolis y el nuevo Estado de Venezuela fue el envío en marzo de 1812 de un ejército de
invasión a las Provincia independientes, que en pocos meses, a pesar incluso de que la República
había confiado su defensa a un hombre de la talla y experiencia de Francisco de Miranda,
delegándole poderes dictatoriales, diversos reveses telúricos y militares obligaron al gobierno del
Estado a capitular, siendo Miranda entregado a los españoles por sus propios subalternos, de la
mano de Bolívar; y el resto de los jefes civiles del que había sido un nuevo Estado, encarcelado por
Monteverde.
Desde entonces, la “ley de la conquista” impuesta por el capitán español de la invasión, Domingo
de Monteverde, y la subsiguiente “ley marcial” impuesta al calor de la guerra de liberación que
exitosamente Simón Bolívar lideró a partir de 1813 desde Colombia, hacia donde había viajado con
pasaporte expedido por el propio Monteverde, marcaron la demolición de las instituciones
republicanas y el surgimiento del militarismo en el país.
Ese Estado fue el que se consolidó en el país a partir de 1830, habiendo sido gobernado
sucesivamente, excepto al inicio cuando fue electo un presidente civil (José Maria Vargas), por los
militares que habían sido compañeros de armas de Bolívar en el ejercito republicano, entre los que
se destacó José Antonio Páez. Una reforma constitucional irregularmente hecha lustros después,
en 1857, que tocó la médula de la estructura del Estado que sostenía el balance centro federal del
mismo, provocó el primer golpe de Estado militar en la historia del país. No fue suficiente la
convocatoria de una nueva Asamblea Constituyente en 1858 por los triunfadores, y la sanción de
una nueva Constitución (1858), que fue sucesivamente vulnerada por los conflictos políticos que
desembocaron en las guerras federales, que terminaron en 1863 con el triunfo de la Federación.
En efecto, al término de las guerras federales, como resultado del Convenio de Coche de mayo de
1863, que fue una especie de armisticio suscrito por las fuerzas militares en conflicto, se buscó
asegurar la paz habiendo sido firmado por Antonio Guzmán Blanco en representación de las
fuerzas federales triunfadoras, y quien a partir de entonces dominaría la escena política del país
hasta finales de siglo.
La nueva estructura que se otorgó al Estado fue formalmente federal, distribuyéndose el poder
público entre los Estados como entidades federales que “reconocían recíprocamente sus
autonomías” (art. 12), “para formar una Nación libre y soberana, con el nombre de Estados Unidos
de Venezuela”, denominación que perduró hasta 1953, cada uno con gobierno propio elegido por
sufragio directo y secreto (Artículos 13 y 22), confinándose el Poder Nacional a un Distrito Federal,
como territorio neutro (Artículos 13,3; 43,2; 72,20 y 84).
Los Estados formularon las “Bases de la Unión” que se insertaron formalmente en el texto de las
Constituciones hasta 1947, asignando atribuciones al poder nacional o federal, pero conservando
como poder residual de los Estados todo lo no atribuido expresamente al nivel nacional,
particularmente la milicia y las armas, que quedaron en los Estados. La Justicia también quedó en
manos de del poder de los Estados, lo que perduraría hasta 1945, cuando se produjo la
nacionalizarse las actividades judiciales.
En particular sobre “la milicia ciudadana que organizaban los Estados”, se dispuso que estaba
compuesta, “con individuos voluntarios, con un contingente proporcionado que dará cada Estado
llamando al servicio a los ciudadanos que deban prestarlo conforme sus leyes”, no pudiendo en
ningún caso el Gobierno Nacional “situar en un Estado fuerza ni jefes militares con mando, que no
sean el mismo Estado, ni de otro, sin el permiso del Gobierno del Estado en que se deba situar la
fuerza (arts. 94 y 1000). La ausencia de un Ejército Nacional, y la consolidación de las milicias
regionales bajo el comando de los jefes políticos regionales, fue el aliciente fundamental para el
desarrollo del caudillismo que caracterizo a la Venezuela de la segunda mitad del siglo XIX.
En 1864, en todo caso, al adoptarse la forma federal, la división vertical del Poder Público, fue
entre el Nacional y el Estadal, eliminándose consiguientemente toda referencia al Poder Municipal
que estaba en el texto de 1858, quedando a partir de esa fecha en poder de los Estados el
establecimiento de “las reglas fundamentales de su régimen y gobierno interior” (art. 13). Fue sólo
en el texto constitucional de 1893 cuando por primera vez, dentro del sistema federal, se consagró
“la autonomía del Municipio y su independencia del poder político del Estado en todo lo
concerniente a su régimen económico y administrativo” (art. 13.2), independencia que se
estableció posteriormente, también expresamente respecto del Poder Federal (art. 14, C. 1936).
La Federación de 1864, sin embargo, formalmente tuvo elementos particulares, sobre todo si se la
compara con el esquema utilizado en la época en otros países, pues desde el inicio tenía una carga
centralista. Basta para darse cuenta de ello constatar el hecho de que en las Bases de la Unión, los
Estados se comprometieron “a tener para todos ellos una misma legislación sustantiva, civil y
criminal” (art. 13,22), con lo cual desde el mismo inicio del proceso legislativo básico de Venezuela,
los Códigos fundamentales fueron y siguen siendo nacionales, y nunca se dictaron por los Estados.
En todo caso, fuera de los Códigos fundamentales Civil, mercantil, penal y procesal, el resto de las
competencias legislativas correspondió a las Asamblea Legislativas de los Estados, las cuales
sucesivamente sancionaron los Códigos Orgánicos de Policía, verdaderos monumentos legislativos
de la época con toda la normativa necesaria particularmente reguladora de la actividad de las
Administración en relación con los administrados.
En el esquema federal de 1864, además, el Poder Judicial correspondió básicamente a los Estados,
lo que perduró hasta 1945, teniendo por tanto la Alta Corte Federal, competencias limitadas, entre
ellas el control de constitucionalidad de las leyes nacionales y estadales (art. 89).
En cuanto al nivel nacional, la Constitución distribuyó el Poder entre una Legislatura Nacional,
integrada por dos Cámaras, una de Senadores y otra de Diputados, correspondiendo a los Estados
determinar la manera de hacer el nombramiento de sus miembros (art. 89); el Ejecutivo Nacional a
cargo del Presidente de la República, electo por los ciudadanos de todos los Estados en votación
directa y secreta “de manera que cada Estado tenga un voto, que será el de la mayoría relativa de
sus electores” (art. 89) y por la Alta Corte Federal, cuyos miembros eran nombrados por el
Congreso, a proposición de las Legislatura de los Estados (art. 89). Se consolidó así el control
concentrado de constitucionalidad atribuido a la alta corte federal, dada la repartición territorial
del poder, combinado con el ejercicio del control difuso de constitucionalidad que se asignó a
todos los tribunales.
Guzmán gobernó hasta 1888 cuando salió de Venezuela hacia Francia, dejando en la presidencia a
uno de sus aliados políticos, Juan Pablo Rojas Paúl quien fue el segundo presidente civil que tuvo la
República después de José María Vargas (1830). Una reforma constitucional, de nuevo mal
realizada, para extender el período constitucional del Presidente que se había reducido a dos años,
hizo estallar rivalidades caudillistas, dando lugar a otros diez años de inestabilidad, revoluciones,
elecciones y reformas constitucionales, que culminaron con la Revolución Liberal Restauradora de
1899.
Esta fue comandada por dos caudillos regionales del Estado Táchira, Estado fronterizo con
Colombia en la región de Los Andes, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, a quienes después de
una rápida campaña militar, el Poder Ejecutivo resolvió entregarles el poder. La revolución se había
iniciado como una rebelión regional frente al Poder central que decidió nombrar provisionalmente
a los Presidentes de los Estados restaurados territorialmente (que habían sido reducidos por
Guzmán Blanco), buscando entonces restaurar el esquema federal de gobierno que había sido
progresivamente centralizado por Guzmán Blanco.
Sin embargo, lo que resultó, materializado en la Constitución de 1901, fue un cambio radical de
orden constitucional establecido para todo lo contrario, es decir, para la sustitución del Estado
federal, sin cambiarle el nombre de Estados Unidos de Venezuela, por un Estado altamente
centralizado que se materializó con la Constitución de 1901, y que respecto de los Presidentes de
Estado que pasaron a ser gobernadores, los mismos comenzaron a ser designados por el
Presidente de la República, lo que sólo se cambiaría noventa años después en 1989.
En el período, la paz del país se impuso por la fuerza, habiendo quedado atrás la historia de las
revoluciones triunfantes que caracterizó el devenir histórico de los períodos anteriores, en
particular de la Revolución de Marzo (1858), la Dictadura de Páez (1861), la Revolución Federal
(1863), la Revolución Azul (1868), la Revolución de Abril (1870), la Revolución Reivindicadora
(1879), la Revolución Legalista (1892) y la Revolución Liberal Restauradora (1899) que provocaría el
cambio.
En efecto, al amparo de la Constitución de 1901, producto como tantas otras anteriormente de una
Asamblea Constituyente convocada por la revolución triunfante, se desmontó la estructura del
Estado federal, sustituyéndola – excepto de nombre - por la de un Estado centralizado, que se
consolidó progresivamente durante la primera mitad del siglo XX. El Estado siguió denominándose
hasta 1953 como Estados Unidos de Venezuela, pero en un marco de centralización del poder,
montado como reacción a la disgregación federal liberal que había resultado del período
constitucional anterior. A partir de entonces, los Presidentes o Gobernadores de los Estados
pasaron a ser del libre nombramiento y remoción del Presidente de la República, y éste solo fue
electo en forma indirecta por el voto de los senadores y diputados al Congreso nacional.
En esa forma, el triunfo de la revolución, en efecto, condujo a la conclusión con la reforma del
Estado federal a la eliminación del propio caudillismo regional y, con él, de los partidos políticos
tradicionales (Liberal y Conservador); al cese de las guerras civiles que sólo el caudillismo regional
podía provocar, y a la integración política nacional mediante el establecimiento de un Ejército
Nacional como soporte del poder central; todo ello acompañado de un proceso progresivo de
centralización política, militar, de los ingresos públicos, fiscal, administrativa y legislativa que se
desarrolló particularmente a partir de 1908, cuando Juan Vicente Gómez asumió la presidencia de
la República, con fundamento político en la idea autoritaria del “gendarme necesario,” o del
llamado cesarismo democrático.
Por ello, una de las reformas más importantes introducidas por la Constitución de 1901 fue la
eliminación por primera vez desde 1864, de la norma que prohibía al Gobierno nacional situar en
los Estados fuerzas o jefes con mando; agregando a ello, la nacionalización de la guerra, y sus
elementos, las armas, disponiendo que “todos los elementos de guerra pertenecen a la Nación”.
Ello condujo a la constitución, por primera vez en la historia político constitucional, de un Ejército
nacional, en sustitución del ejército de milicias anterior, regulándose incluso expresamente en otra
reforma posterior a la Constitución de 1914, la facultad del Presidente de la República de
“organizar el Ejército y la milicia nacionales en la república.”
La centralización del Estado se produjo en todos los ámbitos, consolidándose por lo demás el
sistema de elección del Presidente de la República en forma indirecta o de segundo grado,
básicamente por los senadores y diputados del Congreso.
La centralización también abarcó una centralización fiscal en relación con la casi totalidad de los
ingresos a nivel estadal, regulándose como contrapartida un apartado presupuestario anual con el
nombre de Situado Constitucional, equivalente al 12% del total de “ingresos por Rentas” (art. 17,4)
con el objeto de “devolver” a los Estados parte de sus antiguos ingresos o rentas centralizadas, que
se repartía entre los mismos de acuerdo con su población.
Con tal motivo lo sustituyó su Ministro de Guerra, general Eleazar López Contreras, quien al poco
tiempo promocionó la reforma de la Constitución de 1936, iniciando lo que sería un régimen de
transición de la dictadura a la democracia, que, sin ser la continuación de la dictadura de Gómez ni
el cambio radical de la misma, sentó las bases del cambió. La Constitución de 1936 por ejemplo,
fue la primera que reconoció los derechos de carácter social, incorporando a su texto una serie de
disposiciones, relativas a las relaciones laborales y a la protección de los trabajadores (art. 32,2),
dando origen a la Ley del Trabajo promulgada meses después, y al desarrollo del movimiento
sindical en el país.
En el ámbito político, en la misma también se regularon y reconocieron los derechos políticos, los
cuales comenzaron a ejercerse, aun cuando el texto constitucional ratificó la declaración de
considerar las “doctrinas comunistas y anarquistas” como “contrarias a la independencia, a la
forma política y a la paz social de la Nación”, lo cual no será eliminado sino en 1945 (art. 32,6). La
década que sucedió a la reforma de 1936 en todo caso, fue testigo del nacimiento de los
movimientos obreros y de masas, así como de los movimientos políticos, antecedentes de los
partidos políticos que luego actuaron en el país durante la segunda mitad del siglo XX, en cuya
formación los antiguos estudiantes del año 1928 jugarían un gran papel.
El sistema de sufragio, en todo caso, permaneció inmodificado en cuanto al carácter indirecto para
la elección del Presidente que continuó en manos del Congreso, prohibiéndose sin embargo la
reelección (arts. 95, 96 y 132).
Durante todo el período del Estado autocrático centralizado erigido con la Constitución de 1901,
como se ha mencionado, fue reformada en diversas ocasiones, con motivo de regulaciones
puntuales, dando origen a las Constituciones de 1904, 1909, 1914, 1922, 1925, 1928, 1931. Entre
ellas, la de 1925 fue la de consolidación de Estado centralista y autoritario, y las de 1936 y 1945, las
de la transición del mismo. Por ello, el final del período autocrático centralizado de la historia
constitucional de Venezuela durante el siglo XX, lo marcó la reforma constitucional de 1945,
motorizada bajo el gobierno del Presidente Isaías Medina Angarita quien sucedió en 1940 a López
Contreras, y cuyo período coincidió con el de la Segunda Guerra Mundial. En dicha reforma se
incorporaron a la Constitución disposiciones que reflejaron la situación económica de emergencia
provocada por la Guerra, otorgándose amplios poderes al Estado para controlar de la economía
nacional, facultándose al Poder Federal para “dictar en circunstancias extraordinarias, las medidas
de orden económico que fueren necesarias para racionalizar y regular la producción, circulación y
consumo de la riqueza” (art. 32.9); se ampliaron los poderes del Gobierno Central aun cuando se
conservaba, de nombre, la forma federal del Estado (arts. 15 y 78); se nacionalizó toda la
administración de justicia; y se liberalizaron los derechos políticos al eliminarse la prohibición que
desde el texto constitucional de 1928 se establecía respecto del comunismo.
Sin embargo, a pesar del reclamo político por la instauración del sufragio universal y directo, para
la elección presidencial, el mismo no se estableció, continuando el sistema de elección indirecta
por el Congreso, y limitando el voto de las mujeres solo para las elecciones municipales, lo que
entre otros múltiples factores fue el detonante de la Revolución de octubre de 1945 que daría
inicio a un nuevo ciclo en la historia constitucional, el del período democrático centralizado de
Estado.
El cuarto de los grandes períodos de la historia constitucional de Venezuela que es el del régimen
democrático centralizado, que comenzó en Venezuela bien antes que los regímenes democráticos
de muchos países de América latina, se inició con la llamada Revolución de Octubre de 1945, que
con un golpe militar llevó al partido Acción Democrática al poder, constituyéndose una Junta de
Gobierno presidida por Rómulo Betancourt, e integrada por otros actores civiles y militares,, entre
ellos, el Mayor Marcos Pérez Jiménez, quien después sería a su vez, dictador por casi una década
(1950–1958).
Con la revolución de octubre, en todo caso, se dio inicio en un proceso, sin estar exento de
vicisitudes políticas, al período de la democratización del Estado y de la sociedad venezolana,
originando el sistema político de Estado democrático centralizado de Partidos que perduró durante
toda la segunda mitad del siglo XX. El proyecto político que definió la actuación de las
generaciones que condujeron al país en esa etapa, fue el del establecimiento y mantenimiento de
un régimen democrático de gobierno en el país de América Latina que para entonces era el que
menos tradición democrática tenía, y cuyos gobernantes durante siglo y medio habían sido casi
todos militares, con el propósito además de democratizar la sociedad y la economía
La consecuencia del golpe de Estado de 1945 fue la convocatoria de una Asamblea Nacional
Constituyente que se eligió e instaló en diciembre de 1946, con la función de dictar la nueva Carta
Fundamental, la cual después de meses de debate se sancionó en 1947.
Este texto, en la historia constitucional del país, como lo fue el de 1811, el de 1864 y el de 1901,
también tuvo un carácter revolucionario, en este caso, además de por la técnica y expresión, por su
contenido. Comenzó con una Declaración Preliminar, equivalente al Preámbulo de las
Constituciones posteriores (1961 y 1999), en la cual se formularon los principios fundamentales de
dicho pacto de organización política, entre ellos, “la sustentación de la democracia, como único e
irrenunciable sistema de gobernar su conducta interior, y la colaboración pacífica en el designio de
auspiciar ese mismo sistema de gobierno y relaciones de todos los pueblos de la tierra”, lo cual
recogió luego el texto constitucional de 1961 y en cierta forma el de 1999 en sus preámbulos.
En cuanto a la forma del Estado, la Constitución de 1947 lo dividió territorialmente entre los
Estados, un Distrito Federal, los Territorios Federales y las Dependencias Federales (arts. 2 y 9),
estas últimas formadas por las islas del Mar Caribe de acuerdo a la figura que había sido creada
por la Constitución de 1925 (arts. 3 y 10). El territorio de los Estados de acuerdo al artículo 2 de la
Constitución de 1947, y siguiendo la orientación de la de 1904 (art. 7,3), se dividió en Distritos
Municipales y el de éstos, a su vez, en Municipios” (art. 2). De acuerdo a esta división político
territorial, el Poder Público se distribuyó verticalmente “entre el Poder Municipal, el de los Estados
y el Nacional” (art. 86) (fórmula que luego recogió la Constitución de 1999), correspondiendo, sin
embargo, el ejercicio del primero, a los Concejos Municipales ubicados en cada “distrito” de los
Estados y no en los Municipios (art. 109). Se inició así una confusión que perduró hasta 1989, entre
las Municipalidades (Distrito Municipal) y los Concejos Municipales, órganos que representaban a
las Municipalidades, a los cuales se atribuyó el ejercicio del Poder Municipal.
En este esquema de distribución vertical del Poder, la Constitución de 1947, si bien conservó el
nombre de Estados Unidos de Venezuela, eliminó el Título inicial que habían tenido las
Constituciones del período federal, desde 1864, relativo a las “Bases de la Unión”, y lo sustituyó
por un extenso título relativo al Poder de los Estados, en el cual se conservaron competencias
sustantivas de éstos en materia de desarrollo económico y físico (art. 121). En cuanto al Poder
Municipal, la Constitución de 1947 destinó también un desusado y extenso título a su regulación,
con detalle respecto del ámbito de la autonomía “de los Concejos Municipales” (art. 111) y de la
competencia del “Poder Municipal” (art. 112), la cual también tenía un contenido amplio (como el
de la Constitución de 1999), aun cuando con previsión expresa, en muchos casos, respecto de que
esa competencia debía ejercerse “con sujeción a las leyes y reglamentos nacionales” (art. 112, 2 y
3) con lo cual se limitó sustancialmente la referida autonomía del Poder Municipal, como
igualmente ocurre en el texto constitucional de 1999.
La Constitución de 1947 destinó, por otra parte, un extenso articulado a la regulación de los
“deberes y derechos individuales y sociales” (arts. 20 a 78), siguiendo las líneas del
constitucionalismo de la época. Así, reguló detalladamente las garantías individuales (Art 29 a 46),
los derechos de la familia (arts. 47 a 50), el derecho a la salud y a la seguridad social (arts. 51 y 52),
los derechos concernientes a la educación (arts. 53 a 60), el derecho al trabajo (arts. 6 a 61), los
derechos de carácter económico (arts. 65 a 75), y las normas relativas a la suspensión y restricción
de garantías (arts. 76 a 78). Además, reguló el derecho al sufragio, estableciéndolo por primera vez
en el siglo XX en un texto constitucional, con carácter universal, directo y secreto para la elección
de todos los cuerpos representativos y del Presidente de los Estados Unidos de Venezuela,
respecto de todos los venezolanos, hombres y mujeres, mayores de 18 años (art. 81).
En cuanto a la regulación de la propiedad privada y de la libertad económica, la Constitución de
1947 siguió la orientación iniciada en el texto de 1936, estableciendo la función social de la
propiedad, la cual, en consecuencia, podía ser sometida a las contribuciones, restricciones y
obligaciones que estableciera la Ley con fines de utilidad pública o interés general (art. 65),
orientación que se siguió en las Constituciones de 1961 y 1999. En cuanto a la libertad económica,
la Constitución de 1947 estableció las bases contemporáneas del intervencionismo estatal, no sólo
al permitir limitaciones a dicha libertad por razones sanitarias o de seguridad pública, sino al
consagrar el derecho del Estado de “dictar medidas de orden económico para planificar,
racionalizar y fomentar la producción, y regular la circulación y el consumo de la riqueza, a fin de
lograr el desarrollo de la economía nacional” (art. 73), en una fórmula que también se siguió en las
Constituciones posteriores.
Se reguló detalladamente lo relativo a las relaciones internacionales (art. 104 a 108), a las Fuerzas
Armadas Nacionales (arts. 93 a 103) y a la Hacienda Pública Nacional (arts. 231 a 247) de manera
muy diferente a la tradición constitucional precedente, y en cuanto al Poder Nacional, éste,
dividido entre el Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial (art. 139), fue objeto de una regulación
orgánica detallada (art. 137 y 222), que han seguido muy de cerca las Constituciones de 1961 y
1999, aun cuando en ésta última con el agregado de dos otros Poderes Públicos: Ciudadano y
Electoral.
En este contexto, debe destacarse particularmente, como innovación, la regulación por primera
vez a nivel constitucional de instituciones como el Ministerio Público a cargo del Fiscal General de
la República (arts. 223 a 227) y la Contraloría General de la República (arts. 241 a 247) con
autonomía funcional, y la Procuraduría General de la República (arts. 228 a 230) como institución
diferenciada del Ministerio Público, dentro de la misma orientación luego recogida por la
Constitución de 1961; y que la Constitución de 1999 completó, al configurar el Poder Ciudadano
(Ministerio Público, Contraloría General, Defensor del Pueblo) y el Poder Electoral.
A pesar del excelente texto constitucional democrático de 1947, la práctica política del trienio
1945–1948 lamentablemente impidió el establecimiento de un sistema político con reglas de juego
claramente establecidas, debido a la tendencia hegemónica del partido Acción Democrática, gran
triunfador en las elecciones de 1946 y 1947, con una mayoría más que abrumadora. Esto provocó
conflictos políticos y sociales al gobierno que impidieron a Acción Democrática realizar mayores
transformaciones efectivas que no fueran, en materia económica y petrolera, la consolidación de
las medidas adoptadas en el gobierno de Medina, pues a los pocos meses de la elección de
Rómulo Gallegos (1884– 1969) como Presidente de la República, los mismos militares que habían
dado el golpe en 1945 desplazaron del poder a Acción Democrática con un nuevo golpe militar en
noviembre de 1948.
Constitucionalmente la consecuencia del golpe fue la derogación de la Constitución de 1947,
restableciéndose la vigencia de la Constitución de 1936, con las reformas de 1945. El presidente
militar de la Junta Militar de Gobierno, Carlos Delgado Chalbaud fue asesinado en noviembre de
1950, como consecuencia de lo cual se estableció un gobierno provisorio que inició una escalada
represiva inusitada, particularmente contra los miembros del partido Acción Democrática, y
organizó, en 1952, unas elecciones para designar los miembros de una nueva Asamblea
Constituyente que a pesar de que resultaron fraudulentas, originaron una Asamblea que se instaló
en 1953, y cuyo primer acto fue decretar que el general Pérez Jiménez seguiría en ejercicio del
Poder Ejecutivo, hasta tanto entrase en funciones el Gobierno Constitucional de la Nación,” lo que
ocurrió el mismo año luego de sancionarse la nueva Constitución de 1953, con el mismo Pérez
Jiménez como “Presidente Constitucional de la República” para el período 1953–1958.
Ahora bien, si algo cambió definitivamente con esta Constitución de 1953, fue la forma federal del
Estado, pues si bien formalmente estableció el mismo principio de distribución vertical del Poder
Público formulado en los textos precedentes a partir de 1925, “entre el Poder Municipal, el de los
Estados y el Nacional” (art. 40), cuando pasó a regular el principio residual de competencias, la
atribuyó al Poder Nacional, al establecer como competencia de éste, “toda otra materia que la
presente Constitución no atribuya a los otros Poderes” (art. 60,29). Con ello, la Constitución de
1953 acabó con uno de los últimos vestigios del federalismo, lo que se corroboró con el abandono
la denominación de la Nación como “Estados Unidos de Venezuela” que el texto de 1864 había
impuesto, y se adoptó la denominación contemporánea de República de Venezuela (art. 2).
Un plebiscito convocado al término del período del Presidente Pérez Giménez, en diciembre de
1957, con resultados fraudulentos y rechazo político, fue el detonante para que los militares, de
nuevo intervinieran, dando un golpe de Estado el 23 de enero de 1958, poniendo fin a lo que fue
una de las dictaduras más represivas y desnaturalizadoras de nuestra historia. El resultado del
movimiento militar con respaldo popular fue la constitución de una Junta de Gobierno que
convocó a elecciones generales con el objeto de enrumbar al país “hacia un Estado democrático de
derecho.”
Para ello, los partidos suscribieron el “Pacto de Punto Fijo,” que fue un acuerdo excepcional con el
objeto de poner de lado las diferencias y enfocarse en la tarea de democratizar el país, lo que
lograron con creces. Convocadas las elecciones, Rómulo Betancourt resultó electo como
Presidente, y una vez electo el nuevo Congreso, asumió la labor constituyente, sancionando la
Constitución de 23 de enero de 1961. Precisamente por ese pacto, sin duda, esta Constitución de
1961, que tuvo como texto de inspiración el de la Constitución de 1947, fue la que en toda la
historia constitucional ha tenido mayor vigencia (38 años) siendo la segunda la de 1830, que tuvo
27 años de aplicación.
Entre las innovaciones del texto constitucional de 1961, que como se dijo, tomó como modelo el
texto de la de 1947, estuvieron, en el marco de la justicia, en haber establecido el Consejo de la
Judicatura para el gobierno judicial, separado de la Corte Suprema de Justicia; el haber
constitucionalizado a la jurisdicción contencioso administrativa; haber regulado por primera vez en
el texto constitucional la acción de amparo; y haber perfeccionado definitivamente el sistema
mixto o integral de justicia constitucional, mezclando el control concentrado con el control difuso.
Desde 1958 hasta 1999, en todo caso, el país vivió bajo un régimen político democrático
representativo, monopolizado por los partidos políticos, habiéndose sucedido en la Presidencia,
por primera vez en la historia política del país, varios Presidentes por la vía del sufragio universal,
directo y secreto, todos civiles (Rómulo Betancourt (1959– 1964), Raúl Leoni (1964–1969); Rafael
Caldera (1969–1974); Carlos Andrés Pérez (1974– 1979); Luis Herrera Campíns (1979–1984); Jaime
Lusinchi (1984–1989), Carlos Andrés Pérez (1989–1994), Ramón J. Velázquez (1993-1994;), y Rafael
Caldera (1994–1999). Los partidos habían logrado su objetivo de democratizar al país, que
funcionó durante las décadas de la segunda mitad del siglo XX cuando muchos otros países de
América latina aún estaban bajo dictaduras militares.
La crisis política fue terminal, y para las elecciones presidenciales de 1998, el vacío político abismal
que existía, en pocos meses de campaña fue copado por el candidato golpista y anti-partido que
tenía menos credenciales democráticas: Hugo Chávez Frías. La incomprensión del liderazgo
tradicional sobre lo que estaba ocurriendo, fue la que condujo a esa crisis política terminal de
finales del siglo, cuando un cambio inevitable comenzó a desarrollarse; tal y como había ocurrido a
mitades del siglo XIX en la víspera de la Revolución Federal, cuando finalizó la etapa del Estado
independiente semi–centralizado; como sucedió a fines del mismo siglo XIX, en la víspera de la
Revolución Liberal Restauradora, con el fin del período del Estado federal liberal; y como también
había ocurrido hace más de medio siglo en la víspera de la Revolución de Octubre (1945), con el fin
de la era del Estado autocrático centralizado. Y así mismo sucedió a finales de los noventa,
entrando el país en una crisis política profunda de la cual aún no sale.
El reto que entonces tuvieron los venezolanos fue la convocatoria democrática de la Asamblea
Constituyente mediante el referendo consultivo que la Ley Orgánica del Sufragio y Participación
Política de 1997 había previsto (art. 181). Para ello se propuso que en las elecciones de noviembre
o diciembre de 1998, se incluyera una tercera tarjeta para efectuar la consulta sobre el tema de la
convocatoria a una Constituyente, de manera que el Congreso que se eligiera en noviembre de
1998 asumiera la tarea inmediata prioritaria, por mandato popular, de proceder a la reforma de la
Constitución para regular la Asamblea Constituyente y así poder convocarla constitucionalmente
en 1999. Nada de ello ocurrió, dejándosele campo libre al recién electo Hugo Chávez para que
procediera a implementar su propuesta la cual sin duda violaba la Constitución de 1961, pues en
su texto no existía la figura de la Asamblea Constituyente para modificar la misma. La pauta, sin
embargo, la dio la Corte Suprema de Justicia, en una muy ambigua sentencia dictada bajo presión
política evidente el 19 de enero de 1999, (casos: Referendo Consultivo I y II), al resolver sendos
recursos de interpretación que se le habían formulado, pero sin hacerlo en su integralidad,
dejando a la opinión pública la interpretación de lo decidido.
Ello allanó el camino para que el mismo día en el cual tomó posesión de su cargo de Presidente, el
2 de febrero de 1999, Hugo Chávez procediera a convocar un referéndum consultivo sobre la
Asamblea Constituyente, el cual después de batallas judiciales y sentencias contradictorias, se
realizó en abril de 1999, habiéndose electo los diputados a la Constituyente en julio de 1999. La
elección fue de tal manera concebida, que más del 95% de los diputados fueron electos entre los
candidatos propuestos por el Presidente de la República. Esta mayoría abrumadora, hizo que a
pesar de que la Corte Suprema de Justicia hubiera establecido en sentencia de 18 de marzo de
1999, y luego en sentencia de 13 de abril de 1999, que la actuación de la Asamblea Constituyente a
elegir, era posible porque lo permitía la Constitución de 1961, en cuyo marco debía actuar (lo que
significaba que la misma no podía perder su vigencia durante la actuación de la Asamblea, y los
poderes constituidos, debían continuar actuando conforme a la Constitución, sin poder ser
disueltos ni intervenidos), la Asamblea asumiera un poder constituyente originario, y dando un
golpe de Estado, irrumpió contra la Constitución e intervino todos los órganos de los poderes
constituidos, dedicando solo los últimos meses de su funcionamiento a redactar una nueva
Constitución, que se sancionó en noviembre de 1999 y se aprobó mediante referendo en
diciembre de 1999.
La realidad fue que la forma cómo se eligió la Asamblea impidió la participación de todos los
sectores de la sociedad en el proceso constituyente, de manera que la Asamblea no fue un
mecanismo para promover el diálogo y consolidar la paz, permitiendo la competitividad y
convivencia, sino que fue un mecanismo para la exclusión que sirvió para acentuar las diferencias
fundamentales entre los sectores políticos y agravar la crisis política, profundizándose la
polarización del país. Tres lustros después de realizado el proceso constituyente, la conclusión es
que tampoco se lograron los propósitos que lo motivaron, pues no hubo efectiva reforma del
Estado para asegurar la democracia social y participativa. Es decir, nada de lo que había que
cambiar en el sistema político democrático fue cambiado; y más bien el resultado constitucional
del proceso constituyente, fue la acentuación de los aspectos más negativos del sistema. Por ello,
dicho proceso constituyente, además de haber constituido en si mismo un golpe de Estado, fue un
fracaso.
La nueva Constitución que resultó en 1999, en efecto, no aseguró la requerida transformación del
Estado para perfeccionar la democracia, y sustituir el Estado centralizado de partidos por uno
descentralizado y participativo, y más bien, aun conservando los principios fundamentales de la
tradición constitucional de Venezuela, estableció un marco autoritario que permitió, desde dentro
y usando los mecanismos de la democracia, desmantelar el régimen democrático representativo y
finalmente estructurar un Estado Totalitario, invocando supuestos mecanismos de ejercicio directo
de la democracia (art. 5 y 62), pero bajo el estricto control del Poder central en el establecimiento
de un Estado Comunal en paralelo al Estado constitucional.
Igualmente se destaca otro nuevo calificativo asignado al Estado, siguiendo una tendencia general
progresiva del constitucionalismo democrático al definírselo como “Estado Democrático y Social de
Derecho y de Justicia” (art. 2), con lo que se resume el deber ser del Estado en una sociedad
democrática en el mundo contemporáneo, haciendo énfasis tanto en las obligaciones sociales del
Estado de procura de la justicia social como contrapartida al extenso elenco de derechos sociales
que se incorporaron al texto constitucional, como en la exigencia de ser garante de la justicia en
general, y del Estado de derecho. Para ello, y esta es otras de las innovaciones formales de la
Constitución de 1999 se declaró expresamente en su artículo 7, que “la Constitución es la norma
suprema y el fundamento el ordenamiento jurídico”, y que “todas las personas y los órganos que
ejercen el Poder Público están sujetos a esta Constitución,” culminándose con ello la
estructuración de uno de los más completos sistemas de justicia constitucional de América Latina,
conforme a las raíces sembradas desde el siglo XIX.
Sobre los derechos humanos, la Constitución expandió su regulación, incluyendo una extensísima
declaración de los mismos conforme a las mejores tendencias universales, incorporando nuevos
como los derechos ambientales y de las comunidades indígenas, e incluso confiriendo rango
constitucional a los establecidos en los convenios y tratados internacionales sobre derechos
humanos. En cuanto a los derechos económicos, la Constitución conservó formalmente la fórmula
de Estado de economía mixta, pero con previsiones fuertemente estatistas, contrarios a toda idea
de libertad y solidaridad social, con la cual el Estado ha sustituido la iniciativa privada, la propia
sociedad, y hasta a la propiedad privada. El signo de la Constitución aprobada fue en definitiva el
del paternalismo estatal y la estatización.
En cuanto a la organización del Estado en el aspecto interno, otra de las innovaciones atractivas de
la Constitución fue ampliar el principio de la separación de poderes, pasándose de la clásica
separación tripartita de los poderes públicos, a una penta división del mismo en el nivel Nacional,
entre los poderes Legislativo, Ejecutivo Judicial, Ciudadano y Electoral. En este esquema, aparte del
Poder Legislativo ejercido por la Asamblea Nacional; del Poder Ejecutivo, ejercido por el Presidente
de la República y demás funcionarios del Gobierno y Administración Pública; y del Poder Judicial,
ejercido por el Tribunal Supremo de Justicia y demás Tribunales; se crearon con igual autonomía e
independencia formal, el Poder Ciudadano, ejercido por la Contraloría General de la República, por
el Ministerio Público (Fiscalía General de la República) y por el Defensor del Pueblo, que fue el
único nuevo órgano creado en 1999; y el Poder Electoral, ejercido por el Consejo Nacional Electoral
y demás órganos electorales. Aparte de la penta división del Poder Público, otras innovaciones en
el ejercicio del mismo, fueron la mencionada eliminación del senado y establecimiento de un
sistema unicameral para el legislador; el reforzamiento de los poderes presidenciales, al regularse
una ilimitada posibilidad de delegación legislativa (art. 203), exacerbándose el presidencialismo
con la extensión del período presidencial a seis años (art.230); y la atribución del gobierno y
administración del sistema judicial al Tribunal Supremo (art. 267), habiéndose eliminado el
anterior Consejo de la Judicatura.
Otra innovación constitucional introducida en el texto de 1999, en cuanto a la situación del Estado
en la Comunidad internacional, fue la solución de la exigencia constitucional que se imponía para
que Venezuela pudiese participar efectivamente en un proceso de integración regional,
regulándose la posibilidad de transferencia de competencias constitucionales a órganos
supranacionales, para que pueda existir un derecho comunitario, cuyas normas se consideran
como de aplicación directa e inmediata en el derecho interno (art. 153).
Por último, entre las innovaciones de la Constitución de 1999 fue el marcado acento militarista que
se le imprimió, mediante la eliminación del texto de prohibiciones con tradición constitucional más
que centenaria, como la del ejercicio simultáneo de la autoridad civil y la militar por un mismo
funcionario, y la inclusión de normas tendientes a la militarización de la sociedad en la ejecución
de la concepción estatista de la “seguridad nacional” que se establece (art. 322), como doctrina
globalizante, totalizante y omnicomprensiva, conforme a la cual todo lo que acaece en el Estado y
la Nación, concierne a la seguridad del Estado, incluso el desarrollo económico y social (art. 326).
En la Constitución, las antiguas Fuerzas Armadas Nacionales (Ejército, Armada, Aviación y Guardia
Nacional), pasaron a ser una sola institución, la Fuerza Armada Nacional (art. 328), pero de la
misma desapareció la tradicional definición constitucional de la misma como de “carácter apolítico
y no deliberante” así como la obligación esencial de la Fuerza Armada Nacional de asegurar “la
estabilidad de las instituciones democráticas y el respeto a la Constitución y las leyes, cuyo
acatamiento estará siempre por encima de cualquier otra obligación”, como se disponía en la
Constitución de 1961; así como de la obligación de la Fuerza Armada de respetar la Constitución y
las leyes “cuyo acatamiento estará siempre por encima de cualquier otra obligación”, como
también lo decía el artículo 132 de la Constitución de 1961. En cambio, otra innovación fue el
haberle otorgado a los militares activos el derecho de voto (art. 325), eliminándose a la vez toda
participación del gobierno civil en el proceso de asensos de oficiales que tradicionalmente había
correspondido al Senado, que se eliminó en la nueva concepción del Estado.
De toda esta normativa resulta un acentuado esquema constitucional militarista cuya combinación
con el centralismo y el presidencialismo conduce al autoritarismo, y de allí al totalitarismo, sobre
todo cuando se constata que en la Constitución de 1999 quedó eliminada toda idea de sujeción o
subordinación de la autoridad militar a la autoridad civil, consagrándose, al contrario, una gran
autonomía de la autoridad militar y de la Fuerza Armada Nacional, unificadas las cuatro fuerzas,
con la posibilidad de intervenir en funciones civiles. Todo lo anterior da origen a un esquema
militarista único en la historia constitucional del país, que, si bien constitucionalmente es una
novedad, ha venido conduciendo a un apoderamiento de la Administración civil del Estado por la
Fuerza Armada, a la cual, incluso se le atribuye en la Constitución “la participación activa en el
desarrollo nacional” (art. 328).