Unidad Didáctica 3 Los Sacramentos y El Culto de La Ig
Unidad Didáctica 3 Los Sacramentos y El Culto de La Ig
Unidad Didáctica 3 Los Sacramentos y El Culto de La Ig
- Los siete sacramentos, signos visibles y eficaces de la acción de Cristo y del Espíritu
Santo en la Iglesia.
La estructura de la Iglesia es sacramental. Es decir, la Iglesia, en su más íntimo ser, está
constituida por los sacramentos y ella misma se expresa, por los signos sacramentales. El
Catecismo de la Iglesia Católica: “Los sacramentos son “de la Iglesia”, en el doble sentido de que
existen “por ella” y “para ella”” (CCE 1118). De ahí deriva que los siete sacramentos no
constituyen un elemento secundario de la Iglesia, sino que expresan su más íntima naturaleza. Y,
mediante los sacramentos, la Iglesia comunica a los creyentes la gracia salvadora de Cristo.
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Estas consideraciones sobre los sacramentos, como signos eficaces por los que Cristo
actúa en y por medio de la Iglesia, nos retrotraen al modo como Cristo actuaba en su existencia
terrena. A la manera como Jesús en su vida pública realizaba obras salvadoras, en la actualidad
se lleva a término en su existencia gloriosa a través de los sacramentos.
De esta afirmación, resalta la presencia tan cualificada de Jesús en la administración de
los sacramentos. En concreto, los sacramentos son los signos eficaces por los que la acción
salvadora de Dios se lleva a cabo por medio del Verbo encarnado, el cual, glorificado en el cielo,
actúa mediante la Iglesia; la cual, a su vez, cumple su misión, fundamentalmente, por los
sacramentos, que son presencias cualificadas de Cristo, su divino Fundador.
Los sacramentos hacen referencia directa a Jesucristo. Primero, porque en Él tienen su
origen. Segundo, porque ellos comunican su vida. Tercero, porque son signos sensibles del Cristo
encarnado. Cuarto, los sacramentos hacen referencia directa a la Iglesia.
1) Origen de los sacramentos.
Su origen debe situarse en la voluntad misma de Cristo. Los teólogos argumentan así:
sólo Dios puede ser el autor de los sacramentos, pues, si solo Dios crea en el orden natural,
también solo Dios crea el mundo sobrenatural, propio de los sacramentos. Es claro que los
sacramentos, por su natural originalidad y excelencia, no pueden dimanar solo de la Iglesia, ni ser
el resultado de su capacidad de crear formas nuevas, y menos aún pueden ser fruto de sus
aportaciones pastorales. Su origen se sitúa en el ser mismo del Verbo encarnado, en la
sacramentalidad original de Jesucristo y su permanencia misteriosa en la Iglesia.
Los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Cristo -cuyos frutos comunican los
sacramentos- no se repiten, sino que se actualizan y se presencializan o hacen presentes en el
tiempo, pues con ellos se dio la “plenitud de los tiempos” (Ef 1,10; Gál 4,4). En efecto, los
sacramentos no sólo contienen la gracia, sino que la confieren a los que dignamente los reciben.
Tema bien distinto es precisar cómo y cuándo Jesucristo instituyó cada uno de los siete
sacramentos. Ciertamente, el origen divino de los sacramentos es una verdad definida en Trento
contra la doctrina de Lutero, que afirmó que algunos sacramentos tenían origen humano. Cabe
decir que en los Evangelios no nos consta cuándo Cristo instituyó uno a uno los siete sacramentos.
Parece que las palabras últimas de Jesús a los Apóstoles confirman el origen del Bautismo (Mt
28,19). Asimismo, san Juan relata el momento en que Jesús concede el perdón de los pecados (Jn
20,22-23). Los sacramentos del Orden y de la Eucaristía se incluyen en el mandato expreso de
Jesús de hacer aquello en su nombre (Lc 22,19). Mayores dificultades ofrecen la Confirmación,
la Unción de los Enfermos y el Matrimonio.
2) Número septenario de los sacramentos.
En un principio, dado que la palabra sacramento tenía significaciones múltiples, el
término se aplicó a otros muchos ritos sacros. Pero tal disparidad no indica que los autores
desconociesen la novedad de los siete signos sacramentales. En efecto, cuando la palabra
“sacramento” se refería a los siete signos eficaces de la gracia, tenía un eco significativo muy
especial tanto en los teólogos como en los creyentes. De hecho, se distinguió entre la terminología
y se distinguió entre sacramentum para referirse a los siete sacramentos, y con el término
sacramentales se designaron todos los demás ritos sacros.
Tema distinto es justificar el porqué del número siete. Los argumentos que aportan los
teólogos son solo pruebas a posteriori o argumentos de conveniencia. La razón última se debe a
la decisión divina.
3) Elementos esenciales de los sacramentos.
Los sacramentos son acciones y presencias cualificadas de Cristo en la Iglesia. Sus
elementos esenciales se pueden resumir: Las acciones y la palabra -materia y forma-.
Los sacramentos son para los hombres, por ello, dada la naturaleza corpóreo-espiritual de
la persona humana, la acción eficaz de los sacramentos debe manifestarse mediante estos
vehículos de expresión y de comunicación de la persona, que son el gesto corporal y la fórmula
verbal. El primero es la acción que se realiza y el segundo son las palabras que se pronuncian y
aclaran el sentido exacto del signo que se lleva a cabo en la administración de los sacramentos.
4) Elementos circunstanciales en los sacramentos.
Frente a los elementos esenciales, los ritos litúrgicos o parte ceremonial en la que se
enmarca la administración de cada sacramento, varían con el tiempo de acuerdo con la
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significación y las sensibilidades de cada época, cultura o razón geográfica. En todo caso, el
Código de Derecho Canónico establece que es competencia exclusiva del Romano Pontífice
decidir lo que se requiere para su validez, su administración y su recepción.
5) Causalidad de los sacramentos.
Otra cuestión es saber cómo actúan los sacramentos en los sujetos que los reciben. La
respuesta está dada en la definición misma de “sacramento”. En efecto, pertenece a la naturaleza
del sacramento “producir aquello que significa”. Precisamente, la definición del sacramento
como un signo eficaz, designa que la gracia divina que producen deriva de la persona misma de
Jesús, su autor. Jesucristo es el administrador único de los sacramentos.
Una vez reconocida esta causalidad radical cristológica, se impone señalar la relación que
existe entre la acción de Cristo y la del ministro que administra el sacramento. Los teólogos hablan
de una “función vicaria”. La cuestión vicaria del ministro se deduce del ministerio jerárquico en
la Iglesia como representante de Cristo, dado que los Doce fueron ordenados y enviados por
Cristo, lo mismo que Él ha sido enviado por el Padre (Jn 20,21).
A su vez, hay que afirmar que los sacramentos actúan por sí mismos, es decir, son signos
eficaces o causativos, obran por su propia naturaleza (opus operatum), y su efecto no está
determinado por el sujeto que lo administra ni por quien los recibe. No obstante, hay que afirmar
que la actitud del ministro y la disposición del sujeto que los recibe son importantes. Por ello,
conviene rehuir de todo objetivismo exagerado, pues los frutos del sacramento se acrecientan con
las disposiciones de quien lo recibe y del ministro que lo administra.
6) Necesidad de los sacramentos.
Dado que Jesús es el único Salvador y que su acción salvífica se lleva a cabo
fundamentalmente por esas instancias visibles que acusan su presencia salvífica, se sigue que los
sacramentos son necesarios para la salvación. En efecto, la naturaleza misma de los sacramentos,
como medios por los que la Iglesia comunica a los hombres la gracia alcanzada por la muerte
redentora de Jesús, permite deducir su papel irrenunciable en el proceso salvador de la humanidad.
Ello da la razón de por qué la teología moral, la teología espiritual y la teología pastoral
insistan en que los fieles reciban frecuentemente los sacramentos, aunque Dios puede comunicar
su gracia por cauces extra-sacramentales.
7) Ministro de los sacramentos.
El Sacramento del Orden sacerdotal se orienta a servir a los fieles el resto de los seis
sacramentos. Precisamente el sacramento del Orden confiere a quienes lo reciben la exousía, o
sea, la potestad para dirigir como un servicio al pueblo de Dios. El ministro ordenado debe
cumplir su cometido de acuerdo con lo que es: una función vicaria; es decir, debe actuar como
ministro de la Iglesia.
Cuestión distinta es la del ministro indigno y aun del ministro cismático, porque se
requiere del ministro que “tenga intención de hacer lo que hace la Iglesia”, en otro caso, habría
que aplicarle la nulidad. Y otra distinta, es también la del ministro ordinario y ministro
extraordinario; así, del Bautismo, Eucaristía, Penitencia y Unción el ministro ordinario es el
presbítero, y, de la Confirmación el ministro ordinario es el Obispo, y del Orden, el único es el
Obispo.
8) Gracias que otorgan los sacramentos.
El don que otorgan los sacramentos es la gracia salvadora que Cristo adquirió con su
muerte redentora en la cruz: la nueva vida en Cristo. La teología distingue entre gracia increada,
mediante la cual Dios se comunica al hombre y en él se inicia la inhabitación trinitaria; y la gracia
creada que es la gracia justificante. Además, cada sacramento comunica una gracia especial: un
singular auxilio a quien lo recibe, para el cumplimiento de la nueva condición en la que ese
sacramento sitúa al cristiano en el contexto vital de su existencia.
Tres sacramentos, el Bautismo, la Confirmación y el Orden, conceden también a quien
los recibe una especial señal, que le configura como ciudadano de la Iglesia en orden al culto
divino. Este cuño o sello es lo que la teología denomina “carácter sacramental”. El carácter de
cada uno de estos tres sacramentos no es el mismo. Se trata de tres caracteres distintos, por lo que
también difieren las potestades que comunican y las funciones que ejercen cada uno de ellos.
Finalmente, los sacramentos son “prenda” y “arras” de la vida futura (CCE 1130). Los
sacramentos son la envoltura de la existencia cristiana.
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3.2.- Los Sacramentos de la iniciación cristiana.
De acuerdo con el objetivo que en el plano salvífico se proponen los Sacramentos, es
común estudiarlos teniendo en consideración su finalidad. De este modo, lo primero es el inicio
de la vida cristiana, lo que lleva a cabo el Bautismo. Esa “nueva vida” y “nuevo nacimiento” se
fortalece en la Confirmación y se perfecciona con la Eucaristía. Pues bien, estos tres
sacramentos se incluyen en el grupo de los “Sacramentos de la iniciación”.
- El Bautismo señala el comienzo del itinerario cristiano, pues con él es elevado a la
comunión con Cristo, dado que participa de su muerte y de su resurrección. Igualmente, se inicia
la marcha del creyente hacia una nueva vida en relación con Dios; o sea, los bautizados estrenan
nuevas relaciones con Jesucristo, puesto que, mediante la acción del Espíritu Santo, el mismo
Jesús se incorpora radicalmente a sus vidas, lo que se define como el “nuevo nacimiento” (Jn 3,3).
Los efectos del Bautismo se articulan en torno a dos polos: la liberación del hombre del
pecado de origen y la nueva vida por la que entran en comunión con el misterio trinitario,
mediante la pasión y la resurrección de Jesucristo (Hch 2,38; 1 Cor 6,11). Asimismo, el bautizado
queda “sellado” con un signo indeleble, pues ha sido configurado con Cristo (Rom 8,29). San
Pablo hace uso frecuente del término sfragis, con el sentido de una cierta consagración llevada a
cabo por el Espíritu Santo.
Como precisa el Código de Derecho Canónico, “es capaz de recibir el Bautismo todo ser
humano, aún no bautizado, y solo él” (CIC 864). En consecuencia, cualquier individuo de la
especie humana puede ser bautizado. Conforme a la distinción clásica, el ministro ordinario del
Bautismo es el obispo, el presbítero y el diácono; y el ministro extraordinario es cualquier persona
que tenga la debida intención -peligra la salud u otra causa urgente-. En cuanto al lugar, se
aconseja que sea en la parroquia; y con relación al tiempo, puede celebrarse cualquier día, aunque
es preferible que se administre el domingo o en la vigilia pascual.
La misión de los padrinos es ayudar a que el nuevo cristiano se instruya en las verdades
de la fe, por eso, se pide que el padrino haya cumplido dieciséis años, y que sea católico, esté
confirmado y haya recibido la Eucaristía, y lleve una vida congruente con la fe y con la misión
que va a asumir. Dada la naturaleza del Bautismo y sus efectos, ha sido práctica constante el
Bautismo de los niños.
- Lo característico de la Confirmación es recibir una especial y fecunda efusión del
Espíritu Santo, un “enriquecimiento de la vida cristiana mediante la acción de la tercera persona
de la Trinidad”. Los Padres y el Magisterio usaban expresiones diversas como que la
Confirmación “fortalece”, “robustece”, “confiere”, “acrecienta”, “sella”, “consuma”, etc.
Dada la conexión que existe con el Bautismo, al inicio del cristianismo se recibían
simultáneamente. En la actualidad, hay diversidad de opiniones entre los teólogos y los
pastoralistas: los primeros -por la finalidad de este sacramento, que es fortalecer la fe recibida en
el Bautismo, lo cual se presenta con la edad de la discreción- se sitúan más cerca de las normas
del Código de Derecho Canónico; los pastoralistas, por el contrario, proponen una edad más
avanzada, de forma que sirva a los jóvenes para hacer una elección consciente de la fe.
Los signos que acompañan a su administración son la imposición de manos y la
crismación. A ellos cabe añadir la signación, o sea, hacer la señal de la cruz sobre la frente del
que recibe el sacramento. En Occidente el ministro ordinario es solo el obispo. Todo bautizado
puede recibir la Confirmación, y, en caso de peligro de muerte, se le puede administrar con tal
que “esté bien dispuesto y pueda renovar las promesas del Bautismo”.
Como en el Bautismo, el confirmando debe tener un padrino o una madrina, y su misión
es la misma que les compete en el Bautismo.
- Con la Eucaristía, se clausura el ciclo de los sacramentos de iniciación, que son “el
fundamento de la vida cristiana” (CCE 1212). La noción de sacramento como “signo eficaz de
gracia” o “encuentro personal con Cristo” y “comunicación” se cumple con máximo rigor en la
Eucaristía. Por ello, en el orden sacramental se la denomina el “primer sacramento”. No es posible
una existencia cristiana, sin un trato frecuente y asiduo con Cristo presente en la Eucaristía.
No puede dejarnos de sorprender el número de veces y los detalles con los que el NT
relata el momento en que Jesús instituye la Eucaristía. La importancia de este sacramento es tal,
que el NT relata también que, desde el primer momento, los cristianos celebraban este
sacramento.
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A la vista de los datos bíblicos, es lógico que ya la tradición antigua testimonie abundantes
detalles sobre el culto a Jesucristo, presente en la Eucaristía. La abundancia de datos y testimonios
explica que el Magisterio no tuvo que realizar grandes enseñanzas, más allá de fijar temas
doctrinales, en especial, frente a la Reforma.
La riqueza de la Eucaristía consiste en que contiene la misma persona de Jesús, con
cuerpo, sangre, alma y divinidad, y, además, encierra en sí otras realidades de excepcional
importancia para el hecho cristiano. En consecuencia, 1.ª La Eucaristía es la renovación incruenta
del sacrificio de Cristo en la cruz; 2.ª Es el sacramento por el cual Jesús comunica su propia
persona a quien lo recibe; 3.ª Es presencia constante del mismo Señor en el tabernáculo para ser
adorado. Estos tres misterios son a modo de los tres elementos constitutivos de la Eucaristía.
1.ª La Eucaristía es memoria y actualización de la muerte redentora de Cristo, que se lleva
a cabo en el ámbito de un banquete, es decir, es un banquete sacrificial que rememora y hace
presente el drama sangriento y salvador de la cruz, “su cuerpo entregado por vosotros” y “la
sangre que será derramada por muchos”. La Eucaristía es sacrificio en sentido propio, y no sólo
en sentido genérico (Ecclesia de Eucharistia).
2.ª La presencia de Jesucristo es real. Se trata como enseña el concilio de Trento, de una
presencia vere, realiter et substantialiter (DzH 1636). Es decir, en la Eucaristía se contiene
verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre de Cristo, junto con el alma y la divinidad
(DzH 1651). Los dos primeros adverbios explican el tercero, es decir, señala que la realidad de
presencia de Cristo en la Eucaristía es al nivel de la sustancia, es decir, de aquello que está por
debajo de los accidentes de pan y de vino. Este es el contenido del misterio. Por el sacrificio de
la misa, Cristo se hace sacramentalmente presente para verificar la salvación de la humanidad. El
encuentro más íntimo con Jesucristo es la “com-unión” con su propia persona, de ahí la necesidad
de que quien comulga se encuentre libre de pecado grave.
3.ª Esta presencia de Cristo, una vez concluido el rito sacramental y después de la
comunión de los fieles, es una verdad que nos transmiten los primeros testimonios escritos. Por
ello, es necesario promover una espiritualidad cristiana auténticamente eucarística.
La celebración de la Eucaristía en “el primer día de la semana”, el “día del Señor”.
3.3.- Los Sacramentos de curación.
Otros dos sacramentos vienen en auxilio del creyente en momentos de dificultad, son los
“Sacramentos de curación”, en concreto, la Penitencia y Unción de los enfermos.
- El papa Benedicto XVI destaca la íntima relación que existe entre la Eucaristía y la
Penitencia, pues la realidad del pecado se dilucida a la luz del amor de Cristo a los hombres
mostrado en la Eucaristía.
La eficacia del sacramento del perdón depende de dos actitudes básicas en el hombre:
que reconozca el mal del pecado cometido y que mantenga el deseo de convertirse a una nueva
vida, retornando al amor de Dios. La plasmación más lograda es la parábola del hijo pródigo (Lc
15,11-32).
El sacramento de la Penitencia es el encuentro del pecador con la misericordia amorosa
de Dios. En consecuencia, es necesario hacer referencia a dos polos: la actitud del hombre frente
al mal, y la disposición de Dios para perdonar a quien acude a Él en solicitud de perdón.
Si la persona es consciente de su mal, si recurre al perdón divino, lo alcanzará siempre.
De ahí, que la denominada “crisis del sacramento de la Confesión”, en buena medida, tenga su
origen la “crisis del pecado”. La dificultad se ve agravada por el hecho cultural de que se puede
llegar a negar la distinción entre el bien y el mal moral.
Frente al pecado, el perdón de Dios es un hecho constante en la Escritura y en la vida
histórica de Jesús. Dios perdona siempre que el hombre demanda perdón, es decir, el perdón de
Dios va unido al ser de Dios, que se revela como amor misericordioso.
El ministro de la Penitencia es el sacerdote (Jn 20,23). Deben acceder a este sacramento
todos los que hayan cometido un pecado grave. Ahora bien, para obtener el perdón, se requiere
que el pecador reúna unos requisitos: el penitente debe conocer los pecados que ha cometido -
examen de conciencia-; tiene que arrepentirse de ellos -conversión- y tener propósito de
enmienda; ha de manifestar los pecados según su especie y número al sacerdote; y finalmente,
alcanzada la absolución, el penitente debe satisfacer por sus pecados, es decir, debe cumplir la
penitencia impuesta.
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- La Unción de los Enfermos es el sacramento para el momento en que se encuentre el
cristiano ante una grave enfermedad con el fin de aliviarle en el dolor, confortarle y, en caso de
que acontezca la muerte, facilitarle el paso al “más allá”, al encuentro definitivo con Él.
La Unción concede a quien la recibe la gracia de aliviarle en el mal que padece e incluso
puede procurarle la salud, al tiempo que le ofrece la asistencia espiritual para asumir
cristianamente el momento doloroso de la enfermedad y superar el temor a morir.
Respecto al ministro de este sacramento, el Concilio de Florencia enseña que es el
sacerdote. Y, con relación a los efectos, añade que “el efecto es la salud del alma y, en cuanto
convenga, también la del mismo cuerpo” (DzH 1325). Por tanto, este sacramento confiere los
siguientes efectos: 1) Presta alivio en la enfermedad; 2) Concede una ayuda eficaz para la
salvación, dado que ofrece la gracia para prepararse al encuentro definitivo con Dios; 3) Perdona
los pecados si quien lo recibe no ha tenido la posibilidad previa de recibir el sacramento de la
Penitencia; 4) Facilita al enfermo que asuma la enfermedad con fe y se sume a la pasión de Cristo.
Este sacramento se puede reiterar, pero solamente cuando repuesto el enfermo, vuelve a
recaer, pues entonces nos encontramos con una nueva enfermedad.
3.4.- Los Sacramentos al servicio de la comunidad.
Finalmente, hay que mencionar los “Sacramentos al servicio de los fieles”, o sea, el
Matrimonio y el Orden sacerdotal.
- El sacramento del Orden Sacerdotal aúna las dos dimensiones que entrañan los
sacramentos sociales, es decir, es un sacramento personal, por cuanto el bautizado que lo recibe
se enriquece con la gracia sobrenatural, es decir, el ordenado es un consagrado que se configura
con la persona de Cristo Cabeza; y, al tiempo, el sacramento le concede un ministerio en servicio
a los bautizados, o sea, es un “enviado”. Por tanto, consagración y misión se posibilitan
mutuamente. Además, mediante el sacramento del orden, la Iglesia mantiene su constitución
jerárquica y los creyentes en Cristo adquieren la garantía de que disponen de los medios
adecuados para su propia santificación; por tanto, se perpetúa el carácter sacramental de la Iglesia.
Los ordenados prolongan y actualizan la misión que Cristo confío a los apóstoles, por tanto, tienen
el encargo de representarle, de forma que sean garantes de su persona y de su doctrina.
En este sentido, el sacerdote ministerial está destinado a cumplir al menos las siguientes
misiones: 1) asiste y dirige a la comunidad de los bautizados; 2) en nombre de Cristo, guía con la
palabra y fortalece con los sacramentos al pueblo de Dios; 3) participa de la capitalidad de la
cabeza de Cristo; 4) es el elemento que aglutina la comunión de todos los bautizados; 5) como
ministro de los sacramentos comunica y alimenta la vida del Espíritu.
- El Matrimonio es una institución natural, dado que responde al ser del hombre y de la
mujer: son dos seres corpórea y psíquicamente distintos, pero ambos hacen relación el uno al otro.
A partir de esta condición natural, se explica que la institución matrimonial y la familia sea un
fenómeno universal, sin fronteras de tiempo y de cultura.
Dada su condición natural y creacional, lo específico de la concepción católica, no es
propiamente el matrimonio, sino la sacramentalidad del mismo. La novedad cristiana, instituida
por Cristo, es que esa realidad natural o creacional se ha elevado a la categoría de sacramento. Es
decir, el católico que se da en matrimonio recibe una gracia eficaz, mediante una presencia
cualificada -sacramental- de Jesucristo en esa nueva realidad de un hombre y una mujer que se
entregan para constituir un matrimonio. Cristo se hace presente en esa unión que origina la entrega
mutua y para siempre de los esposos. Por ello, el sacramento sólo tiene lugar cuando los dos
esposos están bautizados en la Iglesia.
Como resulta obvio, la sacramentalidad supone que existe verdadero matrimonio y, este,
a su vez, requiere que el hombre y la mujer se den el consentimiento de la entrega mutua que
origina la conyugalidad: en el supuesto de que no exista consentimiento no existe matrimonio, lo
que conlleva que tampoco puede darse el sacramento.
Lo que ocasiona el sacramento del matrimonio es una presencia especial de Jesucristo en
la pareja, de forma que santifica y eleva el amor que ha conducido a los esposos a entregarse
mutuamente y de por vida con relación a la conyugalidad y, consecuentemente, a la procreación.
Además, concede a los esposos una gracia especial para vivir las exigencias del amor único e
indisoluble que se han juramentado, al tiempo que les concede la gracia para llevar con perfección
las obligaciones contraídas y la ayuda precisa para la educación de los hijos.