El Rey O El Papa
El Rey O El Papa
El Rey O El Papa
Abstract: This paper examines the crisis in the long- Resumen: Este texto examina la crisis del marco de
term relationship model between the Spanish upper doble lealtad que, durante el Antiguo Régimen, había
clergy, the Crown and the Papacy. Throughout the vinculado al alto clero simultáneamente a la Corona y
ancien régime, the high-ranking secular clergy divided a la Santa Sede. La aproximación al desequilibrio de esta
its loyalty between two sovereign powers without any fidelidad compartida se realiza desde el nivel micro, to-
major problem. But this double loyalty underwent mando como ejemplo la controversia que tuvo lugar en
a crisis in the second half of the eighteenth century, la Rota de la nunciatura de España como consecuencia
aggravated by the French Revolution and the inter- del real decreto de 5 de septiembre de 1799, en virtud del
national political context. The controversy that arose cual los obispos y algunos tribunales regios ejercerían,
between the members of the Spanish Rota tribunal durante la vacante de la silla pontificia ocasionada por
concerning the royal decree of 1799, which ordered la muerte de Pío vi, algunas facultades reservadas a la
bishops and some royal courts to assume functions re- Santa Sede. El seguimiento detallado de las trayectorias
served to the Holy See, shows on a micro level the fac- previas de los participantes en la controversia explica, en
tors that led people to choose one loyalty over another. buena medida, la postura eclesiológica que sostuvieron.
Keywords: Spanish Nunciature; Rota tribunal; French Palabras clave: Rota de la nunciatura; Revolución
Revolution; Upper Clergy; Ecclesiology; Prosopography. francesa; Alto Clero; Eclesiología; Prosopografía.
4 Para una síntesis de estas corrientes, Ulrich D. Lehner, Catholic Enlightenment. The Forgot-
ten History of a Global Movement, New York, 2016; Jeffrey Burson y Ulrich D. Lehner, En-
lightenment and Catholicism in Europe. A Transnational History, Notre Dame, 2014; Sylvio De
Franceschi (comp.), Le pontife et l’erreur. Anti-infaillibilisme catholique et romanité ecclésiale aux
temps posttridentins (xviie-xxe), Lyon, 2010; Carlo Fantappiè, Le dottrine teologiche e canonistiche
sulla costituzione e sulla riforma della Chiesa nell Settecento, en Anales de la Real Sociedad Económica de
Valencia, cxii (2002), pp. 739-769; Juan María Laboa, La estructura eclesiástica en la época moderna,
en Ricardo García Villoslada, Bernardino Llorca y Juan María Laboa, Historia de la Iglesia
Católica, Madrid, 1991, t. iv, pp. 193-249; Giuseppe Alberigo, Lo sviluppo della dottrina sui poteri
nella Chiesa universale. Momenti essenziali tra il xvi e il xix secolo, Roma/Freiburg/Basel/Barcelona/
Wien, 1964.
5 Monique Cottret, Jansénismes et Lumières. Pour un autre xviiie siècle, Paris, 1998.
6 Philippe Boutry, Tradition et autorité dans la théologie catholique au tournant des xviiie et xix
siècles. La Bulle Auctorem fidei (28 août 1794), en Jean-Dominique Durand (dir.), Histoire et théo-
logie, Paris, 1994, pp. 59-82; Bruno Neveu, Juge suprême et docteur infaillible: le pontificat romain
de la bulle «In eminenti» (1643) à la bulle «Auctorem fidei» (1794), en Mélanges de l’Ecole française de
Rome. Moyen-Age, Temps modernes, 1981, t. 93/1 (1981), pp. 215-275.
7 La Revolución francesa no habría provocado tanto la ruptura con las controversias del pasado re-
ciente, sino la intensificación de éstas. Gérard Pelletier, Rome et la Révolution française: la théo-
logie et la politique du Saint-Siège devant la Révolution française, Roma, 2004; Marina Caffiero, Le
problème religieux, en Annales historiques de la Révolution française, 4 (2003), pp. 139-154; Sylvio De
Franceschi, L’autorité pontificale face au legs de l’antirromanisme catholique et régaliste des Lumières:
réminiscences doctrinales de Bellarmin et de Suárez dans la théologie politique et l’ecclésiologie catholiques
de la mi-xviiième à la mi-xixème, en Archivum Historiae Pontificiae, 38 (2000), pp. 119-163.
8 Los dos últimos trabajos que conocemos tratan escasamente de la Rota durante el siglo xviii, re-
tomando para ello los trabajos anteriormente publicados sobre el tribunal. Joaquín Mantecón
Sancho, La restauración del Tribunal de la Rota de la Nunciatura en 1947, Santander, 2007, pp. 15-
26; Manuel Puente Brunke, La naturaleza jurídica de la Rota española, en Cuadernos doctorales:
derecho canónico, derecho eclesiástico del Estado, 19 (2002), pp. 233-312.
9 Novísima recopilación de las leyes de España, Madrid, 1805, libro ii, título v, ley i. Manuel Puente,
La naturaleza... [ver n. 8], pp. 237-270.
una instancia en la que se resolvieran las causas eclesiásticas sin que salieran
de España 10.
En algunos sectores romanos la formación del tribunal de la Rota fue inter-
pretada como una considerable reducción de la capacidad de actuación del poder
pontificio 11. No es de extrañar, si se tiene en cuenta que los cambios en materia ju-
risdiccional implican modificaciones en las relaciones de poder. Las consecuencias
que podían tener los nuevos procedimientos en la formación de vínculos de lealtad
de Roma en España podían ser significativas. Benedicto xiv las exponía claramente
cuando afirmaba en carta al nuncio, algunos años antes, que convenía fomentar los
recursos a la Santa Sede ya que éstos ayudaban a conservar la unión de los fieles
con su cabeza 12. En la misma línea, en 1750, ante la propuesta del fiscal del Consejo
de Castilla de crear un tribunal eclesiástico en perjuicio del nuncio, éste protestaba
enérgicamente argumentando que el papa, como primado, era por definición supe-
rior a todos los fieles, obispos, o prelados del orbe católico. Por lo tanto (deducía de
este principio) todos los fieles tenían derecho de recurrir a la Santa Sede, lo cual no
se podía impedir sin faltar a la obediencia debida al pontífice romano 13.
Lo que interesa subrayar por ahora es que la creación del tribunal se pro-
dujo en un momento de notoria hegemonía de la Monarquía sobre lo eclesiás-
tico. Este fenómeno, paralelo a la expansión del poder regio en otros ámbitos
(administración del territorio, fiscalidad, gobierno municipal, ejército, etc.),
experimentaría un importante progreso en las fechas previas a la creación de
la Rota 14. La decisión definitiva de Carlos iii de negociar la reforma comple-
ta del tribunal del nuncio data de 1767. Muerto el nuncio Alberico Lucini en
1768, el rey decidía impedir la entrada de su sucesor hasta que la Santa Sede se
comprometiera a satisfacer aquella pretensión 15. En las mismas fechas, se im-
Las eclesiologías dominantes entre los prelados de aquellos años, con sus
referencias al retorno a una disciplina de la Iglesia primitiva desprovista de los
abusos introducidos por la curia romana, a los derechos del monarca sobre lo
eclesiástico o al aumento del poder de los obispos en detrimento de la Santa
Sede, resultaron ser un punto de apoyo fundamental de la Corona 22. Para la re-
generación de la Monarquía era necesario, se estimaba, reducir paulatinamente
el protagonismo de Roma. Esto suponía, evidentemente, cercenar en lo posible
la jurisdicción del nuncio, su principal representante, aumentando en lo posible
la de los agentes sobre los cuales el rey pudiera tener el mayor control posible. Y
era, por cierto, buena parte del episcopado el que protestaba con fuerza contra
las intromisiones del nuncio, tomando así la delantera a la Corona en sus inter-
venciones contra éste 23.
Entre los argumentos de la Corona en contra del nuncio (y, por extensión,
de la Santa Sede) se encontraban los decretos del Concilio de Trento que promo-
vían la jurisdicción ordinaria de los obispos 24. Se podría pensar que el hecho de
que el rey eligiera a sus propios candidatos al episcopado garantizaba su control
indirecto sobre el espacio jurisdiccional que correspondía a los obispos. Refor-
zando la posición de los prelados, la Corona reforzaría la suya propia.
Pero la confirmación de los obispos, que correspondía solamente al papa (y
que, por las escasas ocasiones en que se negó a los candidatos propuestos parecía
una mera cuestión de trámite), implicaba que los únicos agentes a los cuales el
rey no podía destituir sin expreso consentimiento de otra entidad soberana se
encontraban en el alto clero. Esto, que suponía la existencia de una doble fuente
de legitimidad de la jerarquía eclesiástica (y, en consecuencia, de su lealtad com-
22 Los trabajos más sólidos (a los que cabe objetar principalmente su concepción demasiado rígida
del jansenismo, en contraste con la definición más flexible que nosotros usamos) para conocer
estas corrientes siguen siendo los de Emile Appolis, «Le tiers parti» catholique au xviiie siècle,
entre Jansénistes et Zelanti, Paris, 1960; Id., Les jansénistes espagnols, Bordeaux, 1966; Joël Sau-
gnieux, Les jansénistes et le renouveau de la prédication dans l’Espagne de la seconde moitié du xviiie
siècle, Lyon, 1976; Id., Le jansénisme espagnol du xviiie siècle, ses composantes et ses sources, Oviedo,
1975. Véase también el excelente estudio de Francesc Tort, El obispo de Barcelona Josep Climent
i Avinent. 1706-1781. Contribución a la Historia de la Teología pastoral tarraconense en el siglo xviii,
Barcelona, 1978.
23 Constantino García, El Tribunal... [ver n. 10], pp. 39-40, 46.
24 Novísima recopilación... [ver n. 9], libro ii, título iv, leyes v, vi, vii.
juramento ante el decano del tribunal, quien actuaría como representante del
rey. Y lo mismo valdría para todos los futuros nombramientos de los empleados
de la Rota 26.
El hecho provocó la enérgica protesta del nuncio. Desde palacio, el conde
de Floridablanca respondió que el juramento se hacía únicamente por lo res-
pectivo a los honores de consejeros reales de que todos ministros de la Rota
disfrutaban. Pero sin duda la maniobra tenía otras implicaciones. En septiembre
de 1776 se había dispuesto que los auditores, el fiscal y el asesor (los dos últimos
de nombramiento directo por la Santa Sede) se pudieran titular «consejeros del
rey», con el tratamiento, honores y exenciones de los eclesiásticos empleados en
los consejos de la Monarquía 27. La medida estaba lejos de ser inocente 28. La con-
cesión de los honores de consejeros del rey se dirigía a fijar un punto de anclaje de
los auditores con el monarca. En uno de los documentos del expediente se reve-
laba esta intención cuando se escribía que los ministros de la Rota no solamente
deberían poder usar los honores de consejero real sino que, «porque se juzgasen
más dependientes del rey», habría que darles un título formal de consejero hono-
rífico que justificara el juramento de fidelidad a la Corona 29.
31 Para la política regalista de estos años, Carlos Rodríguez, Don Luis de Borbón, el cardenal de los
liberales (1777-1823), Toledo, 2002, 403 p. Véase también, sobre el primer proyecto desamortiza-
dor, comenzado en 1798, Marta Friera, La desamortización de la propiedad de la tierra en el tránsito
del Antiguo Régimen al Liberalismo (La desamortización de Carlos iv), Gijón, 2007.
32 Expediente [ver n. 30].
33 Ibidem.
no sólo podría limitar, si así consideraba que debía hacerlo, las facultades del
nuncio, sino que
34 Ibidem.
35 Ibidem.
de César», debería dejar «en libertad al sucesor de San Pedro para que mantenga
la mano al timón en el gobierno de la Iglesia» 36.
En el escrito resuena el eco de una línea eclesiológica que insistía en la
idea del equilibrio entre ambas potestades mediante el respeto recíproco de sus
respectivos límites. En lo que hacía a la potestad eclesiástica, el monarca debe-
ría aceptar el siguiente principio con todas sus consecuencias: Jesucristo habría
transferido la potestad de jurisdicción sobre la Iglesia a San Pedro; solamente
a él y no a cada uno de los apóstoles, con lo que le concedió «la Superinten-
dencia sobre los prelados y sobre el común de los fieles» 37. Ante el argumento
(episcopalista, aunque utilizado en aquel contexto con intenciones regalistas)
de que todos los apóstoles habían recibido de Jesucristo la potestad y autoridad
apostólica, ambos auditores concluían que era el sucesor de San Pedro quien,
«como único Vicario de Cristo en la tierra, es el que la tiene omnímoda, uni-
versal y radicada, única y privativamente en su persona, de la cual, como de un
Centro común, salen las líneas a la circunferencia de cuantos la ejercen» 38. Era
el mismo concepto que de la jerarquía tenía el nuncio: el papa se situaba en una
posición de preeminencia y superioridad jerárquica respecto de los demás obis-
pos. No era un primus inter pares de cuyas facultades pudiera disponer el resto
del episcopado.
Los auditores defendían, así, la autoridad jurisdiccional, gubernativa y le-
gislativa del pontífice romano sobre el conjunto de la sociedad eclesiástica. De-
signaban como herejes o cismáticos los intentos de alterar este principio 39. Y por
ello, se les levantaba «una barrera insuperable a la pronta y rendida obediencia
(...) a los Reales decretos de Vuestra Majestad» 40. Su opción difícilmente podía
ser más clara.
El grupo regalista, reforzado con el nombramiento de un auditor super-
numerario, contraatacó el 25 de noviembre. En su representación al rey, daba
en primer lugar cuenta de la división surgida en el tribunal. Los auditores se
pronunciaban claramente a favor de la pronta ejecución del decreto y realizaban
una decidida defensa de la jurisdicción ordinaria del tribunal negando, por con-
siguiente, la jurisdicción del nuncio 41. Esto implicaba que la Rota podría, dadas
36 Ibidem.
37 Ibidem.
38 Ibidem.
39 Ibidem.
40 Ibidem.
41 Luis Sierra, La reacción... [ver n. 3], 250-251.
las circunstancias, funcionar como cualquier otro tribunal regio. En este sentido,
su postura era nítida.
El rey se mostraría agradecido a este grupo, asegurando estar muy satisfe-
cho con su representación, al tiempo que expresaba su desagrado ante la escrita
por los dos auditores que se habían pronunciado en favor de los derechos de la
Santa Sede 42.
44 El rey podía, sin embargo, prescindir totalmente de la Cámara de Castilla y elegir al auditor por
real decreto. De hecho, mandó corregir un borrador del breve de creación del tribunal de la Rota
en el que se expresaba que elegiría sus candidatos entre los propuestos por la Cámara de Castilla,
lo que fue considerado una condición previa inaceptable. Constantino García, El Tribunal... [ver
n. 10], p. 52.
45 Andoni Artola, De Madrid a Roma. La fidelidad del episcopado en España (1766-1833), Gijón,
pp. 62-67.
46 Lorenzo Gómez Haedo, auditor de la Rota en 1774, obispo de Segorbe de 1783 a 1808; Manuel
Verdugo Albiturría, auditor en 1793, obispo de Canarias en 1796.
en ella figuraron como candidatos a obispos 47. El paso por el tribunal se fue con-
figurando como una etapa hacia la más alta jerarquía, como lo muestra el hecho
de que los cuatro últimos auditores nombrados llegaran a entrar en la categoría de
candidatos a la mitra.
El carácter del tribunal como espacio de competencia altoclerical puede ob-
servarse en las ternas que la Cámara fue elevando al rey en cada vacante. En la
primera, figuraban cinco candidatos de los cuales uno acabaría siendo obispo,
otro que sería propuesto en varias ocasiones para una mitra, otro que había sido
vicario general del arzobispado de Sevilla, y uno que había sido canónigo de ofi-
cio 48. De los cuatro propuestos para la vacante de 1784, dos lo serían también
para el episcopado en otras fechas 49. El auditor nombrado en 1792 sería hecho
cuatro años después obispo de Canarias 50. En la consulta para la provisión de la
vacante de 1794 había seis candidatos, de los cuales uno acabó siendo obispo de
Valladolid y otro fue propuesto para la mitra en dos ocasiones 51.
47 Juan Manuel Toubes, auditor en 1774, propuesto la Cámara en 1777 para el obispado de Ma-
llorca, para el de Lugo en 1786, apareció en una lista de candidatos para el obispado de Ceuta en
1779 (Valladolid-archivo general de simancas [=ags], Gracia y Justicia [=gj], legs. 318,
320, 323); Antonio López Sánchez, asesor del nuncio en la Rota desde 1774, propuesto para la
sede de Ciudad Rodrigo en 1782 (ags gj, leg. 323). Juan Antonio Quilez, auditor desde 1779,
propuesto en 1783 para el obispado de Cartagena (ags gj, leg. 326). Joaquín Palacín, auditor des-
de 1785, propuesto para los obispados de Valladolid y Ávila en 1801 (ahn Consejos, legs. 15479,
19510). José María Villodas, fiscal desde 1793, consultado para Ávila en 1799 (ahn Consejos,
legs. 15479); Miguel Ochoa, propuesto para Guadix, Canarias y Tudela entre 1796-1798 (ahn
Consejos, legs. 15454, exp. 2; 15461, exp. 2; 16906); José Espiga, auditor desde 1799, propuesto
para Palencia (ahn Consejos, leg. 15475). Matías Robles, auditor supernumerario en 1800, había
sido propuesto en numerosas ocasiones para obispados, y electo para la mitra de Jaén en 1793,
que rechazó (ahn Consejos, leg. 15451). Habría que añadir a la lista a Juan José Aldama, de quien,
aunque no se ha encontrado ninguna propuesta, se afirmaba en una nota que «ha sido propuesto
para obispados» (ahn Estado, leg. 3440, exp. 7).
48 ahn Estado, leg. 3438, exp. 2. Se trata de Antonio Martínez de la Plaza, propuesto en segundo
lugar para la plaza de auditor, obispo de Canarias (1785-1790) y Cádiz (1790-1800); José Marcos
Verdugo, propuesto en varias ocasiones para mitras (ags gj, legs. 308, 311, 310, 320, 321, 317,
351, 510).
49 ahn Estado, leg. 3450, exp. 4. Francisco Arascot, propuesto para Barbastro, Astorga y Burgos en
1790-1791 (ahn Consejos, legs. 19064, 15436, 15439); Joaquín Palacín. Véase supra, nota 47.
50 Manuel Verdugo Albiturría. Véase supra, 46.
51 ahn Estado, leg. 3448. Vicente Soto, propuesto en tercer lugar para auditor, obispo de Valla-
dolid (1803-1818). Antonio de la Cuesta, propuesto para los obispados de Gerona y Málaga
en 1798-1799 (ahn Consejos, leg. 15471; José Manuel Cuenca, Sociología de una élite de poder
en España e Hispanoamérica contemporáneas: la jerarquía eclesiástica (1789-1965), Córdoba, 1976,
p. 101).
52 Pedro Antonio Trevilla, pretendiente en 1792 (ahn Estado, leg. 3440), obispo de Córdoba (1805-
1832); José Vicente Lamadrid, pretendiente en 1792 (ahn Estado, leg. 3412), obispo de Málaga
(1800-1809); Jerónimo Castillón Salas, pretendiente en 1792 (ahn Estado, leg. 3423), obispo de
Tarazona (1815-1835); Ildefonso Cañedo, pretendiente en 1798 (ahn Estado, leg. 3417), obispo
de Málaga (1814), arzobispo de Burgos (1825-1829).
53 Gabriel Hevía, propuesto en 1796 para los obispados de Tudela y Canarias (ahn Consejos, legs.
15454, 15462); Manuel Francisco López Montenegro, propuesto en 1796 para Tudela (ahn Con-
sejos, leg. 15462); José Fernández Velasco, propuesto para varias mitras entre 1785-1789 (ags gj,
leg. 326-327); Agustín Galindo, propuesto para los obispados de Málaga y Teruel (ahn Consejos,
legs. 19510, 15471); Francisco Antonio Asas, propuesto para el obispado de Lugo (ahn Consejos,
leg. 16909); Francisco Valdivia Donoso, propuesto en 1794 para el obispado de Barcelona (ahn
Consejos, leg. 18872).
54 ahn Estado, leg. 3440, exp. 11.
55 ahn Estado, leg. 3430, exp. 2.
56 ahn Estado, leg. 3428, exp. 2.
59 Emilio La Parra, Manuel Godoy. La aventura del poder, Barcelona, 2002, pp. 242-253.
60 ahn Estado, leg. 3448, exp. 3.
61 ahn Estado, leg. 3417, exp. 5.
62 ahn Estado, leg. 3428, exp. 4.
63 ahn Estado, leg. 3429, exp.13.
64 Emilio La Parra, Iglesia y grupos políticos en el reinado de Carlos iv, en Hispania Nova, 2 (2001-
2002). Disponible en: http://hispanianova.rediris.es [Consultado 10-07-2015].
65 Citado en Vittorio Sciuti, Inquisizione spagnola e riformismo borbonico fra sette e ottocento. Il dibattito
europeo sulla soppressione del «terrible monstre», Firenze, 2009, p. 253.
72 Luis Sierra, La reacción... [ver n. 3], p. 247. Se trata de este caso, con otros fines, en Andoni
Artola, El acceso al episcopado en la Monarquía Hispánica (1789-1800), en Juan Bosco Amores
(dir.), Los tiempos de Espada. Vitoria y La Habana en la era de las revoluciones atlánticas, Bilbao, 2014,
pp. 23-54 [pp. 49-50]
73 ags, gj, leg. 328.
74 Su postura, en Emilio La Parra, El primer liberalismo español y la Iglesia, Alicante, 1985, p. 87.
75 Citado en Luis Sierra, La reacción... [ver n. 3], p. 247.
76 ags, gj, leg. 329. En una consulta de la Cámara para una ración de la catedral de Toledo, de 19
de septiembre 1788, no aparece aún como capellán de honor. De hecho, a la pieza tan solo podían
pretender, según letra del decreto de 24-IX-1784, «graduados de universidad sin oficio ni bene-
ficio». Por lo tanto, fue nombrado capellán de honor durante el reinado de Carlos iv.
77 ahn, Estado, Carlos iii, exp. 1073.
78 Las plazas del tribunal deberían tener un natural de cada una de los siguientes territorios: a) Castilla
la Vieja y reino de León; b) Castilla la Nueva, Madrid, Toledo, Cuenca o Guadalajara, Mancha, Ex-
tremadura, Murcia; c) Andalucía, Sevilla, Granada, Córdoba, Jaén, y Canarias; d) Aragón, Valencia,
Cataluña y Mallorca; e) Galicia, Asturias, Navarra, Vizcaya, Álava; f) sin atención a la naturaleza,
entre personas ejercitadas en la práctica forense de los tribunales de Madrid, con especial preferen-
cia a los capellanes de honor. Novísima recopilación... [ver n. 9], libro ii, título v, ley ii.
79 Había nacido en Palenzuela (Burgos) en 1758. Eeoc3 [ver n. 57], extracto 770.
80 ahn, Estado, leg. 3420, exp. 8.
81 Novísima recopilación... [ver n. 9], libro ii, título v, ley iii.
82 Es ilustrativo el caso de Miguel Ochoa, supernumerario de la Rota, y capellán de honor antes de
esta fecha. En 14 de enero de 1799 Urquijo representó al nuncio que Ochoa obtuvo el nombra-
miento de supernumerario con opción a la primera vacante y sin necesidad de nuevo real decreto,
por lo que pasaría a ocupar el puesto con voto de pleno derecho. El nuncio protestaba el 19 de
enero. ahn, Estado, leg. 3446.
El puesto de auditor supernumerario que quedaría vacante como resultado de la jubilación del
auditor opuesto al decreto Juan Manuel Toubes, y el paso de Miguel Ochoa a numerario, sería
dado a Juan José Aldama, procedente del valle de Ayala, misma zona de la que era originaria la
parentela del ministro. Como sus compañeros favorables al decreto, sus ascensos eran recientes;
había sido hecho canónigo de Tuy en 1794, en 1799 obtuvo una de las cruces de la Orden de
Carlos iii, y en 1795 fue recomendado por Manuel Godoy al nuncio para el puesto de abreviador
de la Rota, que no obtuvo. asv, Nunziatura, Madrid, busta 196.
auditor supernumerario desde 1798. Las fidelidades contraídas con personas que
hubieran impulsado sus recientes carreras quizás puedan ofrecer alguna clave in-
terpretativa sobre su postura ante el decreto.
En el caso de José Espiga la incidencia de este factor es evidente. Pero quizás,
también, en el de Miguel Ochoa. Capellán de honor, y auditor supernumerario
del tribunal, Urquijo quiso que pasara a numerario, con voto de pleno derecho, en
enero de 1799, lo que provocó enérgicas protestas del nuncio 83. En el momento
en el que él accedía a la Rota, su hermano Francisco Javier llevaba varios años
haciendo carrera en la Secretaría del despacho de Guerra 84. Por su parte, Evaristo
Bejarano, con dos años de antigüedad en el tribunal, había sido nombrado en las
mismas fechas en que su hermano, Pedro Inocencio Bejarano, fue elevado desde la
colegiata de San Isidro de Madrid al obispado de Buenos Aires 85. Francisco Valle
Roldán había sido nombrado auditor en 1794 con recomendación de los Cinco
Gremios Mayores de Madrid, entre cuyos diputados se encontraba un tío suyo 86.
En síntesis, los auditores regalistas estaban viviendo procesos de movilidad ascen-
dente (ellos y sus familias), y contaban para ello con el apoyo del entorno regio.
La radical disensión con sus opositores, no sólo sobre la forma de proceder
en la vacante de la silla pontificia, sino sobre toda la fundamentación canónica y
teológica que justificaba su posición y, en consecuencia, definía el papel de la San-
ta Sede en la estructuración de la Iglesia universal, se debe buscar en un cúmulo
de factores y circunstancias previas que animaron su acción posterior. Porque no
se llegaba a la defensa de tal o cual postura eclesiológica, o a la adscripción a los
poco definidos partidos ultramontano o jansenista, por puro convencimiento de lo
correcto de sus postulados, sino, sobre todo, por la inserción en trayectorias con
otras personas con las que se iba construyendo esa misma visión de lo que deberían
de ser las cosas. En este sentido, las explicaciones de la postura de los auditores se
pueden buscar, en parte, en su relación con la sociedad política, su trayectoria en la
jerarquía eclesiástica y en las personas que actuaron como motores de su carrera.
En el caso de los auditores regalistas, el impulso de la gracia regia parecía ser, en
aquel preciso contexto, su principal apoyatura.
dente intra o extra estamental. La retirada del favor regio era, para ellos, una reali-
dad desde hacía algunos años. Su proceso de apartamiento se completaría cuando,
el 2 de noviembre de 1799, el rey enviara a los auditores regalistas, por medio del
secretario de Estado, una aprobación explícita de su conducta frente al decreto,
mientras que desaprobaba, también de forma explícita, la que habían mostrado los
auditores más antiguos 94. Éstos habían perdido contacto con el vértice decisorio y
la opción que se perfilaba en su carrera, o al menos la permanencia en sus puestos,
pasaba por establecer sus vínculos de fidelidad con el nuncio y, a través de éste, con
la Santa Sede. En este sentido, resulta significativo que Juan Manuel Toubes pidie-
ra repetidamente la jubilación, formalmente por motivos de salud, pero realmente
por el duro enfrentamiento con Urquijo a causa de su oposición al decreto 95. Le
siguió Joaquín Palacín, quien en diciembre de 1799 también solicitó ser exonerado
de su cargo, sin que aparentemente se terminara de apartar del tribunal 96.
Si dibujáramos una línea temporal de la entrada de los auditores en el tribu-
nal, de las mercedes regias obtenidas por cada uno de ellos o por sus parientes du-
rante sus vidas, y de las fechas en las que fueron consultados por la Cámara de Cas-
tilla para ascensos, obtendríamos un gráfico elocuente: a la izquierda (fechas más
alejadas de la controversia) se acumularían los acontecimientos referentes al ala
que se mostró favorable a la Santa Sede. Los auditores de esta tendencia habrían
perdido contacto con el entorno del rey años antes. En cambio, en el extremo
derecho (fechas más recientes), tendríamos una acumulación de acontecimientos
del ala regalista, que participaba de las relaciones que conducían al monarca, prin-
cipal apoyo para su promoción, así como para la de los grupos sociales a los cuales
pertenecían. El vínculo (o ausencia de éste) con la fuente de la gracia era el factor
clave de la lealtad a una u otra opción en aquel contexto.
* * *
Las conclusiones que se desprenden de lo expuesto desbordan ampliamente
lo eclesiástico; son parte de un fenómeno de mayores dimensiones. Y las impli-
caciones de nuestro planteamiento superan, creemos, el tema particular tratado,
proponiendo una nueva forma de observar los enfrentamientos ideológicos:
97 Paola Vismara, L’anti-infaillibilisme des jansénistes lombards à la fin du xviiie siècle, en Sylvio De
Franceschi (ed.), Le pontife et l’erreur. Anti-infaillibilisme catholique et romanité ecclésiale aux temps
post-tridentins (xviie-xxe siècles), Lyon, 2010, pp. 89-90.