Los Zapatos Más Bonitos Del Mundo

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LOS ZAPATOS MÁS BONITOS DEL MUNDO

Por Azul Conti

“El día de hoy alcanzaremos una temperatura máxima de 39°C, es importante que se
mantenga hidratado y evite asolearse”. El pronóstico del tiempo se anunciaba en la radio
mientras me encontraba en el auto con mi mamá camino a la escuela, “¿Escuchaste eso?”
Dijo mi mamá, asentí con la cabeza mientras miraba por la ventana. Más adelante comencé
a sentir el calor colándose por las ventanas haciéndome sentir sofocada, alcé la mirada y
le dije a mi mamá “¿No crees que deberíamos subir las ventanas y poner el aire? El calor
está insoportable” Ella simplemente tomó mi sugerencia y seguimos el camino.

Después de unos minutos nos encontrábamos en uno de los bulevares principales de mi


ciudad, el típico tráfico de la hora pico hacia su presencia. Podía escuchar el claxon de los
coches a lo lejos, sentir el furor de la gente por llegar a sus destinos y ese calor insoportable
que nos convierte en seres irritables. Al acercarnos al próximo semáforo, vislumbré a una
pequeña de no más de ocho años parada en la pequeña banqueta que existe en aquella
avenida, no presté mucha atención, ya que comenzaba a sentir la premura de llegar a
tiempo a clases.

Sentía que los minutos volaban, que el calor aumentaba y el avanzar se volvía lento, solo
faltaba un coche y mi mamá lograría pasar ese semáforo, de pronto: luz roja. ¡No podía ser
posible!

Enseguida, la chiquilla a la que había visto con anterioridad comenzó a acercase, me


percaté de que se dedicaba a limpiar los parabrisas de los automóviles al ver una franela y
una botella con detergente en sus manitas. Se aproximó al primer coche recibiendo un “No”
de respuesta, siguió hasta nuestro automóvil, hizo unas señas pidiendo permiso para
limpiar el parabrisas, al instante mi mamá se lo negó con un ademán que le hacia parecer
enfadada. Lo que pasó después fue inaudito, en cuestión de milisegundos aquella pequeña
se encontraba arriba del cofre mientras limpiaba el parabrisas ¿Habría entendido mal? No
tengo idea, pero ella se mostraba entusiasmada. De un momento a otro todo el panorama
cambió y el tiempo se detuvo al darme cuenta de que ella no traía zapatos, pero eso no fue
lo más trágico, sino ver las condiciones en las que se encontraban esos pequeños pies,
agrietados por el calor del asfalto, cortados por las piedritas y vidrios que existen en el
camino, esos piecitos cubiertos de tierra caminaban por la vida de manera incierta, pero
siempre firmes. De un momento a otro, miles de pensamientos pasaron en mi cabeza,
observé los zapatos que traía puestos, mis zapatos favoritos y sin pensarlo dos veces
comencé a quitármelos, tuve que hacerlo bastante rápido pues el semáforo en cualquier
momento cambiaría. De un salto bajó del cofre, se acercó a la ventana y pude observar su
cara de asombro al recibir un par de zapatos junto con unas cuantas monedas, ella esbozó
una genuina sonrisa de agradecimiento y se dirigió de nuevo a la banqueta.

Al día siguiente pasé por la misma avenida, ella estaba ahí nuevamente, pero ahora sus
piececitos estaban cubiertos. En ese momento me di cuenta de que no solo había dado mis
zapatos favoritos, sino, los zapatos más bonitos del mundo, ahora el vaivén de sus pasos
están protegidos por una suela que define la certeza de su caminar, que no importa cuantos
pasos diese en un día, no habría más grietas y no más heridas.

Sí a más pies calzos y sonrisas en los rostros.

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